
Evans, desde luego, no era infalible; hay que recordar que no quiso ni a Al Pacino ni a Marlon Brando para el reparto de El Padrino. Pero durante una temporada su olfato le sirvió para convertir a Paramount en uno de los estudios de mayor éxito en Hollywood. La separación de McGraw, de todos modos, dejó su huella. Sobre todo cuando Steve McQueen le llamó para decirle que pensaban llevarle a juicio para quitarle los derechos de paternidad del hijo que había tenido con McGraw, al que el actor pensaba adoptar y criar como si fuera suyo.
La amenaza de McQueen le llegó a Evans en un momento en que no tenía ni poder, ni influencias, ni dinero. Pero le quedaban algunos amigos. Durante el rodaje de El Padrino, Evans tuvo que tratar con algunos miembros de la, ejem, comunidad italoamericana de Nueva York, que se aseguraron de que el rodaje transcurriera sin problemas, a cambio de ciertas concesiones en el guión (por eso en la película no se pronuncia jamás la palabra mafia). Evans llamó a uno de esos miembros y le contó su problema. “Tranquilo”, le dijeron. “Vas a llamar a McQueen y vais a quedar el día tal, a tal hora, en este motel”.
Según cuenta en su autobiografía, titulada igual que la película, McQueen accedió. Cuando llegó al motel, en la habitación estaban Evans y dos tipos de traje y corbata con evidente acento italiano. Uno de ellos abrió un maletín y sacó un juego de fotografías, que pasó al actor. Evans no aclara qué mostraban, pero sí que, a medida que McQueen las veía, le iba cambiando el color del rostro.
Cuando terminó de verlas, se levantó y salió del motel. El tema de la adopción nunca se volvió a plantear.
(Esta historia puede ser creída, supongo, hasta cierto punto, pero me sorprende la cantidad de libros de cine que pintan a Steve McQueen como un gilipollas. Tenemos las memorias de Polanski, las de Evans, y desde luego, las de Ali McGraw, que cuando recordaba su matrimonio con él ríanse ustedes de Mia Farrow hablando de Woody… En fin; volvamos a ver Bullit y pelillos a la mar).
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