martes, octubre 30, 2007

¡Copiooooooones!

Entre los títulos que tengo seleccionados para ese libro que nunca escribiré, titulado Las 50 peores películas del cine español, ocupa un lugar preferencial El regreso de Al Capone, dirigida (es un decir) por Jose María Zabalza, y protagonizada por un Jesús Puente involuntariamente descacharrante. Hace muchos años la pasaron por televisión, y de puro cutre que era se me saltaban las lágrimas… de risa. Imagínense un intento de representar el cine de gángsters norteamericano con actores (y presupuesto) español. El momento más surrealista era cuando Puentone decide que bueno, bueno, bueno, pues nos vamos a retirar al chalet de Miami, que ya me he cargado a mucha gente… ¡Y aparece en bañador en una piscina rodeada de rocas de granito del tamaño de una casa! Si Madrid no es el Chicago de los años 30, pretender que Torrelodones sea Miami entra ya en el terreno de lo lisérgico. Si la vuelven a echar, no se la pierdan: les garantizo 84 minutos de risas y vergüenza ajena.

¿Y a qué viene esto? Pues a que me acordé de esta peli el pasado domingo, cuando eché un vistazo al suplemento dominical de El País. Dejen que les explique: desde hace unos diez años, la revista norteamericana Vanity Fair publica un número anual dedicado al cine. En ese número destaca por méritos propios una galería fotográfica con las principales estrellas del momento, retratadas por la cámara de Annie Leibovitz y gente de parecido caché. Suelen ser espectaculares, y sólo por ellas vale la pena coleccionar los números. Pues bien, en el especial de este año, debieron pensar que sólo con la galería se quedaban cortos, y se montaron toda una película de cine negro con argumento propio (arriba tienen el cartel) y dieciséis fotos de caerse de espaldas, aparte de por su calidad por el elenco de estrellas que participaron en ellas: Bruce Willis, Alec Baldwin, Tobey Maguire, Robert de Niro, Angelica Huston, Sharon Stone, Pedro Almodóvar, Penélope Cruz, Forrest Whitaker, Sylvester Stallone, Judi Dench, Jack Nicholson… si quieren, sigo. El reportaje, por cierto, ha sido publicado en España por el suplemento dominical de La Vanguardia, y no quiero ni pensar lo que habrán debido de pagar por él.

Pues bueno, los chicos de El País Semanal decidieron hacer algo parecido, pero a la española. En la portada, junto a una foto Arturo Valls y Natalia Verbeke ataviados (más o menos) como en una película americana de los 50, se leía: “25 actores ruedan una serie de amor y suspense en exclusiva para este número”. la apertura del reportaje incidía en lo mismo: “un espectáculo con veinticinco grandes actores nunca visto antes en España”.

Nunca visto por quienes no se hayan comprado Vanity Fair o La Vanguardia, se entiende. Porque lo que han hecho en EPS es "inspirarse" en la idea de la revista de Conde Nast. Así, en lugar de las estrellonas que aparecían en la versión original, tenemos a Ángel de Andrés, María Adánez, José Coronado, Tito Valverde, Jose María Pou, Carmen Machí los chicos de Cámara Café y Antonio Resines. En lugar de la Leibotivz, detrás de la cámara está Pedro Walter, mucho gusto… y el resultado es tan cutre y desangelado, tan quiero y no puedo, como la película de Jesús Puente. Eso sí, mucho menos divertido.

Si quieren comparar, aquí tienen las fotos de El País Semanal.

Y aquí, el reportaje original de Vanity Fair.

lunes, octubre 29, 2007

Conclusiones de una encuesta (o El Síndrome de las Películas de Cárceles)


Bueno, pues ya se cerró la encuesta que colgué aquí hace unos días, y en primer lugar, me gustaría dar las gracias a todos los que han participado. Es la que ha tenido mayor número de votos, si bien la cantidad de participantes es aún algo baja con respecto al número de visitas. Para la próxima vez anímense más, leñe, que nadie se hernía por hacer clic con el ratón.

Bueno. Pocas dudas pueden quedar sobre el soporte preferido de ustedes los lectores para ver películas: todavía hoy, en pleno siglo XXI y con los formatos alternativos en plena invasión, no hay nada como el cine. En segundo lugar, hay prácticamente un empate entre el DVD y las descargas de Internet, que a fin de cuentas, pueden enclavarse también dentro de la categoría del DVD, ya que lo descargado se ve en la televisión de casa. Y de la televisión en abierto... mejor lo dejamos.

Si les soy sincero, esperaba más porcentaje de respuestas afirmando que se lo descargaban todo. Es una tendencia que no para, y creo que, problemas legales aparte, está afectando de forma negativa a nuestra manera de ver y apreciar el cine. Y para explicarlo tendré que exponer la famosa Teoría de Vince sobre el Síndrome de las Películas de Cárceles. Vamos allá:

Todos hemos visto muchas películas que transcurren en cárceles o campos de concentración, muchas de ellas magnificas: La gran evasión (1963), Fuga de Alcatraz (1979), Cadena perpetua (1994) y esa joya olvidada que es La evasión, dirigida en 1960 por Jacques Becker. Y todas tienen un punto en común: la escasez. Los presos se las tienen que apañar con muy poca cosa; hay quien tiene un libro, una revista porno, más cigarrillos que los demás, un paquete con comida que su mamá le ha enviado desde Oklahoma o así… y por eso, aparte del argumento principal, en estas películas se transpira una sensación de valorar hasta el límite las escasas posesiones de cada cual. Todo vale, porque hay muy poco, y cualquier nuevo hallazgo se celebra como un tesoro. Se presta atención a cosas que ningún hombre libre miraría dos veces o, si lo hiciera, sería para calificarlo como basura.

Pues bien, algo parecido nos está pasando con el cine. Antes, cuando el único soporte signo de tal nombre eran las salas, el proceso de ver películas, creo yo, se valoraba más. Había que elegir título, trasladarse a la sala, a veces ¡hacer cola!, cola que no garantizaba que hubiera entradas para la siguiente sesión. Y las películas de estreno que se le escapaban a uno se repescaban en los cines de sesión continua. A partir de ahí, entraban en el olvido y la única opción para volver a verlas -o verlas por primera vez- eran los reestrenos de verano, o nuestra querida Filmoteca.

Hoy el cine se nos sale por las orejas. No sólo es la cantidad de DVDs que se encuentran en cualquier quiosco de prensa medianamente bien provisto; es que además están las descargas. Un lector de este blog (Max) comentó el otro día que un amigo suyo tenía 70 películas en un disco duro portátil, y me quedé con ganas de contestarle: ¿Sólo 70? Hay verdaderos psicópatas en el arte de la descarga, que van llenando más y más memoria con película que se bajan, casi, por deporte. Ya las verán. Y si no las ven, no pasa nada. Da igual ocho que ochenta. Scorsese que Van Damme. John Ford que Jerry Bruckheimer. Es gratis. Y es fácil. Al final, a algunos les harían falta un par de vidas para verse todo el cine que tienen acumulado. Cuando la verdad es que, si apreciaran el cine y se molestaran en elegir los títulos, les sobraría tiempo para ampliar verdaderamente sus conocimientos sobre cine, y para valorar y apreciar lo que ven.

Es mi punto de vista, y supongo que ustedes tendrán el suyo. Déjenme terminar con un ejemplo personal: durante un viaje a Las Vegas, eché un vistazo al buffet del hotel. Había de todo. De hecho, había tanto, que se perdían los papeles intentando abarcar con la vista (ni hablemos de con el estómago) todas las posibilidades alimentarías, entre hamburguesas, salchichas, carnes al corte, marisco y una selva de ensaladas. Salí de allí y me comí un sándwich en un restaurante, sándwich que tuve la satisfacción de elegir yo mismo en el menú. Y qué quieren que les diga, con el cine me gusta hacer igual.

domingo, octubre 28, 2007

La última rata

A la respetable edad de 89 años ha muerto Joey Bishop, el último miembro superviviente del poco respetable Clan Sinatra de Las Vegas, conocido también como el Rat Pack. Queda en pie únicamente Shirley MacLaine, que es algo así como miembro honorario. Pero todos los demás - Frank Sinatra, Dean Martin, Peter Lawford, Sammy Davis jr.- pasaron hacer tiempo a peor vida, y digo a peor, porque es difícil imaginarse que allá donde haya ido esta tropa se lo estén pasando mejor que en sus años gloriosos.

La suya es una historia concentrada en unos pocos años -pongamos, más o menos, la mayor parte de la década de los 60- y ambientada en los mejores casinos de Las Vegas, animada por docenas de chicas, aromatizada con miles de cigarrillos, engrasada con propinas de cien dólares a los aparcacoches, regada con ríos de Jack Daniels y protegida por la sombra de la Mafia. Eran, sencillamente, los reyes de la ciudad, aunque no deja de ser una pena que el resultado artístico de aquellos tiempos haya quedado reducido a unas grabaciones musicales mediocres, y a algunas películas -La cuadrilla de los once (1960), Tres sargentos (1962), Cuatro tíos de Texas (1963)... - francamente olvidables.

El mayor espectáculo producido por el Rat Pack era el Rat Pack mismo, cuando subían al escenario del Sands a hacer el show de cada noche. Show que consistía, básicamente, en gansadas de todo tipo, a los que Bishop, que no era cantante sino cómico, se prestaba con entusiasmo. Era difícil, si no imposible, ver a alguno de los intérpretes completar una canción; si Sinatra comenzaba con It was a very good year, en cuanto entonaba la primera frase: “When I was seventeen…”, Martin le gritaba desde los bastidores. “… eras un plasta”. Risas. No pasaba nada. Sinatra atacaba la segunda estrofa: “When I was twenty one…”, y Martin volvía a la carga: “…seguías siendo un plasta”. Pero la gente abarrotaba la sala con tal de verles en persona.

Hay un libro en español que recoge la historia del Rat Pack (aquí lo tienen) y que tiene numerosas y magníficas fotos de una época irrepetible. Sobre el texto no puedo decirles nada porque no lo he leído, pero supongo que estará bien, porque me conozco la mayoría de las fuentes que ha utilizado el autor. Buenas opciones para los que hablen (o lean inglés) son Dino, la magnífica biografía de Dean martin escrita por Nick Tosches, o Rat Pack Confidential, de Shawn levy, que no es tan "confidential" como dice el título, pero es una buena recopilación de datos.

Sin embargo, convendría aclarar un malentendido: este no es el verdadero Rat Pack. Aunque todo el mundo lo llame así, el Rat Pack original fue creado en Hollywood unos años antes y, sí, incluía a Sinatra, pero fue fundado y dirigido por Humphrey Bogart y bautizado por Lauren Bacall, tras ver la pinta que tenían sus integrantes después de una noche de juerga (“parecéis una panda de ratas”, les dijo, y ahí empezó todo). Otros miembros eran David Niven, Judy Garland, Irving Lazar o el hostelero Mike Romanoff. Cuando Bogart murió y Sinatra montó su propio círculo de amigotes en Las Vegas, la prensa le encasquetó el nombre. Pero él nunca lo utilizaba, e incluso lo odiaba: con su habitual modestia, prefería llamar a su pandilla The summit (la cumbre).

P. D. Esta entrada tenía que haberse publicado el viernes, día de la muerte de Bishop. Pero un fin de semana bastante ajetreado me ha obligado a desatender el blog. Mañana hablamos de la encuesta, que ya está cerrada y por la que les agradezco a todos su participación.

miércoles, octubre 24, 2007

Independiente con cerebro

¡Qué bien aguanta Doce del Patíbulo! La pusieron el otro día en Telemadrid y, aunque no la ví entera, volví a tragarme una buena ración. Me la sé de memoria, y no me preocupa volver a verla cuando sea, que es una de las señas de identidad de la calidad de una cinta. A la dirección de Robert Aldrich se une un reparto duro como una roca: Lee Marvin, John Cassavetes, Charles Bronson, Donald Sutherland, Telly Savalas, Ernest Borgnine… y todo contribuye a que sus dos horas y media largas se pasen en un suspiro.

Eso sí, una cosa que nunca me ha dejado de sorprender de esta película es que es una verdadera patada en los esos mismos a la corrección política. No sólo es que el comando protagonista esté compuesto en buena parte por criminales y tarados; es que su misión consiste, sencillamente, en un asesinato en masa. Recuerden: tienen que entrar en una lujosa mansión que es como un club social para oficiales nazis y cepillarse a todos los que puedan, lo que por cierto hacen con gran eficacia encerrándolos a todos en el sótano, y luego inundándolo de gasolina y echando granadas de mano por los respiraderos. Chuck Norris al lado de estos tíos es una madre superiora.

Precisamente fue este aspecto de la película lo que no acabó de convencer a una de sus estrellas, John Cassavetes. Este cineasta es reconocido mundialmente como uno de los grandes genios del cine independiente, con obras en su haber como Maridos (1970), Una mujer bajo la influencia (1974) o, quizá la más conocida de todas, Gloria (1980) interpretada por su mujer, Gena Rowlands, y de la que luego se haría una nueva versión, más bien inaguantable, con Sharon Stone. Los directores europeos que reconocen a Cassavetes como una de sus influencias son legión, comenzando por nuestro Almodóvar.

Pero Cassavetes era un rebelde, un rebelde de los de verdad, no de los que van por ahí con vaqueros rotos y sin afeitar para mostrar al mundo que son más antisistema que nadie. Él hacía, con sus películas, literalmente, lo que le daba la gana. Las rodaba cómo quería, las montaba como quería y si eso suponía enfrentarse con el estudio que le había facilitado el dinero, pues que así fuera. Lógicamente, sus obras cosecharon excelentes críticas pero, por lo general, no solían dar muchos beneficios. Su amigo íntimo, Peter Falk, contribuyó en alguna ocasión con el dineral que recibía por interpretar a Columbo. Y a veces la jugada les salía bien, y a veces no.

Mientras rodaba su película Faces (1968) la Universal lo prestó a la Fox para que participara en Doce del Patíbulo. Aunque necesitaba el dinero para completar su obra, Cassavetes nunca quiso intervenir en ella. Odiaba la violencia, y el guión era todo lo violento que podía ser. Le parecía una película ofensiva, innecesaria. Pero su interpretación como el fanfarrón Viktor Franko fue tan modélica que le ganó una nominación al Oscar al Mejor Actor Secundario.

Cassavetes siempre quedó agradecido a Robert Aldrich por haber relanzado su carrera de actor. Sobre todo porque, a partir de entonces, cada vez que necesitaba dinero para una de sus obras, aceptaba cualquier papel bien pagado y de ahí iba tirando. Lo cual, si quieren mi opinión, es un privilegio: ganar mucho dinero haciendo algo para lo que vales... y luego poder gastártelo en hacer lo que te gusta.

(Las películas de Cassavetes han sido reeditadas en DVD por la FNAC. Si les apetece, ya saben).

lunes, octubre 22, 2007

Volando voy

Con un par de años de retraso, el gigantesco Airbus 380 ha iniciado por fin sus vuelos comerciales. La empresa que antes lo ha puesto en vuelo ha sido la muy sofisticada Singapore Airlines, y a ésta le seguirán otras. Sobre este monstruo de dos pisos se han escrito muchas cosas, no todas buenas: algunos hablan del problema que supondrá para los aeropuertos manejar semejante cantidad de pasajeros y maletas; otros hablan de riesgos de seguridad. Pero nadie se ha planteado el principal peligro que se nos viene encima con la puesta en marcha de este trasatlántico de los cielos: una nueva película de la serie Aeropuerto.

No me vengan con que hace ya 27 años desde que se estrenó la última de la serie; más años tiene La aventura del Poseidón y bien que nos colocaron una nueva versión el año pasado. Y, teniendo en cuenta que las películas de la serie se distinguían por transcurrir en los aviones más grandes y más modernos del mundo. ¿Alguien puede asegurar que estamos libres de peligro?

La verdad es que la serie de Aeropuerto se las traía. La primera se rodó en 1970, basada en un bestia seller del escritor -hoy algo olvidado- Arthur Hailey, y no estaba mal del todo (Jacqueline Bisset ayudaba lo suyo). Pero las siguientes, metidas ya de lleno en la moda de pelis de catástrofes, se convirtieron en una catástrofe en sí mismas: Aeropuerto 75 entró con todos los honores en el libro Las 50 peores películas de todos los tiempos, y Aeropuerto 80 (donde se cambiaba el tradicional Jumbo por un Concorde)… bueno, los que sepan inglés pueden desternillarse con esta prolija crítica de los chicos de The Agony Booth.

Las películas de la serie respondían todas a la misma fórmula: juntar a un montón de estrellas -alguna de primera fila, pero también viejas glorias, rostros televisivos y, como no, el inevitable y estrangulable niño sabelotodo-, subirlas al avión y hacerlas pasar por las situaciones más descabelladas posible: un avión que se estrella contra otro, obligando a un piloto a entrar en la cabina desde un helicóptero para hacerse con los mandos; un Jumbo que se estrella en el mar y queda sumergido, con todos los pasajeros atrapados bajo el agua; un Concorde que se pone a esquivar misiles supersónicos como si tal cosa, y que los engaña abriendo la ventana de la cabina (por cierto, mientras vuelan al doble de la velocidad del sonido, con dos bemoles) y disparando una pistola de bengalas…

Con todo, la mejor crítica a estas películas no vino de ningún profesional especializado, sino del periodista David Kamp que en octubre de 2003 escribió Hooked on Supersonics, un artículo magistral en Vanity Fair, donde repasaba los 27 años de historia del Concorde. Y comenzaba su texto analizando el reparto de Aeropuerto 80, con Sylvia Kristel, Eddie Albert y Charo Baeza entre esos pasajeros que, supuestamente, tenían el honor de subirse al avión comercial más exclusivo del mundo. “Como le dirá cualquier experto en aeronáutica, eso es una fantasía descabellada: ningún Concorde ha llevado jamás tanta cantidad de morralla entre sus pasajeros”.

¿Tendremos Aeropuerto 08? Yo, por su acaso, me vuelvo a ver Aterriza como puedas. ¿Ha estado alguno de ustedes en una prisión turca?

domingo, octubre 21, 2007

Mario y Jose María

Lo que más me ha gustado en el remozado El País de hoy no ha sido el cambio de maqueta (a todo hay que acostumbrarse) el nuevo tipo de letra (aunque es verdad que se lee mejor que la Times New Roman, con la que, por cierto, escribo este blog) la mayor incorporación del color ni, desde luego, el suplemento dominical (¡horrible!), sino algo tan tradicional en este diario como el artículo de Mario Vargas Llosa de su serie Piedra de Toque. Titulado Jose María y la solitaria, cuenta en él su amistad con un abogado con vocación de pintor, que comenzó en el París de 1958 y se prolongó hasta la muerte de aquél. “Entre tanta gente que me ha tocado conocer”, escribe don Mario, “nunca me topé con nadie que fuera tan naturalmente íntegro como Jose María, tan transparente, tan impráctico, tan sin dobleces y, por eso mismo, condenado a romperse la crisma en todas las empresas en las que se embarcó”.

Quizá precisamente por la lenta degradación, económica y social (nunca anímica), culminada con la ruina y el cáncer, del genuino representante de la bohemia retratado en el articulo de don Mario, éste nunca nos desvela el nombre completo de su amigo. Sí nos cuenta que entre sus múltiples actividades estivo la dirección de cine, con dos películas y una serie televisiva en su haber. La primera fue una adaptación, precisamente, de Pantaleón y las visitadoras, firmada conjuntamente por Vargas Llosa por imposición de la Paramount, que pensó que la presencia como codirector del autor de la novela serviría para atraer más público (Craso error, al menos en lo que a mí se refiere, que en cuanto me entero de que un literato se ha lanzado a dirigir, llámese Paul Auster o Ray Loriga, huyo hacia las colinas). A la segunda, Vargas Llosa la cita erróneamente como ¡Viba Azaña!, no se sabe si por mala memoria, meteduras de pata de los tipógrafos (pero qué estoy diciendo, si ya no existen) o la comprensible confusión reinante en el departamento de edición de El País, después de que el capo di tutti capi le echara para atrás al director no uno sino ¡tres! diseños previos. El nombre verdadero de la película es ¡Arriba Hazaña!, y fue estrenada en Madrid en el cine Gran Vía el 24 de mayo de 1978.

Y el nombre completo de Jose María es Jose María Gutiérrez Santos. El Diccionario de directores de la editorial Reseña nos dice lo siguiente de él: “Licenciado en derecho por Salamanca. Cursó también estudios de Filosofía y Letras, Bellas Artes, Litografia y Fotografía, estos últimos en la escuela Photo-Cinema de París. Ha trabajado como ayudante de dirección de Orson Welles, Berlanga, Cottafavi, etc”.

Después de leer el artículo de Vargas Llosa, (que respeta la identidad de su amigo, cosa que yo no he hecho), le queda a uno cierta sensación de pena por tanto talento potencial desperdiciado. Sólo dos películas; luego el vagabundeo de un empleo a otro, de un lugar a otro, y al final la ruina y la muerte. A cambio, convertirse en protagonista de un hermoso texto escrito por uno de los genios más sólidos de nuestra literatura. Y que ha servido también de toque de atención, por lo menos para este bloguero. No se trata de homenajear a los perdedores ni topicazos similares, pero si me encuentro por ahí con el DVD de ¡Arriba Hazaña!, me parece que le voy a echar un buen vistazo. Que me han entrado ganas…

jueves, octubre 18, 2007

Rosa inglesa

Se acaba de morir Deborah Kerr, a los 86 años, y con ella desaparece una de las señoras más impresionantes que jamás se hayan asomado a una pantalla. Y cuando digo señora, estoy utilizando la palabra en su sentido más antiguo o tradicional, si quieren: estilo, clase, señorío. Le salía por los poros, y la estricta educación que recibió -su gobernanta le hacía pasar horas tumbada recta sobre el suelo de madera, para enderezar su espalda- no hizo sino acrecentar esa cualidad. Quizá por eso tantos de sus papeles fueron, precisamente, de estricta dama inglesa, con la consecuencia de que Deborah Kerr -con seis nominaciones al Oscar y ninguna victoria- acabara presa de un cierto encasillamiento, que se quitó de encima en aquella famosa escena de De aquí a la eternidad (1953), donde se revolcaba por la playa con Burt Lancaster.

Pero es difícil quitarse de encima el encasillamiento. Cuatro años después, Kerr protagonizó Sólo Dios lo sabe, dirigida por John Huston y con Robert Mitchum como compañero de reparto. La historia seguía más o menos el esquema de La Reina de Africa (1951) presentando una historia de amor entre dos personajes contrapuestos, en este caso un rudo marine (Mitchum), y una monja (Kerr). Lógicamente, a diferencia de lo que ocurría en la película de Bogart, en esta ocasión el amor se mantenía en un plano completamente platónico.

Deborah Kerr sorprendió a Mitchum… agradablemente. Siempre dijo de ella que era la única compañera de reparto con la que no se había acostado. Fantasmadas aparte, indica claramente el respeto y la amistad que surgió entre ambos actores, y que siguió hasta la muerte de él, en 1997. Ella encontró en su compañero una persona mucho más sensible de lo que indicaba su leyenda de chico malo, atenta, educada y con profundos intereses intelectuales. El descubrió que la estricta dama inglesa podía jurar como un carretero cuando Huston comenzó a machacarla demasiado sobre como había que interpretar una escena. Y los tres juntos, actor, actriz y director, decidieron divertirse un poco a costa del sacerdote enviado por la Catholic Legion of Decency para vigilar que el argumento de la película transcurriera dentro de los cánones esperables de moralidad.

El sacerdote en cuestión había sido invitado por la Fox a Tobago -donde se rodó la película- y desde el primer día empezó a poner pegas, percibiendo detalles escabrosos en la más inocente de las escenas. Hasta que una mañana llegó al rodaje y, como de costumbre, permaneció al lado de Huston después de que éste gritara “¡acción!”. Kerr y Mitchum empezaron a decir su dialogo. Luego, se fueron acercando el uno al otro. Mitchum pasó la mano por los pechos de Kerr, y ésta correspondió agarrando el trasero del actor, antes de que ambos empezaran a besarse a lengua abierta. Director y personal de rodaje permanecían impávidos, mientras el sacerdote parecía al borde de la apoplejía. Por fin, preguntó a Hustón: “¿Qué está pasando aquí?”, y tranquilamente éste le respondió:

- Quédese callado, padre. ¡Joder, nos acaba de arruinar una toma perfecta!.

martes, octubre 16, 2007

La mala educación


No, no estoy hablando de la película de Almodóvar, pero es que la cosa hoy va de reflexiones personales. Resulta que los chicos de Muy Interesante me han encargado unas cosillas para su próximo especial de Preguntas y Respuestas (a la venta en diciembre, así que ya pueden empezar a hacer cola delante del quiosco), y entre las idem que tengo que contestar está la siguiente: “¿Acabará el Home Cinema con las salas?”. Estos es que son unos cachondos.

Bueno, creo que voy a dejar la información periodística para la revista propiamente dicha, y aquí voy a tirar por el terreno de la opinión. O de la experiencia propia, si quieren. Primero, vamos a afinar las cosas y vamos a considerar Home Cinema a cualquier instalación que cada uno tenga en su casa para ver pelis. Dicho lo cual, y en lo que a mí se refiere, afirmo categóricamente que, desde luego, el Home Cinema me está apartando de las salas. Por lo menos, de algunas.

Ocurre que soy uno del número creciente de ciudadanos que tiene en su hogar un televisor de pantalla plana (LCD de 32 pulgadas); y mi DVD, aunque ya tiene sus añitos, sigue funcionando fielmente a pesar de la caña que le doy. Y la verdad, verse una película en casa hoy no tiene nada que ver con lo que era hacerlo en los tiempos del vídeo, con los televisores monoaurales y la imagen borrosa del VHS. Me atrevería a decir, fíjense, que los equipos domésticos incluso superan a algunos cines, sin contar con que ofrecen algo vital para los que vivimos en la periferia de Madrid: la posibilidad de la versión original.

Sí, claro, dirán ustedes, pero se deja usted la aventura del cine. Elegir sala, sacar entrada, dejarse envolver por la oscuridad, aislarse del mundo durante las dos horas en que nos atrapan la trama y los actores. Y no, no me lo estoy dejando; pero encuentro que esas condiciones ideales cada vez son algo más raro. La zona de Martín de los Heros, en Madrid, es un agradable oásis con salas como los Golem (antiguos Alphaville), los Renoir, los Princesa… donde las películas se proyectan en versión original y son atendidas por un público deseoso de verlas, disfrutarlas y, sobre todo, respetarlas. Ahí, desde luego, da gusto ir. Pero los cines de la periferia son otra cosa. Mucha multisala, mucho sonido Dolby, mucha butaca ergonómica… y, cada vez más también mucho cafre. Desde la panda de quinceañeros con oligofrenia (nunca menos de media docena) que se pasa toda la película haciendo gracias, a los que entran veinte minutos tarde y hacen levantarse a media fila, pasando por los que no paran de hablar y de comentar cosas, no sólo para ellos sino para su entorno inmediato tres filas más allá y más acá, y, por supuesto ¡Los que no apagan el móvil!. Aún no he vuelto a encontrarme con la individua a la que le sonó el telefonito ¡dos veces! durante Los chicos del coro, pero no he perdido la esperanza, y mantengo la motosierra permanentemente afilada.

Así que ¿qúe quieren que les diga?. Cada vez son más las ocasiones en que, si tengo que elegir entre ver cine en mi hogar, dulce hogar, o llegarme hasta algún cine de los alrededores, opto por lo primero. Sin romanticismos ni nostalgias. Las cosas son así. Por supuesto, ustedes pueden estar de acuerdo o no, y llamarme todo lo que se les ocurra, pero me gustaría dejar perfectamente claro que a mí de los cines no me está echando la tecnología. Me está echando la mala educación.

P. D. ¿Por qué no me echan una mano con el articulito? Arriba a la derecha hay una nueva encuesta, que estará abierta dos semanas, sobre su manera preferida de ver el cine. Anímense y contesten, sabiendo que estarán ayudando al amigo Vince a ganarse la vida.

lunes, octubre 15, 2007

Terror barato

¿Qué se puede hacer un doce de octubre por la noche cuando uno ha decidido no salir de casa, el videoclub está cerrado, y el otro videoclub -donde tenía la tarjeta para la máquina de alquiler- ha clausurado sus actividades sin previo aviso y todo lo que queda de él son paredes vacías (menos mal que no tenía mucho saldo en la tarjeta)? Pues, como decía Hannibal Lecter, se tira de lo que hay en la nevera. Así es como acabé viendo El péndulo de la muerte (1961), que había comprado algunos meses atrás, y esperaba pacientemente su turno al lado del televisor.

El péndulo… es la segunda de las adaptaciones (bastante libres) que Roger Corman filmó sobre los relatos de Edgar Allan Poe. Aquí se han añadido muchos elementos: un viajero llega a un castillo en España para indagar sobre la misteriosa muerte de su hermana. Como la hermana en cuestión estaba casada nada menos que con Vincent Price, ya se pueden imaginar que las cosas se van a torcer un poco, sobre todo si tenemos en cuenta que la salud mental de Price ya anda delicadilla al principio de la película, y las cosas que pasan después no van a contribuir precisamente a calmarle los nervios. Añadamos a eso que vive obsesionado por el espectro de su padre, que respondiendo a los topicazos guiris sobre la España del siglo XVI era uno de los verdugos más crueles de la Inquisición, y que tiene el sótano lleno de material de trabajo. Y no les cuento más, no vaya a ser que no la hayan visto y les entren ganas.

Sorprende lo bien que aguanta la película, sobre todo si tenemos en cuenta que ya en su día se hizo con un presupuesto bastante ajustado. Aquí todo son decorados interiores, con la excepción de las vistas del castillo, situado al lado de un mar permanentemente embravecido como una metáfora visual de toda la turbulencia que aguarda dentro. Y unos actores magníficos, empezando por mi queridísimo tocayo Vincent Price y siguiendo por Barbara Steele, verdadero mito erótico del cine de terror de los 60, que se las arreglan para crear tensión sólo con lo que se cuenta y lo que se intuye. Sin (demasiada) sangre y con total ausencia de vísceras, consiguen meter la inquietud en el cuerpo del espectador a base de puro talento.

Y digo que sorprende, porque cada vez que veo un Corman de esta época me llama la atención su capacidad para que le cundieran unos presupuestos ridículos (aquí tienen una interesante entrevista con él). Unos años después, cuando España comenzó a filmar películas de terror, a cargo casi siempre de nuestro ínclito Paul Naschy, sólo consiguió verdaderos bodrios que hoy a lo que mueven es más a risa que a otra cosa.

Pero Corman sacaba de donde no había. Rodaba rápido, rodaba barato y sabía lo que quería. Dicen de él -y tendría que rebuscar de dónde saqué esa información- que en una ocasión aprovechó que aún tenía contratados a actores y decorados tras un rodaje para filmar otra película… en un fin de semana. Su explicación para semejante machada fue “bueno, queríamos ir a jugar al tenis, pero estaba lloviendo”.

viernes, octubre 12, 2007

El truco definitivo

Lógicamente, a la nueva versión de La huella le están cayendo palos por todos los lados. Lo más que se dice de ella es que es un esfuerzo digno, y que la interpretación de Michael Caine es fantástica (vaya novedad). Pero claro, el problema es que el original sigue estando ahí. Como una losa. Y también tiene una interpretación fantástica de Caine, acompañada por otra no menos fantástica de Sir Laurence Olivier. Y, por si fuera poco, detrás de la cámara estaba uno de los que, al menos para un servidor, ha sido uno de los grandes, grandísimos directores de todos los tiempos: Joseph Leo Mankiewicz. Es una obra maestra, una película imbatible. Cualquier nueva versión tiene, por lo tanto, todas las de perder. Y cabe preguntarse porqué Hollywood sigue con esta afición a hacer remakes de títulos clásicos, a los que no les hace ninguna falta una revisión.

La huella (hablo siempre de la primera versión) es una película que basa su argumento en sorpresas continuas. Pero ese no es su único apoyo. Todos los que la apreciamos la hemos visto más de una vez, así que ya nos conocemos todos los giros, todos los trucos. Pero la fuerza de guión, dirección y actores nos arrastra de una escena a otra, disfrutando con cada plano, con cada frase, y saboreando con anticipación lo que va a venir después. Es la mejor muestra de su calidad.

Pero claro, las sorpresas del guión son uno de los puntos clave de la película, así que cabe preguntarse ¿Cómo las han resuelto en la nueva versión? Hay algunos trucos que se utilizaron en la primera que no pueden volver a utilizarse aquí, y no me refiero sólo a trucos argumentales. Recordemos: la versión original sólo tiene dos actores. Pero hay más personajes. O, por lo menos, parece que los hay. Se habla de ellos, se les describe, en ocasiones se les espera, y en ocasiones, incluso aparecen. Pero siguen siendo sólo dos actores. La película original lo solucionó creando un reparto completamente ficticio: cuando empieza la cinta, después de los nombres de Michael Caine y Laurence Olivier, aparecen los siguientes: Alec Cawthorne, John Matthews, Eve Channing, Teddy Martin. Ninguno de ellos existe en realidad, pero se incluyeron en el reparto para que el espectador no supiera exactamente el número de personas que intervenían en la trama. Curiosamente, en la nueva versión repite Eve Channing (debe estar un poco mayorcita, ¿no?) y hay una pequeña aparición del premio Nóbel Harold Pinter -que se ha encargado del guión-, pero en la pantalla de un televisor.

Por lo demás, la estructura se mantiene. Otra cosa que vamos a echar en falta: aquella mansión llena de muñecos, donde destacaba el maniquí de un marinero que batía las palmas y se reía con una carcajada que daba pesadillas. Y lo vamos a echar en falta porque el actor que grabó esa risa horripilante era el mismísimo Laurence Olivier. Si alguien va a verla, que me cuente.

martes, octubre 09, 2007

Al calor del alcohol en un bar

El viernes pasado anduve de parranda. Cosa que todavía hago cuando me lo permite la edad, el trabajo y las obligaciones blogueras (que atendería con más regularidad si los chicos de Telefónica, de la compañía que les hace los routers y, ya puestos, la madre que los trajo a todos ellos, me solucionaran los problemas que tengo con el ADSL desde hace ya dos semanas largas. A ver si voy a tener que avisar a los chicos de Sopranitas Direct); el lugar fue el palco VIP del Santiago Bernabéu, que supongo pondrá los dientes largos a los lectores merengues, pero que a mí, que el fútbol no me mola ni mucho ni poco, me deja más bien frío. El lugar es muy bonito, eso sí. Y el motivo fue la fiesta de cumpleaños de un amiguete de la Facul que, en lugar de dedicarse al periodismo, prefirió fundar su propia agencia de comunicación. Los resultados de su decisión a la vista están, cosa que agradecemos mucho todos sus sedientos colegas.

Bueno, el caso es que me encontré con bastantes caras conocidas. Entre ellas, la de un compañero de clase al que veo de pascuas a ramos, pero que anda metido en cosas de la tele. De hecho, es el coordinador de guionistas de una serie española de mucho éxito, lo cual nos llevó a acodarnos en la barra durante un rato y hablar más o menos de cómo está el mundo, Facundo, sobre todo en lo que se refiere a cine y televisión. Y claro, entre pelotazos de Juanito (Black) y caladas al Davidoff, fueron cayendo opiniones y puntos de vista.

- Pues mi querido XX, me interesa tu opinión profesional -dije con todo mi aplomo profesional y agitando el puro-. ¿Cómo ves que las series españolas de televisión vayan como un tiro y el cine siga sin comerse una rosca? (Jefe, por favor, otro Johnnie etiqueta negra, y no ponga tanto hielo, que me lo va a resfriar. Gracias).

- Pues porque en general es muy malo. Pero no solo el español. Hace tiempo que se dice que el mejor cine americano se está haciendo en la tele (sí, por favor, el gin tonic con ginebra, que si no, como que no es lo mismo). Y si ves las series que se están haciendo últimamente, es verdad. Yo todavía tengo que ver una película americana reciente que tenga la calidad de Los Soprano.

- Y los fallos en el cine español ¿no vienen precisamente en la parte de los guiones? Estaba pensando en Alatriste

- Bueno, me la tragué en un cine de Argentina. Me aburrí como una ostra. ¡No pasa nada!

- Hombre, no es eso exactamente. Pasan cosas, pero tan mal estructuradas que es como si no pasaran (jefe, el Johnnie no me lo habrá puesto muy lejos, ¿No? Venga, marchando un refill).

- Mira, el problema de Alatriste es que la única escena que la gente recuerda es la escena del final. Que es, además, la mejor de todas. Cuando están rodeados por el ejército, les ofrecen una rendición honrosa y dicen los tíos: mire, agradecemos mucho la oferta, nos gustaría rendirnos, pero… es que esto es un tercio español.

- Y la cara con que lo dicen, de circunstancias, de que esto es lo que hay…

- Eso. Pero que tengas que tragarte casi tres horas de película para encontrarte con que la mejor escena, y la que encierra el espíritu de toda la historia, te la ponen faltando dos minutos para el final, tiene delito. (Jefe, mismo hielo, misma ginebra, misma tónica, pero si me hace el favor, le cambia la rodajita de limón. Gracias, majo).

- ¿Y eso es un guión mal trabajado?

- Sin duda.

- Me estaba acordando de aquella anécdota de Billy Wilder cuando estaba reunido con uno de sus coguionistas…

- Sí, tenía a I. A. L. Diamond…

- Y antes a Charles Brackett. Bueno, pues no sé con cual de los dos, pero el caso es que cuentan que cuando por fin terminaron un guión, su compañero le dijo a Wilder. Bueno, Billy, creo que ha quedado bastante bien”. Y Wilder contestó: “¿Estás de broma? ¡Es perfecto!… ¡¡Ahora vamos a mejorarlo!!”. ¿Cuántas veces repasáis los guiones en tu serie?

- Cuatro o cinco, como mínimo. Y luego me llegan a mí los guiones definitivos, y reescribo por lo menos el sesenta por ciento.

- Quizá eso es lo que no se hace en el cine. (Jefe, ese Juanito no se habrá ido muy lejos, ¿verdad? Gracias).

- Mira, Vince. Es muy sencillo: la televisión es una industria. Y el cine español son dos o tres tíos que hacen cosas.

- Entonces ¿No has visto ninguna película española que valga la pena?

Pensó un momento.

- Sí. Azul oscuro casi negro. Esa es cojonuda.

Y ese fue el momento elegido por el karaoke para atacar a toda caña. Los dos nos repartimos por la fiesta, y del encuentro tengo apuntado la obligación de alquilar Azul oscuro casi negro (a ver si cae este fin de semana), y un dolorcillo de cabeza que al día siguiente tardó en quitárseme. Dichoso cine español. Siempre dándonos jaquecas.

lunes, octubre 08, 2007

Este zombi está muy vivo

El Festival de Sitges le ha dado estos días un premio conmemorativo a George A. Romero, de profesión sus zombis. Hay otros nombres legendarios del cine de terror que han cimentado su carrera sobre todo en un personaje concreto: Bela Lugosi con Drácula, Boris Karloff con el monstruo de Frankenstein, nuestro inefable Paul Naschy con el hombre lobo… y George Romero con los muertos vivientes, si bien, a diferencia de los demás, es el único que lo ha hecho desde el otro lado de la cámara.

Antes de Romero, los muertos vivientes habían aparecido en el cine de forma más bien esporádica, aunque dieron lugar a obras maestras como Yo anduve con un zombie (1943) de Jacques Tourneur. Pero con La noche de los muertos vivientes (1968), la película que lanzó a este director a la fama, la cosa cambió. De repente nos dimos cuenta de que los zombis tenían afición a levantarse de sus tumbas llevando peor pinta que un actor español en la gala de los Goya, a moverse en pandilla por la noche y a alimentarse de vísceras humanas que a veces extraían a lo bestia, es decir, sin molestarse en pedir permiso a su poseedor... y sin tener la delicadeza de matarle primero.

En su muy recomendable y recién publicado libro Horrormanía. Enciclopedia de cine de terror (Alberto Santos Editor), Juan Manuel Serrano Cueto ofrece una lista de películas de zombis que es para marear: aparte de las clásicas tenemos Zombie army, Zombie cult massacre, zombiegeddon, zombie genocide, zombiegore, zombie planet, y así hasta el infinito. Pero, desde luego, nada como la primera, que es, entre otras cosas, todo un ejemplo de cómo el talento puede suplir a la falta de medios. George A. Romero rodó La noche de los muertos vivientes con un presupuesto de sólo 114.000 dólares, procedentes en buena parte de una empresa de publicidad que se animó a financiar la película. De hecho, la mayoría de los zombis están interpretados por empleados de esa firma publicitaria, y por los habitantes del pueblo donde se rodó… (Incluído un carnicero local, que proveyó a los cineastas con abundante sangre y vísceras). Y por cierto, al igual que en El Padrino nunca se utiliza la palabra "Mafia", en esta película jamás se usa la palabra "zombi".

Uno, la verdad, nunca ha sido muy aficionado a estas pelis, pero cuando he visto alguna, siempre me he hecho una pregunta trascendental: ¿Por qué a los buenos les cuesta tanto escaparse de los zombis, si estos se mueven a dos por hora y, encima, tambaleándose como si acabaran de salir de un botellón?

jueves, octubre 04, 2007

Mentiras gordas


En sus dos semanas de andadura, parece que a los chicos de Público no les va del todo mal. Siguen con su idea de periódico progresista, van mejorando poco a poco los contenidos, e incluso a un servidor le han publicado alguna cosilla (aunque de momento no puedo decirles qué tal pagan). Pero el mejor escribano echa un borrón, y aquí lo echaron con las mejores intenciones. Estoy hablando de las películas en DVD que regalaron durante sus primeros días en el quiosco. En general no estaban mal, e incluso hubo alguna que estaba muy bien. El fallo fue el segundo día: Fahrenheit 9/11. Ese día no me compré el diario (porque estaba de camino a una redacción donde pude leerlo by the face), pero si lo hubiera hecho, posiblemente habría pasado de lllevarme el DVD. No me sirvió de nada: unos amigos sí lo compraron y, como no tienen reproductor, me han regalado la peliculita en cuestión. Agh.

Como ya se estarán imaginando, no trago a Michael Moore. Me cae gordo, y perdón por el chiste fácil. Gordísimo. Después de haberme tragado Bowling for Columbine y la mencionada Fahrenheit, no me cogen para ver SiCko ni aunque me amarren a lo Hannibal Lecter. No tiene nada que ver con cuestiones ideológicas. De hecho, el gordinflas de la gorra y yo coincidimos en bastantes cosas. Pero soy de la opinión de que la afinidad ideológica no tiene que servir de patente de corso para que nos traguemos todo lo que nos ofrece cierta gente, sólo porque son de “los nuestros”. Y a la hora de criticar a Bush, a la guerra de Irak, al mercado de armas o al sistema sanitario yanqui, tengo referencias más pausadas -y más fiables- que las de este señor.

Moore me parece, sencillamente, un manipulador y un numerero. Las clases para controlar su ego las debe de haber tomado en Argentina, y sus dos películas anteriores abundan en maniobras de dudoso gusto para meternos su mensaje de la manera más escandalosa posible. Estoy hablando de la entrevista con Charlton Heston en Bowling... o de los planos de la madre que ha perdido a su hijo en Irak en Fahrenheit... La primera es una de las mayores encerronas que he podido contemplar en veinte años que llevo ganándome las habichuelas con esto del periodismo. Y la segunda, una utilización sin escrúpulos del dolor ajeno, prolongada más allá de lo razonable con técnicas que el periodismo amarillo tiene inventadas hace ya bastantes años. Estas cosas las hace Pepe Navarro y le caen yoyas por todos los lados; pero como las hace Michael, y encima se lleva la Palma de Oro en Cannes…

Bueno, supongo que muchos de ustedes no estarán de acuerdo con esto, pero si vieran lo a gusto que yo me he quedado... Fíjense que me está viniendo a la memoria el nombre de Edward H. Amet, otro aguerrido documentalista, este de finales del siglo XIX. En aquellos tiempos, el documental era uno de los principales géneros cinematográficos, con los operadores viajando por todo el mundo para captar los grandes acontecimientos internacionales. Amet presentó en 1898 un documental sobre la batalla naval de la Bahía de Santiago, en plena guerra entre España y Estados Unidos. Pero ni se molestó en ir allí. Lo rodó utilizando maquetas de barcos, ventiladores para reproducir las olas y cañones en miniatura, y lo estrenó con un éxito considerable.

Entre uno y otro, no sé con cual quedarme. Seguramente, con Robert Flaherty o, si quieren una referencia más popular, con Jacques Cousteau.

lunes, octubre 01, 2007

Nacido el cuatro de julio

Veo que en el próximo mes de enero, una editorial española publicará una extensa biografía sobre Louis B. Mayer, creador y magnate de la Metro Goldwyn-Mayer, la productora del león, hoy una mera sombra de lo que fue en sus años dorados. No será, desde luego, una lectura desaprovechada. Soy de la opinión de que hoy en día no se les presta suficiente atención a estos personajes, los primeros e inigualables magnates de Hollywood, de los que ya hemos hablado alguna vez aquí. Judíos emigrantes de distintas partes de Europa que comenzaron a invertir en el naciente negocio de las penny arcades, que los comerciantes gentiles despreciaban. Pero en los primeros años del siglo XX, aquellas salas donde se podían ver peliculitas mudas por el precio de un centavo -de ahí el nombre- constituían la evasión perfecta para los emigrantes que no se podían permitir otras formas de entretenimiento, que además estaban en un idioma que la mayoría de ellos no hablaba. Pronto estos emprendedores propietarios se encontraron con verdaderas montañas de dinero. De ahí pasaron a las salas de proyección, y de ahí, a los estudios.

Ya he comentado en alguna otra entrada el comentario que sobre ellos hizo el director Richard Brooks: “Eran unos monstruos, unos piratas y unos cabrones de los pies a la cabeza. Pero amaban el cine”. Desde luego, cada uno de ellos tiene en su currículo un número considerable de obras maestras. Pero eso no quiere decir que ninguno de ellos fuera una persona especialmente culta, y podemos quitar el especialmente. Mayer, por ejemplo. Todas sus decisiones sobre si se rodaba o no una película dependían de Kate Corbnaley. Pero esta mujer no era ni productora (¿en aquellos tiempos?) ni guionista ni directora: era actriz, con una gran facilidad para el mimo, que se encargaba de irle narrando las historias susceptibles de filmarse a su jefe, que tenía a gala no leer jamás libros, ni guiones de películas, ni siquiera sinopsis de los argumentos.

La fecha exacta de nacimiento de Mayer es un misterio. Se sabe que el año fue 1882, aunque él posteriormente lo cambió a 1885, y ése es el que figura en su tumba. En cuanto al día, hay indicios de que nació en otoño, pero él estableció el 4 de julio como su cumpleaños oficial, en agradecimiento a su país de adopción. Tenía motivos para estar agradecido: en la década de los 30, era el ejecutivo mejor pagado del país.

Con sus empleados era tan tiránico como cualquier otro de sus colegas, pero sabía disimularlo mediante el engaño, la adulación y la manipulación más descarada. Una de las anécdotas más conocidas que se cuentan sobre él es la de la ocasión en que el actor Robert Taylor, bajo contrato con la MGM, fue a su despacho a pedirle un aumento de sueldo. Mayer se lo negó, argumentando que no era posible en ese momento, pero que si seguía trabajando duro, algún día lo conseguiría, y remató la faena entre lágrimas abrazando al actor y manifestándole el enorme afecto que sentía hacia él. Cuando Taylor salió del despacho, le preguntaron: “Robert, ¿Conseguiste el aumento?”, y él respondió: “No. Pero he ganado un padre”.