miércoles, noviembre 29, 2006

Sana polémica


Me he permitido colocar hoy una fotografía de una película a la que no le tengo ningún cariño, y con la que me he encontrado como parte de un artículo muy recomendable realizado por el equipo de Premiere, una de las mejores revistas de cine que conozco. El tema es muy sencillo, pero hay que tener un par de esos mismos bien puesto para sacarlo: las veinte películas más sobrevaloradas de la historia.

En este link pueden ver la lista completa, aunque ya les adelanto que hay títulos como Monster's Ball, American Beauty, Easy Rider, Jules et Jim, El Mago de Oz, Un americano en París o, ya para acabar de tocar las narices de los mitómanos, Lo que el viento se llevó. Cada película va acompañada de un texto escrito por un miembro de la redacción donde explica por qué no es tan buena como todo el mundo dice que es, y por un segundo texto donde otro crítico intenta defenderla.

Yo estoy en desacuerdo con casi todas, pero hay dos o tres que, desde luego, considero que están muy bien puestas. ¿Por qué no se dan una vuelta y me cuentan?

Cuestión de edad



"Era imposible imaginárselo con los calcetines caídos" fue una de las muchas frases que se dijeron sobre Cary Grant, de cuyo fallecimiento se cumplen hoy veinte años. No solamente ha sido considerado uno de los hombres más elegantes que jamás se hayan asomado a la pantalla: también fue elegido el número uno entre las estrellas de cine de todos los tiempos en un artículo publicado en 2005 en la revista Premiere.

Sus orígenes, de todos modos, no hacían presagiar su posterior triunfo: nacido en un hogar inglés de clase baja, dejó la escuela a los catorce años y estuvo trabajando como acróbata antes de comenzar su carrera de actor en Estados Unidos. Compensó su carencia de educación formal siendo un ávido lector toda su vida, y sus comienzos en las variedades le otorgaron una envidiable forma física. Tambien sabía, por cierto, andar con zancos, cosa verdaderamente difícil como sabrá quien lo haya intentado alguna vez.

Su preocupación por la salud hizo que siempre pareciera bastantes años más joven de lo que era; de hecho, Alfred Hitchcock le dio el papel protagonista en Con la muerte en los talones frente a James Stewart, porque pensaba que Stewart parecía demasiado viejo, aunque la verdad es que tenía cuatro años menos que Grant. Es en esta misma película donde Carol Joyce Landis interpreta a su madre, aunque en la vida real sólo le llevaba siete años.

Quizá por eso, durante mucho tiempo Grant se mostró reacio a confesar su edad. Esta anécdota solo la entenderán los angloparlantes, pero la pongo de todos modos, porque es una de mis favoritas: queriendo resolver sus dudas sobre la edad del actor, un periodista le envio el siguiente telegrama a su agente: HOW OLD CARY GRANT? Grant leyó el telegrama, y le envió otro como respuesta: OLD CARY GRANT FINE. HOW YOU?

martes, noviembre 28, 2006

Fílmala otra vez, Sam



Un habitual de este blog, y sin embargo amigo, me contaba el otro día lo que le ocurrió este verano cuando fue a ver Superman Returns: antes de la película pasaron, como es tradición, unos cuantos trailers de próximos estrenos, y ninguno era de una película original, todos eran remakes. Me citó Poseidón, La profecía, y algún otro que no recuerdo, pero en todo caso la cuenta se podía completar con la propia Superman Returns, que no es otra cosa que un remake -y malo- de la excelente película dirigida por Richard Donner en 1978.

Es curioso esto de los remakes, o nuevas versiones de una peli si vamos a respetar mínimamente nuestro idioma. La verdad es que existen casi desde que el cine es cine, pero últimamente es como si hubiera una epidemia. Hay quien lo achaca a la falta de imaginación de los guionistas actuales; otra explicación pueden ser los avances en efectos especiales, que permiten volver a rodar la misma historia de un modo más espectacular.

Se dice que habitualmente un remake suele ser inferior a la versión original, pero hay algunas excepciones a la regla. Por ejemplo, uno de los grandes clásicos del cine negro, El Halcón Maltés (1941) ya había sido llevado a la pantalla en dos ocasiones (en 1931 y 1936) cuando John Huston escogió la historia para su debut como director. Y The Front Page, la obra de teatro escrita por Ben Hecht y Charles Mac Arthur, ha conocido cuatro versiones, y tres de ellas son buenas, sobre todo las de Howard Hawks (Luna Nueva, 1940) y Billy Wilder (Primera Plana, 1974).

Claro que hay otra manera de concebir un remake. Michael Caine recuerda en sus memorias cuando, en 1989, protagonizó con Steve Martin la comedia Un par de seductores (Dirty Rotten Scoundrels). La película era un remake de Dos seductores, (Bedtime Story), filmada en 1964 con David Niven y Marlon Brando y calificada por el Daily Express como “la película más vergonzante del año”. En principio, Caine no entendía cuál era el motivo de volver a hacer una película tan mala, y así se lo preguntó a Martin y al director, Frank Oz. “Me respondieron que no tiene sentido rehacer una película que haya alcanzado el éxito, porque no podrás mejorarla, mientras que siempre puedes mejorar una que haya fracasado. “He aquí”, escribió “un nuevo atisbo de la mentalidad de Hollywood”.

lunes, noviembre 27, 2006

Zafarrancho en el casino



Bueno, pues vamos a acabar este monográfico sobre James Bond (cosa que habría hecho hace un par de días si contara con una conexión decente) hablando un poco del mayor despropósito relacionado con el personaje: la versión de 1967 de Casino Royale. Los que no la hayan visto no acabarán de entender por qué tiene tan mala fama; los que sí, puede que todavía estén intentando entender de qué iba aquello. Yo soy de los segundos y recuerdo habérmela tragado por primera vez hace más de veinte años en casa, en los tiempos del vídeo. Como por aquel entonces todas las cintas que tenía el videoclub de mi barrio eran piratas, incluída ésta, en un principio pensé que la copia estaba incompleta. Aquello no podía ser; seguro que faltaban escenas. No tenía pies ni cabeza.

Pero no. La culpa de que aquello no tuviera sentido ninguno no era del videoclub, sino de los responsables (es un decir) de la cinta. Como ya hemos comentado en otro post, Ian Fleming vendió los derechos de su novela por separado, de modo que Casino… no formaba parte del paquete adquirido por Eon Pictures. El comprador fue Gregory Ratoff y, tras su muerte, pasaron al productor Charles K. Feldman, que intentó sacar tajada de la fiebre Bond produciendo la película con Sean Connery como protagonista. Al no ser esto posible, decidió hacer una parodia, y no reparó en gastos. Comenzó contratando a tres guionistas: Wolf Mankowitz, John Law y Michael Sayers, que pronto se vieron reforzados por Ben Hecht, Terry Southern y Billy Wilder. Tras reírse mucho con Qué tal, Pussycat?, decidió fichar también a Peter Sellers y Woody Allen, este último como guionista además de como actor.

A la hora de empezar el rodaje, no había un director, sino cinco: John Huston, Ken Hughes, Val Guest, Robert Parrish y Joe Mc Grath, y no había exactamente un James Bond, sino tres personajes que podían responder a la descripción: David Niven, Sellers y Allen. Para cuando se comenzó a rodar, se añadieron a todo este personal dos directores más: Richard Talmadge y Anthony Squire.

Nunca hubo un guión terminado, y el rodaje estuvo plagado de problemas. Peter Sellers no se hablaba con Orson Welles, que interpretaba a Le Chiffre, porque pensaba que le robaba protagonismo: sus escenas juntos están rodadas, en su mayor parte, en plano contraplano, con los actores recitando sus líneas a un stand-in. Luego, Sellers abandonó el rodaje sin completar sus escenas, y nadie pudo obligarle a volver, así que su personaje muere repentinamente a mitad de la película. Paralelamente, Feldman iba fichando a estrellas internacionales para que hicieran breves apariciones, obligando a los guionistas a inventar nuevas escenas para justificar su presencia (sin ir más lejos, Peter O’Toole aparece vestido de escocés y tocando la gaita durante no más de diez segundos, y se limita a decir la frase: “Soy Peter O’ Toole”). David Niven no tardó en darse cuenta del berenjenal en el que se había metido, y dijo que Casino Royale sería o bien un clásico de la comedio o “la mayor cagada que se haya visto desde la última inundación”.

Fue más bien lo segundo. Por cierto, costó ocho millones de dólares, el doble que el Bond oficial de ese año, Sólo se vive dos veces, y se hundió en taquilla.

Y para terminar, una pregunta para curiosos: ¿En qué comedia española, relativamente reciente, pueden verse al principio unas escenas de este Casino Royale? Como pista sólo les diré que sale esa monada sin talento conocida como Aitana Sánchez-Gijón. Mañana dejamos a Bond. ¿Alguien ha visto ya el nuevo Casino…?

viernes, noviembre 24, 2006

El desorden de mi nombre

¿Se imaginan lo que tiene que ser llamarse James Bond en la vida real? No parece imposible; como nombre de personaje de ficción, es bastante más sencillo que, por ejemplo, Sherlock Holmes o Indiana Jones. De hecho, ese es el motivo por el que Ian Fleming lo escogió. Esta anécdota es bastante conocida, pero no está de más recordar que, cuando se sentó a escribir su primera novela, Fleming buscó para su protagonista un nombre común, anónimo, que no llamarse la atención. En su casa de Jamaica tenía una guía ornitológica: Aves de las Indias Orientales, escrita por un tal James Bond. Perfecto.

Su criatura podía tener ya nombre propio, pero el James Bond real se acabó encontrando con una vida mucho más complicada de lo que probablemente le hubiera gustado, especialmente en hoteles, restaurantes, aeropuertos y aduanas, donde se encontró con continuas caras de sorpresa, levantamientos de cejas y una pregunta muy común: “¿No llevará usted armas, señor Bond?”. Ian Fleming y James Bond se conocieron en 1964, cuando el ornitólogo y su esposa fueron a visitar al novelista en Jamaica.

Y ahora hablemos un poco de casualidades. Hubo otro James Bond, también un personaje real, que además era agente, no del Servicio Secreto, sino de tráfico. Pero, como a su homónimo de ficción, le gustaba cumplir con su deber. Así que, en una ocasión en que vio a un coche cometiendo un flagrante delito de exceso de velocidad, fue a por él, le dio la señal de aviso, lo detuvo y le pidió la documentación al conductor…

… Y el conductor era Sean Connery. Esta anécdota, hasta donde yo sé, es rigurosamente auténtica.

jueves, noviembre 23, 2006

Licencia para negociar


En 1982, Roger Moore apareció en la entrega de los Oscar para hacer entrega al productor Albert C. Broccoli del Premio Irving Thalberg, otorgado por su éxito con las películas de James Bond. En el escenario todo eran sonrisas; en realidad, en aquellos días productor y estrella estaban enzarzados en duras discusiones sobre el salario de Moore en la próxima película de la serie, Octopussy (finalmente, fueron cuatro millones de dólares).

En cuestión de dinero, Moore tuvo ojo. Cuando terminó su contrato inicial para interpretar a Bond en tres películas, se negó a firmar otro igual, prefiriendo negociar su salario antes de cada nuevo título. Su antecesor, Sean Connery, no fue tan hábil, y no tardó en lamentarlo. Después del enorme éxito de los dos primeros Bonds, el actor escocés no estaba muy de acuerdo con su salario: acababa de cobrar 400.000 dólares por protagonizar la película de Hitchcock Marnie, la ladrona (1964), y la suma que iba a percibir por Goldfinger (1964) era muy inferior.

Entonces un día, un día, ensayando una de las escenas de lucha, Connery argumentó haberse lesionado. Le dolía mucho la cabeza y tenía que irse a casa. Estuvo ausente del rodaje durante varios días, y cuando regresó, todo lo casualmente que ustedes quieran, su sueldo había subido a 50.000 libras y un 5 por ciento de los beneficios de la película.

Caso aparte eran los extras: los contratos de Roger Moore le garantizaban durante el rodaje suministro ilimitado de sus queridos puros Montecristo. Y no fumaba pocos; no era raro que las facturas por este concepto alcanzaran, al terminar cada película, varios miles de libras.

miércoles, noviembre 22, 2006

Los segundones

Cuando se habla de los actores que han interpretado a Bond, hay una cierta tendencia a menospreciar el trabajo de George Lazenby y Tymothy Dalton que, con una y dos ocasiones respectivamente, son los que menos veces han encarnado a 007. Suele decirse también que son los que peor lo han hecho. No estoy de acuerdo. Aprovechando que MGM ha lanzado nuevos DVDs con excelentes ediciones de toda la serie, yo aprovecharía para repasar Al servicio secreto de su majestad (1967), y 007, Alta tensión (1987), que considero superiores a bastantes Moores e incluso a algún Connery. Dalton fue contratado como Bond como sustituto de Pierce Brosnan, que todavía estaba comprometido con la serie televisiva Remington Steele. Actor de una sólida formación teatral, incorporó al personaje una mezcla de rudeza y humanidad que llevábamos años sin ver, con tanto levantamiento de ceja como habíamos sufrido. Pero su segunda película, 007 licencia para matar, tuvo unos resultados de taquilla tan bajos (¿Qué hacía Bond combatiendo a un señor de la droga, como si fuera Don Johnson?) que obligaron a los productores a hacer un parón y replantearse toda la serie. Cuando comenzaron Goldeneye, Dalton no tenía demasiadas ganas de repetir, y Brosnan estaba disponible.

Más sangrante es el caso de George Lazenby. Este modelo australiano no tenía ninguna experiencia como actor, cuando su nombre comenzó a considerarse para sustituir a Sean Connery, nada menos. Con la idea de encajar en la imagen, antes de ser recibido por los productores Broccoli y Saltzman se hizo confeccionar un traje por el sastre de Connery, y luego fue a una exclusiva barbería de Londres para que le hicieran el mismo corte de pelo. Por una de esas casualidades de la vida, en la silla de al lado estaba Albert C. Broccoli. Cuando Lazenby se fue, comentó con el barbero: “Ese tipo sería un buen James Bond”. Pocas horas después, se lo encontró en sus oficinas.

El problema que tuvo Lazenby es que le tocó la película más difícil: Al Servicio Secreto de Su Majestad sigue fielmente la novela de Fleming, incluyendo la boda de Bond al final, y el posterior asesinato de su mujer. Y muchos espectadores no dejaron de añorar a Connery en un momento tan trascendental. Con todo, funcionó bien en taquilla, y Lazenby fue invitado a repetir el papel. Su agente le recomendó que no lo hiciera, porque Bond, le dijo, era un personaje sin futuro. Lo peor es que le hizo caso.

Toda la carrera posterior de Lazenby se redujo prácticamente a hacer imitaciones de James Bond en películas de cuarta y series de televisión. Si todavía conservaba su licencia para matar… debería haberla usado en su agente.



domingo, noviembre 19, 2006

"Q"


Cuando a Pierce Brosnan le preguntaban por sus momentos favoritos en el rodaje de la serie Bond, siempre contestaba: “las escenas con Q”. En efecto, la presentación a 007 de todos los gadgets que deberá utilizar en casa misión, desde relojes con rayo láser a deportivos con lanzamisiles, ha sido siempre uno de los momentos clásicos de toda película de Bond. No veremos, de todos modos, a este personaje en Casino Royale (tampoco a Moneypenny), quizá debido al enfoque más realista buscado por los productores. Después de todo, tras el Aston Martin invisible que sacaron en Muere otro día, solamente se puede ir hacia abajo…

“Q” no es un personaje creado por Ian Fleming. En sus novelas se habla siempre del Departamento Q, que en efecto, es el encargado de proveer a los agentes con todo el equipamiento tecnológico que necesitan para sus misiones. Al frente de este departamento hay un tal mayor Boothroyd, y como tal aparece Q en la segunda película de Bond, Desde Rusia con amor (1963). La escena, de todos modos, es bastante sosa; se limita a entregar a 007 un maletín lleno de armas ocultas y eso es todo. La situación cambió radicalmente en el siguiente título, Goldfinger (1964).

Hasta su muerte, ocurrida tras el rodaje de El mundo nunca es suficiente, Q estuvo siempre interpretado por el actor inglés Desmond Llewelyn, y en sus memorias éste escribió que siempre estaría agradecido a Sean Connery por la ayuda que le prestó con su personaje. Según contaba, fue cosa de Connery comenzar a meter en estas escenas todo tipo de bromas y ese aire de condescendencia con que 007 iba recibiendo los inventos de Q. Michael Freedland, biógrafo de Connery, añade que el director Guy Hamilton enfatizó esta dirección dándole instrucciones a Llewelyn para que dejara bien claro que Bond le caía gordo: “No le puedes tragar. Trátalo con absoluto desdén”. De repente, aquello ya no se trataba solo de un desfile de tecnología. La idea funcionó tan bien que el intercambio de puyas entre Bond y Q se mantuvo en casi todas las películas de la serie, y con todos los Bonds posteriores a Connery.

jueves, noviembre 16, 2006

Primer Bond, primer villano


Vista más de cuarenta años después de su estreno, llama la atención el escándalo que llegó a organizarse cuando Doctor No (1962) llegó a las pantallas. El Vaticano llegó a hacer una advertencia pública sobre la película, debido a la “dudosa moral” de su protagonista. La verdad es que 007 sentaba unos precedentes nunca antes vistos: no tenía novia fija, sino que saltaba alegremente de una chica a otra a lo largo de toda la trama, a alguna le retorcía el brazo sin piedad para sacarle información y, lo que es más importante, asesinaba friamente a un hombre desarmado (“Eso es una Smith and Wesson, y ya ha gastado sus seis balas”, le suelta Bond con toda la tranquilidad del mundo antes de dispararle), acción que, por cierto, no ha repetido en ninguna de las películas posteriores.

Pero una cosa que hizo Doctor No fue establecer a Sean Connery, desde la primera escena en la que aparece, como el James Bond definitivo. Antes de escoger al entonces desconocido actor escocés, Broccoli y Saltzman consideraron otras posibilidades: Cary Grant (demasiado caro, demasiado viejo con 58 años y además, era poco probable que estuviera disponible para más de una película), Roger Moore (estaba ocupado con la serie El Santo), o David Niven. La elección de Connery no satisfizo excesivamente a Ian Fleming: “No podía estar más lejos de mi idea de James Bond”, le dijo a un amigo. “Todo está mal: la cara, el acento, el pelo…”. El escritor no podía saber que la decisión definitiva de dar el papel a Connery no fue tanto de Broccoli como de su esposa, Dana, a la que hizo verle en pantalla para saber si tenía suficiente sex appeal. Su respuesta fue definitiva: “Ese es nuestro Bond. Es perfecto”.

Elegir al actor que interpretara al Doctor No también fue algo complicado. Fleming quería para el papel a su primo Christopher Lee, pero los productores se decidieron por el actor teatral norteamericano Joseph Wiseman (Lee interpretaría a uno de los villanos de Bond trece años después, como Scaramanga en El hombre de la pistola de oro); antes, tuvieron algunas ideas un poco extravagantes, como ofrecerle el papel al escritor y cronista social inglés Noel Coward. Este contestó a su oferta con el siguiente telegrama. “¿Qué si quiero interpretar al Doctor No? No. No. No”.

miércoles, noviembre 15, 2006

Mi nombre es Bond... JIMMY Bond


Como se ha publicado extensamente, Casino Royale es la única novela de James Bond que no había sido adaptada aún al cine por Eon Pictures, creadores de toda la serie oficial. Esto se debe a que sus derechos fueron adquiridos en 1954 por el productor Gregory Ratoff, lo que la impidió formar parte del paquete que comprarían tiempo después Albert R. Broccoli y Harry Saltzman. También es conocido que Ratoff, ante la imposibilidad de contar con Sean Connery para protagonizar su película, decidió finalmente rodarla como una comedia, produciendo una de las peores y más desmadradas cintas que quien esto teclea ha tenido ocasión de padecer. Volveremos a ella otro día: hoy nos interesa el primer Casino Royale.

Ratoff no fue el único en invertir en la primera novela de Ian Fleming. También en 1954, la CBS pagó al escritor mil dólares por los derechos televisivos de la obra. Así, James Bond hizo su debut en la pantalla (al menos, en la pequeña) el 21 de octubre de ese año, cuando la adaptación de Casino Royale se emitió como uno de los episodios de la serie Climax. Aún teniendo en cuenta el escaso presupuesto, la trama sigue con bastante fidelidad la novela… salvo en algunos detalles.

Por aquel entonces, eso de 007 con licencia para matar les sonaba a chino a los productores de la CBS, y lo de que el protagonista fuera inglés tampoco les terminaba de convencer… Así que el superespía se transformó en Jimmy Bond, agente norteamericano de la CIA. Lo interpretó Barry Nelson, el malvado Le Chiffre fue Peter Lorre, y la primera chica Bond recayó en la la actriz Linda Christian.

Durante décadas, se pensó que no existía ninguna copia del programa, hasta que a finales de los 80 el historiador del cine Jim Schoenberger encontró una en Chicago. Los que han tenido ocasión de verla suelen coincidir en que es malo de caerse, aunque resulta toda una atracción para los fans. Por cierto, con motivo del estreno del Casino “oficial”, se dice que en Estados Unidos van a sacar una edición especial en DVD de la versión de 1966, donde se incluye el programa televisivo como uno de los extras. Si alguien tiene un reproductor multizona y va a USA, ya sabe lo que tiene que hacer si quiere oír hablar a Bond, por primera y única vez, con acento yanqui.

martes, noviembre 14, 2006

Preste atención, 007...



Esto, la verdad, no es una entrada propiamente dicha. Pero sucede que esta noche, por fin, es el estreno mundial (en Londres, of course, y como es tradición, con la presencia de la Familia Real) de Casino Royale, la última película de Bond, James Bond, el agente secreto menos secreto de todos los tiempos, con nuevo rostro -Daniel Craig-y, dicen, un giro copernicano con respecto a lo que hemos visto en las últimas cintas con el planchadísimo Pierce Brosnan. Así que, si les parece bien, les propongo pasar unos días en el mundo de 007. Entre hoy y el día 24, fecha del estreno en nuestro país, todas las anécdotas que aparezcan en este blog estarán relacionadas con la serie cinematográfica de Bond.

Es el primer monográfico de Pasa las palomitas, y espero que les guste (Si no, la sección de comentarios está abierta, como siempre). De momento, pueden abrir boca echando un vistazo aquí para ver una útil recopilación de todas las críticas de Casino Royale (y de otras películas) aparecidas hasta ahora en la prensa. Y, si quieren saber algo sobre la versión anterior de Casino… (de la que hablaremos en los próximos días), les recomiendo este sitio especializado en destripar extensamente películas malas, pero malas de morirse. Está en inglés, y aviso que tiene mucha más gracia cuando uno ha visto la cinta objeto de crítica destructiva.

Así que ya saben; pueden ir encargando el primer Martini, sacando brillo al Aston Martin y enviando el smoking al tinte. Nos vemos mañana.

lunes, noviembre 13, 2006

"Remakes" involuntarios (2)


Pues resulta que esta es una película que trata de un tío que sufre un accidente, a consecuencia del cual queda tetrapléjico. Condenado a no poder moverse jamás, decide que la vida así no tiene sentido para él, así que comienza a reivindicar su derecho a que le permitan morir, llegando hasta los tribunales…

… y no, no es Mar Adentro.

Hablábamos el otro día de remakes involuntarios, y les hablé de una película española que era clavada a otra norteamericana que en su día pasó bastante desapercibida. Pues aquí está. La cinta, digamos, original, se llama Mi vida es mía (Whose life is it, anyway?) y la dirigió en 1981 John Badham, el de Fiebre del sábado noche y de una versión de Drácula (1979) de lo más estimable. En lugar de Javier Bardem, tenemos a Richard Dreyfuss, y en vez de la abogada interpretada por Belén Rueda, a un médico al que da vida John Cassavettes. Pero las coincidencias son más que notables, y sería de agradecer repescarla en DVD o en televisión para hacer las inevitables comparaciones en un programa doble.

De todos modos, como ya avisé hace unos días, la idea de un posible plagio de Abenamar debe descartarse. ¿Por qué? Porque Mi vida es mía está basada en una obra de teatro escrita por Brian Clark y es una obra enteramente de ficción, mientras que Ramón Sampedro fue un personaje real. El final de ambas cintas tampoco es el mismo, o mejor dicho, sí, pero se llega a él de una manera diferente. Con todo, es inevitable hacerse una pregunta incómoda (periodista que es uno): ¿Llegó a verla Abenamar?

viernes, noviembre 10, 2006

Te lo juro por mi madre

Un rasgo que caracterizó a William Wyler, del que hablábamos ayer, fue su fama de perfeccionista. Sin embargo, Charlton Heston, que trabajó con él en dos películas, no lo recuerda en sus memorias como un director especialmente severo. Otras estrellas de Hollywood tenían una opinión muy distinta.

En 1939, Wyler Rodó Cumbres borrascosas, protagonizada por Laurence Olivier y Merle Oberon. Para el tercer papel en importancia quería a David Niven, pero éste, que había trabajado antes con el director en Dodsworth, no estaba dispuesto a repetir aunque ello le supusiera quedar suspendido de empleo y sueldo por la productora de Samuel Goldwyn, que le tenía bajo contrato. Una tarde, Wyler le llamó a su casa y le invitó a cenar a Chasen’s, uno de los mejores restaurantes de la ciudad. Allí le preguntó directamente por qué rechazaba el papel, cuando era uno de los actores que mejor podía representarlo. Niven se sinceró:

- Willie, de verdad, te quiero mucho, y me encanta estar aquí contigo, pero cuando se trata de trabajar, eres un verdadero hijo de puta.

Wyler se echó a reír, y le prometió que había cambiado, que eso era cosa del pasado, que la película iba a ser fantástica y Niven iba a estar genial en ella. Éste se ablandó. La noche antes del rodaje, volvieron a cenar, lo pasaron estupendamente, y se despidieron con un abrazo. El director le recordó a Niven: “No te preocupes. Te divertirás... He dejado de ser un hijo de puta”.

A la mañana siguiente, Niven tenía que rodar una escena con Merle Oberon en la que llegaban en calesa a la entrada de la casa. Tras parar los caballos, ella le decía: “Entra, Edgar, y toma una taza de té”. A lo que él contestaba “En cuanto haya amarrado los caballos”.

Nada más decirlo, se ganó una bronca de Wyler. Mal, muy mal. Había que repetir la toma. Volvió a pasar lo mismo. Una vez más. En total, Niven calcula haber hecho la escena algo más de cuarenta veces, hasta que Wyler dijo por fin: “Bueno, si esto es lo mejor que puedes hacer, habrá que quedarse con la primera toma”. Entonces el actor le preguntó:

- Willie. ¿Te acuerdas de la cena de anoche?

- Sí, me acuerdo. ¿Y?

- Sigues siendo un hijo de puta, ¿verdad?

- Sí... ¡Y pienso seguir siéndolo durante catorce semanas!

jueves, noviembre 09, 2006

Un ajuste de última hora


Me comenta un habitual de este blog que ha tenido la oportunidad de ver en DVD Horizontes de grandeza (1958) y sólo puedo decir que siento una profunda envidia de su videoclub, porque la inmensa mayoría no tienen en su oferta ni un solo clásico. Si quieres verlo en DVD, hay que comprarlo. La película tiene un excelente reparto, y se recuerda hoy entre otras cosas por la violenta pelea a puñetazos entre Gregory Peck y Charlton Heston; según recuerda el segundo en sus memorias, tardó dos días en rodarse y dejó a ambos actores al borde del agotamiento.

Heston había aceptado el papel en la película a pesar de no ser el protagonista, sólo por poder trabajar con el director, William Wyler. Muy comprensible, porque la lista de obras, si no (todas) maestras sí sobresalientes que tiene este hombre en el curriculum es difícil de igualar: Jezabel, Cumbres borrascosas, La carta, la Heredera, Los mejores años de nuestra vida... Le quedaba por filmar la mayor superproducción que haría jamás, Ben-Hur (1959), y en ella repitió con Heston, que ahora sí tendría el papel principal. El rodaje fue largo, duro y complicado, pero no tanto como para que Wyler, que tenía merecida fama de perfeccionista, se olvidara de algunos detalles que quería ajustar en su película anterior.

Un día, Wyler le hizo una petición a Heston: quería volver a filmar unos primeros planos suyos para insertarlos en Horizontes de grandeza, concretamente en la escena de la pelea con Gregory Peck. Un día en que acabaron pronto de filmar, trajo una cámara de 35 milímetros (Ben Hur se rodaba en 70 milímetros) y un operador. Heston se quitó el traje de romano y se puso las patillas que llevaba su personaje en Horizontes... e intentó volver a ponerse en la piel del capataz que había terminado de interpretar nueve meses atrás. Nunca supo si esos planos rodados durante Ben-Hur se usaron en el montaje final de Horizontes de Grandeza, o si Wyler prefirió quedarse con los originales. Pero supone que, por fin, se quedó satisfecho.

miércoles, noviembre 08, 2006

El papel que nadie quería

No me importa confesar que, muchos sábados por la noche me he enganchado a Las Vegas. Ya, ya sé que comparada con otras series de las que hablamos aquí de vez en cuando (Los Soprano, A dos metros bajo tierra, Nip/Tuck, Los hombres de Paco... Bueno, no hagan mucho caso de la última) no les llega a la suela del zapato; es pura Coca Cola televisiva. Pero entretener, entretiene. En su reparto destaca un James Caan bastante maduro (y quizás un poco estirado), trabajando a destajo después de su resurrección. Porque hubo un tiempo en el que Caan estuvo artísticamente muerto.

Al principio, no fue así; los lectores más crecidos recordarán a este actor como una de las grandes estrellas del Hollywood de los años 70: El Padrino (1972), Funny Lady (1975), Rollerball (1975), Un puente lejano (1977)... Luego, fue perdiendo fuelle, debido tanto a algunas películas que no funcionaron bien como a ciertos problemas con las drogas que dañaron seriamente a su reputación; al final, su fama era la de un drogadicto que había perdido todo su tirón en taquilla. Y, si lo primero era grave, lo segundo lo era más aún.

Entonces llegó Misery (1990). Basada en una novela de Stephen King, está sin duda entre las mejores adaptaciones al cine de la obra de este autor (las otras dos, para mi gusto, son Carrie y El Resplandor). Recordemos a grandes rasgos el argumento: Paul Sheldon, un escritor de novelas románticas, queda atrapado tras un accidente en la casa de una psicópata admiradora suya. Estos dos personajes dominan toda la película. Pero, cuando el director Rob Reiner empezó a formar el reparto, se encontró con que nadie quería interpretar a Sheldon. Esta es la lista de los actores que dijeron que no: William Hurt, Kevin Kline, Michael Douglas, Harrison Ford, Dustin Hoffman, Robert DeNiro, Al Pacino, Richard Dreyfuss, Robert Redford y Warren Beatty. ¿A qué se debía un rechazo tan general?. La razón es muy sencilla:

El papel bueno es el de la mujer. Ella es la que se luce y la que domina todas las situaciones, incluido al personaje masculino, que se pasa casi toda la película en la cama. Por tanto, estas estrellas masculinas sintieron un rechazo visceral hacia Sheldon. ¿A merced de una mujer durante dos horas? No, gracias. Sólo Caan lo cogió, tras jurar a Reiner que estaba limpio de drogas, porque vio en él una nueva oportunidad. Hizo bien: Kathy Bates ganó el Oscar por su papel de asesina, pero lo menos que se puede decir de Caan es que está a su altura.

Por cierto, Caan no era el único que estaba en el limbo por aquel entonces. Reiner reconoció después que podía habérselo ofrecido a Richard Gere... Pero por entonces había tenido tantos fracasos seguidos, que ni siquiera se pensó en él. Pretty Woman (1992) no sólo le cambió la vida a Julia Roberts...

martes, noviembre 07, 2006

Con estos bueyes hay que arar

Si Peter Bodganovich, del que hablábamos ayer, puede hacer libros tan buenos como sus películas, e incluso mejores, ello se debe a que comenzó su carrera escribiendo, no detrás de una cámara. Es de los pocos que han pasado de ser críticos de cine a convertirse en cineastas. Otro caso, más cercano a nosotros, es el de Jose Luis Garci. Que conste que tengo algunas críticas suyas antiguas, y no son nada malas. En cuanto a su cine... Venga, va, se admiten opiniones.

Volviendo a Bodganovich, las circunstancias en que comenzó su carrera como director son realmente curiosas. Su padrino, como el de tantos otros, Jack Nicholson o Coppola entre ellos, fue el director y productor Roger Corman, experto en obtener buenos resultados gastando lo mínimo imprescindible. En el caso de Bodganovich, le ofreció la posibilidad de dirigir una película con los siguientes medios:

a) Podía rodar dos días con Boris Karloff, la mítica estrella de cine de terror, que entonces contaba 80 años de edad.

b) Podía utilizar veinte minutos de rodaje sobrante de la película The Terror, que Corman había rodado con Karloff como protagonista veinte años antes.

c) Disponía de otros diez días de rodaje, presupuesto ignoto y actores muy conocidos en su casa a la hora de comer.

¿Puede salir de aquí una película magistral? Puede: Targets (1973), donde una vieja estrella del cine de terror se ve enfrentada a monstruos mucho más reales, producidos por la sociedad moderna. Si alguien no la ha visto, que la apunte, porque algún día tienen que pasarla por la tele o sacar alguna edición en DVD, por cutre que sea, y apuesto a que no ha perdido nada de su capacidad de impactar en pleno estómago al que la ve por primera vez. Fue la última película de Karloff; después de unos cuantos años encerrado en mediocridades, constituyó una despedida más que digna.

lunes, noviembre 06, 2006

La primera estrella

Me llegan noticias de que se ha publicado en España (no me acuerdo de con qué título) el último libro de Peter Bodganovich, titulado originalmente Who the hell’s in it. En él hace una semblanza de aproximadamente treinta estrellas clásicas de Hollywood a las que trató en algún momento de su vida, desde James Stewart a Audrey Hepburn, pasando por Jack Lemmon y por ese magnífico y semidesconocido actor que es Ben Gazzara. Se lo digo sin rodeos: cualquier amante del cine se siente con él como un niño en una tienda de caramelos. Con la diferencia de que, cuando por fin decides empezar, nunca llegas a empacharte.

De todos modos, en el epílogo habla de su pesimismo por el desconocimiento del cine clásico que está notando entre la juventud de su país. Incluso cuenta cómo durante un rodaje se dirigió a un actor pidiéndole que volviera a hacer una escena con otro estilo, “como Cary Grant”, y se encontró con la sorprendente respuesta: “¿Como quién?”.

¿Llegaremos algún día a olvidar a Cary Grant? Yo, desde luego, no, pero... A fin de cuentas, otras estrellas del pasado ya se han borrado del recuerdo de muchos espectadores. Ayer hablábamos de Mary Pickford; de ser la más grande en los años 20, se ha quedado hoy en una referencia para cinéfilos. Sin embargo, no fue la primera estrella de Hollywood: ese honor corresponde, con toda probabilidad, a Florence Lawrence. ¿Se acuerda alguien de ella?

¿Y por qué fue la primera estrella? En los primeros tiempos del cine mudo, no era muy común que el público retuviera los nombres de los actores. Lawrence protagonizó varios cortos para la productora Biograph, y como “La chica de la Biograph” era conocida. Hasta que llegó Carl Laemmle, presidente de la Independent Motion Picture Company (luego fundaría Universal) y planeó una estrategia que daría lugar a lo que hoy conocemos como star-system. Primero, contrató a Lawrence para su productora. Después, lanzó una cadena de noticias falsas en las que se decía que “la chica de la Biograph” había sido secuestrada, asesinada o atropellada por un tranvía. Tras conseguir con esa táctica el interés del público, publicó un desmentido rotundo de tantos “rumores infundados”, y anunció que, con motivo de su nuevo contrato con Independent, la actriz Florence Lawrence sería agasajada en una gran recepción pública en la ciudad de San Luis.

La táctica funcionó, y los primeros fans de la historia del cine se agolparon por miles en las calles para contemplar la llegada de la estrella. Lástima que, más de un siglo después, el brillante plan de Laemmle haya producido efectos colaterales como Tom Cruise.

domingo, noviembre 05, 2006

"Remakes" involuntarios



Como todos los domingos, pongo la radio durante el desayuno. Hoy me encuentro con una entrevista a Luis Miguel Carmona, que acaba de publicar un libro sobre los remakes en el cine. La idea es original, y el libro tiene buena pinta; lo malo es cómo se va desarrollando la tertulia. Primero, hay que aguantar los comentarios de una tal Isabel (no conozco su apellido) que responde a todas las características de ese temible espécimen que es el progre disecado (no reciclado): el cine yanqui es malo, es colonizador, es simplista, es imperialista, etc, etc, y más etc. A estas horas de un fin de semana, la verdad, no tiene uno el eso para ruidos.

Segundo, a medida que charlan, autor y tertulianos se van sobrando más: le perdonan la vida a Abenamar por Abre los ojos, sostienen que Interferencias, la cuarta versión de The Front Page perpetrada en 1988 por Ted Kotcheff y protagonizada por Burt Reynolds y Kathleen Turner no está nada mal y tiene “un ritmo trepidante” (Perdonen: ¿ese ruido del fondo no es Billy Wilder retorciéndose en su tumba?). Y para terminar, Carmona se despide con su descubrimiento de que Atmósfera Cero, aquella cinta de ciencia-ficción protagonizada en 1980 por Sean Connery, es un remake oculto de Solo ante el peligro (Fred Zinnemann, 1952) “cosa que nadie ha dicho antes”. Uy, no, qué va. Sólo casi la totalidad de los críticos cuando se estrenó, no sé cuánta gente del público que la vio, y hasta la revista Mad en la versión paródica que publicó de la misma. Gracias por iluminarnos, colega.

Hay otro tipo de remakes de los que no sé si habla este libro: los que se hacen sin querer. Ha ocurrido en ocasiones que dos películas hechas en distintos países y diferentes épocas tienen algunas escenas más que similares. Uno de los ejemplos más claros es el del ladrón que está desvalijando un piso, cuando de repente suena el teléfono: lo coge, y es la llamada de una emisora de radio ofreciendo un importante premio si responde a determinada pregunta. El ladrón contesta correctamente, y el dueño del piso es el beneficiado del premio. ¿Les suena? No sería extraño, pues ha aparecido en dos magníficas películas: Historias de la radio, dirigida en 1955 por Jose Luis Saenz de Heredia, y Días de radio, realizada en 1987 por Woody Allen. Bien es cierto que en cada una la historia es tratada de forma muy distinta, pero la casualidad sigue siendo considerable...

... Aunque no es la única. Me lo dejo para otra ocasión, pero una famosísima -y reciente- película española es lo que se dice clavada a una cinta americana de la que hoy no se acuerda nadie. ¿Les suena cuál puede ser? ¿Y por qué, a pesar de la similitud entre ambas, no puede hablarse de plagio?

POSTDATA: Como pueden ver, seguimos con el apagón gráfico. Como dijo aquél, "estamous trabajando en ellou"... Mientras, pueden pinchar en el rectángulo para ver una captura de Historias de la radio.

sábado, noviembre 04, 2006

Primeros sueldos

Es lo malo de hacer zapping; puedes encontrarte con cualquier cosa. Por ejemplo, con Marta Sánchez. No es que tenga nada específico contra ella, pero reconozco que no es mi tipo de artista, mi tipo de chica ni mi tipo de nada. Aunque el otro día me llamó la atención, porque estaba hablando de sus comienzos, y recordó que por uno de sus primeros conciertos con Olé Olé (si les suena este grupo lo siento, porque eso me da una pista bastante clara sobre su edad...) cobró treinta mil pesetas, y se dio un capricho: comprarse unos buenos zapatos.

Lo cual me trae a la mente que, si repasamos algunos casos del mundo del cine, muchos actores famosos empezaron con unos emolumentos incluso más bajos... O muy similares: 30.000 pesetas es también la cantidad que cobró Ángela Molina por su primer papel en una película. Pero echemos un vistazo a los tiempos del cine clásico: David Niven, empezó con cinco libras al día por un papel de extra sin frase en la cinta británica de 1933 All the winners. Mary Pickford, la mayor estrella de los tiempos del cine mudo, cobró diez dólares diarios en 1909, en una película, por cierto, de David W. Griffith. Casi cuarenta años después, los sueldos de los extras no debían haber subido mucho, porque eso es lo que cobró también Rock Hudson por su primer trabajo para el cine, el 19 de marzo de 1948. La fecha es conocida porque Hudson nunca hizo efectivo el cheque con su paga: prefirió guardarlo como recuerdo el resto de su vida.

Y es que a veces se dan pequeños casos de fetichismo con las pruebas en papel de que uno está empezando a hacer dinero de verdad. Por ejemplo, Richard Burton, que nació en la pobreza más extrema, quedó tan impresionado por el dinero que le ofrecieron cuando firmó por tres películas con el productor Alexander Korda, que llevaba siempre una copia del contrato en el bolsillo. Y cuando Eddie Murphy cobró un millón de dólares por aparecer en algunas escenas de la justificadamente olvidada película La mejor defensa... El ataque (1984), enmarcó el cheque y lo colgó en la pared... Es decir, enmarcó una copia; el fetichismo no llegó tan lejos como para impedirle cobrarlo.

POSTDATA: como habrán podido ver quienes se asomen por aquí, tenemos un hermoso rectángulo negro donde debería haber una fotografía de Eddie Murphy (por favor, ahórrense los chistes políticamente incorrectos sobre si no será un primer plano...). El caso es que llevo 24 horas con problemas para subir fotografías al blog; éste el resultado que obtengo al intentarlo. Así que he optado por meter así la entrada (mejor que no meter ninguna), y ya lo cambiaré cuando lo consiga arreglar.

Por supuesto, si algún lector tiene alguna idea sobre lo que está pasando aquí, acepto sugerencias. Muchas gracias.

jueves, noviembre 02, 2006

Lujo y detalle


El centenario del nacimiento de Luchino Visconti me ha cogido con la guardia cambiada; llevo años sin ver una película suya desde que repasé en vídeo Rocco y sus hermanos. Siento que tengo que ponerme al día. Hoy mismo he estado sopesando en un VIPS comprar la edición semi-especial de La caída de los dioses. Nueve euros de nada. Eso sí, la llamo edición semi-especial porque, aunque sean dos discos, es bastante parca en extras (Como las de Uno de los nuestros o Amarcord. Muchas gracias, señores de la Warner).

Visconti era de todo menos parco, tanto en sus películas, como en sus óperas -dirigió varias- como en su vida. Su origen aristocrático le marcó un profundo gusto por el lujo, que llevó siempre que pudo a su obra. A pesar de que proclamaba no pasarse nunca del presupuesto, era terriblemente exigente y minucioso. Dos de los rodajes de su segunda época (El Gatopardo y la mencionada La caída de los dioses) son un buen ejemplo de ello. Para la primera, envió a buscar los exteriores a Gioacchino Lanza Tomasi, hijo adoptivo de Giuseppe de Lampedusa, autor de la novela original. Muchos de los extras que participaban en la larga secuencia del baile eran verdaderos aristócratas, y un amigo de Visconti, el Duque de Verdura, colaboró en el rodaje asesorando sobre el modo correcto en que la nobleza siciliana vestía, hablaba y bailaba la contradanza. Durante las primeras semanas de rodaje, los encargados de vestuario comenzaban su trabajo a las cuatro de la mañana y terminaban a las diez de la noche. Y el peinado de Claudia Cardinale era de tal complicación, que su peluquera llegó a sufrir una crisis nerviosa.

Con La caida... Cuya trama transcurre durante el ascenso del nazismo, utilizó una meticulosidad similar. Su equipo de rodaje tomó literalmente la población austriaca de Unterach am Attersee y la llenó de esvásticas y tropas de asalto de las SS para hacerla pasar por alemana. Visconti llegó a importar salchichas de Alemania, porque su aspecto era distinto del de las que hacían en aquella parte de Austria. El grado de realismo conseguido quedó, desgraciadamente, muy claro, cuando un judío que estaba de visita en el pueblo se encontró con todo aquello, y sufrió un ataque al corazón.

miércoles, noviembre 01, 2006

A dos metros bajo tierra



Quede una cosa clara: por mucho que se hable de Hollywood en sus entradas, este blog, mientras no se demuestre lo contrario, es genuinamente español. Así que nada de Halloween. Pero nada. Bueno, si tienen el DVD de esa maravilla que es Pesadilla antes de Navidad, de Tim Burton, es una buena noche para ponerla. Pero eso es todo. Aquí, noche de difuntos, como está mandado, con buñuelos, huesos de santo y Don Juan Tenorio. Las calabazas, para el potaje de garbanzos. Y como a algún enano descerebrado se le ocurra llamar a mi puerta con esa gilipollez de “truco o trato”, le mando de una patada a casa de Spielberg, a ver si allí por lo menos le enseñan inglés (¿quién sería el idiota que estableció que “truco o trato” es la traducción de “trick or treat”?).

Así que dejemos los fantasmas y hablemos de difuntos. Por lo menos, del paso al más allá de algunas leyendas del cine, y aquí hay que reconocer que ha habido de todo: en el apartado de entierros para la historia cabe recordar el de Rodolfo Valentino, muerto de peritonitis en 1926 y sin duda, el mayor sex symbol que diera hasta el momento la gran pantalla. Su funeral congregó a más de 50.000 personas, mujeres en su mayor parte, y estuvo salpicado de desvanecimientos, ataques de histeria e incluso algún suicidio. Multitudinario fue también el entierro del tiránico y odiado Harry Cohn, fundador y dueño de Columbia Pictures, aunque el motivo de tanta asistencia no fuera precisamente el cariño. Lo explicó muy bien Billy Wilder: “Es que, cuando le das a la gente lo que quiere ver, acuden en masa”.

Pero hay un apartado curioso en el tema del paso al más allá, y son algunas cosas que determinados difuntos se llevaron consigo. Por ejemplo, Sammy Davis Jr. pidió que le enterraran con el reloj de oro que Sinatra le había regalado durante su última gira juntos; Bela Lugosi, con su capa de Drácula; George Reeves (el primer Superman de la televisión), con el traje gris que había llevado durante años interpretando a Clark Kent; Errol Flynn, con seis botellas de whisky. Y el mejor, lógicamente, se queda para el final: Humphrey Bogart, con un silbato de oro que Lauren Bacall dejó en su ataúd. ¿Recuerdan cómo se conocieron? “Si me necesitas, silba”...