Hablábamos aquí hace unos días de la muerte de Deborah Kerr. Hoy toca hacerlo de la de su marido, el escritor Peter Viertel. Uno de tantos europeos (nació en Alemania) cuya familia emigró a Estados Unidos huyendo del nazismo, dedicó toda su vida a ese trabajo, tan duro como gratificante, que es aporrear las teclas de la máquina o del ordenador esperando que de ahí salga algo que merezca la pena dar a leer a los demás. También tuvo tiempo para su otra gran pasión, el surf. Y para casarse con Kerr en 1960 y permanecer a su lado 47 años.
De Viertel he hablado en alguna otra entrada de este blog. Hace años le entrevistaron en su casa de Marbella para un suplemento dominical, y me llamó la atención lo que las fotos dejaban entrever de su entorno; se adivinaba una habitación con mesa, libros, periódicos y muchos papeles, donde iba poco a poco fabricando sus obras. La luz natural que iluminaba la imagen daba la idea de una estancia luminosa, donde el sol llega multiplicado por la proximidad del mar. La tabla de surf, nos explicaba el periodista, no estaba lejos. Y de la lectura del reportaje se desprendía la imagen de un señor al que los años le habían acabado permitiendo tomarse la vida con calma, entre horas de escritura, ratos de surf y paseos a la tienda de la esquina a por el periódico, como otros tantos jubilados alemanes e ingleses que vienen a pasar unos últimos años apacibles rodeados de buen clima. Confieso que terminé de leer la entrevista con una profunda envidia.
Hoy no le siento envidia ninguna, sino admiración; al parecer, llevaba tiempo mal, con una de esas enfermedades que no queremos ni mencionar los que hemos perdido por ella a amigos o parientes. Fiel a su reputación de tipo duro, que para algo se las había visto en los rodajes con Huston y Bogart, aguantaba, sabiendo que no podía dejar sola a su esposa, a la que el Alzheimer, por su parte, le estaba comiendo poco a poco la memoria de cuarenta años de vida en común. Y ha sido tras su muerte cuando él ha tirado la toalla, pensando quizá que la soledad y la enfermedad iban a ser una carga demasiado dura. O, sencillamente, que sin su mujer ya no valía la pena seguir resistiendo.
Muchas veces nos hemos preguntado qué ocurre con los protagonistas de una película después del cartelito de The End. En este caso, ya lo sabemos: la película se alargó durante cuarenta y siete años y, si existe otra vida, puede incluso que esté en camino una secuela infinita. Aquí las dejo la portada de su última novela, publicada hace sólo unos meses. Por si les apetece.
miércoles, noviembre 07, 2007
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1 comentario:
Melancólica, evocadora y reflexiva entrada, sí señor. Me gusta.
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