Hablábamos el otro día de los actores que, por diversos motivos, tras haber rodado sus escenas, desaparecen del montaje final de las películas. El caso opuesto sería el de los actores que aparecen fugazmente en una película, a veces para decir una sola frase y poco más; es lo que se llama un cameo, y lógicamente, tiene mucha más gracia cuanto más famoso sea el actor que lo protagoniza. A mí uno de los que más me ha gustado últimamente es el de la primera película dirigida por George Clooney, Confesiones de una mente peligrosa (2002), que narra la historia de Chuck Barris, creador de alguno de los programas más cutres (y de mayor éxito) de la historia de la televisión. Uno fue, por cierto, El gong show, con el que TVE, siempre atenta a cultivar el nivel académico de los espectadores, nos está castigando estos días; y otro, también emitido en España, aquél concurso (no recuerdo el nombre) en el que una chica debía elegir pareja entre tres concursantes masculinos, sin saber qué aspecto tenía cada uno, basándose sólo en las preguntas que les iba haciendo. Bueno, pues en una escena correspondiente al concurso vemos que entre los tres candidatos hay un tipo regordete, calvo y con gafas… y los otros son son Brad Pitt y Matt Damon, semidisfrazados con barbas y bigotes postizos. Lógicamente, la chica escoge al feo.
Pero los cameos no tienen por qué estar protagonizados sólo por actores. Aquí tienen una lista de directores a los que les gusta asomarse por la pantalla. Y luego, en ocasiones las estrellas invitadas ni siquiera pertenecen al mundo del cine. Por ejemplo, el escritor Boris Vian, que interpretó a un sacerdote en Nuestra señora de París (1956), de Jean Delannoy; Peter Benchley, autor del Best-seller Tiburón, que aparece en la adaptación de su novela como un reportero de televisión; George Bernard Shaw, en Major Barbara (1941),que sale como uno de los fieles que asisten a un acto religioso… Y no podemos olvidar a los políticos, desde Lech Walesa, que aparece brevemente en El hombre de hierro (1981) de Andrzej Wajda como el padrino de la boda del protagonista, hasta Joaquín Leguina, que en el policiaco español Demasiado para Gálvez (1980) sale haciendo ni más ni menos que de guardia civil.
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