domingo, julio 27, 2008

Cineastas y federales



Estamos estos días conmemorando el centenario de una de las instituciones legales que más argumentos han aportado a la ficción cinematográfica: el FBI, iniciales de Federal Bureau of Investigation u Oficina Federal de Investigación, creada como una manera de combatir la creciente ola de gangsterismo y evolucionada luego a combatir muchas otras cosas, algunas, la verdad sea dicha, con más razón que otras.

Se podría hacer una competición curiosa a la hora de determinar cuál de los dos grandes organismos norteamericanos, la CIA o el FBI, ha aparecido en más películas (¿Mulder y Scully son de una o de otro? Es que nunca he sido fan de Expediente X…). Pero de lo que no cabe duda es de que el hoy centenario Bureau ha estado relacionado de un modo mucho más estrecho con el mundo del cine. No siempre para bien. A mediados del siglo pasado, durante la infame época de la caza de brujas, su todopoderoso director durante más de 40 años, J. Edgar Hoover, comenzó a ordenar seguimiento intensivo de cualquier estrella de Hollywood sospechosa de tener mínimas relaciones con el comunismo. A medida que pasaban los años y aumentaba su paranoía -y, según parece, el número de rojazos sueltos-, la lista de celebridades puesta bajo sospecha fue aumentando. Sus tentáculos no llegaban sólo al mundo del cine, y no voy a aburrirles aquí con su historia con los Kennedy, porque esa se la sabe un niño de primaria: baste recordar que tanto John Fitzgerald Kennedy como su hermano Robert querían eliminar a Hoover a toda costa. Pero ni siquiera tras llegar a presidente pudo Kennedy con él, sóbre todo cuando Hoover demostró estar perfectamente al corriente de sus relaciones sexuales con Judith Campbell, una chica de reputación nada dudosa (quiero decir que estaba clarísima) que simultaneaba sus encuentros presidenciales como el cantante Frank Sinatra y el mafioso Sam Giancana. “No se preocupe, señor presidente, yo me aseguraré de que esto jamás salga a la luz”. Algo así debió decirle, porque Kennedy captó la directísima indirecta al momento, y en los años que le quedaban de vida no volvió a intentar levantarle la mano a Hoover.

Al igual que lo serían años más tarde John Lennon o Jane Fonda, Marilyn Monroe se convirtió, a partir de 1955, en uno de los principales objetivos de Hoover. El motivo fue el matrimonio de la actriz con el escritor Arthur Miller, considerado un comunista peligroso -valga la redundancia, porque para Hoover todos los comunistas eran peligrosos- por el FBI y, como tal, sometido a una estrecha vigilancia, que no tardó en ampliarse a su nueva esposa. Según nos cuenta su biógrafo Donald Spoto, en ese año “comenzó a acumularse en Washington un minucioso archivo sobre Marilyn Monroe, del que ella jamás tuvo conocimiento. Se trata de un ridículo derroche de papel”.


Marilyn aborrecía a Hoover, y no se privó de declararlo en voz alta. ¿Y Hoover? ¿Debemos creer a los rumores que cuentan que durante años tuvo colgada en su oficina la famosa fotografía de la actriz donde posaba desnuda sobre una tela roja?







2 comentarios:

Lego y Pulgón dijo...

Soy más del FBI que de la CIA (desde mi época de "Super-Pop" me encantan los test, así que todos los temas de conversación me sugieren una elección de respuesta múltiple). Entre otras razones, porque "soy" Kay Scarpetta, el personaje de Patricia Cornwell, y "me muevo" como pez en el agua por los pasillos de Quantico. Y por otra, porque el otro día vi (en televisión, lo confieso) "El Buen Pastor", la de Matt Damon y "Fea" Jollie Y NO ENTENDÍ UN C...JO. O me estoy haciendo vieja, o, ciertamente, soy más del FBI.

Anónimo dijo...

No olvidemos los merecidos homenajes que recibió Hoover en Bananas y en la tercera parte de The Naked Gun.