Es posible que a los lectores más jóvenes les cueste imaginar lo que significaron las películas de Rambo allá por los años 80 del siglo pasado, mucho menos si se molestan en ir a ver esta vetustilla cuarta entrega. Cinematográficamente, la verdad es que no significaron gran cosa, pero como fenómeno social… en plena era Reagan, nadie como Sylvester Stallone supo ver el filón que significaba la recuperación de los valores yanquis más vetustos, y la idea de presentar en la pantalla a americanos de pura cepa dándoles las del pulpo a los enemigos tradicionales de la nación.
Hubo otros, claro, empezando por el chuachegobernador de California y siguiendo por Chuck “visita Texas si tienes huevos” Norris, pero ya les digo, Stallone los superó a todos con su doblete conseguido en 1985 con Rambo y Rocky IV, que aparte de convertirle en multimillonario le hizo merecedor de una portada de la revista Time.
Cuesta creer que este fenómeno tuviera su origen en la novela escrita en 1972 por un profesor de literatura, David Morrell. Pero así fue: Primera sangre (publicada en España por Ultramar) llamó la atención de Hollywood nada más aparecer, pero en aquella época no se pensaba que la historia de un excombatiente de Vietnam que se volvía loco y destrozaba un pueblo entero cuando le tocaban demasiado las narices tuviera mucho atractivo. Claro que eso fue antes de que Stallone la cogiera diez años después y la convirtiera en Acorralado. Es curioso; en la película y en la novela pasan casi las mismas cosas, pero el trasfondo de la historia es muy distinto. El Rambo literario no es una masa de músculos, sino un tipo de lo más normal que, antes de que le toque ir a Vietnam, se alista voluntario en las Fuerzas Especiales porque sabe que así tendrá más posibilidad de sobrevivir. Cuando le sueltan de nuevo en la vida civil deja salir al perturbado que lleva dentro y, al final, después de más de 200 páginas de sangre y muerte, le pegan un tiro.
Esto último Stallone no lo podía permitir. Kirk Douglas cuenta en sus memorias que recibió la oferta de interpretar al coronel Trautman, el mentor de Rambo, pero que la rechazó a menos que mantuvieran el final de la novela y su personaje matara a la máquina asesina que él mismo había contribuído a crear. “Se habría perdido un negocio de mil millones de dólares”, afirma. “Pero hubiera sido lo correcto”. A Trautman lo interpretó Richard Crenna (fallecido recientemente), Rambo sobrevivió y por eso nos ha podido deleitar (?) con tres entregas más.
Un par de anécdotas sobre Rambo, la segunda peli de la serie, y la más famosa. Primero, el programa de entrenamiento físico de Stallone, que le acabó dando ese aspecto que alguien comparó con el de un condón relleno de nueces: durante cinco meses pasó seis horas al día haciendo remo, jogging y pesas, además de lecciones de tiro con arco y entrenamiento suplementario con los SWAT de Los Angeles. Durante el rodaje, se levantaba a las cuatro y media de la mañana para entrenar y trabajar en el guión de Rocky IV que, aunque parezca increíble, también necesitaba escribirse. En todas sus películas, Stallone aparece con cara de sueño, pero es que en esta, verdaderamente, se dormía de pie.
Y luego un detallito que señala acertadamente Peter Van Gelder en su libro That’s Hollywood: en la peli, Rambo mata a 57 personas, en su mayoría guardas del campo de prisioneros en Vietnam. Pero dentro sólo hay una docena de americanos capturados. ¿A quién se le ocurrió poner más de 50 soldados para vigilar a doce presos famélicos? El vietcong estaba, desde luego, sobrado de personal.
P. D. Por cierto, la famosa frase “No siento las piernas” se ha dicho en MILES de películas yanquis, pero no en la saga de Rambo. Lo que verdaderamente dice es “¡No le encuentro las piernas!” cuando al final de Acorralado recuerda la historia de un compañero suyo al que le vuelan la parte inferior del cuerpo de un bombazo. Y lo de "Dios mío, esto es un infierno", no tengo claro si la dijo Rambo... o un servidor de ustedes, cuando le tocó verla.
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1 comentario:
No quiero que nos obsesionemos, aún falta para el domingo, pero, ¿no existe cierta relación entre estas películas y los premios Goya? Centinelas, 57; prisioneros, 12. Me da la impresión de que cada año hay más premios, que se otorgan casi siempre a los mismos pocos, en el auténtico espíritu Juan Palomo. ¿Premios, 57; premiados, los 12 de siempre?
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