Lo de la TDT es a veces para fliparlo en colores. O en blanco y negro, que es lo que me pasó a mí anoche. De repente, a eso de las diez, es decir, en pleno prime time, me meto en el canal 8 Madrid y veo que están pasando ¡El chico! (1920) de Chaplin. Ya sé que en este canal uno se puede encontrar con películas de lo más raro, pero meter una de cine mudo un jueves en horario de máxima audiencia… Bueno, pues si no querías caldo: termina la de Chaplin y con un par nos sueltan El acorazado Potemkin (S. M. Eisenstein 1925).
Confieso que me metí una buena ración de Potemkin antes de irme a la cama. Pero es que la película se deja ver sola, y no solo es que no haya envejecido, es que si no fuera por el hecho ineludible de que es muda, uno podría pensar estar viendo una película filmada diez, veinte años después, tanta es la modernidad de su estructura y la facilidad con que la sucesión de planos maestros, impactantes, nos va llevando por su historia sin que podamos apartar los ojos de la pantalla. No sólo ha sobrevivido al tiempo, sino también a su propia mitología, que en España se tradujo en aquellas proyecciones semiclandestinas de finales del franquismo, con mucha barba y mucha trenka, mucho humo de ducados y bisontes llenando la habitación, y el inevitable cineforum (nunca menos de dos horas) que seguía a la película, fuertemente impregnado de sociología y marxismo teórico y que yo creo que tenía que dejar peores secuelas que una resaca de pippermint.
Es curioso que dos de las películas que probablemente más hayan hecho por definir el lenguaje cinematográfico representen ideologías contrarias, aunque igualmente rechazables: el Potemkin es una glorificación del comunismo y el régimen soviético, que tantas bendiciones trajo a quienes disfrutaron de él (sobre todo a los que quedaron vivos); y El nacimiento de una nación (David W. Griffith), filmada diez años antes, es una apología del racismo y de aquellos chicos tan simpáticos del Ku Klux Klan, que si no fuera por ellos a ver si se nos iban a desmandar los trabajadores a jornada completa del cafetal. Pero las cosas son como son, o fueron como fueron, y el mundo ha avanzado lo bastante desde entonces como para que, al volverlas a ver, dejemos a un lado la ideología y nos limitemos a disfrutar del talento.
Aunque alguna inexactitud histórica hay por aquí: en la vida real, cuando los soldados cargaron contra el pueblo en las escaleras de Odessa, lo hicieron subiendo las escaleras, y no bajándolas.
viernes, marzo 30, 2007
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2 comentarios:
Totalmente de acuerdo con su apunte. Los dos grandes patriarcas del lenguaje del cine Griffith y Eisenstein, en dos grandes películas, pero, recordando a los fundadores del cine de verdad, ¿no es cierto que "Metropolis" o "Nosferatu", en suma, los expresionistas alemanes, exhiben tambien o mejor, filman también, en la misma lengua?. Qué época tan extraordinaria ...., con el añadido de Dreyer.
Ignatius
"Cuando yo era de izquierdas..."
"¡Abuela! ¡Ya estás otra vez con esa pesadez!"
"¡Calla, niño! (bastonazo en plena cabeza infantil) Cuando yo era de izquierdas, recuerdo que creía mi deber ver cien veces al año "El acorazado Potemkin". Y, francamente, querida, me harté"
Aunque aún sigo enganchada al expresionismo alemán, usted lo sabe, Ignatius, que me acompañó a aquél ciclo en el Paraninfo de la Universidad.
"Cuando yo iba al cine del Paraninfo..."
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