domingo, agosto 31, 2008

Pues eso...


Ahora que ustedes (o la mayoría de ustedes) vuelven, me voy yo. Quince días sin ordenador ni conexión, ni ganas de usarla aunque la tuviera.

Nos vemos a partir del 15 de septiembre.

Feliz regreso a los que se reincorporen, y a los afectados por el síndrome postvacacional, les recuerdo que hay todavía una cosa peor que reincorporarse al trabajo: no tener trabajo.

jueves, agosto 28, 2008

El Vía Crucis de un cinéfilo lesionado (y 7): La silla de Fernando

Como suele ocurrir, he dejado lo mejor para el final. Aunque tengo que confesarles que estoy haciendo trampa: La silla de Fernando (2006) no ha sido adquirida como parte del Vía Crucis, sino que me la regalé por mi cumpleaños hace ya unos cuantos meses. Y la disfruté tanto que me parece adecuada para eso que los cursis suelen llamar un digno colofón.

Ya estarán enterados de que La silla... es un documental rodado por Luis Alegre y David Trueba de esos donde ya te encuentras todo el trabajo hecho, es decir: te vas a casa de Fernando Fernán-Gómez, le pones delante la cámara, le filmas en perpetuo primer plano, procuras que no le falte el whisky, y que hable. Pues eso y no otra cosa es La silla… así que aquí no cabe hablar de excesivas virguerías estilísticas, uso de la elipsis, dirección de actores, selección de decorados. Es Fernán-Gómez, puro y duro. Y, qué quieren que les diga, no hace falta nada más.

La verdad sea dicha, el actor y director no dice aquí cosas que quienes hemos seguido su trayectoria no le hayamos leído ya en sus memorias, en el magnífico libro que sobre él hizo Enrique Brasó, o en su libro de conversaciones con Eduardo Haro Tecglen. Pero leer no es lo mismo que escuchar. Y hay que escuchar a este hombre, con esa voz imitadísima e inimitable que Dios le dio, hablar de su infancia, sus inicios como actor, el cine, el alcohol, la política, las mujeres… Te sientes cómplice al apreciar su sentido del humor, verle ponerse socarrón y hasta simpático (que sí, que lo era). Las sesiones parecen rodadas en dos días diferentes, y en uno de ellos la barba de la garganta está mal afeitada, lo que le da un cierto aspecto de salvajismo eremita que le pega muy bien a la sinceridad de sus declaraciones.

Mucha de la gente que vio la película dijo lo mismo: que se le hizo corta. Bueno, pues esta edición del DVD incluye los extras que todo el mundo estaba esperando: hora y media más de charla a cargo del maestro. Y un regalo inapreciable, obtenido gracias a la iniciativa de un aficionado que pudo grabar en vídeo la que creo fue la última aparición de Fernán-Gómez en un escenario, en 1992, cuando hizo que todo el público se retorciera de risa leyendo una valiosísima selección de anuncios por palabras.

Un último detalle: los más viejos del lugar recordarán que, allá por el final de los años 70, Fernán-Gómez protagonizó un espacio llamado Tertulia, que consistía precisamente en eso: en un decorado que simulaba el salón de una casa, iba recibiendo cada semana a distintos invitados que se servían una copa y se ponían a charlar sobre lo divino y lo humano hasta que se terminaba el programa. Nada más y nada menos. Ahora que dicen que RTVE piensa colgar en la Red alguno de sus programas históricos, no estaría mal que recuperaran este. Con La silla de Fernando disfrutamos del maestro hablando; en ese programa le veíamos conversar. No es exactamente lo mismo.

Y mi pie muy bien, gracias.

martes, agosto 26, 2008

El Vía Crucis de un cinéfilo lesionado (6). La carta esférica

Arturo Pérez-Reverte no sólo es uno de nuestros escritores más vendidos, sino también, quizá como consecuencia lógica, más adaptados al cine. Quizá otra consecuencia lógica, y como les ha ocurrido a otros autores de éxito, desde Stephen King a Frederick Forsyth, sea que a la hora de llevar sus novelas a la gran pantalla ha habido de todo. Bien es cierto que el que pasa por ser uno de los novelistas con un carácter más, ejem, particular por decirlo de modo suavecito (es que por aquí se mete algún amigo suyo ¿saben?), ha mantenido siempre una actitud encomiable sobre el tema: básicamente, una vez que has trincado el cheque, si no te gusta el resultado, te callas.

Claro, que cuando a uno se le vienen a la memoria atrocidades como La tabla de Flandes (Jim McBride, 1994), esa adaptación de Alatriste aquejada de elefantiasis, o la inefable serie de TV Quart, el hombre de Roma, perpetrada por Antena 3, sospecha que Arturo ha tenido que callarse en no pocas ocasiones. Y miren por dónde, La carta esférica no ha sido una de ellas. No es una gran película, pero se sostiene muy dignamente, gracias a un equipo que ha decidido tomarse la adaptación en serio.

Para llevar al cine esta historia de búsqueda de tesoros en pleno siglo XX, el director Imanol Uribe ha contado con Carmelo Gómez, uno de nuestros mejores actores, y Aitana Sánchez-Gijón, una de nuestras peores actrices. Pero también ha dispuesto de un presupuesto lo bastante generoso como para huir del cutrismo que afecta a buena parte de las películas españolas: aquí pasamos de las Ramblas de Barcelona al Museo Naval de Madrid, a uno de esos magníficos pisos de detrás de Correos donde viven profesionales de alto nivel y algún director de revista, al fascinante bar La Venencia de la calle Echegaray, a las playas de mi querido Cái, al mirador de Gibraltar, al puerto de Cartagena, y a escenas de buceo filmadas en pleno mar, además en los restos de un pecio auténtico. Se agradece tanto cambio de escenario, plenamente justificado por exigencias de la trama, que le da a la cinta una factura excelente, apoyada además por el trabajo en fotografía de Javier Aguirresarrobe.

Lo cual no quiere decir que la cosa funcione al cien por cien. Uribe, autor también del guión, elimina eficazmente unos cuantos kilos de paja de la novela, y mantiene una trama que se sigue con interés. El problema son los tópicos, esos tópicos que Pérez-Reverte cuela en sus novelas con tanta abundancia como habilidad, y que traspasados a la pantalla tienen una molesta tendencia al cante jondo. Que cantan mucho, quiero decir.

El protagonista de La carta… es, como tantos otros héroes del escritor, un hombre de una pieza cuya integridad le ha supuesto la marginación social y profesional, y la mujer, un personaje fascinante –o todo lo fascinante que permite el trabajo de Aitana- que emboba al protagonista y le mete en una aventura cuyo alcance nunca llega a comprender del todo. Los malos son malísimos, pero con su puntito de fondo humano, como es marca de la casa. Y los nombres, pues de lo más exótico: el protagonista se llama Coy, que así al pronto parece como extranjero, aunque a lo mejor es una abreviatura de Alcoyano; la chica se llama Tánger, mayormente porque su padre era militar y estuvo destinado en África cuando ella nació -menos mal que no le mandaron a Almendralejo-. Pero el colmo ya es que el piloto que les acompaña en la búsqueda del tesoro, pues se llama así, Piloto -en una escena nos enteramos de que su verdadero nombre es Pedro-, y eso ya me parece pasarse varios pueblos; es como si Nadal se llamara Tenista, o Jaime Peñafiel, Portera, no sé si me entienden.

Y, como la historia va de barcos hundidos, pues hay que meter a punta pala referencias culturales sobre el particular: Tánger tiene un perro que se llama Milú (y dale con los nombrecitos), y confiesa que se enamoró del mar y sus misterios después de leer el álbum de Hergé El tesoro de Rackham El Rojo; la empresa de los malos se llama Dead Man’s Chest, o sea, "El cofre del muerto", como en La isla del tesoro; y lo único que falta por aquí es alguien con una pata de palo, y que Coy beba ron en vez de ginebra, pero eso quizá hubiera sido pasarse. Una pena que Uribe no haya entrado a saco aquí y, junto con el exceso de términos marineros, no haya procedido a una eliminación masiva de tópicos.

Con todo, una agradable sorpresa, y dentro de la sorpresa, otra más: Javier García Gallego, el actor que encarna al Piloto, y que es un prodigio de naturalidad. Y tanto, como que no es un actor profesional: en realidad, fue el instructor de buceo de Carmelo Gómez, y la decisión de hacerle actuar en la película fue una decisión personal de Uribe. No se me ocurre una elección mejor para el papel. En ninguno de los siete mares.

Véanla. Encontrarán una película de aventuras tranquila, sin persecuciones ni tiroteos, ni acción injustificada. Más bien es la historia de un misterio y unos personajes, a lo que lo único que cabe reprocharle es, quizá, un exceso de lastre por no haber sabido liberarse lo bastante de su original literario.

Próxima parada del Via Crucis: sea cual sea, será la última, que ya está bien.

miércoles, agosto 20, 2008

El Vía Crucis de un cinéfilo lesionado (5). Princesas

Ya sé, ya sé que les dije que la próxima entrega del Vía Crucis sería la película de Urbizu, pero ¿qué quieren? Se me acababa el plazo de entrega, y tuve que devolverla a la biblioteca. Queda para dentro de unos días, y mientras tanto vamos con Princesas (2005), la última película hasta el momento de Fernando Comprometido León de Aranoa, si exceptuamos su participación en la colectiva Invisibles (2007).

Fernando León (creo que al principio no usaba la segunda parte de su apellido) se dio a conocer con su primer largometraje, Familia (1997), que partía de una idea sumamente original y luego sabía llevarla con bastante habilidad hasta el final: un tipo del cual no sabemos más de lo estrictamente necesario alquila a una compañía de actores para que se hagan pasar por su familia en el día de su cumpleaños. La peli, ya les digo, no estaba nada mal; luego cambió el rumbo y se ha dedicado desde entonces a contarnos qué mal lo pasan determinados colectivos de personas: los habitantes de viviendas periféricas (Barrio, 1998), los parados (Los lunes al Sol, 2002) y las prostitutas en esta que nos ocupa.

La fórmula no cambia mucho en ninguna de las tres: los personajes viven los sinsabores propios de una situación que les supera, de un encierro del que no saben cómo salir. Y del que, si quieren mi opinión, no saldrán nunca, porque es que hay que buscar mucho para encontrar una gente tan parada y tan corta de mente como la que sale en las dos primeras películas. Ese fue uno de los motivos por los cuales Barrio no me gustó ni un pelo; aparte de contarse su vida y hablar de lo chungo que está todo, los tres chavales se movían menos que el caballo de un fotógrafo, hasta que al final, acabé pensando que se merecían lo que les pasara. A lo mejor es que estoy demasiado influido por Full Monty, donde otros personajes en situación límite –una situación que no se nos escapa nunca, a pesar del tono de comedia de la cinta- se embarcaban en un proyecto igualmente al límite, y por eso mismo estabas con ellos durante todo el desarrollo de la historia.

Hay que decir, de todos modos, que en Princesas los personajes tienen bastante más enjundia que en Barrio. Caye, muy bien interpretada por Candela Peña, tiene la suficiente fuerza como para que nos interesen sus idas y venidas, y Zulema (un bellezón de mucho cuidao llamado Micaela Nevárez), la inmigrante dominicana que se convierte en su amiga, combina fuerza y desgarro con una dulzura que desarma. Muchas escenas, lógicamente, se han filmado en la Casa de Campo de Madrid y otros escenarios naturales, que dan a la cinta el tono de autenticidad necesario; es decir, que vemos putas de verdad, en vez de las falsificaciones para todos los públicos a las que nos tiene acostumbrado Hollywood. El ritmo es ágil, y la cámara, casi siempre, está donde tiene que estar; ni siquiera desentona la música de Manu Chao, cantante que a mí, personalmente, me parece más cansino que media docena de ex compañeros de colegio contándome su mili.

Total, que la película va bastante bien, hasta que justo por la mitad, León de Aranoa cae en el maniqueísmo que tanto le gusta y mete una escena que provoca rechazo de puro grotesca: resulta que Caye se ha echado un novio formal, un informático que debe de ser absolutamente tolili, porque es que ni se le ocurre que su novia pueda ser prostituta… ¡A pesar de que ella misma se lo dice!. En estas, que están los dos cenando en un restaurante y en una mesa cercana, como no podía ser menos, hay un tipo con aires de chulo que ha sido cliente de Caye. Esta se pone nerviosa, y se va al baño. Y el tío la sigue hasta allí, la acorrala y le paga para que le haga un lavado de la pipa del delco allí mismo, al momento. Ella se echa a llorar, le pide, le suplica que le deje en paz, pero al final se arrodilla mientras coge el dinero.

La escena casi me hace dejar la peli en ese momento, y no por desagradable, sino por chorra. Primero, es que la casualidad no hay quien se la crea, y luego es que la situación está completamente forzada. Y además, sorprende la pasividad de Caye, a quien hasta el momento hemos visto como una persona con bastante más carácter, y que de repente no es capaz de decirle al tío que la deje en paz de forma terminante. Bueno, si hay que montar una escena para reflejar lo explotadas que están las putas, pues se monta y ya está; pero hay mil maneras de hacerlo sin caer en una falta de lógica que está peligrosamente cerca del esperpento. Y además, para eso ya está la historia de Zulema. Pero es que un poco más adelante hay otra casualidad que no hay quien se la crea, que es la que lleva a Caye a romper con su novio. Y como no hay dos sin tres, la escena final del paseo de las lumis en la limusina ya entra en el terreno de lo lisérgico por derecho propio.

Si se quitan todos estos baches, la película se puede ver sin problemas, y deja un buen sabor de boca. A lo mejor algún día a Fernando León se le cura su propensión de enseñarnos en cada plano lo comprometido que está, y aprende a ser un director de cine en serio. De momento, todo indica que en su próxima película se va a buscar otro colectivo marginal. Entre yonquis o becarios de periodismo, ya veremos por dónde sale.

Próxima estación del Vía Crucis: La Carta Esférica, de Imanol Uribe.

lunes, agosto 18, 2008

El Vía Crucis de un cinéfilo lesionado (4): Malas Temporadas

Cuando una peli (sobre todo si es española) empieza con la cámara haciendo trávelin por un pasillo, mientras suena de fondo una musiquilla de piano así en plan muy intimista, es como para temerse lo peor. Malas Temporadas empieza precisamente así, con lo cual uno, qué quieren que le haga, se teme lo peor. Pero lo peor no acaba de llegar, aunque se queda cerca, y ello por una serie de fallejos perfectamente identificables, por lo frecuentes que son en nuestro cine.

Que conste que el material de partida no era necesariamente malo, y además la historia cuenta con un reparto más que competente. Esta es una de esas películas de vidas cruzadas (sin bromas; algún crítico se refirió a ella hablando de la nefasta influencia de Robert Altman en directores que están a años luz de su talento), que le obligan a uno a permanecer especialmente atento a la pantalla durante los primeros veinte minutos o así, hasta que tenemos controlados todos los personajes. Luego, ya la cosa va por sí sola y podemos relajarnos viendo como sus vidas evolucionan y se entrecruzan. Así, tenemos a Mikel (Javier Cámara, eficaz con lo que tiene a mano), un ex presidiario homosexual y maestro del ajedrez, que acaba siendo vecino de Carlos (Eman Xor Oña, excelente), un cubano exiliado que se gana la vida con el contrabando de diversos objetos, puros habanos incluídos. En sus primeros tiempos en España, a Carlos le ayudó mucho Ana (Nathalie Poza) madre soltera -o separada, no recuerdo- que trabaja en una ONG dedicada a la integración de inmigerantes, y que tiene un hijo adolescente, Gonzalo (Gonzalo Pedrosa), que un buen día decide encerrarse en su cuarto para no salir más. En vez de darle dos gofetás como es debido y llevarle al cole a rastras, Ana conoce a Mikel a través de Carlos, y este accede a darle a Gonzalo clases de ajedrez, a ver si sirve de algo. Carlos, a todo esto, tiene una relación de lo más íntimo con Laura (Leonor Watling), una antigua estrella de la canción confinada en una silla de ruedas, que es la mujer de Fabré, otro exiliado cubano, pero con mucha más pasta que Carlos, que utiliza a éste para que le saque de la isla obras de arte de contrabando.

Esta es la exposición así, en bruto. Luego, a todos estos personajes les van pasando cosas, y la historia, por cierto, acaba más o menos bien. Pero, si los personajes tienen potencial (lo tienen) y los actores que los interpretan son buenos actores (y también lo son, con alguna excepción), ¿Por qué la película importa un pimiento, cansa y al final aburre?

Porque no hay quien se la crea. No estoy hablando, como hizo Jose Enrique Monterde en Dirigido, de la implausibilidad de todas las situaciones que se nos muestran, porque yo en el cine estoy dispuesto, a priori, a creerme casi todo. Lo que me revienta es el tono. Lo que creo que le pasa a Malas Temporadas es que va por la vida con un complejo de trascendente que no hay quien lo aguante. Los actores no hablan: recitan. Casi siempre en todo bajito (menos cuando hay que gritar,claro), y mirando muy fijamente al interlocutor, para que nos demos cuenta de que lo que se dice tiene mucha enjundia. Siempre frases brevísimas, que se dejan flotando en el aire. Es raro oír verdaderas conversaciones. Lo que hay son muchas pausas. Y la musiquita. Dale que te pego con el piano. Y más pausas. Y más miradas. Y que aquí alguien empiece a darle un poco más de vida al asunto en vez de quedarse mirando a Toledo con cara de colgao. Por favor.

No sé por qué, pero no es la primera película española que me encuentro con este tipo de defectos. Alguien debería decirle a Manuel Martín Cuenca -y a otros directores nuestros-que la línea que separa la trascendencia de la pedantería es enormemente fina y frágil. En los extras del DVD Javier Cámara dice que es uno de los mejores guiones que ha leído en su vida; él sabrá. Pero en este caso, la película es un buen ejemplo de cómo hacer un guiso indigesto con buenos ingredientes.

Próxima entrega del Via Crucis: La vida mancha (2003), de Enrique Urbizu.

miércoles, agosto 13, 2008

El Vía Crucis de un cinéfilo lesionado (3). Al sur de Granada

Vamos mejorando. No sólo en el estado del pie, sino en las películas que le tocan a uno en suerte. Es curioso; un director que tenía alguna película decente, como era Jose Luis Cuerda, me hizo pasar por uno de los mayores truños que me he tragado últimamente, y en cambio, Fernando Colomo, al cual había dado por perdido desde sus fechorías perpetradas en los 90, me ha encantado con Al sur de Granada (2003).

La trama está inspirada muy libremente en la estancia que el historiador e hispanista inglés Gerard Brenan pasó en los años 20 en la zona granadina de Las Alpujarras. Lo que en principio parecía ser la típica historia del contraste entre un inglés y unos españoles más de pueblo que las amapolas -algo a lo que contribuye el cartel promocional, a mi juicio completamente equivocado- se va convirtiendo en una historia de amor algo convencional, primero, y poco a poco en una fábula sobre las vueltas de la vida, las decisiones, los caminos que tomamos, los paraísos perdidos -que son los únicos- y la imposibilidad de volver atrás. No pretende hacer reír de continuo, que es lo que uno se espera siempre con Colomo, pero en lugar de eso -al menos, en lo que a mí se refiere- transmite interés, identificación y emoción.

Colomo dirige con mano firme, sabiendo lo que quiere contar, sin dejar que se le cuelen estridencias, por lo menos, en exceso. Claro que se ha hecho acompañar con un equipo de primera, comenzando por ese maestro de la fotografía que es Jose Luis Alcaine y siguiendo por la partitura de Juan Bardem. Y los actores: Matthew Goode, que se estrenó en el cine con esta película -y que ha prosperado bastante desde entonces: próximamente le veremos en la adaptación cinematográfica de Retorno a Brideshead, y en la muy esperada Watchmen- compone un magnífico Brenan, lleno de humanidad y personalidad, a años luz del prototipo de guiri despistado; un tipo que me cae tan gordo como Guillermo Toledo borda aquí su personaje de Paco, el campesino del pueblo que se convierte en el mejor amigo de Herardico; Verónica Sánchez es una revelación, y Antonio Resines y Ángela Molina llenan dos personajes secundarios de una pieza.

En fin, toda una mejora con respecto al otro día. Por cierto, esta película está directamente relacionada con Carrington (1995), de Christopher Hampton, con la que comparte algunos personajes. Y el tema de los ingleses en Las Alpujarras ha dado material para otro tipo de obras; si no tienen lectura de verano, les recomiendo vivamente los libros del cachondo de Chris Stewart Entre Limones y El Loro en el Limonero, que se han vendido como churros en la feria, y donde narra sus propias vicisitudes en esta comarca de Granada unos cuantos años después que Brenan.

Siguiente parada del Vía Crucis: Malas Temporadas (2005), de Manuel Martín Cuenca.

lunes, agosto 11, 2008

El Vía Crucis de un cinéfilo lesionado (2). Así en el Cielo como en la Tierra

Abrumado me han dejado ustedes con tanto interés sobre la buena marcha de mi pie. Muchas gracias a todos. Hoy he tenido que ir a currar, pero me complazco en comunicarles que ya ha recuperado su tamaño normal. La cabeza, en cambio, me ha crecido a dimensiones similares a las de un balón de playa, y sospecho que los inicios de mi Via Crucis cinematográfico/ibérico tienen bastante que ver en ello.

Veamos: Jose Luis Cuerda tiene en su currículum el mérito indiscutible de haber escrito y dirigido Amanece, que no es poco (1988), una de las pocas películas de nuestro cine que merecen el calificativo de cinta de culto. Es decir, que con los años ha ido haciéndose con un número creciente de fans que la consideran una auténtica obra maestra, la han visto todas las veces que se les ha puesto a tiro, se han comprado el DVD y se saben de memoria diálogos enteros. Yo confieso no ser uno de ellos, pero posiblemente la culpa sea mía, por no haber sido capaz de entrar sin tapujos en la apuesta del director: un microcosmos donde uno no está nunca seguro de lo que siguiente que van a decir -o hacer- sus muchos personajes. Sin referencias históricas, sin ideología, sin mensajes, el absurdo es aquí la principal arma y moneda de cambio, escena por escena. Sólo por eso, insisto, se merece un premio en cuanto a originalidad, en cuanto a haber querido crear algo diferente, y haber salido airoso del empeño.

Apuntémosle también La lengua de las mariposas (1999), y El bosque animado (1987), donde contó como ayuda con los excelentes textos, en el primer caso, de Manuel Rivas y, sobre todo, de Wenceslao Fernández-Florez en el segundo. El bosque animado es un libro obligatorio; y su adaptación, más que recomendable.

Ahora bien:

Lo de Así en el Cielo como en la Tierra, para quien esto firma, directamente no tiene nombre. El misterio no es que esta película se estrenara, sino que los espectadores no quemaran los cines y colgaran al acomodador. Mencionaba Amanece que no es poco no sólo por haber sido una película de mucha éxito, sino porque con Así en el Cielo… Cuerda parece haber querido repetir la jugada de historia coral y humor desquiciado. Pero aquí la cosa no funciona.

El argumento es bastante sencillo: resulta que, como en los chistes de colegio, cada país tiene su Cielo particular. Hay un Cielo español, un Cielo francés, uno alemán… y cada uno ha sido creado de acuerdo con la idiosincrasia de cada país. Así que el Cielo español es un pueblecito típico de los años 50, con el yugo y las flechas a la entrada, y todo. Dios (Fernando Fernán Gómez) es, lógicamente el alcalde, y San Pedro (Francisco Rabal) el sargento de la Guardia Civil. Por ahí anda también el arcángel San Gabriel (Enrique San Francisco), San Juan Evangelista (Gabino Diego), San Isidoro (Agustín González), La Virgen María (Mary Carmen Ramírez), y Jesucristo (Jesús Bonilla), que tiene que ir a un psiquiatra argentino porque está muy acomplejado por lo mal que le trataron los hombres en su anterior bajada a la Tierra. La cosa va de que Dios decide organizar el Apocalipsis, pero andan muy justos de dinero para montarlo tal y como se describe en el libro de San Juan; así que montan una especie de Apocalipsis de chichinabo, que les sale fatal, y la vida en el pueblo, es decir en el Cielo, continúa como siempre.

Esto es, a grandes rasgos. Lo malo es que la idea tiene gracia los primeros cinco minutos; luego se desinfla como un globo, y lo que queda son un montón de actores declamando sandeces. Y digo declamando, porque es difícil encontrar un personaje mínimamente bien construído; la preocupación principal parece soltar cuanto más cachondeo mejor a costa de la Iglesia, que eso siempre queda muy gracioso, y desaprovechar una idea que, desarrollada de otro modo, preocupándose más del humor y menos de la astracanada, hubiera dado para una película bastante más decente. Eso, y lo que más me ha tocado las narices, que es seguir presentando a España como un país pobre, cutre y chapucero en una película que se rodó ¡en 1995! Una tendencia que recuerda a los chistes que contaba Pajares en los años de la Transición y que -y reconozco que es una manía mía-, no puedo soportar.

En los extras -sí, el DVD tiene extras y todo- hay unas declaraciones de Jose Luis Cuerda hablando de la importancia que tienen para él las comedias españolas tipo Berlanga, como Calabuch, y que para él han sido un referente a la hora de hacer esta película. Y es cierto que se nota un aire berlanguesco, pero del de Nacional III y Paris-Tombuctú, antes que del de esa maravilla que fue Calabuch.

En fin, el inicio del Vía Crucis ha sido de lo más víacrucesco. Mientras les cuento las siguientes pelis, les remito a este magnífico sketch de Monty Python, (lo siento, está en inglés) que en tres minutos y medio tiene más humor religioso que las casi dos horas que dura el tormento.

Y las ganas de ver Los girasoles ciegos se me han apagado bastante; y encima con guión de Azcona...

viernes, agosto 08, 2008

Mi pie izquierdo, o El Vía Crucis de un cinéfilo lesionado (1)

¡Maldito esguince! Uno de esos tropezones diabólicos a los que tan propensos son las aceras de Madrid me ha dejado con el pie del tamaño de una paletilla de Jabugo. La verdad es que hace ya una semana que lo arrastro -y me arrastro-, pero ese lujo asiático que es la baja pagada es algo que no podemos disfrutar los autónomos a la fuerza. Por fin hoy me he escaqueado de mis obligaciones profesionales, y he ido al médico. Lo de siempre: tobillera, antiinflamatorios, baños fríos y calientes, y el pie en reposo.

Sobre este último punto, uno hace lo que puede, que me temo no es mucho. El lunes estoy otra vez en danza, y nunca mejor dicho. Pero mientras, aquí me tienen ustedes en casa, con el pie en alto y escribiendo en plan Carrie Bradshaw, con el portátil en el regazo. ¿Qué se puede hacer con tantas horas muertas? No tengo edificios enfrente, como James Stewart, así que no puedo dedicarme a cotillear vidas ajenas a ver si descubro algún asesinato o, por lo menos, alguna vecina stripper.

Así que, lógicamente, queda el cine. Lo cual me ha dado pie a una idea diabólica. En las proximidades de mi casa tengo dos bibliotecas públicas, ambas con una aceptable colección de DVDs. Así que me parece que voy a dedicar mi convalecencia a desentrañar uno de los grandes misterios de la humanidad: ¿De verdad es tan malo el cine español?

Pues por investigar, que no quede. Durante los siguientes días, cine español a cascoporro. La idea es acercarme regularmente por estas bibliotecas y sacar, sin ser demasiado selectivo, todas las pelis españolas más o menos en el mismo orden en el que me las vaya encontrando. Las únicas condiciones que tienen que cumplir son a) ser españolas (claro), b) ser relativamente recientes y c) que yo no las haya visto todavía. Me las pienso ir tragando a razón de varias por semana, en mis ratos de pinrel en reposo, y ya iré sacando tiempo para contarles por aquí qué me van pareciendo. ¿Descubriré alguna obra maestra? ¿Encontraré virtudes que mis prejuicios me impedían ver? ¿Actuaciones memorables, guiones brillantes? ¿O todo lo contrario?

Como sospecho que muchos de ustedes andan de vacaciones, es poco probable que ni se lean esto. Pero yo les voy a ir avisando del menú, por si quieren comentar alguna de las que vaya viendo o darme alguna indicación, si es que ya la han visto (“¡Nooo, Vince, no se trague eeeesa! ¡Que es usted muy jooooven!”). Cuando se me acabe el tiempo libre, y tenga que renunciar a esta investigación exhaustiva, haremos una pequeña recapitulación.

Y para que vean que voy en serio, estas son las dos primeras que me he traído: Así en el Cielo Como en la Tierra (1995), de Jose Luis Cuerda, y Al sur de Granada (2002) de Fernando Colomo. Si alguien las ha visto y tiene algo que decir sobre ellas, ahí tiene la sección de comentarios (sí, esa de las telarañas). Yo, me lanzo a las procelosas aguas del celuloide ibérico. Ya les iré contando.

miércoles, agosto 06, 2008

Y ¿a quién le importa esto?

Esto no es más que una opinión personal y, por tanto, no hay que darle un valor excesivo. Pero siempre he pensado que la gente que presta tanta atención a los programas, revistas y páginas del corazón lo hace en sentido inversamente proporcional al interés que les merece su propia vida. Es decir: les importa tanto la vida de los otros -y no me refiero precisamente a la película- porque la suya, en el fondo, no les gusta nada. Y, antes que mirar dentro, prefieren mirar hacia fuera.

Esta idea, claro, está basada en experiencias personales. Hace años pasé por una situación no por normal en el curso de la vida de todos menos dolorosa; y aquello coincidió, no sé si recuerdan, con la desaparición y posterior fallecimiento de John Kennedy, su mujer y su cuñada en un accidente de avioneta. El caso es que, mientras la familia estábamos apiñados en el hospital y nos íbamos dando cuenta de que aquello sólo podía acabar de una manera, y que era cuestión de días, y que lo mejor era irse preparando, a mí lo que le hubiera pasado a Kennedy, a su señora, a su cuñada y al lucero del Alba, dicho sea con todos los respetos, me importaba exactamente tres pepinos. Yo tenía mi propio drama ahí, en bandeja, lo quisiera o no. No necesitaba otros.

Pues con las noticias felices pasa lo mismo. Nueve millones de euros dicen que ha pagado la revista People por la exclusiva del nacimiento de los mellizos de Brad y Angelina (ya no hace falta poner ni los apellidos), porque al parecer había una urgencia, un apremio, una necesidad a nivel global de ver la cara a los enanos. Al final, lo que menos nos va a acabar importando de estos dos es que sean actores de cine, que Angelina Jolie ya tenga un Oscar, que Brad Pitt sea un excelente actor cuando le da la gana, y nos vamos a quedar solo con el enésimo niño que adopten o que tengan, con su último reportaje en Vanity Fair, con su último proyecto humanitario, con su última contribución a una ONG (Por cierto, dicen que donarán todo el dinero a caridad. Un gesto que les honra y... ¿Lo ven? ¡Ya estamos!).

Si hay quien no podía vivir sin verle la cara a los rrorros ideales de la muerte, es su problema. Otros tenemos noticias más cercanas que, esas sí, nos han traído una alegría genuina y duradera, de las que no se pasan en lo que se tarda en hojear un reportaje; porque conoces y quieres a los protagonistas; y sabes que están felices, y te alegras por ellos y con ellos, y con ellos empiezas la cuenta atrás de los meses que faltan hasta que todos tengamos delante el resultado de la noticia, con tres pelos encima de la cabeza y llorando por el biberón. Sin papel couché, sin glamour, sin exclusivas. Habiendo genuino cariño y amor, todo eso no hace ninguna falta.

Bienvenido, chaval.

Nos vemos en abril.

domingo, agosto 03, 2008

Si es que van provocando...

Estamos ya a menos de diez días de que se estrene en España El caballero oscuro, y es muy probable que la cinta merezca la pena; no sólo ya por el inmenso porcentaje de críticas positivas que ha merecido hasta ahora, sino por el buen sabor de boca que dejaron estrella y director en la anterior entrega de la saga, Batman Begins (2005), para quien esto bloguea una de las mejores adaptaciones de superhéroes que se han filmado, junto con Spider-man (2002) de Sam Raimi, y Superman (1978) de Richard Donner, esta todavía insuperada en muchos aspectos.

Así que Christian Bale, el protagonista, ya ha declarado que está dispuesto a hacer otro Batman, siempre y cuando se den dos condiciones: una, que Christopher Nolan repita como director; y la otra, que a nadie se le ocurra meter en el guión el personaje de Robin.

Las dos exigencias tienen su lógica, sobre todo la segunda, si quieren mi opinión. Teniendo en cuenta el carácter oscuro y violento de las películas de Nolan, un adolescente en pantaloncito corto quedaría como un Cristo con dos pistolas; además, es un hecho que todas las anterior versiones de Batman donde han incluído a Robin han sido una chorrada. Y luego, claro, está lo de la otra cuestión

Hace unos años, los chicos de Mondo Brutto publicaron un larguísimo artículo sobre cómics gays. Es decir, sobre colecciones de historietas en las que, conscientemente o no, subyacía una temática orgullo de mucho cuidao, para desconcierto de muchos de sus inocentes lectores (entre los que me cuento. ¿Mira que darme cuenta ahí de que la serie de la Marvel Power Man & Puño de hierro tenía un tufo a trucha que tiraba de espaldas?). Pero no incluyeron a Batman y Robin. ¿Por qué? Respuesta: “Es que lo de esos dos se sabe en las saunas más incomunicadas del país”. Claro, para qué molestarse...

Pues ya les digo. La coña marinera sobre a qué dedican su tiempo libre Batman y Robin ha dado pie a parodias subidas de tono y chistes malos durante décadas. Y con razón, porque es que, además, ellos mismos van provocando. Hay una divertidísima página Web llamada Superdickery donde se dedican a recopilar material absurdo o equívoco de los cómics yanquis, y de ahí he sacado esta viñeta, que es en sí misma un clásico, y que les ofrezco a continuación.

Para los no familiarizados con los superhéroes, aclaro que el que está de espaldas es el malo, y los personajes que tiene delante son, de izquierda a derecha, Atom, Flash, Green Lantern, y (claro) Batman. Y, para los que no hablen inglés, este es el diálogo: el malo les acaba de decir que les ha infectado con un agente letal que no sólo les matará a ellos, sino “a cualquiera que hayáis tocado”, y ellos automáticamente piensan en sus novias… bueno, casi todos.


Atom: “¡Jean Loring… He firmado su sentencia de muerte!”
Flash: “Le he dado a Iris West el beso de la muerte!”
Green Lantern: “Carol Ferris… ¡En peligro mortal!”
BATMAN: “¡ROBIN! ¿QUÉ TE HE HECHO?”

Pues el sabrá lo que le habrá hecho… Pero qué quieren que les diga. Todos sabemos que Bruce Wayne es multimillonario y vive en una mansión que debe tener unas cincuenta habitaciones, baños aparte y tirando por lo bajo. Vaya, como que no debe de haber mucho problema de espacio a la hora de buscar una cama. Así que ¿me quieren ustedes decir cómo se explican viñetas como ESTA?


En resumen, que Christian Bale hace estupendamente en seguir en sus trece. Otro día, si quieren, hablamos de Roberto Alcázar y Pedrín; que esos también tienen lo suyo.