martes, marzo 18, 2008

La importancia de empezar bien

Bueno, pues metidos ya de lleno en la Semana Santa, es momento de que nos llegue el asalto televisivo habitual de películas de tema más o menos religioso, apostólico y romano del que tanto hablamos aquí el año pasado. No me voy a poner pesado otra vez con el asunto; sólo quería apuntar que esta vez la cosa está peor, porque en lugar de colocarnos, al menos, las películas originales, nos endosan versiones para la pequeña pantalla más largas, con menos glamour y, desde luego, inaguantables en su mayoría.

Yo ya me he tragado mi cupo de cine más o menos del género, viéndome el otro día la versión en DVD de El reino de los cielos, la epopeya medieval / cruzadesca dirigida por Ridley Scott. Esta versión dura media hora más que la estrenada en cines, y le ha quedado de lo más megalómana. Me explico: antes de que empiece la película propiamente dicha, tenemos una presentación de Ridley Scott in person. Luego, cinco minutos de música con la pantalla en blanco (o mejor dicho, en negro) antes de que empiece la peli propiamente dicha. Y luego, por fin, la superproducción mayestática, donde parece, de todos modos, que el director, con tanta presentación y tanta historia, no se ha preocupado de introducir un pequeño detalle:

Los títulos de crédito.

Esta es una moda el cine americano actual que cada vez es más frecuente: nos colocan el título de la película, y a correr. Ni actores, ni guionistas, ni director de fotografía, ni productor, ni director. Y yo tengo la impresión de que el título, por lo menos, lo ponen para que la gente sepa que no se ha equivocado de sala en el multicine… es una tendencia un poco preocupante, en mi opinión, porque parece indicar una impaciencia cada vez mayor por parte de unos espectadores crecidos en la generación You Tube. ¿Para qué perder tiempo leyendo que en esta peli sale Bruce Willis si ya lo he visto en el cartel de afuera? Venga, dejémonos de prolegómenos inútiles, y pasemos al turrón.

Y es una pena, porque los títulos de crédito (dejando aparte que los hay que son verdaderas obras maestras; aquí tienen algunos de los mejores) siempre han tenido una función simbólica de aprecio por el cine: es como cuando contemplamos y sopesamos ese libro que nos acabamos de comprar, y nos relamemos anticipando el momento en que vamos a hincarle el diente a la trama. Sin contar con que, en ocasiones, pueden ser muy útiles:

Lo cuenta en sus memorias el guionista William Goldman, tan habitual de este blog: en 1966 escribió el guión de Harper, investigador privado, una cinta de detectives protagonizada por Paul Newman y basada en el personaje creado por Ross MacDonald (cuyo nombre verdadero es Lew Archer; pero parece que el propio MacDonald no quiso que lo usaran). El guión, en principio, comenzaba según los cánones del género, es decir, con el detective llegando a la mansión de la millonaria que contrata sus servicios. Pero, cuando ya lo había enviado, le llamaron del estudio: necesitaban que escribiera una secuencia para los títulos de crédito.

La idea de que una escena así fuera necesaria ni se le había pasado por la cabeza. Y no se le ocurría nada. Por fin, pensó que la mejor solución sería empezar desde el momento en que Harper se levantaba de la cama, por la mañana. Y en esa escena, que transcurre sin diálogos, ocurren muchas cosas: se le ve con los ojos abiertos antes de que suene el despertador (no duerme bien), vive solo, pero tiene en su oficina la foto de una mujer; se ha ido a dormir con la televisión encendida (está más solo que la una), y es un desastre como amo de casa, porque lo único que tiene para hacerse el café son los posos del día anterior. En fin. Cuando Goldman vio la película en un cine, se sorprendió de cómo el público se reía con la escena. No se trataba solo de que lo interpretara Paul Newman; esos momentos, mientras aparecían los títulos de crédito, sirvieron para que los espectadores se identificaran al cien por cien con Harper. “Desde ese momento”, recuerda, “el guión iba sobre ruedas”.

Dejémonos de prisas, por favor. Un buen principio puede ser tan importante como un buen final.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Es una pena, que se abandone una vieja costumbre que tan buenos resultados tiene. Me fijo en películas de Alfred.H.
Y otras muchas cintas, que añaden desde el principio calidad a sus películas con una buena entrada a los títulos.
Ejemplos, modernos que yo soy joven y desligado de mucho buen cine clásico.

Por ejemplo las películas de James.B, que siempre nos sorprenden con una entrada triunfal y una banda sonora rompedora.

O las Art scenes de películas de culto como Memento, Scaner Darkly, Donie Darko, en las que si te pierdes los títulos, ya olvidate de pillar lo mejor de dichas películas.

Estoy contigo Vince, las cosas que bien empiezan, bien acaban.

Saludos.

Anónimo dijo...

Como decía la Manoli (el travesti ex-camionero padre del Pitufo en la serie Maki Navaja):

¡Ay, la pinicula promete, porque estas que empiezan con las letras chorreando sangre siempre son buenas!

Anónimo dijo...

Eso sí, nos quedan algunas magníficas entradas de las pelis de Pixar, como la memorable secuencia-homenaje a la warner de "Monsters inc."

Lego y Pulgón dijo...

Antes me quedaba hasta el último de los títulos del final, cuando salían las canciones y lo de que los animales no habían sufrido maltrato. Homenaje a todos los que habían participado en la ensoñación. Pero últimamente, no sólo encienden la luz, sino que ME ECHA el acomodador. Me estoy haciendo vieja.
Y, como todos los años, acabo de ver "Jesucristo Superstar" en Canal Hollywood, y, qué quiere que le diga, se me iban los pies y, al mismo tiempo, la carne de gallina. Ahora el Pulgón me obliga a escuchar (que no ver) una serie- engendro en una cadena (quinta) que tiene que ver con el pecho y, sí, el paraíso (?). Anticlímax.