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jueves, diciembre 11, 2008

Forry

Leyendo un artículo de Fernando Savater es como me he enterado, así de pasada, de la muerte de Forrest J Ackerman. Su nombre, probablemente, sólo nos dirá algo a tres o cuatro frikis, pero voy a hacerles una pequeña confesión: este señor fue uno de los responsables de mi interés por el cine. De no haber sido por él, no me habría puesto a tragarme películas una detrás de otra en las salas de sesión continua, ni a coleccionar libros y revistas, ni a darles la lata años después con este blog. O sea, que lo mío con Ackerman es algo parecido a lo de Almudena Grandes con Juan Marsé, de quien ha dicho que fue una de sus grandes inspiraciones para convertirse en escritora (¡Pero pobre Marsé! ¿Él qué ha hecho para que le impliquen en tamaño desaguisado? De todos modos, tampoco hay que preocuparse; han pasado muchos años y muchos libros… y esta chica sigue sin ser escritora).

Ejem, como íbamos diciendo. ¿Quién era Forrest J Ackerman? Bueno, pues posiblemente sea una de las pocas personas que ha pasado a la historia del cine sin ser actor, director, productor, ni siquiera guionista. Forry, como le llamaban sus amigos, fue sobre todo fan. Pero lo fue hasta tal nivel que se convirtió en una institución en su elemento favorito: el cine de terror y ciencia ficción. A lo largo de los años, además de cultivar la amistad de actores, directores y escritores especializados en el fantastique –Ray Bradbury siempre ha reconocido que fue una ayuda decisiva cuando estaba empezando-, fue recopilando la que posiblemente haya sido la mayor colección de recuerdos y objetos de culto en manos de un particular: más de 300.000 objetos entre libros, revistas, primeras ediciones, maquetas, máscaras, fotografías y correspondencia, con objetos tan inapreciables como la capa que vistió Bela Lugosi en el Drácula de Tod Browning (1931).

Pero Ackerman no se contentó con recopilar material: también creó y dirigió la revista Famous Monsters of Filmland, comprada y leída con fruición por muchos de los que luego se convertirían en cineastas, no sólo dedicados al fantástico (entre ellos, un joven Stephen King que le envió una carta llena de admiración; como Ackerman nunca tiraba nada, cuando aquel joven fan se hizo famoso, rescató la carta, la enmarcó y pasó a formar parte de su colección). Tuvo incluso una edición española, a mediados de los 70, a cargo de la fenecida editorial Garbo, que la sacó con el título Famosos “Monsters” del cine, y de verdad que era una de las revistas más descaradamente fans que me he leído en la vida (sí, tengo la colección completa, y además, encuadernada): mucha foto en blanco y negro y unos textos breves pero desmadrados, que intentaban convencer al lector de que la película de la que se hablaba en cada artículo era el no va más del horror, la abyección y el espanto; luego, cuando uno la veía en el cine, metía menos miedo que los Pitufos, pero eso daba igual: se trataba de crear entusiasmo, de crear afición. Y cabe mencionar en su honor que dedicaron bastantes artículos al cine de terror español, entonces en auge.

Y Forry lo logró. Nos entusiasmó a muchos, y por eso es una pena que su final haya sido tan triste; problemas económicos le obligaron hace años a vender algunos de sus objetos más preciados, y a abandonar su casa –la Ackermansión- para trasladarse a otra más pequeña donde, de todos modos, seguía recibiendo a todos los fans que iban a verle. Antes, había intentado que alguna institución pública o privada se interesara por su colección, para asegurar que permanecería íntegra. No hubo manera, no hubo dinero, no hubo interés. Esto es Estados Unidos, ya saben, así que buena parte de esta irrepetible recopilación histórica, cinematográfica y –sí- cultural anda desperdigada Dios sabe dónde.

Se dice de él que fue el autor del término sci-fi con el que los anglófonos abrevian las palabras ciencia-ficción.

Y no le gustaba que pusieran el punto detrás de la J de su apellido, y por tanto, yo no lo hago.

lunes, noviembre 10, 2008

Sacando jugo

Lo que distingue al recientemente fallecido Michael Crichton de otros fabricantes de bestia-sellers no son sus habilidades literarias, sino el haber combinado su tarea de escritor con la de productor y director de cine. Ha sido, por así decirlo, un hombre del sistema casi desde los inicios de su carrera, cuando se decidió a dirigir Westworld, almas de metal (1973), cuya nueva versión, se dice, estaba escribiendo cuando se lo ha llevado el cáncer.

Me temo que no me cuento exactamente entre sus fans, y lo considero más bien eso que los yanquis llamarían un one-shot, es decir, un tipo que tiene un sólo gran éxito y desde entonces vive espléndidamente de él. Pero claro, vaya éxito: su novela de 1990 Parque Jurásico, que se convirtió en su mayor éxito de ventas y en una máquina de generar dinero a través de sus adaptaciones cinematográficas.

Justo es reconocer que Parque Jurásico es otra cosa más: una novela endiabladamente entretenida, que sabe sacar el máximo partido de un tema tan apasionante como la clonación de animales, combinando el suspense de la trama con la divulgación científica. Chapeau. Lo pasé tan bien con ella, que no me importa confesar que la peli de Spielberg me pareció floja, floja, floja (Me gustó mucho más la versión de El Jueves, donde el tiranosaurio se peleaba con los velocirraptores gritando: "¡arribistas! ¡trepas! ¡yo siempre era el rey en las pelis de dinosaurios!"). Pero luego sacó El mundo perdido y, aparte de plagiar el título de Sir Arthur Conan Doyle, el libro es que dormía a los triceratops.

Fue, creo, el principio de una decadencia creativa, que no monetaria, pues desde ese momento cualquier cosa con el sello Crichton se vendía como pan caliente, independientemente de su calidad. Es verdad que tuvo buenas ideas como Urgencias –que se le ocurrió ¡en 1970! y no pudo vender a nadie-, pero también escribió -y en ocasiones, añadiendo el insulto a la infamia, produjo la película- engendros como Sol Naciente (1993), Acoso (1994), Congo (1995), Twister (1996), Esfera (1998)… Lo mejor que se puede decir de ellas es que, cumplida su misión de recaudar pasta, han caído en un misericordioso olvido.

El Crichton que prefiero es el anterior, y más como director de cine que como escritor. Es curioso: quizá antes de que le llegara la fama y la fortuna consideraba que tenía que esforzarse un poco más, pero en los años 70 y 80 dirigió cintas tan interesantes –y tan simpáticas todavía- como la antes mencionada Westworld (que, por cierto, va de otro parque de atracciones futurista que se estropea. ¿Le pasaría a este hombre algo de niño en Disneylandia?), Coma (1978), sobre tráfico de órganos, o Runaway, brigada especial (1984) uno de los conceptos más plausibles que he visto sobre la incorporación de robots a la vida cotidiana. ¿Les apetece verse un Crichton que no tiene nada que ver con el futuro? Busquen El primer gran asalto al tren (1979), con Sean Connery y Donald Sutherland. La edición de DVD básica –la única que hay- está a cinco euros.

Y que descanse en paz.

jueves, marzo 20, 2008

90 órbitas alrededor del Sol

Es curioso, pero de los llamados tres grandes de la ciencia-ficción -los otros dos son Asimov y Bradbury-, Arthur C. Clarke ha sido sin duda el menos adaptado al cine. De hecho, su contribución se recuerda sobre todo por 2001, una odisea del espacio, una sola película que, eso sí, está sin duda entre las mejores de la historia del séptimo arte. No les oculto que es uno de mis títulos favoritos, y que he perdido la cuenta de las veces que la he visto. Primero en los cines de sesión continua, y ahora, cada cierto tiempo -suele ser una vez al año- en el DVD. Y no me miren con esa cara, que las pasiones no tienen por qué explicarse. ¿O preferirían que me tragara con esa frecuencia las películas de Steven Seagal?

Pero claro, ni siquiera 2001 puede considerarse una traslación fiel de la obra de Clarke. Es bien sabido que está basada en un relato corto -El centinela- , del cual solo se extrajeron las escenas que transcurren en la Luna, y no todas. El argumento fue desarrollado a medias entre Stanley Kubrick y el propio Clarke, que posteriormente lo publicaría en forma de novela. Posteriormente, porque Kubrick no quiso que el libro apareciera antes que la película, y personalmente, creo que hizo bien. La mente racional, y con una profunda formación científica, de Clarke, se empeña en aclararlo todo e intenta ofrecer una explicación a cada uno de los sucesos de la cinta. Con lo cual la fascinación del argumento, y sus múltiples interpretaciones, bajan muchos enteros.

Sobre 2001 se ha dicho y escrito mucho, y no creo que yo sea capaz de añadir nada nuevo; la historia y el famoso monolito, han dado pie a elucubraciones de todo tipo, algunas con más fundamento que otras. Un amigo muy cinéfilo me comentó que cómo era posible que el franquismo hubiera dejado estrenarse en España una película tan atea, apuntándose así a la interpretación de que la humanidad había evolucionado por influencia extraterrestre (probablemente, porque los censores no se enteraron de nada)… y otro me comentó que estaba clarísimo que el monolito era en realidad una gigantesca tableta de costo, y que al verla los monos se ponían a aullar y a pegar botes como locos… porque no tenían papel.

Bueno. En todo caso, sus anécdotas son bien conocidas: que Kubrick intentó suscribir un seguro con Lloyd’s de Londres para cubrir la eventualidad de que se contactara con una civilización extraterrestre antes del estreno de la película; que si se sustituye cada letra del ordenador HAL por la que le sigue en el alfabeto se obtiene IBM, algo que Clarke siempre atribuyó a la casualidad; y que no se pronuncia una sola frase en los primeros 25 minutos de película…

No sigo, que les aburro, pero si querría hacerles una recomendación, más literaria que cinematográfica: Alianza publicó hace años en su colección El libro de bolsillo, los Cuentos de la Taberna del Ciervo Blanco (1957), uno de los títulos más apreciados por los clarkófilos (¿a que mola el palabro?). Imaginación, sentido del humor y conocimiento científico por arrobas. Una delicia no demasiado conocida que ningún amante de la literatura debería perderse.

¡Y qué hermosa fue la frase que pronunció por su noventa cumpleaños! “Llevo 90 órbitas alrededor del Sol”. Tras recordarnos así que todos estamos en un perpetuo viaje, se ha ido para pasar a la siguiente etapa del suyo.

lunes, diciembre 17, 2007

Desastre galáctico

Seguro que esto les ha pasado alguna vez: están de viaje en alguna parte, encuentran algo que les gusta, pero no están seguros de comprarlo o no, al final no lo hacen y luego, de vuelta a casa… se arrepienten. Es lo que me ocurrió hace unos años, cuando en una librería de Estados Unidos ví un libro titulado Los cien mayores errores de la televisión. Lo cogí, lo hojeé, pero, como tenía ya bastantes libros en la cesta, al final decidí dejarlo. Luego, cuando he vuelto al país, no lo he encontrado de nuevo. Una pena, porque el libro trataba exactamente de eso: de las mayores equivocaciones cometidas por los ejecutivos de la televisión estadounidense. Y de una de ellas es de la que vamos a hablar hoy.

Corría el año 1978 y George Lucas era, sin duda alguna, el nombre más caliente de Hollywood. Con La guerra de las galaxias (1977) no sólo había conseguido el taquillazo del año, sino sentado las bases de una nueva manera de entender el negocio del cine, basada en la comercialización de todo tipo de productos relacionados con la película. Todo el mundo quería más Star Wars, y nadie estaba dispuesto a esperar a que llegara la anunciada segunda parte. En estas, la cadena CBS tentó a Lucas con una oferta: filmar un especial Star Wars para la televisión. Se escribía una historia, se rodaban algunas escenas con los actores originales, y las escenas en el espacio se llenaban con planos descartados del metraje de la película. Lucas accedió, pero aparte de alguna reunión preliminar, no estuvo implicado personalmente en el proyecto. Cuando lo vió en televisión, casi le da algo.

¿Qué había ocurrido? Bueno, para empezar la historia original era bastante chorra: Han Solo y Chewbacca viajaban en el Halcón Milenario al planeta natal de este último, donde le esperaba su familia para celebrar lo que ellos llamaban “El día de la vida” que, según las interpretaciones, podía referirse a la Navidad o al Día de Acción de Gracias, pues el especial se emitió a caballo entre dos fechas. Por el camino se veían perseguidos por un par de destructores imperiales, mientras la princesa Leia y C3PO intentaban ayudarles desde la base rebelde. Luke Skywalker y R2D2 también salían, aunque no tengo muy claro para qué… y al final, por supuesto, conseguían llegar todo el mundo era feliz, cantando y bailando.

Vamos, no es precisamente el guión de El acorazado Potemkin, pero es que, encima, las cosas se complicaron: la CBS, viendo el filón publicitario que tenía en sus manos, quiso alargar la duración del programa, de una hora a dos. Para ello metieron todo tipo de morcillas, como alguna escena de la cantina en Mos Eisley, con números musicales entre humanos y extraterrestres. También salían como invitados el grupo Jefferson Starship (por aquello del nombre, supongo). Y, como ni así se llegaba a las dos horas, añadieron una película de dibujos animados de veinte minutos de duración que recordaba la trama de la película original y que veía uno de los críos wookies (parece que en planeta de Chewbacca tenían televisión) mientras esperaba que llegara su papá.

Claro, de tanto batiburrillo no podía salir nada coherente. La crítica la destrozó, y Lucas desde entonces ha utilizado todo su poder para retirarla de la vista del público. Jamás ha salido en vídeo, ni se ha vuelto a emitir. Pero durante años han circulado copias piratas, obtenidas a partir de los afortunados que grabaron en vídeo la única emisión. Internet también ha hecho lo suyo. Aquí tienen una página Web dedicada íntegramente a este programa, y si van a You Tube y teclean en el buscador “Star Wars Holiday Special” o “Star Wars Christmas Special”, se encontrarán con algunos clips con escenas originales.

Eso sí, ustedes verán si se los quieren tragar. Porque para encontrarle la gracia a esto hay que ser muy, pero que muy friki…

lunes, septiembre 17, 2007

La noche y la ciudad

Retomo el blog después de algunos días sin dar señales de vida; trabajo, viajes, ya saben… el caso es que no he andado tan ocupado como para no ver el artículo que Vicente Molina Foix publicó en El País el día 14, donde hablaba de los rodajes en Madrid; más exactamente, de las dificultades de rodar en Madrid comparado con otras capitales europeas.

Coincido con él en que es una verdadera pena, y no sólo por Madrid. ¿No nos hemos fijado nunca en el papel que juega el cine a la hora de retratar el estado de ciudades y pueblos en momentos concretos de su historia? Sin salir de Madrid, si uno quiere echar un vistazo al aspecto de la capital a mediados de los años 50 no tiene más que ver Historias de la Radio (1955) y seguir a Pepe Isbert mientras recorre el Paseo de la Castellana vestido de esquimal… Unos años después, en Opera Prima (1980), Fernando Trueba nos presentaría a otro Madrid y otros madrileños… Cada uno tendrá sus recuerdos en este aspecto, pero yo les confieso que soy capaz hasta de tragarme alguna de las películas de Cine de barrio en cuanto veo algunos exteriores que me traen de vuelta al Madrid de mi infancia (y, en cuanto pasan a interiores, cambio de canal).

Curiosamente, este es un campo en el que el cine europeo le ha sacado muchísima ventaja al norteamericano. Por lo general, el Hollywood clásico lo filmaba absolutamente todo en decorados, tanto los interiores como los supuestos exteriores que podían transcurrir en cualquier país del mundo (la Casablanca de Bogart se parece a la ciudad original como un huevo a una castaña. Pero claro, a muchos nos gusta más el café de Rick que cualquier local que podamos encontrar en la ciudad auténtica), mientras que el cine del viejo continente, con presupuestos mucho más ajustados, recurría a escenarios naturales. Y bien que se agradece, unas cuantas décadas después. ¿Dónde podríamos encontrar un mejor retrato de la Italia de los últimos cincuenta años que gracias a las imágenes que tomaron De Sica, Visconti, Rossellini e, incluso a su manera y sobre todo en La dolce vita, Fellini? Más o menos al mismo tiempo, aunque el cine de Hollywood comenzaba a asomarse al exterior, en mi opinión no tuvo en general la habilidad o la intención de captar el espíritu de sus ciudades y pueblos de la misma manera que el cine europeo (aunque hay excepciones tan conocidas como la de la película que ilustra el post de hoy).

De todos modos, este tema del rodaje en las ciudades tiene un aspecto menos atractivo, que últimamente se está poniendo bastante de actualidad. Quédese para mañana.

lunes, julio 16, 2007

Naves en las puertas de Tanhausser


Se han cumplido estos días 25 años desde el estreno de Blade Runner, y para celebrarlo, parece que todos los fans de esta película vamos a disfrutar por fin de lo que tanto tiempo hemos estado esperando: una buena edición en DVD. Creo que, a diferencia de ese fuego de artificio para pijos que es Matrix, a Blade Runner sí le podemos otorgar sin problemas la categoría de clásico, igual que a Alien (1979), la película anterior de su director. Ridley Scott nunca ha vuelto a estar tan fino como entonces. Y le ayudó no poco el cuidadísimo diseño de producción, que por una vez en el cine de ciencia-ficción estuvo acertado, y creó decorados, ambientes y vestuarios que el paso de los años no sólo no ha envejecido (algo frecuentísimo en el género), sino que los ha ido haciendo más familiares.

El culto a Blade Runner va más allá de sus cualidades cinematográficas, y abarca club de fans, numerosas páginas web e incluso algún libro dedicado íntegramente a la película (Future Noir. The Making of Blade Runner, de Paul M. Sammon. No está traducido al español, pero la edición se puede conseguir en tiendas especializadas). En él se cuentan anécdotas como las primeras opciones para el protagonista antes de que Harrison Ford aceptara el papel: cuando en 1975 se compraron los derechos del libro de Philip K. Dick en que se basa la cinta, la primera opción fue ¡Robert Mitchum!. Dustin Hoffman llegó a estar muy involucrado en el proyecto, y celebró varias reuniones con Ridley Scott antes de dar la espantada.

Pero la anécdota más conocida de esta película es la concerniente a su final, que lógicamente todos ustedes conocen. El que vimos en su día, cuando Rick Deckard descubre que su amada Rachel es un replicante pero sin fecha de terminación y los dos se largan felices en una nave que sobrevuela floridos bosques, fue impuesto por el estudio, que rechazó el final original de Scott (el único lógico posible en una historia tan negra; Rachel también muere). Como este no quiso rodar un metro más de película, las tomas aéreas de los bosques son material sobrante del principio de El Resplandor (1979) de Stanley Kubrick.

Tiene su cosa que a pesar de ese final, la película haya resistido hasta convertirse en un clásico. Puede que los diálogos tuvieran mucho que ver, sobre todo ese hermosísimo discurso del moribundo Roy Batty (interpretado por Rutger Hauer, otro que nunca ha vuelto a brillar a esta altura). Eso de "he visto naves en llamas más allá de la puerta de Tanhausser" ¿No nos hace sentir como un escalofrío visual?

lunes, junio 18, 2007

Marcianitis total


Se cumplen estos días 25 años desde el estreno de E. T., el extraterrestre (1982), una película que su director siempre ha considerado que está entre las más personales que ha hecho y, al mismo tiempo, las que más rico le han hecho; es lo mismo que le ocurriría años después con La lista de Schindler (1993), filmada sin excesivas esperanzas de que constituyera un éxito comercial, sólo porque a Spielberg el corazón le pedía contar esa historia. No sólo fue otro éxito, sino que le consiguió el Oscar al Mejor Director que había estado persiguiendo durante años.

¿Cuánto dinero ha hecho E. T.? Es difícil saberlo. Además de su rendimiento en taquilla (por cierto, hacerla costó solo 10,5 millones de dólares, muy poco incluso para 1982) las 52 licencias de explotación del personaje que Spielberg concedió a diversas empresas pudieron muy bien, según estimaciones de la época, generar más de mil millones de dólares en ventas. Su lanzamiento en VHS tardó años, y constituyó otro acontecimiento en sí mismo. Y de los lanzamientos en DVD y los derechos para televisión, mejor ni hablamos.

Y luego tenemos la famosa anécdota de los chocolates. Ya saben que en los estudios hay ejecutivos que se dedican a buscar todo tipo de marcas comerciales deseosas de aparecer en las películas (pagando, claro). A esta técnica se le llama product placement, y Spielberg es un verdadero monstruo en este aspecto (se ha dicho que El mundo perdido recuperó costes incluso antes de su estreno sólo por los todas las marcas que pagaron por aparecer en ella). Bueno, pues hay en E. T. una escena muy recordada, en la que el marcianito encuentra el camino de la casa de Elliot siguiendo un rastro de chocolatinas de colores, y los comerciales de Amblin intentaron conseguir un contrato con Mars, la empresa fabricante de los M & Ms. No estaban interesados. En su lugar, se apuntaron los de Hersheys cuyo producto, Reese’s Pieces, es muy similar... Y nada más estrenarse la película, se convirtieron en el chocolate más vendido en Estados Unidos (Aquí, la historia completa).

Pero queda la gran pregunta. ¿Es E. T. una buena película? Si quieren mi opinión, desde luego que sí. No llego al nivel de Sheila Benson, crítica de cine de Los Angeles Times, que la consideró “la película de la década y posiblemente de la siguiente década”, pero sí que la considero, si no una obra maestra, una película solidísima, con un director igualmente sólido detrás. Con iniciativas del calibre de filmar su mayor parte con la cámara a la altura de los ojos de un niño, porque está es una película de niños que conocen a otro niño, y que, mientras nos hacen reír y nos emocionan, nos sacan al niño de dentro, ese que tenemos ahí y que nunca ha terminado de irse… Y eso a pesar de la vara que nos dieron con los chistecitos sobre “mi caaaaaasaaa”, o de la temible versión rodada aquí por los hermanos Calatrava…

¡Ah! Por cierto. ¿A qué no saben en que escena de E. T. sale Harrison Ford?

domingo, mayo 27, 2007

Qué tiempos aquellos (2)

Este fin de semana se han prodigado las noticias y los aniversarios, y vamos a ver si hay tiempo y ganas para ir tratándolos en el blog en los próximos días. De entrada, tenemos lo de Star Wars. O, como la llamamos los de mi quinta, La guerra de las galaxias. Se cumple el treinta aniversario de su estreno, pero, yo no sé por qué extraña metamorfosis, la celebración de ese aniversario se ha transmutado en el Día del Orgullo Friki. O sea, en cines y convenciones repletos de tontolabas con la cara pintada y espadas láser de fabricación casera (por lo general, mangos de escoba cubiertos de pintura fluorescente). Y uno que recuerda que en sus tiempos “Friqui” no era más que una tienda de listas de boda superpija que había en lel barrio de Salamanca…

Uno también recuerda más cosas. Sobre La guerra de las galaxias hay tanto escrito y filmado, se han recopilado tantos miles de anécdotas sobre el rodaje, los protagonistas, la repercusión mediática, el fenómeno Star Wars, que intentar meter aquí algún dato original oscilaría entre lo pretencioso y lo ridículo. Prefiero hablar de las circunstancias en las que la vi. En cómo eran las cosas entonces. Creo que fueron cuatro meses, cuatro, los que tuve que esperar hasta que fui lo bastante afortunado como para encontrar una sesión donde hubiera entradas; si hoy tuviera que esperar cuatro meses después del estreno de cualquier película… podría ir directamente a comprar el DVD.

Por aquel entonces, se daba una paradoja curiosa: las películas buenas se estrenaban en muy pocos cines. En tres o cuatro, como mucho, y cuando empezaba a escasear el público en las capitales, comenzaban su gira por provincias. Una película que se estrenaba en seis o siete cines de Madrid era, por definición, un churro; una de calidad no solía pasar de las tres salas. Como aún no existía un mercado del vídeo y en televisión no se pasaban hasta dentro de muchos años (nunca menos de cinco), no había prisa por retirar los grandes estrenos de las pantallas. Y qué pantallas, señores. Hubieran hecho falta los ojos de un camaleón para abarcar la del Real Cinema, en la madrileña Plaza de la Ópera, que fue donde entré en el universo Star Wars. Desde luego, el mejor sitio para dejarse apabullar por ese crucero imperial que surgía desde la esquina superior derecha de la pantalla y parecía estar saliendo toda una eternidad.

A ese respecto, sí que recuerdo una anécdota, que es una de mis favoritas. Tiene que ver con los días previos al estreno, cuando George Lucas y su entonces esposa, Marcia, estaban aún trabajando en el montaje final. Marcia Lucas era montadora, y por todo lo que se comenta, una gran conocedora de su oficio, y a ella se debe una frase lapidaria que pronuncio justo antes de un pase previo, uno de esos preestrenos que se hacen en Estados Unidos para juzgar la reacción del público y ver si es necesario cambiar alguna cosa:

- Si el público no aplaude cuando el Halcón Milenario aparece al final para salvar a Luke, no tenemos película.

Según cuenta John Baxter, biógrafo de Lucas, en aquel pase previo los aplausos comenzaron mucho antes. En la batalla espacial del principio; cuando el Halcón Milenario entra en el hiperespacio por primera vez; en la lucha con los cazas imperiales; y cuando al final el Halcón reaparece por sorpresa para participar en la batalla final, la gente, más que aplaudir, saltaba de sus asientos, tiraba al techo las gorras de béisbol (yanquis, ya saben…), aullaba, aplaudía y parecía que iba a echar el cine abajo. Tenían película.

Yo tenía trece años entonces. Y sin tanto aullido y tanto salto como describe Baxter, recuerdo exactamente cómo el Real Cinema también se vino abajo. ¿Son los años que han pasado, es lo que uno ha envejecido, o es que las películas ya no nos emocionan como entonces? ¿Cuándo vieron ustedes su primera Guerra de las Galaxias?

domingo, enero 07, 2007

Física teórica


Entre la avalancha de películas con que la televisión ameniza estas fiestas tan señaladas (y felizmente terminadas, gracias a Dios), Cuatro emite la trilogía de Regreso al Futuro. Vuelvo a verla y confirmo mi opinión de que la primera película está muy bien, la segunda no tanto, y la tercera es una decepción. Pero no es tanto por razones cinematográficas como científicas.

Los fallos de Regreso al futuro radican en que los propios guionistas utilizan mal todas las variantes temporales que ellos mismos han abierto, y que se han explotado numerosas veces en otras incursiones en la ciencia-ficción. A ver si me explico: se supone que, en el caso de que fuera posible viajar al pasado (y no lo es), cualquier acto que uno cometiera allí podría cambiar todo el desarrollo de los acontecimientos futuros. Es lo que le sucede a Marty McFly (Michael J. Fox), que está a punto de hundir el matrimonio de sus padres, poniendo en peligro su propia existencia. Cuando lo soluciona, vuelve al presente, pero a un presente muy mejorado del que dejó atrás, donde su padre deja de ser el pringado que era al principio de la historia, para convertirse en un escritor de éxito.

Sin embargo, de repente aparece Doc Brown (ese maravilloso actor que es Christopher Lloyd), y le avisa de que tienen que viajar al futuro, porque, aunque a Marty y su novia “les va bien”, “hay que hacer algo con vuestros hijos”. Fin de la primera parte. Comienzo de los problemas.

El principio de la segunda parte muestra cómo se rompe la lógica interna. El Marty del futuro, del año 2010, vive prácticamente arruinado y encima le echan de su trabajo. ¿No habíamos quedado en que las cosas le iban bien? Y luego tenemos el fallo principal: si pudiéramos viajar al futuro (y eso teóricamente es más posible) y nos viéramos a nosotros mismos dentro de veinte años, ¿nuestro yo del futuro no sabría en qué fecha concreta va a ser visitado por su yo anterior? Sin embargo, el Marty de 2010 no lo sabe. ¿Conclusión? No es la misma persona.

No pretendo dármelas de original. Los fallos de la trilogía ya fueron puestos en evidencia por la revista Starlog, en un artículo que todavía conservo (me encantaría colgarlo aquí, pero es que es larguísimo), y tienen que ver con el tema argumental más explotado de la segunda parte: la creación de realidades alternativas. Según esta teoría, al interferir en el desarrollo de una línea temporal, el futuro no queda anulado, sino que se abre una nueva realidad donde los acontecimientos se suceden de otro modo. Por eso el Marty del futuro al que visita el Marty del presente no tiene idea de que va a entrar en su casa su yo del pasado. Por eso al final de la segunda película tenemos a dos Marty McFly en 1955. Y por eso, después de tanto viaje, lo lógico sería que hubiera no menos de cuatro Delorean, con sus correspondientes ocupantes, circulando por distintas épocas y realidades. Sin embargo, la tercera parte apenas utiliza estas posibilidades, siendo prácticamente una repetición de la primera, sólo que trasladando los chistes y situaciones al lejano Oeste. Del resto de futuros y pasados paralelos creados en las dos pelis anteriores, apenas queda rastro.

Un amplio resumen de la línea temporal de regreso al futuro puede encontrarse aquí. Hoy esto a lo mejor ha quedado un poco rollo, pero como por aquí se pasa de vez en cuando algún científico de otro… si quieren aportar su granito de arena soy todo oídos.

domingo, septiembre 24, 2006

"Yo soy tu padre, Luke..." "Y yo soy tu tío, Obi Wan"


Se celebra estos días en Valladolid una convención de fans de Star Wars. Supongo que la avalancha de frikis que es de esperar acudan tendrán tema de conversación en la nueva edición en DVD de las tres pelis originales de la saga.

¿No habían salido ya en DVD hace ya un tiempo? Sí, pero es que en esta ocasión se trata de la versión original, es decir, previa a todos los retoques digitales que metió George Lucas a mediados de los 90 para intentar que sus efectos especiales no desentonaran demasiado con los de la nueva trilogía (y de paso, reestrenarlas y ganar unos durillos más). Por lo menos, esta edición nos permite recuperar escenas sin concesiones a la corrección política, como ésa en la que Han Solo se carga de un disparo al cazarrecompensas en la cantina, y a la que Lucas añadió un rayito extra para que pareciera que Harrison Ford estaba disparando en defensa propia.


De Star Wars hay infinidad de curiosidades, pero a mí me gusta sobre todo la que se refiere a Wedge Antilles. Este personaje aparece en las tres primeras películas, siempre en un papel secundario: es uno de los líderes de escuadrón de la alianza rebelde, y hay que decir que, aunque pasa por infinidad de batallas espaciales, consigue llegar de una pieza al final de El retorno del Jedi. Wedge está interpretado por el actor escocés Denis Lawson el cual, aunque nunca ha destacado mucho en la gran pantalla, parece haber desarrollado toda una carrera en los musicales londinenses.

No fue este su único contacto con la saga Star Wars: Ian McDiarmid, que interpreta en la segunda trilogía al senador Palpatine, fue compañero suyo en la escuela de arte dramático; y lo más importante, Ewan McGregor, que en la segunda trilogía interpretaría a Obi Wan Kenobi, es su sobrino carnal y tenía seis años cuando su tío se colocó por primera vez el casco de piloto rebelde.