miércoles, agosto 20, 2008

El Vía Crucis de un cinéfilo lesionado (5). Princesas

Ya sé, ya sé que les dije que la próxima entrega del Vía Crucis sería la película de Urbizu, pero ¿qué quieren? Se me acababa el plazo de entrega, y tuve que devolverla a la biblioteca. Queda para dentro de unos días, y mientras tanto vamos con Princesas (2005), la última película hasta el momento de Fernando Comprometido León de Aranoa, si exceptuamos su participación en la colectiva Invisibles (2007).

Fernando León (creo que al principio no usaba la segunda parte de su apellido) se dio a conocer con su primer largometraje, Familia (1997), que partía de una idea sumamente original y luego sabía llevarla con bastante habilidad hasta el final: un tipo del cual no sabemos más de lo estrictamente necesario alquila a una compañía de actores para que se hagan pasar por su familia en el día de su cumpleaños. La peli, ya les digo, no estaba nada mal; luego cambió el rumbo y se ha dedicado desde entonces a contarnos qué mal lo pasan determinados colectivos de personas: los habitantes de viviendas periféricas (Barrio, 1998), los parados (Los lunes al Sol, 2002) y las prostitutas en esta que nos ocupa.

La fórmula no cambia mucho en ninguna de las tres: los personajes viven los sinsabores propios de una situación que les supera, de un encierro del que no saben cómo salir. Y del que, si quieren mi opinión, no saldrán nunca, porque es que hay que buscar mucho para encontrar una gente tan parada y tan corta de mente como la que sale en las dos primeras películas. Ese fue uno de los motivos por los cuales Barrio no me gustó ni un pelo; aparte de contarse su vida y hablar de lo chungo que está todo, los tres chavales se movían menos que el caballo de un fotógrafo, hasta que al final, acabé pensando que se merecían lo que les pasara. A lo mejor es que estoy demasiado influido por Full Monty, donde otros personajes en situación límite –una situación que no se nos escapa nunca, a pesar del tono de comedia de la cinta- se embarcaban en un proyecto igualmente al límite, y por eso mismo estabas con ellos durante todo el desarrollo de la historia.

Hay que decir, de todos modos, que en Princesas los personajes tienen bastante más enjundia que en Barrio. Caye, muy bien interpretada por Candela Peña, tiene la suficiente fuerza como para que nos interesen sus idas y venidas, y Zulema (un bellezón de mucho cuidao llamado Micaela Nevárez), la inmigrante dominicana que se convierte en su amiga, combina fuerza y desgarro con una dulzura que desarma. Muchas escenas, lógicamente, se han filmado en la Casa de Campo de Madrid y otros escenarios naturales, que dan a la cinta el tono de autenticidad necesario; es decir, que vemos putas de verdad, en vez de las falsificaciones para todos los públicos a las que nos tiene acostumbrado Hollywood. El ritmo es ágil, y la cámara, casi siempre, está donde tiene que estar; ni siquiera desentona la música de Manu Chao, cantante que a mí, personalmente, me parece más cansino que media docena de ex compañeros de colegio contándome su mili.

Total, que la película va bastante bien, hasta que justo por la mitad, León de Aranoa cae en el maniqueísmo que tanto le gusta y mete una escena que provoca rechazo de puro grotesca: resulta que Caye se ha echado un novio formal, un informático que debe de ser absolutamente tolili, porque es que ni se le ocurre que su novia pueda ser prostituta… ¡A pesar de que ella misma se lo dice!. En estas, que están los dos cenando en un restaurante y en una mesa cercana, como no podía ser menos, hay un tipo con aires de chulo que ha sido cliente de Caye. Esta se pone nerviosa, y se va al baño. Y el tío la sigue hasta allí, la acorrala y le paga para que le haga un lavado de la pipa del delco allí mismo, al momento. Ella se echa a llorar, le pide, le suplica que le deje en paz, pero al final se arrodilla mientras coge el dinero.

La escena casi me hace dejar la peli en ese momento, y no por desagradable, sino por chorra. Primero, es que la casualidad no hay quien se la crea, y luego es que la situación está completamente forzada. Y además, sorprende la pasividad de Caye, a quien hasta el momento hemos visto como una persona con bastante más carácter, y que de repente no es capaz de decirle al tío que la deje en paz de forma terminante. Bueno, si hay que montar una escena para reflejar lo explotadas que están las putas, pues se monta y ya está; pero hay mil maneras de hacerlo sin caer en una falta de lógica que está peligrosamente cerca del esperpento. Y además, para eso ya está la historia de Zulema. Pero es que un poco más adelante hay otra casualidad que no hay quien se la crea, que es la que lleva a Caye a romper con su novio. Y como no hay dos sin tres, la escena final del paseo de las lumis en la limusina ya entra en el terreno de lo lisérgico por derecho propio.

Si se quitan todos estos baches, la película se puede ver sin problemas, y deja un buen sabor de boca. A lo mejor algún día a Fernando León se le cura su propensión de enseñarnos en cada plano lo comprometido que está, y aprende a ser un director de cine en serio. De momento, todo indica que en su próxima película se va a buscar otro colectivo marginal. Entre yonquis o becarios de periodismo, ya veremos por dónde sale.

Próxima estación del Vía Crucis: La Carta Esférica, de Imanol Uribe.

2 comentarios:

Lego y Pulgón dijo...

Mire por dónde, esa sí la ví. Y me gustó. Candela Peña me encanta (no creo haber visto TODO lo que ha hecho). No me llamó la atención la escena que usted dice en su momento, pero ahora, recordando, sí que es una situación un poco traída por los pelos. No me creí del personaje de Caye que siempre está demasiado enfadada; vale que su vida sea un asco, pero me pareció un poco sobreactuado. Me gusta mucho la voz de Candela Peña, y eso que no tiene una dicción especialmente pulida.

Vince dijo...

Ah, Lego, pero en el cine español estoy detectando mucha manía de confundir intensidad con enfado. El otro día, en Malas Temporadas, pasaba lo mismo, pero peor; ahí no sonreía nadie, nadie hacía una sola broma, porque como era una historia muy intensa... Aquí hay toques de humor y se agradecen, pero es cierto que ni uno solo viene del personaje de Caye. Zulema, en cambio, es mucho más encantadora.