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martes, septiembre 23, 2008

¡Ñam!

Mis años como periodista más o menos científico me han hecho muy refractario hacia todas las pseudociencias con las que gente como Friker se están asegurando la vejez. Pero hago una pequeña excepción con la criptozoología, ya saben, esa disciplina que consiste en buscar en cualquier rincón del mundo especies en teoría extinguidas: el Yeti, el monstruo del Lago Ness, actores españoles que se duchen cada día, ese tipo de cosas. ¿Por qué? Por su componente romántico/ecológico. Para colar la bola de que en determinada zona vive, un suponer, un diplodocus, es necesario que esa zona sea a) enorme y b) razonablemente virgen. Así que los lugares susceptibles de albergar a estos bichos sirven también como señales de partes de nuestro planeta que se siguen librando de la destructora mano del hombre, que se dice.

Y luego están las pelis de monstruos, que esas me gustan mucho. Así que el domingo pasado, cuando vi que en Cuatro estaban echando una cosa llamada Pánico en el lago, me quedé un ratito a verla. El lago era, faltaría más, el Lago Ness, pero la versión de Nessie que nos ofrecían se salía un poco de la habitual.

Quizá por esta visión conservacionista de la que hablábamos antes, las películas más recientes sobre Nessie y sus colegas tienden a presentarlo como un pobrecito animal amenazado por la acción depredadora del hombre; es una visión muy similar a la de la segunda y tercera entregas de Parque Jurásico. Pero en seguida me di cuenta de que, en este caso, las cosas cambiaban un poco. El monstruo de este teleflim es una bestia parda que se come a la gente a puñaos, como se puede ver en este gráfico:


Y además, cuenta con unas cuantas crías igual de sanguinarias en lo que podríamos llamar una clara manifestación del síndrome del velociraptor, según el cual muchos dinos pequeños dan más miedo que uno grande. Y los efectos especiales, aunque algo cutrecillos, se sobran para mostrarnos los sanguinarios banquetes de la mamá y sus ninios.

Pero nos falta conocer al prota. Este, como cabría esperar, es criptozoólogo, pero también es algo rarillo: va con barba de tres días, gasta sombrero de cowboy, fuma puritos y en el móvil tiene la música de El bueno, el feo y el malo... Vale, esto último me lo he inventado. El caso es que su principal arma de trabajo es una matraca de calibre 300 o así, porque resulta que Nessie se comió a sus padres cuando era pequeño, así que ahora le busca para vengarse, con lo que se convierte en posiblemente el único científico que quiere probar la existencia de una especie extinguida… ¡Para terminar de extinguirla él!

Si todo esto ya era de lo más barbitúrico, además había que añadir las innovaciones paleontológicas, como considerar que los plesiosaurios –pues eso es lo que es el Nessie de esta peli- se comían a la gente (difícil, porque vivieron en periodos distintos y distantes), y que sus crías de un mes ya pesaban once arrobas. Pero el momento álgido es cuando el criptozoólogo y su ayudante planean cargarse a todas las crías a riflazo limpio, y el segundo dice: “Será como tirar a patos de feria”, a lo que el cripto contesta:

- Sí, pero no son patos de feria. ¡Son REPTILES carnívoros prehistóricos!



Uno pensaba que ya era saber común que los reptiles tienen tanto que ver con los dinosaurios como Gran Hermano con la buena educación, Fernando Alonso con la modestia, o Jesús Mariñas con el periodismo, pero parece que no hay manera. No puedo saber si la animalada es cosa del guión o de los traductores, pero la cuestión es que pensé que había mejores maneras de pasar una tarde de domingo, así que dejé en paz al cripto a sus “reptiles carnívoros prehistóricos (sic, sic y resic)”.

Tengo aquí un libro muy recomendable. Se llama Mitología de los dinosaurios, y está escrito por Jose Luis Sanz, catedrático de Paleontología en la Universidad Autónoma de Madrid. La dedicatoria dice: “Para Vince, deseando que siga disfrutando de la paleontología y los dinosaurios” y tuvo la gentileza de escribírmela hace unos meses, tras una entrevista. ¿Por qué es recomendable? Porque en apenas 200 páginas se las apaña para contarnos los orígenes de la paleontología como disciplina científica –el que quiera saber algo más puede leerse, por ejemplo, Los cazadores de dinosaurios, de Deborah Cadbury- y sus adaptaciones a la literatura y al cine, con enorme erudición y sentido del humor hacia todos los fallos científicos, que han sido muchos y muy variados, en sus apariciones en la pantalla.

Esta del Lago merece ocupar un sitio de honor. Y probablemente hace unos años, servidor se la habría tragado sin rechistar, sin que tanta animalada le hubiera echado del televisor. Bendita ignorancia.

Bueno, mañana ya hablamos de cine en serio ¿eh? Que un día tonto lo tiene cualquiera...

martes, julio 15, 2008

Man on the Moon

El pasado sábado, Documentos TV cumplía su programa número 400, si no recuerdo mal, y para celebrarlo, emitieron durante toda la noche una selección de los mejores documentales de su historia. Entre ellos, uno que me sorprendió no poco la primera vez que lo vi, y que ahora he vuelto a disfrutar: Operation Lune, dirigido en 2002 por William Karel, y que, a su manera, constituye una pequeña venganza para los periodistas que hemos tocado, en algún momento de nuestra carrera, la información científica.

Operation Lune pertenece a la misma categoría que esa pequeña obra maestra que es Fake, de Orson Welles: la de los falsos documentales, donde director y actores -porque hay actores- nos toman el tupé a base de bien sobre un tema determinado. Y aquí no se escatiman medios, porque la ocasión lo merece. ¿de qué trata? De la llegada del hombre a la Luna. O mejor dicho, de la no llegada, porque imagino que ya sabrán ustedes que el supuesto viaje del Apolo XI no fue más que una gigantesca operación de montaje, un pegote, una trola monumental, y que las supuestas fotos de los astronautas sobre la superficie lunar en realidad se filmaron en un estudio, como demuestran innumerables pruebas aportadas por reputados psicopat… digo, investigadores de lo paranormal.

No se fíen de los agentes imperialistas que intentan desmentir a estos héroes: lo que ocurrió realmente fue que Richard Nixon estaba aterrorizado ante la idea de que el viaje espacial fracasara, y consultó con su Secretario de Estado, Henry Kissinger, con el director de la CIA Richard Helms, con el congresista Donald Runsfeld… y entre todos decidieron montar la farsa, que sería dirigida por un cineasta que acababa de concluir una película que trataba, precisamente, sobre la conquista del espacio: Stanley Kubrick. La filmación se llevó a cabo en el máximo secreto en unos estudios de Londres, y a todos los que participaron en ella se les facilitó después una nueva identidad.

Lo malo es que la paranoia de Nixon fue en aumento, y decidió que lo más seguro era eliminar a todos los que sabían algo. Así que la CIA los fue cazando uno por uno, en una operación de exterminio que duró más de diez años. Uno de los pocos supervivientes fue Kubrick, pero temió tanto por su vida que se negó a abandonar su casa, y en los años siguientes filmaría todas sus películas en Inglaterra. Así lo corrobora el testimonio de su viuda, Christiane.

Tremendo, ¿verdad? Lastima que sea todo mentira. Lo maravilloso del documental es que William Karel haya conseguido la participación de gente tan notable para filmar lo que no es otra cosa que una quedada monumental. Mezclados con imágenes de archivos tenemos los testimonios de Alexander Haig, Runsfeld, Kissinger, Helms y las viudas de Kubrick y del astronauta Buzz Aldrin, entre otros que van soltando ante la cámara burrada tras burrada ("Sí, sí, los matamos a todos") sin que se les altere la expresión. Para complementar la cosa, tenemos también los testimonios de personajes anónimos que participaron en la operación, como el rabino que escondió en su sinagoga a uno de los testigos durante diez años, antes de que la CIA acabara con él.

Eso sí, la película está llena de pistas que dejan claro que todo es cachondeo a cualquiera que tenga un poco de cultura general: los nombres de los personajes anónimos, por ejemplo. Uno se llama Ambrose Chapel, que es un nombre procedente de El hombre que sabía demasiado, de Hitchcock; otro es Jack Torrance, ya es casualidad, como el protagonista de El Resplandor; ¡Y otro, David Bowman, que es uno de los astronautas de 2001!. Pero el mejor es el rabino que esconde al testigo: nos dicen que su nombre W. A. Koenigsberg; Koenigsberg es el verdadero apellido de Woody Allen, y las iniciales W. A., pues… Y encima, cuando habla de su relación con el testigo, declara con toda tranquilidad: “la verdad, ese hombre como estudiante de la Torah era bastante extraño… siempre sostenía que el judaísmo no prohíbe comer carne de cerdo, sino que más bien recomienda evitarla en ciertos restaurantes”. El chiste puede encontrarse en Sin Plumas.

En fin, un ejercicio de sano cachondeo que les recomiendo si alguna vez lo vuelven a pasar. Y ahora, el epílogo: un tiempo después de que lo emitieran por primera vez, estaba en una reunión de amigos un fin de semana y, no sé cómo salió el tema del hombre en la Luna. Y una de las presentes dijo, muy convencida: “¡Pero si es verdad, el viaje fue de mentira! ¡El otro día salió un documental en televisión donde LO CONFESABAN TODO!”

Me levanté a por otro Jack Daniels. ¿No hubieran hecho ustedes lo mismo?

Pero, según declara un divulgador científico de primera fila, no fue el único caso...

domingo, mayo 11, 2008

Gustos e influencias

Esta mañana he tenido ocasión de encontrarme en la prensa con uno de los tópicos más habituales sobre Woody Allen: el que señala a Groucho Marx como una de sus principales influencias. El párrafo habla de cómo en sus primeras películas Allen recogió “el testigo de la locuacidad verbal de Groucho Marx y los ecos del slapstick de los mejores cómicos del mudo”. Lo segundo es posible, porque El dormilón (1973) o La última noche de Boris Grushenko (1974) tienen algunos gags visuales inolvidables. Lo primero, lo siento, pero de eso, nada.

El problema es que muchas veces se confunden los gustos de un artista y sus influencias, y unos y otras no tienen necesariamente que coincidir. Ayer por la noche emitieron en TVE1 una excelente entrevista con los miembros de Martes y Trece (los tres), y en ella reconocieron que entre los cómicos que más admiraban -y querían, porque les ayudaron en sus comienzos- estaban Tip y Coll. Pero negaron rotundamente que hubiera ninguna similitud entre el humor de Tip y Coll y el de Martes y Trece. Lo suyo iba por otro camino. Pues con Groucho y Woody pasa lo mismo. Sí, ambos eran judíos (no sé muy bien qué importancia puede tener eso, pero como todo el mundo lo dice…), se conocían y se admiraban mutuamente. Pero ¿Influencia? Por favor, sus personajes no podrían ser más distintos. El Woody Allen de las películas cómicas es un sujeto insignificante, amedrentado, cobarde. Groucho, no. Groucho es un triunfador, alguien que no se deja avasallar, sino que avasalla él, pasando como un ciclón sobre convenciones, instituciones, poderosos. Nada le detiene, mientras que Allen intenta siempre buscar alguna piedra debajo de la cual pueda esconderse.

Lo cual tiene también gracia, desde luego, pero no el mismo tipo de gracia. La verdadera influencia de Woody Allen es otro cómico, que ha permanecido ignorado por todos los enteraos durante mucho tiempo, pero que queda clara en el excelente libro sobre Allen que ha publicado Jorge Fonte en Cátedra: Bob Hope. De Bob Hope hoy en día no se acuerda nadie. Su humor era mucho más simplón que el de Allen, no dirigió películas, sus chistes se los escribían otros, era republicano, apoyaba al ejército norteamericano allí donde estuviese… características todas que, según muchos baremos de hoy, le convertirían en un un tipo poco popular. Pero cuando Allen le vio en el cine, según declaró a su biógrafo Eric Lax “Desde aquel mismo momento supe que era exactamente lo que quería hacer en la vida. Su personaje era fatuo, mujeriego, cobarde entre los cobardes, pero siempre brillante”. Y hay más: “En sus películas antiguas, hay momentos en que pienso que es lo mejor que he visto nunca. A veces me cuesta mucho no imitarlo. Resulta difícil darse cuenta cuando lo hago porque soy muy distinto a él físicamente y en el tono de voz, pero cuando sabes que lo hago, es absolutamente inconfundible”.

Así que, a la hora de hablar de Woody, démosle a Groucho lo que es de Groucho y a Hope lo que es de Hope… Por cierto, puede que este cómico, nacido en Inglaterra pero más yanqui que la Estatua de la Libertad y los fritous de maiz juntos, no influyera sólo en sus colegas americanos. En una de sus películas (no recuerdo cuál) cuenta cómo en sus años en el ejército se vio envuelto en una situación desesperada. “¡Tres contra quinientos! ¡Fueron horas de batalla feroz, pensamos que no íbamos a salir vivos de allí! ¡Tres contra quinientos!”. “¿Y vencieron”? “¡Sí! Pero no sabe el trabajo que nos dieron aquellos tres”. Bueno, pues ahora recordemos ese chiste que contaba Miguel Gila tan a menudo: “El otro día voy por la calle y veo que hay cuatro tíos pegando a otro… y me meto. ¡Qué paliza le dimos entre los cinco!”. ¿Casualidad o influencia trasatlántica?

miércoles, abril 16, 2008

Devorados por el personaje



Hace ya bastante tiempo que el Festival de Eurovisión me provoca tanto entusiasmo como pasar un fin de semana en el duplex de Jose Luis Moreno, pero lo de este año ya es demasiado. No me voy a extender sobre el fenómeno Chiquilicuatre porque este es un blog culto, faltaría más, para lectores elitistas y cultivados, ¡qué coño!. Pero si traía el asunto a colación es por las noticias que he leído sobre que David Fernández, el actor que interpreta al cantante (???) de la guitarrita, tiene prohibido dar entrevistas, a menos que en ellas siga interpretando a su personaje. Es decir, no puedes entrevistar a David Fernández. A Rodolfo Chiquilicuatre, sí.

Es un caso obvio de personaje que devora al actor, bueno, más que devorarle, que se lo come con patatas. Porque David Fernández lleva años participando en el show de Buenafuente, donde ha creado personajes tan conseguidos como Goicoechea -un extremeño que quiere ser vasco-, Santi Climax -un aspirante a actor absolutamente negado y deprimente- o el padre de Lewis Hamilton, que cae todavía más gordo que el original. Pero, desde hace unos meses, es Chiquilicuatre desde que se levanta hasta que se acuesta. Espero que el previsible último puesto que nos vamos a llevar (¿se apuestan algo?) sirva para que el fenómeno pase a mejor vida cuanto antes.

Lo de actores devorados por el personaje que interpretan es una constante en el mundo del cine. Hay dos especialmente peligrosos: Superman y James Bond, como atestiguan las carreras de Christopher Reeve y de cualquiera de los seis intérpretes que hasta ahora se han enfundado el smoking de 007 (sobre todo de Sean Connery, que a finales de los 60 no dudó en proclamar que odiaba a Bond con toda su alma). Pero si nos remontamos más atrás en la historia del cine, encontramos otros casos aún más llamativos.

Fíjense en la chica de la foto de hoy. ¿La reconocen? Se llamaba Theda Bara, y en los años del cine mudo, fue una de las principales estrellas de la Fox. Desde su primera película A fool there was (1915), quedó encasillada para siempre en papeles de mujer fatal, a la que los hombres le duraban menos que un Sugus en una primera comunión. Todos sus papeles repetían más o menos el mismo esquema, pero fue cuando su cuarta película The devil’s daughter (1915) cuando su fama se disparó por todo el país. Las mujeres pateaban los carteles con su rostro, y los niños salían corriendo cuando la veían. Por supuesto, no se libró de interpretar a las grandes seductoras de la historia, desde Cleopatra (1917) hasta Carmen (1915).

La Fox, que era el estudio que la tenía bajo contrato, hizo todo lo posible por enterrar a la actriz dentro del personaje: según la biografía oficial facilitada por sus publicistas, había nacido en Egipto, hija de una actriz francesa y un escultor italiano, y había pasado sus primeros años a la sombra de las pirámides, antes de trasladarse a Francia. Su nombre artístico, por cierto, era (inintencionadamente) un anagrama de “arab death”, lo cual servía para aumentar todavía más el morbo… cuando en realidad, la chica se llamaba Theodosia Gorman y era hija de un sastre de Cincinatti.

Al final, cansada de repetir siempre el mismo papel, no puso impedimentos cuando la Fox no le renovó el contrato y, tras un par de intentos teatrales que no tuvieron demasiado éxito, se retiró del cine en 1926. Y, por cierto, apenas sobrevive media docena de sus películas, lo cual daría tema para algunas entradas más. Total ¿Qué interés hay por conservar el cine mudo? ¡Si no hablan!

viernes, febrero 29, 2008

De Salamanca a México (pasando por Euskadi)

Hace unos meses, les hablaba en este blog del rodaje de la película En el punto de mira, que se estrena hoy, y que trata del asesinato del presidente de Estados Unidos en la Plaza Mayor de Salamanca, nada menos. Un lector me hizo notar que el rodaje no había sido en la verdadera Salamanca, sino en decorados montados en México. Vale, yo también meto la pata a veces. El otro día oí en la radio una entrevista con Eduardo Noriega -que con esta peli se apunta a la corriente de actores españoles en Hollywood- donde explicaba el porqué de este asunto. La historia, desde luego, es curiosa.

Según el protagonista de Abre los ojos, parece que la cosa fue más o menos así: una vez que se había establecido que la historia debía ocurrir en España, la idea inicial era rodar en la Plaza Mayor de Madrid. Pero ni todo el poder de Hollywood es suficiente como para cerrar al público un lugar tan céntrico durante los tres meses que iba a durar el rodaje, y menos aún en verano. Así que se planteó Salamanca como segunda opción, pero pasaba lo mismo. El caso es que en la productora se quedaron tan enamorados de la Plaza Mayor de Salamanca que decidieron que, si no podían rodar en la de verdad, la montaban por su cuenta. Y esa es la explicación de que vayamos a ver una Salamanca que no es la auténtica, pero lo parece.

No es mala idea, si quieren mi opinión. Un decorado siempre te permite mayor libertad a la hora de mover los actores de acá para allá, y de crear escenas como atentados, tiroteos, persecuciones, etc. Parece que en Salamanca están encantados, porque los atractivos de su ciudad -aunque no sean los auténticos- se verán en todo el mundo. Claro que cabe hacerse la pregunta clave: puestos a recrear la Plaza Mayor de Salamanca ¿Por qué lo hicieron en México y no en España?

Y es que no me cabe duda de que la recreación de los escenarios será muy fiel, pero en cuanto al personal… ¿Los extras tendrán pinta de salmantinos, o de estar a punto de arrancarse con el Volver, volver a la primera de cambio? Porque esto no es la primera ni la segunda ni la tercera vez que pasa. Y si no, echen un vistazo al vídeo que incorporo hoy, que no es de cine, sino de televisión, pero es un clásico por derecho propio, que seguramente muchos de ustedes ya conocerán: los primeros minutos de un episodio de MacGyver donde se da un paseo por las montañas del País Vasco. Lo que pasa es que es un País Vasco un poco sui generis, y en lugar de txapelas, aizkolaris y andalahostiapatxi, se encuentra con... Bueno, cuando lo vean, ya entenderán lo que quiero decir.

Ah, y a los lectores vascos que no lo hayan visto todavía sólo quiero recomendarles sentido del humor… que yo soy andaluz y sobre estereotipos regionales machacados por el cine (y por la tele), tendría bastante de qué hablar.

lunes, noviembre 05, 2007

¿Son o no son?



Un asiduo de este blog (algunos hay) me preguntaba el otro día por qué no metía nunca entradas sobre dibujos animados. La verdad es que no había caído en la cuenta; supongo que es porque intento que los posts tengan un mínimo enganche con la actualidad, y hasta el momento no se había prestado ninguno. Pero miren, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, o que acaban de sacar una edición en DVD El libro de la selva, voy a meter un rollete sobre ella, en el que intentaré aclarar algún malentendido.

El libro de la selva suele ser la película de Disney preferida incluso por aquellos a los que no les gustan las películas de Disney. Lo cual no quiere decir que sea la mejor; de hecho, tiene bastantes fallos si la comparamos con obras maestras como La bella y la bestia (1991). Pero, desde luego, es la más simpática. Si se ve en versión original (algo recomendable para TODAS las películas, pero muy especialmente para las de dibujos), uno se encuentra con tesoros como Louis Prima poniendo su voz inconfundible al Rey Louie (en I wanna be like you, una de las mejores canciones que ha salido nunca de la casa Disney) y con aquel gran, grandísimo actor llamado George Sanders, especializado en poner su magnífica dicción británica (nació en Rusia de padres ingleses) en personajes cínicos, inmorales y aristocráticos, y al que aquí se escogió para que diera voz al malvado tigre Shere Khan.

Y luego, están los buitres, que es el tema principal de este post. Recordemos que El libro de la selva se estrenó en 1967, hace cuarenta años, en una época en que cierto cuarteto de Liverpool estaba haciéndose, en palabras de uno de sus integrantes, “más famoso que Jesucristo”. La influencia de los Beatles se dejaba notar por todas partes por aquel entonces, y de repente, en medio de esta película, nos encontramos con cuatro buitres con melenas que no dejan de tener un cierto aire… Si los buitres de El libro de la selva son o no una caricatura de los Fab Four ha surgido en muchas conversaciones más o menos cinéfilas durante años.

Pues la respuesta es no.

El libro de la selva es la última película en la que Walt Disney estuvo involucrado personalmente; de hecho, moriría antes de verla terminada (y no, no le congelaron; que uno tenga que seguir repitiendo ciertas cosas...). Pero, de acuerdo con algunos informes, el equipo de animadores sí jugó con la idea de convertir a los buitres en caricaturas directas de los Beatles. Disney se negó en redondo, argumentando que en pocos años la gente se olvidaría de los músicos y la caricatura no tendría ningún sentido; y él intentaba siempre que sus películas fuesen atemporales. Así que los pajarracos se parecen un poco… Pero no del todo.

La verdad es que Disney no andaba desencaminado. Se equivocó pensando que los Beatles iban a pasar de moda tan pronto, pero aunque su música sigue vigente (y que dure), es cierto que las nuevas generaciones ni conocen la pinta que llevaban entonces, ni les importa. Y la mejor prueba de que hizo bien está en Aladdin (1992), una magnífica película que se ve lastrada por las imitaciones que hace el Genio (es decir, Robin Williams) de algunos actores de Hollywood entre los que se cuenta ¡Rodney Dangerfield!. ¿Alguien, americano o no se acuerda de este tío?

P. D. La película El libro de la selva tiene muy poco, o nada, que ver con la obra original de Rudyard Kipling. Pero quien no se haya leído aún este libro, uno de los más hermosos que se hayan escrito jamás, ya se puede ir corriendo a la librería más próxima, y que no le vuelva a ver yo por aquí hasta que se lo acabe.

domingo, octubre 28, 2007

La última rata

A la respetable edad de 89 años ha muerto Joey Bishop, el último miembro superviviente del poco respetable Clan Sinatra de Las Vegas, conocido también como el Rat Pack. Queda en pie únicamente Shirley MacLaine, que es algo así como miembro honorario. Pero todos los demás - Frank Sinatra, Dean Martin, Peter Lawford, Sammy Davis jr.- pasaron hacer tiempo a peor vida, y digo a peor, porque es difícil imaginarse que allá donde haya ido esta tropa se lo estén pasando mejor que en sus años gloriosos.

La suya es una historia concentrada en unos pocos años -pongamos, más o menos, la mayor parte de la década de los 60- y ambientada en los mejores casinos de Las Vegas, animada por docenas de chicas, aromatizada con miles de cigarrillos, engrasada con propinas de cien dólares a los aparcacoches, regada con ríos de Jack Daniels y protegida por la sombra de la Mafia. Eran, sencillamente, los reyes de la ciudad, aunque no deja de ser una pena que el resultado artístico de aquellos tiempos haya quedado reducido a unas grabaciones musicales mediocres, y a algunas películas -La cuadrilla de los once (1960), Tres sargentos (1962), Cuatro tíos de Texas (1963)... - francamente olvidables.

El mayor espectáculo producido por el Rat Pack era el Rat Pack mismo, cuando subían al escenario del Sands a hacer el show de cada noche. Show que consistía, básicamente, en gansadas de todo tipo, a los que Bishop, que no era cantante sino cómico, se prestaba con entusiasmo. Era difícil, si no imposible, ver a alguno de los intérpretes completar una canción; si Sinatra comenzaba con It was a very good year, en cuanto entonaba la primera frase: “When I was seventeen…”, Martin le gritaba desde los bastidores. “… eras un plasta”. Risas. No pasaba nada. Sinatra atacaba la segunda estrofa: “When I was twenty one…”, y Martin volvía a la carga: “…seguías siendo un plasta”. Pero la gente abarrotaba la sala con tal de verles en persona.

Hay un libro en español que recoge la historia del Rat Pack (aquí lo tienen) y que tiene numerosas y magníficas fotos de una época irrepetible. Sobre el texto no puedo decirles nada porque no lo he leído, pero supongo que estará bien, porque me conozco la mayoría de las fuentes que ha utilizado el autor. Buenas opciones para los que hablen (o lean inglés) son Dino, la magnífica biografía de Dean martin escrita por Nick Tosches, o Rat Pack Confidential, de Shawn levy, que no es tan "confidential" como dice el título, pero es una buena recopilación de datos.

Sin embargo, convendría aclarar un malentendido: este no es el verdadero Rat Pack. Aunque todo el mundo lo llame así, el Rat Pack original fue creado en Hollywood unos años antes y, sí, incluía a Sinatra, pero fue fundado y dirigido por Humphrey Bogart y bautizado por Lauren Bacall, tras ver la pinta que tenían sus integrantes después de una noche de juerga (“parecéis una panda de ratas”, les dijo, y ahí empezó todo). Otros miembros eran David Niven, Judy Garland, Irving Lazar o el hostelero Mike Romanoff. Cuando Bogart murió y Sinatra montó su propio círculo de amigotes en Las Vegas, la prensa le encasquetó el nombre. Pero él nunca lo utilizaba, e incluso lo odiaba: con su habitual modestia, prefería llamar a su pandilla The summit (la cumbre).

P. D. Esta entrada tenía que haberse publicado el viernes, día de la muerte de Bishop. Pero un fin de semana bastante ajetreado me ha obligado a desatender el blog. Mañana hablamos de la encuesta, que ya está cerrada y por la que les agradezco a todos su participación.

jueves, octubre 04, 2007

Mentiras gordas


En sus dos semanas de andadura, parece que a los chicos de Público no les va del todo mal. Siguen con su idea de periódico progresista, van mejorando poco a poco los contenidos, e incluso a un servidor le han publicado alguna cosilla (aunque de momento no puedo decirles qué tal pagan). Pero el mejor escribano echa un borrón, y aquí lo echaron con las mejores intenciones. Estoy hablando de las películas en DVD que regalaron durante sus primeros días en el quiosco. En general no estaban mal, e incluso hubo alguna que estaba muy bien. El fallo fue el segundo día: Fahrenheit 9/11. Ese día no me compré el diario (porque estaba de camino a una redacción donde pude leerlo by the face), pero si lo hubiera hecho, posiblemente habría pasado de lllevarme el DVD. No me sirvió de nada: unos amigos sí lo compraron y, como no tienen reproductor, me han regalado la peliculita en cuestión. Agh.

Como ya se estarán imaginando, no trago a Michael Moore. Me cae gordo, y perdón por el chiste fácil. Gordísimo. Después de haberme tragado Bowling for Columbine y la mencionada Fahrenheit, no me cogen para ver SiCko ni aunque me amarren a lo Hannibal Lecter. No tiene nada que ver con cuestiones ideológicas. De hecho, el gordinflas de la gorra y yo coincidimos en bastantes cosas. Pero soy de la opinión de que la afinidad ideológica no tiene que servir de patente de corso para que nos traguemos todo lo que nos ofrece cierta gente, sólo porque son de “los nuestros”. Y a la hora de criticar a Bush, a la guerra de Irak, al mercado de armas o al sistema sanitario yanqui, tengo referencias más pausadas -y más fiables- que las de este señor.

Moore me parece, sencillamente, un manipulador y un numerero. Las clases para controlar su ego las debe de haber tomado en Argentina, y sus dos películas anteriores abundan en maniobras de dudoso gusto para meternos su mensaje de la manera más escandalosa posible. Estoy hablando de la entrevista con Charlton Heston en Bowling... o de los planos de la madre que ha perdido a su hijo en Irak en Fahrenheit... La primera es una de las mayores encerronas que he podido contemplar en veinte años que llevo ganándome las habichuelas con esto del periodismo. Y la segunda, una utilización sin escrúpulos del dolor ajeno, prolongada más allá de lo razonable con técnicas que el periodismo amarillo tiene inventadas hace ya bastantes años. Estas cosas las hace Pepe Navarro y le caen yoyas por todos los lados; pero como las hace Michael, y encima se lleva la Palma de Oro en Cannes…

Bueno, supongo que muchos de ustedes no estarán de acuerdo con esto, pero si vieran lo a gusto que yo me he quedado... Fíjense que me está viniendo a la memoria el nombre de Edward H. Amet, otro aguerrido documentalista, este de finales del siglo XIX. En aquellos tiempos, el documental era uno de los principales géneros cinematográficos, con los operadores viajando por todo el mundo para captar los grandes acontecimientos internacionales. Amet presentó en 1898 un documental sobre la batalla naval de la Bahía de Santiago, en plena guerra entre España y Estados Unidos. Pero ni se molestó en ir allí. Lo rodó utilizando maquetas de barcos, ventiladores para reproducir las olas y cañones en miniatura, y lo estrenó con un éxito considerable.

Entre uno y otro, no sé con cual quedarme. Seguramente, con Robert Flaherty o, si quieren una referencia más popular, con Jacques Cousteau.

miércoles, septiembre 26, 2007

Mentirijillas

Pues ya tenemos en la cartelera una película de esas que me gustan a mí, es decir, de las que nunca serán un taquillazo pero llaman la atención por el tema que cuentan. Se trata de La gran estafa (Hoax), protagonizada por Alfred Molina, Stanley Tucci y el flamante nuevo premio Donostia, Richard Gere (un día de estos vamos a tener que hablar sobre el por qué de ese galardón a un tipo que tiene bastante más presencia mediática que talento actoral). Y la película me interesa por el tema que trata: la falsa biografía de Howard Hughes publicada en los años 70 por el periodista Clifford Irving.

Para quienes no conozcan la historia, vamos a hacer un breve repaso: en los últimos años de su vida, el multimillonario Howard Hughes (el retrato que hizo Scorsese en El aviador sobre sus primeros tiempos es bastante exacto) se hizo famoso por su comportamiento excéntrico y por convertirse en un recluso al que poquísimas personas tenían acceso. De repente, el periodista Clifford Irving apareció con su Autobiografía de Howard Hughes, escrita, según aseguraba, tras numerosas entrevistas celebradas con el magnate, que había accedido a romper su silencio para recibirle exclusivamente a él. El libro, lógicamente, fue un bombazo, por lo menos hasta que escritor y editorial fueron demandados por el (numerosísimo) equipo de abogados de Hughes, que negaba la autenticidad de la obra.

Finalmente, Irving fue incapaz de demostrar la veracidad de su libro. Aunque había proclamado contar con grabaciones, cartas y documentos exclusivos de Hughes, no presentó ni uno solo de ellos en su defensa. En 1972 fue condenado a prisión -donde pasó catorce meses- y a indemnizar a sus editores con 765.000 dólares. Pero por lo menos tuvo éxito en una cosa: en sacar al ermitaño Hughes de su escondite, pues el magnate habló en público por primera vez en diez años para denunciar a Irving en una conferencia telefónica, y negar haber tenido ningún tipo de contacto con él.

Por cierto, en España, el libro lo publicó la extinta editorial Sedmay, conocida por apuntarse al carro editorial de todo lo que pudiera sonar a escándalo (otra de sus joyas fue El día que perdí… aquello, donde famosos de ambos sexos recordaban el momento de su jura de bandera), con una portada de lo más curioso: el título era Autobiografía de Howard Hughes, pero con una cruz roja tachando las letras “auto”. En la solapa interior se aclaraba, creo recordar, que a pesar de la polémica que rodeaba la autenticidad del libro la última palabra la tenía el lector y bla, bla, bla.

De todos modos, no es la primera vez que se rueda una película sobre este tema. en 1974, Orson Welles rodó Question Mark (Fake), un semidocumental sobre lo verdadero y lo falso, lo auténtico y la falsificación. Uno de sus protagonistas era el pintor Elmyr d' Hory, especialista en pintar cuadros que imitaban el estilo de los grandes maestros con tal perfección que ningún especialista podía distinguirlos de los originales; el otro era Irving, que en un completo cierre de círculo, había escrito en 1969 una biografía de d'Hory, esta más auténtica que la de Hughes.

No sé que tal será La gran estafa; ya les digo que estoy deseando verla. Pero, si no han visto Question Mark y se la encuentran en algún videoclub (improbable), biblioteca pública (también) o en alguna emisión de madrugada de un canal televisivo ignoto (esto ya tiene más posibilidades), no se la pierdan. Y eso, a pesar de que buena parte de lo que Welles nos cuenta en ella... es también mentira.

lunes, septiembre 10, 2007

Mentira más, o mentira menos

Hablábamos por aquí hace unos días del montaje que nos venden en los extras de los DVDs y de cómo los supuestos making of están llenos de bulos montados por los estudios dedicados a ensalzar las cualidades de la estrella de turno. Ya dije entonces que no es una práctica nueva en Hollywood. De hecho, me he puesto a buscar, y he encontrado unas cuantas falsedades aplicadas a algunos de los astros más célebres de la historia del cine. Por ejemplo:

Gregory Peck (en la imagen, en una de sus películas más famosas). Se libró de luchar en la Segunda Guerra Mundial por una lesión en la espalda. Esto es cierto, pero como se la hizo durante una clase de baile en la Universidad, a los publicistas del estudio no les pareció lo bastante serio: la versión oficial fue que se había lesionado mientras competía en el equipo de remo.

David Niven. Siempre estuvo orgulloso de su herencia escocesa, y los estudios -y él mismo- se encargaron de publicitar que Escocia había sido su lugar de nacimiento. La verdad es que nació en Londres, pero supo guardar el secreto tan bien, que el hecho no se descubrió hasta después de su muerte.

Richard Burton. No es ningún secreto que el actor procedía de una familia humilde del País de Gales. Pero cuando comenzó a hacerse famoso, esto no les bastó a algunos periodistas, que llegaron a publicar que los catorce miembros de su familia vivían con un dólar a la semana.

Y luego yo, para serles sincero, daría un brazo y la yema del otro por saber cuál es la estrella del cine a quien se refiere Groucho Marx en su libro Groucho y yo, cuando narra un viaje en avión que hicieron los dos juntos: dicho actor se había hecho famoso, entre otros papeles, por sus interpretaciones de aviador heroico en las películas de guerra, pero en la vida real subirse a un avión era algo que le ocasionaba un pánico cerval. El vuelo en cuestión, según cuenta Groucho, fue una odisea, con el actor presa del terror, clavando las uñas en los reposabrazos y convencido de que se iban a estrellar al minuto siguiente, hasta el punto de que la azafata prácticamente le insinuó que, si se tranquilizaba, esa noche se iría a la cama con él. Pero ni por esas.

¿Quién podría ser? Yo apuesto por James Cagney, que hizo varias películas interpretando a un as de la aviación (Aguilas heroicas, de Howard Hawks en 1936 y Capitanes en las nubes, de Michael Curtiz, en 1942) y que, en efecto, en la vida real tenía pánico a los aviones. Pero es sólo una suposición y, por supuesto, se agradece cualquier información que puedan aportar.

miércoles, septiembre 05, 2007

Paja

“¡Tres horas de extras!” “¡Doce horas de extras!” “¡Más extras que en todas las pelis juntas de Cecil B. deMille!”. Cuando aparecieron los DVDs, se vendió como una de sus grandes ventajas frente al VHS la inclusión de contenidos extraordinarios, que permitían extender el disfrute obtenido con el visionado de la película. Hoy, más de diez años después, tras haber colocado unos cuantos cienes y cienes de títulos en mi reproductor, y haber analizado exhaustivamente los extras -cuando los había- me temo que he llegado a una conclusión decepcionante: los extras de los DVDs son una verdadera estafa.

No es que, de vez en cuando, no se encuentre material que vale la pena: por ejemplo, siempre son curiosas las escenas eliminadas, sobre todo si van acompañadas de algún comentario del director sobre las razones que le llevaron a quitarlas; precisamente los comentarios del director pueden ser muy ilustrativos -los de Coppola en la trilogía de El Padrino son una mina y, aunque les cueste creerlo, también los de John Mc Tiernan en La jungla de cristal- y algunas ediciones de clásicos incluyen buenos documentales -p.e. Matar un ruiseñor-, pero ¿El resto? El resto es material promocional rodado al mismo tiempo que la película, pensado precisamente para incluirlo en el DVD, y cuidadosamente seleccionado para no proporcionar ningún tipo de información fidedigna. Tomemos las entrevistas al reparto, sin ir más lejos: todo el mundo se deshace en elogios hacia sus compañeros, hacia el director y, faltaría más, hacia la película, por mucho que uno haya leído en fuentes generalmente bien informadas que la verdadera camaradería entre los miembros del reparto estaba más o menos a la altura de la de Alonso y Hamilton. Hasta las "tomas falsas" son sospechosas de haber sido preparadas para incluirlas en el material extra.

Y, dentro de este circo, hay casos muy divertidos. Cuando alquilé Misión imposible 2 vi que el DVD venía cuajadito de extras. Qué detalle, porque las pelis para alquiler se ofrecen muchas veces mondas y lirondas… luego me di cuenta de que en realidad sólo había un extra, pero repetido media docena de veces: Tom Cruise. Extra número uno: Tom rodando sin dobles las escenas peligrosas. Extra número dos: Tom escalando sin dobles (y sin cuerda) las montañas de Utah. Extra número tres: el director John Woo, que no olvida quién le paga, hablando de las pelotas tan gordas que tiene Tom y de cómo se lo hizo pasar mal al rodar tantas escenas de riesgo sin utilizar dobles, llegando a temer por la vida de su estrella. Extra número cuatro…

Bullshit, como diría aquel. Es cierto que Tom Cruise no utilizó un doble en las escenas peligrosas de MI2; utilizó seis. Y, tal y como cuenta Edward Jay Epstein en La Gran Ilusión, es completamente lógico: ningún estudio se arriesgará a que su estrella filme escenas potencialmente peligrosas, cuando hay gente especialmente preparada para hacerlo en su lugar. Y no ya por que pueda matarse; sólo con torcerse una rodilla obligaría a suspender el rodaje durante un periodo de tiempo, causando pérdidas que fácilmente podrían ascender a varios millones.

Pero eso da igual. Se trata de vender la película y a la estrella, incluso mintiendo como bellacos. Claro que eso lo ha hecho Hollywood toda la vida; pero ahora te obligan a comprártelo. ¿Y quién quiere gastar tanto dinero en relleno cuando el relleno es paja?

miércoles, junio 13, 2007

Estrellas y astros

En el último número de Vanity Fair publican unos extractos de los diarios de Ronald Reagan, que aparecerán, creo, el mes que viene en las librerías norteamericanas. Hay mucha política y poco cine, como cabe esperar de la época en que fueron escritos, pero me llama la atención una anotación de finales de los años 80:

“Una señora en California que se dedica a la astrología ha aparecido diciendo que Nancy y yo somos clientes suyos. Que la hemos consultado para todo, incluso para la elección del gabinete. Es absurdo. Ni la conocemos ni hemos tenido ningún contacto con ella”.

Este desmentido es más que significativo. Entre las muchas cosas que se dijeron de los Reagan -especialmente en España, donde a determinada gente le faltaba tiempo para creerse cualquier cosa sobre ellos- estaba, efectivamente, que eran unos locos de la astrología; incluso se publicó que Reagan creía en ella desde joven, y que la había utilizado como guía en su carrera cinematográfica y, más tarde, en la política. Supongo que la “señora” a la que se refiere es Joan Quigley, que llegó a publicar un libro titulado What does Joan say? Sobre sus múltiples servicios astrológicos para la pareja presidencial.

En fin. ¿A quién creemos? ¿A los periodistas de lo oculto, que durante años le sacaron partido al tema sin molestarse en contrastar ni un solo dato? ¿A Joan, que indudablemente sacaría tajada del asunto? ¿O al propio interesado? ¿Y cuántas cosas más se publican sobre la vida privada de las estrellas que están basadas en puros rumores?

En fin, de todos modos, aquí hay una pequeña lista de estrellas de Hollywood de las que se ha dicho que son o fueron aficionadas a la astrología… y seguro que en alguna, será mentira: en los clásicos tenemos a John Barrymore y el matrimonio Mary Pickford y Douglas Fairbanks, del que se dice que les hacían las tablas astrales cada día; luego estarían Marilyn Monroe, Cary Grant, Marlene Dietrich, Steve McQueen, Tyrone Power… y Shirley MacLaine. Bueno, creo que de esta última sí nos lo podemos creer. ¿No?

lunes, junio 11, 2007

Citas mal citadas


Diego A. Manrique es, sin duda, una de las primeras firmas de nuestro país en cuanto a crítica y crónica musical se refiere. Una verdadera enciclopedia del rock y del pop, y además un periodista sólido, con formación, cultura y mucha mili, de esos de los que cada vez quedan menos. Pero en cuestiones de cine no anda tan puesto, según se deduce de la primera frase de su artículo de hoy en El País: “El chiste ya circulaba en 1974. lo popularizó Billy Wilder en Primera plana: ‘No le digas a mamá que soy periodista; dile que trabajo en un burdel’”.

Pues no. Que el chiste es auténtico, vale. Que tiene unos cuantos años encima, también. Pero, salvo que el Alzheimer esté empezando a jugarme malas pesadas, yo juraría que no aparece por ninguna parte en la película de Wilder (por cierto, acaba de salir en DVD). Es lo malo que tiene citar de memoria (yo soy el primero que lo hace, a veces), o informarse de oídas. Seguramente ustedes se las conocen todas, pero aquí hay otras frases archiconocidas que, en realidad, nunca se han pronunciado en la gran pantalla:

“Tócala otra vez, Sam”. Aquí la culpa la tiene Woody Allen, que tituló de esa manera su obra de teatro, que luego fue llevada a la pantalla con el título (en España) de Sueños de seductor. Lo que verdaderamente se dice en Casablanca es “Tócala, Sam. Toca As time goes by”.

“Yo, Tarzán; Tú, Jane”. Tampoco. Lo más parecido que llegó a decir Johnny Weismuller en sus interpretaciones del hombre mono fue “Tarzán. Jane”, mientras se señalaba a él y a su señora, alternativamente. “Ongawa, Chita” creo que sí que lo dice. Por cierto ¿Alguien sabe qué narices quiere decir “Ongawa”?

“Elemental, querido Watson”. Bueno, este es el caso opuesto. Sherlock Holmes sí que ha pronunciado esta frase en innumerables películas; donde no la dijo jamás fue en las novelas y cuentos originales de Arthur Conan Doyle.

Son precisiones muy conocidas, y a lo mejor me estoy poniendo un poco tiquismiquis y tampoco es para tanto... Total, una de las mejores frases sobre la exactitud de las citas la dijo (y es cierto que la dijo) Groucho Marx: “Cíteme diciendo que me han citado mal”.

jueves, mayo 31, 2007

Los sueños, sueños son

Si se pasan por Londres hasta el próximo 9 de septiembre, tienen la oportunidad de acercarse por la Tate Modern Gallery y echarle un vistazo a la exposición Dali & Film. En ella se recogen todas las colaboraciones que el artista de Cadaqués hizo -o intentó hacer- para Hollywood en los años 40 y 50, y promete ofrecer todo el material que diseñó para Walt Disney, los Hermanos Marx… y Alfred Hitchcock.

Cuando se habla de Dalí y el cine, las secuencias oníricas que creó para Recuerda (1945) son lo primero que le viene a uno a la mente. Hitchcock decidió contratar al pintor no por efectos publicitarios -como sospechaba el productor de la película, David O. Selznick- sino porque buscaba a alguien de una gran capacidad de ejecución gráfica que fuera capaz de trasladar un sueño a la pantalla, alejándose de los tópicos que utilizaban imágenes borrosas y musiquita de arpa.


El problema es que Dalí se pasó. La escena que hemos visto todos en la película, y que dura unos minutos, se prolongaba durante veinte en el montaje original, e incluía ideas tan desmesuradas como Ingrid Bergman convirtiéndose en directo en una estatua de yeso. Pero Selznick opinó que cortaba demasiado el desarrollo de la película y tenía una longitud excesiva. Eso sí, fue rodada, existe y por lo que he podido leer, esta exposición la presenta en su totalidad. Ingrid Bergman, que se mostró muy apenada por los cortes, dijo de esta secuencia que "debería estar en un museo". Bueno, pues ya lo está.

Pero convendría aclarar ahora un malentendido: esa escena, la más famosa de toda la película, no la dirigió Hitchcock. Tras algunas discusiones con Selznick, el director se marchó a Londres a negociar un nuevo contrato con un productor inglés, dejando el sueño sin rodar. Selznick recurrió a William Cameron Menzies, director de la época muda y principios del sonoro, que era sobre todo un excelente director artístico con dos Oscar en su haber. Fue Menzies quien dirigió las secuencias, pero como no dio a su trabajo ninguna importancia, no quiso aparecer en los títulos de crédito. Cuando Recuerda se convirtió en un éxito, Hitchcock no vaciló en arrogarse todo el mérito de las escenas. Este malentendido se ha aclarado en los últimos años, gracias a la insistencia de los herederos de Menzies.


sábado, mayo 19, 2007

Epitafio para el Duque


“El mañana es la cosa más importante de la vida. Arriba a nosotros, inmaculado, a medianoche. Cuando llega y se pone en nuestras manos, es perfecto. Espera que hayamos aprendido algo del ayer”.


Esas palabras, y no otras, son las verdaderamente inscritas en la tumba de John Wayne, cuyo centenario se está conmemorando estos días. Lo siento, nada del “Feo, Fuerte y Formal”, que constituye otra de esas leyendas urbanas (o cinematográficas) alimentadas por mis queridos compañeros de profesión tan dados a hablar y escribir de oídas. Si no me creen, pueden darse un paseo por este site donde encontrarán fotografías de las tumbas de multitud de personajes famosos.


Aclaradas las cosas, un respeto por John Wayne. Mucha gente dice que no era actor, y que sólo se interpretaba a sí mismo. Pero olvidan que fue un fetiche para gente de la talla de Howard Hawks, John Ford o Henry Hathaway, y que ha aparecido en algunas obras maestras como El hombre que mató a Liberty Balance, La legión invencible, Río Bravo o (sobre todo, para un servidor) ese prodigio de película -divertida, conmovedora, vitalista, magistral- que es El hombre tranquilo, donde no me puedo imaginar a ningún otro actor en su papel.


Por lo demás, Wayne fue también muy criticado por sus ideas políticas; la verdad es que era más ultraconservador que Don Pelayo, y ahí están sus dos panflet… quiero decir, sus dos películas como director - El Álamo (1960) y Boinas verdes (1968)- para probarlo. Pero también hay que considerar que, aunque formó junto a otros actores y directores la Hollywood Alliance, para “proteger” de comunistas la meca del cine, nunca estuvo de acuerdo con los juicios del nefasto Comité de Actividades Antiamericanas, que consideraba (y con razón) contrarios a la Constitución y los principios fundacionales de Estados Unidos.


En conjunto, creo que se merece una copa a su salud y un toque de silencio, de esos que tanto abundaban en sus películas de caballería.

martes, mayo 01, 2007

Esta NO es la historia del Huracán

Esta noche, TVE1 emite Huracán Carter (1999), de Norman Jewison. La conocen, supongo. Si no, lean la reseña que de la misma hace Miguel Angel Palomo hoy en El País:

“Bob Dylan popularizó en su legendaria Hurricane el drama de Rubin Carter, el boxeador que, camino del título mundial, fue acusado injustamente de un triple crimen y condenado a cadena perpetua. Carter cometió el error de ser negro en los Estados Unidos de los sesenta”.

Aunque soy muy consciente de los derechos (o la falta de los mismos) que la gente de color tenía en los Estados Unidos en 1966, y aunque soy un fan declarado de Bob Dylan y de su canción Hurricane, el amigo Palomo debería informarse un poco antes de meter tanta falsedad políticamente correcta. Huracán Carter, méritos cinematográficos aparte, es una de las películas que más ha alterado la realidad para adaptarla a la imagen de su protagonista.

No voy a extenderme con los detalles del crimen por el que supuestamente se inculpó a Carter, pero convendría recordar que, gracias a la presión ejercida por famosos como Muhammad Ali o el mismo Dylan, el boxeador gozó de un segundo juicio nueve años después, con un nuevo jurado que no encontró motivos para declararle inocente. Algunos de las personas que siguieron el caso de cerca, nada sospechosas de racismo (el odioso detective Della Pesca que aparece en la película es un personaje inventado), estaban convencidas de la culpabilidad de Carter. Uno de ellos fue el periodista de Nueva Jersey Joseph Deal, que siguió el caso exhaustivamente y que aún hoy mantiene una págína web donde pueden consultarse todos los detalles.

La cinta, además, pasa de puntillas sobre los antecedentes violentos de Carter, y lo presenta como alguien que, fuera del ring, sería incapaz de hacer daño a una mosca. La verdad es que antes de salir de la adolescencia contaba con una completísima ficha policial, que incluía, entre otros muchos delitos, un apuñalamiento (que en la película aparece como autodefensa contra un pervertido). Y en el segundo juicio, cuatro testigos que habían apoyado la coartada de Carter confesaron que habían cometido perjurio, influídos por el boxeador. Pero nada de esto aparece en la película de Jewison.

Aunque la mayor falsedad sea, probablemente, la correspondiente a su pelea con Joey Giardello, Campeón de Pesos Medios en 1964. Por mucho que Dylan (y Palomo) quieran hacernos creer que Carter iba “camino del título mundial”, lo cierto es que no era sino uno de tantos contendientes. Giardello le derrotó a los puntos sin mayores problemas. Sin embargo, la película convierte lo que fue un combate bastante igualado en una superioridad aplastante de Carter, que sin embargo acaba perdiendo a los puntos porque los jueces de la pelea debían ser, por lo menos, miembros del Ku Klux Klan.

Giardello demandó a la productora por difamación, y retiró la demanda tras un jugoso acuerdo extrajudicial. Jewison reconoció posteriormente que, en la vida real, Giardello ganó sin ningún género de dudas. Podríamos seguir señalando falsedades unas cuantas páginas más, pero creo que las cosas están más o menos claras. Ya se sabe que Hollywood tiende a embellecer sus biografías; pero creo que habría que tener más cuidado cuando se sacan a colación temas del calibre del racismo y de un triple asesinato.

miércoles, marzo 21, 2007

Cuestión de huevos


Ha muerto el director Stuart Rosenberg, retirado del cine desde hace algunos años ya, y no demasiado recordado. Sin Oscars, sin Globos de Oro, sin palmas en Cannes. Leñe, incluso sin Goyas, que ya es desgracia. Pero por lo menos se ha ido al otro barrio dejando para quien esto bloguea un par de buenas pelis: Brubaker (1980), con Robert Redford de protagonista y, muy especialmente, La leyenda del indomable (Cool Hand Luke, 1967), con Paul Newman. Curioso; las dos son películas de prisiones, que ya saben que casi constituyen un género en sí mismas.

La leyenda… tiene otra particularidad: es una de esas películas que se recuerdan inmediatamente por una escena en concreto. Para averiguar si alguien la ha visto, sólo hay que darle la pista: “sí hombre, esa en la que Paul Newman se come cincuenta huevos duros”, y tiene el mismo efecto que cuando, para saber si se ha visto El día de los tramposos (Joseph L. Mankiewicz, 1970), se recuerda que es el western donde Kirk Douglas es un atracador que esconde el botín en un agujero lleno de serpientes: iluminación instantánea.

Todos sabemos que los grandes clásicos de Hollywood están repletos de escenas memorables; pero es algo más difícil recordar películas que sean recordadas sólo por una escena en concreto. A mí me suenan estas dos; pero no me cabe duda de que hay más.

Pero bueno, no podemos dejar el post de hoy sin contestar la gran pregunta: ¿Es posible comerse cincuenta huevos duros?

La respuesta es no, por muy Paul Newman que se llame uno. Si hacen clic en este link entrarán en la página web de Robert Llewellyn y Jonathan Hare, dos periodistas de la BBC que se dedican a analizar fallos científicos en películas famosas: el asunto de los huevos queda perfectamente explicado aquí, además de otros muchos pertenecientes a lo que estos autores (que además de divulgadores son también unos cachondos) denominan "Hollywood Science".

jueves, enero 25, 2007

Las exclusivas de Friker


A mí, lo único que me gusta de Iker Jiménez es el tío que lo imita en el programa de Buenafuente. Se presenta siempre diciendo “Hola, soy FRIKER Jiménez”, y a continuación va canturreando su propia musiquilla inquietante: tin, to-ti-to-tín, to-ti-to-tín. Por lo demás, es el último en una larga serie de cantamañanas que llevan años estafando al público, dando pie a exageraciones, tergiversaciones y embustes directos que suelen agrupar bajo la palabra “paranormal”. Pero como más de veinte años de periodismo científico riguroso no parecen haber tenido excesivo efecto en la cultura general de este país, no les faltan crédulos. Ya lo dijo P. T. Barnum, uno de los nombres clásicos del mundo del espectáculo (que no del cine): “nace un primo cada minuto”.

Ahora el amigo Friker saca colección de libros y DVDs sobre ocultismo, OVNIs, complots sobrenaturales y el monstruo del Lago Ness, y su primer número incluye “misterios de Hollywood”, con casos como la muerte de Marilyn Monroe y ejemplos de “rodajes malditos”. No lo he comprado, ni pienso hacerlo, así que no me siento autorizado para hablar de su contenido, pero sí quisiera repasar hoy uno de esos rodajes malditos, muy citados por los cazaincautos, perdón, cazafantasmas: el de Terror en Amityville (1979), cinta de 1979 “basada en hechos reales”.

¿Qué hechos reales? Básicamente, la casa en cuestión fue el escenario de un séxtuple asesinato, cuando Ronald DeFeo mató a toda su familia por razones que ni él mismo supo explicar. Posteriormente, la vivienda fue adquirida por la familia Lutz, pero su tiempo de residencia en ella apenas alcanzó 28 días, durante los cuales se vieron acosados por voces fantasmales, espíritus demoníacos, sangre brotando de las paredes y demás repertorio. Finalmente, tras una noche especialmente horrible, salieron corriendo de la casa en plena madrugada, para nunca más volver. El periodista Jay Anson recogería posteriormente su testimonio y lo convertiría en un libro que fue un éxito de ventas y dio lugar a la película en cuestión.

Pero antes de que la cinta llegara a los cines, actores y equipos tuvieron que enfrentarse a un rodaje lleno de sobresaltos: objetos que desaparecían, voces misteriosas que parecían surgir de la nada, gritos y una retahíla de hechos inexplicables que les hizo pensar si la maldición de Amityville no se habría trasladado a la película. Ésta se convirtió en un éxito de taquilla y dio lugar a varias secuelas, a cual peor.

Y ahí acabaría la historia, si no fuera porque en 2005 se decidió hacer una nueva versión de la cinta original. Para entonces, habían pasado varias cosas: la historia de los Lutz había despertado numerosas dudas en los investigadores (incluído un parapsicólogo, el doctor Stephen Kaplan, que a pesar de ser un completo creyente en lo paranormal tuvo serias reservas sobre el caso), y por fin, George Lutz acabó reconociendo que todo fue pura invención. Jamás había ocurrido nada en la casa, sino que la familia fabricó toda la historia como una forma de ganar dinero y librarse de una hipoteca que no podían pagar. Lo que es más, Margot Kidder, que protagonizó la cinta original, reconoció también que todos los sucesos paranormales ocurridos en el rodaje fueron igualmente inventados, con el único objetivo de dar publicidad a la película.

Los supuestos “rodajes malditos” son todos de ese jaez, lo cual no quita para que los expertos en temas paranormales nos sigan hablando de ellos. ¿Tendrá narices Friker para sacar una historia tan desprestigiada dentro de sus misterios sin resolver? Permanezcan atentos al quiosco. Tin, to-ti-to-tin, to-ti-to-tin…

viernes, enero 12, 2007

Mentiras de nuestros padres

Clint Eastwood no parece haber acertado con Banderas de nuestros padres, por lo menos entre el público de su país. Aunque la mayoría de las críticas han sido favorables, la recaudación en la taquilla estadounidense ha sido decepcionante. ¿Puede haber tenido algo que ver que el argumento trate de las manipulaciones del gobierno para fabricar héroes en una guerra necesitada de ellos? Si ése es el caso, tampoco ha sido la única vez que se la han dado con queso. El tema de la película es la famosa foto de Iwo Jima. ¿Y si en lugar de una fotografía se hubiera falsificado una película entera?

Ocurrió. No fue en una situación tan espectacular, pero después de los desembarcos aliados en el norte de África, el presidente Franklin D. Roosevelt pidió que se le proyectaran los reportajes filmados de las operaciones; no se había hecho ninguno. La solución fue recurrir a algunos de los cineastas que se habían enrolado en las filas estadounidenses. Uno era el coronel Frank Capra, que servía de contacto entre el alto mando del ejército y los estudios para planificar una serie de películas que debían elevar la moral del pueblo estadounidense, y gozaba de una buena relación personal con Roosevelt. Otro era un teniente llamado John Huston, y a ambos les encargaron que reconstruyeran la batalla con todo el realismo posible.

Ambos directores escogieron como escenario similar a Africa el desierto de Mojave, y allí filmaron varias escenas con el ejército norteamericano simulando combatir contra los alemanes -interpretados también por soldados norteamericanos- por las colinas. El rodaje se completó en Florida, donde se rodaron las tomas correspondientes a la aviación. La película resultante, llamada Tunisian Victory, fue presentada al Roosevelt -y al público- como un documental auténtico.

Otro día hablaremos más extensamente de la estrategia conjunta entre el ejército y Hollywood para desarrollar una política cinematográfica que ayudara a ganar la guerra. Pero creo que lo vamos a dejar para cuando se estrene Iwo Jima. El trato dado a los japoneses por la industria del cine es especialmente jugoso...

martes, diciembre 19, 2006

De diseño y selecciones editoriales



Leo que Madonna va a diseñar una línea de ropa para la cadena H & M. desde luego, esta chica es de lo más apañadito que tenemos. Además de sacar discos de éxito, filmar videoclips de lo más provocador y protagonizar películas temibles (Shangai surprise, Barridos por la marea, El cuerpo del delito… perdonen, voy a por un Almax), ahora se nos mete a diseñadora. Para empezar, no es que no me crea que sea capaz de diseñar, es que tampoco me creo que se haya puesto en su vida una prenda de H & M, firma que tiende a ser más bien tirando a barateja. Claro que no faltará quien se lo crea; y es que la presencia de un famoso siempre ayuda a vender.

Pero una cosa es que ese famoso anuncie un producto determinado (otro día volvemos sobre eso) y otra muy distinta que se nos intente hacer creer que tiene una participación activa en la elaboración de ese producto. Aunque supongo que hay excepciones, como el caso de las salsas de Paul Newman que, por lo menos al principio, sí es posible que se basaran en recetas originales del actor. Pero la variedad actual de la firma Newman’s own es tan amplia que es para pensar si no habremos ganado un gran actor a cambio de perder a un clon de Arguiñano.

Algunas falsedades han funcionado durante años, y quería traer aquí hoy una de las mayores: las historias de misterio de Alfred Hitchcock. A mediados de los años 60, comenzaron a aparecer en las librerías recopilaciones de relatos de suspense y terror que, se nos aseguraba, el maestro del suspense había seleccionado personalmente. Recuerdo que aquí se publicaron en la revista Sábado gráfico, y Plaza & Janés editó numerosas recopilaciones. De hecho, tantas, que si el director inglés las hubiera leído y escogido realmente no le habría quedado tiempo ni para dirigir un largometraje. Lo cierto es que jamás tuvo nada que ver en el proceso de selección: se limitó a permitir que los editores utilizaran su nombre a cambio de una sustanciosa suma de dinero. Pero la superchería persistió, incluso varios años después de su muerte.

¿No leyó entonces ni una de esas historias? Sí: una. Los pájaros, de Daphne du Marier, que le inspiró para hacer la película del mismo tipo. Lo que pasa es que, tal y como confesó a françois Truffaut, la leyó cuando ya había sido publicada como “seleccionada por Alfred Hitchcock”.