domingo, noviembre 18, 2007
"¡Americanoooos...!"
La verdad, a un servidor le gustan los aniversarios como a cualquiera (de hecho, este blog se nutre abundantemente de ellos), pero el que se ha celebrado esta semana ha sido de lo más rarito: 55 años del rodaje de ¡Bienvenido, Mister Marshall!. ¿55? ¿Y por qué no 54? ¿o 56? A ver si va a ser por aquello de la rima, porque si no, otra explicación no encuentro. Bueno, da igual: como en Guadalix de la Sierra, pueblecito donde se rodaron los exteriores, se han vuelto a engalanar (aunque no tanto como entonces) para celebrar este aniversario de rima fácil, vamos a hablar un poco de uno de eso que se suele denominar un clásico con mayúsculas, en este caso con todo merecimiento. Cada persona que la haya visto tendrá, probablemente, su momento favorito: el mío es el de la arenga de Don Cosme, el cura del pueblo, sobre la panda de pecadores que acecha en el país de las barras y estrellas:”Hay cuarenta y nueve millones de protestantes, cuatrocientos mil indios, doscientos mil chinos, cinco millones de judíos, trece millones de negros y diez millones de… nada”.
¡Bienvenido, Mister Marshall! abunda en anécdotas, alguna de las cuales consiguió dar al entorno de la película un tono más berlanguiano que la propia cinta. La más conocida tuvo lugar en el Festival de Cannes (donde se presentó a concurso y consiguió una Mención Especial del Jurado, algo muy a tener en cuenta en la paupérrima proyección internacional de que gozaba nuestro celuloide por aquel entonces) y la culpa la tuvo el actor Edward G. Robinson, miembro del jurado de ese año, que se escandalizó al ver un plano con una banderita de Estados Unidos arrastrada por la lluvia hasta una alcantarilla: aquello era un insulto, un agravio, una agresión directa a su país. La cosa tenía su explicación: Robinson había estado bajo la lupa del Comité de Actividades Antiamericanas, que le habían puesto en su punto de mira, como a tantos otros, por presunto simpatizante izquierdista. A consecuencia de ello, quedó tan escocido que no perdía ocasión de manifestar su patriotismo a la menor oportunidad.
El de Robinson no fue el único incidente protagonizado por la película en Cannes: como maniobra publicitaria, a la productora no se le ocurrió otra cosa que inundar Cannes con billetes de dólar que llevaban impresos los rostros de José Isbert y Lolita Sevilla… con la consecuencia de que director y productores acabaron en la comisaría acusados de falsificación. La cosa, afortunadamente, no pasó de un susto. Otro más.
Y la tercera anécdota tuvo lugar en Madrid, cuando llegó a España el nuevo embajador norteamericano, en un momento en que estaban a punto de firmarse los tratados internacionales entre la dictadura franquista y el gobierno de Truman. Y de repente, el buen señor, cuando entraba en Madrid por la carretera de La Coruña, se topó con una pancarta que la cruzaba de lado a lado donde se leía la frase “¡Bienvenido, Mister Marshall!”. Inmediatamente pidió una explicación al Ministerio de Asuntos Exteriores, y como consecuencia los responsables de la película tuvieron que aclarar las cosas en la Dirección General de Seguridad.
Con estos antecedentes, está claro que la fama de provocador que ha arrastrado siempre Luis García Berlanga no le viene de nuevas.
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