Pues claro. Y gracias a You Tube, aquí tienen una pequeña selección.
Muy Feliz Navidad a todos.
Vince
Porque el cine no se acaba cuando llegan los títulos de crédito, uno de tantos aficionados a lo que de momento se sigue llamando celuloide ofrece cada día una anécdota relacionada con el septimo arte para leer, contrastar y comentar
Pues claro. Y gracias a You Tube, aquí tienen una pequeña selección.
Muy Feliz Navidad a todos.
Vince
Tenía un poco abandonada la lista de Navidad, y supongo que todo el mundo habrá hecho ya las compras –yo vengo de hacerlas, y juraría que ahora calzo tres números más de zapato-, pero ayer nos ha dejado Robert Mulligan, y lo mejor que se puede decir de él es que es una pena que sus 83 años de vida no le dieran para hacer más películas.
No había visto en su idem El 7º día, la interpretación que hizo Carlos Saura en 2004 de la matanza de Puerto Hurraco. Y no la había visto, supongo por la misma razón que mucha gente; que el temita de la película se las trae. Saura tiene mucha experiencia –él mismo lo reconoce en los extras del DVD- en la inclusión de la violencia en sus películas de una forma seca, sin florituras, casi cotidiana y, por eso mismo, mucho más impactante. Lo hizo en La caza y lo ha hecho más veces, hasta culminar en este séptimo día cuyas escenas finales son, desde luego, difíciles de tragar. Más aún cuando sabemos que tanto horror y tanta locura fueron reales; y más aún cuando hay dos actores como la copa de un pino llamados Jose Luis Gómez y Juan Diego –respaldados por una tremenda Victoria Abril- a los que les basta un gesto, una mirada, un ademán, para meterle a uno el miedo en el cuerpo, para desaparecer como intérpretes y convertirse en esos dos personajes aislados y semianimalizados capaces, desde luego, de organizar una masacre sin pestañear.
u lectura para después de haber visto la película; cuando las leo con atención es para buscar coincidencias o divergencias, y también para aprender, para que se me abran cosas que en su momento pude pasar por alto. En último lugar, claro, también las leo para saber lo que tengo que decir en este blog y que ustedes me tengan por un entendido total, ejem… La cuestión es que busqué la crítica de la película de Saura que apareció en el número de mayo de 2004 de la revista Dirigido. La cosa me hizo gracia: el número contenía la segunda parte de un especial sobre la Hammer Films, y la foto de portada mostraba a Peter Cushing a punto de invitar a una ración de estaca al vampiro de turno.
Escondida en una página, dentro de una revista repleta páginas dedicadas a vampiros (y vampiras macizas, que estamos hablando de la Hammer), hombres lobo, frankensteins y quatermass diversos, el horror de verdad estaba en una película mucho más cotidiana, en una película que tiene en su banda sonora a Objetivo Birmania y El tractor amarillo, nada menos. Me encantan las películas de terror clásico. Estos otros monstruos, en cambio, sí que me acojonan. 
Leyendo un artículo de Fernando Savater es como me he enterado, así de pasada, de la muerte de Forrest J Ackerman. Su nombre, probablemente, sólo nos dirá algo a tres o cuatro frikis, pero voy a hacerles una pequeña confesión: este señor fue uno de los responsables de mi interés por el cine. De no haber sido por él, no me habría puesto a tragarme películas una detrás de otra en las salas de sesión continua, ni a coleccionar libros y revistas, ni a darles la lata años después con este blog. O sea, que lo mío con Ackerman es algo parecido a lo de Almudena Grandes con Juan Marsé, de quien ha dicho que fue una de sus grandes inspiraciones para convertirse en escritora (¡Pero pobre Marsé! ¿Él qué ha hecho para que le impliquen en tamaño desaguisado? De todos modos, tampoco hay que preocuparse; han pasado muchos años y muchos libros… y esta chica sigue sin ser escritora).
Voy a hacerles una pequeña confesión, que probablemente no coja de nuevas a nadie: la cantidad de periodistas que se lanzan a hacer la reseña de un libro sin apenas leerlo, y quiten el “apenas”. Lo único que hacen es reproducir la nota de prensa y señalar lo que esa misma nota señala, sin siquiera abrir el volumen para comprobarlo por sí mismos, o para buscar otras cosas quizá más interesantes.