Pasando por delante del quiosco, veo que los chicos de la revista Psichologies dedican su portada del mes a los atractivos de ser borde. Como era de esperar, la foto que ilustra el tema es un gran retrato del doctor House. La verdad es que el cine nos ha presentado multitud de personajes bordísimos en la pantalla (una de las mejores borderías jamás pronunciadas en una película corrio a cargo de Groucho: “Nunca olvido una cara, pero en su caso voy a hacer una excepción”), y ha contado con un número aun mayor de personajes odiosos detrás de ella. El caballero de la foto se llama Harry Cohn.
Cohn era un magnate. Un magnate de los de antes, los que crearon los estudios literalmente de la nada y controlaron las carreras y las vidas de las miles de personas que trabajaban para ellos. Su estudio era la Columbia Pictures y, aparte de ser el responsable de la producción de un buen número de obras maestras, se las arregló para ser el directivo más odiado en una comunidad que no andaba precisamente falta de especimenes semejantes. King Cohn, la biografía que de él hizo el periodista Bob Thomas, abunda en anécdotas sobre el particular. “Yo soy el rey aquí. Quien quiera que coma mi pan, canta mi canción” era su manera de definir su puesto, y sus modelos de dirección estaban algo alejados de la Harvard Business School. Amigo personal de Benito Mussolini, no sólo tenía una fotografía dedicada del Duce en su mesa, sino que había diseñado su despacho para que fuera exactamente igual que el del dictador italiano. Largo, interminable, cualquier visitante tenía que recorrer una considerable distancia hasta llegar a la mesa del jefe, que en ningún momento dejaba de taladrarle con esa mirada que pueden ustedes adivinar por la foto. “Para cuando llegan aquí”, solía decir orgulloso, “ya se han meado encima”.
Curiosamente, tras su muerte los comentarios no fueron tan unánimes como cabría esperar. John Wayne dejó clara su opinión sobre él: “Era un hijo de puta”, pero John Ford, amigo íntimo de Wayne, también dijo que “era la clase de persona en la que un apretón de manos era más fiable que un contrato redactado por todos los abogados de Filadelfia”. De todos modos, la mejor frase sobre Harry Cohn, como no podía ser menos, la acuñó él mismo: “Yo no padezco úlceras. ¡Yo las provoco!”.
jueves, septiembre 06, 2007
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