miércoles, mayo 28, 2008

Políticamente incorrectísimo

De la película "Sobredosis de oro", parodia del género Blackplotation dirigida por los hermanos Wayans. ¿Qué ocurre cuando un chulazo de los años 70 vuelve a la calle después de cumplir condena... y no se da cuenta de que las cosas han cambiado? Yo con esta escena, en su día, me tiré por los suelos. Pero nada como el rap que se marca al principio, cuando sueña con que le nombran "Chulo del año". El actor, el inolvidable Antonio Fargas. Échenle un vistazo si quieren, y mañana volvemos al cine serio.

martes, mayo 27, 2008

Made in Japan

“No le doy mucho valor a una película que me haya divertido hacer. Si es buena, es un trabajo durísimo”.

Se nos ha muerto uno de los grandes, de eso no hay duda. Y es una pena. Si Sidney Lumet, con ochenta y bastantes años, sigue haciendo cosas como Antes de que el diablo sepa que has muerto, aún podíamos tener esperanzas de que Sidney Pollack nos hubiera regalado otro título clásico. Aunque sus últimas películas, en mi opinión, no estuvieron a su altura: La intérprete (2005) tenía partes buenas, pero hacía bastante agua, aunque era una obra maestra al lado de las dos anteriores, Caprichos del destino (1999) y, Dios santo, una nueva versión de Sabrina (1995). Debió de divertirse como un enano haciendo todas estas.

Pero en la década de los 70 y principios de los 80 es cuanto Pollack brilla. Y cómo. Trabaja con los grandes: Paul Newman, Al Pacino, Dustin Hoffman, Jane Fonda, Robert Mitchum y, sobre todo, su amigo Robert Redford, y con ellos hace alguna obra maestra -Tootsie (1982)- y varias cintas que siguen sólidas como rocas veinte años después: El jinete eléctrico (1979), Ausencia de Malicia (1981) (¡qué olvidada está esta película, y qué falta haría rescatarla hoy!), Los tres días del Condor (1975), Las aventuras de Jeremías Johnson (1972) (otro día les tengo que contar una cosa muy divertida de esta peli…) y una de mis favoritas: Yakuza (1974), una aproximación al mundo de la mafia japonesa mucho más conseguida que la que perpetraría Ridley Scott unos años después con Black Rain

Yakuza, como no podía ser menos, está filmada íntegramente en Japón, y los gángsters nipones llegaron a estar tan implicados en el rodaje como lo habían estado sus colegas italoamericanos durante la filmación de El Padrino de Coppola. Para conseguir la intervención en la película de Takakura Ken, una estrella de las pelis de gángsters japonesas (también sale en la de Scott), Pollack accedió a rodar en un estudio controlado por los yakuza. Al poco tiempo, se dio cuenta de que muchos de los operarios del estudio presentaban una particularidad: les faltaba, por lo menos, un dedo de la mano, y a algunos, varios. La explicación, lógicamente, estaba en la costumbre de los yakuza de cortarse la falange de un dedo para pedir disculpas al oyabun (el padrino, para entendernos) cada vez que cometen una equivocación (cabe suponer que los más inútiles acabarán teniendo que hurgarse la nariz con un lápiz). Pero el colmo llegó cuando uno de los chóferes contratados se equivocó cuando tenía que ir a recoger a una estrella al aeropuerto.

“Después”, recordaría Pollack años más tarde, “apareció en las oficinas de producción con la falange del meñique envuelta en un pañuelo, y se la presentó al jefe de producción para disculparse”.

viernes, mayo 16, 2008

Scoop

Bueno, pues vaya bombazo el del ¡Hola! de esta semana; cómo será, que me he enterado hasta yo, que estas revistas no las leo ni en la pelu (¿No lo sabían? En este país hay tres mentiras que dice todo el mundo: una, “yo en televisión sólo veo los documentales de La 2”; dos, “yo el móvil sólo lo uso para que me llamen”, y tres, “yo las revistas del corazón sólo las leo en la peluquería”; bueno, sigamos con el tema). ¡Isabel Preysler entrevista a George Clooney! La historia del periodismo está llena de entrevistas emblemáticas, de eso no hay duda: así de pronto se me viene a la memoria la de Truman Capote a Marlon Brando, la de Bob Woodward al director de la CIA, la mía a Manuel Fraga (“mirested, miqueridovince, lasituacionctual dela comunidagalega…”)... Y bueno, ahora tenemos ésta, que tampoco es moco de pavo.

Nunca es tarde para incorporarse al hermoso mundo del periodismo. Además, una entrevista bien hecha es uno de los géneros más agradecidos. Pero, oigan, hay que currárselo; primero, es necesario proveerse de abundante documentación sobre el personaje a entrevistar; luego, estructurar las preguntas para que formen un orden de interrogatorio más o menos lógico sujeto, claro está, a los vaivenes de la conversación; después hay que adaptarse a las peculiaridades del entrevistado y, por último, la parte más coñazo: transcribir la cinta, eliminar repeticiones, ajustar el estilo y, por supuesto, cortar todo el sobrante para que encaje en la maqueta. No me cabe duda de que Isabel Preysler ha seguido escrupulosamente todos estos pasos, lo cual tiene su mérito si consideramos que además de todo eso, en su caso ha tenido que someterse a interminables sesiones de maquillaje, estilismo y peluquería para posar de lo más acaramelada al lado del entrevistado, cosa que a mí, confieso, no me ha pasado nunca (y con Fraga, menos). Por cierto, fíjense bien en la foto. ¿Dónde tiene puesta la mano el cachondo de George?

Todo el mundo se ha hecho lenguas sobre esta nueva faceta de la Preysler, lo que demuestra, una vez más, que este país tiene muy mala memoria. Ya en los años 80 la ex de Yulius firmó un contrato, también con la revista ¡Hola! Para entrevistar a un famoso una vez al mes, a cambio de un millón de pesetas de las de entonces. No tengo la lista de las víctimas, perdón, de los entrevistados, pero sí puedo decirles que uno de ellos fue Clint Eastwood. Y sobre la profundidad del texto les adjunto hoy esta perla, rigurosamente auténtica y que motivo un pequeño repaso de Clint a su equipo de prensa, para ver si tenían un poco más de cuidado con los periodistas (ejem) que le seleccionaban:

ISABEL: ¿Y cuándo piensa usted dirigir su primera película?

(Pausa estremecedora)

CLINT: Señorita, ya he dirigido trece. ¿Es que no se lo han dicho?

martes, mayo 13, 2008

Quemando rueda



Bueno, pues ya se ha estrenado Speed Racer, y los primeros resultados de taquilla parecen ser pelín catastróficos; hay que tener en cuenta que se habla de que el coste total de la última locura de los Wachowsky puede acercarse a los 300 millones de dólares, y en su primera semana en las taquillas estadounidenses sólo ha recaudado 20. No sé cómo habrá ido en Europa, pero las cosas en conjunto no parecen estar para tirar cohetes.

De todos modos, coincidiendo con la llegada de la película, los chicos de Rotten Tomatoes han decidido dar un pequeño homenaje a los automóviles de Hollywood. En este enlace presentan los 50 coches más memorables de la historia del cine, desde el Alfa Romeo de Dustin Hoffman en El graduado (Puesto 14), hasta el bluesmobile de Granujas a todo ritmo (puesto 11), pasando, como no, por Chitty-Chitty-Bang-Bang (los menores de cuarenta años no tendrán ni prostituta idea de qué es esto, pero en fin... Puesto 21), diversas versiones del batmovil (curiosamente, la tanqueta que conduce Christian Bale en Batman Begins ¡obtiene peor puntuación que el horterísimo Lincoln de Adam West de 1966! Claro que aquí se trata de personalidad, no de prestaciones…) y varios coches jamesbondianos, desde el Lotus Sprit sumergible de La espía que me amó (puesto 16) hasta el Aston Martin de Goldfinger, que ocupa el puesto número 5.

¡Un momento! ¿El Aston Martin, que en su día llegó a ser calificado como “el coche más famoso del mundo” tiene un miserable quinto puesto? Pues sí, y no se van a creer los que están por delante, aunque hay que reconocer que el número 1, es decir, el que ha sido elegido como el automóvil más inolvidable de la historia del Séptimo Arte… Quizá no está mal elegido.

Y sí, también sale el Ford Mustang de Steve McQueen en Bullitt, faltaría más.

domingo, mayo 11, 2008

Gustos e influencias

Esta mañana he tenido ocasión de encontrarme en la prensa con uno de los tópicos más habituales sobre Woody Allen: el que señala a Groucho Marx como una de sus principales influencias. El párrafo habla de cómo en sus primeras películas Allen recogió “el testigo de la locuacidad verbal de Groucho Marx y los ecos del slapstick de los mejores cómicos del mudo”. Lo segundo es posible, porque El dormilón (1973) o La última noche de Boris Grushenko (1974) tienen algunos gags visuales inolvidables. Lo primero, lo siento, pero de eso, nada.

El problema es que muchas veces se confunden los gustos de un artista y sus influencias, y unos y otras no tienen necesariamente que coincidir. Ayer por la noche emitieron en TVE1 una excelente entrevista con los miembros de Martes y Trece (los tres), y en ella reconocieron que entre los cómicos que más admiraban -y querían, porque les ayudaron en sus comienzos- estaban Tip y Coll. Pero negaron rotundamente que hubiera ninguna similitud entre el humor de Tip y Coll y el de Martes y Trece. Lo suyo iba por otro camino. Pues con Groucho y Woody pasa lo mismo. Sí, ambos eran judíos (no sé muy bien qué importancia puede tener eso, pero como todo el mundo lo dice…), se conocían y se admiraban mutuamente. Pero ¿Influencia? Por favor, sus personajes no podrían ser más distintos. El Woody Allen de las películas cómicas es un sujeto insignificante, amedrentado, cobarde. Groucho, no. Groucho es un triunfador, alguien que no se deja avasallar, sino que avasalla él, pasando como un ciclón sobre convenciones, instituciones, poderosos. Nada le detiene, mientras que Allen intenta siempre buscar alguna piedra debajo de la cual pueda esconderse.

Lo cual tiene también gracia, desde luego, pero no el mismo tipo de gracia. La verdadera influencia de Woody Allen es otro cómico, que ha permanecido ignorado por todos los enteraos durante mucho tiempo, pero que queda clara en el excelente libro sobre Allen que ha publicado Jorge Fonte en Cátedra: Bob Hope. De Bob Hope hoy en día no se acuerda nadie. Su humor era mucho más simplón que el de Allen, no dirigió películas, sus chistes se los escribían otros, era republicano, apoyaba al ejército norteamericano allí donde estuviese… características todas que, según muchos baremos de hoy, le convertirían en un un tipo poco popular. Pero cuando Allen le vio en el cine, según declaró a su biógrafo Eric Lax “Desde aquel mismo momento supe que era exactamente lo que quería hacer en la vida. Su personaje era fatuo, mujeriego, cobarde entre los cobardes, pero siempre brillante”. Y hay más: “En sus películas antiguas, hay momentos en que pienso que es lo mejor que he visto nunca. A veces me cuesta mucho no imitarlo. Resulta difícil darse cuenta cuando lo hago porque soy muy distinto a él físicamente y en el tono de voz, pero cuando sabes que lo hago, es absolutamente inconfundible”.

Así que, a la hora de hablar de Woody, démosle a Groucho lo que es de Groucho y a Hope lo que es de Hope… Por cierto, puede que este cómico, nacido en Inglaterra pero más yanqui que la Estatua de la Libertad y los fritous de maiz juntos, no influyera sólo en sus colegas americanos. En una de sus películas (no recuerdo cuál) cuenta cómo en sus años en el ejército se vio envuelto en una situación desesperada. “¡Tres contra quinientos! ¡Fueron horas de batalla feroz, pensamos que no íbamos a salir vivos de allí! ¡Tres contra quinientos!”. “¿Y vencieron”? “¡Sí! Pero no sabe el trabajo que nos dieron aquellos tres”. Bueno, pues ahora recordemos ese chiste que contaba Miguel Gila tan a menudo: “El otro día voy por la calle y veo que hay cuatro tíos pegando a otro… y me meto. ¡Qué paliza le dimos entre los cinco!”. ¿Casualidad o influencia trasatlántica?

jueves, mayo 08, 2008

¿Y si le damos una oportunidad a "Proyecto Dos"?

Personalmente, creo que un blog puede ser mejor o peor, pero que nunca debe alimentarse (al menos, en exceso) de los contenidos de otros blogs, o se corre el riesgo de convertir la Red en una sarta de refritos. Igualmente, en este blog no se suelen hacer recomendaciones de películas, porque aquí estamos para otra cosa. Pero me voy a permitir aconsejarles que, si tienen tiempo y oportunidad, busquen un cine donde sigan poniendo Proyecto Dos, aunque sospecho que no quedarán muchos después del asalto de Iron Man y de la inminente llegada de Speed Racer -de la que ya hablamos aquí hace unos días-, perteneciente al terreno de las superproducciones yanquis que invaden las pantallas con la misma sutileza que los orcos en El retorno del Rey.

Verán: Proyecto Dos es una peli española que mezcla ciencia-ficción, intriga, golpes de guión, clonaciones y (creo) final sorpresivo. Digo “creo”, porque no la he visto todavía. Pero por lo que he leído sobre ella, tanto en críticas profesionales como en opinión de gente que ya se la ha tragado, la cosa puede valer la pena. Y hay más motivos: en ella han trabajado algunos buenos amigos de este blog, y por ellos he ido recibiendo cumplida información de las vicisitudes (nunca mejor dicho) por las que ha pasado la susodicha cinta, y que se pueden resumir en el nulo esfuerzo de la distribuidora (Buenavista) por llamar mínimamente la atención sobre el estreno: no se envía material audiovisual a las televisiones; no se avisa a los medios del pase previo, al que acudió bastante famosete… Pero, claro, ningún periodista; se niegan a distribuir el material filmado de ese pase previo que los propios responsables de la película ruedan por su cuenta y riesgo (porque había que pasarlo a Beta, y eso cuesta dinero…); y en general no mandan un puñetero email a la prensa. Si ya ha sido un milagro que se haya estrenado, más lo habrá sido que alguien se haya enterado de que existe.

¿Y a usted qué leches le importa todo esto? Me preguntarán. Bueno, pues algo sí me importa. Como creo que ya he comentado alguna vez, soy periodista de profesión. Lo que también soy es escritor de no ficción, y tengo un par de libros publicados, cuyos títulos me reservo porque no tienen nada que ver con el cine y yo no he hecho este blog para publicitarme. Pero mi trabajo me ha costado escribirlos. Y les aseguro que la ilusión de ver por fin el producto de tanto tecleo, sudor y lágrimas en las librerías puede verse bastante truncada cuando se comprueba que a) la editorial que te publica pasa de tu libro como de la mierda, b) la promoción te la tienes que hacer tú, c) presuntos amigos y antiguos colegas en los medios, periodistas endiosadas (alguna con asistente), negros de tertulianos con flequillo, figurones de las ondas que están muy ocupados reseñando la guía sexual de Nuria Roca (salió a la vez que mi segundo libro) o las Cartas a un joven español (también, también...) lo mandan de un manotazo a la pila de los nunca abiertos, y d) cuando al fin la editorial hace una presentación, les falla el presentador… y ni se les ocurre cambiar la fecha. Tú mismo a contarle a la gente lo bueno que es, con tu mejor sonrisa.

Yo no digo que todo eso me haya pasado a la vez, ni en el mismo libro, pero les aseguro que sé perfectamente lo que significa cabrearse, rebotarse, frustrarse y, al final, encogerse de hombros y pensar que a lo mejor en la próxima ocasión, que otra vez a encerrarse un buen montón de meses con la esperanza de que las cosas vayan mejor con el siguiente… porque, a pesar de todo, SIEMPRE hay un siguiente. Y es injusto. Y no debería ocurrir. Como tantas cosas en esta vida.

¡Así que todos al cine, leches! Y no se preocupen, que si la peli nos parece una castaña, sé dónde viven estos tíos.

miércoles, mayo 07, 2008

La mejor actuación



“Si estabas con él en un rodaje y le veías interpretar una escena, te preguntabas para qué le estaban pagando”, dijo de él el actor Lloyd Nolan. “Pero cuando veías después las tomas del día, entonces lo sabías. La actuación para el cine está en los ojos”. “No quiero actuar con él”, dijo, por su parte, John Barrymore. “Me robaría la escena con una mirada o con pasarse la mano por la cara”. Son dos magníficas descripciones del innegable talento de Gary Cooper, cuyo cumpleaños se celebra hoy. ¿Es posible que este hombre naciera hace 107 años? Su presencia, su manera de actuar, parece tan fresca, tan actual. Todavía, como todos los grandes, llena la pantalla con sólo aparecer en ella. Es difícil no seguirle con la vista, aunque sólo se esté sentando, apoyándose en una pared, o encendiendo un cigarrillo. Cuando se habla de él lo típico y tópico es acordarse de Sólo ante el peligro (1952), de Fred Zinemann, pero yo personalmente le prefiero con Capra en Juan Nadie (1941), con Lubitsch en La octava mujer de Barba Azul (1938) y, desde luego, con Howard Hawks en Bola de fuego (1941).

Hizo de todo, y lo hizo bien. Cuesta trabajo creerlo de un cow-boy que empezó como especialista en el cine mudo, y que luego fue subiendo de un papel a otro hasta enfrentarse, como muchas estrellas de la época, con la llegada del sonoro. Pasó la prueba, y se convirtió en uno de los mayores astros de Hollywood hasta que el cáncer se lo llevó en 1961. Antes, mucho antes, se enfrentó a una de sus primeras escenas dramáticas, en el western mudo Flor del desierto (1926) de Henry King, donde comenzó sustituyendo en las tomas largas al actor Harold Goodwin y finalmente se hizo con el papel cuando éste resultó no estar disponible.

En la escena en cuestión, su personaje llegaba al cuarto de un hotel, agotado, sudoroso y cubierto de polvo, después de haber cabalgado 130 kilómetros, para dar una noticia desastrosa al resto de los actores. Pero, como él mismo recordó en una conversación mantenida con el periodista George Scullin, “yo no sudaba lo suficiente para quedar bien empolvado, ni era capaz de aparentar todo el cansancio que se necesitaba. Después de 15 ó 20 ensayos y una docena de tomas, aunque mostraba cansancio, no daba la sensación de fatiga extrema”.

“Para lograrla, una mañana King comenzó a hacerme correr alrededor del estudio a las siete A. M. Al cabo de una hora comencé a dar señales de cansancio. El director me incitaba a seguir adelante recordándome la carrera de Maratón y aquello del arte por el arte. Después de unos quince kilómetros de carrera, salía a mi encuentro cada cuatro vueltas y me arrojaba un puñado de polvo a la cara. Por fin tuvo a bien pensar que ya estaba suficientemente cansado: a estas alturas ya estaba yo bamboleándome, completamente exhausto. Me agarró en una voltereta, me arrastró frente a las cámaras y me dijo:

- Ahora sí. ¡Suéltales la noticia!

El calor y las luces me dieron de lleno en el rostro. Abrí la boca automáticamente, vi que la cámara daba vueltas alrededor de mí y caí cuan largo era. Samuel Goldwyn, que estaba mirando, dijo que era la mejor actuación que había presenciado. ¿Y quién era yo para llevarle la contraria?”

lunes, mayo 05, 2008

¡COÑO! ¡Pero si es Meteoro!


Como soy así de despistado, al principio no le presté ninguna atención al cartelón que había en la fachada del cine Callao, de Madrid, donde se anunciaba una cosa llamada Speed Racer. Lo primero que pensé fue que era la publicidad de un vídeojuego, que por fin estaba desplazando al cine incluso en las carteleras. Y luego ya me ha ido llegando información sobre la película, porque de una película se trata: es la cinta con que los hermanos Wachoswki vuelven al cine después de habernos tomado el pelo por triplicado con Matrix. ¿Y qué es eso de Speed Racer? ¡Pero si este es Meteoro, de toda la vida!

Bueno, vaya recuerdos que me trae el titulito en cuestión. Meteoro, nada menos. En El País de las Tentaciones del viernes pasado, Jordi Costa le dedicaba un estupendo artículo a esta serie de dibujos animados que marcó época en los cuarentones de hoy (aunque no se emitió en 1976, como él dice, sino en 1975). Hay que ponerse en nuestra situación: dos cadenas de televisión, y una escasez total de dibus que, por lo demás, no iban mucho más allá de las producciones de Hannah-Barbera y (gracias a Dios) los Looney Tunes de la Warner, pasando por reposiciones de Popeye y demás cortos del King Features Syndicate. Y de repente, llegó aquello, primera serie japonesa que pudieron ver nuestros ojitos, y lo que vimos nos dejaba los ojos tan grandes como los de los protagonistas, que ya era.

Meteoro (Speed Racer de nombre original) era un adolescente con casco blanco y pestañas de lo más Orgullo que competía con su bólido Mach 5 en competiciones de todo el mundo. Por el camino tenía que enfrentarse con malvados de toda clase y condición dispuestos a hacer lo que fuera por impedirle ganar. Salía de todas gracias a su habilidad como piloto y a los gadgets con los que estaba equipado el Mach 5, que dejaba al Batmovil y a los coches de 007 a la altura de un Seiscientos. Esa era la trama básica, pero lo que me llamaba la atención es cómo estaba presentada: por primera vez vi morir gente en una serie de dibujos. Porque no es sólo que los malos fueran más malos que pegar a un padre con un calcetín sudao, es que las carreras transcurrían en escenarios imposibles: desiertos, desfiladeros, barrancos infernales, zonas volcánicas, y en cuanto se daba la salida, por lo menos media docena de bólidos se pagaban unas leches que ríanse ustedes de la de Kovalainen en Montmeló, y acababan hechos trizas o envueltos en llamas, mientras escuchábamos con todo detalle los gritos de agonía de sus ocupantes… Cada trama duraba dos o tres episodios, que acababan siempre en un cliffhanger de los de comerse las uñas hasta los codos, que nos dejaba esperando el desenlace la semana siguiente; desenlace que rara vez llegaba, porque la Televisión Española de entonces se pasaba la continuidad por ahí mismo y ponía los episodios como Dios le daba a entender. Aquí tienen el pedazo de presentación original. ¿A que mola? Y del doblaje ni hablamos...

Bueno, pues eso era Meteoro. Con lo cual comprenderán que no vaya a ir a verla, porque me temo que todos esos recuerdos se me pueden venir abajo con una facilidad pasmosa. Además, verle con otro nombre… Lo de "Meteoro" tenía un pase, pero ¿Cómo se va a llamar un tío Speed de nombre y Racer de apellido? “Hola, tú ¿cómo te llamas?” “Pues me llamo Speed Racer, Spi para los amigos”. “¿Y a qué te dedicas?” “Hombre, yo iba para ginecólogo, pero con este nombre…”. Por eso de que la realidad raras veces imita al cine, el único piloto real con un nombre parecido era Scott Speed, que abandonó el campeonato de Fórmula 1 por la puerta chica después de mostrar infinitas maneras de hacer el ridículo al volante. Pero esa es otra historia, como decía aquél.

Y por cierto, insisto: el título es de vídeojuego, el cartel es de videojuego, y por lo que se ve en los trailers, la película tiene una pinta de videojuego que tira de espaldas. Ustedes mismos.