miércoles, diciembre 24, 2008

Pero ¿hay Navidad más allá de Frank Capra?

Pues claro. Y gracias a You Tube, aquí tienen una pequeña selección.

Muy Feliz Navidad a todos.

Vince

martes, diciembre 23, 2008

Cesta de Navidad (3). Matar a un ruiseñor

Tenía un poco abandonada la lista de Navidad, y supongo que todo el mundo habrá hecho ya las compras –yo vengo de hacerlas, y juraría que ahora calzo tres números más de zapato-, pero ayer nos ha dejado Robert Mulligan, y lo mejor que se puede decir de él es que es una pena que sus 83 años de vida no le dieran para hacer más películas.

Para mí, Matar a un ruiseñor (1962) no es sólo una obra maestra, sino una de esas películas que le reconcilian a uno con el género humano, cuando uno piensa que a lo mejor, en alguna parte de este mundo, podría existir una persona tan íntegra, tan razonable, tan sólida, como ese Atticus Finch que le valió un merecidísimo Oscar a Gregory Peck; eran los tiempos en que la Academia daba los premios a actores que hacián de gente normal.

La edición en DVD que yo tengo es la llamada “del coleccionista”, que Universal publicó hace unos años. Intenten conseguirlas; incluye extras tan jugosos como un amplio –amplio de verdad- documental del rodaje y comentarios del propio Mulligan.

Si ya la tienen, les recomiendo con el mismo encarecimiento El otro (1972), una de las películas de terror más turbadoras y perversas que se hayan filmado jamás. Sin vampiros, hombres lobo ni zombies cojitrancos, pero con arrobas de talento cinematográfico y habilidad para estremecer. Dormir después de verla tiene su mérito. Por desgracia, encontrarla en DVD, también. Igual de inencontrable y perdida está El hombre clave (The Nickel Ride, 1974) un policiaco que no he visto, pero del cual todo el mundo ha coincidido en hablarme poniendo unos ojos como platos.

Y, personalmente, les recomendaría que se alejaran de Verano del 42 (1971); saber envejecer es un arte, y algunas películas, como alguna gente, no lo tienen.

domingo, diciembre 21, 2008

Los monstruos que dan miedo

No había visto en su idem El 7º día, la interpretación que hizo Carlos Saura en 2004 de la matanza de Puerto Hurraco. Y no la había visto, supongo por la misma razón que mucha gente; que el temita de la película se las trae. Saura tiene mucha experiencia –él mismo lo reconoce en los extras del DVD- en la inclusión de la violencia en sus películas de una forma seca, sin florituras, casi cotidiana y, por eso mismo, mucho más impactante. Lo hizo en La caza y lo ha hecho más veces, hasta culminar en este séptimo día cuyas escenas finales son, desde luego, difíciles de tragar. Más aún cuando sabemos que tanto horror y tanta locura fueron reales; y más aún cuando hay dos actores como la copa de un pino llamados Jose Luis Gómez y Juan Diego –respaldados por una tremenda Victoria Abril- a los que les basta un gesto, una mirada, un ademán, para meterle a uno el miedo en el cuerpo, para desaparecer como intérpretes y convertirse en esos dos personajes aislados y semianimalizados capaces, desde luego, de organizar una masacre sin pestañear.

Y fue después de verla cuando tuve mi experiencia extracinematográfica.

Yo no presto mucha atención a las críticas de cine; habitualmente dejo su lectura para después de haber visto la película; cuando las leo con atención es para buscar coincidencias o divergencias, y también para aprender, para que se me abran cosas que en su momento pude pasar por alto. En último lugar, claro, también las leo para saber lo que tengo que decir en este blog y que ustedes me tengan por un entendido total, ejem… La cuestión es que busqué la crítica de la película de Saura que apareció en el número de mayo de 2004 de la revista Dirigido. La cosa me hizo gracia: el número contenía la segunda parte de un especial sobre la Hammer Films, y la foto de portada mostraba a Peter Cushing a punto de invitar a una ración de estaca al vampiro de turno.

Y me hizo gracia porque me acordé de Targets, la primera película de Peter Bodganovich. Rodada a toda velocidad con un presupuesto ridículo, sigue siendo hoy una obra maestra; nos cuenta la historia de una vieja estrella del cine de terror –Boris Karloff, que prácticamente se interpreta a sí mismo- cuyo camino se cruza con el de un asesino en serie made in USA, que apostado en un autocine, se dedica a disparar a todo el que se le ponga por delante. En una escena memorable, el asesino se cruza con Karloff que avanza hacia él, mientras detrás suyo, en la pantalla del autocine, ve también a Karloff en uno de sus papeles de monstruo; aterrorizado por la doble imagen, suelta el rifle y se entrega. Karloff lo ve aterrorizado a sus pies, y no puede evitar pensar en voz alta: “estos son los monstruos que dan miedo”.

Escondida en una página, dentro de una revista repleta páginas dedicadas a vampiros (y vampiras macizas, que estamos hablando de la Hammer), hombres lobo, frankensteins y quatermass diversos, el horror de verdad estaba en una película mucho más cotidiana, en una película que tiene en su banda sonora a Objetivo Birmania y El tractor amarillo, nada menos. Me encantan las películas de terror clásico. Estos otros monstruos, en cambio, sí que me acojonan.

martes, diciembre 16, 2008

Jugando a las películas



Si todavía no han ido a ver Gomorra, vayan, aunque les conviene estar preparados para eso que los amantes de los tópicos llaman una película sin concesiones; si les gusta la versión original y viven en Madrid, NO vayan a verla a los Renoir Princesa –los que hay en los túneles de la plaza de los cubos- salvo que:

a) Estén sordos
b) Quieran estarlo

porque el volumen al que la cascan es también sin concesiones. Dejando aparte estos inconvenientes, la película merece todos los elogios que se le han hecho, y se podría considerar –aunque no del todo, porque esta historia tiene más tentáculos- la respuesta italiana a Ciudad de Dios (2002).

Ya conocen, por otra parte, su efecto colateral: a los capos de la Camorra no les ha gustado demasiado la publicidad que les ha proporcionado la película, ellos que estaban tan tranquilos robando, matando y extorsionando mientras todo el mundo se concentraba en sus vecinos de Sicilia, así que han cogido a Roberto Saviano, el autor del libro, y le han hecho un contrato, no precisamente indefinido con móvil de la empresa, o sea. Lo cual no les ha impedido forrarse de modo paralelo vendiendo copias piratas de la película por las calles de Nápoles. La doble moral de los gángsters, que nunca falte.

Esto de la imagen cinematográfica de los mafiosos –vamos a incluir aquí a la Camorra, aunque sea otra cosa- ha evolucionado bastante desde los tiempos de El Padrino (1972), y creo, modestamente, que para bien. Podemos entrar en discusiones sobre si el cine tiene que reflejar la vida tal como es o embellecerla, pero las películas de Coppola, siendo como son una maravilla cinematográficamente hablando, ofrecen una imagen muy superada por todos los que han venido después. Los mafiosos de Puzo y Coppola son el no va más de la bondad y el glamour; sus acciones nunca tienen consecuencias negativas para los ciudadanos inocentes. No les vemos arruinar vidas, amenazar a familias, extorsionar comerciantes. Y encima, sólo matan a otros mafiosos, que son, además, mucho más malos que ellos (aunque cabría preguntarse por qué, pues tampoco les vemos nunca hacer nada que los Corleone no hicieran, o estuvieran dispuestos a hacer).

Tuvo que llegar Scorsese y, posteriormente, Los Soprano para que conociéramos una imagen de la Mafia más cercana a la realidad, no sólo en cuanto a su condición de cáncer para la sociedad –todo el mundo queda perjudicado cuando andan cerca-, sino también en cuanto a su estética: los gángsters de la vida son una panda de horteras, incultos, groseros, primitivos, y más brutos que un arao. El smoking y el champán dejaron paso al chándal y las barbacoas; el “le haré una oferta que no podrá rechazar”, al “te voy a rajar las putas tripas”. Y así, claro, no hay quien vaya por la vida como un Hombre de Honor.

Con El Padrino, ya les digo, fue otra cosa. Carl Sifakis, en su imprescindible libro The Mafia Encyclopedia, cuenta el caso del detective de la policía de Nueva Jersey Robert Delaney, que se infiltró en las familias de Nueva York y testificó ante un subcomité del Senado estadounidense en 1981:

“Las dos partes de El Padrino han tenido un impacto en estas familias criminales”, declaró, mencionando el caso de mafiosos que las habían visto hasta diez veces. También contó la ocasión en que fue a cenar a un restaurante con un grupo de gángsters, entre los que estaba Joseph Doto, hijo del mafioso Joe Adonis. “Le dio al camarero un montón de monedas de 25 centavos y le dijo que pusiera en la gramola la misma canción una y otra vez: el tema de El Padrino. Lo estuvimos escuchando durante toda la cena”.

El senador Sam Nunn preguntó entonces. “¿Está usted diciendo que a veces los gángsters ven la película para saber cómo se supone que deben comportarse?”.

“Exactamente”, contestó Delaney. “Esa película les enseñó cantidad de cosas”.

Hay que decir que en Gomorra hay también dos personajes cautivados por la mitomanía del cine de gángsters, aunque no con El Padrino, sino con El precio del poder (1983) de Brian de Palma. Bueno, todos hemos jugado de niños a ser El Zorro o Tarzán; tiene gracia que sean los criminales precisamente los que no han crecido.

jueves, diciembre 11, 2008

Forry

Leyendo un artículo de Fernando Savater es como me he enterado, así de pasada, de la muerte de Forrest J Ackerman. Su nombre, probablemente, sólo nos dirá algo a tres o cuatro frikis, pero voy a hacerles una pequeña confesión: este señor fue uno de los responsables de mi interés por el cine. De no haber sido por él, no me habría puesto a tragarme películas una detrás de otra en las salas de sesión continua, ni a coleccionar libros y revistas, ni a darles la lata años después con este blog. O sea, que lo mío con Ackerman es algo parecido a lo de Almudena Grandes con Juan Marsé, de quien ha dicho que fue una de sus grandes inspiraciones para convertirse en escritora (¡Pero pobre Marsé! ¿Él qué ha hecho para que le impliquen en tamaño desaguisado? De todos modos, tampoco hay que preocuparse; han pasado muchos años y muchos libros… y esta chica sigue sin ser escritora).

Ejem, como íbamos diciendo. ¿Quién era Forrest J Ackerman? Bueno, pues posiblemente sea una de las pocas personas que ha pasado a la historia del cine sin ser actor, director, productor, ni siquiera guionista. Forry, como le llamaban sus amigos, fue sobre todo fan. Pero lo fue hasta tal nivel que se convirtió en una institución en su elemento favorito: el cine de terror y ciencia ficción. A lo largo de los años, además de cultivar la amistad de actores, directores y escritores especializados en el fantastique –Ray Bradbury siempre ha reconocido que fue una ayuda decisiva cuando estaba empezando-, fue recopilando la que posiblemente haya sido la mayor colección de recuerdos y objetos de culto en manos de un particular: más de 300.000 objetos entre libros, revistas, primeras ediciones, maquetas, máscaras, fotografías y correspondencia, con objetos tan inapreciables como la capa que vistió Bela Lugosi en el Drácula de Tod Browning (1931).

Pero Ackerman no se contentó con recopilar material: también creó y dirigió la revista Famous Monsters of Filmland, comprada y leída con fruición por muchos de los que luego se convertirían en cineastas, no sólo dedicados al fantástico (entre ellos, un joven Stephen King que le envió una carta llena de admiración; como Ackerman nunca tiraba nada, cuando aquel joven fan se hizo famoso, rescató la carta, la enmarcó y pasó a formar parte de su colección). Tuvo incluso una edición española, a mediados de los 70, a cargo de la fenecida editorial Garbo, que la sacó con el título Famosos “Monsters” del cine, y de verdad que era una de las revistas más descaradamente fans que me he leído en la vida (sí, tengo la colección completa, y además, encuadernada): mucha foto en blanco y negro y unos textos breves pero desmadrados, que intentaban convencer al lector de que la película de la que se hablaba en cada artículo era el no va más del horror, la abyección y el espanto; luego, cuando uno la veía en el cine, metía menos miedo que los Pitufos, pero eso daba igual: se trataba de crear entusiasmo, de crear afición. Y cabe mencionar en su honor que dedicaron bastantes artículos al cine de terror español, entonces en auge.

Y Forry lo logró. Nos entusiasmó a muchos, y por eso es una pena que su final haya sido tan triste; problemas económicos le obligaron hace años a vender algunos de sus objetos más preciados, y a abandonar su casa –la Ackermansión- para trasladarse a otra más pequeña donde, de todos modos, seguía recibiendo a todos los fans que iban a verle. Antes, había intentado que alguna institución pública o privada se interesara por su colección, para asegurar que permanecería íntegra. No hubo manera, no hubo dinero, no hubo interés. Esto es Estados Unidos, ya saben, así que buena parte de esta irrepetible recopilación histórica, cinematográfica y –sí- cultural anda desperdigada Dios sabe dónde.

Se dice de él que fue el autor del término sci-fi con el que los anglófonos abrevian las palabras ciencia-ficción.

Y no le gustaba que pusieran el punto detrás de la J de su apellido, y por tanto, yo no lo hago.

viernes, diciembre 05, 2008

"¡Primera posición!"

Voy a hacerles una pequeña confesión, que probablemente no coja de nuevas a nadie: la cantidad de periodistas que se lanzan a hacer la reseña de un libro sin apenas leerlo, y quiten el “apenas”. Lo único que hacen es reproducir la nota de prensa y señalar lo que esa misma nota señala, sin siquiera abrir el volumen para comprobarlo por sí mismos, o para buscar otras cosas quizá más interesantes.

Esto viene a cuento de la biografía de Alfredo Landa, que acaba de publicar Aguilar, escrita en colaboración con Marcos Ordoñez. Me la he ventilado en tres días, porque tiene la cualidad de ser enormemente entretenida. Así que he podido contrastar lo que yo iba leyendo con lo que decía la prensa que yo estaba leyendo, y las cosas, la verdad, no encajaban del todo. Uno creería que es un libro donde Landa pone a parir a todo el mundo, y la verdad es que el Alfredico no se corta un pelo en sus opiniones sobre Manolo Gómez Bur, Jose Luis López Vázquez, Jose Luis Dibildos –, lo que cuenta de él es, directamente, de cárcel- Pilar Miró, Fernando Fernán-Gómez y algunos más, pero también es cierto que pone por las nubes y no acaba a José Sacristán, Paco Rabal, Mónica Randall, Fernando Rey, Carmen Maura, Ovidi Montllor y a su querido y/o odiado Garci, también entre otros muchos. En resumen: las memorias de un hombre que lleva muchos años en este negocio y que ha estado a gusto con algunas personas, y con otras, no tanto. ¿Por qué se iba a callar a estas alturas?

Tampoco entiendo en qué momento se ha metido la política en todo este asunto. En una entrevista en El País le preguntaron si no era “un poco fachilla” por ser de derechas (gran amplitud de miras, sí señor), con lo cual alguna gente de derechas que sí que es algo más que un poco fachilla –la hay, por desgracia- lo están utilizando como excusa para atacar a sus odiadísimos actores españoles. Y así seguimos en este país, tirándonos las ideologías a la cara, cuando Landa será lo que le dé la gana ser, pero en su biografía pone exactamente igual de bien a Jose Luis Sáenz de Heredia (falangista de pro) que a Juan Antonio Bardem (comunistón de pro), a Jose Luis Garci que a Jose Luis Cuerda, y todo siguiendo el mismo criterio: su talento como directores y las películas que hizo con ellos, sin que la ideología de cada uno parezca quitarle excesivamente el sueño.

Ahora, la mejor anécdota, por lo menos para mi gusto, es la de El río que nos lleva. Basada en la novela de Jose Luis Sampedro, la película narra la historia de los gancheros, que en otros tiempos se encargaban de bajar los árboles recién talados río abajo, hasta las serrerías. Dirigió Antonio del Real, y se rodó en escenarios reales. Todo muy real. Ese fue el problema. Cuenta Landa:

“Comienzo del rodaje. Hay una cascada preciosa y se va a filmar el plano de la bajada de los troncos.
Doscientos troncos, preparados en su presa. Todo el equipo a punto también.
Le digo a Tono:
- Oye, y estos troncos… digo yo que habrá unos pocos auténticos y el resto serán de poliuretano o alguna materia plástica, porque van a ser el eje de toda la acción y…
- No, no, no. De plástico nada. Aquí todo es de verdad.
- Pero vamos a ver… Es que tenemos que manejarlos en el agua, Tono, y si son de verdad deben pesar…
- Una tonelada cada uno. Realismo.
- Entonces no habrá forma humana…
- Que no te preocupes, Alfredo. Todo controlado.
No escuchaba. Es lo malo que tenía, que no escuchaba.
El jefe de producción, pasmado. El cámara, pasmado. Pasmados todos.
Pero el director es el que manda.
- ¿Así que soltamos los troncos?- le preguntan.
- Claro, claro. A la voz de acción.
- Muy bien.
Grita “¡acción!”. Sueltan los troncos. Se rueda el plano general.
Los troncos salen de la presa que es un contento.
Y entonces le oímos decir: “corten. Primera posición””.

“Primera posición” en un rodaje es la orden para volver a dejar todo como estaba antes de empezar a rodar, para repetir la escena. Y en este caso, significaba volver a colocar tras la presa doscientos troncos de una tonelada. Cinco días tardaron en conseguirlo, con grúas, camiones, de todo, durante los cuales el equipo entero se partía la caja con la ocurrencia del director. No es la única anécdota del libro, eso desde luego, pero para mí, es la más absurda. Y esas suelen ser las mejores.

Pueden añadirlo a la cesta de Navidad.

P. D. No puedo garantizar que vaya a meter muchos posts este mes. Se hará lo que se pueda, pero estoy hasta arriba con un encargo que me tiene ocho horas al día delante de la pantalla, y luego cualquier tiene ánimos para seguir tecleando. Se hará lo que se pueda, pero tengan un poco de paciencia.