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lunes, julio 07, 2008

Viva deportivamente

La verdad, es un poco difícil sustraerse a la fiebre deportiva que invade el país desde hace unas semanas. A los gritos de ¡ESPAÑAAAAAAAAA! con los que fuimos machacados de forma inmisericorde todos los que intentábamos escapar a la obligación de ver los partidos de la Selección, se ha unido la -merecidísima, desde luego- victoria de Rafa Nadal en Wimbledon. Pero yo voy a lo mío, como siempre, y cuando intento comparar la fiebre de los deportes y la fiebre del cine, encuentro que ambos medios de entretenimiento (sí, ya sé que el cine es un arte; pero seguro que habrá quien diga que el fútbol también lo es) tienen bastante mala relación.

La verdad sea dicha: no hay demasiadas disciplinas deportivas que aguanten bien el paso a la pantalla grande. Por lo menos, las que más nos tiran por aquí no tienen mucha suerte. Pensemos en el fútbol. ¿No sería posible hacer una película de ficción que transcurriera en la liga profesional? Nómbrenme una. Y no vale Quiero ser como Beckham, porque ahí el fútbol era solamente una excusa argumental, algo parecido a lo que hizo Woody Allen en Match Point con el tenis, deporte que tampoco ha merecido nunca una traslación cinematográfica digna.

Pensando un poco, se me ocurren algunas excepciones, ninguna completamente lograda. Hace unos años se estrenó la película Wimbledon (2004), una trama de amor de lo más tontorrona protagonizada por Kirsten Dunst, que tenía lugar durante el torneo inglés. Y en el fútbol, lo más recordado es Evasión o Victoria (1981), donde se narraba un partido de prisioneros de guerra contra nazis en la Segunda Guerra Mundial basado, por cierto, en hechos reales (aquí tienen un resumen de lo que verdaderamente ocurrió; siento que esté en inglés); pero como yo no soy de los que se ponen firmes en cuanto oyen el nombre de John Huston -que, sin duda, es autor de varias películas maravillosas-, no me importa decir que esta película es una de la larga lista de truños (Annie, Phobia…) con que el director de El hombre que pudo reinar adornó los últimos años de su currículo.

Esta peli tiene unas cuantas anécdotas encima. De entrada, aún pueden encontrarse páginas Web dedicadas a ella. Y luego es especialmente recordada por las chulerías de Sylvester Stallone que, si recuerdan, interpretaba al prisionero de guerra que paraba el penalty final contra los nazis. La cuestión es que, al principio, había exigido a los guionistas que su personaje debía ser el que metiera el gol de la victoria; estos le contestaron que era un poco difícil, considerando que su personaje era el portero, y tuvieron que inventarse la escena del penalty para aplacarle.

También por aquella época Stallone estaba dedicado a escribir el guión de Rocky III (sí, eso tenía guión, en serio) y le molestaba muchísimo que le llamaran para rodar a menos que estuviera todo preparado, para no perder el tiempo. Un día metieron la pata, y Stallone tuvo que esperar tres horas para comenzar a rodar. Después se dirigió a John Houston y le dijo que aquello era intolerable, y que al día siguiente, llegaría tres horas tarde para compensar.

Si hubiera sido el Huston de antes, quizá la cosa se hubiera arreglado con una pelea a puñetazos como la que, dicen, tuvo con Errol Flynn. Pero ya estaba viejecito, y dejó pasar la cosa. Stallone cumplió su amenaza, y tuvo a todo el equipo esperándole tras horas, incluído su compañero Michael Caine. Cuando por fin llegó, Caine se fue para él y le pidió que hablaran en privado. Todo el mundo se esperaba una bronca de las que hacen época, pero lo que hizo Caine fue decirle con su mejor sonrisa:

- Verás, Sly, anoche estuve de copas y me acosté bastante tarde y bastante mal… así que este retraso tuyo me ha venido de miedo para aprenderme bien mis diálogos de hoy. ¿No podrías hacerme otra vez el favor y llegar un par de horas tarde cualquier otro día?

Stallone cogió la indirecta, y no volvió a retrasarse.

Y sí, ya sé que hay deportes que han tenido más suerte en su paso por el cine. Ya que hablamos de Stallone, el boxeo es uno de ellos (aunque no en sus películas). Quédese para otro día.

lunes, febrero 11, 2008

Lo que hay que aguantar...


Se ha muerto Roy Scheider. ¿Saben que estuvo a punto de protagonizar El cazador? La fama que consiguió como protagonista de Tiburón (1975) -papel que obtuvo, por cierto, después de que lo hubiera rechazado Charlton Heston- le sirvió para hacerse con algunos papeles jugosos a finales de los 70, el más recordado de los cuales sea, posiblemente, All That Jazz (1979). Pero la cosa duró poco, y en la década siguiente se fue difuminando en roles secundarios y, por último, en producciones de esas que van directamente al mercado del vídeo o a los canales de televisión más cutrillos.

Una pena, porque era un estupendo actor, pero ya se sabe que el firmamento de las estrellas está reservado a unos pocos y Scheider, por lo que fuera, nunca llegó a él. Lo que sí hizo fue trabajar con muchas estrellas y, en ocasiones, soportar sus caprichos. En su libro Las aventuras de un guionista en Hollywood, William Goldman recuerda un momento especialmente tenso durante el rodaje de Marathon Man (1976). Si han visto la película, recordarán que Scheider interpreta al hermano del protagonista, Dustin Hoffman, un agente especial cuya aparición en Nueva York mete a Hoffman en un lío considerable. Bueno, pues en la película Scheider se cuela de noche en el apartamento de su hermano, que se asusta pensando que hay un ladrón en la casa, y saca una linterna de la mesilla de noche, con la que intenta localizar al intruso en la oscuridad.

El director John Schlesinger intentaba, siempre que le era posible, que los actores ensayaran las escenas antes de empezar a rodar, y esta no fue una excepción. En un decorado neutro, Hoffman esperaba en la cama, y Scheider avanzaba hasta la zona donde se supone estaba la puerta. Una vez allí, dio una patada al suelo para indicar que la había cerrado. Turno de Hoffman. Pero este no empezó a interpretar. Se dirigió a Schlesinger y le pregunto por qué su personaje tenía que tener una linterna en la mesilla de noche. El director le contestó que bueno, que quizá no era el momento de hablar de esas cosas, y que siguieran con el ensayo. Pero de eso, nada. Sigue el texto original de Goldman:

“Hoffman niega con la cabeza. El personaje que interpreta, según él, no debería tener una linterna junto a la cama.

Ahora, si no se tratara de una estrella, Schlesinger le hubiera dicho, como cualquier otro director, que estaban perdiendo el tiempo del ensayo, que tiene precio de oro, puesto que en la mayoría de los rodajes no se ensaya (…)

Pero Dustin Hoffman es una gran estrella y hay que hacerle caso. Scheider sigue en pie tranquilamente, en la puerta imaginaria, esperando.

Schlesinger dice que mucha gente tiene linternas en la mesilla.

Hoffman dice que él no está interpretando a mucha gente, sino a Babe, y que Babe no tiene por qué tener una linterna en la mesilla.

Schlesinger hace otro intento: te acaban de atacar, estás intranquilo, has tomado precauciones.

No hay manera.

Ahora, un duro asalto desde el punto de vista del director: necesitamos ese efecto de la linterna sobre las paredes para añadir interés a la escena.

Hoffman dice que no habrá escena que valga la pena si él no puede interpretarla, y él cree que no hay justificación para la maldita linterna.

Durante todo este tiempo, Scheider sigue en pie, en silencio y esperando.

Este es quizá mi recuerdo más intenso de la situación -que duró una hora, dicho sea de paso-. Scheider esperando tranquilamente, como un perfecto caballero en todo momento”.

Hay que aclarar que Goldman no le tenía ningún cariño a Dustin Hoffman, porque el actor había exigido que se cambiara el final de la novela de Goldman en la que se basaba la película. Así que quizás esta anécdota haya que cogerla con pinzas. Pero es muy ilustrativa de la diferencia que puede haber entre un actor, de éxito pero actor al fin y al cabo, y una estrella con poder suficiente como para parar una hora de ensayos por una divergencia de opiniones.

Bueno, un respeto para Roy Scheider. Voy a ver si encuentro por ahí All That Jazz, que Tiburón ya la tengo muy vista.

jueves, enero 31, 2008

No les llega

A ver, que la cosa es para partirse. Resulta que Shaquille O’Neal, el jugador de baloncesto de la NBA que en sus ratos libres ha intervenido como ¿¿¿¿actor???? en una abominación titulada Steel -una de las peores adaptaciones de superhéroes que se hayan hecho nunca, aquí a la izquierda, de nada, un placer- está en pleno proceso de divorcio. Y claro, como se suele hacer en estos casos, el chico está haciendo todo lo posible para evitar que los abogados de su ex le saquen hasta las asauras. Y la estrategia para ello es convencer al tribunal de que, aunque no lo parezca, está a la cuarta pregunta. Tiezo, como decimos por el sur.

Claro que O’Neal ha reconocido que percibe un sueldo mensual de aproximadamente 1,3 millones de euros. Ya, ya sé que ustedes y yo hay semanas que no ganamos eso, pero es que además ustedes y yo no tenemos los problemas de presupuesto que tiene Shaquille: el angelito se gasta al mes 112.000 euros en las hipotecas de sus tres casas (para que luego digamos por aquí…), 79.000 en vacaciones, 23.000 en seguros, 43.000 en regalos, 17.000 en cuidadoras para los niños (si hay vacante, que avisen), 19.000 en gasolina y aceite para sus cuatro coches, 20.000 en criados, 12.000 en ropa, 9.000 en comida, 5.000 en lavandería, 1.600 en sus perros, 2.400 en teléfono, 1.200 en televisión por cable y 1.300 en mantenimiento de piscina y césped.

Lo de los 43.000 euros en regalos debe ser porque tiene complejo de Santa Claus, pero yo no me explico muy bien cómo cuatro coches pueden gastar 19.000 al mes en gasolina (y aceite) o qué tipo de tele por cable te clava 1.200 euros de cuota mensual. Pero no piensen que lo de Shaquille es un caso aislado. Hoy, en homenaje a la (feliz) desaparición del Tomate, vamos a cotillear un poco sobre los hábitos de consumo de algunas celebridades de la gran pantalla:

Aaron Spelling. Celebró su éxito como productor de las series de televisión más horteras del mundo -Dinastía, Vacaciones en el mar, Los ángeles de Charlie…- construyéndose una mansión de 45 millones de dólares. Eso sí, la casa venía completita con garaje para 82 coches, cuatro bares, tres cocinas, gimnasio, sala de proyección, piscina olímpica, bolera y doce fuentes. Todo para tres personas: él, su señora y su única hija, Tori.

Sting y señora: gastaron 80.000 dólares en los trajes de Versace para su boda; eso sí, se cuenta que luego los donaron para una de las campañas de salvar la amazonía a las que tan aficionado es el miembro más plasta de Police.

Madonna: 21.000 dólares en el caviar con que aprovisiona su avión privado cuando está de gira.

Michael J. Fox: 50.000 dólares en un estanque artificial cerca de su casa, para que su hijo aprendiera a pescar.

Demi Moore: 3.000 dólares al mes en agua mineral que utiliza para cocinar, lavarse… y beber (De Kim Basinger se ha dicho algo parecido; que sólo se lava con agua Evián).

Jamie Foxx: unos 40.000 dólares en un reloj que le regaló a Tom Cruise como agradecimiento por lo bien que habían trabajado juntos en Colateral (si Luis Tosar llega a enterarse, igual no se habría llevado tan mal con él durante el rodaje de Corrupción en Miami).

George Hamilton: indefinido. Pero se dice que el actor mejor peinado de Hollywood nunca usa dos veces el mismo par de calcetines. Calculen cuánto cuesta un par, y hagan cuentas, si quieren.

Así que, ¿Lo de Shaquille? Comida pa los pollos. Miren, para cerrar la entrada de hoy nada como una frase atribuida al actor George Raft cuando le preguntaron cómo se las había arreglado para pulirse una fortuna de diez millones de dólares: “Una parte se me fue en mujeres y otra parte en el juego. El resto lo gasté a lo tonto”.

sábado, diciembre 08, 2007

Quiero ese pavo, y lo quiero ya

Hace algunos años, cuando uno era un periodista considerado, la Navidad era otra cosa; cada diciembre me llevaba a casa una generosa ración de cohechos que casi todos los días del mes se depositaban diligentemente sobre mi mesa. No se crean que estaba solo en esto, por cierto: estas fechas tan señaladas son definitivas para que los chicos de la prensa saquemos a plena luz nuestra vena de gorrones. Hace un tiempo, un amigo que entró a trabajar en cierto diario acentuado y global, me lo comentaba:

- Es acojonante, tío. En el periódico hay una reglamentación que impide aceptar regalos en la redacción por un importe superior a veinte euros. Pero llega la Navidad y es que el parking se llena de jamones, cajas de vino, lotes de Navidad y yo qué sé qué más.

- Tú lo has dicho, chaval.- Expliqué yo. - La reglamentación impide aceptar regalos superiores a veinte euros en la redacción. No dice nada del parking.

Les contaba todo esto porque, entre tanta caja de vino, libro ilustrado, edición especial de DVD o teléfono móvil, para mí la Navidad no empezaba hasta que llegaba el calendario. Este calendario me lo enviaba la empresa donde empecé mi carrera periodística, y desde que cambié de aires sus sucesivas ediciones han estado colgadas en mi casa, año tras año. Para mí es mucho más que algo para consultar los puentes. Tiene lazos con el pasado, con mis comienzos, con amigos que aún conservo. Una vez se lo dije al remitente: el día que me falte el calendario, me hundes.

Bueno, pues este año no me ha llegado. Misterio. Olvido, traspapeleo, descuido o algo así, parece que voy a tener que afrontar 2008 con otros aires. ¿No me puedo comprar otro calendario? Claro, y además, en el chino de la esquina me regalan uno cada vez que pido el menú del día. Pero a veces, como se suele decir, no es por el dinero, es por el detalle. Y si no, veamos el caso de Clint Eastwood.

¿Cuánto dinero tiene Clint Eastwood? Es difícil de saber, porque los contratos de sus películas incluyen muchas veces su función como director, productor, actor y últimamente, compositor, todo en un lote. Pero cabe suponer que es perfectamente capaz de comprarse un pavo sin que su economía sufra en exceso. El caso es que la Warner, la productora que ha respaldado la mayoría de sus películas, tenía la costumbre de enviar como regalo de Navidad un pavo a sus colaboradores más destacados. Clint, lógicamente, entre ellos. Y, según cuenta Patrick McGilligan en su biografía no autorizada de la estrella, los días anteriores al envío, en las oficinas de Malpaso el actor y director se dedicaba a dar la brasa a sus secretarias mañana, tarde y noche: “¿No ha llegado el pavo todavía?”. Cuando llegaba, se lo enviaban a su madre, se supone que para la cena de Navidad.

Un año las cosas se complicaron, y estaba claro que el pavo no iba a llegar a tiempo. En lugar de decírselo a su jefe, la secretaria de Clint habló directamente con la Warner. La solución fue enviar a un ejecutivo con el pavo, en vuelo regular. Y, para asegurarse de que el bicho llegaba bien, no viajó en el compartimiento de carga, sino en un asiento, al lado del ejecutivo en cuestión. Y en primera clase, además.

No me digan que, cuando Eastwood le hincara por fin el diente, el pavo no tuvo que saberle un poco a victoria.

martes, septiembre 04, 2007

¿Y qué es exactamente un mal director?

Llevamos un par de días hablando de malos actores, y quizás no deberíamos dejar de lado a los directores, que esos también tienen lo suyo… Claro que, a la hora de determinar quién es un mal director, la cosa puede ser complicada. Habrá quien diga: hombre, claro, Ed Wood (el pobre Wood nunca se recuperará de la película que le dedicó Tim Burton… aunque es cierto que era espantoso), otros no se irán tan lejos y sacarán a Mariano Ozores, y luego tenemos a Tony Scott, Peter Greenaway, Alan Parker, y otros que en los últimos años han provocado profunda división de opiniones en la prensa internacional. Pero hay casos más flagrantes, de gente cuya incompetencia ha ocasionado que ningún productor con un mínimo sentido común les haya dejado acercarse de nuevo a una cámara. ¿Se acuerdan de Elaine May?

Nacida en Filadelfia en 1932, May se hizo un nombre en el mundo del espectáculo gracias a sus apariciones en clubes, televisión y teatro, donde hizo un buen número de contactos que le facilitaron la entrada al mundo del cine. Tras algunos comienzos como guionista y directora, donde se ganó merecida reputación de ser una perfeccionista de carácter, digamos, difícil, le llegó la oportunidad en 1976 de dirigir Mickey and Nicky, una comedia protagonizada por John Cassavettes y Peter Falk, grandes amigos en la vida real. El rodaje estuvo lleno de complicaciones, causadas en buena parte por el empeño de la directora en repetir las tomas hasta cincuenta veces, y aún no quedar satisfecha con el resultado. Cuando el estudio ordenó interrumpir la filmación, May había rodado 300.000 metros de película (la media de una película son unos 20.000, que quedan reducidos a algo más de 3.000 tras el montaje). Pero aun quedaba lo peor. May pasó más de un año montando la película, hasta que la Paramount se la quitó de las manos. Tanto esfuerzo no se tradujo en ningún resultado notable: Mickey and Nicky (que se estrenó aquí, aunque no recuerdo el título español) fue un fracaso de público y crítica.

Podría pensarse que tras semejante peripecia pocos querrían repetir con May. Pero un par de años después, tuvo un bombazo al coescribir con su amigo Warren Beatty el guión de El cielo puede esperar (1978) y colaborar con él de nuevo en Rojos (1981). Así que Beatty pensó en ella para escribir y dirigir una comedia musical que protagonizaría él, junto con Dustin Hoffman: Ishtar. Nunca lo hubiera hecho.

Todo lo que había ocurrido en Mickey and Nicky se repitió en el nuevo rodaje, pero corregido y aumentado. Buena parte del mismo tuvo lugar en Marruecos, y cuando May aterrizó en las localizaciones seleccionadas por su equipo, no le gustaron las abundantes dunas del desierto; ordenó que las allanaran a golpe de bulldozer. Luego, retomó su costumbre de ordenar toma tras toma de la misma escena, sin dar a los actores ninguna pista de los motivos que la llevaban a tanta repetición: lo único que decía era “otra vez”. Las últimas semanas de rodaje, estas en estudio, requirieron cambios en el guión y la composición de nuevas canciones que debían interpretar los protagonistas. Con tres meses de retraso sobre la fecha prevista, May había rodado 104 horas de película. Y, tras más de un año de trabajo en el montaje y los ajustes de última hora, por fin la Columbia se preparó para estrenar una comedia que, según descubrieron, no tenía gracia ninguna, y que les había costado la enorme cifra para la época de (dicen) 51 millones de dólares.

Ishtar fue uno de los grandes fracasos de los 80, con apenas una tercera parte de su presupuesto recuperado en taquilla. Durante años, el título fue sinónimo en Hollywood de todo lo que no se debe hacer a la hora de preparar una película de éxito. Elaine May ha vuelto a trabajar, ocasionalmente, como guionista (Primary Colors, por ejemplo), pero nunca ha vuelto a ponerse detrás de una cámara. ¿Ed Wood? Un santo, por el amor de Dios.

(La información para este post está sacada del libro Fiasco. A History of Hollywood's Iconic Flops, de James Robert Parish, que espero algún editor tenga el buen sentido de publicar en nuestro país).

jueves, abril 26, 2007

Budismo con tu mecanismo

Leo en Internet que Orlando Bloom va a retirarse del cine para abrazar la religión budista. La noticia la acojo con todas las reservas, porque 1: se muy bien lo dados que somos en mi gremio a publicar cosas sin contrastarlas, sobre todo cuando se refieren a gente famosa (¿recuerdan cuando se dijo que Daniel Day-Lewis se retiraba para meterse a zapatero en Italia?) y 2: que yo sepa, hacerse budista no es incompatible con ser estrella de cine. Es más, hay algunas estrellas que, entre película y película, tienen tiempo de sobra para darnos la brasa sobre las virtudes del budismo. Lo que me alegro de no conocer de nada a Richard Gere

Aunque Gere no es el único, es sólo el más plasta. Otras estrellas que se han acercado al budismo con intensidad variable incluyen a Harrison Ford (al parecer por influencia de su esposa Melissa Mathison; ahora que está con la rasp… perdón, con Calista Flockhart, igual se le ha reducido la afición), Courtney Love, Patrick Swayze, Sharon Stone, Uma Thurman, Tina Turner, Jean-Claude Van Damme y Oliver Stone.

El budismo, a fin de cuentas, es una religión. Mucho peor lo tenemos si nos metemos en el terreno de las creencias exóticas, donde gurús de todo tipo han encontrado en las estrellas una verdadera mina... Espiritual, por supuesto. Veamos algunos fanáticos de la astrología: Burt Reynolds, John Barrymore, Marilyn Monroe, Marlene Dietrich, Cary Grant, Grace Kelly, Tyrone Power y Ronald Reagan, que prácticamente metió a su astróloga en nómina cuando fue presidente. Demi Moore, George Hamilton y Olivia Newton-John son fieles seguidores del sanador místico Deepak Chopra; entre los creyentes en el poder curativo de los cristales repiten Tina Turner, Sharon Stone y Richard Gere, y se añaden Jane Fonda, Elizabeth Taylor y Bruce Willis. Y Cher, Quincy Jones, Nick Nolte, Barbra Streisand y Steven Spielberg son practicantes de la terapia de la “Liberación del niño interior”, propuesta por el gurú John Bradshaw.

Junten todo esto, añaden media docena más de creencias estrambóticas, y saldrá Shirley MacLaine, que es la que nos faltaba.

Al final, es para recordar esa frase de Chesterton: “Cuando la gente deja de creer en Dios, no es que no crea en nada; es que cree en cualquier cosa”.

domingo, abril 15, 2007

Retoques (II)

Vamos a seguir con el tema de los "ajustes" en el guión, aunque la peli de hoy no admita grandes comparaciones con la de ayer. Porque poner El especialista (1995, Luis Llosa) al lado de Veredicto final es como colocar un cuesco fabadero al lado de una sinfonía. Pero, al ser una cinta hecha al servicio de una estrellona, en este caso un Sylvester Stallone todavía en auge, es lógico que pase lo que pase. Y pasó.

Esta es la primera de lo que podríamos llamar el periodo Miami de Stallone, pues en esta ciudad rodó dos películas casi seguidas: Asesinos -con un Banderas al que daban ganas de matarle, no porque su personaje fuera malo, sino porque el actor se pasaba la peli hiperventilando, diciendo todo el rato “ay ay ay ay ay” y metiendo más muecas que Jim Carrey chupando limones- y esta, donde interpreta a un experto en explosivos al que contrata una rica heredera para que la proteja de los mafiosos de Miami. Como heredera rica (en más de un sentido), estaba Sharon Stone. Y como policía corrupto, venenoso y retorcido, un actor que interpreta ese tipo de personajes casi dormido: James Woods.

No estamos descubriendo nada si decimos que, como actor, Woods se come a Stallone con patatas, pero quizás Stallone si lo descubrió cuando vio un pase privado de la película. Parece que no le bastaba con enseñar musculatura, matar a los malos y pasarse a la Stone por la idem, pues opinó que su personaje no destacaba lo suficiente. Así que exigió que se escribieran y rodaran dos escenas nuevas. En una de ellas le pega una somanta palos a James Woods cuando eran compañeros en Vietnam (o dónde sea, que tampoco importa mucho), y en la otra, les da hasta en el carné de identidad a una panda macarras que se dedican a molestar a una pobre viejecita en un autobús y, cuando se quieren dar cuenta, han cobrado la extra de verano, la de Navidad y los atrasos del convenio (en la imagen, Sylvester en la peli justo antes de empezar a repartir).

Otro día seguimos con el tema de los retoques en el guión, que da para mucho, pero la anécdota de hoy es muy ilustrativa de lo que entiende Stallone por “retocar”.