viernes, septiembre 28, 2007

Jodie cogió su fusil


Y la lió. La llegada de la última película de la actriz de El silencio de los corderos ha sido recibida con eso que se llama división de opiniones, pero al mismo tiempo con cierta susceptibilidad por parte de un sector de la crítica, que la acusa de estar recuperando el espíritu de las películas de justicieros que tanto proliferaron en los años 80.

El argumento de La extraña que hay en ti (The brave one), dirigida por Neil Jordan, nada menos, trae desde luego algunos recuerdos de ese tipo de películas: al principio de la cinta, Jodie pasea por Central Park con su novio (el iraquí macizo de Perdidos), cuando unos delincuentes les asaltan, les golpean, a él le matan y, como estamos en el siglo XXI, graban la fechoría en su teléfono móvil. Desde ese momento, Jodie se compra una pistola y dedica, primero a cargarse a los responsables del asesinato y luego, según le va cogiendo gustillo a la cosa, a cualquier chorizo que se le ponga por delante.

No he visto la película, y hasta que lo haga no pienso juzgarla. Así, sobre el papel, parece que si en lugar de Jodie Foster tuviéramos a Charles Bronson, estaríamos ante una entrega más de la serie que comenzó en 1974 con El justiciero de la ciudad. En los 80 a Bronson, que seguía en sus trece, se le unieron Chuck Norris, Stallone, Dolph Lundgren, Steven Seagal y un sinfín de intérpretes de cuarta (los que acabo de mencionar son sólo de tercera) protagonizando engendros que se apilaban en las estanterías del videoclub.

Pero el género de vigilantes es un fenómeno de los 70. James Wolcott recordaba en un artículo publicado en Vanity Fair en 2002 (The executioners) como en los inicios de estas películas se encuentran tres que lo abordan de formas muy diferentes, y que constituyen, si no tres obras maestras, sí tres cintas muy, muy respetables: Perros de paja (1971), de Sam Peckimpah; Harry el Sucio (1971), de Don Siegel, y Taxi Driver (1976), de Martin Scorsese. Curiosamente, las tres (incluso la de Harry después de la conversión de Clint en cineasta políticamente correcto) se han librado de la oleada de acusaciones de fascismo (no voy a decir que, en algunos casos, sin razón) que en la década siguiente caerían sobre Bronson y sus colegas y que ahora, por lo que se ve, parecen estar a punto de caer de nuevo sobre Foster ¡Y Neil Jordan!.

Pero, si verdaderamente quieren ver una película donde se trata de los peligros de tomarse la justicia por la propia mano, busquen donde sea Incidente en Ox-Bow, western dirigido en 1943 por William A. Wellman con un linchamiento como tema principal. Sin sangre, sin apenas acción, pero con intensidad y talento fotograma a fotograma, puede mover mucho más a reflexión sobre este tema que todos los justicieros urbanos de gatillo fácil que llegaron décadas después.

miércoles, septiembre 26, 2007

Mentirijillas

Pues ya tenemos en la cartelera una película de esas que me gustan a mí, es decir, de las que nunca serán un taquillazo pero llaman la atención por el tema que cuentan. Se trata de La gran estafa (Hoax), protagonizada por Alfred Molina, Stanley Tucci y el flamante nuevo premio Donostia, Richard Gere (un día de estos vamos a tener que hablar sobre el por qué de ese galardón a un tipo que tiene bastante más presencia mediática que talento actoral). Y la película me interesa por el tema que trata: la falsa biografía de Howard Hughes publicada en los años 70 por el periodista Clifford Irving.

Para quienes no conozcan la historia, vamos a hacer un breve repaso: en los últimos años de su vida, el multimillonario Howard Hughes (el retrato que hizo Scorsese en El aviador sobre sus primeros tiempos es bastante exacto) se hizo famoso por su comportamiento excéntrico y por convertirse en un recluso al que poquísimas personas tenían acceso. De repente, el periodista Clifford Irving apareció con su Autobiografía de Howard Hughes, escrita, según aseguraba, tras numerosas entrevistas celebradas con el magnate, que había accedido a romper su silencio para recibirle exclusivamente a él. El libro, lógicamente, fue un bombazo, por lo menos hasta que escritor y editorial fueron demandados por el (numerosísimo) equipo de abogados de Hughes, que negaba la autenticidad de la obra.

Finalmente, Irving fue incapaz de demostrar la veracidad de su libro. Aunque había proclamado contar con grabaciones, cartas y documentos exclusivos de Hughes, no presentó ni uno solo de ellos en su defensa. En 1972 fue condenado a prisión -donde pasó catorce meses- y a indemnizar a sus editores con 765.000 dólares. Pero por lo menos tuvo éxito en una cosa: en sacar al ermitaño Hughes de su escondite, pues el magnate habló en público por primera vez en diez años para denunciar a Irving en una conferencia telefónica, y negar haber tenido ningún tipo de contacto con él.

Por cierto, en España, el libro lo publicó la extinta editorial Sedmay, conocida por apuntarse al carro editorial de todo lo que pudiera sonar a escándalo (otra de sus joyas fue El día que perdí… aquello, donde famosos de ambos sexos recordaban el momento de su jura de bandera), con una portada de lo más curioso: el título era Autobiografía de Howard Hughes, pero con una cruz roja tachando las letras “auto”. En la solapa interior se aclaraba, creo recordar, que a pesar de la polémica que rodeaba la autenticidad del libro la última palabra la tenía el lector y bla, bla, bla.

De todos modos, no es la primera vez que se rueda una película sobre este tema. en 1974, Orson Welles rodó Question Mark (Fake), un semidocumental sobre lo verdadero y lo falso, lo auténtico y la falsificación. Uno de sus protagonistas era el pintor Elmyr d' Hory, especialista en pintar cuadros que imitaban el estilo de los grandes maestros con tal perfección que ningún especialista podía distinguirlos de los originales; el otro era Irving, que en un completo cierre de círculo, había escrito en 1969 una biografía de d'Hory, esta más auténtica que la de Hughes.

No sé que tal será La gran estafa; ya les digo que estoy deseando verla. Pero, si no han visto Question Mark y se la encuentran en algún videoclub (improbable), biblioteca pública (también) o en alguna emisión de madrugada de un canal televisivo ignoto (esto ya tiene más posibilidades), no se la pierdan. Y eso, a pesar de que buena parte de lo que Welles nos cuenta en ella... es también mentira.

lunes, septiembre 24, 2007

Un chico serio


Chuck Norris no ha sido, desde luego, el único actor (venga, vamos a ser buenos y llamarlo así) famoso por no cambiar nunca su expresión facial. Salvando no ya distancias, sino océanos, en los albores del cine como tal encontramos a Buster Keaton. Los amantes del cine mudo se pueden dividir, quizás, en dos categorías: chaplinianos y keatonianos, y la causa de esta división es decidir quién desprendió más genialidad en sus cortos.

Keaton se hizo famoso por no sonreír jamás en la pantalla. El mote con que se le conoció en España “el gran cara de palo” era una traducción literal de uno de sus apodos más populares en Estados Unidos “the great stone face”. Pero esa seriedad era precisamente la clave de su comicidad, la de una persona envuelta en situaciones que provocarían en otro reacciones extremas -reír, gritar, gesticular- y en las que Keaton se desenvolvía con completo hieratismo, como si la cosa no fuera con él. Su explicación a esta estrategia fue, según declaró a la revista Ladies’ Home Journal en 1926 (en un artículo recuperado por la revista Casablanca en 1982, que es, lógicamente, el que yo tengo): “me di cuenta (…) de que nunca pertenecería a la clase de cómicos que pueden bromear con el público y reírse de él. El público tenía que reírse de mí”.

Hubo otro motivo: “En todos los años en que estuve trabajando en los teatros de revista con mi padre y mi madre (…) nunca hablé, sonreí ni reí. En el curso de la representación mi padre y yo solíamos golpearnos con escobas, proporcionando así la ocasión para mis extrañas caídas y tumbos. Y si por casualidad se me ocurría reírme, el siguiente golpe sería mucho más fuerte. (…) Ni siquiera podía lloriquear”.

Se cuenta, de hecho, pero no lo he podido comprobar, que en una de sus películas (creo que en El héroe del río, de 1927, pero de nuevo aquí ando un poco perdido. Si alguien me puede iluminar, que deje un recadillo) el estudio obligó a Keaton a sonreír en la última escena. En el estreno, las cosas fueron bien hasta que se llegó precisamente a ese momento; en cuanto vieron sonreír al cómico, a los espectadores les faltó poco para quemar el cine. Hubo que volver a rodar el final, y dejar a Keaton dar paso al The End con su cara de palo de siempre.

domingo, septiembre 23, 2007

Gansada de domingo


Vale que nunca ha sido un gran actor; de hecho, sus películas son infames. Por si fuera poco, en los últimos años Chuck Norris se ha retirado del cine para perpetrar en televisión una de las series más violentas, fachas y desorbitadas que mis ojitos han tenido ocasión de ver, Walter Texas Ranger, toda una invitación a hacer turismo en el estado de Bush; ya para empezar, la letra de la canción de la serie te avisa: "Cuando estés en Texas, mira detrás tuyo / porque ahí es donde van a estar los Rangers". ¿Se imaginan? ¡Por favor, no me den de yoyas, les juro que no sé nada de ese video de Michael Moore que hay en mi mochila!.

Con todo, a mí no me cae mal. En los años 80, junto con Jean-Paul Belmondo, este chico fue el rey del videoclub, con sus películas alquilándose como rosquillas (ya he contado en alguna otra parte la anécdota de la señora que, para pedir al dependiente su ración de vídeos para el fin de semana, le soltó: ¿Y NO TIENES NINGUNA DEL CHINORRIS?). Además, que se sepa, nunca se ha metido en ninguna bronca en la vida real, y ha declarado que huye de las situaciones violentas como de la peste; normal si se es un verdadero maestro de artes marciales, y no un macarra como Jean-Claude Van Damme, que tiene varias denuncias por practicar patadas con la población civil. Pero claro. Tanto años haciendo de tío duro, durísimo, que no sonríe porque a lo mejor le sale una hernia, acaban cobrándose su precio. Y desde hace algún tiempo Chuck es el destinatario de un montón de chistes de Internet que le presentan como una mala bestia tan mala bestia que da mala reputación al resto de las malas bestias. Hace tiempo, un visitante de este blog me dejó unas cuantas en un comentario. Pueden ver la lista casi completa en www.chucknorrisfacts.com

Aunque quizá lo mejor sea echar un vistazo al vídeo (es el primero que cuelgo. ¿Saben lo difícil que es escribir con los dedos cruzados?), donde en un programa de televisión americana contrastan al verdadero Chuck Norris con algunos de esos chistes, e incluso se los hacen leer en voz alta. Hay que decir que Chuck se lo toma con mucha deportividad, e incluso se ríe en plan cuñaaaaao. Qué desilusión: era humano, después de todo.

jueves, septiembre 20, 2007

La carretera

Se cumple estos días el cincuenta aniversario de la publicación de On the road, la novela emblemática no sólo de su autor Jack Kerouac, sino de todo aquel movimiento, tan social como literario, que sacudió Estados Unidos en los años 50 y que ha quedado para la historia con el nombre de generación beatnik (o beat, según gustos). Como cabía esperar, nuestra prensa se ha llenado de artículos donde sesudos escritores y columnistas han usado a Kerouac para hablar de ellos mismos, o sea, para recordar los tiempos en los que leyeron On the road y lo que el libro significó para ellos en aquellos años suyos de juventud y rebeldía. Hasta que llegaron la hipoteca, los trienios y, en algunos casos, el coche oficial.

Pues miren, no se van a librar de que yo haga lo mismo: leí On the road con dieciséis años, una edad estupenda para escapar de inquietudes y confinamientos más o menos imaginarios viajando línea a línea en la trasera del coche de Neal Cassady. A este siguieron otros -Los vagabundos del Dharma, Ángeles de desolación- y luego la huella que dejaron se fue borrando a medida que mis gustos y curiosidades se adentraban en otros autores y otros estilos. El libro -en edición de Bruguera de 1980- sigue aquí, en casa, aunque apenas lo he abierto desde entonces, entre otras razones, por miedo a que se me derrumbe en una relectura, como pasa con tantas novelas (y películas) que mitificamos en la adolescencia.

¿Pero esto no era un blog sobre cine?

Claro, y a eso vamos. On the road es una novela que, aunque jamás se ha llevado al cine, constituye uno de los proyectos más queridos de Francis Ford Coppola, que ha anunciado repetidas veces su intención de filmarla. Y ha habido intentos, esbozos de guión, tanteos con el reparto, pero de alguna manera el proyecto nunca acabó de despegar (ahora dicen que llegará en 2009, aunque Coppola sólo producirá). Sin embargo, yo me estaba acordando de otra película que se acercó de manera impecable al mundo de los beatniks. El cartel lo tienen ahí arriba. En España se estrenó como Generación perdida (1980) y su director fue uno de los realizadores norteamericanos más interesantes de los 70, John Byrum. No está basada en ningún libro de Kerouac, sino en las memorias de Carolyn Cassady, la mujer de Neal -el miembro más importante de la generación, y el único que jamás escribió una línea-, interpretada aquí por Sissy Spacek. El resto del reparto está a su altura: John Heard como Kerouac y Nick Nolte como Neal Cassady. Tanto me gustó esta película que conseguí el póster en el Rastro de Madrid, y estuvo clavado en mi habitación durante bastantes años.

Ya les digo, las cosas cambian, y los gustos también. Y la verdad, tengo más ganas de volver a ver Heart beat que de releer On the road. Si la encuentran, no se la pierdan. Y si no han leído On the road, pues láncense, sobre todo los más jóvenes. Aunque ha pasado el tiempo, estoy seguro de que sigue siendo un libro imprescindible para ciertas edades, antes de que lleguen esos días en los que uno se da cuenta de que el alma le va pidiendo aparcar el coche. Pero, mientras tanto... carretera y manta.

miércoles, septiembre 19, 2007

El presidente de EE UU ha sido asesinado... ¡En Salamanca!

O por lo menos, lo será el año que viene. Este es el argumento de la película Vantage Point, que será estrenada en la primavera de 2008, y que se ha rodado íntegramente en la ciudad, con un reparto que incluye a Dennis Quaid, Sigourney Weaver, William Hurt y Forrest Whitaker (a la izquierda, una foto del rodaje, y aquí, el trailer). Desde luego, toda una oportunidad para los salmantinos de darse a conocer en todo el mundo, y un buen ejemplo del tema del último post, sobre el valor del cine para dejar plasmado en la historia el retrato de ciudades y escenarios reales.

De hecho, últimamente España parece estar de moda en el cine americano. Woody Allen rueda en Barcelona; El ultimátum de Bourne ofrece numerosas escenas filmadas en Madrid. Lo que ocurre es que esto está produciendo un efecto colateral que yo, personalmente, encuentro de lo más molesto. No se si recordarán, hace unas semanas, hablando del rodaje de Walkirie en Alemania, comentaba que este pedazo de superproducción había recibido cinco millones de euros en subvenciones públicas. Y recientemente, en Cataluña se ha producido una situación similar, ya que al parecer la película de Allen se ha beneficiado de ayudas cuyo importe no está claro, pero que algunos llegan a situar en veinte millones de euros.

A mí esta cifra me parece muy, muy exagerada, porque por lo general, el presupuesto de las películas de Woody ni se acerca de esa cifra. Pero ese no es el tema, como diría aquel. Lo importante es que dudo mucho que Tom Cruise o Woody Allen necesiten subvenciones europeas para llevar adelante sus películas. Al segundo lo está financiado Dreamworks, por el amor de Dios, y no creo que se pueda decir que Spielberg tenga problemas de liquidez. En cuanto a Vantage Point, no tengo noticias de si el ayuntamiento de Salamanca (o la comunidad de Castilla y León, da igual) ha contribuido económicamente al rodaje; pero de ser así, me parecería igual de mal. La política de subvenciones puede ser aceptable o no, funcionar mejor o peor; pero de ninguna manera puede justificarse que se beneficie de ella una industria multimillonaria.


Eso sí, considero en cambio que los ayuntamientos deben dar todo tipo de facilidades para unos rodajes que contribuirán a proyectar la imagen de la ciudad en todo el mundo. Aunque los ciudadanos, a veces, tengan que pagarlo con buenas dosis de paciencia. Ya lo dijo Antonio Banderas cuando cortó un día entero el centro de Málaga para el rodaje de El camino de los ingleses: “Parece mentira lo rápidamente que pasas de hijo adoptivo de la ciudad a hijo de la gran puta”.

lunes, septiembre 17, 2007

La noche y la ciudad

Retomo el blog después de algunos días sin dar señales de vida; trabajo, viajes, ya saben… el caso es que no he andado tan ocupado como para no ver el artículo que Vicente Molina Foix publicó en El País el día 14, donde hablaba de los rodajes en Madrid; más exactamente, de las dificultades de rodar en Madrid comparado con otras capitales europeas.

Coincido con él en que es una verdadera pena, y no sólo por Madrid. ¿No nos hemos fijado nunca en el papel que juega el cine a la hora de retratar el estado de ciudades y pueblos en momentos concretos de su historia? Sin salir de Madrid, si uno quiere echar un vistazo al aspecto de la capital a mediados de los años 50 no tiene más que ver Historias de la Radio (1955) y seguir a Pepe Isbert mientras recorre el Paseo de la Castellana vestido de esquimal… Unos años después, en Opera Prima (1980), Fernando Trueba nos presentaría a otro Madrid y otros madrileños… Cada uno tendrá sus recuerdos en este aspecto, pero yo les confieso que soy capaz hasta de tragarme alguna de las películas de Cine de barrio en cuanto veo algunos exteriores que me traen de vuelta al Madrid de mi infancia (y, en cuanto pasan a interiores, cambio de canal).

Curiosamente, este es un campo en el que el cine europeo le ha sacado muchísima ventaja al norteamericano. Por lo general, el Hollywood clásico lo filmaba absolutamente todo en decorados, tanto los interiores como los supuestos exteriores que podían transcurrir en cualquier país del mundo (la Casablanca de Bogart se parece a la ciudad original como un huevo a una castaña. Pero claro, a muchos nos gusta más el café de Rick que cualquier local que podamos encontrar en la ciudad auténtica), mientras que el cine del viejo continente, con presupuestos mucho más ajustados, recurría a escenarios naturales. Y bien que se agradece, unas cuantas décadas después. ¿Dónde podríamos encontrar un mejor retrato de la Italia de los últimos cincuenta años que gracias a las imágenes que tomaron De Sica, Visconti, Rossellini e, incluso a su manera y sobre todo en La dolce vita, Fellini? Más o menos al mismo tiempo, aunque el cine de Hollywood comenzaba a asomarse al exterior, en mi opinión no tuvo en general la habilidad o la intención de captar el espíritu de sus ciudades y pueblos de la misma manera que el cine europeo (aunque hay excepciones tan conocidas como la de la película que ilustra el post de hoy).

De todos modos, este tema del rodaje en las ciudades tiene un aspecto menos atractivo, que últimamente se está poniendo bastante de actualidad. Quédese para mañana.

lunes, septiembre 10, 2007

Mentira más, o mentira menos

Hablábamos por aquí hace unos días del montaje que nos venden en los extras de los DVDs y de cómo los supuestos making of están llenos de bulos montados por los estudios dedicados a ensalzar las cualidades de la estrella de turno. Ya dije entonces que no es una práctica nueva en Hollywood. De hecho, me he puesto a buscar, y he encontrado unas cuantas falsedades aplicadas a algunos de los astros más célebres de la historia del cine. Por ejemplo:

Gregory Peck (en la imagen, en una de sus películas más famosas). Se libró de luchar en la Segunda Guerra Mundial por una lesión en la espalda. Esto es cierto, pero como se la hizo durante una clase de baile en la Universidad, a los publicistas del estudio no les pareció lo bastante serio: la versión oficial fue que se había lesionado mientras competía en el equipo de remo.

David Niven. Siempre estuvo orgulloso de su herencia escocesa, y los estudios -y él mismo- se encargaron de publicitar que Escocia había sido su lugar de nacimiento. La verdad es que nació en Londres, pero supo guardar el secreto tan bien, que el hecho no se descubrió hasta después de su muerte.

Richard Burton. No es ningún secreto que el actor procedía de una familia humilde del País de Gales. Pero cuando comenzó a hacerse famoso, esto no les bastó a algunos periodistas, que llegaron a publicar que los catorce miembros de su familia vivían con un dólar a la semana.

Y luego yo, para serles sincero, daría un brazo y la yema del otro por saber cuál es la estrella del cine a quien se refiere Groucho Marx en su libro Groucho y yo, cuando narra un viaje en avión que hicieron los dos juntos: dicho actor se había hecho famoso, entre otros papeles, por sus interpretaciones de aviador heroico en las películas de guerra, pero en la vida real subirse a un avión era algo que le ocasionaba un pánico cerval. El vuelo en cuestión, según cuenta Groucho, fue una odisea, con el actor presa del terror, clavando las uñas en los reposabrazos y convencido de que se iban a estrellar al minuto siguiente, hasta el punto de que la azafata prácticamente le insinuó que, si se tranquilizaba, esa noche se iría a la cama con él. Pero ni por esas.

¿Quién podría ser? Yo apuesto por James Cagney, que hizo varias películas interpretando a un as de la aviación (Aguilas heroicas, de Howard Hawks en 1936 y Capitanes en las nubes, de Michael Curtiz, en 1942) y que, en efecto, en la vida real tenía pánico a los aviones. Pero es sólo una suposición y, por supuesto, se agradece cualquier información que puedan aportar.

jueves, septiembre 06, 2007

El discreto encanto de la bordería

Pasando por delante del quiosco, veo que los chicos de la revista Psichologies dedican su portada del mes a los atractivos de ser borde. Como era de esperar, la foto que ilustra el tema es un gran retrato del doctor House. La verdad es que el cine nos ha presentado multitud de personajes bordísimos en la pantalla (una de las mejores borderías jamás pronunciadas en una película corrio a cargo de Groucho: “Nunca olvido una cara, pero en su caso voy a hacer una excepción”), y ha contado con un número aun mayor de personajes odiosos detrás de ella. El caballero de la foto se llama Harry Cohn.

Cohn era un magnate. Un magnate de los de antes, los que crearon los estudios literalmente de la nada y controlaron las carreras y las vidas de las miles de personas que trabajaban para ellos. Su estudio era la Columbia Pictures y, aparte de ser el responsable de la producción de un buen número de obras maestras, se las arregló para ser el directivo más odiado en una comunidad que no andaba precisamente falta de especimenes semejantes. King Cohn, la biografía que de él hizo el periodista Bob Thomas, abunda en anécdotas sobre el particular. “Yo soy el rey aquí. Quien quiera que coma mi pan, canta mi canción” era su manera de definir su puesto, y sus modelos de dirección estaban algo alejados de la Harvard Business School. Amigo personal de Benito Mussolini, no sólo tenía una fotografía dedicada del Duce en su mesa, sino que había diseñado su despacho para que fuera exactamente igual que el del dictador italiano. Largo, interminable, cualquier visitante tenía que recorrer una considerable distancia hasta llegar a la mesa del jefe, que en ningún momento dejaba de taladrarle con esa mirada que pueden ustedes adivinar por la foto. “Para cuando llegan aquí”, solía decir orgulloso, “ya se han meado encima”.

Curiosamente, tras su muerte los comentarios no fueron tan unánimes como cabría esperar. John Wayne dejó clara su opinión sobre él: “Era un hijo de puta”, pero John Ford, amigo íntimo de Wayne, también dijo que “era la clase de persona en la que un apretón de manos era más fiable que un contrato redactado por todos los abogados de Filadelfia”. De todos modos, la mejor frase sobre Harry Cohn, como no podía ser menos, la acuñó él mismo: “Yo no padezco úlceras. ¡Yo las provoco!”.

miércoles, septiembre 05, 2007

Paja

“¡Tres horas de extras!” “¡Doce horas de extras!” “¡Más extras que en todas las pelis juntas de Cecil B. deMille!”. Cuando aparecieron los DVDs, se vendió como una de sus grandes ventajas frente al VHS la inclusión de contenidos extraordinarios, que permitían extender el disfrute obtenido con el visionado de la película. Hoy, más de diez años después, tras haber colocado unos cuantos cienes y cienes de títulos en mi reproductor, y haber analizado exhaustivamente los extras -cuando los había- me temo que he llegado a una conclusión decepcionante: los extras de los DVDs son una verdadera estafa.

No es que, de vez en cuando, no se encuentre material que vale la pena: por ejemplo, siempre son curiosas las escenas eliminadas, sobre todo si van acompañadas de algún comentario del director sobre las razones que le llevaron a quitarlas; precisamente los comentarios del director pueden ser muy ilustrativos -los de Coppola en la trilogía de El Padrino son una mina y, aunque les cueste creerlo, también los de John Mc Tiernan en La jungla de cristal- y algunas ediciones de clásicos incluyen buenos documentales -p.e. Matar un ruiseñor-, pero ¿El resto? El resto es material promocional rodado al mismo tiempo que la película, pensado precisamente para incluirlo en el DVD, y cuidadosamente seleccionado para no proporcionar ningún tipo de información fidedigna. Tomemos las entrevistas al reparto, sin ir más lejos: todo el mundo se deshace en elogios hacia sus compañeros, hacia el director y, faltaría más, hacia la película, por mucho que uno haya leído en fuentes generalmente bien informadas que la verdadera camaradería entre los miembros del reparto estaba más o menos a la altura de la de Alonso y Hamilton. Hasta las "tomas falsas" son sospechosas de haber sido preparadas para incluirlas en el material extra.

Y, dentro de este circo, hay casos muy divertidos. Cuando alquilé Misión imposible 2 vi que el DVD venía cuajadito de extras. Qué detalle, porque las pelis para alquiler se ofrecen muchas veces mondas y lirondas… luego me di cuenta de que en realidad sólo había un extra, pero repetido media docena de veces: Tom Cruise. Extra número uno: Tom rodando sin dobles las escenas peligrosas. Extra número dos: Tom escalando sin dobles (y sin cuerda) las montañas de Utah. Extra número tres: el director John Woo, que no olvida quién le paga, hablando de las pelotas tan gordas que tiene Tom y de cómo se lo hizo pasar mal al rodar tantas escenas de riesgo sin utilizar dobles, llegando a temer por la vida de su estrella. Extra número cuatro…

Bullshit, como diría aquel. Es cierto que Tom Cruise no utilizó un doble en las escenas peligrosas de MI2; utilizó seis. Y, tal y como cuenta Edward Jay Epstein en La Gran Ilusión, es completamente lógico: ningún estudio se arriesgará a que su estrella filme escenas potencialmente peligrosas, cuando hay gente especialmente preparada para hacerlo en su lugar. Y no ya por que pueda matarse; sólo con torcerse una rodilla obligaría a suspender el rodaje durante un periodo de tiempo, causando pérdidas que fácilmente podrían ascender a varios millones.

Pero eso da igual. Se trata de vender la película y a la estrella, incluso mintiendo como bellacos. Claro que eso lo ha hecho Hollywood toda la vida; pero ahora te obligan a comprártelo. ¿Y quién quiere gastar tanto dinero en relleno cuando el relleno es paja?

martes, septiembre 04, 2007

¿Y qué es exactamente un mal director?

Llevamos un par de días hablando de malos actores, y quizás no deberíamos dejar de lado a los directores, que esos también tienen lo suyo… Claro que, a la hora de determinar quién es un mal director, la cosa puede ser complicada. Habrá quien diga: hombre, claro, Ed Wood (el pobre Wood nunca se recuperará de la película que le dedicó Tim Burton… aunque es cierto que era espantoso), otros no se irán tan lejos y sacarán a Mariano Ozores, y luego tenemos a Tony Scott, Peter Greenaway, Alan Parker, y otros que en los últimos años han provocado profunda división de opiniones en la prensa internacional. Pero hay casos más flagrantes, de gente cuya incompetencia ha ocasionado que ningún productor con un mínimo sentido común les haya dejado acercarse de nuevo a una cámara. ¿Se acuerdan de Elaine May?

Nacida en Filadelfia en 1932, May se hizo un nombre en el mundo del espectáculo gracias a sus apariciones en clubes, televisión y teatro, donde hizo un buen número de contactos que le facilitaron la entrada al mundo del cine. Tras algunos comienzos como guionista y directora, donde se ganó merecida reputación de ser una perfeccionista de carácter, digamos, difícil, le llegó la oportunidad en 1976 de dirigir Mickey and Nicky, una comedia protagonizada por John Cassavettes y Peter Falk, grandes amigos en la vida real. El rodaje estuvo lleno de complicaciones, causadas en buena parte por el empeño de la directora en repetir las tomas hasta cincuenta veces, y aún no quedar satisfecha con el resultado. Cuando el estudio ordenó interrumpir la filmación, May había rodado 300.000 metros de película (la media de una película son unos 20.000, que quedan reducidos a algo más de 3.000 tras el montaje). Pero aun quedaba lo peor. May pasó más de un año montando la película, hasta que la Paramount se la quitó de las manos. Tanto esfuerzo no se tradujo en ningún resultado notable: Mickey and Nicky (que se estrenó aquí, aunque no recuerdo el título español) fue un fracaso de público y crítica.

Podría pensarse que tras semejante peripecia pocos querrían repetir con May. Pero un par de años después, tuvo un bombazo al coescribir con su amigo Warren Beatty el guión de El cielo puede esperar (1978) y colaborar con él de nuevo en Rojos (1981). Así que Beatty pensó en ella para escribir y dirigir una comedia musical que protagonizaría él, junto con Dustin Hoffman: Ishtar. Nunca lo hubiera hecho.

Todo lo que había ocurrido en Mickey and Nicky se repitió en el nuevo rodaje, pero corregido y aumentado. Buena parte del mismo tuvo lugar en Marruecos, y cuando May aterrizó en las localizaciones seleccionadas por su equipo, no le gustaron las abundantes dunas del desierto; ordenó que las allanaran a golpe de bulldozer. Luego, retomó su costumbre de ordenar toma tras toma de la misma escena, sin dar a los actores ninguna pista de los motivos que la llevaban a tanta repetición: lo único que decía era “otra vez”. Las últimas semanas de rodaje, estas en estudio, requirieron cambios en el guión y la composición de nuevas canciones que debían interpretar los protagonistas. Con tres meses de retraso sobre la fecha prevista, May había rodado 104 horas de película. Y, tras más de un año de trabajo en el montaje y los ajustes de última hora, por fin la Columbia se preparó para estrenar una comedia que, según descubrieron, no tenía gracia ninguna, y que les había costado la enorme cifra para la época de (dicen) 51 millones de dólares.

Ishtar fue uno de los grandes fracasos de los 80, con apenas una tercera parte de su presupuesto recuperado en taquilla. Durante años, el título fue sinónimo en Hollywood de todo lo que no se debe hacer a la hora de preparar una película de éxito. Elaine May ha vuelto a trabajar, ocasionalmente, como guionista (Primary Colors, por ejemplo), pero nunca ha vuelto a ponerse detrás de una cámara. ¿Ed Wood? Un santo, por el amor de Dios.

(La información para este post está sacada del libro Fiasco. A History of Hollywood's Iconic Flops, de James Robert Parish, que espero algún editor tenga el buen sentido de publicar en nuestro país).

domingo, septiembre 02, 2007

¿Pero qué es exactamente un mal actor?

A raíz de la última entrada del blog, donde expresé mi convicción de que el finado Jose Luis de Vilallonga ha sido, dicho sea con todo el respeto, un actor verdaderamente nefasto, me preguntaba si hay otros casos donde pueda darse tanta unanimidad sobre la falta de talento. Y es que actores malos, malos de verdad, hay muy pocos. En este sentido, cuando la semana pasada leí la crítica que Javier Ocaña escribía sobre La carta esférica, de Imanol Uribe, me llevé una sorpresa al ver cómo decía sin cortarse un pelo que Aitana Sánchez-Gijón “nunca había mostrado tan claramente sus limitaciones interpretativas”. Hombre, ya era hora. Parece que esta chica ha gozado durante años del bulo de la crítica para pasearse por las cintas demostrando una incapacidad total. Y lo curioso del asunto es que, sin ir más lejos, cada vez que he hablado de ella en este blog me he encontrado con que no soy, ni de lejos, el único que piensa así.

En otras ocasiones las cosas no están tan claras. Hay actores excelentes con interpretaciones nefastas. Pienso, por ejemplo, en Jose Luis Gómez, uno de nuestros grandes talentos,que en Beltenebros (1991) de Pilar Miró exhibía un festival de muecas que no lo superaban ni Jim Carrey y Robin Williams juntos. Y luego hay actores que, por mucho que se esfuercen, no conseguirán jamás convencer a la totalidad de los críticos. En este sentido, uno de los libros imprescindibles para cualquier aficionado español al séptimo arte es la Guía del Video-Cine, de Carlos Aguilar donde, a la manera de la mítica Halliwell’s Film Guide, recoge fichas y crítica de todas las películas, españolas y extranjeras, estrenadas en nuestro país. Pero hay un problemilla… el amigo Carlos no aguanta a Paul Newman, y por tanto no desperdicia ocasión de darle alguna colleja que otra en las reseñas, por breves que sean, de las películas protagonizadas por él.

Y luego están los que lo tienen claro y lo asumen. Por si alguien no lo reconoce, el actor de la fotografía es Victor Mature, que en los años 40 y 50 protagonizó numerosas películas en Hollywood, entre ellas alguna obra maestra como Pasión de los fuertes (My Darling Clementine, 1946) de John Ford, o El beso de la muerte (Kiss of Death, 1947) de Robert Aldrich, aunque se le recuerde, sobre todo, por el taquillazo Sansón y Dalila (1949), de Cecil B. de Mille. A pesar de ello, durante toda su carrera tuvo que aguantar las pullas de los críticos un día sí y otro también. (Terenci Moix recordaba que entre los aficionados españoles en los años 50, se solía decir “eres más pasmarote que Victor Mature”). No pareció importarle mucho, y es bien conocida la anécdota de los impedimentos que sufrió cuando intentó hacerse socio de un exclusivo club de golf de Beverly Hills. “Lo siento”, le dijeron, “pero aquí no aceptamos actores”. A lo que él contesto. “Pero yo no soy actor. ¡Y tengo setenta y seis películas que lo dejan bien claro!”.