domingo, abril 04, 2010

Con musho arte

Mi padre fue crítico taurino en su juventud; y yo, en la mía, también viví una época donde se me despertó una cierta afición a la lidia, hasta que tuve mi particular caída camino de Damasco; sencillamente, aquello comenzó a parecerme una total y absoluta salvajada. Y hasta hoy. Con todo, no estoy en absoluto de acuerdo con esta campaña surgida sobre una posible prohibición en Cataluña, porque a) los verdaderos motivos para fomentar el veto tienen mucho que ver con torticerías políticas y poco con una verdadera preocupación el bienestar animal y b) la palabra “prohibir” me suele provocar sudores fríos en la mayoría de los casos.

Pero la polémica surgida a raíz de todo este asunto ha provocado una polémica secundaria interesante, cuando Madrid y alguna otra comunidad han declarado los toros Bien de Interés Cultural, o algo así. Esperanza Aguirre ha justificado su iniciativa recurriendo a la importancia que han tenido en la obra de autores como Lorca o Picasso. Ah, Lorca y Picasso. Que harían los políticos sin ellos. O mejor dicho, qué harían sus asesores de comunicación, los que les escriben los discursos. Tú menciona a Lorca y a Picasso y quedas como Zeus, aunque al primero lo confundas con Miguel Hernández –muy de moda también últimamente- y del segundo no hayas visto ni el Guernica. La verdad es que la líder –ya que estamos tan cultos hoy, aclaremos que eso de lideresa es una soberana idiotez- de la Comunidad de Madrid, o cualquier otro político llegado el caso, podría haber profundizado un poco más y haber seguido, no ya con Hemingway, que eso se da por descartado, sino con Angel María de Lera y su novela Los clarines del miedo, o con Fernando Quiñones y ese prodigio de libro de relatos que es La Gran Temporada, donde su cuento Los toros del Puerto finaliza con una de las frases más desgarradoras que un servidor ha leído jamás: "giró sobre un talón pensando que había cumplido aquel día treinta y dos años, y que la vida de los perros no suele exceder de quince".

No tengo muy claro si los toros son o no cultura en sí mismos, pero desde luego sí han generado cultura. ¿Y en el cine, que es a fin de cuentas de lo que sigue tratando este blog? Pues se podrían citar unas cuantas películas, entre las que destacan, por sus numerosas versiones, Sangre y Arena y Currito de la Cruz. La primera, basada en la novela de mi tocayo Blasco Ibáñez, cuenta con plasmaciones en la pantalla de peso, como la de 1922 con Rodolfo Valentino y la (mejor, por cierto) de 1944, con Tyrone Power y Rita Hayworth, dirigidos además por Rouben Mamoulian. La tercera, de 1989, se recuerda sobre todo por haber sido rodada en España y contar con la participación de una Sharon Stone de la que todo el equipo acabó tan harto que de muy buen grado le hubieran clavado una estocada hasta la bola. En cuanto a Currito… melodrama racial y carpetovetónico, que ha conocido cuatro versiones, yo personalmente recomiendo la de Rafael Gil de 1965, que provoca risas de puro cursi y tiene a Arturo Fernández haciendo de torero chulo, envidioso y malvado, que al final es fatalmente corneado por un morlaco como justo castigo a su perversidad.

El toreo y el celuloide se han unido con más suerte en dos cintas en concreto: una, el documental Tú sólo rodado en 1984 por Teo Escamilla, uno de nuestros mejores directores de fotografía, centrado en los sueños y esperanzas de los chavales que entran en la Escuela de Tauromaquia de Madrid. Y Los Golfos, dirigida en 1959 por Carlos Saura, donde el toreo se presenta también como la –imposible-, salida de la miseria para los protagonistas. Precisamente el asunto de los toros le dio al director algún quebradero de cabeza durante el rodaje: los que hayan visto la película recordarán que su final narra el estrepitoso fracaso de Juan, uno de los personajes cuando, por fin, consigue estrenarse como novillero.

El actor que interpretaba a Juan era de verdad un aspirante a torero llamado Oscar Cruz. Y, llegado el momento de rodar la escena, le dijo a Saura que ni hablar, que un artista de su categoría no estaba dispuesto a fracasar en pantalla, que él era, ante todo, un torero y como tal se debía a un público que, por otra parte, ni siquiera tenía por entonces. Saura, finalmente, llegó a un acuerdo con él: rodaría la novillada tal cual; si hacía una buena faena, su personaje triunfaría en la película, y si no, se mantendría el final previsto. Oscar Cruz resultó ser un verdadero pinchaúvas, y se ganó una bronca monumental del respetable, que puede apreciarse en la película en toda su magnitud.

De aquél torero, la verdad, poco volvió a saberse. Pero la película de Saura sigue ahí. Y tiene todavía mucho arte dentro.

2 comentarios:

Silvio Dante dijo...

¿Y "La trastienda" qué?...
Toros corriendo por las calles (San Fermín), planos horribles de corridas, borrachos, curas, unos diálogos que dan mareos, la Cantudo y su fel****...

Enhorabuena por el regreso (qué le den a la tecnología).

Vince dijo...

Un poco traído por los pelos, Silvio, qué quiere que le diga... Para eso, meto también "La Vaquilla". Encantado de volver a verle.