
Este fin de semana se han prodigado las noticias y los aniversarios, y vamos a ver si hay tiempo y ganas para ir tratándolos en el blog en los próximos días. De entrada, tenemos lo de
Star Wars. O, como la llamamos los de mi quinta,
La guerra de las galaxias. Se cumple el treinta aniversario de su estreno, pero, yo no sé por qué extraña metamorfosis, la celebración de ese aniversario se ha transmutado en el
Día del Orgullo Friki. O sea, en cines y convenciones repletos de tontolabas con la cara pintada y espadas láser de fabricación casera (por lo general, mangos de escoba cubiertos de pintura fluorescente). Y uno que recuerda que en sus tiempos “Friqui” no era más que una tienda de listas de boda superpija que había en lel barrio de Salamanca…
Uno también recuerda más cosas. Sobre
La guerra de las galaxias hay tanto escrito y filmado, se han recopilado tantos miles de anécdotas sobre el rodaje, los protagonistas, la repercusión mediática, el fenómeno
Star Wars, que intentar meter aquí algún dato original oscilaría entre lo pretencioso y lo ridículo. Prefiero hablar de las circunstancias en las que la vi. En cómo eran las cosas entonces. Creo que fueron cuatro meses, cuatro, los que tuve que esperar hasta que fui lo bastante afortunado como para encontrar una sesión donde hubiera entradas; si hoy tuviera que esperar cuatro meses después del estreno de cualquier película… podría ir directamente a comprar el DVD.
Por aquel entonces, se daba una paradoja curiosa: las películas buenas se estrenaban en muy pocos cines. En tres o cuatro, como mucho, y cuando empezaba a escasear el público en las capitales, comenzaban su gira por provincias. Una película que se estrenaba en seis o siete cines de Madrid era, por definición, un churro; una de calidad no solía pasar de las tres salas. Como aún no existía un mercado del vídeo y en televisión no se pasaban hasta dentro de muchos años (nunca menos de cinco), no había prisa por retirar los grandes estrenos de las pantallas. Y qué pantallas, señores. Hubieran hecho falta los ojos de un camaleón para abarcar la del Real Cinema, en la madrileña Plaza de la Ópera, que fue donde entré en el universo
Star Wars. Desde luego, el mejor sitio para dejarse apabullar por ese crucero imperial que surgía desde la esquina superior derecha de la pantalla y parecía estar saliendo toda una eternidad.
A ese respecto, sí que recuerdo una anécdota, que es una de mis favoritas. Tiene que ver con los días previos al estreno, cuando
George Lucas y su entonces esposa, Marcia, estaban aún trabajando en el montaje final. Marcia Lucas era montadora, y por todo lo que se comenta, una gran conocedora de su oficio, y a ella se debe una frase lapidaria que pronuncio justo antes de un pase previo, uno de esos preestrenos que se hacen en Estados Unidos para juzgar la reacción del público y ver si es necesario cambiar alguna cosa:
- Si el público no aplaude cuando el
Halcón Milenario aparece al final para salvar a Luke, no tenemos película.
Según cuenta John Baxter, biógrafo de Lucas, en aquel pase previo los aplausos comenzaron mucho antes. En la batalla espacial del principio; cuando el
Halcón Milenario entra en el hiperespacio por primera vez; en la lucha con los cazas imperiales; y cuando al final el
Halcón reaparece por sorpresa para participar en la batalla final, la gente, más que aplaudir, saltaba de sus asientos, tiraba al techo las gorras de béisbol (yanquis, ya saben…), aullaba, aplaudía y parecía que iba a echar el cine abajo. Tenían película.
Yo tenía trece años entonces. Y sin tanto aullido y tanto salto como describe Baxter, recuerdo exactamente cómo el Real Cinema también se vino abajo. ¿Son los años que han pasado, es lo que uno ha envejecido, o es que las películas ya no nos emocionan como entonces? ¿Cuándo vieron ustedes su primera
Guerra de las Galaxias?