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martes, diciembre 16, 2008

Jugando a las películas



Si todavía no han ido a ver Gomorra, vayan, aunque les conviene estar preparados para eso que los amantes de los tópicos llaman una película sin concesiones; si les gusta la versión original y viven en Madrid, NO vayan a verla a los Renoir Princesa –los que hay en los túneles de la plaza de los cubos- salvo que:

a) Estén sordos
b) Quieran estarlo

porque el volumen al que la cascan es también sin concesiones. Dejando aparte estos inconvenientes, la película merece todos los elogios que se le han hecho, y se podría considerar –aunque no del todo, porque esta historia tiene más tentáculos- la respuesta italiana a Ciudad de Dios (2002).

Ya conocen, por otra parte, su efecto colateral: a los capos de la Camorra no les ha gustado demasiado la publicidad que les ha proporcionado la película, ellos que estaban tan tranquilos robando, matando y extorsionando mientras todo el mundo se concentraba en sus vecinos de Sicilia, así que han cogido a Roberto Saviano, el autor del libro, y le han hecho un contrato, no precisamente indefinido con móvil de la empresa, o sea. Lo cual no les ha impedido forrarse de modo paralelo vendiendo copias piratas de la película por las calles de Nápoles. La doble moral de los gángsters, que nunca falte.

Esto de la imagen cinematográfica de los mafiosos –vamos a incluir aquí a la Camorra, aunque sea otra cosa- ha evolucionado bastante desde los tiempos de El Padrino (1972), y creo, modestamente, que para bien. Podemos entrar en discusiones sobre si el cine tiene que reflejar la vida tal como es o embellecerla, pero las películas de Coppola, siendo como son una maravilla cinematográficamente hablando, ofrecen una imagen muy superada por todos los que han venido después. Los mafiosos de Puzo y Coppola son el no va más de la bondad y el glamour; sus acciones nunca tienen consecuencias negativas para los ciudadanos inocentes. No les vemos arruinar vidas, amenazar a familias, extorsionar comerciantes. Y encima, sólo matan a otros mafiosos, que son, además, mucho más malos que ellos (aunque cabría preguntarse por qué, pues tampoco les vemos nunca hacer nada que los Corleone no hicieran, o estuvieran dispuestos a hacer).

Tuvo que llegar Scorsese y, posteriormente, Los Soprano para que conociéramos una imagen de la Mafia más cercana a la realidad, no sólo en cuanto a su condición de cáncer para la sociedad –todo el mundo queda perjudicado cuando andan cerca-, sino también en cuanto a su estética: los gángsters de la vida son una panda de horteras, incultos, groseros, primitivos, y más brutos que un arao. El smoking y el champán dejaron paso al chándal y las barbacoas; el “le haré una oferta que no podrá rechazar”, al “te voy a rajar las putas tripas”. Y así, claro, no hay quien vaya por la vida como un Hombre de Honor.

Con El Padrino, ya les digo, fue otra cosa. Carl Sifakis, en su imprescindible libro The Mafia Encyclopedia, cuenta el caso del detective de la policía de Nueva Jersey Robert Delaney, que se infiltró en las familias de Nueva York y testificó ante un subcomité del Senado estadounidense en 1981:

“Las dos partes de El Padrino han tenido un impacto en estas familias criminales”, declaró, mencionando el caso de mafiosos que las habían visto hasta diez veces. También contó la ocasión en que fue a cenar a un restaurante con un grupo de gángsters, entre los que estaba Joseph Doto, hijo del mafioso Joe Adonis. “Le dio al camarero un montón de monedas de 25 centavos y le dijo que pusiera en la gramola la misma canción una y otra vez: el tema de El Padrino. Lo estuvimos escuchando durante toda la cena”.

El senador Sam Nunn preguntó entonces. “¿Está usted diciendo que a veces los gángsters ven la película para saber cómo se supone que deben comportarse?”.

“Exactamente”, contestó Delaney. “Esa película les enseñó cantidad de cosas”.

Hay que decir que en Gomorra hay también dos personajes cautivados por la mitomanía del cine de gángsters, aunque no con El Padrino, sino con El precio del poder (1983) de Brian de Palma. Bueno, todos hemos jugado de niños a ser El Zorro o Tarzán; tiene gracia que sean los criminales precisamente los que no han crecido.

viernes, diciembre 05, 2008

"¡Primera posición!"

Voy a hacerles una pequeña confesión, que probablemente no coja de nuevas a nadie: la cantidad de periodistas que se lanzan a hacer la reseña de un libro sin apenas leerlo, y quiten el “apenas”. Lo único que hacen es reproducir la nota de prensa y señalar lo que esa misma nota señala, sin siquiera abrir el volumen para comprobarlo por sí mismos, o para buscar otras cosas quizá más interesantes.

Esto viene a cuento de la biografía de Alfredo Landa, que acaba de publicar Aguilar, escrita en colaboración con Marcos Ordoñez. Me la he ventilado en tres días, porque tiene la cualidad de ser enormemente entretenida. Así que he podido contrastar lo que yo iba leyendo con lo que decía la prensa que yo estaba leyendo, y las cosas, la verdad, no encajaban del todo. Uno creería que es un libro donde Landa pone a parir a todo el mundo, y la verdad es que el Alfredico no se corta un pelo en sus opiniones sobre Manolo Gómez Bur, Jose Luis López Vázquez, Jose Luis Dibildos –, lo que cuenta de él es, directamente, de cárcel- Pilar Miró, Fernando Fernán-Gómez y algunos más, pero también es cierto que pone por las nubes y no acaba a José Sacristán, Paco Rabal, Mónica Randall, Fernando Rey, Carmen Maura, Ovidi Montllor y a su querido y/o odiado Garci, también entre otros muchos. En resumen: las memorias de un hombre que lleva muchos años en este negocio y que ha estado a gusto con algunas personas, y con otras, no tanto. ¿Por qué se iba a callar a estas alturas?

Tampoco entiendo en qué momento se ha metido la política en todo este asunto. En una entrevista en El País le preguntaron si no era “un poco fachilla” por ser de derechas (gran amplitud de miras, sí señor), con lo cual alguna gente de derechas que sí que es algo más que un poco fachilla –la hay, por desgracia- lo están utilizando como excusa para atacar a sus odiadísimos actores españoles. Y así seguimos en este país, tirándonos las ideologías a la cara, cuando Landa será lo que le dé la gana ser, pero en su biografía pone exactamente igual de bien a Jose Luis Sáenz de Heredia (falangista de pro) que a Juan Antonio Bardem (comunistón de pro), a Jose Luis Garci que a Jose Luis Cuerda, y todo siguiendo el mismo criterio: su talento como directores y las películas que hizo con ellos, sin que la ideología de cada uno parezca quitarle excesivamente el sueño.

Ahora, la mejor anécdota, por lo menos para mi gusto, es la de El río que nos lleva. Basada en la novela de Jose Luis Sampedro, la película narra la historia de los gancheros, que en otros tiempos se encargaban de bajar los árboles recién talados río abajo, hasta las serrerías. Dirigió Antonio del Real, y se rodó en escenarios reales. Todo muy real. Ese fue el problema. Cuenta Landa:

“Comienzo del rodaje. Hay una cascada preciosa y se va a filmar el plano de la bajada de los troncos.
Doscientos troncos, preparados en su presa. Todo el equipo a punto también.
Le digo a Tono:
- Oye, y estos troncos… digo yo que habrá unos pocos auténticos y el resto serán de poliuretano o alguna materia plástica, porque van a ser el eje de toda la acción y…
- No, no, no. De plástico nada. Aquí todo es de verdad.
- Pero vamos a ver… Es que tenemos que manejarlos en el agua, Tono, y si son de verdad deben pesar…
- Una tonelada cada uno. Realismo.
- Entonces no habrá forma humana…
- Que no te preocupes, Alfredo. Todo controlado.
No escuchaba. Es lo malo que tenía, que no escuchaba.
El jefe de producción, pasmado. El cámara, pasmado. Pasmados todos.
Pero el director es el que manda.
- ¿Así que soltamos los troncos?- le preguntan.
- Claro, claro. A la voz de acción.
- Muy bien.
Grita “¡acción!”. Sueltan los troncos. Se rueda el plano general.
Los troncos salen de la presa que es un contento.
Y entonces le oímos decir: “corten. Primera posición””.

“Primera posición” en un rodaje es la orden para volver a dejar todo como estaba antes de empezar a rodar, para repetir la escena. Y en este caso, significaba volver a colocar tras la presa doscientos troncos de una tonelada. Cinco días tardaron en conseguirlo, con grúas, camiones, de todo, durante los cuales el equipo entero se partía la caja con la ocurrencia del director. No es la única anécdota del libro, eso desde luego, pero para mí, es la más absurda. Y esas suelen ser las mejores.

Pueden añadirlo a la cesta de Navidad.

P. D. No puedo garantizar que vaya a meter muchos posts este mes. Se hará lo que se pueda, pero estoy hasta arriba con un encargo que me tiene ocho horas al día delante de la pantalla, y luego cualquier tiene ánimos para seguir tecleando. Se hará lo que se pueda, pero tengan un poco de paciencia.

lunes, noviembre 10, 2008

Sacando jugo

Lo que distingue al recientemente fallecido Michael Crichton de otros fabricantes de bestia-sellers no son sus habilidades literarias, sino el haber combinado su tarea de escritor con la de productor y director de cine. Ha sido, por así decirlo, un hombre del sistema casi desde los inicios de su carrera, cuando se decidió a dirigir Westworld, almas de metal (1973), cuya nueva versión, se dice, estaba escribiendo cuando se lo ha llevado el cáncer.

Me temo que no me cuento exactamente entre sus fans, y lo considero más bien eso que los yanquis llamarían un one-shot, es decir, un tipo que tiene un sólo gran éxito y desde entonces vive espléndidamente de él. Pero claro, vaya éxito: su novela de 1990 Parque Jurásico, que se convirtió en su mayor éxito de ventas y en una máquina de generar dinero a través de sus adaptaciones cinematográficas.

Justo es reconocer que Parque Jurásico es otra cosa más: una novela endiabladamente entretenida, que sabe sacar el máximo partido de un tema tan apasionante como la clonación de animales, combinando el suspense de la trama con la divulgación científica. Chapeau. Lo pasé tan bien con ella, que no me importa confesar que la peli de Spielberg me pareció floja, floja, floja (Me gustó mucho más la versión de El Jueves, donde el tiranosaurio se peleaba con los velocirraptores gritando: "¡arribistas! ¡trepas! ¡yo siempre era el rey en las pelis de dinosaurios!"). Pero luego sacó El mundo perdido y, aparte de plagiar el título de Sir Arthur Conan Doyle, el libro es que dormía a los triceratops.

Fue, creo, el principio de una decadencia creativa, que no monetaria, pues desde ese momento cualquier cosa con el sello Crichton se vendía como pan caliente, independientemente de su calidad. Es verdad que tuvo buenas ideas como Urgencias –que se le ocurrió ¡en 1970! y no pudo vender a nadie-, pero también escribió -y en ocasiones, añadiendo el insulto a la infamia, produjo la película- engendros como Sol Naciente (1993), Acoso (1994), Congo (1995), Twister (1996), Esfera (1998)… Lo mejor que se puede decir de ellas es que, cumplida su misión de recaudar pasta, han caído en un misericordioso olvido.

El Crichton que prefiero es el anterior, y más como director de cine que como escritor. Es curioso: quizá antes de que le llegara la fama y la fortuna consideraba que tenía que esforzarse un poco más, pero en los años 70 y 80 dirigió cintas tan interesantes –y tan simpáticas todavía- como la antes mencionada Westworld (que, por cierto, va de otro parque de atracciones futurista que se estropea. ¿Le pasaría a este hombre algo de niño en Disneylandia?), Coma (1978), sobre tráfico de órganos, o Runaway, brigada especial (1984) uno de los conceptos más plausibles que he visto sobre la incorporación de robots a la vida cotidiana. ¿Les apetece verse un Crichton que no tiene nada que ver con el futuro? Busquen El primer gran asalto al tren (1979), con Sean Connery y Donald Sutherland. La edición de DVD básica –la única que hay- está a cinco euros.

Y que descanse en paz.

martes, octubre 21, 2008

Retazos de Marilyn

Parece que estamos otra vez con Marilyn; coincidiendo con el 45 aniversario de su muerte (que ya suena a fecha raída por los pelos) Vanity Fair (la de verdad, no esa caricatura para pijos que pasa por ser su edición española) publica un reportaje sobre “sus archivos secretos” donde prometen desvelar nuevos datos sobre su muerte. Aún no lo he leído, como no he leído –lo confieso- el libro que le dedicó Norman Mailer ni la reciente biografía de Donald Spoto, a pesar de tener en casa ambos volúmenes desde hace años.

¿Por qué me da tanta pereza Marilyn? De entrada, nunca he sido muy mitómano, y las figuras tan infladas tienden a provocarme más rechazo que atracción. Me ocurre lo mismo con James Dean, al cual nunca terminé de verle esas arrobas de talento (prefiero mil veces a Montogomery Clift, y creo que en Gigante Rock Hudson, sí, sí, Rock Hudson, se lo come con patatas), sobre todo cuando es su temprana muerte lo que las ha convertido en iconos, más que su trabajo estrictamente cinematográfico. Podemos llegar a olvidarnos de que esta gente también hizo películas. Y creo que eso es lo que me ocurre: Marilyn es una presencia tan ubicua, un símbolo tan repetido, que llega a hacerse inabarcable. No hay una obra que la encuadre por completo, y todo lo que llegamos a ver en cada nuevo libro o reportaje sobre ella, son retazos, algunos completamente prescindibles en un puzzle que con los años ha ido cogiendo un excesivo número de piezas.


Marilyn tiene unas trece películas consideradas principales. Dos de ellas están entre mis favoritas de toda la vida: Eva al desnudo (1950) donde tiene un papelín, y la que yo creo es la mejor comedia jamás filmada, Con faldas y a lo loco (1959). En las restantes hay mucha calidad, pues lo que no se le puede negar es su habilidad para trabajar con directores de primera fila. La lista quita el aliento, y no creo que haya muchas estrellas capaces de igualarla, no, por lo menos, en tan pocos años: Billy Wilder en Con faldas… y en La tentación vive arriba (1955); John Huston en Vidas Rebeldes (1961); Otto Preminger en Río sin retorno (1954), George Cukor en El multimillonario (1961), Howard Hawks en Los caballeros las prefieren rubias (1953), Joshua Logan en Bus Stop (1956), o Laurence Olivier en El príncipe y la corista (1957), quizá la prueba más evidente de que el mejor escribano echa un borrón, pues es, creo, la que peor ha envejecido de las suyas.

Las anécdotas sobre los problemas que creaba en los rodajes son legión, entre retrasos, crisis nerviosas, repeticiones sin cuento y la presencia de profesoras de interpretación con las que intentaba paliar su inseguridad, y que provocaban continuos enfrentamientos con los directores. Algunos de sus compañeros de rodaje, como Robert Mitchum, se compadecieron de sus problemas; otros, directamente, la odiaron. Pero, como dijo Billy Wilder, “yo tengo una tía simpatiquísima y encantadora que le cae bien a todo el mundo y siempre es puntual. Pero nadie pagaría ni un centavo por ir al cine a ver a mi tía”.

Se dice que uno de sus mejores retratos fue el cuento que Truman Capote escribió sobre ella: Una hermosa criatura; está en Música para camaleones y, como (casi) todo lo que escribió Capote, desde luego es magistral.

También ha salido este libro, que me permito recomendarles. No me voy a andar con rollos: los dueños de esta editorial son amigos míos, pero aunque no lo fueran seguiría opinando que en Rey Lear están llevando una política de publicaciones de auténtico interés, con exquisito gusto en la recuperación de autores olvidados y un cuidado en las ediciones que ya les ha proporcionado algún premio que otro. El volumen que nos ocupa es una recopilación de artículos escritos hace veinte años en Diario 16 por Ignacio Carrión, en un recorrido por Estados Unidos buscando pistas de Marilyn y hablando con gente que la vio, la conoció o incluso se acostó con ella (impagable la entrevista con su primer marido).

También quisiera aclarar que Carrión no es exactamente santo de mi devoción: tiende a abusar del tópico (es que, simplemente, NO SE PUEDE ir a entrevistar a Anthony Hopkins y empezar el texto con estas dos palabras: “¿me morderá?”. Pues lo hizo, para El País Semanal), y conozco a alguna gente entrevistada por él que se ha cogido justificados cabreos al ver el texto publicado. Pero aquí, creo, está en su punto justo, y escribe con concisión, acierto y mucho sentido del humor. Completa el librillo –porque de un librillo se trata, como todos los de esta colección- un índice onomástico.


Un retazo más de Marilyn. Pero con colores muy vivos.

martes, septiembre 23, 2008

¡Ñam!

Mis años como periodista más o menos científico me han hecho muy refractario hacia todas las pseudociencias con las que gente como Friker se están asegurando la vejez. Pero hago una pequeña excepción con la criptozoología, ya saben, esa disciplina que consiste en buscar en cualquier rincón del mundo especies en teoría extinguidas: el Yeti, el monstruo del Lago Ness, actores españoles que se duchen cada día, ese tipo de cosas. ¿Por qué? Por su componente romántico/ecológico. Para colar la bola de que en determinada zona vive, un suponer, un diplodocus, es necesario que esa zona sea a) enorme y b) razonablemente virgen. Así que los lugares susceptibles de albergar a estos bichos sirven también como señales de partes de nuestro planeta que se siguen librando de la destructora mano del hombre, que se dice.

Y luego están las pelis de monstruos, que esas me gustan mucho. Así que el domingo pasado, cuando vi que en Cuatro estaban echando una cosa llamada Pánico en el lago, me quedé un ratito a verla. El lago era, faltaría más, el Lago Ness, pero la versión de Nessie que nos ofrecían se salía un poco de la habitual.

Quizá por esta visión conservacionista de la que hablábamos antes, las películas más recientes sobre Nessie y sus colegas tienden a presentarlo como un pobrecito animal amenazado por la acción depredadora del hombre; es una visión muy similar a la de la segunda y tercera entregas de Parque Jurásico. Pero en seguida me di cuenta de que, en este caso, las cosas cambiaban un poco. El monstruo de este teleflim es una bestia parda que se come a la gente a puñaos, como se puede ver en este gráfico:


Y además, cuenta con unas cuantas crías igual de sanguinarias en lo que podríamos llamar una clara manifestación del síndrome del velociraptor, según el cual muchos dinos pequeños dan más miedo que uno grande. Y los efectos especiales, aunque algo cutrecillos, se sobran para mostrarnos los sanguinarios banquetes de la mamá y sus ninios.

Pero nos falta conocer al prota. Este, como cabría esperar, es criptozoólogo, pero también es algo rarillo: va con barba de tres días, gasta sombrero de cowboy, fuma puritos y en el móvil tiene la música de El bueno, el feo y el malo... Vale, esto último me lo he inventado. El caso es que su principal arma de trabajo es una matraca de calibre 300 o así, porque resulta que Nessie se comió a sus padres cuando era pequeño, así que ahora le busca para vengarse, con lo que se convierte en posiblemente el único científico que quiere probar la existencia de una especie extinguida… ¡Para terminar de extinguirla él!

Si todo esto ya era de lo más barbitúrico, además había que añadir las innovaciones paleontológicas, como considerar que los plesiosaurios –pues eso es lo que es el Nessie de esta peli- se comían a la gente (difícil, porque vivieron en periodos distintos y distantes), y que sus crías de un mes ya pesaban once arrobas. Pero el momento álgido es cuando el criptozoólogo y su ayudante planean cargarse a todas las crías a riflazo limpio, y el segundo dice: “Será como tirar a patos de feria”, a lo que el cripto contesta:

- Sí, pero no son patos de feria. ¡Son REPTILES carnívoros prehistóricos!



Uno pensaba que ya era saber común que los reptiles tienen tanto que ver con los dinosaurios como Gran Hermano con la buena educación, Fernando Alonso con la modestia, o Jesús Mariñas con el periodismo, pero parece que no hay manera. No puedo saber si la animalada es cosa del guión o de los traductores, pero la cuestión es que pensé que había mejores maneras de pasar una tarde de domingo, así que dejé en paz al cripto a sus “reptiles carnívoros prehistóricos (sic, sic y resic)”.

Tengo aquí un libro muy recomendable. Se llama Mitología de los dinosaurios, y está escrito por Jose Luis Sanz, catedrático de Paleontología en la Universidad Autónoma de Madrid. La dedicatoria dice: “Para Vince, deseando que siga disfrutando de la paleontología y los dinosaurios” y tuvo la gentileza de escribírmela hace unos meses, tras una entrevista. ¿Por qué es recomendable? Porque en apenas 200 páginas se las apaña para contarnos los orígenes de la paleontología como disciplina científica –el que quiera saber algo más puede leerse, por ejemplo, Los cazadores de dinosaurios, de Deborah Cadbury- y sus adaptaciones a la literatura y al cine, con enorme erudición y sentido del humor hacia todos los fallos científicos, que han sido muchos y muy variados, en sus apariciones en la pantalla.

Esta del Lago merece ocupar un sitio de honor. Y probablemente hace unos años, servidor se la habría tragado sin rechistar, sin que tanta animalada le hubiera echado del televisor. Bendita ignorancia.

Bueno, mañana ya hablamos de cine en serio ¿eh? Que un día tonto lo tiene cualquiera...

jueves, julio 31, 2008

¿Un mal trabajo?


Uno de mis remedios de siempre contra el abatimiento o la flojera es ponerme unas cuantas escenas de Uno, dos, tres (1961), de Billy Wilder. Te carga las pilas con más eficacia que una bañera de Red Bull. Ya lo dejó claro Wilder cuando empezó a planearla junto con su colaborador I. A. L. Diamond; se dice que en la primera página del guión se lee la frase. “Esta pieza debería tocarse molto furioso. Velocidad sugerida: 110 millas por hora en las curvas, 140 en las rectas”.

Y eso es justo lo que ocurre. Uno, dos, tres no es una película, es una montaña rusa de la que no te quieres bajar. En el caso improbable -e imperdonable- de que alguien no la haya visto, recordemos a grandes rasgos el argumento: James Cagney interpreta a C. R. MacNamara, director de la filial de Coca-Cola en el Berlín Occidental, al que su jefe de Atlanta le comunica que va a enviarle a su hija de 17 años para que se quede con él y su familia durante unas semanas. Aunque le cuesta las vacaciones, MacNamara accede, porque ve una posibilidad inmejorable de hacer méritos. El problema es cuando, un tiempo después, se entera de que la inocente chiquilla se ha estado escapando todas las noches al Berlín Oriental y se ha casado con un revolucionario. La solución es hacer que los propios comunistas arresten al novio acusándole de traidor, y santas pascuas. Lo malo es que, una vez conseguido esto, MacNamara se entera de que a) la hija de su jefe está embarazada y b) su jefe llegará dentro de 24 horas a Berlín en una visita sorpresa. Por tanto, tiene 24 horas para sacar al novio de la cárcel, traerlo a Berlín Occidental y convertirle en un capitalista -aristócrata, además- que resulte presentable a sus futuros suegros.

Bueno, a medida que escribía este resumen, se me han ido agolpando en la memoria las docenas de chistes, golpes y situaciones inesperadas que tiene la película; Wilder, como de costumbre, no se corta y reparte a lo Bud Spencer, a izquierda y derecha, arriba y abajo, a americanos, soviéticos y alemanes; esa visita de la delegación rusa (“Tome un sigarrrro; son cubanos. Nosotrrros les damos cohetes, y ellos sigarrrros puros”. “¡Cof! Oigan, les han engañado. ¡Este cigarro es de la peor calidad!” “No preocuparrrr. Nuestros cohetes también peorrrr calidad”), esos empleados de la fábrica, que se levantan como un solo hombre cuando pasa MacNamara; ese retrato que hace del presidente de la Coca-Cola, y de la propia Atlanta (“Eso es Siberia con discriminación racial”), y, por supuesto, esos últimos cuarenta minutos, donde James Cagney demuestra que ningún otro actor hubiera podido interpretar el papel del brillante, sinvergüenza, cínico, tramposo y encantador C. R. MacNamara, a medida que se mueve sin parar de un escenario a otro disparando el diálogo como las balas de la tommy gun en sus antiguas películas de gángsters.

El caso es que estos días me estoy leyendo una biografía de Cagney escrita por su amigo John McCabe. Esto de las biografías escritas por amiguetes es mejor evitarlo -no lo sabía cuando la compré- porque invariablemente se pondrán de su parte en cualquier episodio comprometido. Cuando leí Cagney by Cagney, la autobiografía del actor, ya sabía que no lo había pasado nada bien en el rodaje: no se entendía con Wilder, a quien consideraba un tirano (le hizo repetir más de treinta veces una escena porque no conseguía decir completa la frase “¿dónde está la chaqueta de mañana y el pantalón a rayas?”) y se entendía peor con Horst Bucholtz, a quien consideraba un chupa planos de la peor especie; “Después de más de treinta años en este negocio llevándome bien con todos los actores, en la última película que hice me tuve que encontrar con este tío”, vino a decir.

Pero lo que no sabía era que Cagney no tenía buena opinión ni de la película, ni de su trabajo en la misma. Lo único que admite es que “lo hice lo mejor que pude”, pero considera que Wilder le dirigió en un ritmo “completamente equivocado”. Eso sí que me ha dejado clavado, porque aunque parte de la crítica se lanzó a la yugular de Uno, dos, tres cuando se estrenó (incluída la para mí inaguantable Pauline Kael), con el tiempo ha quedado registrada como una de las mejores comedias jamás hechas, y el trabajo de Caney y de Wilder solo ha merecido elogios.

Claro que Cagney nunca quiso ver la película. Habitualmente, no solía verse en la pantalla, pero en este caso tenía un motivo adicional: no volver a verle la cara a Horst Bucholtz.

domingo, mayo 11, 2008

Gustos e influencias

Esta mañana he tenido ocasión de encontrarme en la prensa con uno de los tópicos más habituales sobre Woody Allen: el que señala a Groucho Marx como una de sus principales influencias. El párrafo habla de cómo en sus primeras películas Allen recogió “el testigo de la locuacidad verbal de Groucho Marx y los ecos del slapstick de los mejores cómicos del mudo”. Lo segundo es posible, porque El dormilón (1973) o La última noche de Boris Grushenko (1974) tienen algunos gags visuales inolvidables. Lo primero, lo siento, pero de eso, nada.

El problema es que muchas veces se confunden los gustos de un artista y sus influencias, y unos y otras no tienen necesariamente que coincidir. Ayer por la noche emitieron en TVE1 una excelente entrevista con los miembros de Martes y Trece (los tres), y en ella reconocieron que entre los cómicos que más admiraban -y querían, porque les ayudaron en sus comienzos- estaban Tip y Coll. Pero negaron rotundamente que hubiera ninguna similitud entre el humor de Tip y Coll y el de Martes y Trece. Lo suyo iba por otro camino. Pues con Groucho y Woody pasa lo mismo. Sí, ambos eran judíos (no sé muy bien qué importancia puede tener eso, pero como todo el mundo lo dice…), se conocían y se admiraban mutuamente. Pero ¿Influencia? Por favor, sus personajes no podrían ser más distintos. El Woody Allen de las películas cómicas es un sujeto insignificante, amedrentado, cobarde. Groucho, no. Groucho es un triunfador, alguien que no se deja avasallar, sino que avasalla él, pasando como un ciclón sobre convenciones, instituciones, poderosos. Nada le detiene, mientras que Allen intenta siempre buscar alguna piedra debajo de la cual pueda esconderse.

Lo cual tiene también gracia, desde luego, pero no el mismo tipo de gracia. La verdadera influencia de Woody Allen es otro cómico, que ha permanecido ignorado por todos los enteraos durante mucho tiempo, pero que queda clara en el excelente libro sobre Allen que ha publicado Jorge Fonte en Cátedra: Bob Hope. De Bob Hope hoy en día no se acuerda nadie. Su humor era mucho más simplón que el de Allen, no dirigió películas, sus chistes se los escribían otros, era republicano, apoyaba al ejército norteamericano allí donde estuviese… características todas que, según muchos baremos de hoy, le convertirían en un un tipo poco popular. Pero cuando Allen le vio en el cine, según declaró a su biógrafo Eric Lax “Desde aquel mismo momento supe que era exactamente lo que quería hacer en la vida. Su personaje era fatuo, mujeriego, cobarde entre los cobardes, pero siempre brillante”. Y hay más: “En sus películas antiguas, hay momentos en que pienso que es lo mejor que he visto nunca. A veces me cuesta mucho no imitarlo. Resulta difícil darse cuenta cuando lo hago porque soy muy distinto a él físicamente y en el tono de voz, pero cuando sabes que lo hago, es absolutamente inconfundible”.

Así que, a la hora de hablar de Woody, démosle a Groucho lo que es de Groucho y a Hope lo que es de Hope… Por cierto, puede que este cómico, nacido en Inglaterra pero más yanqui que la Estatua de la Libertad y los fritous de maiz juntos, no influyera sólo en sus colegas americanos. En una de sus películas (no recuerdo cuál) cuenta cómo en sus años en el ejército se vio envuelto en una situación desesperada. “¡Tres contra quinientos! ¡Fueron horas de batalla feroz, pensamos que no íbamos a salir vivos de allí! ¡Tres contra quinientos!”. “¿Y vencieron”? “¡Sí! Pero no sabe el trabajo que nos dieron aquellos tres”. Bueno, pues ahora recordemos ese chiste que contaba Miguel Gila tan a menudo: “El otro día voy por la calle y veo que hay cuatro tíos pegando a otro… y me meto. ¡Qué paliza le dimos entre los cinco!”. ¿Casualidad o influencia trasatlántica?

domingo, abril 06, 2008

"Un fascista menos..."

Lo malo de haberme pasado un par de semanas sin actualizar el blog (viajes y otras cosillas, ya les dije) es que a la vuelta se encuentra uno con un montón de temas pendientes, aunque las entradas aquí no estén necesariamente guiadas por la actualidad. Pero es que me acabo de enterar de la muerte de Charlton Heston y tenía ganas de lanzarme al ordenador para contarles un par de cosas sobre él, así, rápido, mientras las cosas estén aun calentitas, para ver qué tal funciono como adivino de por dónde van a ir los tiros de muchos de mis queridos colegas.

Pero he llegado tarde, claro. Es lo que tiene Internet, que las reacciones a una noticia se producen a una velocidad de vértigo. No es por tirar piedras contra mi propio tejado, pero en la página web de un diario donde colaboro habitualmente, muy progre él, los lectores no han tardado comentar la noticia de la muerte de Heston con opiniones del jaez de: “un facha menos. Seguro que ha ido a hacerle sitio a Bush en el infierno”.

No, si ya lo veía yo venir. La cantidad de burricie que hay en este bendito país nuestro, donde estamos siempre tirándonos las ideologías a la cara, hacía presagiar que ese presunto fascismo del intérprete de Ben Hur iba a prevalecer para muchos sobre su carrera cinematográfica. Encerronas como la que le preparó el sinvergüenza de Michael Moore en Bowling for Columbine, acaban más fijas en la memoria colectiva que otros episodios de su vida, como cuando hizo valer su peso de estrella en los estudios para que no despidieran a Orson Welles o Sam Peckimpah, de los rodajes, respectivamente, de Sed de mal o Mayor Dundee, un detalle que pocos le suelen reconocer… entre otras cosas, por falta de información. ¿A quién le importa eso?

Pero hay algo más. Heston no sólo fue un excelente actor, sino un prolífico escritor que llevó durante años un diario pormenorizado de sus andanzas por el mundo, de rodaje en rodaje. Una selección de esos diarios, de 1956 a 1976, fue publicada por Penguin en 1976. Yo, con perdón, soy el feliz poseedor de un ejemplar, encontrado en esas estupendas librerías de viejo londinenses que hay un poco más arriba de Leicester Square, y son veinte años de apuntes concisos y a un tiempo minuciosos, con buen estilo y un notable sentido del humor.

Pero hay otro libro de Heston que es especialmente significativo: sus memorias, publicadas en España por Ediciones B, y escritas por él de su puño y letra, sin la ayuda de esos negros a que tan aficionadas son las estrellonas. Y en esas memorias, en la página 575 concretamente, nos encontramos con un párrafo muy significativo dedicado a Vanessa Redgrave, actriz que, al igual que Heston, es tan conocida por su talento como por sus ideas políticas… en este caso, casi a la izquierda de la izquierda. Bueno, pues tras haber trabajado con ella en el teatro, Heston no tiene inconveniente en calificarla en el libro como “la mejor actriz de nuestro tiempo”. Pero hay más. Cito:

“En cuestiones políticas, Vanessa y yo no podríamos estar más alejados. Yo soy conservador; las ideas radicales de Vanessa hacen que Jane Fonda se parezca a Herbert Hoover. Creo que nunca he perdido la ocasión de interpretar un papel por mis ideas políticas; Vanessa está en la lista negra debido a sus convicciones antisionistas. El mundillo del cine y del teatro deberían estar avergonzados por ello”.

Yo no sé qué pensarán ustedes, y este blog está, como siempre, abierto a todas las opiniones. Pero si quieren que les diga lo que pienso, si este párrafo lo ha escrito un facha, entonces yo soy un clon de Jiménez Losantos y me voy ahora mismo camino de Orihuela del Tremedal.

jueves, marzo 20, 2008

90 órbitas alrededor del Sol

Es curioso, pero de los llamados tres grandes de la ciencia-ficción -los otros dos son Asimov y Bradbury-, Arthur C. Clarke ha sido sin duda el menos adaptado al cine. De hecho, su contribución se recuerda sobre todo por 2001, una odisea del espacio, una sola película que, eso sí, está sin duda entre las mejores de la historia del séptimo arte. No les oculto que es uno de mis títulos favoritos, y que he perdido la cuenta de las veces que la he visto. Primero en los cines de sesión continua, y ahora, cada cierto tiempo -suele ser una vez al año- en el DVD. Y no me miren con esa cara, que las pasiones no tienen por qué explicarse. ¿O preferirían que me tragara con esa frecuencia las películas de Steven Seagal?

Pero claro, ni siquiera 2001 puede considerarse una traslación fiel de la obra de Clarke. Es bien sabido que está basada en un relato corto -El centinela- , del cual solo se extrajeron las escenas que transcurren en la Luna, y no todas. El argumento fue desarrollado a medias entre Stanley Kubrick y el propio Clarke, que posteriormente lo publicaría en forma de novela. Posteriormente, porque Kubrick no quiso que el libro apareciera antes que la película, y personalmente, creo que hizo bien. La mente racional, y con una profunda formación científica, de Clarke, se empeña en aclararlo todo e intenta ofrecer una explicación a cada uno de los sucesos de la cinta. Con lo cual la fascinación del argumento, y sus múltiples interpretaciones, bajan muchos enteros.

Sobre 2001 se ha dicho y escrito mucho, y no creo que yo sea capaz de añadir nada nuevo; la historia y el famoso monolito, han dado pie a elucubraciones de todo tipo, algunas con más fundamento que otras. Un amigo muy cinéfilo me comentó que cómo era posible que el franquismo hubiera dejado estrenarse en España una película tan atea, apuntándose así a la interpretación de que la humanidad había evolucionado por influencia extraterrestre (probablemente, porque los censores no se enteraron de nada)… y otro me comentó que estaba clarísimo que el monolito era en realidad una gigantesca tableta de costo, y que al verla los monos se ponían a aullar y a pegar botes como locos… porque no tenían papel.

Bueno. En todo caso, sus anécdotas son bien conocidas: que Kubrick intentó suscribir un seguro con Lloyd’s de Londres para cubrir la eventualidad de que se contactara con una civilización extraterrestre antes del estreno de la película; que si se sustituye cada letra del ordenador HAL por la que le sigue en el alfabeto se obtiene IBM, algo que Clarke siempre atribuyó a la casualidad; y que no se pronuncia una sola frase en los primeros 25 minutos de película…

No sigo, que les aburro, pero si querría hacerles una recomendación, más literaria que cinematográfica: Alianza publicó hace años en su colección El libro de bolsillo, los Cuentos de la Taberna del Ciervo Blanco (1957), uno de los títulos más apreciados por los clarkófilos (¿a que mola el palabro?). Imaginación, sentido del humor y conocimiento científico por arrobas. Una delicia no demasiado conocida que ningún amante de la literatura debería perderse.

¡Y qué hermosa fue la frase que pronunció por su noventa cumpleaños! “Llevo 90 órbitas alrededor del Sol”. Tras recordarnos así que todos estamos en un perpetuo viaje, se ha ido para pasar a la siguiente etapa del suyo.

lunes, marzo 10, 2008

Simpson el moderado

Los chicos de Vicisitud y sordidez tienen un blog de lo más recomendable. Yo lo tengo colocado aquí en la sección de links -favor que, por cierto, ejem, ellos no me han correspondido- y entro en él muy a menudo, a ver cuál es la última sordidez que se les ha ocurrido. No sólo escriben de cine, claro, pero cuando lo hacen, siempre vale la pena. Recuerdo sobre todo su serie de tres artículos El ataque de los clones de combate, donde repasaban todas las cutrecopias de superproducciones americanas con las que en los años 80 nos asediaban en los videoclubes y en los cines de segunda división. Un museo de los horrores del cual (creo) se ha librado la generación del DVD.

Ahora anuncian para un futuro no determinado un artículo sobre las películas de Don Simpson y Jerry Bruckheimer. Estoy deseando leerlo, pero ya les he avisado de que la cosa les quedará un poco coja si no incluyen la biografía de Simpson High Concept escrita por Charles Fleming (no hará falta que les diga quién tiene una copia ¿verdad? Y no se la presto ni a mi padre...), uno de los libros más sorprendentes y excesivos escritos sobre el Hollywood moderno. La biografía de Simpson (en la foto, el de la derecha) es una montaña rusa de alcohol, drogas, putas, sadomasoquismo, liftings y estiramientos estéticos no limitados precisamente al rostro, todo ello mientras junto con su colega Bruckheimer iban pariendo hitos del cine como Superdetective en Hollywood (1984), Top Gun (1986) Días de trueno (1990), Dos policías rebeldes (1995), o La Roca (1996).

Simspon murió en 1996, por lo que se definió como “causas naturales”. Hombre, claro. Porque cuando uno se pasa la vida metiéndose coca, pastillas y alcohol en plan libro Guiness de los Records, lo natural es que no dure mucho. Parafraseando a Jardiel Poncela, podríamos decir que Simpson se murió de “toditis”, o sea, de todo junto, de que llegó un momento en que su cuerpo le dijo hasta aquí hemos llegado, pedazo de animal. Eso sí, los que pensaban que Simpson era el rey del exceso en Hollywood (refiriéndose en esta ocasión a sus películas), quedarían decepcionados al ver que la otra mitad del dúo, el tranquilo Bruckheimer, siguió forrándose con aberraciones como Con Air (1997), Armagedón (1998) o Pearl Harbor (2000), y dando en la diana también en la tele cuando se convirtió en productor ejecutivo de una nueva serie llamada CSI

Volviendo a Simpson, ya les digo que el libro es una mina de historias. Mi favorita es cuando le colocan a un médico para que viva con él en su mansión y controle su abuso de drogas… y el médico acaba enganchado él mismo, y muerto de sobredosis. Otra que no está mal es esta que les cuento ahora, ocurrida en 1981, cuando Simpson fue nombrado presidente de Paramount Productions y un periodista de The Hollywood Reporter fue a entrevistarlo a su oficina. Tras esperar media hora, le hicieron pasar al despacho, y Simpson apareció por otra puerta. Antes de decir nada, le preguntó al plumilla:

- ¿Qué hora es? - El periodista le dijo que eran las cuatro de la tarde.

- ¿Pues sabe lo que me gusta hacer a esta hora? Tomarme un buen copazo, meterme unas rayas y abusar de algún guionista. Siéntese.

Dicho y hecho, Simpson se sirvió un copazo de Macallan formato Dean Martin, se cortó seis rayitas de coca metiéndoselas con la eficacia de una Dyson, y agarró el teléfono. Durante los siguientes veinte minutos, el periodista contempló como entre lingotazo y lingotazo de whisky le echaba la bronca del siglo a un guionista cuyo nombre nunca llegó a averiguar: “Gilipollas, eres el hijo de puta con menos talento de todo Hollywood”. “No tienes talento, montón de mierda… Todo el mundo sabe que no tienes futuro aquí”. Cuando tuvo bastante, colgó el teléfono y se volvió hacia él: “Cuando quiera, podemos hablar de mis películas”.

Sospecho que el suyo fue uno de esos funerales donde hay más alivio que dolor genuino. Uno de esos, como dijo Billy Wilder, que se llenan de gente porque el público siempre acude a ver las cosas que quiere ver.

martes, enero 08, 2008

La verdad sobre Harry

Tenía unas cuantas cosas pendientes que ir metiendo en este blog los primeros días de enero, cuando me he enterado de la muerte de George MacDonald Fraser. Maldición. La verdad es que me lo veía venir, porque el hombre estaba ya muy mayor, pero no por esperada la noticia afecta menos. Se sabe que en el entierro de Ernst Lubitsch, alguien le comentó a su discípulo y amigo Billy Wilder: “Se acabó Lubitsch”, a lo que este contestó al vuelo: “Peor. Se acabaron las películas de Lubitsch”. Bueno, pues hoy me toca a mi decir: no sólo se acabó George MacDonald Fraser: también se acabó Harry Flashman.

Esta entrada, si quieren, es más literaria que cinematográfica, pero quienes hayan disfrutado como yo de la saga de Flashman reconocerán que no es para menos; para los profanos, indicaremos que las novelas de la serie -publicada en España por Edhasa- recorren la vida de Harry Flashman, hombre de acción, genio militar, caballero sin tacha y uno de los pilares del heroismo militar británico de finales del siglo XIX. Por lo menos, en la versión oficial. Porque en sus diarios, escritos en los últimos días de su larga vida, Sir Harry no tiene el menor empacho en retratarse como el mayor cobarde, traidor, pelotillero, golfo, borracho y oportunista que haya pasado por los ejércitos de su Graciosa Majestad. No existe episodio militar de su época en el que no haya estado envuelto -desde la Carga de la Brigada Ligera al tráfico de esclavos, pasando por la Guerra Civil americana, la guerra del Opio y la masacre de Little Big Horn-, y en el que no se las haya arreglado para portarse como una verdadera rata y salir con vida atribuyéndose las hazañas de otros. Una joyita, vaya. Y precisamente por eso, un personaje irresistible que ha atraído millones de lectores en todo el mundo, entre ellos este bloguero de ustedes.

Si las novelas son más que recomendables, ello no se debe solo a la calidad (enorme) de Fraser como escritor, sino a su habilidad para recorrer algunos de los episodios históricos más relevantes de la época, y a meter en la trama personajes reales, desde Otto Von Bismarck a Jack London, pasando por el general Custer o la princesa Ravolanova de Madagascar. Por si fuera poco, cada novela incluye apéndices con abundante bibliografía sobre los hechos y personajes que en ella aparecen, lo que permite al lector curioso ampliar horizontes. Y luego, por supuesto, está la prosa, más británica que Winston Churchill y David Niven juntos. Los que sepan ingles no pueden bajo ningún concepto perderse estas novelas en versión original.

Claro que, cuando hablamos de cine… la verdad es que Fraser fue también guionista, si bien contribuyó a pocas películas memorables, aunque adaptó Los tres mosqueteros en al menos tres ocasiones; se recuerda más su guión para Octopussy (1983), quizá el Bond más aburrido de toda la etapa de Roger Moore. Pero peor suerte tuvo su personaje: Flashman fue llevado a la pantalla en 1975, en una cinta dirigida sin demasiada puntería por el casi siempre interesante Richard Lester (amigo de Fraser) que se estrenó en España con el horrendo título de El cobarde heroico.

La cosa no funcionó y, si quieren mi opinión, por varios motivos: primero, cogieron la novela más floja de toda la serie de Flashman, Royal Flash, que no es sino una adaptación bastante personal de El prisionero de Zenda. Y luego, eligieron como protagonista a Malcolm McDowell, actor bastante horrible y completamente inadecuado para interpretar a Flashman que, recordemos, es capaz de engañar hasta a su madre con su porte de héroe militar.

Hubo un intento, y no más. Quizá la muerte de Fraser anime a alguna productora a hacer otro intento con Flashman. Desde luego, se lo merece. Mientras tanto, hoy no les voy a decir que se vayan a ver ninguna película: corran más bien a una librería y prepárense para morirse de risa.

jueves, diciembre 13, 2007

El (otro) show de Truman

Por fin conseguí ver Historia de un crimen. Este título, no demasiado imaginativo, es el que le han puesto en España a Infamous, la segunda película sobre Truman Capote rodada el año pasado, y estrenada unos meses después de la más conocida Capote. Las dos cintas tratan, más o menos, sobre lo mismo: la redacción de A sangre fría, y las consecuencias que tuvo sobre el escritor su implicación profesional y personal en la historia. Su destino ha sido bastante diferente: Capote la ha visto mucha gente, y ha supuesto el Oscar al Mejor Actor para Philip Seymour Hoffman. Historia de un crimen ha pasado casi desapercibida, y eso que tiene un reparto mucho más conocido: Sigourney Weaver, Jeff Daniels, Daniel Craig, Gwyneth Paltrow y una Sandra Bullock que, no se lo van a creer, pero está estupenda. En cuanto al papel de Capote, está interpretado por el actor inglés Toby Jones, y después de verle sólo puedo concluir que Hoffman le ha robado el Oscar. Como suena. Que conste que Hoffman está muy bien, pero el trabajo de Jones va mucho más allá, sobre todo a la hora de representar al Truman locaza, cotilla y estridente, pero al mismo tiempo encantador y seguro de sí mismo que en la otra película apenas se avista, con una imagen mucho más contenida.

Cuando Hollywood se pone a filmar dos versiones de la misma historia, cosa que ha ocurrido ya varias veces -es tan fácil que no voy a poner ni ejemplos; trabajen ustedes un poco-, las comparaciones son odiosas. En este caso, para mí la mejor sería una combinación de ambas películas. Pero hay un actor que me chirría en Historia… Daniel Craig. El último 007 interpreta a Perry Smith, uno de los dos asesinos, el que trabó mas amistad con Capote y, a juzgar por el retrato que de él nos hace en A sangre fría, el que se dejó llevar por su compañero Dick Hickock para cometer los asesinatos. Aquí está el problema. Daniel Craig es buen actor, de eso no cabe duda. Pero también es una mala bestia, con una mirada que da escalofríos. Y cuesta mucho creer que su Perry Smith se vaya a dejar manipular por nadie; ni por Hickock ni por Capote.

De los tres actores que han interpretado a Smith, el mejor sigue siendo, sin duda, Robert Blake, que le dio rostro en la adaptación cinematográfica de A sangre fría. Fue una elección personal del director Richard Brooks, que incluso encontró un cierto parecido físico entre actor y personaje. Y, ya saben, la vida imita al arte: en 2001, el propio Blake fue acusado de asesinar a su mujer, en una especie de secuela del caso O. J. Simpson. Al igual que Simpson, consiguió evitar la cárcel (o algo peor, que esto es Estados Unidos…), pero los costes del juicio le arruinaron, y no ha vuelto a saberse gran cosa de él. Algunos lo habrían considerado justicia poética, pero hubiera sido excesivo que el actor muriera de la misma manera que su personaje de años atrás...

Por cierto, una pregunta sobre la foto de esta entrada. ¿Cuál de los dos Capote creen que es, Hoffman o Jones?

domingo, noviembre 11, 2007

De clásicos con los "populares"

Mis noches de fin de semana son cada vez más raras últimamente. La del último sábado la pasé en la COPE, donde fui como invitado al programa La luna de COPE por razones que no tienen nada que ver con este blog, y por tanto se las ahorro. Pero es cierto que, si el mundo es un pañuelo, las tertulias de la radio lo son más todavía, y a mí me tocó sentarme al lado de un chaval con marcado acento de Cádiz que había escrito un libro sobre cine. Me lo presentaron como Jose Manuel, pero en cuanto vi su nombre completo me sonó la campanilla: Jose Manuel Serrano Cueto, que dio la casualidad de que apareció en este blog de guest star con motivo de la publicación de su exhaustivo libro Horrormanía. Enciclopedia del cine de terror. Me presenté, le hablé de mi blog (sorpresa; lo conocía) y luego, como hubiera dicho Umbral, pues pasamos a hablar de su libro.

Lo de este chico es grave, la verdad. Además de hacerse este tocho imprescindible para los amantes del cine de escalofrío y tentetieso, ahora reincide con otro volumen, pero mucho más específico: De monstruos y hombres. Los reyes de la Universal (Editorial T & B, Madrid, 2007), dedicado a los grandes nombres clásicos sin los cuales el cine de terror no sería lo que es hoy. Boris Karloff, Bela Lugosi, Lon Chaney jr., desde luego, pero también Colin Clive, John Carradine, Elsa lanchester... y, espero, (no tuve tiempo de ver si salía o no, pero seguro que no se le ha pasado) Jack Pierce, el jefe de maquillaje del estudio, responsable de aquellas creaciones que ponían los pelillos de punta a los espectadores de los años 30.

De lo que no estoy tan seguro es de que sigan teniendo tanto efecto en los espectadores de hoy. Pero, paradójicamente, eso fue, según me contó, lo que le llevó a escribir el libro: la necesidad de que la gente joven conozca los clásicos. “Porque hay mucha gente que me dice que les encanta el cine de terror”, me contaba. “Pero lo más antiguo que conoce es La noche de los muertos vivientes”.

Se podrá argüir que estas películas se han quedado más viejas que un chiste de calendario, y que, teniendo en cuenta todo lo que ha avanzado el genero, más que miedo dan risa basilisa. Pero también lo es que la necesidad de conocer los clásicos es básica en cualquier género artístico -y el cine, muchas veces, lo es- por el que se sienta un mínimo interés. Además de que ese envejecimiento de las pelis, a poco que se rasque, es bastante relativo: ¿Se ha superado hoy la sensibilidad y la poesía de La novia de Frankenstein? ¿Y cuántas películas hay más estremecedoras que La parada de los monstruos?

A la hora de admirar el cine actual, no se deberían despreciar los cimientos en los cuales se basa. Este libro puede ser una buena manera de empezar, aunque, desde luego, nada como ver las películas originales. Que si no, acaba pasando lo que le sucedió a Peter Bodganovich cuando estaba dirigiendo una película y le indicó a un joven actor que repitiera una toma “con más clase, más soltura… como Cary Grant”. La respuesta del actor fue, desde luego, estremedora: “¿Como quién?”