Ah, la belleza de las tradiciones. ¿Qué sería de nosotros sin ellas? Nos dan seguridad, alimentan la nostalgia, contribuyen a crear un entorno en el que la repetición de rituales y costumbres nos hace sentirnos reconfortados… así que, como es tradición en este blog por estas fechas, voy a defecarme en Halloween y en la madre que lo parió. Como aparezcan por casa enanos disfrazados de espantajo –aunque con la que está cayendo, lo dudo- tengo a punto la trampilla para el foso de las pirañas. Y, como me entere de dónde viven sus padres, remato la faena pasándome por su casa con la sierra mecánica. ¿No quieren colonización yanqui? Pues les voy a hacer un homenaje a Tobe Hooper que se van a enterar…
Los lectores veteranos ya sabrán qué mi natural pacífico y dialogante se suele ir de puente por estas fechas. Insisto: no puedo comprender cómo nos hemos dejado invadir de un modo tan implacable en unos pocos años. Con el agravante de que es una invasión que está tapando unas tradiciones nuestras, estas sí, tan arraigadas como el Día de Difuntos, donde se supone que tenemos que recordar a los seres queridos que se fueron para siempre, y no hacer el gil del candil pintando calabazas.
Claro que no todo es negativo; esta fecha de las narices ha servido, por lo menos, para producir algunas películas inolvidables. Personalmente, me encantan Pesadilla antes de Navidad (1993) y La novia cadáver (2005), esas dos maravillas animadas de Tim Burton. Pero el clásico de clásicos es, desde luego, La noche de Halloween (1977) de John Carpenter, que es para estas fechas el equivalente de ¡Qué bello es vivir! para las Navidades. Raro será que no la esta noche pongan en algún canal, pero los fans que no tengan bastante con volver a verla tienen aquí su página web o pueden pinchar el vídeo que les incluyo hoy, donde el maestro habla largo y tendido sobre su película. Siento que esté en inglés y no tenga subtítulos, pero es lo que hay.
Y para los que prefieran simplemente recordar a los difuntos, en esta página web tienen una lista completa de actores fallecidos, donde se narra con detalle la fecha y las circunstancias de su muerte.
Y ahora, si no les importa, voy a usar la calabaza para lo que debe usarse: para darle sabor al potaje de garbanzos.
viernes, octubre 31, 2008
Calabazas, calabacines y calabazones
jueves, octubre 30, 2008
Espectros del pasado
Uno se considera, por lo general, buen chico, pero de vez en cuando también tiene sus ramalazos de Doctor Maligno, esos días en que apetece hacer la puñeta porque sí. Y una manera excelente de hacerla es escarbando en el tortuoso pasado de algunos críticos de cine, y descubrir lo que dijeron en su día de determinadas películas. Les confieso que llevo ni sé cuánto tiempo buscando una crítica de El Padrino publicada en el año de su estreno (1972) donde un crítico muy reputado decía, literalmente, “no vayan a verla” y la tachaba de superproducción yanqui sin talento alguno, apoyada únicamente en la campaña publicitaria, y no sé cuántas cosas más. El día que la encuentre la cuelgo aquí, junto con el nombre y apellidos del profesional, claro.
De momento, les dejo este texto, que me encontré por casualidad el otro día cuando buscaba documentación para la historia de las pelis clasificadas “S”. El autor es, como en la otra entrada, el crítico –excelente, por otra parte- del equipo Reseña Angel A. Pérez Gómez, cuando repasaba las películas españolas estrenadas en el año 1979:
“En otro escalón, más bajo todavía, nos topamos con films como Pepi, Luci, Bom, y otras chicas del montón de Paco (Sic) Almodóvar, y Con el culo al aire, del valenciano Carlos Mira (…). Son dos obras que se pretenden desmitificadoras, contraculturales, provocadoras, progresistas y originales. Y lo son todo menos eso. (…) La sal gorda, la tomadura de pelo, y el importar underground yanqui de hace varias décadas con ropaje punk no es precisamente un timbre de gloria”.
Ni más ni menos. Aunque, la verdad, no creo estar siendo excesivamente malo al sacar esto aquí… porque apruebo, suscribo y hago mío todo lo que se dice en este párrafo. Tiene gracia encontrarse con este tipo de cosas, que ahora nadie tendría narices para escribir, porque es que "Paco" ha llegado muy lejos. Pero en otros tiempos, antes de los Oscar, las coartadas intelectuales y la autopromoción a punta pala, todo era muy distinto...
De momento, les dejo este texto, que me encontré por casualidad el otro día cuando buscaba documentación para la historia de las pelis clasificadas “S”. El autor es, como en la otra entrada, el crítico –excelente, por otra parte- del equipo Reseña Angel A. Pérez Gómez, cuando repasaba las películas españolas estrenadas en el año 1979:
“En otro escalón, más bajo todavía, nos topamos con films como Pepi, Luci, Bom, y otras chicas del montón de Paco (Sic) Almodóvar, y Con el culo al aire, del valenciano Carlos Mira (…). Son dos obras que se pretenden desmitificadoras, contraculturales, provocadoras, progresistas y originales. Y lo son todo menos eso. (…) La sal gorda, la tomadura de pelo, y el importar underground yanqui de hace varias décadas con ropaje punk no es precisamente un timbre de gloria”.
Ni más ni menos. Aunque, la verdad, no creo estar siendo excesivamente malo al sacar esto aquí… porque apruebo, suscribo y hago mío todo lo que se dice en este párrafo. Tiene gracia encontrarse con este tipo de cosas, que ahora nadie tendría narices para escribir, porque es que "Paco" ha llegado muy lejos. Pero en otros tiempos, antes de los Oscar, las coartadas intelectuales y la autopromoción a punta pala, todo era muy distinto...
domingo, octubre 26, 2008
La otra comedia
Vivir para gozar (Holiday) es, efectivamente, la otra comedia, es decir, la segunda que rodaron en 1938 Cary Grant y Katharine Hepburn. Suele pasar un tanto desapercibida al lado de la primera, quizá porque esta fue ni más ni menos que La fiera de mi niña. Pero eso no quiere decir que aguante mal las comparaciones (que siempre son odiosas). Aquí, en lugar de Howard Hawks, tenemos a George Cukor en la silla del director, y el punto de partida es la obra de teatro escrita por Philip Barry, que a principios de los años 30 fue todo un éxito en Broadway y contó para su paso a la pantalla con dos escritores de la talla de Sidney Buchman y Donald Odgen Stewart. El plantel de secundarios, que se dice, incluye a nombres como Lew Ayres y Edward Everett Horton, de los cuales hoy en día no se acordará nadie, pero cuyo trabajo era siempre una garantía de calidad, y viéndoles aquí, se comprende por qué.
Es decir, lo tenía todo para estar a la altura de La fiera… pero no lo está. Quizá se le nota mucho su origen teatral –como, por otra parte, le ocurre a casi todas las películas de este género- y se podría decir que Katharine Hepburn está en cierto modo repitiendo su personaje de chica rebelde de la alta sociedad que ya representó en la cinta de Hawks; vista hoy, 70 años después, hay muchas cosas que se ven venir, como quizá ya se vieron en el día de su estreno; esto es, que aunque Cary Grant empiece la película prometido con la hermana de Katharine Hepburn (Doris Nolan), nadie tiene la menor duda de con quién se va a casar realmente cuando llegue el The End… Pero no se confundan; todo esto que estoy contando no quiere decir que la película no valga la pena. La verdad es que da gusto volver a verla y a disfrutarla; puede que en ocasiones se le vea la maquinaria; pero es que la maquinaria es la de un Rolex.
Como suele decirse ya no se hacen películas así. Y, bien mirado, es un milagro que se hicieran incluso en su día, porque hay otra cosa que Vivir para gozar tiene en común con La fiera de mi niña, aparte del género, sus protagonistas y haber sido dirigida por un maestro del cine: haber sido un fracaso en el momento de su estreno, contribuyendo a cimentar la reputación de Hepburn de ser “veneno para la taquilla”, y mandándola a un descanso de más de un año hasta su regreso triunfal con Historias de Filadelfia (1940), también de Cukor.
No es la primera vez que por aquí nos encontramos con buenas películas a las que en su día nadie quiso ver. Pero quizá el mayor problema de Vivir para gozar sea estar encajonada entre dos obras maestras absolutas; que nadie se ha ocupado excesivamente de ella lo prueba el estado de la copia –por lo menos, el de la empleada para el DVD- que, según se nos avisa al principio, fue sometida a un intenso proceso de restauración. Restaurada y todo, hay momentos en que imagen y sonido parecen al borde del ataque de nervios, y da miedo pensar que esta película hubiera podido unirse al de tantas cintas de los primeros tiempos del cine perdidas para siempre por falta de cuidado.
Ah; ya que estamos hablando del DVD, quisiera comentar un detallito: la edición que yo tengo forma parte de la colección de clásicos de Sony Pictures, y fue vendida en los quioscos junto con el diario El Mundo. Así que no sé si la culpa es de los de Sony o de los chicos de Pedro J., pero cito unos párrafos del texto de la carátula: podemos leer que tras La Fiera de mi niña “la mítica pareja cómica formada por Cary Grant y Katharine Hepburn volvió a reunirse seis años después en esta comedia de George Cukor…”. Fueron seis meses, no seis años; “en esta ocasión, su objetivo (el de Hepburn, quiere decir) será robarle el novio a su hermana, quien está prometida con un apuesto y prometedor abogado…”. El personaje de Hepburn se enamora del novio de su hermana, es cierto, pero les aseguro que no hace el menor intento de robárselo; todo lo contrario, contiene sus sentimientos hasta el último segundo, para no herirla; y el personaje de Grant no es abogado, sino agente de bolsa.
¿Sería mucho pedir que los que escriben estos textos se molestaran en verse primero la película? Si piensan que se van a aburrir, que se dediquen a otra cosa. Coño.
Es decir, lo tenía todo para estar a la altura de La fiera… pero no lo está. Quizá se le nota mucho su origen teatral –como, por otra parte, le ocurre a casi todas las películas de este género- y se podría decir que Katharine Hepburn está en cierto modo repitiendo su personaje de chica rebelde de la alta sociedad que ya representó en la cinta de Hawks; vista hoy, 70 años después, hay muchas cosas que se ven venir, como quizá ya se vieron en el día de su estreno; esto es, que aunque Cary Grant empiece la película prometido con la hermana de Katharine Hepburn (Doris Nolan), nadie tiene la menor duda de con quién se va a casar realmente cuando llegue el The End… Pero no se confundan; todo esto que estoy contando no quiere decir que la película no valga la pena. La verdad es que da gusto volver a verla y a disfrutarla; puede que en ocasiones se le vea la maquinaria; pero es que la maquinaria es la de un Rolex.
Como suele decirse ya no se hacen películas así. Y, bien mirado, es un milagro que se hicieran incluso en su día, porque hay otra cosa que Vivir para gozar tiene en común con La fiera de mi niña, aparte del género, sus protagonistas y haber sido dirigida por un maestro del cine: haber sido un fracaso en el momento de su estreno, contribuyendo a cimentar la reputación de Hepburn de ser “veneno para la taquilla”, y mandándola a un descanso de más de un año hasta su regreso triunfal con Historias de Filadelfia (1940), también de Cukor.
No es la primera vez que por aquí nos encontramos con buenas películas a las que en su día nadie quiso ver. Pero quizá el mayor problema de Vivir para gozar sea estar encajonada entre dos obras maestras absolutas; que nadie se ha ocupado excesivamente de ella lo prueba el estado de la copia –por lo menos, el de la empleada para el DVD- que, según se nos avisa al principio, fue sometida a un intenso proceso de restauración. Restaurada y todo, hay momentos en que imagen y sonido parecen al borde del ataque de nervios, y da miedo pensar que esta película hubiera podido unirse al de tantas cintas de los primeros tiempos del cine perdidas para siempre por falta de cuidado.
Ah; ya que estamos hablando del DVD, quisiera comentar un detallito: la edición que yo tengo forma parte de la colección de clásicos de Sony Pictures, y fue vendida en los quioscos junto con el diario El Mundo. Así que no sé si la culpa es de los de Sony o de los chicos de Pedro J., pero cito unos párrafos del texto de la carátula: podemos leer que tras La Fiera de mi niña “la mítica pareja cómica formada por Cary Grant y Katharine Hepburn volvió a reunirse seis años después en esta comedia de George Cukor…”. Fueron seis meses, no seis años; “en esta ocasión, su objetivo (el de Hepburn, quiere decir) será robarle el novio a su hermana, quien está prometida con un apuesto y prometedor abogado…”. El personaje de Hepburn se enamora del novio de su hermana, es cierto, pero les aseguro que no hace el menor intento de robárselo; todo lo contrario, contiene sus sentimientos hasta el último segundo, para no herirla; y el personaje de Grant no es abogado, sino agente de bolsa.
¿Sería mucho pedir que los que escriben estos textos se molestaran en verse primero la película? Si piensan que se van a aburrir, que se dediquen a otra cosa. Coño.
martes, octubre 21, 2008
Retazos de Marilyn
Parece que estamos otra vez con Marilyn; coincidiendo con el 45 aniversario de su muerte (que ya suena a fecha raída por los pelos) Vanity Fair (la de verdad, no esa caricatura para pijos que pasa por ser su edición española) publica un reportaje sobre “sus archivos secretos” donde prometen desvelar nuevos datos sobre su muerte. Aún no lo he leído, como no he leído –lo confieso- el libro que le dedicó Norman Mailer ni la reciente biografía de Donald Spoto, a pesar de tener en casa ambos volúmenes desde hace años.
¿Por qué me da tanta pereza Marilyn? De entrada, nunca he sido muy mitómano, y las figuras tan infladas tienden a provocarme más rechazo que atracción. Me ocurre lo mismo con James Dean, al cual nunca terminé de verle esas arrobas de talento (prefiero mil veces a Montogomery Clift, y creo que en Gigante Rock Hudson, sí, sí, Rock Hudson, se lo come con patatas), sobre todo cuando es su temprana muerte lo que las ha convertido en iconos, más que su trabajo estrictamente cinematográfico. Podemos llegar a olvidarnos de que esta gente también hizo películas. Y creo que eso es lo que me ocurre: Marilyn es una presencia tan ubicua, un símbolo tan repetido, que llega a hacerse inabarcable. No hay una obra que la encuadre por completo, y todo lo que llegamos a ver en cada nuevo libro o reportaje sobre ella, son retazos, algunos completamente prescindibles en un puzzle que con los años ha ido cogiendo un excesivo número de piezas.
¿Por qué me da tanta pereza Marilyn? De entrada, nunca he sido muy mitómano, y las figuras tan infladas tienden a provocarme más rechazo que atracción. Me ocurre lo mismo con James Dean, al cual nunca terminé de verle esas arrobas de talento (prefiero mil veces a Montogomery Clift, y creo que en Gigante Rock Hudson, sí, sí, Rock Hudson, se lo come con patatas), sobre todo cuando es su temprana muerte lo que las ha convertido en iconos, más que su trabajo estrictamente cinematográfico. Podemos llegar a olvidarnos de que esta gente también hizo películas. Y creo que eso es lo que me ocurre: Marilyn es una presencia tan ubicua, un símbolo tan repetido, que llega a hacerse inabarcable. No hay una obra que la encuadre por completo, y todo lo que llegamos a ver en cada nuevo libro o reportaje sobre ella, son retazos, algunos completamente prescindibles en un puzzle que con los años ha ido cogiendo un excesivo número de piezas.
Marilyn tiene unas trece películas consideradas principales. Dos de ellas están entre mis favoritas de toda la vida: Eva al desnudo (1950) donde tiene un papelín, y la que yo creo es la mejor comedia jamás filmada, Con faldas y a lo loco (1959). En las restantes hay mucha calidad, pues lo que no se le puede negar es su habilidad para trabajar con directores de primera fila. La lista quita el aliento, y no creo que haya muchas estrellas capaces de igualarla, no, por lo menos, en tan pocos años: Billy Wilder en Con faldas… y en La tentación vive arriba (1955); John Huston en Vidas Rebeldes (1961); Otto Preminger en Río sin retorno (1954), George Cukor en El multimillonario (1961), Howard Hawks en Los caballeros las prefieren rubias (1953), Joshua Logan en Bus Stop (1956), o Laurence Olivier en El príncipe y la corista (1957), quizá la prueba más evidente de que el mejor escribano echa un borrón, pues es, creo, la que peor ha envejecido de las suyas.
Las anécdotas sobre los problemas que creaba en los rodajes son legión, entre retrasos, crisis nerviosas, repeticiones sin cuento y la presencia de profesoras de interpretación con las que intentaba paliar su inseguridad, y que provocaban continuos enfrentamientos con los directores. Algunos de sus compañeros de rodaje, como Robert Mitchum, se compadecieron de sus problemas; otros, directamente, la odiaron. Pero, como dijo Billy Wilder, “yo tengo una tía simpatiquísima y encantadora que le cae bien a todo el mundo y siempre es puntual. Pero nadie pagaría ni un centavo por ir al cine a ver a mi tía”.
Se dice que uno de sus mejores retratos fue el cuento que Truman Capote escribió sobre ella: Una hermosa criatura; está en Música para camaleones y, como (casi) todo lo que escribió Capote, desde luego es magistral.
También ha salido este libro, que me permito recomendarles. No me voy a andar con rollos: los dueños de esta editorial son amigos míos, pero aunque no lo fueran seguiría opinando que en Rey Lear están llevando una política de publicaciones de auténtico interés, con exquisito gusto en la recuperación de autores olvidados y un cuidado en las ediciones que ya les ha proporcionado algún premio que otro. El volumen que nos ocupa es una recopilación de artículos escritos hace veinte años en Diario 16 por Ignacio Carrión, en un recorrido por Estados Unidos buscando pistas de Marilyn y hablando con gente que la vio, la conoció o incluso se acostó con ella (impagable la entrevista con su primer marido).
También quisiera aclarar que Carrión no es exactamente santo de mi devoción: tiende a abusar del tópico (es que, simplemente, NO SE PUEDE ir a entrevistar a Anthony Hopkins y empezar el texto con estas dos palabras: “¿me morderá?”. Pues lo hizo, para El País Semanal), y conozco a alguna gente entrevistada por él que se ha cogido justificados cabreos al ver el texto publicado. Pero aquí, creo, está en su punto justo, y escribe con concisión, acierto y mucho sentido del humor. Completa el librillo –porque de un librillo se trata, como todos los de esta colección- un índice onomástico.
Las anécdotas sobre los problemas que creaba en los rodajes son legión, entre retrasos, crisis nerviosas, repeticiones sin cuento y la presencia de profesoras de interpretación con las que intentaba paliar su inseguridad, y que provocaban continuos enfrentamientos con los directores. Algunos de sus compañeros de rodaje, como Robert Mitchum, se compadecieron de sus problemas; otros, directamente, la odiaron. Pero, como dijo Billy Wilder, “yo tengo una tía simpatiquísima y encantadora que le cae bien a todo el mundo y siempre es puntual. Pero nadie pagaría ni un centavo por ir al cine a ver a mi tía”.
Se dice que uno de sus mejores retratos fue el cuento que Truman Capote escribió sobre ella: Una hermosa criatura; está en Música para camaleones y, como (casi) todo lo que escribió Capote, desde luego es magistral.
También ha salido este libro, que me permito recomendarles. No me voy a andar con rollos: los dueños de esta editorial son amigos míos, pero aunque no lo fueran seguiría opinando que en Rey Lear están llevando una política de publicaciones de auténtico interés, con exquisito gusto en la recuperación de autores olvidados y un cuidado en las ediciones que ya les ha proporcionado algún premio que otro. El volumen que nos ocupa es una recopilación de artículos escritos hace veinte años en Diario 16 por Ignacio Carrión, en un recorrido por Estados Unidos buscando pistas de Marilyn y hablando con gente que la vio, la conoció o incluso se acostó con ella (impagable la entrevista con su primer marido).
También quisiera aclarar que Carrión no es exactamente santo de mi devoción: tiende a abusar del tópico (es que, simplemente, NO SE PUEDE ir a entrevistar a Anthony Hopkins y empezar el texto con estas dos palabras: “¿me morderá?”. Pues lo hizo, para El País Semanal), y conozco a alguna gente entrevistada por él que se ha cogido justificados cabreos al ver el texto publicado. Pero aquí, creo, está en su punto justo, y escribe con concisión, acierto y mucho sentido del humor. Completa el librillo –porque de un librillo se trata, como todos los de esta colección- un índice onomástico.
Un retazo más de Marilyn. Pero con colores muy vivos.
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viernes, octubre 17, 2008
"Ese", oscuro objeto de deseo
Cuando el cine nos alcanza, esto es, cuando ya vamos teniendo edad suficiente como para empezar a ver películas ambientadas en los años de nuestra juventud, es posible que se produzca un hecho curioso: que algo en nuestro interior nos diga que las cosas no fueron exactamente así. Que falla algo, vamos, y no tenemos claro si es que en efecto el guión de determinada cinta tiene anacronismos, o es que el Alzheimer ya empieza a hacernos estragos en la materia gris.
Es lo que me está pasando con esta película que se ha estrenado hoy, Los años desnudos, donde se nos cuenta la historia de tres chicas que, a finales de los 70, participan en eso que se llamó cine “S”, y que a los lectores más jóvenes les sonará como más desfasado que los humoristas del Un, dos, tres, si es que les suena. No la he visto aún, pero por lo que he leído sobre ella yo diría que aquí hay una cierta confusión con lo que uno recuerda, o quizá que se está mezclado el cine “S” con él, mucho más extendido y, este sí, íntegramente nacional, cine del destape. No eran lo mismo.
El origen del cine “S” hay buscarlo en el sistema de clasificación moral de las películas en unos tiempos en que la jerarquía eclesiástica tenía muuuucho que decir por aquí. Todavía más que ahora, vamos. Ninguna película se libraba de ser estrenada sin su correspondiente calificación moral, que podía enclavarse en las siguientes categorías: (1): Todos los públicos. (2): jóvenes (es decir, mayores de 14 años). (3): Mayores (de 18 años, se entiende). (3R): mayores con reparos, y (4): Gravemente peligrosa.
El hecho de que hubiera dos categorías por encima de la mera clasificación de 18 años hacía pensar que el visionado de una “4” suponía un viaje sin retorno a las calderas de Pedro Botero, pero es que la Iglesia no estaba ni preparada para la que se le vino encima en los tiempos de la Transición: ya hablando de los estrenos de 1976, el crítico del equipo Reseña Angel A. Pérez Gómez se refirió al “cine de entrepierna. Resulta abrumadora la explotación del tema que ha efectuado con pésima habilidad el cine español de este año”, y citaba como ejemplos no sólo el taquillazo celtibérico del año La lozana andaluza, de Vicente Escrivá, sino títulos tan explícitos como Los placeres ocultos, Susana quiere perder… eso, Call Girl, La menor, Más fina que las gallinas, y algunos más.
Como la desaparición de la censura impedía prohibir tanto libertinaje, la solución de la Junta de Clasificación fue sacarse de la manga una nueva categoría: la “S”, aplicable a títulos que, como bien se advertía en la publicidad de las cintas “contienen imágenes que pueden herir la sensibilidad del espectador”.Creo -no estoy seguro- que la clasificación comenzó a funcionar en 1977, y se mantuvo vigente hasta 1983, cuando el establecimiento de las salas X –y, sobre todo, el auge del vídeo doméstico, que permitía ver porno tranquilamente sin moverse casa- la dejaron sin razón de existir.
De todos modos, con las “S” pasaron dos cosas:
La primera, que la clasificación no se otorgaba únicamente por el contenido sexual; lo que entonces se consideraba violencia más allá de lo permisible también valía para obtenerla. Y, a la hora de calificar, el nombre del director no importaba demasiado, con lo que cineastas del calibre de Osima y Pasolini, por citar dos, vieron mezclados algunos títulos inmortales con las últimas guarrindongadas celtibéricas. También se estrenaron como películas “S” el clásico hoy superadísimo de Wes Craven Las colinas tienen ojos, o la primera entrega de Mad Max, que hoy le arranca bostezos de media hora a cualquier quinceañero aficionado al Killzone.
Y la segunda, que nadie parecía haber tenido en cuenta que la represión que atenazaba como la gripe a tantos españolitos convertía la “S” en el equivalente de un tanque de cerveza Duff para Homer Simpson, o el de un cartel de Toys’ re Us para Michael… Bueno, la cuestión es que la “S” se convirtió en un imparable reclamo comercial, hasta el punto de que muchos productores estaban dispuestos a hacer lo indecible para conseguirla en sus estrenos. Sólo tres años después del párrafo anterior, Pérez Gómez contaba el caso del film de Jose Antonio Barrero La sombra de un recuerdo:
“Ha sido rebautizado por el distribuidor como El violador y sus mujeres a la sombra de un recuerdo y clasificado, claro, con el anagrama “S””.
Consiguiendo, añadiría yo, uno de los títulos más lisérgicos de la historia del cine patrio.
Es lo que me está pasando con esta película que se ha estrenado hoy, Los años desnudos, donde se nos cuenta la historia de tres chicas que, a finales de los 70, participan en eso que se llamó cine “S”, y que a los lectores más jóvenes les sonará como más desfasado que los humoristas del Un, dos, tres, si es que les suena. No la he visto aún, pero por lo que he leído sobre ella yo diría que aquí hay una cierta confusión con lo que uno recuerda, o quizá que se está mezclado el cine “S” con él, mucho más extendido y, este sí, íntegramente nacional, cine del destape. No eran lo mismo.
El origen del cine “S” hay buscarlo en el sistema de clasificación moral de las películas en unos tiempos en que la jerarquía eclesiástica tenía muuuucho que decir por aquí. Todavía más que ahora, vamos. Ninguna película se libraba de ser estrenada sin su correspondiente calificación moral, que podía enclavarse en las siguientes categorías: (1): Todos los públicos. (2): jóvenes (es decir, mayores de 14 años). (3): Mayores (de 18 años, se entiende). (3R): mayores con reparos, y (4): Gravemente peligrosa.
El hecho de que hubiera dos categorías por encima de la mera clasificación de 18 años hacía pensar que el visionado de una “4” suponía un viaje sin retorno a las calderas de Pedro Botero, pero es que la Iglesia no estaba ni preparada para la que se le vino encima en los tiempos de la Transición: ya hablando de los estrenos de 1976, el crítico del equipo Reseña Angel A. Pérez Gómez se refirió al “cine de entrepierna. Resulta abrumadora la explotación del tema que ha efectuado con pésima habilidad el cine español de este año”, y citaba como ejemplos no sólo el taquillazo celtibérico del año La lozana andaluza, de Vicente Escrivá, sino títulos tan explícitos como Los placeres ocultos, Susana quiere perder… eso, Call Girl, La menor, Más fina que las gallinas, y algunos más.
Como la desaparición de la censura impedía prohibir tanto libertinaje, la solución de la Junta de Clasificación fue sacarse de la manga una nueva categoría: la “S”, aplicable a títulos que, como bien se advertía en la publicidad de las cintas “contienen imágenes que pueden herir la sensibilidad del espectador”.Creo -no estoy seguro- que la clasificación comenzó a funcionar en 1977, y se mantuvo vigente hasta 1983, cuando el establecimiento de las salas X –y, sobre todo, el auge del vídeo doméstico, que permitía ver porno tranquilamente sin moverse casa- la dejaron sin razón de existir.
De todos modos, con las “S” pasaron dos cosas:
La primera, que la clasificación no se otorgaba únicamente por el contenido sexual; lo que entonces se consideraba violencia más allá de lo permisible también valía para obtenerla. Y, a la hora de calificar, el nombre del director no importaba demasiado, con lo que cineastas del calibre de Osima y Pasolini, por citar dos, vieron mezclados algunos títulos inmortales con las últimas guarrindongadas celtibéricas. También se estrenaron como películas “S” el clásico hoy superadísimo de Wes Craven Las colinas tienen ojos, o la primera entrega de Mad Max, que hoy le arranca bostezos de media hora a cualquier quinceañero aficionado al Killzone.
Y la segunda, que nadie parecía haber tenido en cuenta que la represión que atenazaba como la gripe a tantos españolitos convertía la “S” en el equivalente de un tanque de cerveza Duff para Homer Simpson, o el de un cartel de Toys’ re Us para Michael… Bueno, la cuestión es que la “S” se convirtió en un imparable reclamo comercial, hasta el punto de que muchos productores estaban dispuestos a hacer lo indecible para conseguirla en sus estrenos. Sólo tres años después del párrafo anterior, Pérez Gómez contaba el caso del film de Jose Antonio Barrero La sombra de un recuerdo:
“Ha sido rebautizado por el distribuidor como El violador y sus mujeres a la sombra de un recuerdo y clasificado, claro, con el anagrama “S””.
Consiguiendo, añadiría yo, uno de los títulos más lisérgicos de la historia del cine patrio.
P. D. Algunos de los carteles que ilustran este post han sido obtenidos de la página web http://www.todocoleccion.net/ . Dense una vuelta por ahí, que merece la pena.
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miércoles, octubre 15, 2008
Un mundo perfecto, o el viaje interdimensional de Vince
Ya sabía yo que no tenía que haber mencionado nada sobre mis intenciones de dejar el blog. Enseguida empiezan los comentarios que si no lo haga, no se vaya, no nos deje… como si no hubiera blogs de cine a cascoporro, la mayoría más actualizados y más completos que este. No lo hice por hacerme el interesante, y no les prometo nada. De verdad. Pero como estoy algo atascado con el artículo que tengo entre manos –lo cual tiene su morbo añadido, porque uno de los lectores de este blog es, ya ven, la persona que me lo ha encargado- voy a encasquetarles una entrada científico / cinematográfico / televisiva que me ronda hace tiempo por la mente.
Me acordé de ella la otra noche, cuando me vi rodeado por Jean-Claude Van Damme. Es decir, no personalmente, pero es que en La Sexta estaban echando una macarrada suya titulada Cyborg, y en un canal de la TDT otra macarrada más reciente titulada Inferno, que tiene el agravante añadido de que sale como actor secundario Pat Norita, el presunto sensei de la serie Karate Kid. Antes de retirarme a la cama pensé en lo maravilloso que sería vivir en un mundo donde no estuviéramos expuestos a las macarradas perpetradas por los macarras llegados del país de Godiva y los mejillones.
Bueno, pues hay un mundo donde así. En él no existe Van Damme, y ése no es su único atractivo.
Les supongo familiarizados con el concepto de los universos paralelos; esos mundos que existen en una dimensión paralela (claro) a la nuestra donde la historia en general, y nuestras vidas en particular, han tomado rumbos muy diferentes. Cualquiera que haya leído unos pocos tebeos de superhéroes sabrá de lo que estoy hablando, porque son muy socorridos; gracias a este concepto, en el mundo de la DC Comics acabaron con dos o tres Supermanes… pero estoy desbarrando. Hablábamos de Van Damme.
Bueno: el punto de partida de este universo paralelo es la serie televisiva Las Vegas, que emitió Cuatro en su día y que, ya confesé en este blog, se constituyó enseguida en uno de mis placeres culpables (ya la han cancelado, por cierto), gracias al trabajo de mi querido James Caan y a la proliferación de tías buenas que salían en cada episodio. Como sabrán los que la hayan visto, la serie tenía lugar en el casino-hotel Montecito que, a diferencia del Wynn, el Venetian o el MGM Grand, no existe en nuestro universo. En el de la serie sí, aunque tenía una molesta tendencia a cambiar de emplazamiento; un día estaba arriba del Strip, otro en medio… Bueno, pues en un episodio de la primera temporada, aparecía Van Damme como estrella invitada. Y, además, interpretándose a sí mismo... Por lo menos, durante veinte minutos, porque de repente, era inesperadamente asesinado.
Me acordé de ella la otra noche, cuando me vi rodeado por Jean-Claude Van Damme. Es decir, no personalmente, pero es que en La Sexta estaban echando una macarrada suya titulada Cyborg, y en un canal de la TDT otra macarrada más reciente titulada Inferno, que tiene el agravante añadido de que sale como actor secundario Pat Norita, el presunto sensei de la serie Karate Kid. Antes de retirarme a la cama pensé en lo maravilloso que sería vivir en un mundo donde no estuviéramos expuestos a las macarradas perpetradas por los macarras llegados del país de Godiva y los mejillones.
Bueno, pues hay un mundo donde así. En él no existe Van Damme, y ése no es su único atractivo.
Les supongo familiarizados con el concepto de los universos paralelos; esos mundos que existen en una dimensión paralela (claro) a la nuestra donde la historia en general, y nuestras vidas en particular, han tomado rumbos muy diferentes. Cualquiera que haya leído unos pocos tebeos de superhéroes sabrá de lo que estoy hablando, porque son muy socorridos; gracias a este concepto, en el mundo de la DC Comics acabaron con dos o tres Supermanes… pero estoy desbarrando. Hablábamos de Van Damme.
Bueno: el punto de partida de este universo paralelo es la serie televisiva Las Vegas, que emitió Cuatro en su día y que, ya confesé en este blog, se constituyó enseguida en uno de mis placeres culpables (ya la han cancelado, por cierto), gracias al trabajo de mi querido James Caan y a la proliferación de tías buenas que salían en cada episodio. Como sabrán los que la hayan visto, la serie tenía lugar en el casino-hotel Montecito que, a diferencia del Wynn, el Venetian o el MGM Grand, no existe en nuestro universo. En el de la serie sí, aunque tenía una molesta tendencia a cambiar de emplazamiento; un día estaba arriba del Strip, otro en medio… Bueno, pues en un episodio de la primera temporada, aparecía Van Damme como estrella invitada. Y, además, interpretándose a sí mismo... Por lo menos, durante veinte minutos, porque de repente, era inesperadamente asesinado.
Al principio, pensé que era la típica broma, y que aparecería vivito y coleando al final del episodio. ¿Cómo se iban a cargar a Jean Claude Van Damme? Bueno, pues se lo cargaron. En el universo de la serie Las Vegas, Van Damme quedó definitivamente muerto y enterrado.
¿Pero SOLO en ese universo?
El caso es que Las Vegas tuvo un par de crossovers con la serie policiaca Crossing Jordan, donde los protagonistas de ambas tenían que trabajar juntos en la resolución de un caso; con lo cual, cabe pensar no sólo que ambas series pertenecen al mismo universo, sino que Van Damme está muerto en las dos.
No se vayan todavía, aún hay más.
Los que pasamos de los cuarenta –aunque no se nos note- tenemos grabadas en la memoria aquellas sobremesas de verano donde TVE, la única TVE de entonces, nos cascaba la serie El coche fantástico, con David Hasselhoff, su bultaco, su cardado y, creo recordar, un coche que hablaba. Bueno, pues este año se ha comenzado a emitir en la televisión americana una versión actualizada de la serie, donde el protagonista es el hijo –en la ficción, claro- de David Hasselhoff. El episodio piloto ya se ha emitido en España, y algunas escenas del mismo tenían lugar en la ciudad de Las Vegas. ¿Adivinan en qué casino? En efecto; aunque no aparecían los actores de la otra serie, los escenarios y el logo del Montecito eran inconfundibles.
¿Pero SOLO en ese universo?
El caso es que Las Vegas tuvo un par de crossovers con la serie policiaca Crossing Jordan, donde los protagonistas de ambas tenían que trabajar juntos en la resolución de un caso; con lo cual, cabe pensar no sólo que ambas series pertenecen al mismo universo, sino que Van Damme está muerto en las dos.
No se vayan todavía, aún hay más.
Los que pasamos de los cuarenta –aunque no se nos note- tenemos grabadas en la memoria aquellas sobremesas de verano donde TVE, la única TVE de entonces, nos cascaba la serie El coche fantástico, con David Hasselhoff, su bultaco, su cardado y, creo recordar, un coche que hablaba. Bueno, pues este año se ha comenzado a emitir en la televisión americana una versión actualizada de la serie, donde el protagonista es el hijo –en la ficción, claro- de David Hasselhoff. El episodio piloto ya se ha emitido en España, y algunas escenas del mismo tenían lugar en la ciudad de Las Vegas. ¿Adivinan en qué casino? En efecto; aunque no aparecían los actores de la otra serie, los escenarios y el logo del Montecito eran inconfundibles.
Pero es que el Montecito está, como decimos en mi tierra, como la Feria; no bien se ha largado Kitt Junior, cuando aparecen algunos adolescentes dotados de superpoderes, cuyas aventuras pueden seguirse en la serie Héroes. ¡También han pasado por allí, y en tres episodios nada menos!
Y si les parece que es un poco excesivo juntar a tantas series, no hemos terminado todavía. Hay otro capítulo de Héroes donde los personajes vuelan en Oceanic Airlines; Oceanic… ¿De qué me suena ese nombre? No me hagan mucho caso, pero creo que hubo un vuelo de esa misma compañía –el 815, para ser exactos- que desapareció sin dejar rastro, aunque hay quien dice que un puñado de supervivientes llevan años haciendo el canelo en una isla perdida donde hay osos polares, galeones del siglo XVIII, un experimento de una empresa llamada Dharma y, se sospecha, el último proyecto de Paco el Pocero.
En resumen:
Existe un universo paralelo donde hay un casino en el que todo el mundo gana, un chaval que combate el crimen en un coche que habla, varios adolescentes con superpoderes y una isla misteriosa que acaba con todas las islas misteriosas. Y además no tienen que aguantar a Van Damme, porque está muerto. ¿Y qué tenemos aquí? Zapatero, Rajoy, Jiménez Losantos y Escenas de matrimonio. Señores, vaya coñazo. ¿Saben que les digo? Que paren este mundo, que me quiero bajar… ¡y largarme al otro!.
P. D. Este post no habría sido posible sin esta página web donde tienen una completa relación de todos los crossovers habidos y por haber en el mundo televisivo. ¿Lo que les he enseñado? Un aperitivo. Procuren no perderse.
Existe un universo paralelo donde hay un casino en el que todo el mundo gana, un chaval que combate el crimen en un coche que habla, varios adolescentes con superpoderes y una isla misteriosa que acaba con todas las islas misteriosas. Y además no tienen que aguantar a Van Damme, porque está muerto. ¿Y qué tenemos aquí? Zapatero, Rajoy, Jiménez Losantos y Escenas de matrimonio. Señores, vaya coñazo. ¿Saben que les digo? Que paren este mundo, que me quiero bajar… ¡y largarme al otro!.
P. D. Este post no habría sido posible sin esta página web donde tienen una completa relación de todos los crossovers habidos y por haber en el mundo televisivo. ¿Lo que les he enseñado? Un aperitivo. Procuren no perderse.
martes, octubre 14, 2008
Y qué a gusto que se queda uno...
Cuando hace unas semanas publiqué aquí la reseña por la muerte de Paul Newman, decidí que sería la última entrada de este blog. No quiero aburrir a nadie con los motivos; baste decir que llevo más de tres años en una situación personal bastante problemática, y que sigue sin visos de solucionarse. Eso, al final, acaba minándole la moral a cualquiera. Y a estas alturas a mí me queda la justa para ir tirando con las chapuzas que me salen para ganarme la vida; Desde la fila 7 es, cada vez más, un esfuerzo suplementario, y cada vez menos una satisfacción.
Si a eso sumamos unas cifras de audiencia que no suben (la verdad es que hace meses que no las miro), ninguna retribución económica y ausencia casi total de comentarios, entonces el fallecimiento de un actor al cual todos hemos querido tanto me pareció el momento más oportuno para echar el cerrojo. Una pena, porque por el camino se me han quedado acontecimientos como el silencio de tumba guardado por nuestra derechona ante la película más subvencionada del cine español, Sangre de mayo, la acusación a la nueva peli de James Bond de venir cuajada de product placement (como si eso fuera algo nuevo), la reciente muerte del hijo de Gerard Depardieu… temas nunca faltan. Pero no tenía ganas.
Ah, pero hoy…
Hoy ha sido leer el artículo que publica en El País la flamante presidenta de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de España, Angeles González-Sinde, y no he podido resistir el impulso de lanzarme al teclado. He recordado que un papel fundamental de los blogs es la capacidad que otorgan a su propietario de desahogarse a gusto. Y desde luego, me voy a desahogar, porque tiene verdadero mérito reunir en un texto tanto victimismo, tanto lugar común, tanta ausencia de autocrítica, tanta perla cultivada. No les puedo asegurar que vaya a haber más entradas en este blog, y por eso mismo voy a procurar que la de hoy salga larga y jugosa. Sobre todo, lo último.
Vamos por orden: aquí tienen ustedes el texto íntegro del artículo, donde la presi vuelve a reivindicar el papel del cine como elemento de difusión y parte del patrimonio cultural de un país, para luego lamentarse del poco caso que le hacemos en la comunidad hispana, secuestradas como están nuestras mentes por un Hollywood que se mueve con la delicadeza de las huestes de Saurón en una final de Liga. Cita literal: “nuestras cuotas de mercado se tambalean, mientras el cine de los estudios de Hollywood se va haciendo con todo”.
Y otra cita, esta de unos renglones después: “nuestras identidades, nuestro imaginario y nuestros deseos se están viendo brutalmente invadidos por deseos ajenos, los de la industria anglosajona. Lo vemos en la ropa que usamos, en la comida que comemos, en los coches que compramos, en la vida a la que aspiramos, en los valores que incorporamos”.
Bueno, ¿qué puedo contestar yo a esto? Es que, verán, la lectura del artículo me pilla vestido con pantalones vaqueros y con una camiseta de Droopy, uno de los mejores personajes de dibus creados por aquel despreciable anglosajón llamado Tex Avery. ¿Es lógico que, ataviado con estas pintas, acabe abrazando los valores y el estilo de vida anglosajón? Quizá porque mis gayumbos son made in Spain no estoy abducido del todo, y tengo la suficiente capacidad de discernimiento como para agradecerle al mundo anglosajon que creara una de las primeras constituciones signas de tal nombre y sentara las bases de la democracia moderna y, al mismo tiempo, ser testigo perplejo de la cantidad de veces que se han aliviado la vejiga en esos mismos valores que contribuyeron a crear. ¿Pero estamos de verdad tan colonizados?
Porque, más allá de la comida que comemos, los coches que compramos, etc, están los libros que leemos, las series de televisión que vemos, la música que escuchamos. Y en estos campos, casualmente, hay una cantidad creciente de creadores españoles que goza de idéntica, o mayor, aceptación popular que sus equivalentes anglosajones; Ken Follett y Stephen King venderán mucho aquí, pero no pueden con Pérez-Reverte, Carlos Ruiz Zafón, Julia Navarro, Juan José Millás, Mario Vargas Llosa, por citar sólo los primeros que me vienen a la cabeza. En la tele, Cuéntame, Hospital Central, Los Serrano, son solo algunos ejemplos de series que han echado de su franja horaria a producciones yanquis que intentaron competir con ellas.
Y en el cine, ya lo hemos hablado aquí en más de una ocasión: cuando una película española interesa, las salas se llenan. El que eso ocurra con mucha menor frecuencia que en otros soportes de cultura y entretenimiento debería hacer reflexionar a González-Sinde. Pero de eso, ni rastro, porque está demasiado ocupada lanzándose contra su bete noire en este artículo: Robert de Niro.
Es para preguntarse qué le ha hecho Robert de Niro a esta mujer; bueno, aparte de 15 minutos, Showtime, Asesinato justo… pero eso nos lo ha hecho a todos. El caso es que González-Sinde ha decidido ponerlo como mascarón de proa del colonialismo cultural yanqui, como la referencia a la que tienen que parecerse todos los actores si quieren que el público se fije en ellos. Aparte de esta soberana sandez –sin ir más lejos, a un actorazo como Jose Luis López Vázquez le pilla un poco tarde-, aprovecha para decir que De Niro “pertenece a una sociedad que no deja pudrirse devorados por los hongos los extraordinarios fondos de filmotecas como la cubana, donde ya no hay recursos para defender los negativos de la humedad y los cortes de luz. Robert de Niro no tiene ese problema”.
En efecto. ¿Y es culpa suya? Porque, si nos ponemos a comparar Cuba con Estados Unidos, hay otros problemas que Robert de Niro no tiene: no tiene el problema de ser detenido, encarcelado y expulsado –o algo peor- por sostener unas ideas contrarias a las de la dictadura imperante desde hace más de cuarenta años; no tiene el problema de verse obligado a someter cualquier proyecto cinematográfico a la censura previa; y no tiene el problema de pensárselo dos veces antes de denunciar el deterioro de los fondos cinematográficos de su país, por no estar seguro de si su denuncia servirá para solucionar las cosas, o se volverá contra él. Es increíble, pero González-Sinde parece estar denunciando que Estados Unidos es un país que se preocupa por su cinematografía pues, como ella misma afirma “antes de que nosotros pidiéramos desgravaciones fiscales o leyes de mecenazgo, ellos las inventaron para superar la crisis de los sesenta”. Con una salvedad, si se me permite: que el cine norteamericano siempre ha sentado sus cimientos sobre la financiación privada, y las ayudas puntuales de su gobierno –que no se molesta en especificar, quizá para poder compararlas con las de aquí- sirvieron para que los estudios en los 70 empezaran a arrojar obras maestras gracias a unos señores llamados Coppola, Scorsese, Cimino, Allen, Spielberg, Lumet, De Palma, Cassavettes…
¿Podemos imaginar una situación similar aquí? Si al cine español se le soltara la manita y se le dejara ir por su cuenta, daría un par de pasos tambaleantes antes de caerse de morros. Porque, dejando a algunos directores capaces de llevar gente a las salas con su propio nombre, aquí no hay industria. No hay temas que interesen. No hay personajes con los que el público se identifique. No hay escapismo. Ni ganas de entretener. Hay pretendida denuncia social, protagonistas marginales, trascendencia de todo a cien, guiones mal trabajados y un aire general de amateurismo que echa a la gente de los cines. Y hay algo más. Hay, por lo que se lee, una presidenta que sigue enganchada a los mismos clichés que sirven para echarle a los demás toda la culpa.
¿No les dije que me iba a desahogar? Voy a intentar hacer un poco del trabajo por el que me pagan. Si todavía hay alguien que lea esto, ahí tiene los comentarios.
En efecto. ¿Y es culpa suya? Porque, si nos ponemos a comparar Cuba con Estados Unidos, hay otros problemas que Robert de Niro no tiene: no tiene el problema de ser detenido, encarcelado y expulsado –o algo peor- por sostener unas ideas contrarias a las de la dictadura imperante desde hace más de cuarenta años; no tiene el problema de verse obligado a someter cualquier proyecto cinematográfico a la censura previa; y no tiene el problema de pensárselo dos veces antes de denunciar el deterioro de los fondos cinematográficos de su país, por no estar seguro de si su denuncia servirá para solucionar las cosas, o se volverá contra él. Es increíble, pero González-Sinde parece estar denunciando que Estados Unidos es un país que se preocupa por su cinematografía pues, como ella misma afirma “antes de que nosotros pidiéramos desgravaciones fiscales o leyes de mecenazgo, ellos las inventaron para superar la crisis de los sesenta”. Con una salvedad, si se me permite: que el cine norteamericano siempre ha sentado sus cimientos sobre la financiación privada, y las ayudas puntuales de su gobierno –que no se molesta en especificar, quizá para poder compararlas con las de aquí- sirvieron para que los estudios en los 70 empezaran a arrojar obras maestras gracias a unos señores llamados Coppola, Scorsese, Cimino, Allen, Spielberg, Lumet, De Palma, Cassavettes…
¿Podemos imaginar una situación similar aquí? Si al cine español se le soltara la manita y se le dejara ir por su cuenta, daría un par de pasos tambaleantes antes de caerse de morros. Porque, dejando a algunos directores capaces de llevar gente a las salas con su propio nombre, aquí no hay industria. No hay temas que interesen. No hay personajes con los que el público se identifique. No hay escapismo. Ni ganas de entretener. Hay pretendida denuncia social, protagonistas marginales, trascendencia de todo a cien, guiones mal trabajados y un aire general de amateurismo que echa a la gente de los cines. Y hay algo más. Hay, por lo que se lee, una presidenta que sigue enganchada a los mismos clichés que sirven para echarle a los demás toda la culpa.
¿No les dije que me iba a desahogar? Voy a intentar hacer un poco del trabajo por el que me pagan. Si todavía hay alguien que lea esto, ahí tiene los comentarios.
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