miércoles, noviembre 01, 2006

A dos metros bajo tierra



Quede una cosa clara: por mucho que se hable de Hollywood en sus entradas, este blog, mientras no se demuestre lo contrario, es genuinamente español. Así que nada de Halloween. Pero nada. Bueno, si tienen el DVD de esa maravilla que es Pesadilla antes de Navidad, de Tim Burton, es una buena noche para ponerla. Pero eso es todo. Aquí, noche de difuntos, como está mandado, con buñuelos, huesos de santo y Don Juan Tenorio. Las calabazas, para el potaje de garbanzos. Y como a algún enano descerebrado se le ocurra llamar a mi puerta con esa gilipollez de “truco o trato”, le mando de una patada a casa de Spielberg, a ver si allí por lo menos le enseñan inglés (¿quién sería el idiota que estableció que “truco o trato” es la traducción de “trick or treat”?).

Así que dejemos los fantasmas y hablemos de difuntos. Por lo menos, del paso al más allá de algunas leyendas del cine, y aquí hay que reconocer que ha habido de todo: en el apartado de entierros para la historia cabe recordar el de Rodolfo Valentino, muerto de peritonitis en 1926 y sin duda, el mayor sex symbol que diera hasta el momento la gran pantalla. Su funeral congregó a más de 50.000 personas, mujeres en su mayor parte, y estuvo salpicado de desvanecimientos, ataques de histeria e incluso algún suicidio. Multitudinario fue también el entierro del tiránico y odiado Harry Cohn, fundador y dueño de Columbia Pictures, aunque el motivo de tanta asistencia no fuera precisamente el cariño. Lo explicó muy bien Billy Wilder: “Es que, cuando le das a la gente lo que quiere ver, acuden en masa”.

Pero hay un apartado curioso en el tema del paso al más allá, y son algunas cosas que determinados difuntos se llevaron consigo. Por ejemplo, Sammy Davis Jr. pidió que le enterraran con el reloj de oro que Sinatra le había regalado durante su última gira juntos; Bela Lugosi, con su capa de Drácula; George Reeves (el primer Superman de la televisión), con el traje gris que había llevado durante años interpretando a Clark Kent; Errol Flynn, con seis botellas de whisky. Y el mejor, lógicamente, se queda para el final: Humphrey Bogart, con un silbato de oro que Lauren Bacall dejó en su ataúd. ¿Recuerdan cómo se conocieron? “Si me necesitas, silba”...

1 comentario:

Lynx dijo...

amigo, y no se olvide de los panellets, especialmente hoy; en Mallorca los hacen de puta madre!