domingo, enero 21, 2007

Viviendo el papel

Cuando termine el novelón que me estoy leyendo (Jonathan Strange y el señor Norrell, una verdadera maravilla para quienes gusten de la literatura fantástica, donde además la autora, Susanna Clarke, consigue crear una fascinante novela de magos sin acercarse para nada al síndrome Harry Potter. Eso sí, son ochocientas páginas, así que más vale cogerla con ganas) es altamente probable que acabe en mi casa Conversaciones con Al Pacino, que acaba de publicar Belaqua. Hace unos días hablábamos aquí de Robert De Niro, y de su mutismo a la hora de explayarse con la prensa; Pacino, que tampoco es precisamente la alegría de la huerta, ha accedido en este libro a hablar largo y tendido sobre su carrera, sobre el cine y (supongo que en mucha menor medida) sobre él.

Tiene gracia que se compare a De Niro y Pacino tan a menudo, porque sus escuelas de actuación son completamente distintas. Pacino es producto del Actor’s Studio, y su mentor fue Lee Strasberg. De Niro estudió con Stella Adler en el Conversatory of Acting, donde predicaban justo lo contrario del Actor’s Studio. Así, sus maneras de acercarse a un papel no tienen nada que ver. Frecuentemente, De Niro ha optado por el entrenamiento previo para sumergirse en el personaje. Ya saben: si interpreta a un taxista, se tira semanas conduciendo un taxi por Nueva York; si es un saxofonista, aprende a tocar el saxofón (aunque luego en la película le doblen); y si es necesario, engorda o adelgaza los kilos que sean necesarios para cualquier papel. Pacino jamás ha considerado necesario hacer algo parecido.

Esta diferencia entre los actores que tienen que vivir su personaje las 24 horas, y los que se lo ponen y se lo quitan, igual que el maquillaje, al acabar la jornada, se ha hecho patente en más de un rodaje. Un buen ejemplo es Marathon Man (1976), la película que es a la ortodoncia lo que El último tango en París a las tostadas con mantequilla; si recuerdan, el personaje de Dustin Hoffman es cruelmente torturado por el dentista nazi que encarna Laurence Olivier. Una de esas escenas de tortura se rodó un lunes, y Olivier se sorprendió al ver que Hoffman llegaba al plató completamente derrengado. Preguntó qué pasaba, y le dijeron como se suponía que su personaje llevaba dos días sin dormir, Hoffman se había tirado despierto todo el fin de semana. No se lo creía. Fue a hablar con Hoffman, y la conversación, aunque breve, ha quedado como un clásico:

- Pero Dustin, ¿Cómo puedes hacer eso?

- Es mi personaje, Larry. ¿Cómo se supone que voy a hacerlo si no?

- Muchacho… ¿Y por qué no intentas actuar?

2 comentarios:

Lynx dijo...

Is it safe, Vince?
Is ist safe?!!!?

El podenco dijo...

Jajajaja... ¡Buenísimo!