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martes, noviembre 25, 2008

Una de resurrecciones

Si yo me pusiera en plan Mayra y les pidiera nombres de actores que han interpretado a James Bond, seguro que no les costaría mucho recordarlos a todos. De la misma manera, y aunque es un personaje un poco pasado, si nos pusiéramos a enumerar Tarzanes seguro que todos no, pero sí que sacábamos unos cuantos, comenzando por Johnny Weismuller, siguiendo por el ex de Tita Cervera y acabando con el bizco. Pero ¿Y si hacemos la prueba de recordar Inspectores Clouseau?

Supongo que una respuesta muy común sería “Bueno, pues…Peter Sellers y Steve Martin, ¿No?”.

La verdad es que hay muchos más Clouseaus que esos dos. O, por lo menos, se intentó que los hubiera. Me he acordado del asunto tras ver que Steve Martin no ha tenido bastante con intentar llenar el hueco de Peter Sellers una vez, y ahora piensa reincidir con una segunda parte de La Pantera Rosa de inminente y ominoso estreno. ¿Era necesario?


Es curioso lo de las películas de La Pantera… Creo que no ha habido jamás en toda la historia del cine una serie cuya subsistencia dependiera más de su actor protagonista. Bueno, pues ese actor protagonista está muerto. RIP. Kaputt. Lleva así 28 años. Y nadie le va a resucitar, ni a clonar. Lo cual no ha detenido a eso que se llama la maquinaria de Hollywood a la hora de intentar seguir haciendo dinero con una franquicia que ya no tiene ninguna razón de ser.

La primera tentativa se produjo todavía en vida de Sellers. Después de interpretar a Clouseau en La Pantera Rosa (1963) y El nuevo caso del Inspector Clouseau (1964), el actor perdió todo interés en el personaje; no así la Metro, que quiso repetir de nuevo -tripitir, vaya - y se les ocurrió intentarlo con un actor de mucho talento, pero desde luego sin la vis cómica de Sellers: Alan Arkin (hablamos de él aquí cuando el año pasado le nominaron al Oscar por Pequeña Miss Sunshine). Añadamos a eso que Blake Edwards tampoco estuvo tras la cámara... y tenemos el primer morrón.

Llegan los años 70, y la carrera de Sellers está en franco declive por una serie de películas malas, sosas y olvidables pero maravillosamente bien pagadas, lo que le llevó a hacerlas en plan ristra de chorizos para mantener su elevado tren de vida (No les digo más que en sus viajes a Suiza usaba dos aviones privados; uno para él, otro para el equipaje). Cuando tenía una de esas rachas, Edwards lo encontraba de lo más cooperativo, y la serie se reavivó no con una, sino con tres películas: El regreso de la Pantera Rosa (1975), La Pantera Rosa ataca de nuevo (1976) y La venganza de la Pantera Rosa (1978). Todo va de miedo. Edwards y Sellers se conocen -y se aguantan- como si se hubieran parido, la gente se ríe a carcajadas, y el dinero de la taquilla llega a espuertas. Y entonces, Sellers se muere. Aquí empiezan los despropósitos.

El primero es todo un monumento a la necrofilia: Tras la pista de la Pantera Rosa (1982) se filmó, como es bien sabido, utilizando dobles de Sellers y reuniendo escenas descartadas de las películas anteriores. Esperar que de aquello saliera algo coherente, o siquiera divertido, era mucho esperar, ya que, como bien han apuntado los chicos de The agony booth, si una escena se descarta, suele ser por algo. Para darle un aire más familiar a la cosa, se recurrió a secundarios clásicos de la serie, incluído David Niven, que accedió a rodar una escena repitiendo su personaje del ladrón Charles Litton. El problema es que Niven estaba a su vez tan enfermo que era incapaz de hablar, y tuvieron que doblarle. Todo un festival del humor, vaya. Segundo morrón.

Al año siguiente, se reincidió con La maldición de la Pantera Rosa: Clouseau ha desaparecido, y se necesita otro policía para buscarlo. El elegido es el norteamericano sargento Sleigh, por supuesto tan manazas e incompetente como su predecesor, al que dio vida el cómico televisivo Ted Wass, por aquel entonces muy popular gracias a la –inolvidable- serie Enredo. Al final, se descubría que Clouseau había desaparecido voluntariamente y se había hecho la cirugía estética y todo. ¿Quién lo interpretó brevemente? Roger Moore. Tercer morrón.

¿Fin de la historia? Ni hablar. Diez años después alguien tuvo la genial idea de que podía intentarse una nueva resurrección, esta vez con un actor más joven que interpretara a un hijo ilegítimo de Clouseau. Y así es cómo se rodó El hijo de la Pantera Rosa (1993), que en el Reino Unido se estrenó directamente en vídeo. Y en los demás países donde sí se estrenó, no fue nadie a verla. O sea, que cuarto morrón. Y seguramente son manías mías, pero yo diría que el que su protagonista fuera el muy inaguantable Roberto Milmuecas Benigni algo tendría que ver…

Después de tanto desastre, muy mal tendría que haber estado Steve Martin para hacerlo peor. Con todo, hay más humor en cinco minutos de cualquiera de las cinco películas originales que en toda su nueva versión.

Me he dado cuenta de que dije que hoy hablaría de Peter Sellers, y he acabando hablando de un montón de gente, salvo de él... Lo cual creo que deja muy claro que es insustituible.

lunes, mayo 05, 2008

¡COÑO! ¡Pero si es Meteoro!


Como soy así de despistado, al principio no le presté ninguna atención al cartelón que había en la fachada del cine Callao, de Madrid, donde se anunciaba una cosa llamada Speed Racer. Lo primero que pensé fue que era la publicidad de un vídeojuego, que por fin estaba desplazando al cine incluso en las carteleras. Y luego ya me ha ido llegando información sobre la película, porque de una película se trata: es la cinta con que los hermanos Wachoswki vuelven al cine después de habernos tomado el pelo por triplicado con Matrix. ¿Y qué es eso de Speed Racer? ¡Pero si este es Meteoro, de toda la vida!

Bueno, vaya recuerdos que me trae el titulito en cuestión. Meteoro, nada menos. En El País de las Tentaciones del viernes pasado, Jordi Costa le dedicaba un estupendo artículo a esta serie de dibujos animados que marcó época en los cuarentones de hoy (aunque no se emitió en 1976, como él dice, sino en 1975). Hay que ponerse en nuestra situación: dos cadenas de televisión, y una escasez total de dibus que, por lo demás, no iban mucho más allá de las producciones de Hannah-Barbera y (gracias a Dios) los Looney Tunes de la Warner, pasando por reposiciones de Popeye y demás cortos del King Features Syndicate. Y de repente, llegó aquello, primera serie japonesa que pudieron ver nuestros ojitos, y lo que vimos nos dejaba los ojos tan grandes como los de los protagonistas, que ya era.

Meteoro (Speed Racer de nombre original) era un adolescente con casco blanco y pestañas de lo más Orgullo que competía con su bólido Mach 5 en competiciones de todo el mundo. Por el camino tenía que enfrentarse con malvados de toda clase y condición dispuestos a hacer lo que fuera por impedirle ganar. Salía de todas gracias a su habilidad como piloto y a los gadgets con los que estaba equipado el Mach 5, que dejaba al Batmovil y a los coches de 007 a la altura de un Seiscientos. Esa era la trama básica, pero lo que me llamaba la atención es cómo estaba presentada: por primera vez vi morir gente en una serie de dibujos. Porque no es sólo que los malos fueran más malos que pegar a un padre con un calcetín sudao, es que las carreras transcurrían en escenarios imposibles: desiertos, desfiladeros, barrancos infernales, zonas volcánicas, y en cuanto se daba la salida, por lo menos media docena de bólidos se pagaban unas leches que ríanse ustedes de la de Kovalainen en Montmeló, y acababan hechos trizas o envueltos en llamas, mientras escuchábamos con todo detalle los gritos de agonía de sus ocupantes… Cada trama duraba dos o tres episodios, que acababan siempre en un cliffhanger de los de comerse las uñas hasta los codos, que nos dejaba esperando el desenlace la semana siguiente; desenlace que rara vez llegaba, porque la Televisión Española de entonces se pasaba la continuidad por ahí mismo y ponía los episodios como Dios le daba a entender. Aquí tienen el pedazo de presentación original. ¿A que mola? Y del doblaje ni hablamos...

Bueno, pues eso era Meteoro. Con lo cual comprenderán que no vaya a ir a verla, porque me temo que todos esos recuerdos se me pueden venir abajo con una facilidad pasmosa. Además, verle con otro nombre… Lo de "Meteoro" tenía un pase, pero ¿Cómo se va a llamar un tío Speed de nombre y Racer de apellido? “Hola, tú ¿cómo te llamas?” “Pues me llamo Speed Racer, Spi para los amigos”. “¿Y a qué te dedicas?” “Hombre, yo iba para ginecólogo, pero con este nombre…”. Por eso de que la realidad raras veces imita al cine, el único piloto real con un nombre parecido era Scott Speed, que abandonó el campeonato de Fórmula 1 por la puerta chica después de mostrar infinitas maneras de hacer el ridículo al volante. Pero esa es otra historia, como decía aquél.

Y por cierto, insisto: el título es de vídeojuego, el cartel es de videojuego, y por lo que se ve en los trailers, la película tiene una pinta de videojuego que tira de espaldas. Ustedes mismos.

jueves, diciembre 13, 2007

El (otro) show de Truman

Por fin conseguí ver Historia de un crimen. Este título, no demasiado imaginativo, es el que le han puesto en España a Infamous, la segunda película sobre Truman Capote rodada el año pasado, y estrenada unos meses después de la más conocida Capote. Las dos cintas tratan, más o menos, sobre lo mismo: la redacción de A sangre fría, y las consecuencias que tuvo sobre el escritor su implicación profesional y personal en la historia. Su destino ha sido bastante diferente: Capote la ha visto mucha gente, y ha supuesto el Oscar al Mejor Actor para Philip Seymour Hoffman. Historia de un crimen ha pasado casi desapercibida, y eso que tiene un reparto mucho más conocido: Sigourney Weaver, Jeff Daniels, Daniel Craig, Gwyneth Paltrow y una Sandra Bullock que, no se lo van a creer, pero está estupenda. En cuanto al papel de Capote, está interpretado por el actor inglés Toby Jones, y después de verle sólo puedo concluir que Hoffman le ha robado el Oscar. Como suena. Que conste que Hoffman está muy bien, pero el trabajo de Jones va mucho más allá, sobre todo a la hora de representar al Truman locaza, cotilla y estridente, pero al mismo tiempo encantador y seguro de sí mismo que en la otra película apenas se avista, con una imagen mucho más contenida.

Cuando Hollywood se pone a filmar dos versiones de la misma historia, cosa que ha ocurrido ya varias veces -es tan fácil que no voy a poner ni ejemplos; trabajen ustedes un poco-, las comparaciones son odiosas. En este caso, para mí la mejor sería una combinación de ambas películas. Pero hay un actor que me chirría en Historia… Daniel Craig. El último 007 interpreta a Perry Smith, uno de los dos asesinos, el que trabó mas amistad con Capote y, a juzgar por el retrato que de él nos hace en A sangre fría, el que se dejó llevar por su compañero Dick Hickock para cometer los asesinatos. Aquí está el problema. Daniel Craig es buen actor, de eso no cabe duda. Pero también es una mala bestia, con una mirada que da escalofríos. Y cuesta mucho creer que su Perry Smith se vaya a dejar manipular por nadie; ni por Hickock ni por Capote.

De los tres actores que han interpretado a Smith, el mejor sigue siendo, sin duda, Robert Blake, que le dio rostro en la adaptación cinematográfica de A sangre fría. Fue una elección personal del director Richard Brooks, que incluso encontró un cierto parecido físico entre actor y personaje. Y, ya saben, la vida imita al arte: en 2001, el propio Blake fue acusado de asesinar a su mujer, en una especie de secuela del caso O. J. Simpson. Al igual que Simpson, consiguió evitar la cárcel (o algo peor, que esto es Estados Unidos…), pero los costes del juicio le arruinaron, y no ha vuelto a saberse gran cosa de él. Algunos lo habrían considerado justicia poética, pero hubiera sido excesivo que el actor muriera de la misma manera que su personaje de años atrás...

Por cierto, una pregunta sobre la foto de esta entrada. ¿Cuál de los dos Capote creen que es, Hoffman o Jones?

lunes, octubre 22, 2007

Volando voy

Con un par de años de retraso, el gigantesco Airbus 380 ha iniciado por fin sus vuelos comerciales. La empresa que antes lo ha puesto en vuelo ha sido la muy sofisticada Singapore Airlines, y a ésta le seguirán otras. Sobre este monstruo de dos pisos se han escrito muchas cosas, no todas buenas: algunos hablan del problema que supondrá para los aeropuertos manejar semejante cantidad de pasajeros y maletas; otros hablan de riesgos de seguridad. Pero nadie se ha planteado el principal peligro que se nos viene encima con la puesta en marcha de este trasatlántico de los cielos: una nueva película de la serie Aeropuerto.

No me vengan con que hace ya 27 años desde que se estrenó la última de la serie; más años tiene La aventura del Poseidón y bien que nos colocaron una nueva versión el año pasado. Y, teniendo en cuenta que las películas de la serie se distinguían por transcurrir en los aviones más grandes y más modernos del mundo. ¿Alguien puede asegurar que estamos libres de peligro?

La verdad es que la serie de Aeropuerto se las traía. La primera se rodó en 1970, basada en un bestia seller del escritor -hoy algo olvidado- Arthur Hailey, y no estaba mal del todo (Jacqueline Bisset ayudaba lo suyo). Pero las siguientes, metidas ya de lleno en la moda de pelis de catástrofes, se convirtieron en una catástrofe en sí mismas: Aeropuerto 75 entró con todos los honores en el libro Las 50 peores películas de todos los tiempos, y Aeropuerto 80 (donde se cambiaba el tradicional Jumbo por un Concorde)… bueno, los que sepan inglés pueden desternillarse con esta prolija crítica de los chicos de The Agony Booth.

Las películas de la serie respondían todas a la misma fórmula: juntar a un montón de estrellas -alguna de primera fila, pero también viejas glorias, rostros televisivos y, como no, el inevitable y estrangulable niño sabelotodo-, subirlas al avión y hacerlas pasar por las situaciones más descabelladas posible: un avión que se estrella contra otro, obligando a un piloto a entrar en la cabina desde un helicóptero para hacerse con los mandos; un Jumbo que se estrella en el mar y queda sumergido, con todos los pasajeros atrapados bajo el agua; un Concorde que se pone a esquivar misiles supersónicos como si tal cosa, y que los engaña abriendo la ventana de la cabina (por cierto, mientras vuelan al doble de la velocidad del sonido, con dos bemoles) y disparando una pistola de bengalas…

Con todo, la mejor crítica a estas películas no vino de ningún profesional especializado, sino del periodista David Kamp que en octubre de 2003 escribió Hooked on Supersonics, un artículo magistral en Vanity Fair, donde repasaba los 27 años de historia del Concorde. Y comenzaba su texto analizando el reparto de Aeropuerto 80, con Sylvia Kristel, Eddie Albert y Charo Baeza entre esos pasajeros que, supuestamente, tenían el honor de subirse al avión comercial más exclusivo del mundo. “Como le dirá cualquier experto en aeronáutica, eso es una fantasía descabellada: ningún Concorde ha llevado jamás tanta cantidad de morralla entre sus pasajeros”.

¿Tendremos Aeropuerto 08? Yo, por su acaso, me vuelvo a ver Aterriza como puedas. ¿Ha estado alguno de ustedes en una prisión turca?

viernes, octubre 12, 2007

El truco definitivo

Lógicamente, a la nueva versión de La huella le están cayendo palos por todos los lados. Lo más que se dice de ella es que es un esfuerzo digno, y que la interpretación de Michael Caine es fantástica (vaya novedad). Pero claro, el problema es que el original sigue estando ahí. Como una losa. Y también tiene una interpretación fantástica de Caine, acompañada por otra no menos fantástica de Sir Laurence Olivier. Y, por si fuera poco, detrás de la cámara estaba uno de los que, al menos para un servidor, ha sido uno de los grandes, grandísimos directores de todos los tiempos: Joseph Leo Mankiewicz. Es una obra maestra, una película imbatible. Cualquier nueva versión tiene, por lo tanto, todas las de perder. Y cabe preguntarse porqué Hollywood sigue con esta afición a hacer remakes de títulos clásicos, a los que no les hace ninguna falta una revisión.

La huella (hablo siempre de la primera versión) es una película que basa su argumento en sorpresas continuas. Pero ese no es su único apoyo. Todos los que la apreciamos la hemos visto más de una vez, así que ya nos conocemos todos los giros, todos los trucos. Pero la fuerza de guión, dirección y actores nos arrastra de una escena a otra, disfrutando con cada plano, con cada frase, y saboreando con anticipación lo que va a venir después. Es la mejor muestra de su calidad.

Pero claro, las sorpresas del guión son uno de los puntos clave de la película, así que cabe preguntarse ¿Cómo las han resuelto en la nueva versión? Hay algunos trucos que se utilizaron en la primera que no pueden volver a utilizarse aquí, y no me refiero sólo a trucos argumentales. Recordemos: la versión original sólo tiene dos actores. Pero hay más personajes. O, por lo menos, parece que los hay. Se habla de ellos, se les describe, en ocasiones se les espera, y en ocasiones, incluso aparecen. Pero siguen siendo sólo dos actores. La película original lo solucionó creando un reparto completamente ficticio: cuando empieza la cinta, después de los nombres de Michael Caine y Laurence Olivier, aparecen los siguientes: Alec Cawthorne, John Matthews, Eve Channing, Teddy Martin. Ninguno de ellos existe en realidad, pero se incluyeron en el reparto para que el espectador no supiera exactamente el número de personas que intervenían en la trama. Curiosamente, en la nueva versión repite Eve Channing (debe estar un poco mayorcita, ¿no?) y hay una pequeña aparición del premio Nóbel Harold Pinter -que se ha encargado del guión-, pero en la pantalla de un televisor.

Por lo demás, la estructura se mantiene. Otra cosa que vamos a echar en falta: aquella mansión llena de muñecos, donde destacaba el maniquí de un marinero que batía las palmas y se reía con una carcajada que daba pesadillas. Y lo vamos a echar en falta porque el actor que grabó esa risa horripilante era el mismísimo Laurence Olivier. Si alguien va a verla, que me cuente.

miércoles, agosto 01, 2007

"Películas que no traten de nada"

¿Qué sentido tienen hoy en día el cine de Bergman, el de Antonioni? Es para preguntárselo, después del devastador doble golpe que ha privado al cine en menos de 48 horas de dos de sus grandes maestros. Y yo me lo preguntaba, porque tanto uno como otro eran cineastas difíciles, sobre todo en los tiempos que corren. Sus películas son lentas, densas, su narrativa -la de Antonioni, sobre todo- confusa. Hay que estar predispuesto a verlas y a aprender de ellas. Son eso que se llamaban antes películas “para pensar” y que interesan tan poco en unos tiempos donde nadie parece tener interés en pararse a sumergirse en una obra hecha con cuidado, con pasión y (me encanta esa palabra) con “mensaje”. Claro que en Hollywood siempre se ha dicho que “si quieres un mensaje no lo metas en una película, mándalo por la Western Union”.

Con todo, son películas que volvieron loco a Hollywood. Creo que alguien ha apuntado en el blog que sin Bergman no habríamos tenido a Woody Allen (Desde luego, no habríamos tenido Interiores ni Septiembre), y del mismo modo, puede decirse que sin Antonioni no habríamos tenido algunas películas de la quinta de directores que tomó Hollywood en los años 70. Coppola ha reconocido en más de una ocasión que La conversación está fuertemente influída por Antonioni, y Brian de Palma llegó al extremo de hacer un remake (malísimo) de Blow up, donde no se quemó mucho las pestañas para buscar el título: se titulaba Blow out y lo protagonizaba un John Travolta con pinta verdaderamente siniestra.

En cuanto a la influencia de Antonioni en Hollywood… Peter Biskind cuenta cómo pudo comprobarlo un joven director llamado Paul Williams cuando en 1967 presentó un proyecto en la MGM… y se lo rechazaron, con el argumento de “no, no, no ahora lo que queremos son películas que no traten sobre nada… como esa de Blow-up”.

lunes, junio 25, 2007

En busca del arca... adaptada


Bueno, pues aquí lo tenemos. Esta es la primera imagen oficial que se ha presentado de Harrison Ford vestido otra vez de Indiana Jones para la esperadísima nueva entrega de la saga, todavía sin título, que se sepa, pero cuyo rodaje ya está definitivamente en marcha. Y debe ser cosa del maquillaje, o del Photoshop, o de los efectos especiales de George Lucas, pero el tío está que parece que no pasan los años. Total, que cuando se estrene en 2008 ya serán cuatro las películas protagonizadas por el arqueólogo del látigo… ¡Un momento! ¿He dicho cuatro? De eso, nada. Existe una quinta película protagonizada por Indiana Jones, y la historia de su rodaje es todavía más difícil de creer que el argumento de las cuatro cintas oficiales.

Los responsables de esa otra película no son Lucas y Spielberg, sino Chris Strompolos y Eric Zala, dos amigos del cole que tenían, respectivamente, diez y once años cuando En busca del arca perdida llegó a los cines de su estado natal, Mississippi. Como millones de niños en todo el mundo, quedaron completamente fascinados por la peli. Pero, a diferencia de esos millones de niños, a ellos no les bastaba con jugar a ser Indiana Jones en el recreo o en el patio de casa. No, lo que estos dos amigos planeaban era volver a rodar la película… con ellos de protagonistas.

¡Y lo consiguieron!. Les llevó más de siete años, que a esas edades suponen el paso de la niñez a la mayoría de edad. Para cuando la terminaron, ambos habían evolucionado y su amistad había dejado de ser tan estrecha como al principio. Atrás quedaron años donde consiguieron una cámara en VHS e invirtieron todo su tiempo libre, su dinero y el de sus padres en la búsqueda de decorados, vestuario, efectos especiales y amigos que accedieran a interpretar los principales papeles. Chris fue Indiana Jones; Eric, el malvado nazi Toth. Y la primera escena que rodaron fue la persecución de Indiana Jones por los indios hobito, interpretados por unos rubísimos compañeros de clase en taparrabos. Y si se están preguntando cómo se rodó la famosa escena de la bola de piedra rodando detrás de Harrison Ford, el escenario fue el garaje de la casa de uno de ellos, donde Chris corría delante de una inmensa "piedra" hecha con alambre y trapos.

En busca del arca perdida- la adaptación quedó completada en 1989, cuando las tres partes oficiales de Indiana Jones habían sido estrenadas. Su presupuesto fue de unos 8.000 dólares, y tuvo incluso estreno oficial, en un auditorio de Gulfport alquilado para la ocasión, con 200 amigos de los cineastas -que acudieron de smoking y en limusina, como mandan los cánones -invitados a la premiere. Después, cada uno de ellos siguió su camino, aunque Eric de vez en cuando hacía una proyección para sus compañeros de universidad.

Pasaron los años, y la llegada del vídeo doméstico aceleró las cosas. Eric regaló copias de la película a algunos amigos, y una de ellas acabó en un maratón de cine patrocinado por Harry Knowles (fundador de la página de cotilleos cinetográficos Ain’t-it-Cool News). El público de la sala no se esperaba ver aquello, pero enseguida comenzó a reírse y a aplaudir sin parar. Se trataba de ver cómo aquellos críos se las iban a apañar para imitar la siguiente escena espectacular de la cinta original… y siempre lo conseguían de un modo más que decente. La película se convirtió en una cinta de culto, aunque no podía exhibirse comercialmente por utilizar personajes que eran propiedad de Lucasfilm.

Lo cual no impidió que un día, los precoces cineastas recibieran una carta de un espectador que había visto su película y quería felicitarles por haber desarrollado un tributo tan “emotivo y detallado”. La carta estaba firmada por Steven Spielberg.

¿Increíble? Pues sí, pero completamente cierto. Si pinchan en los links que he ido dejando, podrán obtener más información sobre esta película. Pero no crean que la historia termina aquí; parece que en Dreamworks están lo bastante interesados en la historia como para desarrollar, a su vez, otra película que narre la historia de estos chicos. El cine refleja la vida, la vida imita al cine… y surgen historias que a ningún guionista podrían habérsele ocurrido.

miércoles, marzo 28, 2007

Repetirse para nada

Hablaba yo en este blog hace un par de días de la afición de Hollywood a estirar una película de éxito hasta la saciedad con una ristra de continuaciones (véase “Indigestión” un poco más abajo), y un lector me hizo llegar un comentario sobre la fiebre de los remakes, que tampoco es manca. Dije entonces –y lo repito ahora– que dentro del submundo de los remakes hay una variante especialmente hiriente: cuando alguien tiene las narices de rodar de nuevo una obra maestra. Y un caso aún peor: cuando su nueva versión no aporta absolutamente nada con respecto a la anterior.

En los últimos años hemos tenido dos ejemplos donde el absurdo ha llegado al límite: me refiero a las nuevas versiones de Psicosis (1998, Gus Van Sant) y La Profecía (John Moore, 2006). No se trata de que no aporten nada, es que, por así decirlo, ni siquiera existen, puesto que lo que hacen es copiar plano por plano las películas originales. Van Sant llegó a tener durante el rodaje un DVD de la versión original de Hitchcock para usarla “como referencia”, esto es, para asegurarse de que su versión y la original no diferían absolutamente en ningún detalle.

Cualquier aficionado al cine puede preguntarse qué necesidad hay de estas repeticiones; lo peor es cuando le responden. Porque, durante una rueda de prensa, cuando a un ejecutivo de la Fox le preguntaron el motivo de volver a rodar La profecía su contestación fue: “Para que las nuevas generaciones puedan tener acceso a la película”.

Acabáramos. Uno pensaba que, antes de que se volviera a rodar, ya existía un completo acceso a la película, a la original quiero decir, a través de emisiones en televisión, reestrenos, o incluso una estupenda edición en DVD que puede comprarse, creo, por unos diez euros. Lo peor de esta contestación es que parece asumir que las nuevas generaciones, por sistema, no muestran el menor aprecio por un clásico a menos que se lo ofrezcan con Dolby Digital y actores jóvenes, que puedan reconocer. Que las películas no son vehículos de expresión cultural que sigan vigentes diez, veinte o treinta años después de su estreno, sino productos con fecha de caducidad, pasada la cual se quedan enmohecidas e intragables, como una lata de mejillones; y por si fuera poco, esta frase la ha pronunciado una persona que trabaja en la industria del cine.

Pues nada, de acuerdo con esa idea, esta noche en TCM echan el Julio César de Mankiewicz, pero ¿Para qué verla? Si está más pasada que el charlestón. Mejor nos esperamos a que la calquen enterita, en una nueva versión con Colin Farell…