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viernes, diciembre 05, 2008

"¡Primera posición!"

Voy a hacerles una pequeña confesión, que probablemente no coja de nuevas a nadie: la cantidad de periodistas que se lanzan a hacer la reseña de un libro sin apenas leerlo, y quiten el “apenas”. Lo único que hacen es reproducir la nota de prensa y señalar lo que esa misma nota señala, sin siquiera abrir el volumen para comprobarlo por sí mismos, o para buscar otras cosas quizá más interesantes.

Esto viene a cuento de la biografía de Alfredo Landa, que acaba de publicar Aguilar, escrita en colaboración con Marcos Ordoñez. Me la he ventilado en tres días, porque tiene la cualidad de ser enormemente entretenida. Así que he podido contrastar lo que yo iba leyendo con lo que decía la prensa que yo estaba leyendo, y las cosas, la verdad, no encajaban del todo. Uno creería que es un libro donde Landa pone a parir a todo el mundo, y la verdad es que el Alfredico no se corta un pelo en sus opiniones sobre Manolo Gómez Bur, Jose Luis López Vázquez, Jose Luis Dibildos –, lo que cuenta de él es, directamente, de cárcel- Pilar Miró, Fernando Fernán-Gómez y algunos más, pero también es cierto que pone por las nubes y no acaba a José Sacristán, Paco Rabal, Mónica Randall, Fernando Rey, Carmen Maura, Ovidi Montllor y a su querido y/o odiado Garci, también entre otros muchos. En resumen: las memorias de un hombre que lleva muchos años en este negocio y que ha estado a gusto con algunas personas, y con otras, no tanto. ¿Por qué se iba a callar a estas alturas?

Tampoco entiendo en qué momento se ha metido la política en todo este asunto. En una entrevista en El País le preguntaron si no era “un poco fachilla” por ser de derechas (gran amplitud de miras, sí señor), con lo cual alguna gente de derechas que sí que es algo más que un poco fachilla –la hay, por desgracia- lo están utilizando como excusa para atacar a sus odiadísimos actores españoles. Y así seguimos en este país, tirándonos las ideologías a la cara, cuando Landa será lo que le dé la gana ser, pero en su biografía pone exactamente igual de bien a Jose Luis Sáenz de Heredia (falangista de pro) que a Juan Antonio Bardem (comunistón de pro), a Jose Luis Garci que a Jose Luis Cuerda, y todo siguiendo el mismo criterio: su talento como directores y las películas que hizo con ellos, sin que la ideología de cada uno parezca quitarle excesivamente el sueño.

Ahora, la mejor anécdota, por lo menos para mi gusto, es la de El río que nos lleva. Basada en la novela de Jose Luis Sampedro, la película narra la historia de los gancheros, que en otros tiempos se encargaban de bajar los árboles recién talados río abajo, hasta las serrerías. Dirigió Antonio del Real, y se rodó en escenarios reales. Todo muy real. Ese fue el problema. Cuenta Landa:

“Comienzo del rodaje. Hay una cascada preciosa y se va a filmar el plano de la bajada de los troncos.
Doscientos troncos, preparados en su presa. Todo el equipo a punto también.
Le digo a Tono:
- Oye, y estos troncos… digo yo que habrá unos pocos auténticos y el resto serán de poliuretano o alguna materia plástica, porque van a ser el eje de toda la acción y…
- No, no, no. De plástico nada. Aquí todo es de verdad.
- Pero vamos a ver… Es que tenemos que manejarlos en el agua, Tono, y si son de verdad deben pesar…
- Una tonelada cada uno. Realismo.
- Entonces no habrá forma humana…
- Que no te preocupes, Alfredo. Todo controlado.
No escuchaba. Es lo malo que tenía, que no escuchaba.
El jefe de producción, pasmado. El cámara, pasmado. Pasmados todos.
Pero el director es el que manda.
- ¿Así que soltamos los troncos?- le preguntan.
- Claro, claro. A la voz de acción.
- Muy bien.
Grita “¡acción!”. Sueltan los troncos. Se rueda el plano general.
Los troncos salen de la presa que es un contento.
Y entonces le oímos decir: “corten. Primera posición””.

“Primera posición” en un rodaje es la orden para volver a dejar todo como estaba antes de empezar a rodar, para repetir la escena. Y en este caso, significaba volver a colocar tras la presa doscientos troncos de una tonelada. Cinco días tardaron en conseguirlo, con grúas, camiones, de todo, durante los cuales el equipo entero se partía la caja con la ocurrencia del director. No es la única anécdota del libro, eso desde luego, pero para mí, es la más absurda. Y esas suelen ser las mejores.

Pueden añadirlo a la cesta de Navidad.

P. D. No puedo garantizar que vaya a meter muchos posts este mes. Se hará lo que se pueda, pero estoy hasta arriba con un encargo que me tiene ocho horas al día delante de la pantalla, y luego cualquier tiene ánimos para seguir tecleando. Se hará lo que se pueda, pero tengan un poco de paciencia.

martes, noviembre 25, 2008

Una de resurrecciones

Si yo me pusiera en plan Mayra y les pidiera nombres de actores que han interpretado a James Bond, seguro que no les costaría mucho recordarlos a todos. De la misma manera, y aunque es un personaje un poco pasado, si nos pusiéramos a enumerar Tarzanes seguro que todos no, pero sí que sacábamos unos cuantos, comenzando por Johnny Weismuller, siguiendo por el ex de Tita Cervera y acabando con el bizco. Pero ¿Y si hacemos la prueba de recordar Inspectores Clouseau?

Supongo que una respuesta muy común sería “Bueno, pues…Peter Sellers y Steve Martin, ¿No?”.

La verdad es que hay muchos más Clouseaus que esos dos. O, por lo menos, se intentó que los hubiera. Me he acordado del asunto tras ver que Steve Martin no ha tenido bastante con intentar llenar el hueco de Peter Sellers una vez, y ahora piensa reincidir con una segunda parte de La Pantera Rosa de inminente y ominoso estreno. ¿Era necesario?


Es curioso lo de las películas de La Pantera… Creo que no ha habido jamás en toda la historia del cine una serie cuya subsistencia dependiera más de su actor protagonista. Bueno, pues ese actor protagonista está muerto. RIP. Kaputt. Lleva así 28 años. Y nadie le va a resucitar, ni a clonar. Lo cual no ha detenido a eso que se llama la maquinaria de Hollywood a la hora de intentar seguir haciendo dinero con una franquicia que ya no tiene ninguna razón de ser.

La primera tentativa se produjo todavía en vida de Sellers. Después de interpretar a Clouseau en La Pantera Rosa (1963) y El nuevo caso del Inspector Clouseau (1964), el actor perdió todo interés en el personaje; no así la Metro, que quiso repetir de nuevo -tripitir, vaya - y se les ocurrió intentarlo con un actor de mucho talento, pero desde luego sin la vis cómica de Sellers: Alan Arkin (hablamos de él aquí cuando el año pasado le nominaron al Oscar por Pequeña Miss Sunshine). Añadamos a eso que Blake Edwards tampoco estuvo tras la cámara... y tenemos el primer morrón.

Llegan los años 70, y la carrera de Sellers está en franco declive por una serie de películas malas, sosas y olvidables pero maravillosamente bien pagadas, lo que le llevó a hacerlas en plan ristra de chorizos para mantener su elevado tren de vida (No les digo más que en sus viajes a Suiza usaba dos aviones privados; uno para él, otro para el equipaje). Cuando tenía una de esas rachas, Edwards lo encontraba de lo más cooperativo, y la serie se reavivó no con una, sino con tres películas: El regreso de la Pantera Rosa (1975), La Pantera Rosa ataca de nuevo (1976) y La venganza de la Pantera Rosa (1978). Todo va de miedo. Edwards y Sellers se conocen -y se aguantan- como si se hubieran parido, la gente se ríe a carcajadas, y el dinero de la taquilla llega a espuertas. Y entonces, Sellers se muere. Aquí empiezan los despropósitos.

El primero es todo un monumento a la necrofilia: Tras la pista de la Pantera Rosa (1982) se filmó, como es bien sabido, utilizando dobles de Sellers y reuniendo escenas descartadas de las películas anteriores. Esperar que de aquello saliera algo coherente, o siquiera divertido, era mucho esperar, ya que, como bien han apuntado los chicos de The agony booth, si una escena se descarta, suele ser por algo. Para darle un aire más familiar a la cosa, se recurrió a secundarios clásicos de la serie, incluído David Niven, que accedió a rodar una escena repitiendo su personaje del ladrón Charles Litton. El problema es que Niven estaba a su vez tan enfermo que era incapaz de hablar, y tuvieron que doblarle. Todo un festival del humor, vaya. Segundo morrón.

Al año siguiente, se reincidió con La maldición de la Pantera Rosa: Clouseau ha desaparecido, y se necesita otro policía para buscarlo. El elegido es el norteamericano sargento Sleigh, por supuesto tan manazas e incompetente como su predecesor, al que dio vida el cómico televisivo Ted Wass, por aquel entonces muy popular gracias a la –inolvidable- serie Enredo. Al final, se descubría que Clouseau había desaparecido voluntariamente y se había hecho la cirugía estética y todo. ¿Quién lo interpretó brevemente? Roger Moore. Tercer morrón.

¿Fin de la historia? Ni hablar. Diez años después alguien tuvo la genial idea de que podía intentarse una nueva resurrección, esta vez con un actor más joven que interpretara a un hijo ilegítimo de Clouseau. Y así es cómo se rodó El hijo de la Pantera Rosa (1993), que en el Reino Unido se estrenó directamente en vídeo. Y en los demás países donde sí se estrenó, no fue nadie a verla. O sea, que cuarto morrón. Y seguramente son manías mías, pero yo diría que el que su protagonista fuera el muy inaguantable Roberto Milmuecas Benigni algo tendría que ver…

Después de tanto desastre, muy mal tendría que haber estado Steve Martin para hacerlo peor. Con todo, hay más humor en cinco minutos de cualquiera de las cinco películas originales que en toda su nueva versión.

Me he dado cuenta de que dije que hoy hablaría de Peter Sellers, y he acabando hablando de un montón de gente, salvo de él... Lo cual creo que deja muy claro que es insustituible.

domingo, noviembre 16, 2008

Crash

Por lo visto, hoy es el Día Mundial en Recuerdo de las Víctimas de Accidentes de Tráfico. Pues hay bastante gente para recordar. Les confieso una cosa: mi trabajo me ha dado la oportunidad de viajar bastante, y no le tengo absolutamente ningún miedo a coger un avión; de hecho, si es un vuelo transcontinental y me pagan el billete en primera, lo que siento es bastante gustito… Pero cada vez afronto los viajes en coche con mayor preocupación. En serio, me asalta con creciente frecuencia el pensamiento de que de este no pasas, chaval. ¿Por qué? Por estadística pura; aunque conduzca –o intente conducir- con toda la precaución del mundo, nunca se sabe cómo lo harán aquellos con los que me voy a encontrar.

Supongo que todos, tanto bloguero como lectores, no tenemos que recurrir a los famosos seis grados de separación para encontrar a algún ser querido que se nos haya ido en la carretera. Yo puedo mencionar –y mandarles un recuerdo- a mis primos Íñigo y Bruno, a mi ex compañero y siempre amigo Mijail, y a mi amigo Monchín, que es el único de los cuatro que queda para leer esto –habitualmente lo hace-, aunque la bestia parda que se llevó por delante su moto le ha dejado para siempre caminando como House. Eso sí, les garantizo que no ha perdido su sentido del humor... bastante más sano que el de House.

Y el mundo del cine tampoco se ha librado. Un somero repaso a los actores fallecidos en accidente arroja nombres como Jayne Mansfield, la rubia explosiva que fue lanzada en su día como una respuesta a Marilyn, y cuyo coche se empotró de madrugada contra la trasera de un camión que iba como a veinte por hora; Grace Kelly, despeñada con su hija Estefanía por las cuestas de Mónaco en circunstancias que hicieron correr mucha tinta en todo el mundo; o Desmond Llewelyn, el actor inglés recordado por los fans de James Bond como “Q”, cuyo automóvil sufrió un choque frontal contra otro cuando realizaba una gira para promocionar su libro de memorias. Las heridas sufridas fueron demasiado para su organismo de 86 años.

Pero nos estamos dejando al más famoso de todos.

Sobre el accidente de coche que mató a James Dean se ha hablado y escrito mucho, y ha dado no poco material a aficionados a las anécdotas e investigadores de lo para anormal, tipo Friker Jiménez. Se sabe que le pusieron una multa por exceso de velocidad dos horas antes del accidente; y una investigación exhaustiva demostró que el actor, en contra lo que se rumoreó, no sobrepasó los límites de velocidad cuando se pegó el topetazo con su Porsche. La anécdota más conocida, posiblemente, es el hecho de que, unos días antes de su muerte, grabó una película para la prevención de accidentes de tráfico, donde reconocía haber hecho el loco con los coches cuando era más joven y recomendaba a los chavales que condujeran con cuidado, porque “la vida que salvéis puede ser la mía”.

Gracias a Internet, quienes quieran ver el spot lo tienen aquí:







P. D. El Crash utilizado en el título de esta entrada –y en la primera foto- no hace referencia a la oscarizada película de Paul Haggis, sino a otra, menos popular, dirigida por un David Cronenberg más tortuoso que nunca, que ya es decir, sobre un grupo de personas que se excitan sexualmente con los accidentes de tráfico. Hay gente pa tó, como decía aquél.

P. P. D: Por cierto, el actor que aparece en el corto haciendo como que entrevista a Dean es Gig Young, uno de los grandes secundarios de los años 50 y 60 que ganó el Oscar al Mejor Actor Secundario por Danzad, danzad, malditos (1969). En 1978, tres semanas después de casarse con su quinta esposa, 43 años más joven que él, la mató de un tiro y luego se suicidó.

Vaya, me ha quedado esto un poco macabro hoy… venga, mañana hablamos de Mariano Ozores (por lo menos).

domingo, octubre 26, 2008

La otra comedia

Vivir para gozar (Holiday) es, efectivamente, la otra comedia, es decir, la segunda que rodaron en 1938 Cary Grant y Katharine Hepburn. Suele pasar un tanto desapercibida al lado de la primera, quizá porque esta fue ni más ni menos que La fiera de mi niña. Pero eso no quiere decir que aguante mal las comparaciones (que siempre son odiosas). Aquí, en lugar de Howard Hawks, tenemos a George Cukor en la silla del director, y el punto de partida es la obra de teatro escrita por Philip Barry, que a principios de los años 30 fue todo un éxito en Broadway y contó para su paso a la pantalla con dos escritores de la talla de Sidney Buchman y Donald Odgen Stewart. El plantel de secundarios, que se dice, incluye a nombres como Lew Ayres y Edward Everett Horton, de los cuales hoy en día no se acordará nadie, pero cuyo trabajo era siempre una garantía de calidad, y viéndoles aquí, se comprende por qué.

Es decir, lo tenía todo para estar a la altura de La fiera… pero no lo está. Quizá se le nota mucho su origen teatral –como, por otra parte, le ocurre a casi todas las películas de este género- y se podría decir que Katharine Hepburn está en cierto modo repitiendo su personaje de chica rebelde de la alta sociedad que ya representó en la cinta de Hawks; vista hoy, 70 años después, hay muchas cosas que se ven venir, como quizá ya se vieron en el día de su estreno; esto es, que aunque Cary Grant empiece la película prometido con la hermana de Katharine Hepburn (Doris Nolan), nadie tiene la menor duda de con quién se va a casar realmente cuando llegue el The End… Pero no se confundan; todo esto que estoy contando no quiere decir que la película no valga la pena. La verdad es que da gusto volver a verla y a disfrutarla; puede que en ocasiones se le vea la maquinaria; pero es que la maquinaria es la de un Rolex.

Como suele decirse ya no se hacen películas así. Y, bien mirado, es un milagro que se hicieran incluso en su día, porque hay otra cosa que Vivir para gozar tiene en común con La fiera de mi niña, aparte del género, sus protagonistas y haber sido dirigida por un maestro del cine: haber sido un fracaso en el momento de su estreno, contribuyendo a cimentar la reputación de Hepburn de ser “veneno para la taquilla”, y mandándola a un descanso de más de un año hasta su regreso triunfal con Historias de Filadelfia (1940), también de Cukor.

No es la primera vez que por aquí nos encontramos con buenas películas a las que en su día nadie quiso ver. Pero quizá el mayor problema de Vivir para gozar sea estar encajonada entre dos obras maestras absolutas; que nadie se ha ocupado excesivamente de ella lo prueba el estado de la copia –por lo menos, el de la empleada para el DVD- que, según se nos avisa al principio, fue sometida a un intenso proceso de restauración. Restaurada y todo, hay momentos en que imagen y sonido parecen al borde del ataque de nervios, y da miedo pensar que esta película hubiera podido unirse al de tantas cintas de los primeros tiempos del cine perdidas para siempre por falta de cuidado.

Ah; ya que estamos hablando del DVD, quisiera comentar un detallito: la edición que yo tengo forma parte de la colección de clásicos de Sony Pictures, y fue vendida en los quioscos junto con el diario El Mundo. Así que no sé si la culpa es de los de Sony o de los chicos de Pedro J., pero cito unos párrafos del texto de la carátula: podemos leer que tras La Fiera de mi niña “la mítica pareja cómica formada por Cary Grant y Katharine Hepburn volvió a reunirse seis años después en esta comedia de George Cukor…”. Fueron seis meses, no seis años; “en esta ocasión, su objetivo (el de Hepburn, quiere decir) será robarle el novio a su hermana, quien está prometida con un apuesto y prometedor abogado…”. El personaje de Hepburn se enamora del novio de su hermana, es cierto, pero les aseguro que no hace el menor intento de robárselo; todo lo contrario, contiene sus sentimientos hasta el último segundo, para no herirla; y el personaje de Grant no es abogado, sino agente de bolsa.

¿Sería mucho pedir que los que escriben estos textos se molestaran en verse primero la película? Si piensan que se van a aburrir, que se dediquen a otra cosa. Coño.

domingo, septiembre 28, 2008

1925-1983


Alguien dijo en una ocasión que una estrella de cine es una persona con quien los espectadores del sexo opuesto se querrían ir a la cama, y con quien los de su mismo sexo se querrían tomar una cerveza.

Si alguien conoce una figura que pueda ajustarse más a esta descripción que este hombre, que dé un paso al frente y lo diga.

Su obra cumbre (por lo menos, para mí): El buscavidas (1961), de Robert Rossen. Pero también La leyenda del indomable (1967), de Stuart Rosenberg, Harper, investigador privado (1966), de Jack Smight, sus adaptaciones de Tennesse Williams, Veredicto final (1982), de Sidney Lumet.

Como director, Rachel, Rachel (1968), Harry e hijo (1984) entre otras.

Y, en las obras menores si ustedes quieren, esas dos gansadas tituladas El juez de la horca (1972), de John Huston y El castañazo (1977), de George Roy Hill, donde lo vemos en su faceta más gamberra y que fue, según declaraciones propias, su película favorita.

Y, por supuesto, El golpe.

Se llamaba Paul Newman, y se ha ido con tanta discreción, que yo creo que aún no nos hemos dado cuenta, a pesar de las primeras páginas y los artículos conmemorativos.

No ha dejado un hueco en la historia del cine; ha dejado un cráter.

domingo, septiembre 21, 2008

Menos humos (3)

Llevamos ya unos cuantos días con el festival de San Sebastián de sabor más genuinamente español que se recuerda. ¿No les encanta a ustedes esta foto? A mí sí, más que por otra cosa, porque recuerdo perfectamente el complejo de inferioridad que tenía este país no hace demasiados años, cuando era noticia en la prensa ¡que Ana Obregón iba a salir de estrella invitada en un capítulo de El equipo A! Toda una dosis de cosmopolitismo mediático entonces, que hoy, al lado de lo que han conseguido estos dos gañanes de la fotografía, junto con la imprescindible Pe, y con Jordi Mollá, Paz Vega y los jóvenes directores españoles que están siendo fichados o remakeados (que palabro, ¿eh?) por Hollywood, se ha quedado como lo que fue: una catetada para los lectores del Pronto. Mucho ha llovido desde entonces. Y lo que queda...

Como información colateral entre tanto premio y tanta peli, nos hemos enterado de que Javier Bardem está dejando de fumar. Tres meses, lleva. No está mal. Cuando aguante cinco días, que es lo que lleva un servidor sin echar una calada, habrá que verle. A mí a macho no me gana este tío, aunque la verdad es que, más que por un pique, yo me he animado a dejarlo aprovechando que el trancazo que llevo arrastrando toda la semana (¿Por qué se creen que no posteo desde el lunes?) debe haberme adormecido el mono.

Pero es curioso esto del cine y el tabaco. No conozco ningún vicio que haya sido tan promovido por el séptimo arte, y sería interesante saber cuántos cánceres de pulmón de las últimas décadas no tuvieron su origen en un deseo de imitar a alguno (siempre pensamos el primero en Bogart, pero hubo otros muchos) de los grandes fumadores del cine. Las tabaqueras lo saben muy bien, y por eso han continuado pagando a estudios y estrellas -Clint Eastwood en Los puentes de Madison, Mel Gibson en Arma Letal, Bruce Willis en La jungla…- para que quemen un cigarrillo tras otro en la pantalla. Hace unos meses, les recomendé aquí que consiguieran y vieran por cualquier medio la película Gracias por fumar. Insisto.

Pero claro, las propias estrellas no son inmunes al vicio. ¿Cómo se las han apañado algunas para liberarse? Pues según. Kirk Douglas, en su autobiografía, nos confesaba el sistema de su familia: llevar siempre un cigarrillo en el bolsillo. Cuando te entren ganas de fumar, lo sacas, te lo quedas mirando y te preguntas: “¿quién de los dos es más fuerte, tú o yo?”. Claro que esto hay que decirlo con cara de Kirk Douglas, no sé si le valdría a Woody Allen… Cary Grant recurrió a la hipnosis: varias sesiones donde se le metía en la cabeza el mensaje “estás tosiendo, tu aliento sabe a rayos y sólo fumas porque estás inseguro”. Michael Caine tuvo la ayuda inesperada de Tony Curtis, que en una fiesta le agarró el paquete (sin chistes fáciles, por favor) y lo tiró a la chimenea, porque “es el tercer cigarrillo que enciendes desde que has entrado en la sala, y de eso hace solo veinte minutos”. A continuación “procedió a darme una larga y biológicamente profunda conferencia sobre los peligros de fumar cigarrillos. Y lo hizo con tal habilidad que dejé el hábito en aquel mismo instante y no he vuelto a fumar un cigarrillo en veinte años”, cuenta Caine. Se dedicó a los puros, menos dañinos, al igual que su amigo Roger Moore, otro fumador empedernido.

Luego están los que no lo dejaron a tiempo como Yul Brinner, muerto en 1985 de cáncer de pulmón; antes de morir, tuvo tiempo de grabar un anuncio que fue emitido por la televisión americana: “ahora que ya no estoy aquí, les digo esto: no fumen. Hagan lo que hagan, no fumen. Si pudiera retirar todo lo que he fumado, no estaríamos hablando de cáncer”.

Y luego, claro, están los irreductibles, entre los que no me resisto a nombrar a Adolph Zukor, legendario productor fallecido en 1976… ¡A los 103 años de edad!. En su centenario, una de las preguntas más comunes que le hicieron las periodistas fue cómo se las había arreglado para llegar a edad tan avanzada y su respuesta fue: “Bueno; dejé de fumar hace dos años”.

jueves, agosto 28, 2008

El Vía Crucis de un cinéfilo lesionado (y 7): La silla de Fernando

Como suele ocurrir, he dejado lo mejor para el final. Aunque tengo que confesarles que estoy haciendo trampa: La silla de Fernando (2006) no ha sido adquirida como parte del Vía Crucis, sino que me la regalé por mi cumpleaños hace ya unos cuantos meses. Y la disfruté tanto que me parece adecuada para eso que los cursis suelen llamar un digno colofón.

Ya estarán enterados de que La silla... es un documental rodado por Luis Alegre y David Trueba de esos donde ya te encuentras todo el trabajo hecho, es decir: te vas a casa de Fernando Fernán-Gómez, le pones delante la cámara, le filmas en perpetuo primer plano, procuras que no le falte el whisky, y que hable. Pues eso y no otra cosa es La silla… así que aquí no cabe hablar de excesivas virguerías estilísticas, uso de la elipsis, dirección de actores, selección de decorados. Es Fernán-Gómez, puro y duro. Y, qué quieren que les diga, no hace falta nada más.

La verdad sea dicha, el actor y director no dice aquí cosas que quienes hemos seguido su trayectoria no le hayamos leído ya en sus memorias, en el magnífico libro que sobre él hizo Enrique Brasó, o en su libro de conversaciones con Eduardo Haro Tecglen. Pero leer no es lo mismo que escuchar. Y hay que escuchar a este hombre, con esa voz imitadísima e inimitable que Dios le dio, hablar de su infancia, sus inicios como actor, el cine, el alcohol, la política, las mujeres… Te sientes cómplice al apreciar su sentido del humor, verle ponerse socarrón y hasta simpático (que sí, que lo era). Las sesiones parecen rodadas en dos días diferentes, y en uno de ellos la barba de la garganta está mal afeitada, lo que le da un cierto aspecto de salvajismo eremita que le pega muy bien a la sinceridad de sus declaraciones.

Mucha de la gente que vio la película dijo lo mismo: que se le hizo corta. Bueno, pues esta edición del DVD incluye los extras que todo el mundo estaba esperando: hora y media más de charla a cargo del maestro. Y un regalo inapreciable, obtenido gracias a la iniciativa de un aficionado que pudo grabar en vídeo la que creo fue la última aparición de Fernán-Gómez en un escenario, en 1992, cuando hizo que todo el público se retorciera de risa leyendo una valiosísima selección de anuncios por palabras.

Un último detalle: los más viejos del lugar recordarán que, allá por el final de los años 70, Fernán-Gómez protagonizó un espacio llamado Tertulia, que consistía precisamente en eso: en un decorado que simulaba el salón de una casa, iba recibiendo cada semana a distintos invitados que se servían una copa y se ponían a charlar sobre lo divino y lo humano hasta que se terminaba el programa. Nada más y nada menos. Ahora que dicen que RTVE piensa colgar en la Red alguno de sus programas históricos, no estaría mal que recuperaran este. Con La silla de Fernando disfrutamos del maestro hablando; en ese programa le veíamos conversar. No es exactamente lo mismo.

Y mi pie muy bien, gracias.

jueves, julio 31, 2008

¿Un mal trabajo?


Uno de mis remedios de siempre contra el abatimiento o la flojera es ponerme unas cuantas escenas de Uno, dos, tres (1961), de Billy Wilder. Te carga las pilas con más eficacia que una bañera de Red Bull. Ya lo dejó claro Wilder cuando empezó a planearla junto con su colaborador I. A. L. Diamond; se dice que en la primera página del guión se lee la frase. “Esta pieza debería tocarse molto furioso. Velocidad sugerida: 110 millas por hora en las curvas, 140 en las rectas”.

Y eso es justo lo que ocurre. Uno, dos, tres no es una película, es una montaña rusa de la que no te quieres bajar. En el caso improbable -e imperdonable- de que alguien no la haya visto, recordemos a grandes rasgos el argumento: James Cagney interpreta a C. R. MacNamara, director de la filial de Coca-Cola en el Berlín Occidental, al que su jefe de Atlanta le comunica que va a enviarle a su hija de 17 años para que se quede con él y su familia durante unas semanas. Aunque le cuesta las vacaciones, MacNamara accede, porque ve una posibilidad inmejorable de hacer méritos. El problema es cuando, un tiempo después, se entera de que la inocente chiquilla se ha estado escapando todas las noches al Berlín Oriental y se ha casado con un revolucionario. La solución es hacer que los propios comunistas arresten al novio acusándole de traidor, y santas pascuas. Lo malo es que, una vez conseguido esto, MacNamara se entera de que a) la hija de su jefe está embarazada y b) su jefe llegará dentro de 24 horas a Berlín en una visita sorpresa. Por tanto, tiene 24 horas para sacar al novio de la cárcel, traerlo a Berlín Occidental y convertirle en un capitalista -aristócrata, además- que resulte presentable a sus futuros suegros.

Bueno, a medida que escribía este resumen, se me han ido agolpando en la memoria las docenas de chistes, golpes y situaciones inesperadas que tiene la película; Wilder, como de costumbre, no se corta y reparte a lo Bud Spencer, a izquierda y derecha, arriba y abajo, a americanos, soviéticos y alemanes; esa visita de la delegación rusa (“Tome un sigarrrro; son cubanos. Nosotrrros les damos cohetes, y ellos sigarrrros puros”. “¡Cof! Oigan, les han engañado. ¡Este cigarro es de la peor calidad!” “No preocuparrrr. Nuestros cohetes también peorrrr calidad”), esos empleados de la fábrica, que se levantan como un solo hombre cuando pasa MacNamara; ese retrato que hace del presidente de la Coca-Cola, y de la propia Atlanta (“Eso es Siberia con discriminación racial”), y, por supuesto, esos últimos cuarenta minutos, donde James Cagney demuestra que ningún otro actor hubiera podido interpretar el papel del brillante, sinvergüenza, cínico, tramposo y encantador C. R. MacNamara, a medida que se mueve sin parar de un escenario a otro disparando el diálogo como las balas de la tommy gun en sus antiguas películas de gángsters.

El caso es que estos días me estoy leyendo una biografía de Cagney escrita por su amigo John McCabe. Esto de las biografías escritas por amiguetes es mejor evitarlo -no lo sabía cuando la compré- porque invariablemente se pondrán de su parte en cualquier episodio comprometido. Cuando leí Cagney by Cagney, la autobiografía del actor, ya sabía que no lo había pasado nada bien en el rodaje: no se entendía con Wilder, a quien consideraba un tirano (le hizo repetir más de treinta veces una escena porque no conseguía decir completa la frase “¿dónde está la chaqueta de mañana y el pantalón a rayas?”) y se entendía peor con Horst Bucholtz, a quien consideraba un chupa planos de la peor especie; “Después de más de treinta años en este negocio llevándome bien con todos los actores, en la última película que hice me tuve que encontrar con este tío”, vino a decir.

Pero lo que no sabía era que Cagney no tenía buena opinión ni de la película, ni de su trabajo en la misma. Lo único que admite es que “lo hice lo mejor que pude”, pero considera que Wilder le dirigió en un ritmo “completamente equivocado”. Eso sí que me ha dejado clavado, porque aunque parte de la crítica se lanzó a la yugular de Uno, dos, tres cuando se estrenó (incluída la para mí inaguantable Pauline Kael), con el tiempo ha quedado registrada como una de las mejores comedias jamás hechas, y el trabajo de Caney y de Wilder solo ha merecido elogios.

Claro que Cagney nunca quiso ver la película. Habitualmente, no solía verse en la pantalla, pero en este caso tenía un motivo adicional: no volver a verle la cara a Horst Bucholtz.

lunes, julio 14, 2008

Moralidad dudosa


Llevaba un tiempo sin leer libros sobre cine. Supongo que era por saturación, y además las lecturas de uno no se reducen a un solo tema. Pero el caso es que hace unos meses, me cansé y además me cansé a mitad de un libro, que estos días he retomado: la excelente biografía sobre James Stewart escriba por Marc Eliot (no se me pierdan la página web que tiene este pavo). Y acabo de llegar a una parte que me ha hecho pensar.

Se refiere a una de mis películas favoritas, no sólo de James Stewart, sino en general: La ventana indiscreta, que rodó en 1954 a las órdenes de Alfred Hitchcock. Creo que ya he dejado caer por aquí alguna vez que a mi Hitchcock, pues como que no me mata… tiene muchos puntos débiles, vaya. Pero esta película me sigue pareciendo perfecta, sin mácula, y además, es uno de los ejercicios más arriesgados que se hayan hecho nunca en lenguaje cinematográfico. ¿Se acuerdan del argumento? James Stewart interpreta a un fotógrafo de prensa que se ha roto una pierna mientras cubría una carrera de coches. Confinado en su apartamento, dedica su tiempo libre a espiar a los vecinos de enfrente que, por cierto, son una fauna de lo más variopinto. Y, de tanto mirar, acaba siendo testigo de lo que él cree que es un asesinato…

A partir de ahí, comienza un juego de intriga donde Hitchcock juega con la cámara a su gusto, alcanzando unos niveles de virtuosismo pocas veces vistos, ni antes ni después. Pero yo de lo que les quería hablar es del personaje que interpreta Stewart. Como muy bien dice Eliot “lo que hace tan gratificante la interpretación de Jimmy es que consigue combinar todas las fantasías sádicas, obsesivas y voyeurísticas de Hitchcock, y aún así consigue un personaje con el que el público se identifica, y por el que se preocupa”.

En efecto. Si analizamos un poco la psicología de este personaje, veremos que es un sujeto muy poco recomendable. Es un cotilla, un voyeur, un mirón, y encima, un mirón con teleobjetivo que se mete en las intimidades ajenas sin el menor recato. Pero, como lo interpreta James Stewart, consigue que nos olvidemos del asunto y sólo veamos a un hombre amenazado que, a fin de cuentas, ha descubierto a un asesino.


Es curioso esto de la fuerza que tienen algunos actores (no, no pienso decir "actores y actrices"; aquí, gilipolleces políticamente correctas, las justas) para interpretar a personajes de moralidad dudosa y, aún así, caernos bien. ¿se acuerdan de esa obra maestra que es El apartamento (1960) de Billy Wilder? ¿Alguien querría tener cerca de un sujeto como su protagonista, C. C. Bakter? ¡Por Dios, pero si es un trepa de la peor especie, que asciende en la empresa a base de prestar su apartamento a los jefes para que se lleven allí a sus queridas! En la vida real, lo mínimo que le podría pasar es que los compañeros le echaran Evacuol en el café, o algo parecido. Pero, ah, es Jack Lemmon. Y Jack Lemmon no puede caernos mal. Por eso al final, en lugar de que el resto de los empleados le escupan a la cara por turnos, se redime y, encima, se queda con la chica.


La magia de las estrellas. Mucho más que mero sex-appeal.

lunes, julio 07, 2008

Viva deportivamente

La verdad, es un poco difícil sustraerse a la fiebre deportiva que invade el país desde hace unas semanas. A los gritos de ¡ESPAÑAAAAAAAAA! con los que fuimos machacados de forma inmisericorde todos los que intentábamos escapar a la obligación de ver los partidos de la Selección, se ha unido la -merecidísima, desde luego- victoria de Rafa Nadal en Wimbledon. Pero yo voy a lo mío, como siempre, y cuando intento comparar la fiebre de los deportes y la fiebre del cine, encuentro que ambos medios de entretenimiento (sí, ya sé que el cine es un arte; pero seguro que habrá quien diga que el fútbol también lo es) tienen bastante mala relación.

La verdad sea dicha: no hay demasiadas disciplinas deportivas que aguanten bien el paso a la pantalla grande. Por lo menos, las que más nos tiran por aquí no tienen mucha suerte. Pensemos en el fútbol. ¿No sería posible hacer una película de ficción que transcurriera en la liga profesional? Nómbrenme una. Y no vale Quiero ser como Beckham, porque ahí el fútbol era solamente una excusa argumental, algo parecido a lo que hizo Woody Allen en Match Point con el tenis, deporte que tampoco ha merecido nunca una traslación cinematográfica digna.

Pensando un poco, se me ocurren algunas excepciones, ninguna completamente lograda. Hace unos años se estrenó la película Wimbledon (2004), una trama de amor de lo más tontorrona protagonizada por Kirsten Dunst, que tenía lugar durante el torneo inglés. Y en el fútbol, lo más recordado es Evasión o Victoria (1981), donde se narraba un partido de prisioneros de guerra contra nazis en la Segunda Guerra Mundial basado, por cierto, en hechos reales (aquí tienen un resumen de lo que verdaderamente ocurrió; siento que esté en inglés); pero como yo no soy de los que se ponen firmes en cuanto oyen el nombre de John Huston -que, sin duda, es autor de varias películas maravillosas-, no me importa decir que esta película es una de la larga lista de truños (Annie, Phobia…) con que el director de El hombre que pudo reinar adornó los últimos años de su currículo.

Esta peli tiene unas cuantas anécdotas encima. De entrada, aún pueden encontrarse páginas Web dedicadas a ella. Y luego es especialmente recordada por las chulerías de Sylvester Stallone que, si recuerdan, interpretaba al prisionero de guerra que paraba el penalty final contra los nazis. La cuestión es que, al principio, había exigido a los guionistas que su personaje debía ser el que metiera el gol de la victoria; estos le contestaron que era un poco difícil, considerando que su personaje era el portero, y tuvieron que inventarse la escena del penalty para aplacarle.

También por aquella época Stallone estaba dedicado a escribir el guión de Rocky III (sí, eso tenía guión, en serio) y le molestaba muchísimo que le llamaran para rodar a menos que estuviera todo preparado, para no perder el tiempo. Un día metieron la pata, y Stallone tuvo que esperar tres horas para comenzar a rodar. Después se dirigió a John Houston y le dijo que aquello era intolerable, y que al día siguiente, llegaría tres horas tarde para compensar.

Si hubiera sido el Huston de antes, quizá la cosa se hubiera arreglado con una pelea a puñetazos como la que, dicen, tuvo con Errol Flynn. Pero ya estaba viejecito, y dejó pasar la cosa. Stallone cumplió su amenaza, y tuvo a todo el equipo esperándole tras horas, incluído su compañero Michael Caine. Cuando por fin llegó, Caine se fue para él y le pidió que hablaran en privado. Todo el mundo se esperaba una bronca de las que hacen época, pero lo que hizo Caine fue decirle con su mejor sonrisa:

- Verás, Sly, anoche estuve de copas y me acosté bastante tarde y bastante mal… así que este retraso tuyo me ha venido de miedo para aprenderme bien mis diálogos de hoy. ¿No podrías hacerme otra vez el favor y llegar un par de horas tarde cualquier otro día?

Stallone cogió la indirecta, y no volvió a retrasarse.

Y sí, ya sé que hay deportes que han tenido más suerte en su paso por el cine. Ya que hablamos de Stallone, el boxeo es uno de ellos (aunque no en sus películas). Quédese para otro día.

lunes, junio 30, 2008

Dos piernas, muchos nombres

El pasado día 17 nos dejó una de las bailarinas más elegantes que hayan pasado nunca por la gran pantalla. Lógico, si consideramos que Cyd Charisse provenía nada menos que del ballet ruso, y tenía una formación clásica que ya quedó clara en la escena onírica que compartía con Gene Kelly en Cantando bajo la lluvia (1952), que no fue su primera película, pero sí la que la lanzó a la fama. A partir de ahí, todo fueron, durante años, bailes inolvidables, muchas veces acompañando a las dos mayores estrellas de la danza que ha dado el cine: Fred Astaire y Gene Kelly en títulos tan inolvidables como Brigadoon (por cierto, en su día un fracaso sonado), Siempre hace buen tiempo o La bella de Moscú, personalmente la película de todas estas que menos aguanto, no sólo porque está a años luz de la obra maestra en que se basa, Ninotchka, sino porque algunos de sus números (Stereophonic Sound, sin ir más lejos) son de un hortera inaguantable. Para que yo diga eso de una peli de Astaire, imagínense cómo tienen que ser.

Todo el mundo la ha recordado estos días por sus papeles en estos musicales, pero uno, al que siempre le ha gustado ir contra corriente, la tiene muy presente en Dos semanas en otra ciudad (1962), un fantástico melodramón dirigido por Vincente Minnelli donde solicitó interpretar el papel de Carlotta, la malvadísima esposa de Kirk Douglas. Lo obtuvo, y lo bordó, demostrando que tenía mucho más que ofrecer al cine aparte de un par de piernas maravillosas (y aseguradas en su día por cinco millones de dólares).

Si quieren conocer alguna curiosidad sobre Cyd, ahí van un par de ellas. Cantando bajo la lluvia cuenta la historia de la adaptación de las estrellas del cine mudo al sonoro, y de cómo una actriz inaguantable es doblada por una chica desconocida para que el público no se de cuenta de que su voz verdadera es horrible. Sin llegar a esos extremos, Cyd Charisse también fue doblada: cuando canta en La bella de Moscú, Siempre hace buen tiempo y Brigadoon, la voz pertenece en realidad a la cantante Carole Richards.

Y la otra curiosidad… ¿Qué clase de nombre es Cyd Charisse? Una magnifica explicación de la adopción de este nombre artístico fue ofrecida en su día por el publicista de la MGM Howard Dietz: “Cuando nació la bautizaron Tula Ellice Finklea. Su hermano mayor la puso el mote de “Sid”. Se unió al Ballet Ruso y adoptó el nombre de Felicia Sidarova. Después, lo cambió por María Estamano. Se casó y se convirtió en la señora de Nico Charisse. Al principio de su carrera, adoptó el nombre de Lily Norwood. MGM lo cambió por el de Sid Charisse, y al final se convirtió el Cyd Charisse”.

domingo, mayo 11, 2008

Gustos e influencias

Esta mañana he tenido ocasión de encontrarme en la prensa con uno de los tópicos más habituales sobre Woody Allen: el que señala a Groucho Marx como una de sus principales influencias. El párrafo habla de cómo en sus primeras películas Allen recogió “el testigo de la locuacidad verbal de Groucho Marx y los ecos del slapstick de los mejores cómicos del mudo”. Lo segundo es posible, porque El dormilón (1973) o La última noche de Boris Grushenko (1974) tienen algunos gags visuales inolvidables. Lo primero, lo siento, pero de eso, nada.

El problema es que muchas veces se confunden los gustos de un artista y sus influencias, y unos y otras no tienen necesariamente que coincidir. Ayer por la noche emitieron en TVE1 una excelente entrevista con los miembros de Martes y Trece (los tres), y en ella reconocieron que entre los cómicos que más admiraban -y querían, porque les ayudaron en sus comienzos- estaban Tip y Coll. Pero negaron rotundamente que hubiera ninguna similitud entre el humor de Tip y Coll y el de Martes y Trece. Lo suyo iba por otro camino. Pues con Groucho y Woody pasa lo mismo. Sí, ambos eran judíos (no sé muy bien qué importancia puede tener eso, pero como todo el mundo lo dice…), se conocían y se admiraban mutuamente. Pero ¿Influencia? Por favor, sus personajes no podrían ser más distintos. El Woody Allen de las películas cómicas es un sujeto insignificante, amedrentado, cobarde. Groucho, no. Groucho es un triunfador, alguien que no se deja avasallar, sino que avasalla él, pasando como un ciclón sobre convenciones, instituciones, poderosos. Nada le detiene, mientras que Allen intenta siempre buscar alguna piedra debajo de la cual pueda esconderse.

Lo cual tiene también gracia, desde luego, pero no el mismo tipo de gracia. La verdadera influencia de Woody Allen es otro cómico, que ha permanecido ignorado por todos los enteraos durante mucho tiempo, pero que queda clara en el excelente libro sobre Allen que ha publicado Jorge Fonte en Cátedra: Bob Hope. De Bob Hope hoy en día no se acuerda nadie. Su humor era mucho más simplón que el de Allen, no dirigió películas, sus chistes se los escribían otros, era republicano, apoyaba al ejército norteamericano allí donde estuviese… características todas que, según muchos baremos de hoy, le convertirían en un un tipo poco popular. Pero cuando Allen le vio en el cine, según declaró a su biógrafo Eric Lax “Desde aquel mismo momento supe que era exactamente lo que quería hacer en la vida. Su personaje era fatuo, mujeriego, cobarde entre los cobardes, pero siempre brillante”. Y hay más: “En sus películas antiguas, hay momentos en que pienso que es lo mejor que he visto nunca. A veces me cuesta mucho no imitarlo. Resulta difícil darse cuenta cuando lo hago porque soy muy distinto a él físicamente y en el tono de voz, pero cuando sabes que lo hago, es absolutamente inconfundible”.

Así que, a la hora de hablar de Woody, démosle a Groucho lo que es de Groucho y a Hope lo que es de Hope… Por cierto, puede que este cómico, nacido en Inglaterra pero más yanqui que la Estatua de la Libertad y los fritous de maiz juntos, no influyera sólo en sus colegas americanos. En una de sus películas (no recuerdo cuál) cuenta cómo en sus años en el ejército se vio envuelto en una situación desesperada. “¡Tres contra quinientos! ¡Fueron horas de batalla feroz, pensamos que no íbamos a salir vivos de allí! ¡Tres contra quinientos!”. “¿Y vencieron”? “¡Sí! Pero no sabe el trabajo que nos dieron aquellos tres”. Bueno, pues ahora recordemos ese chiste que contaba Miguel Gila tan a menudo: “El otro día voy por la calle y veo que hay cuatro tíos pegando a otro… y me meto. ¡Qué paliza le dimos entre los cinco!”. ¿Casualidad o influencia trasatlántica?

miércoles, mayo 07, 2008

La mejor actuación



“Si estabas con él en un rodaje y le veías interpretar una escena, te preguntabas para qué le estaban pagando”, dijo de él el actor Lloyd Nolan. “Pero cuando veías después las tomas del día, entonces lo sabías. La actuación para el cine está en los ojos”. “No quiero actuar con él”, dijo, por su parte, John Barrymore. “Me robaría la escena con una mirada o con pasarse la mano por la cara”. Son dos magníficas descripciones del innegable talento de Gary Cooper, cuyo cumpleaños se celebra hoy. ¿Es posible que este hombre naciera hace 107 años? Su presencia, su manera de actuar, parece tan fresca, tan actual. Todavía, como todos los grandes, llena la pantalla con sólo aparecer en ella. Es difícil no seguirle con la vista, aunque sólo se esté sentando, apoyándose en una pared, o encendiendo un cigarrillo. Cuando se habla de él lo típico y tópico es acordarse de Sólo ante el peligro (1952), de Fred Zinemann, pero yo personalmente le prefiero con Capra en Juan Nadie (1941), con Lubitsch en La octava mujer de Barba Azul (1938) y, desde luego, con Howard Hawks en Bola de fuego (1941).

Hizo de todo, y lo hizo bien. Cuesta trabajo creerlo de un cow-boy que empezó como especialista en el cine mudo, y que luego fue subiendo de un papel a otro hasta enfrentarse, como muchas estrellas de la época, con la llegada del sonoro. Pasó la prueba, y se convirtió en uno de los mayores astros de Hollywood hasta que el cáncer se lo llevó en 1961. Antes, mucho antes, se enfrentó a una de sus primeras escenas dramáticas, en el western mudo Flor del desierto (1926) de Henry King, donde comenzó sustituyendo en las tomas largas al actor Harold Goodwin y finalmente se hizo con el papel cuando éste resultó no estar disponible.

En la escena en cuestión, su personaje llegaba al cuarto de un hotel, agotado, sudoroso y cubierto de polvo, después de haber cabalgado 130 kilómetros, para dar una noticia desastrosa al resto de los actores. Pero, como él mismo recordó en una conversación mantenida con el periodista George Scullin, “yo no sudaba lo suficiente para quedar bien empolvado, ni era capaz de aparentar todo el cansancio que se necesitaba. Después de 15 ó 20 ensayos y una docena de tomas, aunque mostraba cansancio, no daba la sensación de fatiga extrema”.

“Para lograrla, una mañana King comenzó a hacerme correr alrededor del estudio a las siete A. M. Al cabo de una hora comencé a dar señales de cansancio. El director me incitaba a seguir adelante recordándome la carrera de Maratón y aquello del arte por el arte. Después de unos quince kilómetros de carrera, salía a mi encuentro cada cuatro vueltas y me arrojaba un puñado de polvo a la cara. Por fin tuvo a bien pensar que ya estaba suficientemente cansado: a estas alturas ya estaba yo bamboleándome, completamente exhausto. Me agarró en una voltereta, me arrastró frente a las cámaras y me dijo:

- Ahora sí. ¡Suéltales la noticia!

El calor y las luces me dieron de lleno en el rostro. Abrí la boca automáticamente, vi que la cámara daba vueltas alrededor de mí y caí cuan largo era. Samuel Goldwyn, que estaba mirando, dijo que era la mejor actuación que había presenciado. ¿Y quién era yo para llevarle la contraria?”

jueves, abril 10, 2008

Charlton y olé


Ya, ya sé que llevamos un par de entradas con Charlton Heston, pero es que no me resigno del todo a decirle adiós. Por lo menos, sin sacar algunas cosas sobre él que me parecen dignas de reseñarse. Su relación con España, por ejemplo. No creo equivocarme si digo que es la estrella de Hollywood que más veces ha trabajado en nuestro país. La cosa comenzó, desde luego, con El Cid en 1961, pero en los años siguientes se instalaría en lo que hoy es la macrourbanización de Las Rozas para protagonizar otra de las superproducciones del nunca bien recordado Samuel Bronston, 55 días en Pekín (1963). Bronston, como es sabido, cerró sus oficinas aquí, pero Heston siguió rodando en España; tanto en películas dirigidas por él como en coproducciones hispano franco alemanas o así, de esas que tanto abundaban en los cines de barrio de la Europa de los 60 y 70.

Lo cual le llevó, en más de una ocasión a trabajar con actores españoles. Sobre este particular hay un par de anécdotas. La primera se refiere al rodaje de Marco Antonio y Cleopatra (1972), dirigida por el propio Heston, y donde eligió para el papel de Octavia nada más y nada menos que a Carmen Sevilla. Pues bien, hace unos años en un programa de televisión -creo que fue en El show de Flo, presentado por el regordete Florentino-, llevaron a Carmen Sevilla de invitada… y pasaron una escena de la película, donde se ve claramente que Heston, en su papel de Marco Antonio, mientras desgrana frente a Carmen los inmortales versos de Shakespeare, le está tocando una teta con la mayor impunidad, pero al mismo tiempo como quien no quiere la cosa, como si estuviera plenamente concentrado en su papel y aquella mano estuviera donde estaba así como por casualidad. Preguntada sobre el particular, la actriz reconoció que sí, que eso pasó, y que tuvo que acabar diciéndole “mira, Chalton, o Calton, o como te llame, tu zerá una estrella y er directo de la pelicula, y to lo que tu quiera… pero no te pase”.

La otra anécdota se refiere al rodaje de La selva blanca (1973), una coproducción europea basada en The call of the wild, de Jack London. El lugar de rodaje elegido fue la ciudad noruega de Oslo, donde había unos exteriores que podían pasar sin demasiados problemas por la Alaska del libro, y uno de los compañeros de rodaje de Heston fue, según recuerda en sus memorias, “un joven y guapo actor español que había empezado a hacerse un nombre en el cine hispanoamericano”. El actor era Juan Luis Galiardo, que también había trabajado con Heston en Marco Antonio.

El problema, cuenta Heston, fue que la escasa luz solar y el aislamiento acabaron produciendo en Galiardo una depresión de caballo. Cada vez se iba encerrando más en sí mismo, con el ánimo más apagado. Heston era el único del equipo que hablaba español, y además regular, pero sus intentos de revivir a un Galiardo progresivamente ausente no tuvieron mucho éxito… hasta que un día quedó completamente paralizado al hacer una escena. “Luego se lo llevaron a un hospital de Oslo para hacerle unas pruebas. Aquella misma noche fui a visitarlo y me lo encontré callado, todavía sonriendo. Al cabo de uno o dos días le mandaron en avión a España, donde espero que se recuperara. No sé si alguna vez volvió a actuar”.

Pues sí, por aquí todos sabemos que Galiardo volvió a actuar, apareciendo en años recientes en películas estupendas como Familia, de Fernando León, y en otras que no lo son tanto. Y también utilizando esa prodigiosa voz que Dios le ha dado para insultar siempre que tiene ocasión al cine norteamericano. No sé si ha llegado a enterarse de que, al otro lado del charco, alguien le recordaba con más cariño.

martes, abril 08, 2008

Demasiadas hormigas

El otro día, la verdad, hablamos mucho de política y poco de cine. Y no podemos dejar así a Charlton Heston, que sobre todo y ante todo ha sido un actor con una impresionante lista de títulos en su haber. Ahora, a la hora de escoger el mejor, cada uno tendrá sus opiniones, aunque yo quisiera precisar que no es exactamente lo mismo una película con Charlton Heston que una película de Charlton Heston, no sé si me explico. Verán: es indiscutible (creo) que, por ejemplo, Sed de mal (1958) es uno de los mejores títulos en los que Heston ha intervenido, pero el verdadero protagonista de la cinta es su creador y director (y actor), Orson Welles. En cambio, El planeta de los simios (1968), o El último hombre vivo (1971) son películas de Heston, y la segunda, por cierto, mucho más recomendable que ese remake tan aséptico que rodaron el año pasado al servicio de Will Smith.

Así que, si me preguntan por la película de Heston que prefiero, yo elegiría Cuando ruge la marabunta (1954). Su director, Byron Haskin, siempre se desenvolvió más en el campo de los efectos especiales, y salvo su versión de La guerra de los mundos, rodada el año anterior, poco más tiene de destacable. Pero aquí dio en la diana. O pudo ser el guión de Ranald MacDougall. O la química entre Heston y Eleanor Parker. O todo junto. Pero a mí esta película me sigue pareciendo una obra irreprochable, redonda, perfecta. Algunos la han considerado como una antecesora de las películas de catástrofes que tan populares fueron en los setenta (Heston intervino en algunas porque, como él mismo reconoció, “trabajábamos solo unos cuantos días por un cheque de siete cifras”) por aquello de que al final la Marabunta del título se dispone a papeársele a Heston toda la plantación (en la censuradísima España de los cincuenta, cuando se estrenó, dio pie al chiste popular de “Pues yo la he visto en París. ¡Y en lugar de hormigas eran putas!”), pero es mucho más que eso.

Pocas veces he visto una historia igual. Leiningen, ese dueño de una plantación, duro como el pedernal, que concierta una boda por correo con una mujer a la que nunca ha visto. Cuando esa mujer, Joanna, llega a la selva él la rechaza al enterarse de que es viuda y, por tanto, ha conocido antes a otro hombre. Heston llena la pantalla con un machismo magnético, brutal (hay incluso un intento de violación), pero ella no se queda atrás, le planta cara y acaba sacando todo su miedo, toda la debilidad que lleva toda su vida ocultando tras esa fachada de animal. Y entonces, de verdad, se enamoran. Si Heston interpreta aquí a un macho con todas las de la ley, Parker crea una mujer con todas las letras, una mujer ante la que hay que quitarse el sombrero. Y los dos están como para hacerles la ola desde el patio de butacas.

De hecho, la historia de amor entre sus protagonistas tiene tanta fuerza, que al final cuando llegan las hormigas, a lo que parece que vienen es a incordiar. Que de verdad, que no hacían falta, que estábamos completamente absortos en la historia de esos dos personajes, y que si al final se hubieran ido a la plantación de al lado, pues casi mejor. Y si no, pues leñe, que Leiningen se hubiera comprado un bote de Cucal, y asunto arreglado.

domingo, abril 06, 2008

"Un fascista menos..."

Lo malo de haberme pasado un par de semanas sin actualizar el blog (viajes y otras cosillas, ya les dije) es que a la vuelta se encuentra uno con un montón de temas pendientes, aunque las entradas aquí no estén necesariamente guiadas por la actualidad. Pero es que me acabo de enterar de la muerte de Charlton Heston y tenía ganas de lanzarme al ordenador para contarles un par de cosas sobre él, así, rápido, mientras las cosas estén aun calentitas, para ver qué tal funciono como adivino de por dónde van a ir los tiros de muchos de mis queridos colegas.

Pero he llegado tarde, claro. Es lo que tiene Internet, que las reacciones a una noticia se producen a una velocidad de vértigo. No es por tirar piedras contra mi propio tejado, pero en la página web de un diario donde colaboro habitualmente, muy progre él, los lectores no han tardado comentar la noticia de la muerte de Heston con opiniones del jaez de: “un facha menos. Seguro que ha ido a hacerle sitio a Bush en el infierno”.

No, si ya lo veía yo venir. La cantidad de burricie que hay en este bendito país nuestro, donde estamos siempre tirándonos las ideologías a la cara, hacía presagiar que ese presunto fascismo del intérprete de Ben Hur iba a prevalecer para muchos sobre su carrera cinematográfica. Encerronas como la que le preparó el sinvergüenza de Michael Moore en Bowling for Columbine, acaban más fijas en la memoria colectiva que otros episodios de su vida, como cuando hizo valer su peso de estrella en los estudios para que no despidieran a Orson Welles o Sam Peckimpah, de los rodajes, respectivamente, de Sed de mal o Mayor Dundee, un detalle que pocos le suelen reconocer… entre otras cosas, por falta de información. ¿A quién le importa eso?

Pero hay algo más. Heston no sólo fue un excelente actor, sino un prolífico escritor que llevó durante años un diario pormenorizado de sus andanzas por el mundo, de rodaje en rodaje. Una selección de esos diarios, de 1956 a 1976, fue publicada por Penguin en 1976. Yo, con perdón, soy el feliz poseedor de un ejemplar, encontrado en esas estupendas librerías de viejo londinenses que hay un poco más arriba de Leicester Square, y son veinte años de apuntes concisos y a un tiempo minuciosos, con buen estilo y un notable sentido del humor.

Pero hay otro libro de Heston que es especialmente significativo: sus memorias, publicadas en España por Ediciones B, y escritas por él de su puño y letra, sin la ayuda de esos negros a que tan aficionadas son las estrellonas. Y en esas memorias, en la página 575 concretamente, nos encontramos con un párrafo muy significativo dedicado a Vanessa Redgrave, actriz que, al igual que Heston, es tan conocida por su talento como por sus ideas políticas… en este caso, casi a la izquierda de la izquierda. Bueno, pues tras haber trabajado con ella en el teatro, Heston no tiene inconveniente en calificarla en el libro como “la mejor actriz de nuestro tiempo”. Pero hay más. Cito:

“En cuestiones políticas, Vanessa y yo no podríamos estar más alejados. Yo soy conservador; las ideas radicales de Vanessa hacen que Jane Fonda se parezca a Herbert Hoover. Creo que nunca he perdido la ocasión de interpretar un papel por mis ideas políticas; Vanessa está en la lista negra debido a sus convicciones antisionistas. El mundillo del cine y del teatro deberían estar avergonzados por ello”.

Yo no sé qué pensarán ustedes, y este blog está, como siempre, abierto a todas las opiniones. Pero si quieren que les diga lo que pienso, si este párrafo lo ha escrito un facha, entonces yo soy un clon de Jiménez Losantos y me voy ahora mismo camino de Orihuela del Tremedal.

miércoles, marzo 12, 2008

Clavaíto

Como todo el mundo sabe, un doble en el argot cinematográfico es el sufrido profesional al que le toca comerse todas las escenas peligrosas para que la estrella de turno termine la película sin despeinarse en exceso. Pero hay otros tipos de dobles: los que tienen un parecido más que razonable con algún que otro actor o actriz, y se dedican a utilizarlo en provecho propio. Me imagino que ya saben a qué viene esto, ¿no? A la que ha organizado en el Bernabeu el italiano Paolo Calabresi, haciéndose pasar, por encargo de una cadena de televisión italiana, por Nicolas Cage nada menos, y como tal asistir a un partido como invitado de honor, consiguiendo quedarse con -casi- toda la plantilla del Madrid, empezando por el presidente (“me di cuenta enseguida”, ha dicho; claro, hombre, y además le encanta Bruce Springsteen) y el jefe de prensa. Además del carné de socio de honor, y varias camisetas firmadas, alguna de ellas por el propio Calderón. Un artista, qué quieren que les diga.

Ahora, ya es duro ¿eh? Parecerte a una estrella de cine, y que sea precisamente el tío con más pinta de colgao de todo Hollywood. Para eso, siempre es mejor asemejarse a alguno de los bellezones de la pantalla clásica. Tyrone Power, por ejemplo, que en los años cincuenta fue uno de los mayores galanes del cine, y que murió en 1958 de un ataque al corazón precisamente en Madrid, durante el rodaje de Salomón y la Reina de Saba, de King Vidor. Este fallecimiento dio lugar a una historia bastante descacharrante, protagonizada por uno de nuestros mejores escritores vivos y un marino de El Puerto de Santa María.

El escritor era -todavía es, no seamos cenizos- Jose Manuel Caballero Bonald, por cierto, paisano mío y amigo de la familia. Y el marino, bueno, no vamos a poner aquí su nombre; lo importante es que tenía como peculiaridad ser lo que se dice una fotocopia de Tyrone Power. El caso es que, cuando llegó a oídos de Caballero Bonald la noticia del fallecimiento del actor original, no se le ocurrió otra idea que convencer al marino para que viajara a Madrid, donde sería presentado al equipo de filmación, el cual, en cuanto se percataran de aquel parecido sobrenatural, no dudarían en contratarle para completar el rodaje.

Con la ayuda y el apoyo monetario de dos amigos, consiguió convencer al marino, y lo instalaron en un hotel madrileño. El siguiente paso fue convocar a un periodista de Pueblo para que hiciera un reportaje sobre “la milagrosa aparición de un clónico del fallecido actor norteamericano”, según cuenta el escritor en sus memorias (segundo tomo). Y el siguiente fue plantarse en el hotel donde estaba todo el equipo de la MGM, convencidos de que la aparición del nuevo Tyrone provocaría en ellos una contratación poco menos que inmediata. Las cosas, claro, no salieron así, y tanto el Tyrone del Puerto como sus apoderados abandonaron el hotel con la promesa de que ya les llamarían.

Al final, por abreviar, terminaron enterándose de que la Metro Goldwyn Mayer había optado por la solución de volver a rodar la película desde el principio, ahora con Yul Brinner, sin considerar ni por un minuto la idea del doble (ya ven, lo que sí que se hace ahora cuando muere un actor, gracias a la informática). Todo esto después de varios días del Tyrone bis hospedado a expensas de los autores de la idea y “mostrando una excesiva inclinación a comer por lo menos dos veces al día, lo cual afectaba de modo notable a nuestras reservas económicas”. La cosa, al parecer, acabó con una bronca monumental no tanto con Tyrone sino con su señora, que al parecer era de armas tomar y a punto estuvo de agredir físicamente a los tres apoderados.

Una pena, porque yo creo que Caballero Bonald y sus amigos lo que fueron es unos adelantados a su tiempo. Y si no, pinchen aquí para ver un montonazo de sosias profesionales, a los que pueden contratar para amenizar despedidas de soltero, bautizos y comuniones.

lunes, febrero 25, 2008

Premiados a destiempo (o la teoría de los Oscar de Vince)


“Mamá, esto es para ti, es para tus abuelos, para tus padres Rafael y Matilde. Esto es por los cómicos de España que han traído, como tú, la dignidad y el orgullo a nuestro oficio. Esto es para España y para todos vosotros”.

Yo creo que no se puede ganar mejor ni estar más acertado en el discurso (como español, gracias por la parte que me toca). Pero ahora que nos hemos alegrado todos, vamos al asunto. Recordarán que hace unos días les prometí una entrada especial si Bardem se llevaba el Oscar, y lo prometido es deuda, así que se la voy a colocar ahora. Es una especie de juego, en el que, lógicamente, pueden estar ustedes de acuerdo conmigo o no. Y el premio de este chico nos viene que ni pintado para empezar.

A ver: aunque hay unanimidad sobre la calidad de su interpretación, también han surgido algunas voces discordantes, en el sentido de que su trabajo está muy bien, pero no es su mejor papel. Demasiado monolítico, dicen (yo no estoy de acuerdo, pero todas las opiniones son válidas), y argumentan que Bardem tiene otros personajes mucho más logrados. Por ejemplo, su recreación de Reinaldo Arenas para Antes de que anochezca (2000), que le valió su primera nominación. Para ese papel perdió casi veinte kilos, aprendió inglés y trabajó un acento anglo cubano similar al del verdadero Arenas, sin contar con que es un personaje mucho más vulnerable y desgarrado que la mala bestia de Anton Chigurh. Bueno, pues, efectivamente, se encuentra con que está nominado para el Oscar al mejor actor, pero lo pierde frente a…
Russell Crowe.

Bueno, Russell Crowe es otro actor excelente, de eso no hay duda, pero ganó el Oscar por Gladiator. ¿Gladiator? Vamos, hombre. La peli está bien, es muy entretenida y Crowe está estupendo, pero ¿un Oscar al mejor actor? Pues no; yo creo que lo más lógico hubiera sido que lo ganara el año anterior, por El Dilema (1999) donde logró una creación inolvidable interpretando a ese ejecutivo del montón, como tantos otros, que se ve metido en una situación insostenible cuando denuncia ante la prensa las irregularidades de la industria tabaquera. Pero no pudo ser: lo ganó Kevin Spacey, por American Beauty.

A mí esta película de Sam Mendes me parece uno de los grandes bluffs del cine de los 90, pero es cierto que Kevin Spacey estaba en ella muy bien. Por cierto, este actor ha estado nominado dos veces, y ha ganado las dos. Eso sí que es un pleno. Sin embargo, un año en que no le nominaron fue en 1997, cuando se dio a conocer por su papel del sargento Jack Vincennes en L. A. Confidential, en una interpretación que a mí me parece mucho mejor que la de Robin Williams en El indomable Will Hunting, que fue quien se llevó la estatuilla para casa.

Otras veces se premia a un actor por un papel, y poco tiempo después sorprende con otro todavía mejor. Ejemplo: Anthony Hopkins, que gana el Oscar con su granguiñolesco doctor Lecter en El silencio de los corderos (1991); un magnifico trabajo, desde luego… pero dos años después nos regala otro mucho más elaborado y delicado, con ese mayordomo reprimido que apenas tiene armas para expresar sus sentimientos en Lo que queda del día. Le nominan, sí, pero ¿quién gana? Tom Hanks por Filadelfia.

En fin, podría seguir así hasta cansarme, o cansarles. Lo que quiero decir es, sencillamente, que todos los galardonados con el Oscar al mejor actor o actriz son gente de talento innegable… Pero muchos se llevan la estatuilla por un papel bastante por debajo de sus posibilidades. Y no quiero ni acordarme de Al Pacino en Esencia de mujer (1992), o de Jack Nicholson en Mejor imposible (1997)…

P. D. Y, ya que hemos mencionado a Hopkins, una pregunta: si se repasa El silencio de los corderos, se verá que el personaje de Hannibal Lecter está en pantalla bastante menos tiempo que Anton Chigurh en No es país para viejos. Sin embargo, Hopkins ganó como actor principal, y Bardem ha ganado como actor secundario. Misterios de la Academia…

domingo, febrero 24, 2008

Disquisiciones a las puertas del Oscar

Vista ayer por fin No es país para viejos -la tengo en el ordenador hace un tiempo, pero, para ser sincero, quería verla en el cine-, sólo voy a apuntar un par de cosillas sobre la película y el personaje de Anton Chigurh, y luego vamos a ver qué pasa en los Oscar. Yo, personalmente, sí creo que Bardem se lo lleva, sobre todo después de ver la peli, y creo que este año los premios van a estar muy repartidos, como en el Gordo de Navidad.

Es decir, yo apuesto por: los Coen como mejor director, pero por Pozos de ambición como mejor película. En cuanto al Oscar al mejor actor, me sorprendería que no se lo llevara Daniel Day-Lewis. Y como mejor actriz… ni idea. Quizás Ellen Page o Marion Cotillard, que interpreta a Edith Piaf, y ya sabe que en Hollywood parece haberse puesto de moda premiar las interpretaciones (¿o habría que decir recreaciones?) de personajes reales.

Sobre la peli de los Coen:

Hay quien dice que no es la mejor de las suyas. Probablemente no, porque ahí están Fargo o El gran Lebowski, por decir sólo dos que la superan ampliamente. Pero esto no quiere decir que sea mala; de hecho, es magnífica y su calidad se hacer notar en detalles como la escasez de diálogos, que, por otra parte, muchas veces ni falta que hacen. Muchas escenas -el descubrimiento de la matanza de narcos, Llewelyn Moss acechado por Chigurh en el hotel, contando los pasos y viendo la silueta de sus pies tras la puerta- son prácticamente mudas, lo cual no quita para que no estén cargadas de tensión, con todo el cine atendiendo a lo que ocurre en la pantalla con ojos como platos. Narrativa cinematográfica, se llama eso, y en pocas pelis de los Coen la he visto tan desarrollada como aquí.

Y sobre el personaje de Bardem, hay un par de paralelismos interesantes. ¿Quién es Anton Chigurh? Una bestia parda con un corte de pelo horrible que se carga a la gente sin respirar, eso está claro. Pero, aunque tenga, no se lo pierdan, página web propia, se sabe poco sobre él. Unos lo comparan con un fantasma, otros con la peste bubónica. Cabe preguntarse hasta qué punto es humano. Porque a lo largo de la película nunca le vemos comer ni dormir. Sólo se detiene para curarse las heridas en una habitación de hotel. ¿Dónde hemos visto un personaje muy similar? Efectivamente: en Terminator. Esperen, que las referencias cinematográficas no acaban aquí: en un momento dado, una de sus futuras víctimas le dice “no tienes por qué hacerlo” (refiriéndose, claro está, a que no tiene por qué matarla), y él contesta “Eso es lo que dicen todos”. ¿No les recuerda a otro diálogo, este de El Séptimo Sello, de Bergman?: El Caballero: “¡Espera!”. La Muerte: “Todos decís lo mismo”.

Bueno, no son más que unos párrafos colocados aquí en una tarde de domingo. Vamos a ver qué pasa… y que gane el mejor.

jueves, febrero 21, 2008

Vaya marrón, señores

Una de las grandes noticias de los Oscar de este año es que… Clint Eastwood no está nominado. Eso va a ser porque no tiene película, porque si no, sospecho que le veíamos otra vez con el smoking y con su madre al lado, que si el hijo se conserva bien yo no sé qué tomará la señora, y quien sabe si llevándose otra estatuilla a casa; es indiscutible que pocos cineastas han sido tan bien tratados por la Academia como Eastwood. Si quieren mi opinión, merecidamente. Pero las cosas no han sido así siempre, y la fructífera relación de Clint con los Oscar se ha hecho esperar muchos años.

Ahora cuesta de imaginar, pero las hemerotecas están ahí, aparte de los que tenemos una buena colección de revistas de cine, claro; y es un hecho que los mismos críticos que hoy ponen por las nubes a Eastwood se dedicaron a atacarle sin compasión durante los años setenta y ochenta: violento, facha, macarra, todo a la vez, y estos calificativos se aplicaban sin demasiado discernimiento tanto a las películas que protagonizaba como a las que también dirigía. Nadie se molestaba en recordar que uno de sus primeros intentos como director fue drama intimista protagonizado por William Holden, Primavera en otoño (1973). Los únicos que tenían fe en Clint como director eran los chicos de Cahiers du Cinema que, por cierto, también se han tirado años defendiendo el talento cinematográfico de Jerry Lewis.

Pero si Clint anduvo ausente de los Oscar durante mucho tiempo no fue por nada de esto, sino por una historia bastante curiosa.

En 1973, Eastwood era ya una estrella de pleno derecho gracias al éxito de Harry el Sucio (1971), y como tal, le pidieron que presentara un premio en los Oscar. Así que se presentó en el Dorothy Chandler Pavillion cuando faltaba poco para la ceremonia, y se encontró con Howard Koch, el productor, que acudía a él con expresión de angustia total. Faltaban pocos minutos para empezar la ceremonia, y Charlton Heston, que debía ser el primer presentador, no había llegado (luego se supo que había sufrido un pinchazo). ¿Podría sustituirle Clint?

"Ni hablar", contestó éste. "No estoy preparado. ¿Por qué no se lo pides a Gregory Peck o a alguno de esos?" "No están disponibles". "¿Pero qué voy a decir?"

"Tú tranquilo; sólo tienes que leer lo que va saliendo en el teleprompter".

El teleprompter, como saben todos los presentadores de telediarios que leen este blog, es esa pantalla situada ante los ojos del que habla -pero oculta al público- donde el texto va pasando, y facilita una lectura natural. Así que, si uno sabe desenvolverse más o menos, no hace falta ni que se lo aprenda. Pero el horror llegó cuando Eastwood salió al escenario… y se encontró con que el texto que iba apareciendo estaba lleno de chistes referentes a la carrera de Charlton Heston. Que si Moisés por aquí, que si Los diez mandamientos por allá… sin saber qué hacer, acabó improvisando como pudo hasta que Heston llegó al escenario a tomar su lugar.

Se sintió tan mal por el episodio, que aseguró a Koch que nunca volvería a la ceremonia. ¿Y si te nominan?, le preguntó éste. Bueno, entonces sí, pero lo veía muy improbable, con el tipo de películas que hacía. Los dos tuvieron razón: Eastwood tardó veinte años en regresar a los Oscar, y cuando lo hizo, fue para llevarse a casa varios premios por Sin Perdón.