miércoles, abril 30, 2008

¿El fin del morbo?


Nunca he terminado de entender el morbo de Al Pacino y Robert de Niro. El morbo por verles trabajar juntos, quiero decir. Supongo que la cosa tiene su origen no sólo en su enorme peso como actores en el cine americano de los 70, sino en que los dos interpretaron a padre -Vito Corleone- e hijo -Michael Corleone- en la segunda parte de El Padrino, pero sin que en ningún momento llegaran a aparecer al mismo tiempo en pantalla. Cosa lógica, porque sus escenas transcurrían en épocas diferentes. Desde entonces, siempre se ha especulado con la posibilidad de verles juntos en una película. La cosa pareció solucionarse con Heat (1995), de Michael Mann, donde De Niro era un sofisticado atracador de bancos, y Pacino, el policía encargado de detenerlo. Pero tampoco, porque los mitómanos contemplaron con desilusión cómo el único momento en que compartían pantalla fue en la famosa escena de la cafetería, que encima está rodada en plano contraplano, es decir, que tampoco se les llega a ver juntos en ningún momento.

Algunos, en el colmo del mosqueo, han llegado a decir que ni siquiera rodaron esa escena al mismo tiempo, sino que cada uno dijo su papel por separado; un rumor que se desmiente cuando se ve la escena con atención: el cogote que vemos en cada momento pertenece, efectivamente, al otro actor.

Bueno, pues ahora parece que se acabó el morbo: este otoño se estrena Righteous kill, donde, por lo que anticipa el trailer, parece que nos vamos a hartar de verles compartir pantalla en el papel de dos policías de Nueva York a la caza de un asesino en serie especializado en liquidar criminales que han salido libres por tecnicismos legales. Yo en este tipo de cosas, no soy demasiado mitómano, y aunque me consta el atractivo de verles trabajar juntos, hubiera preferido que esto lo hubieran hecho cuando ambos tenían menos años y estaban al cien por cien de su fuerza interpretativa -Pacino está más arrugado que el kleenek de un alérgico, y De Niro parece el hermano gordo de Tony Soprano-. Por otro lado, no deja de ser curioso que De Niro haya trabajado ¡tres veces! con la otra estrella carismática de esa época, Dustin Hoffman, sin que se haya producido un revuelo comparable. Y recordemos que, por lo menos, de una de las películas que protagonizaron -Los padres de él (2004)- cuanto menos se diga, mejor. Esperemos que no pase aquí lo mismo, y que Righteous kill valga la pena de ver… salga quien salga.

De todos modos, volviendo a la famosa escena de la cafetería en Heat, queda la duda de por qué en ningún momento aparecen los dos actores en un plano general. Sobre esto tengo una teoría personal e intransferible, basada únicamente en la intuición: los dos están interpretando a personajes que están en lados opuestos de la ley. Uno es un policía, el otro un criminal. Y, aunque se caigan bien, como ellos mismos se encargan de aclarar, si sus caminos se vuelven a cruzar no vacilarán en matarse. El plano contraplano, en este caso, sirve, creo yo, para delimitar esa barrera insalvable entre uno y otro. Un plano general estropearía esa sensación de distancia, daría una falsa impresión de que, en el fondo, tienen mucho en común; y no es el caso.

Ya les digo, es sólo una opinión personal. Y, si se pasan por Los Ángeles, apunten esta dirección: 9101 Wilshire Blvd. Beverly Hills, CA. Es la de Kate Mantillini el lugar donde se filmó la conversación, y por tanto, un lugar de peregrinaje para los mitómanos. Pero de cafetería nada, ¿eh? Es un restaurante de cuatro estrellas, así que preparen la Visa. ¿La mesa donde se sentaron Pacino y De Niro? La 71... Pero creo que está más solicitada que el número de móvil de Brad Pitt.

martes, abril 29, 2008

Fuera de línea

No he ido todavía a ver Elegy, pero la tengo reservada. Me llama la atención la coincidencia de críticas favorables que ha recibido la última película de Isabel Coixet, y además Ben Kingsley siempre es un valor seguro, y Penélope Cruz, cada vez más. El material del que parte, en cambio, -la novela de Philiph Roth El animal moribundo- me interesa menos. De Roth he leído un par de cosas -El lamento de Portnoy, por supuesto, y The professor of desire, donde aparece también el personaje de David Kepesh que interpreta Kingsley- y la verdad, lo único que veo son conflictos intelectuales, problemas por ser judío y más problemas por la cuestión del sexo. O sea, igual que Woody Allen, pero en trascendente.

Pero dejando aparte mi opinión sobre Roth, me ha sorprendido encontrarme con el nombre de Nicholas Meyer como responsable del guión. No me puedo imaginar a dos escritores más diferentes. Verán, Meyer está un poco olvidado hoy, pero a finales de los 70 y principios de los 80 era bastante conocido como director y escritor. Aparte de algunas incursiones en la ciencia ficción, era un enamorado de la época victoriana y un sherlockiano de primer orden. De lo primero dejó constancia en una de sus mejores películas, Los pasajeros del tiempo (1979) -donde mezclaba a H. G. Wells con Jack el Destripador- y de lo segundo con sus novelas Elemental, doctor Freud (1975) -llevada al cine por Herbert Ross- y Horror en Londres (1976). En la primera, un Sherlock Holmes destruido por su afición a la cocaína viaja a Viena para ser tratado por Sigmund Freud, y de camino se encuentra con otro misterio a resolver; la segunda junta al detective con figuras de la época como George Bernard Shaw y Oscar Wilde. Y, después de muchos años de silencio, reincidió con la novela El ángel de la música (1995) donde el periplo europeo de Holmes le lleva a trabajar como violinista en el palacio de la Ópera de París y a darse de bruces con cierto fantasma

Son novelas que hemos disfrutado enormemente los sherlockianos de todo el mundo (en España las dos primeras las publicó Ultramar, y la tercera, Ediciones B; son bastante dificilillas de encontrar, me temo), pero quizá no sean el bagaje más adecuado para enfrentarse a Philip Roth. De hecho, en una entrevista en el último número de Dirigido porCoixet explica que desechó buena parte del trabajo de Meyer y se reunió varias veces con Roth para hablar de los cambios que quería hacer en el guión. Entre ellos un happy end colocado por Meyer que no pegaba demasiado con el tono general de la película, y los diálogos del personaje de Consuela, que interpreta Penélope Cruz. Según cuenta Coixet: “era esa cosa yanqui de una cubana con unas tetas estupendas que encima es tonta. Meyer había inventado muchas cosas respecto al personaje de ella para encajar en los estereotipos latinos que tienen la mayoría de los norteamericanos que nunca han conocido a nadie cubano o dominicano. Creo que Consuela tiene una inteligencia natural, ha leído, está haciendo un posgraduado…”.

Obviamente, Coixet y Meyer no han acabado muy bien, pero me parece bien que en una película norteamericana la última palabra la tenga el director. Y espero más trabajos de Meyer, que tan buenos ratos me ha hecho pasar (mejores que Philiph Roth)… pero más en su línea.

domingo, abril 27, 2008

Bocazas

Cuesta trabajo recordar que en la década de los 80 Steven Seagal fuera considerado una de las principales estrellas del cine de acción. No cuesta ningún trabajo, en cambio, reconocer que en la primera década del siglo XXI se ha convertido en uno de los mayores plastas de la televisión hispánica. Hasta media docena de películas suyas que nos han cascado en las dos últimas semanas en canales nacionales, privados y autonómicos. Peor aún, cuando me acerco al videoclub veo con consternación (“Oye, Consternación, mira esto”) que hay siempre como tres o cuatro títulos nuevos con su careto en la estantería de novedades. Eso va a ser que alguien las alquila. Bueno, yo nunca pensé que mis vecinos fueran suscriptores de Cahiers Du Cinema, precisamente. ¿Y qué se puede esperar de un sitio donde recomiendan El motorista fantasma como una película “cojonuda, llena de acción”?

Lo más patético del asunto es que esta emisión de películas de Seagal no suele ir en orden cronológico, así que de un día para otro se puede pasar a verle en un canal en su etapa inicial, cuando aparecía como una estrella convincente de superproducciones de yoya y tentetieso, a la actual, marcada por años de “egomanía, declaraciones extrañas y paranoides y menús super size”, como la han definido acertadamente los chicos de The agony booth, y que ha resultado en películas de tercera regional que se estrenan directamente en los videoclubes (por lo menos, en el mío), y donde vemos a lo que parece un doble de John Goodman vestido de negro (que da un aire oriental, y además adelgaza), que necesita que le doblen hasta para dar los buenos días.

La historia de Seagal es bastante conocida: cómo, nacido en Wisconsin, emigró a Japón, donde se caso con una chica de allí cuyo padre tenía un dojo de artes marciales; cómo empezó a estudiar aikido hasta dominarlo y abrir su propio dojo en Osaka; cómo trabajó para la CIA en operaciones sobre las que no se puede contar gran cosa porque, claro, después tendría que matarnos; cómo volvió a Estados Unidos y empezó a enseñar aikido a varias celebridades, entre las que se contaba el todopoderoso agente de Hollywood Michael Ovitz, que le consiguió una prueba con la Paramount; cómo se esa prueba surgió Por encima de la ley (1988), donde se cargaba a los malos vestido como un genuino pijo de Jerez de la Frontera (blazer, camisa blanca y unos tres kilos de gomina, tirando por lo bajo), y que constituyó todo un taquillazo. Luego llegaron Difícil de matar (1990), Señalado por la muerte (1990), Buscando justicia (1991) y uno de los muchos plagios de Jungla de Cristal que proliferaron en esos tiempos, y que fue Alerta máxima (1992) (pobre Tommy Lee Jones, con lo que yo le quiero, y haciendo aquí de malo para buscarse las lentejas… claro que esto fue antes del Oscar por El fugitivo (1995)), que tuvo incluso una segunda parte… hasta que en los años siguientes comenzó la decadencia hacia los abismos del videoclub, y que, si quieren mi opinión, ya estaba tardando.

Bueno. Sobre esta historia oficial ha habido todo tipo de ejems, ejems, por parte de periodistas yanquis que no se la han acabado de tragar y que han destapado verdaderas fantasmadas sobre su época de maestro oriental, cargos de bigamia y, agresiones a periodistas, conexiones con la Mafia y recientemente, implicaciones con el polémico investigador privado Anthony Pellicano. Pero lo que yo les quería enseñar hoy son fragmentos de una entrevista que le hicieron en 1991 para la revista Movieline, cuando estaba todavía en la cumbre. Aquí van algunas perlas:

(Sobre Clint Eastwood): “Clint ha tenido una carrera muy larga, pero sólo ha hecho dos películas que me hayan gustado de verdad: El seductor y Escalofrío en la noche. Y quizá el primer Harry el Sucio. Me gusta Clint, es un hombre agradable, pero eso le pasa a todo el mundo. Un día eres la mayor estrella del mundo, y al minuto siguiente no te conoce nadie”.

(Sobre Francis Ford Coppola): “Nunca ha tenido una idea original. Nunca. Y no le importa robar cosas que han sido publicadas”.

(Sobre Martin Scorsese): “Probablemente la peor película que se haya hecho en la historia de la humanidad sea La última tentación de Cristo. No funcionaba. Daba pena. Y Uno de los nuestros es también la peor película que he visto en mi vida”.

Y la traca final: “Todavía no he tenido oportunidad de hacer el tipo de películas que quiero hacer. Todas han sido de acción, y mi mayor miedo es el de quedar encasillado en un género”.

Como suele decirse, el tiempo le pone a cada uno en su sitio. Y a este chico le ha puesto a ser el rey del prime time, cuando en un canal no tienen nada decente para competir con los partidos de Liga. Por cierto, también ha tenido tiempo de sacar una bebida energética con su nombre cuya crítica les adjunto aquí; por desgracia está en inglés, pero los que lean el idioma, harán bien en entrar.

¿Y no se está usted metiendo demasiado con Steven Seagal, me dirán ustedes? Pues a lo mejor… Pero después de tanta turra de pelis suyas, siempre puedo decir que él empezó primero.

miércoles, abril 23, 2008

¿Taquillazos?

Ha salido hoy en los periódicos la noticia de que los principales implicados en la cuarta entrega de Indiana Jones -es decir, el productor George Lucas, el director Steven Spielberg y la estrella ya algo cascadilla Harrison Ford-, se han comprometido a no cobrar sus honorarios hasta que la película sobrepase los 400 millones de recaudación. Bueno. No parece una decisión muy arriesgada, porque nos están vendiendo la película como uno de los taquillazos de este verano, pero estas cosas tienen truco, porque estos previstos 400 millones se refieren al beneficio bruto. ¿Puede una película recaudar mucho dinero y, al mismo tiempo, perderlo?

Me alegra que me haga esa pregunta, como decimos en el gremio. Precisamente hoy pasan en TVE 1 la bastante aburrida peli 60 segundos, interpretada (es un decir), por Nicolas Cage. En su libro La gran ilusión. Dinero y poder en Hollywood (Tusquets), el periodista Edward Jay Epstein la pone como un ejemplo de éxito de taquilla que, cuando se examina con cuidado, resulta no serlo tanto.

Veamos: esta película recaudó en todo el mundo 242 millones de dólares en taquilla. Considerando que el presupuesto de la cinta fue de 103,3 millones de dólares, la cosa suena a negocio redondo, pero…

Cito a Epstein: “para que la cinta llegara a los cine de Estados Unidos y el extranjero (la Disney) tuvo que pagar otros 23,2 millones de dólares: 13 millones por las copias y 10,2 millones en seguros, impuestos locales, aduanas, cambios en el montaje para la censura (!) y gastos de envío. A continuación, Disney gastó 67,4 millones en publicidad en todo el mundo. Por último, tuvo que pagar 12,6 millones de dólares en concepto de “tasas residuales” (…) En total, al estudio le costó 206,5 millones de dólares llevar esta película a las salas de exhibición”.

Esperen, que hay más: “La mayor parte de los 242 millones de dólares recaudados en las taquillas nunca llegó a las arcas de la Disney. Los cines se quedaron 139,8 millones de dólares. Las secciones de distribución de Disney recaudaron sólo 102,2 millones de dólares por una película en la que la compañía había gastado 206,5 millones. Y este cálculo no incluye lo que pagó Disnea a sus propios empleados encargados de la producción, la distribución y el marketing, ni los intereses sobre los millones que había desembolsado. Cuando se incluyeron estos gastos generales (17,2 millones de dólares) e intereses (41,8 millones de dólares), la pérdida que causó la exhibición de este “éxito” en las salas de cine ya superaba los 160 millones de dólares en 2003”.

Por supuesto, estos ingresos se complementan con el mercado del DVD y la venta de derechos a televisión, pero aún así… El presupuesto de Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal es de 116,5 millones de euros, que no de dólares, y en publicidad piensan gastarse otros cien millones. Así que esos 400 millones de dólares no son un beneficio; es el punto a partir del cual comenzarán los beneficios, que no es exactamente lo mismo. Cifras que dan miedo.

lunes, abril 21, 2008

El talento y el talante

¡Discos de Sinatra! De piedra me quedé ayer cuando vi la última promoción con que los chicos de la prensa escrita intentan redondear un poco los cada vez más menguantes ingresos procedentes de la venta de ejemplares en quiosco. En este caso es El País es que va a ofrecerlos a partir del próximo domingo, pero cuando eché un vistazo más detallado a la oferta, me desilusioné un poquillo. Les cuento por qué.

El texto del anuncio reza que la colección, faltaría más, incluye “todos sus temas más emblemáticos: My Way, New York New York, Strangers in the Night…”. Vamos por partes: estas tres canciones no son ni de lejos las más emblemáticas para un verdadero amante de Sinatra; como mucho, son las más solicitadas en los karaokes, y pare usted de contar. Los títulos de los álbumes acaban de confirmar mis temores: son todos de los 60, 70 y (¡glups!) 80, pertenecientes a la etapa Reprise, la más conocida y la menos interesante. Reprise es la compañía discográfica que creó Sinatra para producir sus propios trabajos, una vez acabó su contrato con la Capitol. Y, aunque la colección va a incluir piezas tan interesantes como Sinatra & Basie (magistral), Francis A. Sinatra & Antonio C. Jobim (curioso, y con mucha clase… y sí, está La chica de Ipanema), Sinatra Swings o Frank Sinatra at the Sands (para oírle en su salsa cuando era el verdadero Rey de Las Vegas, con permiso del otro Rey... y de nuevo acompañado por Count Basie), también hay que mantenerse alejado de cosas como L & A is my lady, y de los textos de acompañamiento, que se prometen escritos por lumbreras de la casa como Manuel Vicent (¿qué se apuestan a que Maruja Torres mete cuchara?). Por otra parte, entre las ausencias imperdonables están Ring-a-Ding-Ding, Nice n’ Easy, Young at heart (una de sus mejores canciones, en uno de sus mejores álbumes), Sinatra’s Swingin Sessions y Only the lonely, por citar unos pocos.

Así que es un Sinatra, por así decirlo, de lo más turístico. No es que esté mal, pero podía haber estado mucho, mucho mejor. Porque la etapa en la que grabó en Capitol Records fue, con mucho, la más fructífera, la que construyó el mito de Sinatra tal y como lo conocemos hoy, aunque económicamente no le supusiera el chorro de millones que le llegaría en los años siguientes, como fundador y presidente de Reprise. Hay una anécdota sobre este particular, que ilustra perfectamente el talante y el talento de quien ha sido siempre (se nota ¿no?) uno de mis músicos favoritos:

En 1960, Sinatra estaba ansioso por terminar su contrato con Capitol y lanzar Reprise, pero aún le quedaba un disco por grabar con la compañía que le había acogido cuando todo el mundo decía que estaba acabado, y con la que lanzó algunos de sus mejores trabajos. Eso le daba igual; desde su punto de vista, lo importante es que estaba obligado a hacerles otro disco para que siguieran ganando dinero a su costa. El álbum en cuestión es Point of no return, y tantas ganas tenía de acabar con todo que apareció en tromba por el estudio en el edificio de Capitol y se negó a grabar más de una toma de cada canción. Si el productor David Cavanaugh le decía, por ejemplo, “Frank, el bajo en la última toma no ha sonado demasiado bien”, Sinatra respondía “Me da igual. Vamos con la siguiente”. Apenas accedió a repetir un par de tomas y, en cuanto hubo terminado con el trabajo, salió como una tromba para nunca más volver.

Si se escucha Point of no return, no se aprecia la menor diferencia de calidad en su voz comparada con cualquier otro disco de los que grabó en esos años.

Como dice Shawn Levy en su libro Rat Pack Confidential: “He was one talented son of a bitch”.

miércoles, abril 16, 2008

Devorados por el personaje



Hace ya bastante tiempo que el Festival de Eurovisión me provoca tanto entusiasmo como pasar un fin de semana en el duplex de Jose Luis Moreno, pero lo de este año ya es demasiado. No me voy a extender sobre el fenómeno Chiquilicuatre porque este es un blog culto, faltaría más, para lectores elitistas y cultivados, ¡qué coño!. Pero si traía el asunto a colación es por las noticias que he leído sobre que David Fernández, el actor que interpreta al cantante (???) de la guitarrita, tiene prohibido dar entrevistas, a menos que en ellas siga interpretando a su personaje. Es decir, no puedes entrevistar a David Fernández. A Rodolfo Chiquilicuatre, sí.

Es un caso obvio de personaje que devora al actor, bueno, más que devorarle, que se lo come con patatas. Porque David Fernández lleva años participando en el show de Buenafuente, donde ha creado personajes tan conseguidos como Goicoechea -un extremeño que quiere ser vasco-, Santi Climax -un aspirante a actor absolutamente negado y deprimente- o el padre de Lewis Hamilton, que cae todavía más gordo que el original. Pero, desde hace unos meses, es Chiquilicuatre desde que se levanta hasta que se acuesta. Espero que el previsible último puesto que nos vamos a llevar (¿se apuestan algo?) sirva para que el fenómeno pase a mejor vida cuanto antes.

Lo de actores devorados por el personaje que interpretan es una constante en el mundo del cine. Hay dos especialmente peligrosos: Superman y James Bond, como atestiguan las carreras de Christopher Reeve y de cualquiera de los seis intérpretes que hasta ahora se han enfundado el smoking de 007 (sobre todo de Sean Connery, que a finales de los 60 no dudó en proclamar que odiaba a Bond con toda su alma). Pero si nos remontamos más atrás en la historia del cine, encontramos otros casos aún más llamativos.

Fíjense en la chica de la foto de hoy. ¿La reconocen? Se llamaba Theda Bara, y en los años del cine mudo, fue una de las principales estrellas de la Fox. Desde su primera película A fool there was (1915), quedó encasillada para siempre en papeles de mujer fatal, a la que los hombres le duraban menos que un Sugus en una primera comunión. Todos sus papeles repetían más o menos el mismo esquema, pero fue cuando su cuarta película The devil’s daughter (1915) cuando su fama se disparó por todo el país. Las mujeres pateaban los carteles con su rostro, y los niños salían corriendo cuando la veían. Por supuesto, no se libró de interpretar a las grandes seductoras de la historia, desde Cleopatra (1917) hasta Carmen (1915).

La Fox, que era el estudio que la tenía bajo contrato, hizo todo lo posible por enterrar a la actriz dentro del personaje: según la biografía oficial facilitada por sus publicistas, había nacido en Egipto, hija de una actriz francesa y un escultor italiano, y había pasado sus primeros años a la sombra de las pirámides, antes de trasladarse a Francia. Su nombre artístico, por cierto, era (inintencionadamente) un anagrama de “arab death”, lo cual servía para aumentar todavía más el morbo… cuando en realidad, la chica se llamaba Theodosia Gorman y era hija de un sastre de Cincinatti.

Al final, cansada de repetir siempre el mismo papel, no puso impedimentos cuando la Fox no le renovó el contrato y, tras un par de intentos teatrales que no tuvieron demasiado éxito, se retiró del cine en 1926. Y, por cierto, apenas sobrevive media docena de sus películas, lo cual daría tema para algunas entradas más. Total ¿Qué interés hay por conservar el cine mudo? ¡Si no hablan!

lunes, abril 14, 2008

Más malos que la tiña (2)

En los últimos días, este blog está pareciendo una sección de necrológicas. ¿Pero qué quieren que le haga yo si se nos muere tanta gente importante? Este fallecimiento, fíjense, ha pasado casi desapercibido, quizás oscurecido por la muerte de Charlton Heston. Pero el hecho es que Richard Widmark nos dejó el 24 de marzo, tras pasar varios meses en cama por las complicaciones que siguieron a una caída en el pasado otoño; tenía 94 años, y a esa edad, los accidentes domésticos pueden tener consecuencias serias.

Widmark no es un actor demasiado recordado hoy día, pero en los años 50 y 60 participó en numerosas películas importantes, y a partir de entonces se pasó a la televisión y a trabajar como secundario de lujo. Y como malo, claro. Es uno de los ejemplos más claros de actor que comienza su carrera con un psicópata tan conseguido, que durante años le cuesta Dios y ayuda desencasillarse. Y, cuando por fin lo consigue, resulta enormemente eficaz en papeles de personaje con carácter (el compañero de James Stewart en "Dos cabalgan juntos" (1961), el juez del tribunal de Nuremberg en "Vencedores y Vencidos" (1961)). Y, aunque hizo tantos y tan buenos papeles en el cine, se le sigue recordando sobre todo por el primero, que le valió una nominación al Oscar al Mejor Actor Secundario.

La película en cuestión fue "El beso de la muerte", una obra maestra del cine negro dirigida por Robert Aldrich en 1947, y protagonizada por Victor "Caracartón" Mature. Widmark interpretaba a Tommy Udo, que no sólo era un gángster, sino un sádico con balcones a la calle. Como Aldrich no ha sido nunca un director precisamente remilgado con la violencia, se le ocurrió filmar esta escena que les dejo hoy, y que fue la que consagró a Widmark para los restos. Siento que esté en inglés, pero les recomiendo que la vean hasta el final, que es donde viene lo bueno. ¿Les extraña que después de hacerla hubiera gente que, según confesó años después, quisiera abofetearle cuando se lo cruzaba por la calle?


viernes, abril 11, 2008

"Algo tan natural como el nacer"


(Con un poco de retraso):

“A mí me gustaría morir lo más tarde posible, en perfecto estado de salud, en la cama, dormido y sin ningún problema. En cuanto a la escatología y sus alrededores, de existir un seguro que se comprometiera a hacer desaparecer mi cadáver sin darle tres cuartos al pregonero, ahora mismo suscribía la póliza y me daría igual si para hacerlo desaparecer lo tiraban a una alcantarilla. La muerte, aparte de ser una hija de la gran puta, es una cosa muy obscena, y las pompas fúnebres, una macabra muestra de mal gusto.

Menos mal que ya se puede uno incinerar, cosas que estuvo muy prohibida. Recuerdo que en Canarias, los hindúes, en los años cincuenta, tenían que llevar sus muertos a la pira de noche y a cencerros tapados. Ahora la Iglesia Católica permite la cremación, supongo que algún obispo o cardenal vio un día el cementerio del Este y cayó en la cuenta de que de seguir sepultando a la gente un día y otro nos íbamos a quedar sin tierra para la sementera. En cualquier casi, deberíamos considerar el morir algo tan natural como el nacer”.

(Rafael Azcona, en el libro Memorias de sobremesa. Conversaciones de Ángel S. Harguindey con Rafael Azona y Manuel Vicent. Ed. Aguilar. Madrid, 1998.). No lo busquen, porque está agotado.

Nació en 1926 y murió en 2008, no sé si como él hubiera querido. Aunque no comparto el entusiasmo generalizado sobre su obra, si dejó un par de guiones maestros, algunos muy buenos, y más morralla de la que se dice. Pero escribía para ganarse la vida. Así que he dejado que su epitafio lo pusiera él.

jueves, abril 10, 2008

Charlton y olé


Ya, ya sé que llevamos un par de entradas con Charlton Heston, pero es que no me resigno del todo a decirle adiós. Por lo menos, sin sacar algunas cosas sobre él que me parecen dignas de reseñarse. Su relación con España, por ejemplo. No creo equivocarme si digo que es la estrella de Hollywood que más veces ha trabajado en nuestro país. La cosa comenzó, desde luego, con El Cid en 1961, pero en los años siguientes se instalaría en lo que hoy es la macrourbanización de Las Rozas para protagonizar otra de las superproducciones del nunca bien recordado Samuel Bronston, 55 días en Pekín (1963). Bronston, como es sabido, cerró sus oficinas aquí, pero Heston siguió rodando en España; tanto en películas dirigidas por él como en coproducciones hispano franco alemanas o así, de esas que tanto abundaban en los cines de barrio de la Europa de los 60 y 70.

Lo cual le llevó, en más de una ocasión a trabajar con actores españoles. Sobre este particular hay un par de anécdotas. La primera se refiere al rodaje de Marco Antonio y Cleopatra (1972), dirigida por el propio Heston, y donde eligió para el papel de Octavia nada más y nada menos que a Carmen Sevilla. Pues bien, hace unos años en un programa de televisión -creo que fue en El show de Flo, presentado por el regordete Florentino-, llevaron a Carmen Sevilla de invitada… y pasaron una escena de la película, donde se ve claramente que Heston, en su papel de Marco Antonio, mientras desgrana frente a Carmen los inmortales versos de Shakespeare, le está tocando una teta con la mayor impunidad, pero al mismo tiempo como quien no quiere la cosa, como si estuviera plenamente concentrado en su papel y aquella mano estuviera donde estaba así como por casualidad. Preguntada sobre el particular, la actriz reconoció que sí, que eso pasó, y que tuvo que acabar diciéndole “mira, Chalton, o Calton, o como te llame, tu zerá una estrella y er directo de la pelicula, y to lo que tu quiera… pero no te pase”.

La otra anécdota se refiere al rodaje de La selva blanca (1973), una coproducción europea basada en The call of the wild, de Jack London. El lugar de rodaje elegido fue la ciudad noruega de Oslo, donde había unos exteriores que podían pasar sin demasiados problemas por la Alaska del libro, y uno de los compañeros de rodaje de Heston fue, según recuerda en sus memorias, “un joven y guapo actor español que había empezado a hacerse un nombre en el cine hispanoamericano”. El actor era Juan Luis Galiardo, que también había trabajado con Heston en Marco Antonio.

El problema, cuenta Heston, fue que la escasa luz solar y el aislamiento acabaron produciendo en Galiardo una depresión de caballo. Cada vez se iba encerrando más en sí mismo, con el ánimo más apagado. Heston era el único del equipo que hablaba español, y además regular, pero sus intentos de revivir a un Galiardo progresivamente ausente no tuvieron mucho éxito… hasta que un día quedó completamente paralizado al hacer una escena. “Luego se lo llevaron a un hospital de Oslo para hacerle unas pruebas. Aquella misma noche fui a visitarlo y me lo encontré callado, todavía sonriendo. Al cabo de uno o dos días le mandaron en avión a España, donde espero que se recuperara. No sé si alguna vez volvió a actuar”.

Pues sí, por aquí todos sabemos que Galiardo volvió a actuar, apareciendo en años recientes en películas estupendas como Familia, de Fernando León, y en otras que no lo son tanto. Y también utilizando esa prodigiosa voz que Dios le ha dado para insultar siempre que tiene ocasión al cine norteamericano. No sé si ha llegado a enterarse de que, al otro lado del charco, alguien le recordaba con más cariño.

martes, abril 08, 2008

Demasiadas hormigas

El otro día, la verdad, hablamos mucho de política y poco de cine. Y no podemos dejar así a Charlton Heston, que sobre todo y ante todo ha sido un actor con una impresionante lista de títulos en su haber. Ahora, a la hora de escoger el mejor, cada uno tendrá sus opiniones, aunque yo quisiera precisar que no es exactamente lo mismo una película con Charlton Heston que una película de Charlton Heston, no sé si me explico. Verán: es indiscutible (creo) que, por ejemplo, Sed de mal (1958) es uno de los mejores títulos en los que Heston ha intervenido, pero el verdadero protagonista de la cinta es su creador y director (y actor), Orson Welles. En cambio, El planeta de los simios (1968), o El último hombre vivo (1971) son películas de Heston, y la segunda, por cierto, mucho más recomendable que ese remake tan aséptico que rodaron el año pasado al servicio de Will Smith.

Así que, si me preguntan por la película de Heston que prefiero, yo elegiría Cuando ruge la marabunta (1954). Su director, Byron Haskin, siempre se desenvolvió más en el campo de los efectos especiales, y salvo su versión de La guerra de los mundos, rodada el año anterior, poco más tiene de destacable. Pero aquí dio en la diana. O pudo ser el guión de Ranald MacDougall. O la química entre Heston y Eleanor Parker. O todo junto. Pero a mí esta película me sigue pareciendo una obra irreprochable, redonda, perfecta. Algunos la han considerado como una antecesora de las películas de catástrofes que tan populares fueron en los setenta (Heston intervino en algunas porque, como él mismo reconoció, “trabajábamos solo unos cuantos días por un cheque de siete cifras”) por aquello de que al final la Marabunta del título se dispone a papeársele a Heston toda la plantación (en la censuradísima España de los cincuenta, cuando se estrenó, dio pie al chiste popular de “Pues yo la he visto en París. ¡Y en lugar de hormigas eran putas!”), pero es mucho más que eso.

Pocas veces he visto una historia igual. Leiningen, ese dueño de una plantación, duro como el pedernal, que concierta una boda por correo con una mujer a la que nunca ha visto. Cuando esa mujer, Joanna, llega a la selva él la rechaza al enterarse de que es viuda y, por tanto, ha conocido antes a otro hombre. Heston llena la pantalla con un machismo magnético, brutal (hay incluso un intento de violación), pero ella no se queda atrás, le planta cara y acaba sacando todo su miedo, toda la debilidad que lleva toda su vida ocultando tras esa fachada de animal. Y entonces, de verdad, se enamoran. Si Heston interpreta aquí a un macho con todas las de la ley, Parker crea una mujer con todas las letras, una mujer ante la que hay que quitarse el sombrero. Y los dos están como para hacerles la ola desde el patio de butacas.

De hecho, la historia de amor entre sus protagonistas tiene tanta fuerza, que al final cuando llegan las hormigas, a lo que parece que vienen es a incordiar. Que de verdad, que no hacían falta, que estábamos completamente absortos en la historia de esos dos personajes, y que si al final se hubieran ido a la plantación de al lado, pues casi mejor. Y si no, pues leñe, que Leiningen se hubiera comprado un bote de Cucal, y asunto arreglado.

domingo, abril 06, 2008

"Un fascista menos..."

Lo malo de haberme pasado un par de semanas sin actualizar el blog (viajes y otras cosillas, ya les dije) es que a la vuelta se encuentra uno con un montón de temas pendientes, aunque las entradas aquí no estén necesariamente guiadas por la actualidad. Pero es que me acabo de enterar de la muerte de Charlton Heston y tenía ganas de lanzarme al ordenador para contarles un par de cosas sobre él, así, rápido, mientras las cosas estén aun calentitas, para ver qué tal funciono como adivino de por dónde van a ir los tiros de muchos de mis queridos colegas.

Pero he llegado tarde, claro. Es lo que tiene Internet, que las reacciones a una noticia se producen a una velocidad de vértigo. No es por tirar piedras contra mi propio tejado, pero en la página web de un diario donde colaboro habitualmente, muy progre él, los lectores no han tardado comentar la noticia de la muerte de Heston con opiniones del jaez de: “un facha menos. Seguro que ha ido a hacerle sitio a Bush en el infierno”.

No, si ya lo veía yo venir. La cantidad de burricie que hay en este bendito país nuestro, donde estamos siempre tirándonos las ideologías a la cara, hacía presagiar que ese presunto fascismo del intérprete de Ben Hur iba a prevalecer para muchos sobre su carrera cinematográfica. Encerronas como la que le preparó el sinvergüenza de Michael Moore en Bowling for Columbine, acaban más fijas en la memoria colectiva que otros episodios de su vida, como cuando hizo valer su peso de estrella en los estudios para que no despidieran a Orson Welles o Sam Peckimpah, de los rodajes, respectivamente, de Sed de mal o Mayor Dundee, un detalle que pocos le suelen reconocer… entre otras cosas, por falta de información. ¿A quién le importa eso?

Pero hay algo más. Heston no sólo fue un excelente actor, sino un prolífico escritor que llevó durante años un diario pormenorizado de sus andanzas por el mundo, de rodaje en rodaje. Una selección de esos diarios, de 1956 a 1976, fue publicada por Penguin en 1976. Yo, con perdón, soy el feliz poseedor de un ejemplar, encontrado en esas estupendas librerías de viejo londinenses que hay un poco más arriba de Leicester Square, y son veinte años de apuntes concisos y a un tiempo minuciosos, con buen estilo y un notable sentido del humor.

Pero hay otro libro de Heston que es especialmente significativo: sus memorias, publicadas en España por Ediciones B, y escritas por él de su puño y letra, sin la ayuda de esos negros a que tan aficionadas son las estrellonas. Y en esas memorias, en la página 575 concretamente, nos encontramos con un párrafo muy significativo dedicado a Vanessa Redgrave, actriz que, al igual que Heston, es tan conocida por su talento como por sus ideas políticas… en este caso, casi a la izquierda de la izquierda. Bueno, pues tras haber trabajado con ella en el teatro, Heston no tiene inconveniente en calificarla en el libro como “la mejor actriz de nuestro tiempo”. Pero hay más. Cito:

“En cuestiones políticas, Vanessa y yo no podríamos estar más alejados. Yo soy conservador; las ideas radicales de Vanessa hacen que Jane Fonda se parezca a Herbert Hoover. Creo que nunca he perdido la ocasión de interpretar un papel por mis ideas políticas; Vanessa está en la lista negra debido a sus convicciones antisionistas. El mundillo del cine y del teatro deberían estar avergonzados por ello”.

Yo no sé qué pensarán ustedes, y este blog está, como siempre, abierto a todas las opiniones. Pero si quieren que les diga lo que pienso, si este párrafo lo ha escrito un facha, entonces yo soy un clon de Jiménez Losantos y me voy ahora mismo camino de Orihuela del Tremedal.