Llevaba un tiempo sin leer libros sobre cine. Supongo que era por saturación, y además las lecturas de uno no se reducen a un solo tema. Pero el caso es que hace unos meses, me cansé y además me cansé a mitad de un libro, que estos días he retomado: la excelente biografía sobre James Stewart escriba por Marc Eliot (no se me pierdan la página web que tiene este pavo). Y acabo de llegar a una parte que me ha hecho pensar.
Se refiere a una de mis películas favoritas, no sólo de James Stewart, sino en general: La ventana indiscreta, que rodó en 1954 a las órdenes de Alfred Hitchcock. Creo que ya he dejado caer por aquí alguna vez que a mi Hitchcock, pues como que no me mata… tiene muchos puntos débiles, vaya. Pero esta película me sigue pareciendo perfecta, sin mácula, y además, es uno de los ejercicios más arriesgados que se hayan hecho nunca en lenguaje cinematográfico. ¿Se acuerdan del argumento? James Stewart interpreta a un fotógrafo de prensa que se ha roto una pierna mientras cubría una carrera de coches. Confinado en su apartamento, dedica su tiempo libre a espiar a los vecinos de enfrente que, por cierto, son una fauna de lo más variopinto. Y, de tanto mirar, acaba siendo testigo de lo que él cree que es un asesinato…
A partir de ahí, comienza un juego de intriga donde Hitchcock juega con la cámara a su gusto, alcanzando unos niveles de virtuosismo pocas veces vistos, ni antes ni después. Pero yo de lo que les quería hablar es del personaje que interpreta Stewart. Como muy bien dice Eliot “lo que hace tan gratificante la interpretación de Jimmy es que consigue combinar todas las fantasías sádicas, obsesivas y voyeurísticas de Hitchcock, y aún así consigue un personaje con el que el público se identifica, y por el que se preocupa”.
En efecto. Si analizamos un poco la psicología de este personaje, veremos que es un sujeto muy poco recomendable. Es un cotilla, un voyeur, un mirón, y encima, un mirón con teleobjetivo que se mete en las intimidades ajenas sin el menor recato. Pero, como lo interpreta James Stewart, consigue que nos olvidemos del asunto y sólo veamos a un hombre amenazado que, a fin de cuentas, ha descubierto a un asesino.
Es curioso esto de la fuerza que tienen algunos actores (no, no pienso decir "actores y actrices"; aquí, gilipolleces políticamente correctas, las justas) para interpretar a personajes de moralidad dudosa y, aún así, caernos bien. ¿se acuerdan de esa obra maestra que es El apartamento (1960) de Billy Wilder? ¿Alguien querría tener cerca de un sujeto como su protagonista, C. C. Bakter? ¡Por Dios, pero si es un trepa de la peor especie, que asciende en la empresa a base de prestar su apartamento a los jefes para que se lleven allí a sus queridas! En la vida real, lo mínimo que le podría pasar es que los compañeros le echaran Evacuol en el café, o algo parecido. Pero, ah, es Jack Lemmon. Y Jack Lemmon no puede caernos mal. Por eso al final, en lugar de que el resto de los empleados le escupan a la cara por turnos, se redime y, encima, se queda con la chica.
La magia de las estrellas. Mucho más que mero sex-appeal.
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