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domingo, abril 18, 2010

Cincuenta años desde LA escena



Pues así, como el que no quiere la cosa, resulta que ya se han cumplido cincuenta años desde el estreno de Psicosis. Lo cual quiere decir también que se han cumplido cincuenta años desde que el público de todo el mundo se echó a los ojos por primera vez la famosa escena de la ducha. No exageramos, creo, si decimos que muy probablemente sea la escena más copiada, homenajeada o parodiada de la historia del cine, en dura competición con el carrito del bebé de El acorazado Potemkin (Sergei M. Eisenstein 1925).

Recordaban el pasado domingo en El País algunos libros publicados no sobre la película, no sobre Hitchcock, ni, desde luego, sobre Robert Bloch, un eficaz escritor de cuentos de intriga y terror hoy bastante olvidado, sino únicamente sobre la escena de la ducha; y es altamente probable que dentro de otros cincuenta años asistamos a una nueva conmemoración. No creo que para entonces haya envejecido ni un ápice, tal es su perfección en el planteamiento y resolución de un momento cumbre en el argumento de una cinta destinada a mantener en todo momento a los espectadores en vilo, además de todo lo que supuso en experimentación e innovación. Lenguaje cinematográfico sin aditivos.

Dicho todo esto ¿qué voy a contarles hoy aquí que no se haya dicho ya… o que sí se haya dicho, en feliz expresión de Les Luthiers? Ya se sabe que la humilde intención de este blog es dar a conocer anécdotas o detalles no demasiado populares del universo, enorme y en perpetuo crecimiento, de las películas. Pero me temo que aquí lo tengo claro. Ni uno sólo de los planos que la componen se ha librado de ser diseccionado por especialistas más sesudos y con más conocimiento que su seguro servidor.

Pero por lo menos, si no puedo ser sorprendente, sí está a mi alcance ser exhaustivo, o al menos intentarlo. Porque sobre la ducha más famosa de la historia del celuloide se han contado muchas cosas, y a pesar de que seguro que ustedes conocen la mayoría, no estaría de más recordar aquí que:
  • Tardó una semana entera en rodarse.
  • La sangre era sirope de chocolate.
  • Anthony Perkins no participó en el rodaje de la escena; la mano asesina es… la del propio Hitchcock, que conocía a la perfección el grado de inclinación que quería darle al cuchillo y cómo quería clavarlo. Cabe pensar que también disfrutaría lo suyo.
  • La silueta de la madre de Norman Bates es la de la especialista Margo Epper, de 24 años. Y la de Marion Crane, excepto en los primeros planos, la de Marli Renfro, de 23.
  • Hitchcock no tenía intención de añadir música a la escena, y sólo lo hizo después de que el compositor Bernard Herrmann le convenciera de lo contrario; la música compuesta por este aumenta mucho más el impacto.
  • El total de puñaladas que se dan es 17, pero para su estreno en el Reino Unido, la censura británica las redujo a tres.
  • La secuencia fue diseñada por Saul Bass, el mago de los títulos de crédito, que dominó como nadie el arte de abrir las películas haciendo circular los nombres en entornos tan creativos como todo lo que venía después, y a veces, más incluso. La dibujó plano a plano, y, por cierto, también se atribuyó haberla dirigido, aunque fue desmentido por muchos de los que participaron en el rodaje, incluida la propia Janet Leigh.
  • Y lo que más molestó a los censores en su día no fue ningún detalle referente al asesinato, sino... el ruido de la cisterna del retrete que aparece al final de la escena y que hasta la fecha no había aparecido nunca en una película de Hollywood. No parece una cosa muy nornal, si quieren, pero claro ¿quién ha dicho que un censor tenga que ser una persona normal?

lunes, junio 30, 2008

Dos piernas, muchos nombres

El pasado día 17 nos dejó una de las bailarinas más elegantes que hayan pasado nunca por la gran pantalla. Lógico, si consideramos que Cyd Charisse provenía nada menos que del ballet ruso, y tenía una formación clásica que ya quedó clara en la escena onírica que compartía con Gene Kelly en Cantando bajo la lluvia (1952), que no fue su primera película, pero sí la que la lanzó a la fama. A partir de ahí, todo fueron, durante años, bailes inolvidables, muchas veces acompañando a las dos mayores estrellas de la danza que ha dado el cine: Fred Astaire y Gene Kelly en títulos tan inolvidables como Brigadoon (por cierto, en su día un fracaso sonado), Siempre hace buen tiempo o La bella de Moscú, personalmente la película de todas estas que menos aguanto, no sólo porque está a años luz de la obra maestra en que se basa, Ninotchka, sino porque algunos de sus números (Stereophonic Sound, sin ir más lejos) son de un hortera inaguantable. Para que yo diga eso de una peli de Astaire, imagínense cómo tienen que ser.

Todo el mundo la ha recordado estos días por sus papeles en estos musicales, pero uno, al que siempre le ha gustado ir contra corriente, la tiene muy presente en Dos semanas en otra ciudad (1962), un fantástico melodramón dirigido por Vincente Minnelli donde solicitó interpretar el papel de Carlotta, la malvadísima esposa de Kirk Douglas. Lo obtuvo, y lo bordó, demostrando que tenía mucho más que ofrecer al cine aparte de un par de piernas maravillosas (y aseguradas en su día por cinco millones de dólares).

Si quieren conocer alguna curiosidad sobre Cyd, ahí van un par de ellas. Cantando bajo la lluvia cuenta la historia de la adaptación de las estrellas del cine mudo al sonoro, y de cómo una actriz inaguantable es doblada por una chica desconocida para que el público no se de cuenta de que su voz verdadera es horrible. Sin llegar a esos extremos, Cyd Charisse también fue doblada: cuando canta en La bella de Moscú, Siempre hace buen tiempo y Brigadoon, la voz pertenece en realidad a la cantante Carole Richards.

Y la otra curiosidad… ¿Qué clase de nombre es Cyd Charisse? Una magnifica explicación de la adopción de este nombre artístico fue ofrecida en su día por el publicista de la MGM Howard Dietz: “Cuando nació la bautizaron Tula Ellice Finklea. Su hermano mayor la puso el mote de “Sid”. Se unió al Ballet Ruso y adoptó el nombre de Felicia Sidarova. Después, lo cambió por María Estamano. Se casó y se convirtió en la señora de Nico Charisse. Al principio de su carrera, adoptó el nombre de Lily Norwood. MGM lo cambió por el de Sid Charisse, y al final se convirtió el Cyd Charisse”.

martes, junio 03, 2008

¡Popbusters!


Hace poco tuve viajecillo de prensa. Y, como suelo hacer siempre para amortiguar las horas muertas en aeropuertos y hoteles, revistilla de cine al canto. En el Empire de junio me he encontrado con un magnífico artículo sobre un fenómeno que tenemos hoy un poco olvidado, pero que nos ha afectado de lleno en las dos décadas anteriores: los Popbusters, o sea, las canciones catapultadas al número uno de las listas por formar parte de la banda sonora de una película de éxito.

Lo curioso no es que este fenómeno se haya producido, sino que haya desaparecido de repente. ¿Cuántas de esas canciones pueden recordar relacionadas con éxitos de taquilla de los últimos cinco años? Ah. Según explica Dorian Lynskey en el texto, las cosas han cambiado mucho en el mercado musical, y “una canción de éxito ya no es una herramienta promocional segura”. Porque la cosa funcionaba en dos direcciones: la canción remitía a la película, y viceversa. Pero hoy la música se comercializa de otra manera, MTV ya no es lo que era, Internet está volviendo del revés a las discográficas -y no sólo a ellas- y, last but not least, hay grupos que tienen verdadero miedo a quedar identificados por una sola canción. Quizá por todo eso sagas de éxito como Piratas del Caribe, según declara en el artículo Kathy Nelson, presidente de la división de música cinematográfica de Universal, salen sin cancioncilla en los títulos finales: unos años antes, eso habría sido algo impensable.

¿Volverán los popbusters? Como en este mundo todo pasa y todo queda, que decía aquél, la verdad es que nunca se sabe. De momento, vamos con una pequeña lista de esas canciones que, como decía Jose María Iñigo, todos hemos tarareado alguna vez, y sobre todo en unos años en los que nos las metían hasta por las orejas. Pero pegadizo no quiere decir necesariamente bueno, y repasando las más conocidas, en estricto orden cronológico, nos encontramos con:

Up where we belong. Joe Cocker y Jennifer Warnes para Oficial y Caballero (1982).
En buena parte, la responsable de iniciar el fenómeno. Y eso que ni Don Simpson y Michael Eisner, responsables entonces de la Paramount, la querían en la película. Incluso después de que pasara tres meses en el Top Ten, ganara un Oscar, un Globo de Oro y un Bafta, Simpson seguía diciendo que “es una puta mierda de canción”. Desde luego, es empalagosilla -como otras muchas- pero al lado de la peli, es la Quinta de Beethoven.

Flashdance… what a Feeling. Irene Cara, para Flashdance (1983).
¿Se pueden creer que no he visto esta película? Pero he oído tantas veces la cancioncita, que me siento como si lo hubiera hecho. ¿Qué era, de la trabajadora de una acería o así, que quería triunfar como bailarina? Lo dicho; la he visto, seguro. O tal vez no… en todo caso, me quedo con el homenaje que la rindieron en Full Monty.
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The power of love. Huey Lewis & The News para Regreso al Futuro (1985).
Desde luego, una de las mejores combinaciones canción & peli que un servidor ha visto y oído. El grupo más admirado por Patrick Bateman logró aquí uno de sus éxitos más pegadizos y repetidos. Cierta revista de divulgación científica la uso para el vídeo de conmemoración de sus primeros cinco años de vida. Con eso, está tó dicho.

Take my breath away, de Berlin, para Top Gun (1986).
La viril película de viriles pilotos de combate protagonizada por el viril Tom Cruise. Así que no se sabe qué pinta aquí esta balada tan tierna y ochentera hasta la muerte en todos sus detalles, desde los arreglos y el sonido hasta el cardado del dúo que la interpreta. Con esto no hay quien huela a napalm por la mañana; en todo caso, a laca por un tubo.

Nothing’s gonna stop us now, de Starship, para Mannequin (1987).
Seamos sinceros: nadie ha visto Mannequin. Vamos, es que ni me acuerdo del título en español. Pero la canción, bueno, es escucharla y me empiezan a crecer las hombreras.

(Everything I do) I do it for you. Bryan Adams para Robin Hood, Príncipe de los Ladrones (1991).
Con los noventa sigue el fenómeno, y empieza la constatación de que todas estas canciones se están pareciendo, digamos, demasiado. Sin ir más lejos. ¿Esta misma canción no hubiera podido colocarse, sin cambiarle una coma, en alguna de las otras pelis de las que estamos hablando? Hagan la prueba. No hubiera quedado mal, por ejemplo en…

I will always love you. Whitney Houston para El guardaespaldas (1992).
… o quizá no. Porque el Adams tendría muy poco que hacer al lado de este temazo, que ha pasado a la historia por estar al alcance de muy, muy pocas cuerdas vocales sobre la superficie del planeta. Una Whitney predivorcio, preanfetas, pre de todo, la bordó (mucho más que Dolly Parton, que fue su intérprete original). Pero ahora, cuando alguien la pide en un karaoke, lo mejor es echar a correr antes de que empiecen a aparecer más gallos que en Evasión en la Granja.

All for love. Bryan Adams, Sting y Rod Stewart para Los tres mosqueteros (1993).
Vamos a pasar por aquí rápidamente; esta canción me provoca dolores de parto, y la película a la que adorna, también. Mayor sacrilegio de la obra de Dumas nunca vi, y eso que me he tragado El Conde de Montecristo de Jim Caviezel. ¿Dónde estaba Pérez-Reverte que no empezó a repartir mandobles a director, presuntos actores y aún más presuntos cantantes?

My heart will go on. Celine Dion para Titanic (1998).
Y con esto llegamos, creo, al canto del cisne. La sucesora de Barbra Streisand como icono gay del siglo XXI lleva diez años dando la brasa con el asunto de que su corazón seguirá. Y sigue, y sigue, y sigue, como el conejito de Duracell. ¿Alguien ha oído a esta mujer cantando otra cosa, aunque sea el Cumpleaños feliz?

Con esto acabo, aunque soy consciente de que me he dejado muchas en el tintero (Ghostbusters, de Ray Parker, Call Me, de Blondie, Love is all around, de Wet Wet Wet…) que quizá den para otra entrada un día de estos. Queda una duda, de todos modos: ¿cuál sería el Popbuster español? Pues está claro: !Gran Ganga, de Almodóvar y MacNamara para Laberinto de Pasiones!

lunes, abril 21, 2008

El talento y el talante

¡Discos de Sinatra! De piedra me quedé ayer cuando vi la última promoción con que los chicos de la prensa escrita intentan redondear un poco los cada vez más menguantes ingresos procedentes de la venta de ejemplares en quiosco. En este caso es El País es que va a ofrecerlos a partir del próximo domingo, pero cuando eché un vistazo más detallado a la oferta, me desilusioné un poquillo. Les cuento por qué.

El texto del anuncio reza que la colección, faltaría más, incluye “todos sus temas más emblemáticos: My Way, New York New York, Strangers in the Night…”. Vamos por partes: estas tres canciones no son ni de lejos las más emblemáticas para un verdadero amante de Sinatra; como mucho, son las más solicitadas en los karaokes, y pare usted de contar. Los títulos de los álbumes acaban de confirmar mis temores: son todos de los 60, 70 y (¡glups!) 80, pertenecientes a la etapa Reprise, la más conocida y la menos interesante. Reprise es la compañía discográfica que creó Sinatra para producir sus propios trabajos, una vez acabó su contrato con la Capitol. Y, aunque la colección va a incluir piezas tan interesantes como Sinatra & Basie (magistral), Francis A. Sinatra & Antonio C. Jobim (curioso, y con mucha clase… y sí, está La chica de Ipanema), Sinatra Swings o Frank Sinatra at the Sands (para oírle en su salsa cuando era el verdadero Rey de Las Vegas, con permiso del otro Rey... y de nuevo acompañado por Count Basie), también hay que mantenerse alejado de cosas como L & A is my lady, y de los textos de acompañamiento, que se prometen escritos por lumbreras de la casa como Manuel Vicent (¿qué se apuestan a que Maruja Torres mete cuchara?). Por otra parte, entre las ausencias imperdonables están Ring-a-Ding-Ding, Nice n’ Easy, Young at heart (una de sus mejores canciones, en uno de sus mejores álbumes), Sinatra’s Swingin Sessions y Only the lonely, por citar unos pocos.

Así que es un Sinatra, por así decirlo, de lo más turístico. No es que esté mal, pero podía haber estado mucho, mucho mejor. Porque la etapa en la que grabó en Capitol Records fue, con mucho, la más fructífera, la que construyó el mito de Sinatra tal y como lo conocemos hoy, aunque económicamente no le supusiera el chorro de millones que le llegaría en los años siguientes, como fundador y presidente de Reprise. Hay una anécdota sobre este particular, que ilustra perfectamente el talante y el talento de quien ha sido siempre (se nota ¿no?) uno de mis músicos favoritos:

En 1960, Sinatra estaba ansioso por terminar su contrato con Capitol y lanzar Reprise, pero aún le quedaba un disco por grabar con la compañía que le había acogido cuando todo el mundo decía que estaba acabado, y con la que lanzó algunos de sus mejores trabajos. Eso le daba igual; desde su punto de vista, lo importante es que estaba obligado a hacerles otro disco para que siguieran ganando dinero a su costa. El álbum en cuestión es Point of no return, y tantas ganas tenía de acabar con todo que apareció en tromba por el estudio en el edificio de Capitol y se negó a grabar más de una toma de cada canción. Si el productor David Cavanaugh le decía, por ejemplo, “Frank, el bajo en la última toma no ha sonado demasiado bien”, Sinatra respondía “Me da igual. Vamos con la siguiente”. Apenas accedió a repetir un par de tomas y, en cuanto hubo terminado con el trabajo, salió como una tromba para nunca más volver.

Si se escucha Point of no return, no se aprecia la menor diferencia de calidad en su voz comparada con cualquier otro disco de los que grabó en esos años.

Como dice Shawn Levy en su libro Rat Pack Confidential: “He was one talented son of a bitch”.

domingo, diciembre 02, 2007

Rick no hay más que uno


Entre los aniversarios que se han celebrado estos días, resulta que también han caído los 65 años del estreno de Casablanca. Vaya por Dios. Yo es que no entiendo esa moda de empezar a celebrar el 65 aniversario de algo, en vez de los 50 años, o los cien, que era lo habitual. ¿Quiere eso decir que la jubilamos? Quizá no fuera mala idea, y así podríamos dejarnos de tanta mitomanía y ver esta cinta como lo que realmente es: una buena película, un clásico que ha resistido el paso del tiempo con más o menos dignidad… y al que se le notan también un poco las costuras.

Pero miren, este aniversario me viene bien para desfacer un entuerto que gira alrededor de esta película, y que cogió especial fuerza en los años 80, cuando Ronald Reagan fue presidente de Estados Unidos: la historia de que Reagan había estado a punto de protagonizar Casablanca. La olea de antireaganismo (no diré yo que injustificado) que recorrió España en esa época sirvió como gasolina para convertir la chispa inicial en un incendio, y la referencia apareció abundantemente en la prensa siempre que se hacía necesario a) mitificar Casablanca o b) meterse con Reagan. Pero la verdad es que la historia tiene muy poco de cierto.

Esta leyenda urbana (pues no es otra cosa) tiene su origen en una noticia publicada en The Hollywood Reporter el 5 de enero de 1942, donde la Warner Brothers anunció que su nueva producción, Casablanca, iba a estar protagonizada por Ronald Reagan, Ann Sheridan y Dennis Morgan. Pero esto tiene su explicación: estos tres actores estaban bajo contrato del estudio, y en aquella época, en la que se filmaban muchas más películas que hoy, era normal que los pasaran continuamente de un rodaje a otro para justificar sus elevados sueldos. En cuanto el productor Hal. B. Wallis comenzó a trabajar en serio en el proyecto, todo cambió. Ingrid Bergman reemplazó a Sheridan, y el papel de Victor Lazslo, que le hubiera correspondido a Dennis Morgan, fue a parar, tras considerar a muchos otros actores, a Paul Henreid.

En cuanto a Reagan, después de ese anuncio nadie volvió a considerarle para el papel. Otra leyenda sobre la película dicen que George Raft -cuya relación con la carrera de Bogart merece una entrada de por sí- también sonó para interpretar a Rick. Pero la prueba definitiva la aporta el historiador americano Rudy Behlmer en su libro Benihd the Scenes, donde aporta la fotocopia del memo enviado por Jack Warner a Hall Wallis, y en el que se lee lo siguiente:

“Querido Jack: he estado pensado muy seriamente el asunto de George Raft en Casablanca, y lo he discutido con Mike (Curtiz), y los dos pensamos que no debería estar en esta película. Bogart es perfecto para el papel y se está escribiendo específicamente para él, así que creo que deberíamos olvidarnos de Raft para este proyecto”.

Solucionados todos los temas de reparto, pues. Por cierto, ¿saben que en los 80 Casablanca se convirtió en una miniserie de televisión? Y el actor que interpretó a Rick fue David Soul, conocido sobre todo por la serie Starsky & Hutch. No he tenido ocasión de verla... pero sospecho que hubiera preferido a Reagan.

jueves, noviembre 29, 2007

Concierto privado

Aquí donde me ven, fui uno de los afortunados en conseguir entradas para el concierto de Bruce Springsteen el pasado domingo en Madrid. No voy a decirles como lo logré, porque tendría que explicar dónde están enterrados los cadáveres… El caso es que es la cuarta vez que veo al Boss en directo y, probablemente, sea la que más me haya gustado. Una anécdota para los amantes de los cotilleos: Ramón Calderón. Qué hacía en ese concierto el presidente del Real Madrid es algo que escapa a mi comprensión. Llegó el tío de chaqueta y corbata, lo más indicado para un concierto de rock; mientras todos los demás estábamos pegando botes, don Ramón estaba como una estatua en su silla, consultando no se qué en su teléfono móvil. Y finalmente, a eso de los tres cuartos de hora de concierto, desapareció; no sé a dónde, pero me da que no fue a fumarse unos petas para darse marcha…

Ya les digo, el concierto fue una gozada, pero hubo otro concierto del Boss, este bastante más personal, que hubiera dado un brazo por ver.

Verán: mis gustos musicales son bastante variados, pero tengo tres ídolos personales e intransferibles: Frank Sinatra (heredado de mi padre, que lo ponía todo el santo día), Bob Dylan (heredado de mis hermanos, que son bastante mayores que yo) y Bruce Springsteen (este sí que es de cosecha propia). Y hubo una ocasión en que tocaron juntos de forma espontánea. Lo cuenta J. Randy Tarraborrelli en su magnífica biografía de Sinatra (publicada en España por Ediciones B). Todo empezó cuando Frank se aproximaba a su ochenta cumpleaños, y comenzó a hablarse de organizar un programa de televisión en su honor. El problema era que el cantante no quería saber nada del asunto; la idea le horrorizaba, y su mujer, Barbara, no sabía qué hacer para convencerle. Finalmente, decidió invitar a cenar a su casa Dylan y a Springsteen -que iban a participar en el programa- para ver si eran capaces de hacerle cambiar de opinión. Para mantener un aire más tradicional, también invitó a Eydie Gorme y Steve Lawrence.

Tal y como se esperaba de ellos, Dylan y Springsteen se pasaron dos horas echándole flores a Sinatra y diciendo lo mucho que su música había significado para ellos, para sus padres, para todo el país. Poco a poco, a medida que corría el Jack Daniels, Sinatra se fue ablandando. Cuando los tres estaban ya borrachos como cubas, Dylan y Springsteen se turnaron en el piano y se dedicaron a cantar canciones de Sinatra. Al final, cuando todo el mundo se fue, Frank dijo a su mujer: “Estos tíos son geniales, deberían venir más a menudo. Hay que invitar a casa a Bruce y a Bob por lo menos una vez al mes”. A lo que su mujer, estiradísima en todos los sentidos, contestó tajante: “por encima de mi cadáver”.

Ese es un concierto al que me habría encantado asistir. Y no me vengan con que la anécdota de hoy es más musical que cinematográfica: a fin de cuentas, estos tres han salido en el cine...

domingo, julio 15, 2007

"Un lugar donde nadie se atrevía a ir..."

Y el éxito de Broadway para esta temporada es… ¡Xanaduuuuuu! Sí, no me miren con esa cara, que no me lo estoy inventando. Según informa la IMDB, la versión teatral de uno de los musicales más cursis de la década de los 70 ha sido estrenada en Nueva York, y ha encandilado a la práctica totalidad de los críticos; puede incluso convertirse en el sleeper del año. Hombre, ha habido otras películas de trayectoria no muy brillante que han sido un bombazo en su adaptación a las tablas - Los Productores es el mejor ejemplo- pero ¿Xanadú?.


Aclaremos a los lectores más jóvenes que este nombre no se refiere únicamente al centro comercial de San José de Valderas; tras el éxito de Grease en 1978, la Universal pensó que sería una buena idea crear un musical a la medida de su protagonista femenina, Olivia Newton-John, para acabar de lanzarla como estrella cinematográfica. Con Lawrence Gordon y Joel Silver (sí, sí, el de las sagas de Arma Letal y La Jungla de Cristal, que probablemente produjo para bajarse los niveles de azúcar que debieron quedarle después de esto) como productores, se pergeño una historia que presentaba a Olivia como una musa griega (!) que bajaba a la tierra a ayudar a un joven pintor a realizar su sueño de abrir un legendario club musical, el Xanadú del título. Para juntar a espectadores jóvenes y maduritos convencieron, no sé cómo, a Gene Kelly para que saliera de su retiro y consiguiera la peor despedida del cine que pueda imaginarse para una leyenda del musical. La banda sonora -que se vendió muy bien, todo hay que decirlo- a corrió a cargo de Olivia y la ELO. Y la película, un verdadero foco epidemial de alipori, se hundió en las taquillas.


Sin embargo, Xanadú ha ido dejando con los años algunos efectos colaterales curiosos. Por un lado, cuenta con numerosos clubes de fans que le han dedicado incluso páginas web y que, no me cabe duda, habrán ido en tropel a hacer cola para ver la adaptación en Broadway; por otro, fue la película que convenció a un joven llamado John Jb Wilson de la necesidad imperiosa de crear los premios Razzie, que desde entonces se otorgan a las peores películas del año, cuando la vio en un programa doble junto con Que no pare la música, otro musical del mismo año, este protagonizado por los Village People y que merecería una entrada para él solo en este blog, no sólo por ser mala, sino también por constituir (y que me perdonen los gays que puedan asomarse por aquí, porque no lo digo con fines peyorativos) una de las mayores mariconadas que hayan filmado nunca.


En fin, ¿se acuerdan de la letra de la peli? “A place / where nobody dared to go”, es decir, “un lugar donde nadie se atrevía a ir”. Y, sin querer, se estaban refiriendo a los cines donde se proyectaba.

P. D. NINGÚN DOMINGO SIN ENCUESTA
Como podrán ver, el blog ha sufrido algunos cambios en los últimos días. Nuevo nombre (aunque la dirección no ha variado, ni lo va a hacer), nuevos links y una dirección de correo para que comenten y pregunten con total libertad cualquier cosa que no les quepa en los comentarios. Como a mí me gusta fomentar la participación -que se está muy solito detrás de este teclado- a partir de este domingo se incluye una encuesta sobre cualquier tema cinematográfico que esté más o menos de actualidad. Arriba a la derecha, según se entra en el blog. Tienen toda la semana para responder. Es solamente un click. ¡Anímense!

lunes, enero 15, 2007

Gorgoritos

Ya sé que no se lo va a creer nadie, pero de todos modos lo aviso: no veo el Tomate, ni ningún programa similar (tampoco veo los documentales de la 2, no crean), pero es inevitable tropezarse con este tipo de cosillas en pleno zapeo. El caso es que el otro día sí perdí con él unos minutos, porque me llamó la atención: el invitado que aparecía en pantalla era un músico que había trabajado en el nuevo disco de Victoria Abril, y había acabado a tortas con la actriz (como era previsible; si hubieran seguido tan amigos, este tipo no tendría nada que hacer en ese tipo de programas).

El disco anterior de Abril, donde cantaba Bossa Nova, apareció hace un par de años, y recuerdo cómo toda la prensa se tragó la versión oficial de que era la primera incursión musical de la actriz en el mundo de la canción. Hay que tener poca memoria, porque uno, modestamente, recordaba que a finales de los años 70 esta chica había hecho incluso música disco. Un pequeño paseo por Google me permitió incluso localizar imágenes del disco anterior (ahí arriba tienen la de uno de los singles), que, por cierto, fueron publicadas en la revista donde yo trabajaba por aquel entonces. Chúpate esa, Mariñas.

Tampoco es la primera vez que un actor ha intentado ampliar su registro lanzándose al mundo de la canción. El mayor experto en este tema es, probablemente, el escritor Javier Marías, que en más de una ocasión ha confesado que colecciona discos de actores "no cantantes". Por si alguien quiere empezar colección, vamos a recordar hoy algunos: Party all the time, disco semi funky o así grabado en los 80 por Eddie Murphy; The return of Bruno, de la misma época, por Bruce Willis; Cybill sings it… to Cole Porter, versiones del compositor a cargo de la compañera de Willis en Luz de Luna; Miss Bette Davis Sings, grabado por Bette Davis en 1977; Rawhide’s Clint Eastwood sings Cowboy Songs, disco country grabado por Clint en los 60, cuando protagonizaba la serie de televisión Rawhide; y Calypso is like so, disco tropicalón y merenguero grabado por Robert Mitchum nada menos, y recomendado por Marías hasta la saciedad. A ver si la próxima vez que vaya a USA tengo tiempo de buscarlo…

Otros actores, en cambio, han reconocido que lo suyo no es la canción: James Stewart interpretó con su propia voz tres canciones de Cole Porter en el musical Nacida para la danza (1936). Fue la única vez que cantó en la pantalla… y, después de oírse en la película, anunció que también sería la última.