Ayer terminó (por fin) la segunda temporada de Perdidos, y les digo desde ya que a mí no me pescan para la tercera. Estoy de los de la isla hasta la punta del bigote que no tengo. Creo que habría sido una serie fantástica si desde el principio sus creadores hubieran puesto un punto final. Pero van temporada tras temporada alargando la trama, y confiando en que el público aguantará esperando que algún día aún ignoto les revelen el gran misterio de la isla. Lo que es por mí, ya, como si Paco el Pocero les pone una inmobiliaria.
Yo diría que algunas películas han caído en una práctica similar: la mayor parte de su fuerza radica en la gran sorpresa que aguarda al espectador al final, pero en ocasiones no se presta demasiada atención a todo lo que ocurre hasta entonces. Quiero decir que no estoy muy seguro de si me gustaría volver a ver El sexto sentido o Sospechosos habituales, a pesar de que en su día me encantaron: ya sé cómo terminan, y eso, para mí, les quita todo el atractivo que pueda tener una posible revisión.
No me ocurre lo mismo con una de mis películas favoritas con final sorpresa: Testigo de cargo, dirigida por Billy Wilder en 1957. La vi por primera vez con catorce años y, sí, quedé impactado por el final. Pero desde entonces la he vuelto a ver muchas veces, porque disfruto como un enano con ese abogado gruñón, intratable, convaleciente del corazón y listo como el hambre, que se pasa la película huyendo de su enfermera de guardia, que le prohíbe los puros y el coñac. Es una de las últimas interpretaciones del gran, grandísimo Charles Laughton (secundado por su mujer, Elsa Lanchester, en el papel de enfermera), que está como pez en el agua en un guión más blindado que la chapa de Terminator. Aquí también sé cómo termina todo. Y aunque la sorpresa que me llevé a los catorce años es irrecuperable, la enorme calidad de la cinta permanece.
Y no es que haya que despreciar el final, tampoco: cuando la película se estrenó en Londres, contó con la asistencia al estreno de la Familia Real inglesa… y el productor Arthur Hornblow, en una brillante estrategia publicitaria, les hizo firmar declaraciones juradas de que no revelarían a la Commonwealth cómo terminaba.
jueves, diciembre 07, 2006
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
5 comentarios:
Espero no ser espulsada de la vida en sociedad por mi ignorancia supina, pero siempre creì que "Testigo de Cargo" era de Hitchcock, cuando resulta que la que es de Hitchcock y Laughton es "El proceso Paradine" en la que aparece el mismo viejo gruñón, pero esta vez de juez. Gracias, Don Vince, y gracias Don Google Además, ambas no tienen nada que ver pero una es así en su forma anárquica de archivar películas en la sala cerebral de "Archivo de películas". No quiera usted saber cómo tengo la sala de "Archivo de primos lejanos": el Caos.
Por cierto, respecto a "Perdidods", a mí la idea de un imán gigante que cuando se enfada hace que se le peguen los aviones me ha encantado... Espero saber si en la tercera temporada el Imán de la Isla mastica a alguien y escupe sólo los huesitos. Estaría bien.
"Perdidos" es es el burdo ejemplo de cómo conseguir audiencia con una historia absurda –dicho en sentido peyorativo– que, simplemente, está bien vestida. Han forzado tanto el "suspense" y han alargado tan artificialmente la trama que a uno, francamente, ya le importa un bledo la suerte que puedan correr los náufragos. Unos náufragos, por cierto, que no tienen ningún interés en ser salvados, que habitan una isla en la que cada vez aparece más gente por aquí y por allá –al final, eso va a parecer Cancún– y en donde el enemigo oculto sólo es una excusa –algo así como el "MacGuffin" de Hitchcoock– para mantener y justificar una trama artificiosa y repleta de trampas gratuitas. A mí tampoco volverá a pillarme, Vince.
Me encantó "Testigo de cargo". Es de esas películas que vuelvo a ver cada cierto tiempo, al igual que "El sexto sentido" o "Sospechosos habituales". En todos los casos, aunque ya sepa el final, me interesa verlas de nuevo para disfrutar de sus guiones, tan bien cocinados que es un placer verlos avanzar hacia un final sorprendente y, en el caso de "El Sexto Sentido", del todo espectacular. Dicen que Amenábar, que ya estaba fraguando "Los Otros", lloró de rabia en el cine al constatar cómo Shyamalan se le había adelantado con una intención similar que, inadvertidamente, venía a destripar la "existencia sobrenatural" de Kidman. Una putada, la verdad. Vistas las dos, me quedo con "El Sexto...", mucho más sofisticada y arriesgada. Y eso que Amenábar me disgusta menos que Almodóvar, hablando de directores patrios. Al menos hace elecciones más variadas, es mejor director... y es más discreto y humilde.
Bueno, acabo de volver a casa después de unos días fuera y aprovecho para ponerme al día con su blog, Vince... Compartía su opinión sobre perdidos hasta que empecé a ver la tercera serie, donde por fin empiezan a desvelarse poco a poco (quizá demasiado poco a poco, eso sí) algunos de los secretos de la isla. A lo mejor sobraba la segunda serie y podían haber pasado directamente a la tercera.
A pesar de que disfruto bastante con la serie, sigo sin entender como a ninguno de los náufragos se le ha ocurrido aún darle la vuelta completa a la isla... ;-)
Pues yo, Cruz, puestos a elegir, me quedo con Los Otros, sin duda. Ya dije que era una incondicional de Kidman, a pesar de que Bruce Willis, con la perezita que me da, lo hace bastante bien en El Sexto Sentido. Pero, para mí, el ambiente romántico y decadente de Los Otros no es superable por los sustitos de El Sexto Sentido.
Y ya que estamos en esto, qué enorme actor era Laughton. Los papeles de gruñón los bordaba y qué decir cuando dirigió al Mitchum de "La noche del cazador". Pero "Testigo de cargo", película que junto con "Anatomía de un asesinato" son las dos grandes, grandes de la historia del cine "judicial", es un festival Laughton, dejando atrás, descaradamente, a Power y la Dietrich. Bueno, "Anatomía ... demuestra lo que realmente fue Preminger.
Publicar un comentario