jueves, mayo 31, 2007

Los sueños, sueños son

Si se pasan por Londres hasta el próximo 9 de septiembre, tienen la oportunidad de acercarse por la Tate Modern Gallery y echarle un vistazo a la exposición Dali & Film. En ella se recogen todas las colaboraciones que el artista de Cadaqués hizo -o intentó hacer- para Hollywood en los años 40 y 50, y promete ofrecer todo el material que diseñó para Walt Disney, los Hermanos Marx… y Alfred Hitchcock.

Cuando se habla de Dalí y el cine, las secuencias oníricas que creó para Recuerda (1945) son lo primero que le viene a uno a la mente. Hitchcock decidió contratar al pintor no por efectos publicitarios -como sospechaba el productor de la película, David O. Selznick- sino porque buscaba a alguien de una gran capacidad de ejecución gráfica que fuera capaz de trasladar un sueño a la pantalla, alejándose de los tópicos que utilizaban imágenes borrosas y musiquita de arpa.


El problema es que Dalí se pasó. La escena que hemos visto todos en la película, y que dura unos minutos, se prolongaba durante veinte en el montaje original, e incluía ideas tan desmesuradas como Ingrid Bergman convirtiéndose en directo en una estatua de yeso. Pero Selznick opinó que cortaba demasiado el desarrollo de la película y tenía una longitud excesiva. Eso sí, fue rodada, existe y por lo que he podido leer, esta exposición la presenta en su totalidad. Ingrid Bergman, que se mostró muy apenada por los cortes, dijo de esta secuencia que "debería estar en un museo". Bueno, pues ya lo está.

Pero convendría aclarar ahora un malentendido: esa escena, la más famosa de toda la película, no la dirigió Hitchcock. Tras algunas discusiones con Selznick, el director se marchó a Londres a negociar un nuevo contrato con un productor inglés, dejando el sueño sin rodar. Selznick recurrió a William Cameron Menzies, director de la época muda y principios del sonoro, que era sobre todo un excelente director artístico con dos Oscar en su haber. Fue Menzies quien dirigió las secuencias, pero como no dio a su trabajo ninguna importancia, no quiso aparecer en los títulos de crédito. Cuando Recuerda se convirtió en un éxito, Hitchcock no vaciló en arrogarse todo el mérito de las escenas. Este malentendido se ha aclarado en los últimos años, gracias a la insistencia de los herederos de Menzies.


miércoles, mayo 30, 2007

¡Brrrrrrrrrr!


Voy a hacerles una pequeña confesión personal: mi afición por el cine comenzó con las películas de terror. En los años de la preadolescencia y posteriores, fui desarrollando un interés creciente por los clásicos de la Universal, o por las películas -que me siguen entusiasmando- de la Hammer Films. El que esa época coincidiera con la publicación en España de la revista Famous Monsters of Filmland -de la que aún guardo la colección entera, no es por fardar- supongo que ayudó lo suyo.


Hoy no me interesa tanto ese género como antes. Creo que la casquería fina, los ordenadores y la acción tipo videojuego se han cargado un tipo de cine que tenía mucho de psicología, de dominio de los actores, de insinuación, en ocasiones de introspección personal. Pero sigo agradeciendo una buena película de terror, de vez en cuando. Ayer, sin ir más lejos, vi una con Guillermo Toledo. Y ustedes se preguntarán, ¿Pero cuándo ha hecho Guillermo Toledo una película de terror? Y la respuesta es obvia: cualquiera de las que ha hecho le pone a uno los pelos de punta.


Bueno, dejémonos de bromas (y si se mete aquí algún fan de Toledo, que me perdone). El caso es que me he encontrado con una lista de lo más curiosa, que paso a incluirles en este enlace por si quieren echar un vistazo. Recopila los cien momentos más terroríficos de la historia del cine. El primero, lógicamente, es el que ilustra la entrada de hoy, y la verdad es que no podía ser otro. Pero en los 99 restantes se encuentra uno cosas la mar de curiosas, junto con otros grandes clásicos. De entrada, una película no tiene que ser propiamente de terror para incluir una escena terrorífica; por eso aquí tenemos, por ejemplo, El Padrino II Parte y Dumbo (bueno, a mí Walt Disney, y ahora sí que no estoy de broma, siempre me ha dado miedo; sus películas y él). Y, aunque la lista incluye películas sobradamente conocidas, a lo mejor la escena señalada no es la que uno tendría en mente… Pero si se piensa bien, se verá que está elegida con criterio.


Bueno, ya está bien de rollo. Dense una vuelta y, si quieren, me cuentan. Y para aquellos a los que no les gusten los sustos… Pues, leñe, como en el chiste: haber elegido muerte.

lunes, mayo 28, 2007

La salvación de la revista People

Bueno, pues se retira. La verdad es que lleva amenazando con hacerlo bastante tiempo, y cada vez que lo dice acaba asomándose de nuevo a la pantalla y regalándonos otra nueva interpretación. Sin embargo, parece que ahora la cosa va de veras. En los primeros días de este blog, ya metí alguna entrada sobre Paul Newman, pero si tuviera que resumir su figura recurriría a una antigua frase de autor desconocido (al menos, para mí): “Una estrella de cine es alguien con quien el sexo opuesto querría irse a la cama y con quien su mismo sexo querría tomarse una copa”.

De Newman hay muchas referencias en los libros del guionista William Goldman, que trabajó con él en varias ocasiones. Lo define como “la menos estrella de las superestrellas con las que he trabajado”, y recuerda como durante el rodaje de Dos hombres y un destino, mucha gente de su equipo le avisaba de que ese joven actor llamado Robert Redford le estaba robando demasiados planos, tenía demasiada presencia en la película. Cualquier estrella de Hollywood a la que le digan algo así se le encenderá a luz roja, porque todos están obsesionados con el protagonismo absoluto, y hará valer su peso para que se aumente su presencia en la cinta… o para que se reduzca la del otro actor. Newman nunca hizo nada de eso. Estaba seguro de sí mismo, y el protagonismo de otros actores no le preocupaba.

Y en cuanto a su atractivo, recuerdo una anécdota que contaba un editor de revistas hoy felizmente jubilado (felizmente para los que tuvimos el infortunio de trabajar con él, o con algún subordinado suyo, quiero decir): que la revista People, cada vez que tenía que subir su precio, sacaba a Newman en la portada. Sabían que el magnetismo de esos ojos azules actuaría como imán irresistible para los lectores, a los que no les importaría empezar a pagar un poco más si a cambio se llevaban a Newman a casa.

Por cierto, les sonará raro, pero a mí nunca me ha gustado mucho Dos hombres y un destino. Está bien, eso sí, pero… de sus películas, prefiero de lejos El golpe. Y, como su mejor interpretación, me quedo con El buscavidas, de Robert Rossen. Sin olvidar aquella gansada ambientada en el mundo del hockey sobre hielo que se llamó El castañazo y con la que siempre me he muerto de risa, precisamente, por lo bruta, brutísima que es.

domingo, mayo 27, 2007

Qué tiempos aquellos (2)

Este fin de semana se han prodigado las noticias y los aniversarios, y vamos a ver si hay tiempo y ganas para ir tratándolos en el blog en los próximos días. De entrada, tenemos lo de Star Wars. O, como la llamamos los de mi quinta, La guerra de las galaxias. Se cumple el treinta aniversario de su estreno, pero, yo no sé por qué extraña metamorfosis, la celebración de ese aniversario se ha transmutado en el Día del Orgullo Friki. O sea, en cines y convenciones repletos de tontolabas con la cara pintada y espadas láser de fabricación casera (por lo general, mangos de escoba cubiertos de pintura fluorescente). Y uno que recuerda que en sus tiempos “Friqui” no era más que una tienda de listas de boda superpija que había en lel barrio de Salamanca…

Uno también recuerda más cosas. Sobre La guerra de las galaxias hay tanto escrito y filmado, se han recopilado tantos miles de anécdotas sobre el rodaje, los protagonistas, la repercusión mediática, el fenómeno Star Wars, que intentar meter aquí algún dato original oscilaría entre lo pretencioso y lo ridículo. Prefiero hablar de las circunstancias en las que la vi. En cómo eran las cosas entonces. Creo que fueron cuatro meses, cuatro, los que tuve que esperar hasta que fui lo bastante afortunado como para encontrar una sesión donde hubiera entradas; si hoy tuviera que esperar cuatro meses después del estreno de cualquier película… podría ir directamente a comprar el DVD.

Por aquel entonces, se daba una paradoja curiosa: las películas buenas se estrenaban en muy pocos cines. En tres o cuatro, como mucho, y cuando empezaba a escasear el público en las capitales, comenzaban su gira por provincias. Una película que se estrenaba en seis o siete cines de Madrid era, por definición, un churro; una de calidad no solía pasar de las tres salas. Como aún no existía un mercado del vídeo y en televisión no se pasaban hasta dentro de muchos años (nunca menos de cinco), no había prisa por retirar los grandes estrenos de las pantallas. Y qué pantallas, señores. Hubieran hecho falta los ojos de un camaleón para abarcar la del Real Cinema, en la madrileña Plaza de la Ópera, que fue donde entré en el universo Star Wars. Desde luego, el mejor sitio para dejarse apabullar por ese crucero imperial que surgía desde la esquina superior derecha de la pantalla y parecía estar saliendo toda una eternidad.

A ese respecto, sí que recuerdo una anécdota, que es una de mis favoritas. Tiene que ver con los días previos al estreno, cuando George Lucas y su entonces esposa, Marcia, estaban aún trabajando en el montaje final. Marcia Lucas era montadora, y por todo lo que se comenta, una gran conocedora de su oficio, y a ella se debe una frase lapidaria que pronuncio justo antes de un pase previo, uno de esos preestrenos que se hacen en Estados Unidos para juzgar la reacción del público y ver si es necesario cambiar alguna cosa:

- Si el público no aplaude cuando el Halcón Milenario aparece al final para salvar a Luke, no tenemos película.

Según cuenta John Baxter, biógrafo de Lucas, en aquel pase previo los aplausos comenzaron mucho antes. En la batalla espacial del principio; cuando el Halcón Milenario entra en el hiperespacio por primera vez; en la lucha con los cazas imperiales; y cuando al final el Halcón reaparece por sorpresa para participar en la batalla final, la gente, más que aplaudir, saltaba de sus asientos, tiraba al techo las gorras de béisbol (yanquis, ya saben…), aullaba, aplaudía y parecía que iba a echar el cine abajo. Tenían película.

Yo tenía trece años entonces. Y sin tanto aullido y tanto salto como describe Baxter, recuerdo exactamente cómo el Real Cinema también se vino abajo. ¿Son los años que han pasado, es lo que uno ha envejecido, o es que las películas ya no nos emocionan como entonces? ¿Cuándo vieron ustedes su primera Guerra de las Galaxias?

viernes, mayo 25, 2007

Guardián de la moral

Nos habíamos quedado el otro día en Will Hays, que durante años, y por su cargo de Presidente de los Productores y Distribuidores de Películas de America, fue en la práctica el principal censor del mundo del celuloide. Por la imagen pueden ver que no era precisamente Errol Flynn y que una visita al dentista no le habría venido nada mal. Pero me temo que, como todo profesional de la censura, la podredumbre no se limitaba a sus dientes, sino que estaba profundamente incrustada en su cerebro.

El origen del reinado de Hays fueron los escándalos que protagonizaron muchas de las estrellas de cine durante la etapa muda: Wallace Reid, muerto a los 32 años por exceso de alcohol y drogas; Charles Chaplin acusado de bigamia y de simpatizar con los comunistas; Fatty Arbuckle, condenado por violar a una chica con una botella durante una fiesta salvaje… Poco importa que muchos de estos escándalos no fueran reales o sus circunstancias hubieran sido exageradas por la prensa amarilla de la época (al lado de la cual, Aquí hay tomate parece una ONG); en el país con mayor número de puritanos por metro cuadrado, aquello era suficiente para que Hollywood se convirtiera en sinónimo de sexo y depravación. Y los productores decidieron autocensurarse antes de que su floreciente negocio se fuera a pique por presiones populares o, incluso, acciones directas del gobierno.

Will H. Hays era presidente del Comité Nacional Republicano bajo el mandato del presidente Warren G. Harding, y fue la persona designada para velar por que la moralidad de Hollywood se mantuviera prístina. En los primeros tiempos, las cosas estuvieron tranquilas: Hays lanzó una lista de temas que no se podían tocar, y de otros que sí, aunque cuidadosamente. Pero con la llegada del cine sonoro, surgieron nuevos peligros, entre ellos películas con argumentos más elaborados y que, por tanto, pudieran tratar temas inconvenientes, y la amenaza siempre presente de las palabrotas. Había que hacer algo, y de hacerlo se encargaron Martin Quigley, editor católico del Motion Picture Herald, y Daniel J. Lord, profesor de arte dramático, que cogieron las recomendaciones de Hays y las convirtieron en un Código aceptado por la industria cinematográfica el 31 de marzo de 1930, y conocido en la industria como el Código Hays.

Este Código estuvo presente durante muchos años. Vamos a repasar algunos de sus puntos:

Los triángulos amorosos podían tratarse, pero siempre y cuando al final siempre prevaleciera “el matrimonio, la santidad del hogar y la moralidad sexual”.

Las escenas de pasión no debían “ser explícitas ni demasiado vívidas, por ejemplo estrechando los cuerpos, con besos lascivos y prolongados, con abrazos evidentemente lascivos o con posturas que puedan levantar pasiones” (en su aplicación práctica en las películas, esto quería decir que los besos no podían durar más de tres segundos, y siempre con la boca cerrada).

Sobre el uso del lenguaje, los juramentos “jamás deben ser utilizados como un elemento de comedia”, y el nombre de Jesucristo no debía utilizarse, salvo en sentido piadoso.

Los bailes que aparecieran en pantalla no debían ser “sugerentes”. “Los bailes del tipo Can-Can… son malos. La llamada danza del vientre es inmoral, obscena y totalmente inapropiada”.

Y, por supuesto, entre los temas estrictamente prohibidos estaban las “perversiones sexuales” o las relaciones sexuales entre las razas negra y blanca.


Hay mucho más, pero tampoco se trata de que el post se haga eterno. Aquí cada uno tendrá su opinión, pero a mí, cada vez que leo esto, me entran unas ganas enormes de atar al señor Hays a una silla y obligarle a tragarse los tres Torrentes uno detrás de otro...

jueves, mayo 24, 2007

Más que palabras


Tenía pensado que dejáramos por hoy Lo que el viento se llevó pero, a riesgo de ponerme pesado, hay alguna otra historia que me gustaría compartir. ¿Se han fijado en que es una de las películas con mayor número de frases convertidas en clásicas? Puede que la otra sea Casablanca, (aquí tienen una lista de las cien más famosas de la historia del cine) pero en Lo que el viento... encontramos piezas inmortales como “A Dios pongo por testigo que nunca volveré a pasar hambre”, “Mañana será otro día” y, desde luego, la que hay que decir en inglés para cogerla con toda su fuerza: “Frankly, my dear, I don’t give a damn”, con la que Rhett Butler le termina diciendo a Scarlett O’Hara, sin mucha delicadeza, que hasta aquí hemos llegado, chata.

La frase en cuestión trajo cola. En España se tradujo como “francamente, querida, me importa un bledo”, con lo que nunca llegamos a enterarnos mucho de la polémica. Pero en Estados Unidos, “damn”, (“condenación”) era entonces un término bastante fuerte que nunca se había utilizado en una pantalla de cine. Y en aquellos tiempos estaba todavía vigente el Código Hays, implantado por el fascista puritano que le dio el nombre. Pero ni siquiera la amenaza de Hays podía detener a Selznick, que voló hasta Nueva York y se pasó cuatro horas discutiendo con el censor, explicándole que la palabra “damn” era esencial para retratar la crudeza de los sentimientos de Butler.

Finalmente, Hays accedió. De todos modos, la película fue multada con 5.000 dólares, por “violar el código de producción”, pero como el presupuesto ya andaba rondando los cuatro millones de dólares, es de suponer que Selznick no le daría mayor importancia.

Los americanos tuvieron que esperar doce años para que se oyera otro “damn” en la pantalla (no sé en qué película, por cierto), pero aquí no tendremos que esperar tanto para seguir con Hays. Más sobre esta buena pieza mañana, hombre, que me he quedado con munición.

miércoles, mayo 23, 2007

El misterio Cukor

Como resultado del post de ayer, me quedó una cierta curiosidad por repasar exactamente qué ocurrió para que George Cukor fuera despedido del rodaje de Lo que el viento se llevó, así que me he puesto a indagar en la biblioteca. Desgraciadamente, no hay unanimidad, aunque creo que podemos descartar la supuesta homofobia de Clark Gable como motivo principal. Pero una de las fuentes más fiables es, sin duda, el propio productor (y verdadero artífice) de la película, David O. Selznick.

Tan megalómano, tan obsesivo, tan tiránico y tan genial como todos sus contemporáneos, esos magnates que con su habilidad forjaron la leyenda del Hollywood clásico, Selznick era conocido por el mote de "El gran dictador". No por su carácter despótico, sino porque no cesaba de dictar en todo el día a un ejército de secretarias. Sus memorandums -a veces de hasta veinte páginas de extensión- concernientes a los detalles más insignificantes de una película ocuparon, tras su muerte, dos mil cajas de archivo, que conservaba además correctamente organizadas.

Algunos de estos memos fueron seleccionados y editados por el historiador del cine Rudy Behlmer, en un libro apropiadamente titulado Memo from David O. Selznick. Son sólo 500 páginas, así que cabe imaginar que apenas constituyen una pequeña parte… Pero echemos un vistazo a Lo que el viento se llevó y encontramos un memo enviado a George Cukor el 8 de febrero de 1939 donde Selznick le pide que establezca un sistema de trabajo que le permita ver cada escena de la película completamente ensayada antes de que comenzara su filmación. Sólo cinco días después, el 13 de febrero, aparece un comunicado de prensa donde dice:

“Como resultado de una serie de desacuerdos entre nosotros sobre muchas de las escenas individuales de Lo que el viento se llevó, hemos decidido mutuamente que la única solución es escoger a un nuevo director en la fecha más temprana posible”.

¿Qué ocurrió? En una nota a pie de página, Behlmer aclara que los archivos de Selznick no contenían ninguna información sobre el despido de Cukor, pero cita unas declaraciones del productor fechadas en 1947: “Me pareció que, mientras Cukor era insuperable cuando se trataba de dirigir las escenas íntimas de la historia de Scarlett O’ Hara, carecía de la grandiosidad de vista y sentimiento que necesitaba la producción”.

Y Cukor, por su parte, declararía en 1968: “Mi teoría, después de todos estos años, es que para David Selznick Lo que el viento se llevó fue el esfuerzo supremo de su carrera; estaba enormemente nervioso con todo (…) Por primera vez, quiso venir al plató y ver cómo dirigía algo que ya habíamos decidido antes. Era enervante”.

Creo que queda bastante claro que no se entendían, y que Victor Fleming fue bastante más obediente… Aparte, que Cukor le cayera mejor o peor a Gable, eso ya es otro cantar.

martes, mayo 22, 2007

¿Homofobia?

Leo en la página de noticias de la Internet Movie Database que el actor Chad Allen, conocido sobre todo por la serie de televisión La doctora Quinn, denuncia haber sido colocado en una “lista negra” después de haber hecho pública su homosexualidad. La verdad, no sé... Por todo lo que llevo visto y leído, yo diría que las listas negras en el cine y la televisión se han producido más bien por motivos políticos que sexuales. Pero por otro lado, Allen mete el dedo en la llaga haciéndole una pregunta a su entrevistador: “¿Conoce alguna estrella de primera fila que reconozca ser gay?”.

Ahí le han dado. Porque sí que conocemos a muchas, pero por lo general sus gustos sexuales han salido a la luz después de su muerte o cuando la cosa era ya imposible de esconder por más tiempo. La verdad es que, en buena parte, cuando estos actores empezaban, procuraban no salir del armario ni a por tabaco, no fuera que su carrera profesional llegara a un final abrupto. Y cuando ya iban camino de convertirse en estrellas, los propios estudios añadían más capas al armario para que el mito no se derrumbara. Así, Rock Hudson (este con boda incluída, arreglada por el estudio, con la actriz Phyllis Isley), Farley Granger, Danny Kaye, Montgomery Clift, Anthony Perkins, por citar solo algunos, contaron con la coraza protectora de la maquinaria de Hollywood, que en esos tiempos (y en estos) no era moco de pavo.

El único caso que ha sido interpretado como de despido por homosexualidad fue el de George Cukor en Lo que el viento se llevó (1939), pero aquí las versiones difieren. Que Cukor era homosexual lo sabía todo el mundo, y que era uno de los mejores directores de la época, también. Así que no tenía ningún problema para trabajar. Pero al poco tiempo de comenzar el rodaje de la novela de Margaret Mitchell, Clark Gable hizo que lo despidieran.

¿Por qué? Algunos historiadores del cine acusan a Gable de homófobo, y dicen que luchó por reemplazarlo por su amigo Victor Fleming, mucho más masculino en todos los sentidos, pero yo diría que la razón no fue exactamente esa. Homosexual o no, Cukor tenía fama de ser un gran director de actrices. Y en efecto, al poco de iniciado el rodaje quedó claro que estaba prestando mucha más atención a Vivien Leigh que a Gable. Y este acabó forzando el cambio de director para trabajar con Fleming, al que conocía de sobras y del que sabía que no permitiría que ninguna actriz le hiciera sombra.

Por cierto, ahora que hay actores (secundarios) que han salido del armario, como el macizo de Rupert Everett, se me plantea una duda. Everett ha declarado en más de una ocasión que buscará interpretar papeles de gays con regularidad. ¿Debería esto ser así? ¿Un gay sólo puede ser interpretado por un gay? ¿No es esto, en cierto modo y supongo que involuntariamente, una forma de autoexclusión?

lunes, mayo 21, 2007

Equilibristas en Cannes

El Festival de Cannes celebra estos días su 60 edición, y con ese motivo en la prensa han proliferado los artículos conmemorativos, los recuerdos… y las anécdotas. Ayer me acordé de una cuando vi en televisión a Geraldine Chaplin, que ha acudido a Cannes a presentar El orfanato, la última película de Guillermo del Toro (Belén Rueda es la protagonista femenina) mostrándose sonriente, colaboradora, afable…. El caso es que esta no es la primera vez que Geraldine Chaplin va a Cannes. Pero otras estancias suyas han sido algo más movidas.

El año en cuestión fue 1968; las consecuencias del mayo francés se estaban dejando sentir por toda Europa, y el festival de cine no fue una excepción. Aunque en principio iba a ser celebrado como estaba previsto, a medida que se acercaban las fechas abundaban las acusaciones de que era un símbolo “elitista y capitalista” y, por tanto, había que convertirlo en un “festival de diálogo”. La mejor manera de conseguirlo era el boicot, y para ello se celebraron varias reuniones en los aledaños del Palacio del Festival. En efecto algunos cineastas -Louis Malle, Terence Young- y miembros del jurado dimitieron de sus puestos, y otros intentaron impedir la proyección de sus películas.

Ese fue el caso de Geraldine Chaplin y su entonces marido, Carlos Saura, que habían ido a presentar Pippermint Frappé. Pero sus intentos de impedir la proyección no se limitaron a la protesta verbal. Mejor dejemos que lo cuente Roman Polanski, que ese año era miembro del jurado:

“Saura y su compañera Geraldine Chaplin trataron de impedir el desarrollo de la función encaramándose al proscenio y agarrándose a las cortinas para mantenerlas corridas. Las descorrieron de todos modos, y Saura y Chaplin se quedaron colgando. Cuando, por fin, se impuso la fuerza de la gravedad y la pareja cayó al escenario, los espectadores se levantaron de sus butacas y se armó una trifulca. Algunas figuras cayeron sobre las macetas de begonias y geranios de abajo. La película se proyectó durante unos minutos, parpadeando sobre los cuerpos enzarzados en una violenta pelea y confiriendo a toda la escena un aire fantasmagórico… en un involuntario homenaje a Federico Fellini”.

O, me permito añadir yo, superando algunas de las más logradas escenas rodadas por el padre de Geraldine.

sábado, mayo 19, 2007

Epitafio para el Duque


“El mañana es la cosa más importante de la vida. Arriba a nosotros, inmaculado, a medianoche. Cuando llega y se pone en nuestras manos, es perfecto. Espera que hayamos aprendido algo del ayer”.


Esas palabras, y no otras, son las verdaderamente inscritas en la tumba de John Wayne, cuyo centenario se está conmemorando estos días. Lo siento, nada del “Feo, Fuerte y Formal”, que constituye otra de esas leyendas urbanas (o cinematográficas) alimentadas por mis queridos compañeros de profesión tan dados a hablar y escribir de oídas. Si no me creen, pueden darse un paseo por este site donde encontrarán fotografías de las tumbas de multitud de personajes famosos.


Aclaradas las cosas, un respeto por John Wayne. Mucha gente dice que no era actor, y que sólo se interpretaba a sí mismo. Pero olvidan que fue un fetiche para gente de la talla de Howard Hawks, John Ford o Henry Hathaway, y que ha aparecido en algunas obras maestras como El hombre que mató a Liberty Balance, La legión invencible, Río Bravo o (sobre todo, para un servidor) ese prodigio de película -divertida, conmovedora, vitalista, magistral- que es El hombre tranquilo, donde no me puedo imaginar a ningún otro actor en su papel.


Por lo demás, Wayne fue también muy criticado por sus ideas políticas; la verdad es que era más ultraconservador que Don Pelayo, y ahí están sus dos panflet… quiero decir, sus dos películas como director - El Álamo (1960) y Boinas verdes (1968)- para probarlo. Pero también hay que considerar que, aunque formó junto a otros actores y directores la Hollywood Alliance, para “proteger” de comunistas la meca del cine, nunca estuvo de acuerdo con los juicios del nefasto Comité de Actividades Antiamericanas, que consideraba (y con razón) contrarios a la Constitución y los principios fundacionales de Estados Unidos.


En conjunto, creo que se merece una copa a su salud y un toque de silencio, de esos que tanto abundaban en sus películas de caballería.

viernes, mayo 18, 2007

Menos humos (2)

La verdad es que no me gustaría ponerme pesado ni darles lata diciendo eso de “se lo advertí”, pero la verdad es que… se lo advertí. Si repasan el post menos humos publicado en este blog el pasado 9 de febrero, verán que allí hacía mención a una novela de Arthur C. Clarke donde el escritor vaticinaba un futuro en el que los cigarrillos serían eliminados digitalmente de las películas.

Clarke acertó al predecir la llegada de los satélites de comunicaciones, y también ha acertado en esto. Según cuenta hoy Diego Galán en El País, algunas películas clásicas han empezado a recibir este tratamiento.
Y a partir de ahora, la Motion Pictures Association of America ha decidido subir la calificación moral de las películas donde aparezca gente fumando. Con lo cual, de golpe y porrazo, toda la filmografía del bueno de Bogey acaba de pasar a recibir la misma calificación que el porno duro. Tócame las narices, Sam.

Esto no es ni siquiera fascismo. Es, directamente, una gilipollez.

miércoles, mayo 16, 2007

El hombre sin músculos

Estos días ha vuelto a surgir la noticia de Sylvester Stallone detenido en el aeropuerto de Sidney en posesión de una considerable cantidad de sustancias anabolizantes. Parece ser que el actor se ha declarado culpable. La verdad, con toda la campaña que se mantiene el contra del tabaco y los hábitos insalubres, es para preguntarse si el que un tipo de más de sesenta años se inyecte química con la que mantener hinchada su musculatura no constituye un ejemplo muy poco edificante.

Son muchas -demasiadas, diría yo- las películas en la que Stallone y sus biceps, triceps y cuadriceps se han visto envueltos en conflictos bélicos. Pero en la vida real, esta estrella no ha pisado nunca un cuartel como no sea de visita. Todo lo contrario que otro actor que, si bien anduvo más falto de músculos, demostró en cambio andar sobrado de otros adminículos corporales.

Corría el año 1941 y James Stewart era uno de los más sólidos nuevos talentos de Hollywood, con varios éxitos y un Oscar bajo el brazo para probarlo. Pero estalló la Segunda Guerra Mundial y fue de los primeros en ser llamado a filas. Sin embargo, lo rechazaron, por no dar el peso mínimo requerido para el ejército.

Si el rechazo fue un golpe para Stewart, que deseaba ir a luchar, peor fue la reacción de su padre, que le recordó que todos los varones de la familia no solo se habían alistado, sino que se habían presentado voluntarios, en cualquier conflicto bélico en el que su país hubiera estado envuelto. Y ahora, en el peor de todos, con la libertad de Europa entera amenazada, a su hijo, que además había abandonado el negocio familiar para meterse en esa tontería del cine, le declaraban no apto… Dispuesto a lavar el baldón, Stewart pidió un nuevo examen para dentro de tres meses, durante los cuales no paró de comer los alimentos más calóricos que encontraba -hamburguesas, batidos y demás- y de entrenarse en el gimnasio del estudio para ganar masa muscular. Con todo, cuando llegó el momento, apenas había ganado peso; seguía tan flaco como siempre y sólo logró ser aceptado gracias a que el médico militar aceptó hacer la vista gorda.

En principio, su papel en el ejército fue similar al de otras estrellas de Hollywood: participar en actos y películas de propaganda. Su licencia de piloto le sirvió para pasar a las fuerzas aéreas, donde con el tiempo acabó entrenando a otros pilotos y, al final, a escuadrones de bombarderos que iban a hacer incursiones en territorio enemigo. Por fin, tras años de insistencia, consiguió que le dejaran entrar en combate, y no de cualquier manera: en 1942 el capitán James Stewart fue puesto al mando del 703 Escuadrón de Bombarderos, consistente en una docena de aviones y 350 hombres. En 1943, comenzó una serie de incursiones sobre territorio enemigo, que le llevarían a acabar participando en los bombardeos de Berlín, donde el fuego alemán era más intenso y muchos aviones caían abatidos por las baterías antiaéreas.

Como consecuencia de sus actividades, obtuvo varias cosas a cambio: primero el rango de general, después la Cruz de Distinción en Vuelo -fue el segundo aviador en toda la Guerra que la recibía- y, sobre todo, una neurosis que le mantuvo varias semanas en un hospital, después de las cuales sus superiores le recomendaron que no volviera a entrar en batalla.

Desde entonces, Stewart nunca quiso contestar a preguntas relacionadas con la guerra, hacer películas sobre ella o volver a volar siempre que pudiera evitarlo. Como otros actores, había vivido el horror de cerca y había regresado con honores y con cicatrices. Y todo a pesar de ser un tipo con menos músculos en todo su cuerpo que los que tiene Stallone en el dedo pulgar.

También fue, a diferencia de Stallone, uno de los mejores actores que nunca se hayan podido ver en una película.

martes, mayo 15, 2007

El personaje que pasó de un actor a otro


Vamos a seguir un poco con La fiera de mi niña, de la que hablábamos en la última entrada. Un aspecto curioso de esta película es que constituye también un buen ejemplo de cómo un papel puede pasar de un actor a otro. Si se dice que los buenos directores crean escuela; la verdad es que los actores con talento también pueden hacerlo; e incluso los personajes.

Al principio del rodaje de La fiera… Howard Hawks se encontró con que su protagonista masculino, Cary Grant, estaba completamente perdido sobre el papel que debía interpretar. Esto no es tan raro como parece, pues diferentes biógrafos han señalado la inseguridad casi crónica que afectaba a esta estrella, que en pantalla era la misma imagen del aplomo. Claro que era una inseguridad que iba a unida a un talento innegable. Y Hawks encontró las palabras para ponerlo en marcha:

- Piensa en Harold Lloyd.

Harold Lloyd fue una de las grandes estrellas cómicas del cine mudo que, como Chaplin o Buster Keaton, triunfó gracias a la creación de un personaje; en su caso la de un buenazo con gafas de concha al que no paraban de ocurrirle vicisitudes de todo tipo. Grant no necesitó más indicaciones, y esa frase le bastó para tener desde entonces bien agarrado a su profesor de antropología.

Cuarenta años después, otro actor se fijo en el personaje. El casi debutante Christopher Reeve iba a tener la responsabilidad de interpretar a Superman en la superproducción dirigida por Richard Donner. Pero junto con el papel de Superman, venía el de Clark Kent. Y la fuente de inspiración de Reeve fue, precisamente, La fiera de mi niña. En más de una ocasión Reeve reconoció que su interpretación de Clark Kent estaba basada directamente en la interpretación de Cary Grant, que a su vez estaba basada en las interpretaciones de Harold Lloyd… Personalmente, estoy deseando ver quien coge el testigo por cuarta vez. Desde luego, no ha sido Brandon Routh.

domingo, mayo 13, 2007

Dos mejor (es) que todas



Cuando se habla de Katharine Hepburn, como hacíamos ayer, es inevitable que La fiera de mi niña salga a relucir. Lo cual me lleva a una sesuda reflexión, de esas que proliferan en este blog, sobre todo los fines de semana. Verán, se me ha ocurrido que cuando los críticos o los aficionados se ponen a hablar de los mejores westerns de la historia del cine, enseguida sale no menos de media docena de títulos, todos ellos, desde luego, merecedores del puesto (aunque personalmente, mi preferido es… no, no voy a caer en la trampa). Si se habla de los mejores melodramas, igual. Busquemos las mejores películas históricas, o policiacas, o políticas, y ocurrirá lo mismo.

Pero si hablamos de las mejores comedias, lo más probable es que sólo aparezcan dos títulos: La fiera de mi niña y Con faldas y a lo loco.

¿Y esto por qué? Puede que tenga que ver con el hecho de que la comedia es, sin lugar a dudas, el género cinematográfico más difícil, el que necesita de mayor talento y experiencia para funcionar bien (a pesar de lo cual, no pocos directores de cine, y no solo en España, cuando filman su primera película se lanzan a hacer comedia, lo que es algo similar a un recién licenciado en arquitectura que se ponga a diseñar la reforma del Museo del Prado); de hecho, una comedia puede ser muy divertida y, a pesar de ello, vérsele las costuras, notarse que no ha quedado redonda. Pero en estas dos, probablemente, se llegó al cenit, conjuntando unos guiones simplemente perfectos con un reparto de eso que se llamaba de campanillas, y unos directores que sabían muy bien como sacarle todo el jugo al material que tenían entre manos. Resultado: dos obras maestras.

Personalmente, de las dos prefiero la de Billy Wilder, pero creo que estoy en minoría.

sábado, mayo 12, 2007

Mal perder

Se ha escrito, y sobre todo se está escribiendo mucho estos días sobre Katharine Hepburn, con motivo del centenario de su nacimiento. En una de las mayores estrellas que haya dando nunca la pantalla, sorprende los altos y bajos que sufrió su carrera en sus primeros años. Sorprende sobre todo porque en ese tiempo tuvo la suerte de meterse en alguna obra maestra -La fiera de mi niña- o en cintas de muchos quilates -la gran aventura de Silvia- . O quizá sea más justo decir que su presencia en esas películas contribuyó no poco a que hoy las consideremos clásicos del cine. Aún así, su escaso éxito comercial convirtió a Hepburn a finales de los 30 en lo que vino en llamarse “veneno para la taquilla”.

El título que la devolvió al estrellato fue, precisamente, mi favorito de entre sus películas, Historias de Filadelfia (1940). En su origen fue una obra de teatro expresamente escrita para ella, que además le permitió hacer un regreso triunfal a Hollywood en su versión cinematográfica, pero lo bueno que tiene la cinta -la verdad, tiene muchas cosas buenas- es que, a pesar de ser un vehículo pensado para el lucimiento de la actriz, todo el mundo que interviene en ella está estupendo; Cary Grant como su ex marido y Play-boy C. K. Dexter Haven, y James Stewart como el periodista Macaulay Connor, que acaba compitiendo con Hayden por el amor de la rica heredera Tracy Lord. Es una de esas películas que, más que divertir, estimulan, y ayudan a soportar las malas rachas como esa llamada de un amigo que llevábamos tanto tiempo sin ver.

Sin embargo, algunas cosas fallaron en esta película. Por ejemplo, el reparto de Oscar. De su trío de estrellas, sólo Stewart se llevó la estatuilla al mejor actor. Grant ni siquiera fue nominado, y Hepburn perdió ante Ginger Rogers por Espejismo de amor.

Aunque Hepburn ya tenía un Oscar, y llegaría a tener tres mas, aquello no le sentó nada bien. Al día siguiente de la ceremonia, dijo a la prensa que a ella le habían ofrecido primero el papel de Rogers, pero que no lo había aceptado porque no se veía interpretando “a una dependienta en un folletón”. La respuesta de Rogers fue fulminante: “debería callarse esa condenada boca”.

viernes, mayo 11, 2007

Lo peor de lo peor de lo peor

Uno de los links que hay en este blog, el de Rotten Tomatoes, resulta especialmente útil a la hora de saber qué tal le ha ido a una película con la crítica norteamericana. Recopilan todas las publicadas, y elaboran estadísticas -el tomatómetro- sobre el porcentaje de reseñas favorables y desfavorables. Si más del 50 por ciento son malas, la película aparece marcada con un tomate pocho, y si el porcentaje superior es bueno, el tomate aparece fresco y rozagante.

Ahora han incluido una lista de las cien películas que han recibido una mayor cantidad de malas críticas en la historia del site. Hay que ir página por página, y ya les aviso que no se van a encontrar sorpresas. Lo que hay es, en efecto, muy malo. Abundan las comedietas para adolescentes, pero también encontramos películas de superhéroes fallidas de principio a fin, como Catwoman o Elektra; segundas partes que no es que no fueran buenas, sino que eran infinitamente peores que las primeras, como Instinto Básico 2, o Más falsas apariencias; cintas de directores escarizados (algún día habrá que preguntarse por qué fueron oscarizados), como el Pinocho de Roberto Benigni; nuevas versiones de buenas películas, como Rollerball o Tuyos, míos, nuestros, que no cogieron ni una sola de las virtudes de los originales y muchos de sus defectos; y alguna, atención, que está todavía en cartel, como El número 23, con Jim “de verdad que soy un actor serio” Carrey, o ¡Porque lo digo yo! con una Diane Keaton repitiendo por enésima vez el mismo papel en el que parece haberse estancado con la sesentena. Ah, Eddie Murphy tiene dos en la lista: Pluto Nash y Norbit.

¿Y la peor? Pues… da un poco de pena decirlo, pero es una de Antonio Banderas. Enemigos: Ecks contra Sever, una policíaca de muchos tiros que hizo con Lucy Liu. Esa sí la he visto, miren, y ni siquiera pareciéndome Banderas un tío majo (como actor ya es otra cosa) y reconociendo que Lucy Liu me provoca fantasías no aptas para menores de treinta y cinco años, se la podría recomendar.

miércoles, mayo 09, 2007

De guionistas y epidemias


“Había una actriz tan tonta, que para conseguir un papel se acostó con el guionista”. Es uno de los chistes más viejos que hay en el mundo del cine, y busca indicar la escasa importancia que han tenido los guionistas dentro de este negocio. Pero cabría replicar: y hubo un guionista tan listo como para casarse con la primera actriz. Sobre todo teniendo en cuenta que la actriz en cuestión era nada menos que Deborah Kerr. El guionista se llamaba Peter Viertel, y hoy, a sus 87 años, acaba de presentar su última novela, Una bicicleta en la playa. Y la ha presentado en España, porque los señores de Viertel, que se diría, llevan décadas viviendo en una Marbella de donde todos los rocas, muñozes y pantojos de este mundo no les han conseguido echar.

Viertel es un tipo curioso, enamorado del surf y de la escritura. Participó en muchas grandes películas, pero últimamente se le conoce sobre todo por su novela Cazador blanco, corazón negro, llevada al cine por Clint Eastwood, donde recuerda el rodaje de La Reina de Africa, de la que fue guionista, y la obsesión del director John Huston por cazar un elefante, que le llevó a causar considerables retrasos en el plan de rodaje.

Personalmente, creo que La Reina de Africa es una de esas películas que acaban haciéndose más famosas por la cantidad de anécdotas que arrastran que por su calidad intrínseca, aunque reconozco que llevo años sin verla, y tendría que volver a hacerlo antes de emitir ningún juicio. Pero, si quieren un libro donde se narra el rodaje concienzudamente, sin los dramatismos de la novela de Viertel, les recomiendo The making of The African Queen, (hay edición en español) escrito nada menos que por su protagonista femenina, Katherine Hepburn. Está llenito de buen humor y anécdotas. Mi favorita es la de la disentería: todo el equipo de rodaje, en algún momento, cayó enfermo del estómago como consecuencia de la insalubridad del agua de beber. Es decir, todos menos Huston y Bogart que, sencillamente, no la probaron. Hay testimonios de que también bebían café o te, pero el líquido que ingerían al por mayor era whisky, haciendo buena la frase de aquel otro gran bebedor hollywoodiense que fue el cómico W. C. Fields: “¿Beber agua? ¡Qué asco! ¡Pero si es donde follan los peces!”.

sábado, mayo 05, 2007

No hay más que una (afortunadamente)

En vida de mi progenitora, ni a mí ni a ninguno de mis hermanos se nos ocurrió la feliz idea de celebrar eso que se llama el Día de la Madre y que, como es ampliamente sabido, fue una idea importada de Estados Unidos por Pepín Fernández, el dueño de Galerías Preciados. Pero miren, este año sí que vamos a celebrarlo aquí. Porque, cuando se trata de madres que dan juego, Hollywood tiene ejemplares como para poner una tienda.

Tomemos, sin ir más lejos, a Joan Crawford, que en una ocasión incluso fue nombrada Madre del Año por una organización de padres. Esta actriz, casada cuatro veces a lo largo de su vida, no llegó a tener hijos biológicos, pero adoptó a tres niñas y un varón. Y en efecto, quién no hubiera pensado en encontrarse ante una madre ejemplar cuando viera las imágenes de la actriz rodeada de sus retoños en su mansión de Hollywood (en la de arriba, con su hija mayor, Christina). La verdad es que las sesiones de fotografías estaban cuidadosamente planificadas como parte de la campaña de imagen continua que fue la vida de Crawford, y que le permitió mantenerse en el estrellato durante décadas.

La realidad era algo distinta. Amigos de la actriz recordaban cómo los niños debían cumplir el ritual de hacer una reverencia y saludar a todos cuando llegaban a la casa, y de despedir a su madre con la frase “buenas noches, mamá querida. Te quiero”, que ésta les obligaba a repetir tantas veces como hiciera falta hasta que les saliera bien. Pero eso era lo de menos. Cuando los hijos se hicieron mayores, sacaron a la luz los aspectos menos agradables de su relación materno filial: Christina, la hija mayor, no sólo recordó crueles sesiones de azotes a ella y a su hermano Christopher, sino una época en la que su madre, para castigarla, la mantenía bajo la ducha con el agua casi hirviendo; o la ocasión en que, cuando sin querer le cogió la mano a Christopher con una puerta, su madre le hizo lo mismo a ella para que aprendiera a tener más cuidado; o aquella vez en que Christopher pasó horas atado a las cuatro esquinas de su cama, para que dejara de chuparse el dedo; o los accesos de violencia que le entraban cuando se pasaba con el vodka, cosa que ocurría casi todos los días; o…

La verdad es que, probablemente el mayor abuso que hizo Joan Crawford a sus dos hijos mayores fue excluirlos de su testamento “por razones que ambos conocen muy bien”, según puede leerse en el texto original. Christina se dijo que hasta ahí habíamos llegado, y se lanzó a escribir un libro, Mommie Dearest, donde narró todas las crueldades antes referidas y muchas más (no es, de todos modos, la única fuente sobre los abusos de su madre). El libro vendió millones de ejemplares y se llegó a hacer una película, protagonizada por Faye Dunaway, consiguiendo que la niñez de Christina, si bien muy desgraciada, acabara resultándole de lo más rentable.

jueves, mayo 03, 2007

Mis queridos secundarios

Hace ya un tiempo que me ronda por la cabeza la idea de aprovechar el blog para recordar de vez en cuando a esos actores no ya secundarios, sino directamente terciarios. Es decir, no estamos hablando de un Walter Brennan ni de una Judy Dench, sino de esas caras conocidas que jamás serán nominados al Oscar, pero que estamos hartos de encontrarnos en todo tipo de películas… O en películas de un solo tipo.

Es el caso del actor de hoy, que me parece estupendo para empezar. ¿Les suena? Se llama Al Leong, y en los años 80 se hartó de aparecer en todas las películas de disparos y tentetieso que tanto estuvieron de moda. Citando así de memoria, se lo ha cargado Mel Gibson en Arma letal, se lo ha cargado Bruce Willis en Jungla de Cristal, se lo han cargado Chuck Norris, Schwarzenegger, Stallone, Steven Seagal… porque lo que ha estado haciendo toda su vida el bueno de Al es de terrorista, o de gangster, o de gangster terrorista y claro, así, cuando aparecía la estrella de turno, no se duraba mucho. Hasta tal punto que estoy convencido de que, cada vez que su agente le decía que le había salido un papel, no preguntaba detalles: se limitaba a sacar la metralleta del armario e irse al estudio.

Al Leong es uno de esos especialistas que de vez en cuando consiguen papeles hablados. En su caso le ayudó bastante su habilidad con las artes marciales y su pinta, con esa melena medio calva y el bigotazo, y con eso anduvo tirando durante bastantes años. La última vez que le he visto ha sido en un capítulo de la primera temporada de 24 haciendo… de terrorista (esta vez se lo carga Kiefer Sutherland). Desde entonces, anda bastante escondido, supongo que en buena parte debido precisamente a tener un físico tan identificable. Eso sí, según su ficha en la imdb incluso ha dirigido la película Daddy tell me a story… ¿De qué irá? Seguro que, hartito de pegar tiros, ha hecho una especie de versión oriental de La casa de la pradera…

martes, mayo 01, 2007

Esta NO es la historia del Huracán

Esta noche, TVE1 emite Huracán Carter (1999), de Norman Jewison. La conocen, supongo. Si no, lean la reseña que de la misma hace Miguel Angel Palomo hoy en El País:

“Bob Dylan popularizó en su legendaria Hurricane el drama de Rubin Carter, el boxeador que, camino del título mundial, fue acusado injustamente de un triple crimen y condenado a cadena perpetua. Carter cometió el error de ser negro en los Estados Unidos de los sesenta”.

Aunque soy muy consciente de los derechos (o la falta de los mismos) que la gente de color tenía en los Estados Unidos en 1966, y aunque soy un fan declarado de Bob Dylan y de su canción Hurricane, el amigo Palomo debería informarse un poco antes de meter tanta falsedad políticamente correcta. Huracán Carter, méritos cinematográficos aparte, es una de las películas que más ha alterado la realidad para adaptarla a la imagen de su protagonista.

No voy a extenderme con los detalles del crimen por el que supuestamente se inculpó a Carter, pero convendría recordar que, gracias a la presión ejercida por famosos como Muhammad Ali o el mismo Dylan, el boxeador gozó de un segundo juicio nueve años después, con un nuevo jurado que no encontró motivos para declararle inocente. Algunos de las personas que siguieron el caso de cerca, nada sospechosas de racismo (el odioso detective Della Pesca que aparece en la película es un personaje inventado), estaban convencidas de la culpabilidad de Carter. Uno de ellos fue el periodista de Nueva Jersey Joseph Deal, que siguió el caso exhaustivamente y que aún hoy mantiene una págína web donde pueden consultarse todos los detalles.

La cinta, además, pasa de puntillas sobre los antecedentes violentos de Carter, y lo presenta como alguien que, fuera del ring, sería incapaz de hacer daño a una mosca. La verdad es que antes de salir de la adolescencia contaba con una completísima ficha policial, que incluía, entre otros muchos delitos, un apuñalamiento (que en la película aparece como autodefensa contra un pervertido). Y en el segundo juicio, cuatro testigos que habían apoyado la coartada de Carter confesaron que habían cometido perjurio, influídos por el boxeador. Pero nada de esto aparece en la película de Jewison.

Aunque la mayor falsedad sea, probablemente, la correspondiente a su pelea con Joey Giardello, Campeón de Pesos Medios en 1964. Por mucho que Dylan (y Palomo) quieran hacernos creer que Carter iba “camino del título mundial”, lo cierto es que no era sino uno de tantos contendientes. Giardello le derrotó a los puntos sin mayores problemas. Sin embargo, la película convierte lo que fue un combate bastante igualado en una superioridad aplastante de Carter, que sin embargo acaba perdiendo a los puntos porque los jueces de la pelea debían ser, por lo menos, miembros del Ku Klux Klan.

Giardello demandó a la productora por difamación, y retiró la demanda tras un jugoso acuerdo extrajudicial. Jewison reconoció posteriormente que, en la vida real, Giardello ganó sin ningún género de dudas. Podríamos seguir señalando falsedades unas cuantas páginas más, pero creo que las cosas están más o menos claras. Ya se sabe que Hollywood tiende a embellecer sus biografías; pero creo que habría que tener más cuidado cuando se sacan a colación temas del calibre del racismo y de un triple asesinato.