viernes, mayo 25, 2007

Guardián de la moral

Nos habíamos quedado el otro día en Will Hays, que durante años, y por su cargo de Presidente de los Productores y Distribuidores de Películas de America, fue en la práctica el principal censor del mundo del celuloide. Por la imagen pueden ver que no era precisamente Errol Flynn y que una visita al dentista no le habría venido nada mal. Pero me temo que, como todo profesional de la censura, la podredumbre no se limitaba a sus dientes, sino que estaba profundamente incrustada en su cerebro.

El origen del reinado de Hays fueron los escándalos que protagonizaron muchas de las estrellas de cine durante la etapa muda: Wallace Reid, muerto a los 32 años por exceso de alcohol y drogas; Charles Chaplin acusado de bigamia y de simpatizar con los comunistas; Fatty Arbuckle, condenado por violar a una chica con una botella durante una fiesta salvaje… Poco importa que muchos de estos escándalos no fueran reales o sus circunstancias hubieran sido exageradas por la prensa amarilla de la época (al lado de la cual, Aquí hay tomate parece una ONG); en el país con mayor número de puritanos por metro cuadrado, aquello era suficiente para que Hollywood se convirtiera en sinónimo de sexo y depravación. Y los productores decidieron autocensurarse antes de que su floreciente negocio se fuera a pique por presiones populares o, incluso, acciones directas del gobierno.

Will H. Hays era presidente del Comité Nacional Republicano bajo el mandato del presidente Warren G. Harding, y fue la persona designada para velar por que la moralidad de Hollywood se mantuviera prístina. En los primeros tiempos, las cosas estuvieron tranquilas: Hays lanzó una lista de temas que no se podían tocar, y de otros que sí, aunque cuidadosamente. Pero con la llegada del cine sonoro, surgieron nuevos peligros, entre ellos películas con argumentos más elaborados y que, por tanto, pudieran tratar temas inconvenientes, y la amenaza siempre presente de las palabrotas. Había que hacer algo, y de hacerlo se encargaron Martin Quigley, editor católico del Motion Picture Herald, y Daniel J. Lord, profesor de arte dramático, que cogieron las recomendaciones de Hays y las convirtieron en un Código aceptado por la industria cinematográfica el 31 de marzo de 1930, y conocido en la industria como el Código Hays.

Este Código estuvo presente durante muchos años. Vamos a repasar algunos de sus puntos:

Los triángulos amorosos podían tratarse, pero siempre y cuando al final siempre prevaleciera “el matrimonio, la santidad del hogar y la moralidad sexual”.

Las escenas de pasión no debían “ser explícitas ni demasiado vívidas, por ejemplo estrechando los cuerpos, con besos lascivos y prolongados, con abrazos evidentemente lascivos o con posturas que puedan levantar pasiones” (en su aplicación práctica en las películas, esto quería decir que los besos no podían durar más de tres segundos, y siempre con la boca cerrada).

Sobre el uso del lenguaje, los juramentos “jamás deben ser utilizados como un elemento de comedia”, y el nombre de Jesucristo no debía utilizarse, salvo en sentido piadoso.

Los bailes que aparecieran en pantalla no debían ser “sugerentes”. “Los bailes del tipo Can-Can… son malos. La llamada danza del vientre es inmoral, obscena y totalmente inapropiada”.

Y, por supuesto, entre los temas estrictamente prohibidos estaban las “perversiones sexuales” o las relaciones sexuales entre las razas negra y blanca.


Hay mucho más, pero tampoco se trata de que el post se haga eterno. Aquí cada uno tendrá su opinión, pero a mí, cada vez que leo esto, me entran unas ganas enormes de atar al señor Hays a una silla y obligarle a tragarse los tres Torrentes uno detrás de otro...

2 comentarios:

Lego y Pulgón dijo...

A mí todo eso del Código Hays me parece, aparte de hipócrita, algo que va de la mano de "lo clásico", en lo que a cine se refiere. Peeeeero...
Echo de menos un código, si quiere, autoimpuesto, en televisión. Sé que hablamos de cine, pero se trata, al fin y al cabo, de la imagen y su poder. Su enorme poder.
Me he convertido en una vieja cascarrabias, me falta el pañuelo negro en la cabeza y el siempre útil bastón, con el que hacer valer mi opinión a diestro y siniestro en cabezas ajenas. Y es que echo la culpa de, digamos, el 80% de los males de nuestra sociedad del bienestar (los males de quien no tiene qué comer, están más que claros) A LA TELEVISIÓN. Y a nuestra falta de criterio al sentarnos frente a ella, claro. No está suficientemente estudiada su vertiente adictiva y succionadora de ideas propias.
Todos deberíamos tener un pequeño Hays dentro (con ortodoncia, que está tan de moda), quizá con criterios menos orientados hacia el sexo y más hacia la violencia, no sólo de argumento e imagen sino, por Dios, violencia de lenguaje. Un Hays en miniatura que dijera: "No tienes por qué montar un debate de insultos y descalificaciones, aunque `pierdas audiencia". Y a otros: "No tienes por qué aguantar esta agresión a tu sensibilidad. Levántate del sofá, como una heroína, y no cambies de canal, no: ¡¡¡APAGA EL TELEVISOR!!!
(Ovación)
Lo haré cualquier día de estos. Prometido.

Anónimo dijo...

Vale, vale, Lego, de acuerdo. Hays no hizo demasiado daño al cine, a fin de cuentas fue una cosa pasajera, menos dañino que la "Ley Volkstead" o Ley Seca, de mas o menos la misma epoca. El puritanismo y la censura previa no han hecho sino desastres, pero corregibles, cuando ha existido la inteligencia de hacerlo. La TV no tendrá nunca un Codigo autoimpuesto, porque se fundamenta, precisamente, en carecer de codigos éticos; simplemente responde a lo que se quiere ver y si no piensa en el fracaso de todos los programas "de contenido" y el éxito de los rosapijos.