
Supongo que una respuesta muy común sería “Bueno, pues…Peter Sellers y Steve Martin, ¿No?”.
La verdad es que hay muchos más Clouseaus que esos dos. O, por lo menos, se intentó que los hubiera. Me he acordado del asunto tras ver que Steve Martin no ha tenido bastante con intentar llenar el hueco de Peter Sellers una vez, y ahora piensa reincidir con una segunda parte de La Pantera Rosa de inminente y ominoso estreno. ¿Era necesario?

Es curioso lo de las películas de La Pantera… Creo que no ha habido jamás en toda la historia del cine una serie cuya subsistencia dependiera más de su actor protagonista. Bueno, pues ese actor protagonista está muerto. RIP. Kaputt. Lleva así 28 años. Y nadie le va a resucitar, ni a clonar. Lo cual no ha detenido a eso que se llama la maquinaria de Hollywood a la hora de intentar seguir haciendo dinero con una franquicia que ya no tiene ninguna razón de ser.
La primera tentativa se produjo todavía en vida de Sellers. Después de interpretar a Clouseau en La Pantera Rosa (1963) y El nuevo caso del Inspector Clouseau (1964), el actor perdió todo interés en el personaje; no así la Metro, que quiso repetir de nuevo -tripitir, vaya - y se les ocurrió intentarlo con un actor de mucho talento, pero desde luego sin la vis cómica de Sellers: Alan Arkin (hablamos de él aquí cuando el año pasado le nominaron al Oscar por Pequeña Miss Sunshine). Añadamos a eso que Blake Edwards tampoco estuvo tras la cámara... y tenemos el primer morrón.
Llegan los años 70, y la carrera de Sellers está en franco declive por una serie de películas malas, sosas y olvidables pero maravillosamente bien pagadas, lo que le llevó a hacerlas en plan ristra de chorizos para mantener su elevado tren de vida (No les digo más que en sus viajes a Suiza usaba dos aviones privados; uno para él, otro para el equipaje). Cuando tenía una de esas rachas, Edwards lo encontraba de lo más cooperativo, y la serie se reavivó no con una, sino con tres películas: El regreso de la Pantera Rosa (1975), La Pantera Rosa ataca de nuevo (1976) y La venganza de la Pantera Rosa (1978). Todo va de miedo. Edwards y Sellers se conocen -y se aguantan- como si se hubieran parido, la gente se ríe a carcajadas, y el dinero de la taquilla llega a espuertas. Y entonces, Sellers se muere. Aquí empiezan los despropósitos.
El primero es todo un monumento a la necrofilia: Tras la pista de la Pantera Rosa (1982) se filmó, como es bien sabido, utilizando dobles de Sellers y reuniendo escenas descartadas de las películas anteriores. Esperar que de aquello saliera algo coherente, o siquiera divertido, era mucho esperar, ya que, como bien han apuntado los chicos de The agony booth, si una escena se descarta, suele ser por algo. Para darle un aire más familiar a la cosa, se recurrió a secundarios clásicos de la serie, incluído David Niven, que accedió a rodar una escena repitiendo su personaje del ladrón Charles Litton. El problema es que Niven estaba a su vez tan enfermo que era incapaz de hablar, y tuvieron que doblarle. Todo un festival del humor, vaya. Segundo morrón.
Al año siguiente, se reincidió con La maldición de la Pantera Rosa: Clouseau ha desaparecido, y se necesita otro policía para buscarlo. El elegido es el norteamericano sargento Sleigh, por supuesto tan manazas e incompetente como su predecesor, al que dio vida el cómico televisivo Ted Wass, por aquel entonces muy popular gracias a la –inolvidable- serie Enredo. Al final, se descubría que Clouseau había desaparecido voluntariamente y se había hecho la cirugía estética y todo. ¿Quién lo interpretó brevemente? Roger Moore. Tercer morrón.
¿Fin de la historia? Ni hablar. Diez años después alguien tuvo la genial idea de que podía intentarse una nueva resurrección, esta vez con un actor más joven que interpret

Después de tanto desastre, muy mal tendría que haber estado Steve Martin para hacerlo peor. Con todo, hay más humor en cinco minutos de cualquiera de las cinco películas originales que en toda su nueva versión.
Me he dado cuenta de que dije que hoy hablaría de Peter Sellers, y he acabando hablando de un montón de gente, salvo de él... Lo cual creo que deja muy claro que es insustituible.