
En el apartado de lecturas pendientes tengo Sinatra. The life, que compré en Estados Unidos hace algo más de un año. Biografías sobre Sinatra hay, por lo menos, otras dos: A su manera, de Kitty Kelley (Plaza & Janés, 1987), tan sensacionalista como todo lo que ha escrito siempre esta mujer, y Sinatra. A su manera (muy originales no son con los títulos) de J. Randy Taraborrelli (ediciones B, 1998) mucho más completa y recomendable. Esta última la ha escrito el periodista de la BBC Anthony Summers, y está más encaminada a adentrarse en las relaciones del cantante con el crimen organizado, utilizando, asegura, archivos oficiales que nunca antes salieron a la luz.
Le doy una ojeada, y me encuentro con información llamativa: por ejemplo, que la familia de Sinatra y la del gangster Lucky Luciano procedían del mismo lugar de Sicilia, Lercara Friddi, un pueblecito tan diminuto que es casi imposible que no hubiera un mínimo contacto entre ambas. De hecho, lo hubo, y fue más que mínimo, pero de eso iremos hablando en nuevas entradas. De momento, y aunque sea pecar de frívolo, a mí otra cosa que me ha llamado la atención es el asunto de los peluquines.
Que Sinatra llevó peluquín durante muchos años no es ningún secreto, y en esto, desde luego, no estaba solo: entre las estrellas que se han ocultado el cartón en la pantalla están Fred Astaire, Humphrey Bogart, John Wayne, Gary Cooper, Charlton Heston, Burt Reynolds, Lawrence Olivier o James Stewart, por nombrar sólo unos pocos. Pero lo de Sinatra se sale un poco de la media: porque La Voz no tenía un peluquín ni dos, sino sesenta, nada menos, y un ayudante personal que se ocupaba que estuvieran siempre en perfecto estado.
Tampoco hay que extrañarse: Sinatra siempre se jactaba de hacer las cosas a lo grande; por lo que se ve, hasta taparse la calva.
Hablando ayer de Scorsese, se deslizó el nombre de Harvey Weinstein, cofundador con su hermano Bob de la productora Miramax. Como puede verse, Harvey tiene un cierto aire a Tony Soprano, y está tan gordo como Tony Soprano, pero no dejen que eso les lleve a engaño: es Tony Soprano. Su afición a avasallar a todo el que se le ponga por delante (comenzando, lógicamente, por su personal), a soltar tres tacos por cada cuatro palabras que dice, y a caer presa de unos ataques de furia que han hecho temblar repetidas veces los cristales de las oficinas, se ha hecho ya legendaria en el mundillo. Pero también cuenta con una inteligencia innata que le ayudó a construir el imperio que es hoy 













Los periódicos hablan estos días de la muerte de 




