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jueves, octubre 30, 2008

Espectros del pasado

Uno se considera, por lo general, buen chico, pero de vez en cuando también tiene sus ramalazos de Doctor Maligno, esos días en que apetece hacer la puñeta porque sí. Y una manera excelente de hacerla es escarbando en el tortuoso pasado de algunos críticos de cine, y descubrir lo que dijeron en su día de determinadas películas. Les confieso que llevo ni sé cuánto tiempo buscando una crítica de El Padrino publicada en el año de su estreno (1972) donde un crítico muy reputado decía, literalmente, “no vayan a verla” y la tachaba de superproducción yanqui sin talento alguno, apoyada únicamente en la campaña publicitaria, y no sé cuántas cosas más. El día que la encuentre la cuelgo aquí, junto con el nombre y apellidos del profesional, claro.

De momento, les dejo este texto, que me encontré por casualidad el otro día cuando buscaba documentación para la historia de las pelis clasificadas “S”. El autor es, como en la otra entrada, el crítico –excelente, por otra parte- del equipo Reseña Angel A. Pérez Gómez, cuando repasaba las películas españolas estrenadas en el año 1979:

“En otro escalón, más bajo todavía, nos topamos con films como Pepi, Luci, Bom, y otras chicas del montón de Paco (Sic) Almodóvar, y Con el culo al aire, del valenciano Carlos Mira (…). Son dos obras que se pretenden desmitificadoras, contraculturales, provocadoras, progresistas y originales. Y lo son todo menos eso. (…) La sal gorda, la tomadura de pelo, y el importar underground yanqui de hace varias décadas con ropaje punk no es precisamente un timbre de gloria”.

Ni más ni menos. Aunque, la verdad, no creo estar siendo excesivamente malo al sacar esto aquí… porque apruebo, suscribo y hago mío todo lo que se dice en este párrafo. Tiene gracia encontrarse con este tipo de cosas, que ahora nadie tendría narices para escribir, porque es que "Paco" ha llegado muy lejos. Pero en otros tiempos, antes de los Oscar, las coartadas intelectuales y la autopromoción a punta pala, todo era muy distinto...

martes, agosto 26, 2008

El Vía Crucis de un cinéfilo lesionado (6). La carta esférica

Arturo Pérez-Reverte no sólo es uno de nuestros escritores más vendidos, sino también, quizá como consecuencia lógica, más adaptados al cine. Quizá otra consecuencia lógica, y como les ha ocurrido a otros autores de éxito, desde Stephen King a Frederick Forsyth, sea que a la hora de llevar sus novelas a la gran pantalla ha habido de todo. Bien es cierto que el que pasa por ser uno de los novelistas con un carácter más, ejem, particular por decirlo de modo suavecito (es que por aquí se mete algún amigo suyo ¿saben?), ha mantenido siempre una actitud encomiable sobre el tema: básicamente, una vez que has trincado el cheque, si no te gusta el resultado, te callas.

Claro, que cuando a uno se le vienen a la memoria atrocidades como La tabla de Flandes (Jim McBride, 1994), esa adaptación de Alatriste aquejada de elefantiasis, o la inefable serie de TV Quart, el hombre de Roma, perpetrada por Antena 3, sospecha que Arturo ha tenido que callarse en no pocas ocasiones. Y miren por dónde, La carta esférica no ha sido una de ellas. No es una gran película, pero se sostiene muy dignamente, gracias a un equipo que ha decidido tomarse la adaptación en serio.

Para llevar al cine esta historia de búsqueda de tesoros en pleno siglo XX, el director Imanol Uribe ha contado con Carmelo Gómez, uno de nuestros mejores actores, y Aitana Sánchez-Gijón, una de nuestras peores actrices. Pero también ha dispuesto de un presupuesto lo bastante generoso como para huir del cutrismo que afecta a buena parte de las películas españolas: aquí pasamos de las Ramblas de Barcelona al Museo Naval de Madrid, a uno de esos magníficos pisos de detrás de Correos donde viven profesionales de alto nivel y algún director de revista, al fascinante bar La Venencia de la calle Echegaray, a las playas de mi querido Cái, al mirador de Gibraltar, al puerto de Cartagena, y a escenas de buceo filmadas en pleno mar, además en los restos de un pecio auténtico. Se agradece tanto cambio de escenario, plenamente justificado por exigencias de la trama, que le da a la cinta una factura excelente, apoyada además por el trabajo en fotografía de Javier Aguirresarrobe.

Lo cual no quiere decir que la cosa funcione al cien por cien. Uribe, autor también del guión, elimina eficazmente unos cuantos kilos de paja de la novela, y mantiene una trama que se sigue con interés. El problema son los tópicos, esos tópicos que Pérez-Reverte cuela en sus novelas con tanta abundancia como habilidad, y que traspasados a la pantalla tienen una molesta tendencia al cante jondo. Que cantan mucho, quiero decir.

El protagonista de La carta… es, como tantos otros héroes del escritor, un hombre de una pieza cuya integridad le ha supuesto la marginación social y profesional, y la mujer, un personaje fascinante –o todo lo fascinante que permite el trabajo de Aitana- que emboba al protagonista y le mete en una aventura cuyo alcance nunca llega a comprender del todo. Los malos son malísimos, pero con su puntito de fondo humano, como es marca de la casa. Y los nombres, pues de lo más exótico: el protagonista se llama Coy, que así al pronto parece como extranjero, aunque a lo mejor es una abreviatura de Alcoyano; la chica se llama Tánger, mayormente porque su padre era militar y estuvo destinado en África cuando ella nació -menos mal que no le mandaron a Almendralejo-. Pero el colmo ya es que el piloto que les acompaña en la búsqueda del tesoro, pues se llama así, Piloto -en una escena nos enteramos de que su verdadero nombre es Pedro-, y eso ya me parece pasarse varios pueblos; es como si Nadal se llamara Tenista, o Jaime Peñafiel, Portera, no sé si me entienden.

Y, como la historia va de barcos hundidos, pues hay que meter a punta pala referencias culturales sobre el particular: Tánger tiene un perro que se llama Milú (y dale con los nombrecitos), y confiesa que se enamoró del mar y sus misterios después de leer el álbum de Hergé El tesoro de Rackham El Rojo; la empresa de los malos se llama Dead Man’s Chest, o sea, "El cofre del muerto", como en La isla del tesoro; y lo único que falta por aquí es alguien con una pata de palo, y que Coy beba ron en vez de ginebra, pero eso quizá hubiera sido pasarse. Una pena que Uribe no haya entrado a saco aquí y, junto con el exceso de términos marineros, no haya procedido a una eliminación masiva de tópicos.

Con todo, una agradable sorpresa, y dentro de la sorpresa, otra más: Javier García Gallego, el actor que encarna al Piloto, y que es un prodigio de naturalidad. Y tanto, como que no es un actor profesional: en realidad, fue el instructor de buceo de Carmelo Gómez, y la decisión de hacerle actuar en la película fue una decisión personal de Uribe. No se me ocurre una elección mejor para el papel. En ninguno de los siete mares.

Véanla. Encontrarán una película de aventuras tranquila, sin persecuciones ni tiroteos, ni acción injustificada. Más bien es la historia de un misterio y unos personajes, a lo que lo único que cabe reprocharle es, quizá, un exceso de lastre por no haber sabido liberarse lo bastante de su original literario.

Próxima parada del Via Crucis: sea cual sea, será la última, que ya está bien.

miércoles, agosto 20, 2008

El Vía Crucis de un cinéfilo lesionado (5). Princesas

Ya sé, ya sé que les dije que la próxima entrega del Vía Crucis sería la película de Urbizu, pero ¿qué quieren? Se me acababa el plazo de entrega, y tuve que devolverla a la biblioteca. Queda para dentro de unos días, y mientras tanto vamos con Princesas (2005), la última película hasta el momento de Fernando Comprometido León de Aranoa, si exceptuamos su participación en la colectiva Invisibles (2007).

Fernando León (creo que al principio no usaba la segunda parte de su apellido) se dio a conocer con su primer largometraje, Familia (1997), que partía de una idea sumamente original y luego sabía llevarla con bastante habilidad hasta el final: un tipo del cual no sabemos más de lo estrictamente necesario alquila a una compañía de actores para que se hagan pasar por su familia en el día de su cumpleaños. La peli, ya les digo, no estaba nada mal; luego cambió el rumbo y se ha dedicado desde entonces a contarnos qué mal lo pasan determinados colectivos de personas: los habitantes de viviendas periféricas (Barrio, 1998), los parados (Los lunes al Sol, 2002) y las prostitutas en esta que nos ocupa.

La fórmula no cambia mucho en ninguna de las tres: los personajes viven los sinsabores propios de una situación que les supera, de un encierro del que no saben cómo salir. Y del que, si quieren mi opinión, no saldrán nunca, porque es que hay que buscar mucho para encontrar una gente tan parada y tan corta de mente como la que sale en las dos primeras películas. Ese fue uno de los motivos por los cuales Barrio no me gustó ni un pelo; aparte de contarse su vida y hablar de lo chungo que está todo, los tres chavales se movían menos que el caballo de un fotógrafo, hasta que al final, acabé pensando que se merecían lo que les pasara. A lo mejor es que estoy demasiado influido por Full Monty, donde otros personajes en situación límite –una situación que no se nos escapa nunca, a pesar del tono de comedia de la cinta- se embarcaban en un proyecto igualmente al límite, y por eso mismo estabas con ellos durante todo el desarrollo de la historia.

Hay que decir, de todos modos, que en Princesas los personajes tienen bastante más enjundia que en Barrio. Caye, muy bien interpretada por Candela Peña, tiene la suficiente fuerza como para que nos interesen sus idas y venidas, y Zulema (un bellezón de mucho cuidao llamado Micaela Nevárez), la inmigrante dominicana que se convierte en su amiga, combina fuerza y desgarro con una dulzura que desarma. Muchas escenas, lógicamente, se han filmado en la Casa de Campo de Madrid y otros escenarios naturales, que dan a la cinta el tono de autenticidad necesario; es decir, que vemos putas de verdad, en vez de las falsificaciones para todos los públicos a las que nos tiene acostumbrado Hollywood. El ritmo es ágil, y la cámara, casi siempre, está donde tiene que estar; ni siquiera desentona la música de Manu Chao, cantante que a mí, personalmente, me parece más cansino que media docena de ex compañeros de colegio contándome su mili.

Total, que la película va bastante bien, hasta que justo por la mitad, León de Aranoa cae en el maniqueísmo que tanto le gusta y mete una escena que provoca rechazo de puro grotesca: resulta que Caye se ha echado un novio formal, un informático que debe de ser absolutamente tolili, porque es que ni se le ocurre que su novia pueda ser prostituta… ¡A pesar de que ella misma se lo dice!. En estas, que están los dos cenando en un restaurante y en una mesa cercana, como no podía ser menos, hay un tipo con aires de chulo que ha sido cliente de Caye. Esta se pone nerviosa, y se va al baño. Y el tío la sigue hasta allí, la acorrala y le paga para que le haga un lavado de la pipa del delco allí mismo, al momento. Ella se echa a llorar, le pide, le suplica que le deje en paz, pero al final se arrodilla mientras coge el dinero.

La escena casi me hace dejar la peli en ese momento, y no por desagradable, sino por chorra. Primero, es que la casualidad no hay quien se la crea, y luego es que la situación está completamente forzada. Y además, sorprende la pasividad de Caye, a quien hasta el momento hemos visto como una persona con bastante más carácter, y que de repente no es capaz de decirle al tío que la deje en paz de forma terminante. Bueno, si hay que montar una escena para reflejar lo explotadas que están las putas, pues se monta y ya está; pero hay mil maneras de hacerlo sin caer en una falta de lógica que está peligrosamente cerca del esperpento. Y además, para eso ya está la historia de Zulema. Pero es que un poco más adelante hay otra casualidad que no hay quien se la crea, que es la que lleva a Caye a romper con su novio. Y como no hay dos sin tres, la escena final del paseo de las lumis en la limusina ya entra en el terreno de lo lisérgico por derecho propio.

Si se quitan todos estos baches, la película se puede ver sin problemas, y deja un buen sabor de boca. A lo mejor algún día a Fernando León se le cura su propensión de enseñarnos en cada plano lo comprometido que está, y aprende a ser un director de cine en serio. De momento, todo indica que en su próxima película se va a buscar otro colectivo marginal. Entre yonquis o becarios de periodismo, ya veremos por dónde sale.

Próxima estación del Vía Crucis: La Carta Esférica, de Imanol Uribe.

lunes, agosto 18, 2008

El Vía Crucis de un cinéfilo lesionado (4): Malas Temporadas

Cuando una peli (sobre todo si es española) empieza con la cámara haciendo trávelin por un pasillo, mientras suena de fondo una musiquilla de piano así en plan muy intimista, es como para temerse lo peor. Malas Temporadas empieza precisamente así, con lo cual uno, qué quieren que le haga, se teme lo peor. Pero lo peor no acaba de llegar, aunque se queda cerca, y ello por una serie de fallejos perfectamente identificables, por lo frecuentes que son en nuestro cine.

Que conste que el material de partida no era necesariamente malo, y además la historia cuenta con un reparto más que competente. Esta es una de esas películas de vidas cruzadas (sin bromas; algún crítico se refirió a ella hablando de la nefasta influencia de Robert Altman en directores que están a años luz de su talento), que le obligan a uno a permanecer especialmente atento a la pantalla durante los primeros veinte minutos o así, hasta que tenemos controlados todos los personajes. Luego, ya la cosa va por sí sola y podemos relajarnos viendo como sus vidas evolucionan y se entrecruzan. Así, tenemos a Mikel (Javier Cámara, eficaz con lo que tiene a mano), un ex presidiario homosexual y maestro del ajedrez, que acaba siendo vecino de Carlos (Eman Xor Oña, excelente), un cubano exiliado que se gana la vida con el contrabando de diversos objetos, puros habanos incluídos. En sus primeros tiempos en España, a Carlos le ayudó mucho Ana (Nathalie Poza) madre soltera -o separada, no recuerdo- que trabaja en una ONG dedicada a la integración de inmigerantes, y que tiene un hijo adolescente, Gonzalo (Gonzalo Pedrosa), que un buen día decide encerrarse en su cuarto para no salir más. En vez de darle dos gofetás como es debido y llevarle al cole a rastras, Ana conoce a Mikel a través de Carlos, y este accede a darle a Gonzalo clases de ajedrez, a ver si sirve de algo. Carlos, a todo esto, tiene una relación de lo más íntimo con Laura (Leonor Watling), una antigua estrella de la canción confinada en una silla de ruedas, que es la mujer de Fabré, otro exiliado cubano, pero con mucha más pasta que Carlos, que utiliza a éste para que le saque de la isla obras de arte de contrabando.

Esta es la exposición así, en bruto. Luego, a todos estos personajes les van pasando cosas, y la historia, por cierto, acaba más o menos bien. Pero, si los personajes tienen potencial (lo tienen) y los actores que los interpretan son buenos actores (y también lo son, con alguna excepción), ¿Por qué la película importa un pimiento, cansa y al final aburre?

Porque no hay quien se la crea. No estoy hablando, como hizo Jose Enrique Monterde en Dirigido, de la implausibilidad de todas las situaciones que se nos muestran, porque yo en el cine estoy dispuesto, a priori, a creerme casi todo. Lo que me revienta es el tono. Lo que creo que le pasa a Malas Temporadas es que va por la vida con un complejo de trascendente que no hay quien lo aguante. Los actores no hablan: recitan. Casi siempre en todo bajito (menos cuando hay que gritar,claro), y mirando muy fijamente al interlocutor, para que nos demos cuenta de que lo que se dice tiene mucha enjundia. Siempre frases brevísimas, que se dejan flotando en el aire. Es raro oír verdaderas conversaciones. Lo que hay son muchas pausas. Y la musiquita. Dale que te pego con el piano. Y más pausas. Y más miradas. Y que aquí alguien empiece a darle un poco más de vida al asunto en vez de quedarse mirando a Toledo con cara de colgao. Por favor.

No sé por qué, pero no es la primera película española que me encuentro con este tipo de defectos. Alguien debería decirle a Manuel Martín Cuenca -y a otros directores nuestros-que la línea que separa la trascendencia de la pedantería es enormemente fina y frágil. En los extras del DVD Javier Cámara dice que es uno de los mejores guiones que ha leído en su vida; él sabrá. Pero en este caso, la película es un buen ejemplo de cómo hacer un guiso indigesto con buenos ingredientes.

Próxima entrega del Via Crucis: La vida mancha (2003), de Enrique Urbizu.

miércoles, agosto 13, 2008

El Vía Crucis de un cinéfilo lesionado (3). Al sur de Granada

Vamos mejorando. No sólo en el estado del pie, sino en las películas que le tocan a uno en suerte. Es curioso; un director que tenía alguna película decente, como era Jose Luis Cuerda, me hizo pasar por uno de los mayores truños que me he tragado últimamente, y en cambio, Fernando Colomo, al cual había dado por perdido desde sus fechorías perpetradas en los 90, me ha encantado con Al sur de Granada (2003).

La trama está inspirada muy libremente en la estancia que el historiador e hispanista inglés Gerard Brenan pasó en los años 20 en la zona granadina de Las Alpujarras. Lo que en principio parecía ser la típica historia del contraste entre un inglés y unos españoles más de pueblo que las amapolas -algo a lo que contribuye el cartel promocional, a mi juicio completamente equivocado- se va convirtiendo en una historia de amor algo convencional, primero, y poco a poco en una fábula sobre las vueltas de la vida, las decisiones, los caminos que tomamos, los paraísos perdidos -que son los únicos- y la imposibilidad de volver atrás. No pretende hacer reír de continuo, que es lo que uno se espera siempre con Colomo, pero en lugar de eso -al menos, en lo que a mí se refiere- transmite interés, identificación y emoción.

Colomo dirige con mano firme, sabiendo lo que quiere contar, sin dejar que se le cuelen estridencias, por lo menos, en exceso. Claro que se ha hecho acompañar con un equipo de primera, comenzando por ese maestro de la fotografía que es Jose Luis Alcaine y siguiendo por la partitura de Juan Bardem. Y los actores: Matthew Goode, que se estrenó en el cine con esta película -y que ha prosperado bastante desde entonces: próximamente le veremos en la adaptación cinematográfica de Retorno a Brideshead, y en la muy esperada Watchmen- compone un magnífico Brenan, lleno de humanidad y personalidad, a años luz del prototipo de guiri despistado; un tipo que me cae tan gordo como Guillermo Toledo borda aquí su personaje de Paco, el campesino del pueblo que se convierte en el mejor amigo de Herardico; Verónica Sánchez es una revelación, y Antonio Resines y Ángela Molina llenan dos personajes secundarios de una pieza.

En fin, toda una mejora con respecto al otro día. Por cierto, esta película está directamente relacionada con Carrington (1995), de Christopher Hampton, con la que comparte algunos personajes. Y el tema de los ingleses en Las Alpujarras ha dado material para otro tipo de obras; si no tienen lectura de verano, les recomiendo vivamente los libros del cachondo de Chris Stewart Entre Limones y El Loro en el Limonero, que se han vendido como churros en la feria, y donde narra sus propias vicisitudes en esta comarca de Granada unos cuantos años después que Brenan.

Siguiente parada del Vía Crucis: Malas Temporadas (2005), de Manuel Martín Cuenca.

lunes, agosto 11, 2008

El Vía Crucis de un cinéfilo lesionado (2). Así en el Cielo como en la Tierra

Abrumado me han dejado ustedes con tanto interés sobre la buena marcha de mi pie. Muchas gracias a todos. Hoy he tenido que ir a currar, pero me complazco en comunicarles que ya ha recuperado su tamaño normal. La cabeza, en cambio, me ha crecido a dimensiones similares a las de un balón de playa, y sospecho que los inicios de mi Via Crucis cinematográfico/ibérico tienen bastante que ver en ello.

Veamos: Jose Luis Cuerda tiene en su currículum el mérito indiscutible de haber escrito y dirigido Amanece, que no es poco (1988), una de las pocas películas de nuestro cine que merecen el calificativo de cinta de culto. Es decir, que con los años ha ido haciéndose con un número creciente de fans que la consideran una auténtica obra maestra, la han visto todas las veces que se les ha puesto a tiro, se han comprado el DVD y se saben de memoria diálogos enteros. Yo confieso no ser uno de ellos, pero posiblemente la culpa sea mía, por no haber sido capaz de entrar sin tapujos en la apuesta del director: un microcosmos donde uno no está nunca seguro de lo que siguiente que van a decir -o hacer- sus muchos personajes. Sin referencias históricas, sin ideología, sin mensajes, el absurdo es aquí la principal arma y moneda de cambio, escena por escena. Sólo por eso, insisto, se merece un premio en cuanto a originalidad, en cuanto a haber querido crear algo diferente, y haber salido airoso del empeño.

Apuntémosle también La lengua de las mariposas (1999), y El bosque animado (1987), donde contó como ayuda con los excelentes textos, en el primer caso, de Manuel Rivas y, sobre todo, de Wenceslao Fernández-Florez en el segundo. El bosque animado es un libro obligatorio; y su adaptación, más que recomendable.

Ahora bien:

Lo de Así en el Cielo como en la Tierra, para quien esto firma, directamente no tiene nombre. El misterio no es que esta película se estrenara, sino que los espectadores no quemaran los cines y colgaran al acomodador. Mencionaba Amanece que no es poco no sólo por haber sido una película de mucha éxito, sino porque con Así en el Cielo… Cuerda parece haber querido repetir la jugada de historia coral y humor desquiciado. Pero aquí la cosa no funciona.

El argumento es bastante sencillo: resulta que, como en los chistes de colegio, cada país tiene su Cielo particular. Hay un Cielo español, un Cielo francés, uno alemán… y cada uno ha sido creado de acuerdo con la idiosincrasia de cada país. Así que el Cielo español es un pueblecito típico de los años 50, con el yugo y las flechas a la entrada, y todo. Dios (Fernando Fernán Gómez) es, lógicamente el alcalde, y San Pedro (Francisco Rabal) el sargento de la Guardia Civil. Por ahí anda también el arcángel San Gabriel (Enrique San Francisco), San Juan Evangelista (Gabino Diego), San Isidoro (Agustín González), La Virgen María (Mary Carmen Ramírez), y Jesucristo (Jesús Bonilla), que tiene que ir a un psiquiatra argentino porque está muy acomplejado por lo mal que le trataron los hombres en su anterior bajada a la Tierra. La cosa va de que Dios decide organizar el Apocalipsis, pero andan muy justos de dinero para montarlo tal y como se describe en el libro de San Juan; así que montan una especie de Apocalipsis de chichinabo, que les sale fatal, y la vida en el pueblo, es decir en el Cielo, continúa como siempre.

Esto es, a grandes rasgos. Lo malo es que la idea tiene gracia los primeros cinco minutos; luego se desinfla como un globo, y lo que queda son un montón de actores declamando sandeces. Y digo declamando, porque es difícil encontrar un personaje mínimamente bien construído; la preocupación principal parece soltar cuanto más cachondeo mejor a costa de la Iglesia, que eso siempre queda muy gracioso, y desaprovechar una idea que, desarrollada de otro modo, preocupándose más del humor y menos de la astracanada, hubiera dado para una película bastante más decente. Eso, y lo que más me ha tocado las narices, que es seguir presentando a España como un país pobre, cutre y chapucero en una película que se rodó ¡en 1995! Una tendencia que recuerda a los chistes que contaba Pajares en los años de la Transición y que -y reconozco que es una manía mía-, no puedo soportar.

En los extras -sí, el DVD tiene extras y todo- hay unas declaraciones de Jose Luis Cuerda hablando de la importancia que tienen para él las comedias españolas tipo Berlanga, como Calabuch, y que para él han sido un referente a la hora de hacer esta película. Y es cierto que se nota un aire berlanguesco, pero del de Nacional III y Paris-Tombuctú, antes que del de esa maravilla que fue Calabuch.

En fin, el inicio del Vía Crucis ha sido de lo más víacrucesco. Mientras les cuento las siguientes pelis, les remito a este magnífico sketch de Monty Python, (lo siento, está en inglés) que en tres minutos y medio tiene más humor religioso que las casi dos horas que dura el tormento.

Y las ganas de ver Los girasoles ciegos se me han apagado bastante; y encima con guión de Azcona...

viernes, agosto 08, 2008

Mi pie izquierdo, o El Vía Crucis de un cinéfilo lesionado (1)

¡Maldito esguince! Uno de esos tropezones diabólicos a los que tan propensos son las aceras de Madrid me ha dejado con el pie del tamaño de una paletilla de Jabugo. La verdad es que hace ya una semana que lo arrastro -y me arrastro-, pero ese lujo asiático que es la baja pagada es algo que no podemos disfrutar los autónomos a la fuerza. Por fin hoy me he escaqueado de mis obligaciones profesionales, y he ido al médico. Lo de siempre: tobillera, antiinflamatorios, baños fríos y calientes, y el pie en reposo.

Sobre este último punto, uno hace lo que puede, que me temo no es mucho. El lunes estoy otra vez en danza, y nunca mejor dicho. Pero mientras, aquí me tienen ustedes en casa, con el pie en alto y escribiendo en plan Carrie Bradshaw, con el portátil en el regazo. ¿Qué se puede hacer con tantas horas muertas? No tengo edificios enfrente, como James Stewart, así que no puedo dedicarme a cotillear vidas ajenas a ver si descubro algún asesinato o, por lo menos, alguna vecina stripper.

Así que, lógicamente, queda el cine. Lo cual me ha dado pie a una idea diabólica. En las proximidades de mi casa tengo dos bibliotecas públicas, ambas con una aceptable colección de DVDs. Así que me parece que voy a dedicar mi convalecencia a desentrañar uno de los grandes misterios de la humanidad: ¿De verdad es tan malo el cine español?

Pues por investigar, que no quede. Durante los siguientes días, cine español a cascoporro. La idea es acercarme regularmente por estas bibliotecas y sacar, sin ser demasiado selectivo, todas las pelis españolas más o menos en el mismo orden en el que me las vaya encontrando. Las únicas condiciones que tienen que cumplir son a) ser españolas (claro), b) ser relativamente recientes y c) que yo no las haya visto todavía. Me las pienso ir tragando a razón de varias por semana, en mis ratos de pinrel en reposo, y ya iré sacando tiempo para contarles por aquí qué me van pareciendo. ¿Descubriré alguna obra maestra? ¿Encontraré virtudes que mis prejuicios me impedían ver? ¿Actuaciones memorables, guiones brillantes? ¿O todo lo contrario?

Como sospecho que muchos de ustedes andan de vacaciones, es poco probable que ni se lean esto. Pero yo les voy a ir avisando del menú, por si quieren comentar alguna de las que vaya viendo o darme alguna indicación, si es que ya la han visto (“¡Nooo, Vince, no se trague eeeesa! ¡Que es usted muy jooooven!”). Cuando se me acabe el tiempo libre, y tenga que renunciar a esta investigación exhaustiva, haremos una pequeña recapitulación.

Y para que vean que voy en serio, estas son las dos primeras que me he traído: Así en el Cielo Como en la Tierra (1995), de Jose Luis Cuerda, y Al sur de Granada (2002) de Fernando Colomo. Si alguien las ha visto y tiene algo que decir sobre ellas, ahí tiene la sección de comentarios (sí, esa de las telarañas). Yo, me lanzo a las procelosas aguas del celuloide ibérico. Ya les iré contando.

domingo, diciembre 09, 2007

Atracón

Pues sí, lo de este puente ha sido un verdadero atracón de cine español, y además en soportes de lo más variado: DVD, televisión, cine. Cuatro películas han caído, algunas por primera vez, otras revisitadas. Aquí les dejo un breve resumen estimatorio, por nivel estricto de preferencia, de más a menos:

El espíritu de la colmena (Victor Erice, 1973). A veces con las películas pasa como con los perros: un año de edad equivale a siete. Esta tiene ya 34 años, y sigue como una pera, sin necesidad de liftings. Más allá de la historia que cuenta, y de uno de los mejores trabajos de fotografía que se hayan visto en el cine patrio, sorprende que pocos directores españoles, por no decir ninguno, hayan tomado lecciones de Erice sobre la elipsis, la supresión de diálogos innecesarios, el uso de la cámara y las miradas para decirlo todo. Ese tramo central, de unos veinte minutos de duración, donde se cuentan tantas cosas y apenas se dicen dos frases. Y lo más prodigioso es que estamos tan embebidos en la trama que no nos damos cuenta hasta después de que nos han narrado la historia no a base de verborrea, sino a base de cine.

El orfanato (Juan A. Bayona, 2007). Pues no, aún no la había visto. Me habían llegado sobre ella comentarios de lo más variado, y no todos elogiosos. Pues soy de los que le ha gustado. La comparación con Los Otros es inevitable, pero no porque esta película le robe cosas, sino más bien porque tanto Bayona como Amenábar se han inspirado en las mismas fuentes, y así, claro… Aunque le sobran clichés (“verás tú el bote que pega el patio de butacas con esta escena de la mano de la muerta”) y planos exteriores del orfanato (vale que el edificio es muy bonito, pero al vigésimo paseo de la cámara por la fachada uno empieza a cansarse), creo que gana esta, quizá porque me ha tocado mucho más la escena final, donde la historia de Peter Pan (¡y de Wendy!) cobra todo su sentido a la hora de ligar la trama, y desde luego, por Belén Rueda, cada vez más un valor infalible de cualquier película en la que se meta.

Atún y chocolate (Pablo Carbonell, 2004). Bueno, esta la pusieron el sábado en Versión Española, y me la tragué. Pero aquí no soy imparcial: es que está rodada en Barbate y Zahara de los Atunes, dos pueblos que conozco muy bien, y siempre entretiene ir reconociendo paisajes, calles, playas… ¡Y la inevitable tienda de Zahara, donde se compra el tabaco, el periódico, las revistas, el bronceador y el bestia-seller para leer en la arena!. Por lo demás, flojita, con momentos divertidos, sobre todo si se es de la zona. Un problema: si uno no es andaluz, o lo es pero no tiene acento -caso de un servidor- no intenten imitarlo, porque queda fatal, y si lo intentan, no lo hagan llenándolo tó de zeta y penzando que azí uno zuena andalú a tope. Si Carbonell hubiera tenido esto en cuenta, su interpretación chirriaría menos.

Las largas vacaciones del 36 (Jaime Camino, 1976). La Guerra Civil vista desde las casas de verano de unos burgueses catalanes, donde se refugian a medida que va avanzando la contienda. En su día llamó la atención por ser de las primeras películas que se apartó de casi cuarenta años de cine oficial (franquistas buenos, republicanos cabrones) para presentar la versión contraria (franquistas joputas, republicanos guays). El problema es que el guión es flojo y cae una y otra vez en tópicos, que luego además serían retomados por películas posteriores sobre el mismo tema; el reparto hace lo que puede, pero de donde no hay, no se puede sacar. Flojita hace treinta años, y prescindible ahora.

Y eso ha sido todo por hoy. ¡Esto sí que ha sido un puente cinematográfico… y no el de Landa y Bardem!.

viernes, noviembre 16, 2007

Sembrao

No me resisto a incluirles hoy este párrafo glorioso que me he encontrado en el número de noviembre de Dirigido Por... Lo firma Alejandro G. Calvo y es el final de su crítica de la película de Icíar Bollaín Mataharis, a la que ha tratado con un cariño similar al que recibiría Lewis Hamilton entrando en una sidrería. Pero no se queda ahí:

“Atendiendo entonces a recientes lamentables producciones nacionales -Siete mesas de billar francés (Gracia Querejeta), Las trece rosas (Emilio Martínez-Lázaro), Salir pitando (Álvaro Fernández-Armero) ¿Y tú quién eres? (Antonio Mercero)- y aprovechando el auge del cine de terror -particularmente (Rec) de Jaume Balagueró y Paco Plaza- se podría decir sin riesgo a equivocarse que el panorama cinematográfico español es realmente terrorífico”.

Párrafo polémico do los haya, y por eso lo pongo hoy aquí. Bueno, por eso y porque, como decimos en mi pueblo, el amigo G. Calvo ha estado sembrao. Independientemente de que tenga razón o no. Pero para eso están ustedes.

domingo, septiembre 02, 2007

¿Pero qué es exactamente un mal actor?

A raíz de la última entrada del blog, donde expresé mi convicción de que el finado Jose Luis de Vilallonga ha sido, dicho sea con todo el respeto, un actor verdaderamente nefasto, me preguntaba si hay otros casos donde pueda darse tanta unanimidad sobre la falta de talento. Y es que actores malos, malos de verdad, hay muy pocos. En este sentido, cuando la semana pasada leí la crítica que Javier Ocaña escribía sobre La carta esférica, de Imanol Uribe, me llevé una sorpresa al ver cómo decía sin cortarse un pelo que Aitana Sánchez-Gijón “nunca había mostrado tan claramente sus limitaciones interpretativas”. Hombre, ya era hora. Parece que esta chica ha gozado durante años del bulo de la crítica para pasearse por las cintas demostrando una incapacidad total. Y lo curioso del asunto es que, sin ir más lejos, cada vez que he hablado de ella en este blog me he encontrado con que no soy, ni de lejos, el único que piensa así.

En otras ocasiones las cosas no están tan claras. Hay actores excelentes con interpretaciones nefastas. Pienso, por ejemplo, en Jose Luis Gómez, uno de nuestros grandes talentos,que en Beltenebros (1991) de Pilar Miró exhibía un festival de muecas que no lo superaban ni Jim Carrey y Robin Williams juntos. Y luego hay actores que, por mucho que se esfuercen, no conseguirán jamás convencer a la totalidad de los críticos. En este sentido, uno de los libros imprescindibles para cualquier aficionado español al séptimo arte es la Guía del Video-Cine, de Carlos Aguilar donde, a la manera de la mítica Halliwell’s Film Guide, recoge fichas y crítica de todas las películas, españolas y extranjeras, estrenadas en nuestro país. Pero hay un problemilla… el amigo Carlos no aguanta a Paul Newman, y por tanto no desperdicia ocasión de darle alguna colleja que otra en las reseñas, por breves que sean, de las películas protagonizadas por él.

Y luego están los que lo tienen claro y lo asumen. Por si alguien no lo reconoce, el actor de la fotografía es Victor Mature, que en los años 40 y 50 protagonizó numerosas películas en Hollywood, entre ellas alguna obra maestra como Pasión de los fuertes (My Darling Clementine, 1946) de John Ford, o El beso de la muerte (Kiss of Death, 1947) de Robert Aldrich, aunque se le recuerde, sobre todo, por el taquillazo Sansón y Dalila (1949), de Cecil B. de Mille. A pesar de ello, durante toda su carrera tuvo que aguantar las pullas de los críticos un día sí y otro también. (Terenci Moix recordaba que entre los aficionados españoles en los años 50, se solía decir “eres más pasmarote que Victor Mature”). No pareció importarle mucho, y es bien conocida la anécdota de los impedimentos que sufrió cuando intentó hacerse socio de un exclusivo club de golf de Beverly Hills. “Lo siento”, le dijeron, “pero aquí no aceptamos actores”. A lo que él contesto. “Pero yo no soy actor. ¡Y tengo setenta y seis películas que lo dejan bien claro!”.

domingo, julio 15, 2007

"Un lugar donde nadie se atrevía a ir..."

Y el éxito de Broadway para esta temporada es… ¡Xanaduuuuuu! Sí, no me miren con esa cara, que no me lo estoy inventando. Según informa la IMDB, la versión teatral de uno de los musicales más cursis de la década de los 70 ha sido estrenada en Nueva York, y ha encandilado a la práctica totalidad de los críticos; puede incluso convertirse en el sleeper del año. Hombre, ha habido otras películas de trayectoria no muy brillante que han sido un bombazo en su adaptación a las tablas - Los Productores es el mejor ejemplo- pero ¿Xanadú?.


Aclaremos a los lectores más jóvenes que este nombre no se refiere únicamente al centro comercial de San José de Valderas; tras el éxito de Grease en 1978, la Universal pensó que sería una buena idea crear un musical a la medida de su protagonista femenina, Olivia Newton-John, para acabar de lanzarla como estrella cinematográfica. Con Lawrence Gordon y Joel Silver (sí, sí, el de las sagas de Arma Letal y La Jungla de Cristal, que probablemente produjo para bajarse los niveles de azúcar que debieron quedarle después de esto) como productores, se pergeño una historia que presentaba a Olivia como una musa griega (!) que bajaba a la tierra a ayudar a un joven pintor a realizar su sueño de abrir un legendario club musical, el Xanadú del título. Para juntar a espectadores jóvenes y maduritos convencieron, no sé cómo, a Gene Kelly para que saliera de su retiro y consiguiera la peor despedida del cine que pueda imaginarse para una leyenda del musical. La banda sonora -que se vendió muy bien, todo hay que decirlo- a corrió a cargo de Olivia y la ELO. Y la película, un verdadero foco epidemial de alipori, se hundió en las taquillas.


Sin embargo, Xanadú ha ido dejando con los años algunos efectos colaterales curiosos. Por un lado, cuenta con numerosos clubes de fans que le han dedicado incluso páginas web y que, no me cabe duda, habrán ido en tropel a hacer cola para ver la adaptación en Broadway; por otro, fue la película que convenció a un joven llamado John Jb Wilson de la necesidad imperiosa de crear los premios Razzie, que desde entonces se otorgan a las peores películas del año, cuando la vio en un programa doble junto con Que no pare la música, otro musical del mismo año, este protagonizado por los Village People y que merecería una entrada para él solo en este blog, no sólo por ser mala, sino también por constituir (y que me perdonen los gays que puedan asomarse por aquí, porque no lo digo con fines peyorativos) una de las mayores mariconadas que hayan filmado nunca.


En fin, ¿se acuerdan de la letra de la peli? “A place / where nobody dared to go”, es decir, “un lugar donde nadie se atrevía a ir”. Y, sin querer, se estaban refiriendo a los cines donde se proyectaba.

P. D. NINGÚN DOMINGO SIN ENCUESTA
Como podrán ver, el blog ha sufrido algunos cambios en los últimos días. Nuevo nombre (aunque la dirección no ha variado, ni lo va a hacer), nuevos links y una dirección de correo para que comenten y pregunten con total libertad cualquier cosa que no les quepa en los comentarios. Como a mí me gusta fomentar la participación -que se está muy solito detrás de este teclado- a partir de este domingo se incluye una encuesta sobre cualquier tema cinematográfico que esté más o menos de actualidad. Arriba a la derecha, según se entra en el blog. Tienen toda la semana para responder. Es solamente un click. ¡Anímense!

domingo, mayo 13, 2007

Dos mejor (es) que todas



Cuando se habla de Katharine Hepburn, como hacíamos ayer, es inevitable que La fiera de mi niña salga a relucir. Lo cual me lleva a una sesuda reflexión, de esas que proliferan en este blog, sobre todo los fines de semana. Verán, se me ha ocurrido que cuando los críticos o los aficionados se ponen a hablar de los mejores westerns de la historia del cine, enseguida sale no menos de media docena de títulos, todos ellos, desde luego, merecedores del puesto (aunque personalmente, mi preferido es… no, no voy a caer en la trampa). Si se habla de los mejores melodramas, igual. Busquemos las mejores películas históricas, o policiacas, o políticas, y ocurrirá lo mismo.

Pero si hablamos de las mejores comedias, lo más probable es que sólo aparezcan dos títulos: La fiera de mi niña y Con faldas y a lo loco.

¿Y esto por qué? Puede que tenga que ver con el hecho de que la comedia es, sin lugar a dudas, el género cinematográfico más difícil, el que necesita de mayor talento y experiencia para funcionar bien (a pesar de lo cual, no pocos directores de cine, y no solo en España, cuando filman su primera película se lanzan a hacer comedia, lo que es algo similar a un recién licenciado en arquitectura que se ponga a diseñar la reforma del Museo del Prado); de hecho, una comedia puede ser muy divertida y, a pesar de ello, vérsele las costuras, notarse que no ha quedado redonda. Pero en estas dos, probablemente, se llegó al cenit, conjuntando unos guiones simplemente perfectos con un reparto de eso que se llamaba de campanillas, y unos directores que sabían muy bien como sacarle todo el jugo al material que tenían entre manos. Resultado: dos obras maestras.

Personalmente, de las dos prefiero la de Billy Wilder, pero creo que estoy en minoría.

viernes, mayo 11, 2007

Lo peor de lo peor de lo peor

Uno de los links que hay en este blog, el de Rotten Tomatoes, resulta especialmente útil a la hora de saber qué tal le ha ido a una película con la crítica norteamericana. Recopilan todas las publicadas, y elaboran estadísticas -el tomatómetro- sobre el porcentaje de reseñas favorables y desfavorables. Si más del 50 por ciento son malas, la película aparece marcada con un tomate pocho, y si el porcentaje superior es bueno, el tomate aparece fresco y rozagante.

Ahora han incluido una lista de las cien películas que han recibido una mayor cantidad de malas críticas en la historia del site. Hay que ir página por página, y ya les aviso que no se van a encontrar sorpresas. Lo que hay es, en efecto, muy malo. Abundan las comedietas para adolescentes, pero también encontramos películas de superhéroes fallidas de principio a fin, como Catwoman o Elektra; segundas partes que no es que no fueran buenas, sino que eran infinitamente peores que las primeras, como Instinto Básico 2, o Más falsas apariencias; cintas de directores escarizados (algún día habrá que preguntarse por qué fueron oscarizados), como el Pinocho de Roberto Benigni; nuevas versiones de buenas películas, como Rollerball o Tuyos, míos, nuestros, que no cogieron ni una sola de las virtudes de los originales y muchos de sus defectos; y alguna, atención, que está todavía en cartel, como El número 23, con Jim “de verdad que soy un actor serio” Carrey, o ¡Porque lo digo yo! con una Diane Keaton repitiendo por enésima vez el mismo papel en el que parece haberse estancado con la sesentena. Ah, Eddie Murphy tiene dos en la lista: Pluto Nash y Norbit.

¿Y la peor? Pues… da un poco de pena decirlo, pero es una de Antonio Banderas. Enemigos: Ecks contra Sever, una policíaca de muchos tiros que hizo con Lucy Liu. Esa sí la he visto, miren, y ni siquiera pareciéndome Banderas un tío majo (como actor ya es otra cosa) y reconociendo que Lucy Liu me provoca fantasías no aptas para menores de treinta y cinco años, se la podría recomendar.

domingo, abril 22, 2007

No se ponga usted así, señor Marías

En su artículo de ayer de El País Semanal, Javier Marías dedicaba medio texto a meterse con Babel, y el otro medio a disculparse por hacerlo. El caso es que la película le había parecido horrible (“Todo me resultó falso, gratuito, huero, mal hilado y artificial. Eso sí, acompañado de mucha intensidad postiza por parte de guionista y director, de un solemne gesto de ‘genialidad’”), pero andaba preocupado por ser el único que pensaba así, pues “según escritores e intelectuales sin cuento, la película es efectivamente genial (…) Aquí el único que debe preocuparse soy yo”.

Javier Marías es un apasionado del cine; ha escrito sobre él muchas veces y siempre que lo hace se le nota el pulso sólido que tienen los aficionados de verdad; por otra parte, es el único escritor que conozco que haya puesto una demanda contra la adaptación cinematográfica de una de sus novelas, por traicionar el espíritu de la obra original… y haya ganado. Pero que le gusta el cine y sabe de cine está más que claro. Así que no entiendo porqué tiene que pedir perdón por tener un criterio que va en contra del de la mayoría; una película que despierte opiniones unánimes no es que sea difícil de encontrar, es que no existe.

Sin ir más lejos, aquí tienen algunos ejemplos: “Lo peor que le ha pasado al cine desde que Lassie interpretó a un veterano de guerra con amnesia”. Esta crítica se refiere a ¡La jauría humana!, de Arthur Penn. “El diálogo es estúpido, los personajes no están desarrollados para ser algo más que clichés, y la historia es inconsistente” (¡Los pájaros!). “Llena de cinismo en la superficie, pero sin objetividad, ni agudeza, ni sátira. Cuando se desinfla, no es más que un lujoso drama entre bastidores” (¡¡¡Eva al desnudo!!!). Y me encantaría tener todavía esa reseña de 1972 donde un crítico cuyo nombre (de verdad) no recuerdo ponía a dar a luz El Padrino, avisando al público de que ni se les ocurriera ir a ver ese infecto producto de multinacional americana… Si aparece algún día, palabra que la reproduzco aquí.

Bueno, no pensarán que me iba a despedir sin mojarme, ¿No? Ahí voy: Mujeres al borde de un ataque de nervios y, sobre todo, Sexo, mentiras y cintas de vídeo, son dos de las mayores estupideces con que he perdido mi tiempo en una sala de cine. Y a mucha honra.