domingo, marzo 23, 2008

Se han pasao

Ahora que ustedes vuelven de vacaciones, soy yo el que se larga. La publicación de este blog se va a interrumpir durante la semana que viene debido a que me voy de viaje de trabajo muy, muy, muy lejos. Por cierto, como suelo hacer cada vez que tengo por delante muchas horas de avión, ayer salí a buscar algo de lectura. Y de repente, me encontré con esto que les cuento a modo de hasta luego.

Verán: en el sector de las revistas, de un tiempo a esta parte algunas han lanzado la moda de las portadas coleccionables. Esta consiste en sacar la revista al quiosco con tres o cuatro portadas diferentes -aunque el contenido sea el mismo en todas-, a ver si hay un suficiente número de prim… digo, de lectores interesados en comprárselas todas. Las revistas de cine lo han hecho con motivo del estreno de sagas como El señor de los anillos o La guerra de las galaxias, muy propensas a los frikis completistas. Cinemanía fue una publicación española que intentó seguir la moda en varias ocasiones, a ver si así vendía algún ejemplar (pero ni por esas). Y los chicos de Total Film

En otras entradas he recomendado esta revista inglesa de cine, junto con su competencia Empire. Bueno, pues el número de abril de Total Film está dedicado a James Bond, por aquello de que este año hay peli nueva, y además se cumple el centenario de Ian Fleming. Pero es que han sacado ¡21 portadas distintas! Una por cada película de 007, de forma que cada lector pueda llevarse a casa la revista con Connery, Brosnan, Moore, Craig, Dalton o incluso Lazenby, que de todo hay. Además, el papel de la portada tiene un gramaje y una tinta plateada que seguro alguno de los expertos que se mete por aquí de vez en cuando podrá calcular cuánto supone de coste añadido. Yo sólo sé del tema lo bastante como para decirles que, con toda seguridad, una pasta.

La idea tiene su gracia, y sospecho que la habrán desarrollado al alimón con MGM, que así publicita su serie de ediciones especiales en DVD dedicada a Bond. Pero miren, en este mundo de las publicaciones, donde hoy en día nadie se atreve a salir a la venta sin un regalito, una promoción, un lo que sea, yo lo que les digo es que lo importante para los lectores sigue siendo el contenido, el relleno, la chicha. Lo otro puede ayudar en un número o dos, pero si dentro no hay calidad, se queda todo en juegos florales.

Entonces ¿qué tal está el contenido de este Total Film? Bueno… El caso es que no se lo puedo decir, porque compré la revista ayer y me la estoy reservando para el vuelo. Se harán ustedes cargo...

Nos vemos en una semana, más o menos. Sean buenos, vayan al cine y feliz regreso a los que se hayan ido.

viernes, marzo 21, 2008

El dinero y la gloria

Hay semanas donde las necrológicas se le acumulan a uno. Casi al mismo tiempo que Arthur C. Clarke llegó la noticia de la muerte de Anthony Minghella, por complicaciones en una intervención quirúrgica. Deja tras de sí una filmografía corta, pero muy galardonada, que habrá que ver, por otra parte, cómo aguanta el paso del tiempo. Indudablemente, dio en la diana con El paciente inglés (1996), que además de ser un éxito internacional abrió la puerta grande de los Oscar para Miramax, que hasta el momento parecía limitada a producir películas como Pulp Fiction; taquilleras y con buenas críticas, pero demasiado crudas como ser siquiera consideradas por la muy estirada Academia (ya hemos visto que este año han abierto un poco más la mano).

Con El paciente inglés, Miramax ganó en prestigio, y abrió su línea de producción a películas más, digamos, tradicionales, como Emma o Un abril encantado. Y eso que El paciente… ni siquiera fue un proyecto suyo. Ni de Minghella, si vamos a ello. La idea original fue del productor Saul Zaentz, que había comprado los derechos de la novela del mismo título de Michael Ondaatje, y pensó en su amigo Minghella para adaptarla, a pesar de que sus dos películas anteriores habían sido fracasos. El problema fue que su trato inicial de financiación con la Fox se rompió antes de que empezara el rodaje, y Zaentz se encontró a falta de unos 20 millones de dólares. Miramax aportó esa cantidad, y algo más, a cambio de los derechos para todo el mercado mundial.

Convencida de que tenían una pieza importante en las manos, Miramax echó el resto en una campaña que asegurara que El paciente... fuera seriamente considerada para los Oscar. Y, desde luego, lo consiguió, pues ganó nada menos que nueve, incluídos los de Mejor Película y Mejor Director, para Zaentz y Minghella. Pero claro, Miramax, aunque perteneciera a Disney, seguía estando dirigida entonces por los hermanos Weinstein, que han tenido siempre una reputación a cuyo lado Los Soprano parecen un convento de carmelitas… a cambio de poner el dinero para hacer la película, Harvey Weinstein exigió que el equipo retrasara el cobro de parte de su salario hasta después del estreno, en total, unos siete millones de dólares. Y, aunque El paciente inglés recaudó en las taquillas de todo el mundo 228 millones de dólares (eso sin contar el mercado del DVD ni los derechos de la televisión), Miramax jamás pagó un centavo del dinero restante. Cuando Zaentz amenazó con demandar a la productora, Harvey respondió al más puro estilo Sopranitas Direct: “Adelante. Somos la Walt Disney co. Tenemos doscientos abogados aquí, sentados en sus despachos sin nada que hacer. ¿Quieres gastarte un millón en abogados? Cuando quieras”.

Zaentz se echó atrás. No sólo por la posibilidad de no ganar, sino porque también estaba colaborando con Miramax en otro proyecto, El señor de los anillos, que le daría tanto dinero como para que esos siete millones acabaran pareciendo calderilla. A Minghella le fue un poco peor. Por su trabajo como guionista y director, se le pagaron 750.000 dólares. Repartidos en los cuatro años que duró el proyecto, eso supone 187.500 dólares al año, de los que la mitad no llegó a cobrar jamás.

Eso sí, ganó el Oscar y pasó a dirigir (también para Miramax), El talento de Mister Ripley (1999) y Cold Mountain (2003). Es para preguntarse qué tiene más valor en un caso así: el dinero o la gloria.

jueves, marzo 20, 2008

90 órbitas alrededor del Sol

Es curioso, pero de los llamados tres grandes de la ciencia-ficción -los otros dos son Asimov y Bradbury-, Arthur C. Clarke ha sido sin duda el menos adaptado al cine. De hecho, su contribución se recuerda sobre todo por 2001, una odisea del espacio, una sola película que, eso sí, está sin duda entre las mejores de la historia del séptimo arte. No les oculto que es uno de mis títulos favoritos, y que he perdido la cuenta de las veces que la he visto. Primero en los cines de sesión continua, y ahora, cada cierto tiempo -suele ser una vez al año- en el DVD. Y no me miren con esa cara, que las pasiones no tienen por qué explicarse. ¿O preferirían que me tragara con esa frecuencia las películas de Steven Seagal?

Pero claro, ni siquiera 2001 puede considerarse una traslación fiel de la obra de Clarke. Es bien sabido que está basada en un relato corto -El centinela- , del cual solo se extrajeron las escenas que transcurren en la Luna, y no todas. El argumento fue desarrollado a medias entre Stanley Kubrick y el propio Clarke, que posteriormente lo publicaría en forma de novela. Posteriormente, porque Kubrick no quiso que el libro apareciera antes que la película, y personalmente, creo que hizo bien. La mente racional, y con una profunda formación científica, de Clarke, se empeña en aclararlo todo e intenta ofrecer una explicación a cada uno de los sucesos de la cinta. Con lo cual la fascinación del argumento, y sus múltiples interpretaciones, bajan muchos enteros.

Sobre 2001 se ha dicho y escrito mucho, y no creo que yo sea capaz de añadir nada nuevo; la historia y el famoso monolito, han dado pie a elucubraciones de todo tipo, algunas con más fundamento que otras. Un amigo muy cinéfilo me comentó que cómo era posible que el franquismo hubiera dejado estrenarse en España una película tan atea, apuntándose así a la interpretación de que la humanidad había evolucionado por influencia extraterrestre (probablemente, porque los censores no se enteraron de nada)… y otro me comentó que estaba clarísimo que el monolito era en realidad una gigantesca tableta de costo, y que al verla los monos se ponían a aullar y a pegar botes como locos… porque no tenían papel.

Bueno. En todo caso, sus anécdotas son bien conocidas: que Kubrick intentó suscribir un seguro con Lloyd’s de Londres para cubrir la eventualidad de que se contactara con una civilización extraterrestre antes del estreno de la película; que si se sustituye cada letra del ordenador HAL por la que le sigue en el alfabeto se obtiene IBM, algo que Clarke siempre atribuyó a la casualidad; y que no se pronuncia una sola frase en los primeros 25 minutos de película…

No sigo, que les aburro, pero si querría hacerles una recomendación, más literaria que cinematográfica: Alianza publicó hace años en su colección El libro de bolsillo, los Cuentos de la Taberna del Ciervo Blanco (1957), uno de los títulos más apreciados por los clarkófilos (¿a que mola el palabro?). Imaginación, sentido del humor y conocimiento científico por arrobas. Una delicia no demasiado conocida que ningún amante de la literatura debería perderse.

¡Y qué hermosa fue la frase que pronunció por su noventa cumpleaños! “Llevo 90 órbitas alrededor del Sol”. Tras recordarnos así que todos estamos en un perpetuo viaje, se ha ido para pasar a la siguiente etapa del suyo.

martes, marzo 18, 2008

La importancia de empezar bien

Bueno, pues metidos ya de lleno en la Semana Santa, es momento de que nos llegue el asalto televisivo habitual de películas de tema más o menos religioso, apostólico y romano del que tanto hablamos aquí el año pasado. No me voy a poner pesado otra vez con el asunto; sólo quería apuntar que esta vez la cosa está peor, porque en lugar de colocarnos, al menos, las películas originales, nos endosan versiones para la pequeña pantalla más largas, con menos glamour y, desde luego, inaguantables en su mayoría.

Yo ya me he tragado mi cupo de cine más o menos del género, viéndome el otro día la versión en DVD de El reino de los cielos, la epopeya medieval / cruzadesca dirigida por Ridley Scott. Esta versión dura media hora más que la estrenada en cines, y le ha quedado de lo más megalómana. Me explico: antes de que empiece la película propiamente dicha, tenemos una presentación de Ridley Scott in person. Luego, cinco minutos de música con la pantalla en blanco (o mejor dicho, en negro) antes de que empiece la peli propiamente dicha. Y luego, por fin, la superproducción mayestática, donde parece, de todos modos, que el director, con tanta presentación y tanta historia, no se ha preocupado de introducir un pequeño detalle:

Los títulos de crédito.

Esta es una moda el cine americano actual que cada vez es más frecuente: nos colocan el título de la película, y a correr. Ni actores, ni guionistas, ni director de fotografía, ni productor, ni director. Y yo tengo la impresión de que el título, por lo menos, lo ponen para que la gente sepa que no se ha equivocado de sala en el multicine… es una tendencia un poco preocupante, en mi opinión, porque parece indicar una impaciencia cada vez mayor por parte de unos espectadores crecidos en la generación You Tube. ¿Para qué perder tiempo leyendo que en esta peli sale Bruce Willis si ya lo he visto en el cartel de afuera? Venga, dejémonos de prolegómenos inútiles, y pasemos al turrón.

Y es una pena, porque los títulos de crédito (dejando aparte que los hay que son verdaderas obras maestras; aquí tienen algunos de los mejores) siempre han tenido una función simbólica de aprecio por el cine: es como cuando contemplamos y sopesamos ese libro que nos acabamos de comprar, y nos relamemos anticipando el momento en que vamos a hincarle el diente a la trama. Sin contar con que, en ocasiones, pueden ser muy útiles:

Lo cuenta en sus memorias el guionista William Goldman, tan habitual de este blog: en 1966 escribió el guión de Harper, investigador privado, una cinta de detectives protagonizada por Paul Newman y basada en el personaje creado por Ross MacDonald (cuyo nombre verdadero es Lew Archer; pero parece que el propio MacDonald no quiso que lo usaran). El guión, en principio, comenzaba según los cánones del género, es decir, con el detective llegando a la mansión de la millonaria que contrata sus servicios. Pero, cuando ya lo había enviado, le llamaron del estudio: necesitaban que escribiera una secuencia para los títulos de crédito.

La idea de que una escena así fuera necesaria ni se le había pasado por la cabeza. Y no se le ocurría nada. Por fin, pensó que la mejor solución sería empezar desde el momento en que Harper se levantaba de la cama, por la mañana. Y en esa escena, que transcurre sin diálogos, ocurren muchas cosas: se le ve con los ojos abiertos antes de que suene el despertador (no duerme bien), vive solo, pero tiene en su oficina la foto de una mujer; se ha ido a dormir con la televisión encendida (está más solo que la una), y es un desastre como amo de casa, porque lo único que tiene para hacerse el café son los posos del día anterior. En fin. Cuando Goldman vio la película en un cine, se sorprendió de cómo el público se reía con la escena. No se trataba solo de que lo interpretara Paul Newman; esos momentos, mientras aparecían los títulos de crédito, sirvieron para que los espectadores se identificaran al cien por cien con Harper. “Desde ese momento”, recuerda, “el guión iba sobre ruedas”.

Dejémonos de prisas, por favor. Un buen principio puede ser tan importante como un buen final.

miércoles, marzo 12, 2008

Clavaíto

Como todo el mundo sabe, un doble en el argot cinematográfico es el sufrido profesional al que le toca comerse todas las escenas peligrosas para que la estrella de turno termine la película sin despeinarse en exceso. Pero hay otros tipos de dobles: los que tienen un parecido más que razonable con algún que otro actor o actriz, y se dedican a utilizarlo en provecho propio. Me imagino que ya saben a qué viene esto, ¿no? A la que ha organizado en el Bernabeu el italiano Paolo Calabresi, haciéndose pasar, por encargo de una cadena de televisión italiana, por Nicolas Cage nada menos, y como tal asistir a un partido como invitado de honor, consiguiendo quedarse con -casi- toda la plantilla del Madrid, empezando por el presidente (“me di cuenta enseguida”, ha dicho; claro, hombre, y además le encanta Bruce Springsteen) y el jefe de prensa. Además del carné de socio de honor, y varias camisetas firmadas, alguna de ellas por el propio Calderón. Un artista, qué quieren que les diga.

Ahora, ya es duro ¿eh? Parecerte a una estrella de cine, y que sea precisamente el tío con más pinta de colgao de todo Hollywood. Para eso, siempre es mejor asemejarse a alguno de los bellezones de la pantalla clásica. Tyrone Power, por ejemplo, que en los años cincuenta fue uno de los mayores galanes del cine, y que murió en 1958 de un ataque al corazón precisamente en Madrid, durante el rodaje de Salomón y la Reina de Saba, de King Vidor. Este fallecimiento dio lugar a una historia bastante descacharrante, protagonizada por uno de nuestros mejores escritores vivos y un marino de El Puerto de Santa María.

El escritor era -todavía es, no seamos cenizos- Jose Manuel Caballero Bonald, por cierto, paisano mío y amigo de la familia. Y el marino, bueno, no vamos a poner aquí su nombre; lo importante es que tenía como peculiaridad ser lo que se dice una fotocopia de Tyrone Power. El caso es que, cuando llegó a oídos de Caballero Bonald la noticia del fallecimiento del actor original, no se le ocurrió otra idea que convencer al marino para que viajara a Madrid, donde sería presentado al equipo de filmación, el cual, en cuanto se percataran de aquel parecido sobrenatural, no dudarían en contratarle para completar el rodaje.

Con la ayuda y el apoyo monetario de dos amigos, consiguió convencer al marino, y lo instalaron en un hotel madrileño. El siguiente paso fue convocar a un periodista de Pueblo para que hiciera un reportaje sobre “la milagrosa aparición de un clónico del fallecido actor norteamericano”, según cuenta el escritor en sus memorias (segundo tomo). Y el siguiente fue plantarse en el hotel donde estaba todo el equipo de la MGM, convencidos de que la aparición del nuevo Tyrone provocaría en ellos una contratación poco menos que inmediata. Las cosas, claro, no salieron así, y tanto el Tyrone del Puerto como sus apoderados abandonaron el hotel con la promesa de que ya les llamarían.

Al final, por abreviar, terminaron enterándose de que la Metro Goldwyn Mayer había optado por la solución de volver a rodar la película desde el principio, ahora con Yul Brinner, sin considerar ni por un minuto la idea del doble (ya ven, lo que sí que se hace ahora cuando muere un actor, gracias a la informática). Todo esto después de varios días del Tyrone bis hospedado a expensas de los autores de la idea y “mostrando una excesiva inclinación a comer por lo menos dos veces al día, lo cual afectaba de modo notable a nuestras reservas económicas”. La cosa, al parecer, acabó con una bronca monumental no tanto con Tyrone sino con su señora, que al parecer era de armas tomar y a punto estuvo de agredir físicamente a los tres apoderados.

Una pena, porque yo creo que Caballero Bonald y sus amigos lo que fueron es unos adelantados a su tiempo. Y si no, pinchen aquí para ver un montonazo de sosias profesionales, a los que pueden contratar para amenizar despedidas de soltero, bautizos y comuniones.

lunes, marzo 10, 2008

Simpson el moderado

Los chicos de Vicisitud y sordidez tienen un blog de lo más recomendable. Yo lo tengo colocado aquí en la sección de links -favor que, por cierto, ejem, ellos no me han correspondido- y entro en él muy a menudo, a ver cuál es la última sordidez que se les ha ocurrido. No sólo escriben de cine, claro, pero cuando lo hacen, siempre vale la pena. Recuerdo sobre todo su serie de tres artículos El ataque de los clones de combate, donde repasaban todas las cutrecopias de superproducciones americanas con las que en los años 80 nos asediaban en los videoclubes y en los cines de segunda división. Un museo de los horrores del cual (creo) se ha librado la generación del DVD.

Ahora anuncian para un futuro no determinado un artículo sobre las películas de Don Simpson y Jerry Bruckheimer. Estoy deseando leerlo, pero ya les he avisado de que la cosa les quedará un poco coja si no incluyen la biografía de Simpson High Concept escrita por Charles Fleming (no hará falta que les diga quién tiene una copia ¿verdad? Y no se la presto ni a mi padre...), uno de los libros más sorprendentes y excesivos escritos sobre el Hollywood moderno. La biografía de Simpson (en la foto, el de la derecha) es una montaña rusa de alcohol, drogas, putas, sadomasoquismo, liftings y estiramientos estéticos no limitados precisamente al rostro, todo ello mientras junto con su colega Bruckheimer iban pariendo hitos del cine como Superdetective en Hollywood (1984), Top Gun (1986) Días de trueno (1990), Dos policías rebeldes (1995), o La Roca (1996).

Simspon murió en 1996, por lo que se definió como “causas naturales”. Hombre, claro. Porque cuando uno se pasa la vida metiéndose coca, pastillas y alcohol en plan libro Guiness de los Records, lo natural es que no dure mucho. Parafraseando a Jardiel Poncela, podríamos decir que Simpson se murió de “toditis”, o sea, de todo junto, de que llegó un momento en que su cuerpo le dijo hasta aquí hemos llegado, pedazo de animal. Eso sí, los que pensaban que Simpson era el rey del exceso en Hollywood (refiriéndose en esta ocasión a sus películas), quedarían decepcionados al ver que la otra mitad del dúo, el tranquilo Bruckheimer, siguió forrándose con aberraciones como Con Air (1997), Armagedón (1998) o Pearl Harbor (2000), y dando en la diana también en la tele cuando se convirtió en productor ejecutivo de una nueva serie llamada CSI

Volviendo a Simpson, ya les digo que el libro es una mina de historias. Mi favorita es cuando le colocan a un médico para que viva con él en su mansión y controle su abuso de drogas… y el médico acaba enganchado él mismo, y muerto de sobredosis. Otra que no está mal es esta que les cuento ahora, ocurrida en 1981, cuando Simpson fue nombrado presidente de Paramount Productions y un periodista de The Hollywood Reporter fue a entrevistarlo a su oficina. Tras esperar media hora, le hicieron pasar al despacho, y Simpson apareció por otra puerta. Antes de decir nada, le preguntó al plumilla:

- ¿Qué hora es? - El periodista le dijo que eran las cuatro de la tarde.

- ¿Pues sabe lo que me gusta hacer a esta hora? Tomarme un buen copazo, meterme unas rayas y abusar de algún guionista. Siéntese.

Dicho y hecho, Simpson se sirvió un copazo de Macallan formato Dean Martin, se cortó seis rayitas de coca metiéndoselas con la eficacia de una Dyson, y agarró el teléfono. Durante los siguientes veinte minutos, el periodista contempló como entre lingotazo y lingotazo de whisky le echaba la bronca del siglo a un guionista cuyo nombre nunca llegó a averiguar: “Gilipollas, eres el hijo de puta con menos talento de todo Hollywood”. “No tienes talento, montón de mierda… Todo el mundo sabe que no tienes futuro aquí”. Cuando tuvo bastante, colgó el teléfono y se volvió hacia él: “Cuando quiera, podemos hablar de mis películas”.

Sospecho que el suyo fue uno de esos funerales donde hay más alivio que dolor genuino. Uno de esos, como dijo Billy Wilder, que se llenan de gente porque el público siempre acude a ver las cosas que quiere ver.

jueves, marzo 06, 2008

¿Mas estrellas que en el Vanity? Improbable...


Bueno, pues ya tenemos en los quioscos el Vanity Fair dedicado al cine. Los que se asomen de vez en cuando a la revista más pija del planeta ya sabrán que, desde hace doce años, uno de sus números es un monográfico sobre el séptimo arte, cuya característica más conocida es el apabullante reportaje fotográfico donde reúnen a una cantidad de estrellas -jóvenes talentos y monstruos sagrados, clásicos semijubilados, magnates, directores, reyes de la taquilla- que evidencia una capacidad de convocatoria imposible de igualar por ninguna otra publicación del mundo. Yo, VF es una revista que compro, o no, dependiendo de sus contenidos; pero el número de cine nunca me falta, y creo que he conseguido coleccionar casi todos.

Lo que empezó como un portfolio (como se dice ahora) de figuras de Hollywood ha ido evolucionando hasta convertirse en una verdadera superproducción: el año pasado contaron con Bruce Willis, Ben Affleck, Jack Nicholson, Robert de Niro, Cate Blanchett, Judi Dench y un par de docenas de estrellonas más, que se dice pronto, para montarse una película de serie negra en unas veinte fotografías. Recuerdo perfectamente lo que me comentó el director de una revista española que no tiene, precisamente, problemas de liquidez: “¿Pero cuánta pasta se han dejado estos tíos aquí?”. Mejor ni saberlo, jefe, que la envidia es mu mala.

Este año también hay tema monográfico: las escenas más recordadas de las películas clásicas de Hitchcock; Charlize Theron recrea Crimen perfecto (1954), Javier Bardem y Scarlett Johansson La ventana indiscreta (1954), Naomi Watts Marnie la ladrona (1964) -aquí me quito el gorro y el cráneo, que diría Valle-Inclán, ante el milagro conseguido por maquilladores, peluqueros y sastres: es casi una reencarnación de Tippi Hedren-, Renée Zellweger Vértigo (1958)… Aquí pueden ver las quince fotos de que consta el reportaje, y aquí, un vídeo con los mejores momentos del rodaje.

Ya les digo, se ha acusado a Vanity Fair, y con razón, de ser una revista hiperpija, hiper de lujo, hiperelitista, y tal y cual. Y, por lo que me han contado, creo que la edición española va a incidir en esa línea… Pero en cambio no se suele hablar de sus artículos de fondo, muchos de los cuales son verdaderas lecciones de periodismo. En este número, siempre sin salirnos del cine, encontraran los siguientes textos: Mailer’s Movie Madness, sobre las incursiones de Norman Mailer en el mundo del cine; Here’s to you, mister Nichols, la historia del rodaje de El graduado; The Vietnam Oscars, recordando el año 1978, en que coincidieron El regreso y El cazador; Killer Instincts, o la oleada de películas de psicópatas que comenzó con La matanza de Texas; y Daughter Dearest, donde una de las hijas de Joan Crawford desmiente la fama de monstruo tiránico que obtuvo su madre después de la publicación del libro/detritus de su hija Cristina…

En fin, es algo carilla, 7,80 euros, pero tiene más sustancia que mucho de lo que hay en el quiosco. No se arrepentirán.

P. D. Por cierto, estas son las chicas de la portada, todas nuevos talentos: de izquierda a derecha Emily Blunt, Amy Adams, Jessica Biel, Anne Hathaway, Alice Braga, Ellen Page, Zoë Saldana, Elizabeth Banks, Ginnifer Goodwin, y America Ferrera.

martes, marzo 04, 2008

¿Cuánto pagarías por una noche con Scarlett Johansson?


Según se ha publicado, la protagonista de Lost in Translation subasta -por supuesto, con fines benéficos- el privilegio de ser su acompañante en el estreno de su próxima película. Las pujas, en eBay.

Queda por saber cuánto está dispuesta a pagar la gente.

Yo, después de haberme tragado Las hermanas Bolena, soy de la opinión de que es ella la que debería pagarme a mí; seis euros, para ser exactos.

lunes, marzo 03, 2008

Pequeña y gran pantalla

De un tiempo a esta parte, es difícil leer noticias sobre cine sin enterarse de que a) se está preparando una nueva película de superhéroes o b) hay en marcha otra adaptación a la gran pantalla de una serie de televisión. En este sentido, las dos últimas en caer han sido Sexo en Nueva York y Expediente X, con la particularidad de que ambas cuentan con el reparto original de la serie, con lo cual el producto resultante es, más que una adaptación, una nueva versión rodada para la gran pantalla, una tendencia que empezó, si la memoria no me falla, con la versión cinematográfica de Star Trek (1979), dirigida por Robert Wise (sí, el de Sonrisas y Lágrimas).

Pero no hay que pensar que esto sea un fenómeno exclusivo del cine americano. A los lectores más jóvenes esto les sonará a chino, pero allá por la segunda mitad de los años 70 triunfaba en nuestra televisión única la serie Curro Jiménez, que narraba las aventuras de un bandolero -ficticio, en contra de lo que se ha publicado- al que daba vida, prestancia y chulería por arrobas Sancho Gracia, acompañado por un Álvaro de Luna que casi se estrenaba como actor tras años trabajando de especialista en spaghetti westerns, y por Pepe Sancho, que para chulo, pues también. La serie, en aquella España de la televisión única y previa al vídeo, fue un bombazo. Tanto, que se decidió filmar una versíón para el cine, añadir a Agatha Lys para darle un poco de morbazo al asunto, y estrenarla a lo grande. Tan a lo grande, que los tres actores le dieron el toque de vergüenza ajena apareciendo en el cine Lope de Vega de la Gran Vía disfrazados de bandoleros, a caballo y trabuco en ristre.

El título de la cosa fue Avisa a Curro Jiménez (1978) y estuvo dirigido por Rafael Romero Marchent, que también se encargó de la realización de varios capítulos de la serie (otros directores fueron Mario Camus y Pilar Miró). A quien se les debió olvidar avisar fue al público, pues el intento apenas duró una semana en cartel; estaba claro que la gente no parecía muy dispuesta a pagar por ver en el cine lo que llevaban años disfrutando gratis en el televisor.

Y es que, claro, lo malo de la película es que era un episodio más de la serie, pero rodado con algo más de pasta. Desde entonces, el cine español solo ha reincidido con un experimento así, una vez más, que yo sepa: con No te fallaré (2001), que es una continuación de la serie televisiva Compañeros, filmada con el reparto original, y que, en esta ocasión, sí funcionó en taquilla, ya que la acción transcurría varios años después de la serie, y los espectadores estaban interesado por saber qué les había ocurrido a los personajes en ese tiempo.

Y de momento no ha habido otros intentos, si quieren mi opinión, afortunadamente, porque ya ha sido bastante duro en los últimos años tragarse las adaptaciones de Los ángeles de Charlie, Misión imposible, Starsky & Hutch, Los hombres de Harrelson y unas pocas más (¡La tribu de los Brady, por el amor de Dios!) como para que a alguien se le ocurra empezar con las versiones para el cine de Anillos de oro, Crónicas de un pueblo, Farmacia de Guardia, Ana y los siete, o (¡aaaaarrrggghh!) Médico de familia. La verdad es que se podría uno divertir mucho pensando en el reparto de estas nuevas versiones (¿Elsa Pataki para Ana... , Eduardo Noriega en Anillos... ?… menos la última, donde, por supuesto, nadie salvo el señor presidente de La Sexta podría encarnar a ese santo varón que era Nacho Martín, y cuya vida y milagros están contadas aquí con mucha más habilidad de la que yo podría hacerlo.

En fin, una buena película puede salir de cualquier parte... pero no tentemos a la suerte.