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viernes, octubre 17, 2008

"Ese", oscuro objeto de deseo

Cuando el cine nos alcanza, esto es, cuando ya vamos teniendo edad suficiente como para empezar a ver películas ambientadas en los años de nuestra juventud, es posible que se produzca un hecho curioso: que algo en nuestro interior nos diga que las cosas no fueron exactamente así. Que falla algo, vamos, y no tenemos claro si es que en efecto el guión de determinada cinta tiene anacronismos, o es que el Alzheimer ya empieza a hacernos estragos en la materia gris.

Es lo que me está pasando con esta película que se ha estrenado hoy, Los años desnudos, donde se nos cuenta la historia de tres chicas que, a finales de los 70, participan en eso que se llamó cine “S”, y que a los lectores más jóvenes les sonará como más desfasado que los humoristas del Un, dos, tres, si es que les suena. No la he visto aún, pero por lo que he leído sobre ella yo diría que aquí hay una cierta confusión con lo que uno recuerda, o quizá que se está mezclado el cine “S” con él, mucho más extendido y, este sí, íntegramente nacional, cine del destape. No eran lo mismo.

El origen del cine “S” hay buscarlo en el sistema de clasificación moral de las películas en unos tiempos en que la jerarquía eclesiástica tenía muuuucho que decir por aquí. Todavía más que ahora, vamos. Ninguna película se libraba de ser estrenada sin su correspondiente calificación moral, que podía enclavarse en las siguientes categorías: (1): Todos los públicos. (2): jóvenes (es decir, mayores de 14 años). (3): Mayores (de 18 años, se entiende). (3R): mayores con reparos, y (4): Gravemente peligrosa.

El hecho de que hubiera dos categorías por encima de la mera clasificación de 18 años hacía pensar que el visionado de una “4” suponía un viaje sin retorno a las calderas de Pedro Botero, pero es que la Iglesia no estaba ni preparada para la que se le vino encima en los tiempos de la Transición: ya hablando de los estrenos de 1976, el crítico del equipo Reseña Angel A. Pérez Gómez se refirió al “cine de entrepierna. Resulta abrumadora la explotación del tema que ha efectuado con pésima habilidad el cine español de este año”, y citaba como ejemplos no sólo el taquillazo celtibérico del año La lozana andaluza, de Vicente Escrivá, sino títulos tan explícitos como Los placeres ocultos, Susana quiere perder… eso, Call Girl, La menor, Más fina que las gallinas, y algunos más.

Como la desaparición de la censura impedía prohibir tanto libertinaje, la solución de la Junta de Clasificación fue sacarse de la manga una nueva categoría: la “S”, aplicable a títulos que, como bien se advertía en la publicidad de las cintas “contienen imágenes que pueden herir la sensibilidad del espectador”.Creo -no estoy seguro- que la clasificación comenzó a funcionar en 1977, y se mantuvo vigente hasta 1983, cuando el establecimiento de las salas X –y, sobre todo, el auge del vídeo doméstico, que permitía ver porno tranquilamente sin moverse casa- la dejaron sin razón de existir.

De todos modos, con las “S” pasaron dos cosas:

La primera, que la clasificación no se otorgaba únicamente por el contenido sexual; lo que entonces se consideraba violencia más allá de lo permisible también valía para obtenerla. Y, a la hora de calificar, el nombre del director no importaba demasiado, con lo que cineastas del calibre de Osima y Pasolini, por citar dos, vieron mezclados algunos títulos inmortales con las últimas guarrindongadas celtibéricas. También se estrenaron como películas “S” el clásico hoy superadísimo de Wes Craven Las colinas tienen ojos, o la primera entrega de Mad Max, que hoy le arranca bostezos de media hora a cualquier quinceañero aficionado al Killzone.

Y la segunda, que nadie parecía haber tenido en cuenta que la represión que atenazaba como la gripe a tantos españolitos convertía la “S” en el equivalente de un tanque de cerveza Duff para Homer Simpson, o el de un cartel de Toys’ re Us para Michael… Bueno, la cuestión es que la “S” se convirtió en un imparable reclamo comercial, hasta el punto de que muchos productores estaban dispuestos a hacer lo indecible para conseguirla en sus estrenos. Sólo tres años después del párrafo anterior, Pérez Gómez contaba el caso del film de Jose Antonio Barrero La sombra de un recuerdo:

“Ha sido rebautizado por el distribuidor como El violador y sus mujeres a la sombra de un recuerdo y clasificado, claro, con el anagrama “S””.

Consiguiendo, añadiría yo, uno de los títulos más lisérgicos de la historia del cine patrio.


P. D. Algunos de los carteles que ilustran este post han sido obtenidos de la página web http://www.todocoleccion.net/ . Dense una vuelta por ahí, que merece la pena.

domingo, agosto 03, 2008

Si es que van provocando...

Estamos ya a menos de diez días de que se estrene en España El caballero oscuro, y es muy probable que la cinta merezca la pena; no sólo ya por el inmenso porcentaje de críticas positivas que ha merecido hasta ahora, sino por el buen sabor de boca que dejaron estrella y director en la anterior entrega de la saga, Batman Begins (2005), para quien esto bloguea una de las mejores adaptaciones de superhéroes que se han filmado, junto con Spider-man (2002) de Sam Raimi, y Superman (1978) de Richard Donner, esta todavía insuperada en muchos aspectos.

Así que Christian Bale, el protagonista, ya ha declarado que está dispuesto a hacer otro Batman, siempre y cuando se den dos condiciones: una, que Christopher Nolan repita como director; y la otra, que a nadie se le ocurra meter en el guión el personaje de Robin.

Las dos exigencias tienen su lógica, sobre todo la segunda, si quieren mi opinión. Teniendo en cuenta el carácter oscuro y violento de las películas de Nolan, un adolescente en pantaloncito corto quedaría como un Cristo con dos pistolas; además, es un hecho que todas las anterior versiones de Batman donde han incluído a Robin han sido una chorrada. Y luego, claro, está lo de la otra cuestión

Hace unos años, los chicos de Mondo Brutto publicaron un larguísimo artículo sobre cómics gays. Es decir, sobre colecciones de historietas en las que, conscientemente o no, subyacía una temática orgullo de mucho cuidao, para desconcierto de muchos de sus inocentes lectores (entre los que me cuento. ¿Mira que darme cuenta ahí de que la serie de la Marvel Power Man & Puño de hierro tenía un tufo a trucha que tiraba de espaldas?). Pero no incluyeron a Batman y Robin. ¿Por qué? Respuesta: “Es que lo de esos dos se sabe en las saunas más incomunicadas del país”. Claro, para qué molestarse...

Pues ya les digo. La coña marinera sobre a qué dedican su tiempo libre Batman y Robin ha dado pie a parodias subidas de tono y chistes malos durante décadas. Y con razón, porque es que, además, ellos mismos van provocando. Hay una divertidísima página Web llamada Superdickery donde se dedican a recopilar material absurdo o equívoco de los cómics yanquis, y de ahí he sacado esta viñeta, que es en sí misma un clásico, y que les ofrezco a continuación.

Para los no familiarizados con los superhéroes, aclaro que el que está de espaldas es el malo, y los personajes que tiene delante son, de izquierda a derecha, Atom, Flash, Green Lantern, y (claro) Batman. Y, para los que no hablen inglés, este es el diálogo: el malo les acaba de decir que les ha infectado con un agente letal que no sólo les matará a ellos, sino “a cualquiera que hayáis tocado”, y ellos automáticamente piensan en sus novias… bueno, casi todos.


Atom: “¡Jean Loring… He firmado su sentencia de muerte!”
Flash: “Le he dado a Iris West el beso de la muerte!”
Green Lantern: “Carol Ferris… ¡En peligro mortal!”
BATMAN: “¡ROBIN! ¿QUÉ TE HE HECHO?”

Pues el sabrá lo que le habrá hecho… Pero qué quieren que les diga. Todos sabemos que Bruce Wayne es multimillonario y vive en una mansión que debe tener unas cincuenta habitaciones, baños aparte y tirando por lo bajo. Vaya, como que no debe de haber mucho problema de espacio a la hora de buscar una cama. Así que ¿me quieren ustedes decir cómo se explican viñetas como ESTA?


En resumen, que Christian Bale hace estupendamente en seguir en sus trece. Otro día, si quieren, hablamos de Roberto Alcázar y Pedrín; que esos también tienen lo suyo.







miércoles, julio 30, 2008

Una de baturros

Ayer se cumplió el 25 aniversario de la muerte de Luis Buñuel. Pero no es algo que me haya llamado especialmente la atención. ¿Soy el único aficionado al que el cine de Buñuel no le dice nada, o hay más gente por ahí que no se ha atrevido a abrir la boca por aquello de quedar bien? A mí, la verdad -de lo que he visto, ojo- quitando El angel exterminador, poco ha habido que me haya vuelto loco. Está, por supuesto, la tremenda fuerza de Las Hurdes Pero, por ejemplo, Viridiana me aburre, aunque quizá debería volverla a ver.

No soy el único que piensa así de Viridiana. Esta película, rodada en 1960, supuso el regreso de Buñuel a España después de años de exilio más o menos voluntario. Es curioso que, a pesar de volcar en el argumento buena parte de sus obsesiones sobre la religión y el sexo, no tuviera mayores problemas con la censura franquista salvo la obligación de cambiar el final. Aprobada la película, se presentó en el Festival de Cannes y ganó la Palma de Oro. Y entonces se lió la de San Quintín.

Según nos cuenta Fernando Méndez-Leite en su imprescindible Historia del cine español en 100 películas, “El entonces director general de Cinematografía y Teatro, don Antonio Muñoz Fontán, recogió el premio encantado de regresar a la España de Franco con el primer gran triunfo internacional del cine español. Cuando llegó a Madrid se encontró cesado. La escena de la orgía de los mendigos y la similitud de su composición con La última cena, de Leonardo, habían irritado a L’ Observatore Romano, que había publicado una crítica lamentando que fuera la católica España quien presentara en Cannes un film ateo y blasfemo”.

Viridiana”, continúa Méndez-Leite, “desapareció de la publicidad, de la radio y de la prensa. Su existencia se silenció y se prohibieron terminantemente sus proyecciones en territorio español. Los productores consiguieron sacar el negativo de España y lo guardaron en París”. Y la prohibición de la película no se levantó hasta 1977, cuando pudo por fin reestrenarse en salas españolas.

Una historia verdaderamente triste, una más de esos años. Pero ¿por qué les decía que no soy el único que no considera a Viridiana ni fu ni fa? Porque hay constancia de que Franco, gran aficionado al cine -sobre todo al que él mandaba hacer- ordenó que le proyectaran la película en El Pardo, y no encontró que la cosa fuera para tanto. De hecho una historia apócrifa cuenta que salió de la sala de proyección diciendo, aproximadamente “La verdad, estos curas, cómo exageran. ¡Pero si todo lo que hay aquí son chistes de baturros!”.

Ya les digo, que voy a tener que volver a ver Viridiana. Porque no me hace ninguna gracia que mis gustos, ni en cine ni en nada, coincidan con los de ciertas personas.

martes, abril 08, 2008

Demasiadas hormigas

El otro día, la verdad, hablamos mucho de política y poco de cine. Y no podemos dejar así a Charlton Heston, que sobre todo y ante todo ha sido un actor con una impresionante lista de títulos en su haber. Ahora, a la hora de escoger el mejor, cada uno tendrá sus opiniones, aunque yo quisiera precisar que no es exactamente lo mismo una película con Charlton Heston que una película de Charlton Heston, no sé si me explico. Verán: es indiscutible (creo) que, por ejemplo, Sed de mal (1958) es uno de los mejores títulos en los que Heston ha intervenido, pero el verdadero protagonista de la cinta es su creador y director (y actor), Orson Welles. En cambio, El planeta de los simios (1968), o El último hombre vivo (1971) son películas de Heston, y la segunda, por cierto, mucho más recomendable que ese remake tan aséptico que rodaron el año pasado al servicio de Will Smith.

Así que, si me preguntan por la película de Heston que prefiero, yo elegiría Cuando ruge la marabunta (1954). Su director, Byron Haskin, siempre se desenvolvió más en el campo de los efectos especiales, y salvo su versión de La guerra de los mundos, rodada el año anterior, poco más tiene de destacable. Pero aquí dio en la diana. O pudo ser el guión de Ranald MacDougall. O la química entre Heston y Eleanor Parker. O todo junto. Pero a mí esta película me sigue pareciendo una obra irreprochable, redonda, perfecta. Algunos la han considerado como una antecesora de las películas de catástrofes que tan populares fueron en los setenta (Heston intervino en algunas porque, como él mismo reconoció, “trabajábamos solo unos cuantos días por un cheque de siete cifras”) por aquello de que al final la Marabunta del título se dispone a papeársele a Heston toda la plantación (en la censuradísima España de los cincuenta, cuando se estrenó, dio pie al chiste popular de “Pues yo la he visto en París. ¡Y en lugar de hormigas eran putas!”), pero es mucho más que eso.

Pocas veces he visto una historia igual. Leiningen, ese dueño de una plantación, duro como el pedernal, que concierta una boda por correo con una mujer a la que nunca ha visto. Cuando esa mujer, Joanna, llega a la selva él la rechaza al enterarse de que es viuda y, por tanto, ha conocido antes a otro hombre. Heston llena la pantalla con un machismo magnético, brutal (hay incluso un intento de violación), pero ella no se queda atrás, le planta cara y acaba sacando todo su miedo, toda la debilidad que lleva toda su vida ocultando tras esa fachada de animal. Y entonces, de verdad, se enamoran. Si Heston interpreta aquí a un macho con todas las de la ley, Parker crea una mujer con todas las letras, una mujer ante la que hay que quitarse el sombrero. Y los dos están como para hacerles la ola desde el patio de butacas.

De hecho, la historia de amor entre sus protagonistas tiene tanta fuerza, que al final cuando llegan las hormigas, a lo que parece que vienen es a incordiar. Que de verdad, que no hacían falta, que estábamos completamente absortos en la historia de esos dos personajes, y que si al final se hubieran ido a la plantación de al lado, pues casi mejor. Y si no, pues leñe, que Leiningen se hubiera comprado un bote de Cucal, y asunto arreglado.

domingo, enero 06, 2008

Treinta veces treinta


Con tanto canal de televisión como hay ahora, las Navidades se convierten en un completo batiburrillo cinematográfico, especialmente en algunos días, donde uno puede, casi, tirarse desde la mañana a la noche viendo películas de todo tipo. Claro, con tanta variedad, uno se encuentra de todo, bueno y malo. Y en ocasiones lo malo y lo bueno tienen mucho en común.

Lo decía porque esta tarde, por ejemplo, han puesto en Cuatro Aterriza como puedas (1980). Hace unos días, no sé si también en este canal, nos cascaron otra de la misma serie: Mafia, estafa como puedas (1998). Esta última no la había visto, y me tragué, más o menos, la media hora final. No digo que no me riera con algunas escenas, pero fue más bien deprimente comprobar hasta qué punto lo que en su día fue una fórmula brillante había degenerado hasta convertirse en la repetición cansina de lo mismo.

Creo que las películas de la serie “como puedas” pasan ya de la docena larga (aquí les dejo el enlace de un colega que ha hecho una recopilación exhaustiva) y, por lo general, aparte de para garantizarle una jubilación dorada a Leslie Nielsen, lo único que han hecho ha sido convertirse en una versión en celuloide de ese amigo plasta que nos cuenta veinticinco veces el mismo chiste de leperos: con la primera nos reímos, pero a la decimoquinta, comenzamos a sopesar que ningún juez nos condenará si le abrimos el cráneo con el grifo de las cañas. La misma fórmula de parodiar escenas de películas famosas, los mismos chistes lamentables, y los mismos actores haciendo el payaso. Y es una pena, ya les digo, porque en mi opinión la primera de la serie es una película, sencillamente, genial.

No es por casualidad. Aterriza como puedas se debe al talento de los hermanos Jerry y David Zucker, y de su amigo Jim Abrahams, que en los años 70 dejaron su Milwaukee natal para probar fortuna en Los Ángeles. Desarrollaron un espectáculo cómico llamado Kentucky Fried Theatre, que en 1977 fue reformado para convertirse en un largometraje dirigido por John Landis, Kentucky Fried Movie (me parece que llegó a estrenarse aquí y todo, pero no lo tengo claro. Si alguien sabe algo…). La película fue muy bien en Estados Unidos, y estos tres chicos se encontraron con un contrato con la Paramount para escribir y dirigir su siguiente película.

Esta fue, en efecto, Aterriza como puedas. Pero no era, de ninguna manera, su primer guión: tenían la idea en la cabeza, y el guión escrito desde hacía años, con la esperanza de poder venderlo a algún estudio, cuando ni pensaban en que algún día podrían dirigirlo ellos mismos. Lo que llama la atención es el trabajo que le dedicaron: según confesión propia, estuvieron trabajando en el guión durante cinco años, durante los cuales hicieron por lo menos treinta versiones del mismo, intentando en cada una meter más y mejores chistes.

¿Comprenden ahora por qué esta película funciona tan bien?

P. D. ¿Aterriza... ha sido censurada? En algunas partes, sí. Por ejemplo, en una ocasión la televisión inglesa cortó todas las escenas del comandante donde le hacía insinuaciones de lo más pederástico al niño que va a visitar la cabina (“¿Te gustan las películas de gladiadores?”), y algunas copias americanas en vídeo han eliminado la escena donde la azafata le canta una cancioncita a la niña enferma (¿Pueden creerse que esa escena está rodada en serio en Aeropuerto 75?), arrancándole sin querer el tubo intravenoso. Tele 5 ha exhibido esta copia censurada en, al menos, una ocasión.

jueves, octubre 18, 2007

Rosa inglesa

Se acaba de morir Deborah Kerr, a los 86 años, y con ella desaparece una de las señoras más impresionantes que jamás se hayan asomado a una pantalla. Y cuando digo señora, estoy utilizando la palabra en su sentido más antiguo o tradicional, si quieren: estilo, clase, señorío. Le salía por los poros, y la estricta educación que recibió -su gobernanta le hacía pasar horas tumbada recta sobre el suelo de madera, para enderezar su espalda- no hizo sino acrecentar esa cualidad. Quizá por eso tantos de sus papeles fueron, precisamente, de estricta dama inglesa, con la consecuencia de que Deborah Kerr -con seis nominaciones al Oscar y ninguna victoria- acabara presa de un cierto encasillamiento, que se quitó de encima en aquella famosa escena de De aquí a la eternidad (1953), donde se revolcaba por la playa con Burt Lancaster.

Pero es difícil quitarse de encima el encasillamiento. Cuatro años después, Kerr protagonizó Sólo Dios lo sabe, dirigida por John Huston y con Robert Mitchum como compañero de reparto. La historia seguía más o menos el esquema de La Reina de Africa (1951) presentando una historia de amor entre dos personajes contrapuestos, en este caso un rudo marine (Mitchum), y una monja (Kerr). Lógicamente, a diferencia de lo que ocurría en la película de Bogart, en esta ocasión el amor se mantenía en un plano completamente platónico.

Deborah Kerr sorprendió a Mitchum… agradablemente. Siempre dijo de ella que era la única compañera de reparto con la que no se había acostado. Fantasmadas aparte, indica claramente el respeto y la amistad que surgió entre ambos actores, y que siguió hasta la muerte de él, en 1997. Ella encontró en su compañero una persona mucho más sensible de lo que indicaba su leyenda de chico malo, atenta, educada y con profundos intereses intelectuales. El descubrió que la estricta dama inglesa podía jurar como un carretero cuando Huston comenzó a machacarla demasiado sobre como había que interpretar una escena. Y los tres juntos, actor, actriz y director, decidieron divertirse un poco a costa del sacerdote enviado por la Catholic Legion of Decency para vigilar que el argumento de la película transcurriera dentro de los cánones esperables de moralidad.

El sacerdote en cuestión había sido invitado por la Fox a Tobago -donde se rodó la película- y desde el primer día empezó a poner pegas, percibiendo detalles escabrosos en la más inocente de las escenas. Hasta que una mañana llegó al rodaje y, como de costumbre, permaneció al lado de Huston después de que éste gritara “¡acción!”. Kerr y Mitchum empezaron a decir su dialogo. Luego, se fueron acercando el uno al otro. Mitchum pasó la mano por los pechos de Kerr, y ésta correspondió agarrando el trasero del actor, antes de que ambos empezaran a besarse a lengua abierta. Director y personal de rodaje permanecían impávidos, mientras el sacerdote parecía al borde de la apoplejía. Por fin, preguntó a Hustón: “¿Qué está pasando aquí?”, y tranquilamente éste le respondió:

- Quédese callado, padre. ¡Joder, nos acaba de arruinar una toma perfecta!.

viernes, mayo 25, 2007

Guardián de la moral

Nos habíamos quedado el otro día en Will Hays, que durante años, y por su cargo de Presidente de los Productores y Distribuidores de Películas de America, fue en la práctica el principal censor del mundo del celuloide. Por la imagen pueden ver que no era precisamente Errol Flynn y que una visita al dentista no le habría venido nada mal. Pero me temo que, como todo profesional de la censura, la podredumbre no se limitaba a sus dientes, sino que estaba profundamente incrustada en su cerebro.

El origen del reinado de Hays fueron los escándalos que protagonizaron muchas de las estrellas de cine durante la etapa muda: Wallace Reid, muerto a los 32 años por exceso de alcohol y drogas; Charles Chaplin acusado de bigamia y de simpatizar con los comunistas; Fatty Arbuckle, condenado por violar a una chica con una botella durante una fiesta salvaje… Poco importa que muchos de estos escándalos no fueran reales o sus circunstancias hubieran sido exageradas por la prensa amarilla de la época (al lado de la cual, Aquí hay tomate parece una ONG); en el país con mayor número de puritanos por metro cuadrado, aquello era suficiente para que Hollywood se convirtiera en sinónimo de sexo y depravación. Y los productores decidieron autocensurarse antes de que su floreciente negocio se fuera a pique por presiones populares o, incluso, acciones directas del gobierno.

Will H. Hays era presidente del Comité Nacional Republicano bajo el mandato del presidente Warren G. Harding, y fue la persona designada para velar por que la moralidad de Hollywood se mantuviera prístina. En los primeros tiempos, las cosas estuvieron tranquilas: Hays lanzó una lista de temas que no se podían tocar, y de otros que sí, aunque cuidadosamente. Pero con la llegada del cine sonoro, surgieron nuevos peligros, entre ellos películas con argumentos más elaborados y que, por tanto, pudieran tratar temas inconvenientes, y la amenaza siempre presente de las palabrotas. Había que hacer algo, y de hacerlo se encargaron Martin Quigley, editor católico del Motion Picture Herald, y Daniel J. Lord, profesor de arte dramático, que cogieron las recomendaciones de Hays y las convirtieron en un Código aceptado por la industria cinematográfica el 31 de marzo de 1930, y conocido en la industria como el Código Hays.

Este Código estuvo presente durante muchos años. Vamos a repasar algunos de sus puntos:

Los triángulos amorosos podían tratarse, pero siempre y cuando al final siempre prevaleciera “el matrimonio, la santidad del hogar y la moralidad sexual”.

Las escenas de pasión no debían “ser explícitas ni demasiado vívidas, por ejemplo estrechando los cuerpos, con besos lascivos y prolongados, con abrazos evidentemente lascivos o con posturas que puedan levantar pasiones” (en su aplicación práctica en las películas, esto quería decir que los besos no podían durar más de tres segundos, y siempre con la boca cerrada).

Sobre el uso del lenguaje, los juramentos “jamás deben ser utilizados como un elemento de comedia”, y el nombre de Jesucristo no debía utilizarse, salvo en sentido piadoso.

Los bailes que aparecieran en pantalla no debían ser “sugerentes”. “Los bailes del tipo Can-Can… son malos. La llamada danza del vientre es inmoral, obscena y totalmente inapropiada”.

Y, por supuesto, entre los temas estrictamente prohibidos estaban las “perversiones sexuales” o las relaciones sexuales entre las razas negra y blanca.


Hay mucho más, pero tampoco se trata de que el post se haga eterno. Aquí cada uno tendrá su opinión, pero a mí, cada vez que leo esto, me entran unas ganas enormes de atar al señor Hays a una silla y obligarle a tragarse los tres Torrentes uno detrás de otro...

jueves, mayo 24, 2007

Más que palabras


Tenía pensado que dejáramos por hoy Lo que el viento se llevó pero, a riesgo de ponerme pesado, hay alguna otra historia que me gustaría compartir. ¿Se han fijado en que es una de las películas con mayor número de frases convertidas en clásicas? Puede que la otra sea Casablanca, (aquí tienen una lista de las cien más famosas de la historia del cine) pero en Lo que el viento... encontramos piezas inmortales como “A Dios pongo por testigo que nunca volveré a pasar hambre”, “Mañana será otro día” y, desde luego, la que hay que decir en inglés para cogerla con toda su fuerza: “Frankly, my dear, I don’t give a damn”, con la que Rhett Butler le termina diciendo a Scarlett O’Hara, sin mucha delicadeza, que hasta aquí hemos llegado, chata.

La frase en cuestión trajo cola. En España se tradujo como “francamente, querida, me importa un bledo”, con lo que nunca llegamos a enterarnos mucho de la polémica. Pero en Estados Unidos, “damn”, (“condenación”) era entonces un término bastante fuerte que nunca se había utilizado en una pantalla de cine. Y en aquellos tiempos estaba todavía vigente el Código Hays, implantado por el fascista puritano que le dio el nombre. Pero ni siquiera la amenaza de Hays podía detener a Selznick, que voló hasta Nueva York y se pasó cuatro horas discutiendo con el censor, explicándole que la palabra “damn” era esencial para retratar la crudeza de los sentimientos de Butler.

Finalmente, Hays accedió. De todos modos, la película fue multada con 5.000 dólares, por “violar el código de producción”, pero como el presupuesto ya andaba rondando los cuatro millones de dólares, es de suponer que Selznick no le daría mayor importancia.

Los americanos tuvieron que esperar doce años para que se oyera otro “damn” en la pantalla (no sé en qué película, por cierto), pero aquí no tendremos que esperar tanto para seguir con Hays. Más sobre esta buena pieza mañana, hombre, que me he quedado con munición.

martes, mayo 22, 2007

¿Homofobia?

Leo en la página de noticias de la Internet Movie Database que el actor Chad Allen, conocido sobre todo por la serie de televisión La doctora Quinn, denuncia haber sido colocado en una “lista negra” después de haber hecho pública su homosexualidad. La verdad, no sé... Por todo lo que llevo visto y leído, yo diría que las listas negras en el cine y la televisión se han producido más bien por motivos políticos que sexuales. Pero por otro lado, Allen mete el dedo en la llaga haciéndole una pregunta a su entrevistador: “¿Conoce alguna estrella de primera fila que reconozca ser gay?”.

Ahí le han dado. Porque sí que conocemos a muchas, pero por lo general sus gustos sexuales han salido a la luz después de su muerte o cuando la cosa era ya imposible de esconder por más tiempo. La verdad es que, en buena parte, cuando estos actores empezaban, procuraban no salir del armario ni a por tabaco, no fuera que su carrera profesional llegara a un final abrupto. Y cuando ya iban camino de convertirse en estrellas, los propios estudios añadían más capas al armario para que el mito no se derrumbara. Así, Rock Hudson (este con boda incluída, arreglada por el estudio, con la actriz Phyllis Isley), Farley Granger, Danny Kaye, Montgomery Clift, Anthony Perkins, por citar solo algunos, contaron con la coraza protectora de la maquinaria de Hollywood, que en esos tiempos (y en estos) no era moco de pavo.

El único caso que ha sido interpretado como de despido por homosexualidad fue el de George Cukor en Lo que el viento se llevó (1939), pero aquí las versiones difieren. Que Cukor era homosexual lo sabía todo el mundo, y que era uno de los mejores directores de la época, también. Así que no tenía ningún problema para trabajar. Pero al poco tiempo de comenzar el rodaje de la novela de Margaret Mitchell, Clark Gable hizo que lo despidieran.

¿Por qué? Algunos historiadores del cine acusan a Gable de homófobo, y dicen que luchó por reemplazarlo por su amigo Victor Fleming, mucho más masculino en todos los sentidos, pero yo diría que la razón no fue exactamente esa. Homosexual o no, Cukor tenía fama de ser un gran director de actrices. Y en efecto, al poco de iniciado el rodaje quedó claro que estaba prestando mucha más atención a Vivien Leigh que a Gable. Y este acabó forzando el cambio de director para trabajar con Fleming, al que conocía de sobras y del que sabía que no permitiría que ninguna actriz le hiciera sombra.

Por cierto, ahora que hay actores (secundarios) que han salido del armario, como el macizo de Rupert Everett, se me plantea una duda. Everett ha declarado en más de una ocasión que buscará interpretar papeles de gays con regularidad. ¿Debería esto ser así? ¿Un gay sólo puede ser interpretado por un gay? ¿No es esto, en cierto modo y supongo que involuntariamente, una forma de autoexclusión?

viernes, mayo 18, 2007

Menos humos (2)

La verdad es que no me gustaría ponerme pesado ni darles lata diciendo eso de “se lo advertí”, pero la verdad es que… se lo advertí. Si repasan el post menos humos publicado en este blog el pasado 9 de febrero, verán que allí hacía mención a una novela de Arthur C. Clarke donde el escritor vaticinaba un futuro en el que los cigarrillos serían eliminados digitalmente de las películas.

Clarke acertó al predecir la llegada de los satélites de comunicaciones, y también ha acertado en esto. Según cuenta hoy Diego Galán en El País, algunas películas clásicas han empezado a recibir este tratamiento.
Y a partir de ahora, la Motion Pictures Association of America ha decidido subir la calificación moral de las películas donde aparezca gente fumando. Con lo cual, de golpe y porrazo, toda la filmografía del bueno de Bogey acaba de pasar a recibir la misma calificación que el porno duro. Tócame las narices, Sam.

Esto no es ni siquiera fascismo. Es, directamente, una gilipollez.

martes, abril 17, 2007

Besos y fanatismo

¿Recuerdan aquella última, prodigiosa escena de Cinema Paradiso? El protagonista descubre que su amigo, el proyeccionista del cine del pueblo -¡ese Philippe Noiret!-, le ha dejado en herencia un rollo de película donde ha ido juntando todas las escenas de besos que, a lo largo de la historia de la sala, la censura eclesiástica había ido eliminando de las películas…

Me ha venido ese final a la memoria a raíz del follón que se ha montado en la India como consecuencia del efusivo beso que Richard Gere propinó a la actriz Shilpa Shetty, oriunda de ese país y ganadora de la versión británica de Gran Hermano. Las protestas se han sucedido por todo el país, al parecer con quema de fotos del actor incluída. El ex de Cindy Crawford no debía estar muy enterado de que en la India las muestras excesivas de afecto en público son consideradas casi pornográficas; y de que en el cine de Bollywood -la India es el principal productor de películas del mundo- los besos en la pantalla son excepcionales, por no decir que, directamente, no son.

Es curioso este tema de los besos. Se dice que muchos aprendimos a besar con el cine, pero podría decirse que el cine más bien nos enseñó a besar con glamour; antes de que empezáramos a ver las lenguas pasearse por las bocas de los actores, Clark Gable mostraba lo que es un beso de los que dejan sin aliento en aquel famoso primer plano de Lo que el viento se llevó… El problema era que, aunque aquí la censura no cortara todos los besos, este tipo de escenas bastaban para que la película fuera calificada no sólo para mayores de 18 años, sino encima con el agravante de “gravemente peligrosa”. Si el cine era la escuela de los besos, a los niños de antes nos costaba ir a clase teórica; casi el único profesor que se nos permitía era Walt Disney, y en sus películas no se besaba; más bien, se torturaba.

Pero no crean que el de Gere es el único caso en que religión (¿o fanatismo?) y besos producen una mala combinación: el musical de la fotografía provocó también numerosas protestas en ciertos países cuando fue estrenado, y ustedes se dirán: ¿Pero qué hay de escandaloso en Funny Girl (1968)?. Sencillamente: que Omar Sharif es árabe. Y Barbra Streisand, judía. Y verles besándose en pantalla fue suficiente para que algunos quisieran quemar el cine, y para que ambos actores recibieran amenazas de muerte.

Para quitarnos el mal sabor de boca, aquí les dejo una pequeña lista de besos. Se admiten sugerencias.

martes, febrero 20, 2007

Sí al "fart", no al "fuck"

Los organizadores de la ceremonia de 2000 se encontraron con que el cambio de milenio les traía una complicación políticamente incorrecta: La canción Blame Canada se había colado entre las nominadas. ¿Cuál era el problema? Varios. En primer lugar, el tema pertenecía ni más ni menos que a la película South Park, basada en la serie de dibujos animados para adultos (para adultos creciditos) que había triunfado en el canal de cable Comedy Central y, posteriormente, en todo el mundo. Su paso al cine era evidente, como evidente fue que, si la serie de televisión se pasaba varios pueblos, la peli se iba a pasar estados enteros. No tardó en ser calificada como la película con más tacos de la historia del cine.

Blame Canada era, con mucho, el tema más suave de la banda sonora, y aún así ponía a caldo a los canadienses, llamaba “zorra” a la cantante de ese país, Anne Murray, se metía con Celine Dion, empleaba varias veces la palabra fart (“pedo”) y completaba la faena con la estrofa “My boy Eric used to have my picture on his shelf / But now when he sees me he tells me to FUCK MYSELF” (“Mi chico Eric solía tener mi foto en su estantería / pero ahora cuando me ve me dice que me vaya a… bueno, a eso”). Esta última palabra era impronunciable en televisión, y las demás iban a suponer un enorme trabajo de relaciones públicas. Y quedaba el problema más importante: ¿quién iba a cantarla?

Tradicionalmente (y una de las pocas veces que no ha sido así fue en 2006) se intenta que las canciones nominadas corran a cargo de sus intérpretes originales. Pero en este caso, las voces de la canción las habían puesto Trey Parker y Matt Stones, los creadores de South Park, que no tenían ninguna experiencia como cantantes; ni hablemos de interpretar el tema en directo ante una audiencia de millones de personas. El tercer intérprete original, la actriz Mary Kay Bergman, se había suicidado seis meses antes. Y no se trataba solo de encontrar a algún cantante profesional dispuesto a interpretar la canción; es que, encima, su imagen tenía que adecuarse mínimamente a ella. Digamos que Celine Dion y Michael Bolton no tardaron en quedar descartados.

La solución fue Robin Williams. Al ser un fanático de South Park, no costó convencerle de que interpretara la canción en directo. Richard Zanuck, coproductor de la gala de se año, negoció con la cadena ABC: Williams podía decir fart, pero, desde luego, no fuck. Y Anne Murray mandó un mensaje: no importaba que la llamaran "zorra", porque entendía que la canción tenía una intención ante todo paródica.

El resultado fue visto por espectadores de todo el mundo; Williams apareció rodeado de dos docenas de cantantes y bailarines, y de una docena más de bailarinas vestidas de policía montada; fue el mejor número de la noche, pero quedó bastante claro que Blame Canada ya había hecho bastante con estar nominada: ganó Phil Collins por la canción You’ll be in my heart, compuesta para la película Tarzán, de la Disney. Y por cierto… ¿alguien es capaz de tararearla?

viernes, febrero 09, 2007

Menos humos

Leo que en algunas zonas de Inglaterra y Estados Unidos han prohibido a los actores de teatro fumar en el escenario; ni siquiera se les permite utilizar cigarrillos de hierbas, de esos que suelen dar el pego cuando el actor prefiere no consumir tabaco de verdad. Precisamente el fin de semana pasado vi en DVD una peli que me permito recomendarles, Gracias por fumar, que en un tono paródico muy de agradecer habla de las argucias de la industria tabaquera para seguir vendiendo sus productos; el cine, claro, es uno de sus principales vehículos publicitarios. Todos hemos visto a Mel Gibson y Bruce Willis encadenando Marlboros y llevando a cabo proezas atléticas dignas de un campeón olímpico, y a Clint Eastwood -que es un loco de la salud, y no ha fumado jamás en la vida real- quemando un Camel tras otro en Los puentes de Madison.

Pero hay otra cara de la moneda, de la que se habla al final de la cinta: la posibilidad de censurar la aparición de tabaco en las películas, y no solo en las actuales, sino utilizando la edición digital para borrar todos los cigarrillos que puedan aparecer en las películas antiguas. La idea no es nueva, y ya la desarrolló Arthur C. Clarke en su novela de 1990 El espectro del Titanic (que no les recomiendo, por muy fans de Clarke que sean, ya que es de las peores que ha escrito), donde dos de sus protagonistas se dedican a eliminar digitalmente cigarrillos y ceniceros de todas las películas clásicas, para poder presentarlas a los sensibles espectadores del siglo XXI.

¿Ciencia-ficción? Cualquiera sabe. La censura digital ya está apareciendo en algunas películas. Si consultan la entrada del 24/09/06 en este mismo blog, verán que ya hacíamos mención a cómo George Lucas modificó la escena de Han Solo y el cazarrecompensas en La guerra de las galaxias (1976) para que pareciera que Harrison Ford disparaba en defensa propia. Y cuando Steven Spielberg sacó la edición en DVD de E. T. el extraterrestre (1981) eliminó por ordenador todas las armas que portaban los agentes federales que perseguían a los niños, y las sustituyó por walkie-talkies. Y, en temas de censura, cuando alguien da el primer paso, de repente resulta mucho más sencillo dar los siguientes. ¿Se imaginan Casablanca con Humphrey Bogart enarbolando un chupa-chup?

jueves, febrero 08, 2007

El crimen que no pudo ser



Como soy un chico de los ochenta, me hace gracia ver a Alaska en televisión. Otra cosa es que vaya a comprarme el disco nuevo que ha sacado con Fangoria; prefiero recordar los tiempos de los Pegamoides. Pero me llama la atención el título del CD, El extraño viaje, que la propia Olvido Gara confiesa que es un homenaje a la película dirigida en 1964 por Fernando Fernán-Gómez.

Una idea estupenda, en mi opinión, porque es sin duda una de sus mejores películas, a la altura de El viaje a ninguna parte (1986); aguanta perfectamente el paso de los años con su combinación de misterio, ternura (esos dos hermanos medio retrasados, medio infantiles, interpretados con tanto talento por Rafaela Aparicio y el director de cine Jesús Franco), erotismo (mejor dicho, travestismo) y terror. Y por si todo lo anterior fuera poco, encima consigue que Carlos Larrañaga parezca un buen actor. La censura de la época dejó pasar la película sin apenas molestarla, lo cual tiene mérito; la única pega estuvo en el título.

El extraño viaje era el título provisional que se puso a la cinta durante el rodaje, a la espera de que a alguien se le ocurriera algo mejor. En la productora propusieron El crimen de Mazarrón, porque, aunque la acción (basada, por cierto, en hechos reales) transcurriera en otro pueblo (el rodaje fue en Loeches) los cadáveres aparecían en esa playa. Y ahí llegaron los problemas. Como cuenta Fernán-Gómez en sus memorias “el Ministerio de Información, que se ocupaba del cine, era también Ministerio de Turismo, y como en la playa de Mazarrón una urbanizadora había empezado a construir, prohibieron el título, porque si una película se llama El crimen de Mazarrón, el turismo no querría acudir”.

“Diez años después, y por otros motivos, estuve en Mazarrón, y a pesar de la prohibición del título, seguía sin acudir el turismo”.

Bueno, el tiempo todo lo arregla, y a lo mejor una visita actual a Mazarrón convencería a Fernán-Gómez de que los de las urbanizaciones, a fin de cuentas, sabían lo que se hacían. Aquellos censores que prohibieron el título de El crimen… si acaso, fueron unos adelantados a su época.

domingo, septiembre 24, 2006

"Yo soy tu padre, Luke..." "Y yo soy tu tío, Obi Wan"


Se celebra estos días en Valladolid una convención de fans de Star Wars. Supongo que la avalancha de frikis que es de esperar acudan tendrán tema de conversación en la nueva edición en DVD de las tres pelis originales de la saga.

¿No habían salido ya en DVD hace ya un tiempo? Sí, pero es que en esta ocasión se trata de la versión original, es decir, previa a todos los retoques digitales que metió George Lucas a mediados de los 90 para intentar que sus efectos especiales no desentonaran demasiado con los de la nueva trilogía (y de paso, reestrenarlas y ganar unos durillos más). Por lo menos, esta edición nos permite recuperar escenas sin concesiones a la corrección política, como ésa en la que Han Solo se carga de un disparo al cazarrecompensas en la cantina, y a la que Lucas añadió un rayito extra para que pareciera que Harrison Ford estaba disparando en defensa propia.


De Star Wars hay infinidad de curiosidades, pero a mí me gusta sobre todo la que se refiere a Wedge Antilles. Este personaje aparece en las tres primeras películas, siempre en un papel secundario: es uno de los líderes de escuadrón de la alianza rebelde, y hay que decir que, aunque pasa por infinidad de batallas espaciales, consigue llegar de una pieza al final de El retorno del Jedi. Wedge está interpretado por el actor escocés Denis Lawson el cual, aunque nunca ha destacado mucho en la gran pantalla, parece haber desarrollado toda una carrera en los musicales londinenses.

No fue este su único contacto con la saga Star Wars: Ian McDiarmid, que interpreta en la segunda trilogía al senador Palpatine, fue compañero suyo en la escuela de arte dramático; y lo más importante, Ewan McGregor, que en la segunda trilogía interpretaría a Obi Wan Kenobi, es su sobrino carnal y tenía seis años cuando su tío se colocó por primera vez el casco de piloto rebelde.