lunes, abril 30, 2007

Puntos en común

Esta es la semana de Spiderman. Con lo del estreno de la tercera parte el cuatro de mayo, los quioscos se inundan de cómics y las dos entregas anteriores se pasan por televisión. Como aficionado a los tebeos, confieso que disfruté mucho con las dos primeras películas y que mis recelos iniciales hacia Tobey Maguire se disiparon en cuanto le vi en el papel protagonista. Pero la verdad es que las pelis, muy originales que digamos, no son.

Veamos: Spiderman es el superhéroe más famoso de la Marvel Comics. Superman es el superhéroe más famoso de DC Comics. Spiderman está siendo adaptado al cine con enorme éxito en la década de 2000. Superman fue adaptado al cine con éxito equivalente en la primera mitad de los 80. Y aquí viene lo divertido. Vamos por partes:

1. La primera película de Superman nos narra los orígenes del personaje, que no aparece hasta la mitad del metraje. En su escena de presentación salva a la mujer que ama de caer al vacío, entre los vítores de la multitud.

2. La primera película de Spiderman nos narra los orígenes del personaje, que no aparece hasta la mitad del metraje. Tras algunas apariciones breves, llega una de las escenas más espectaculares, en la que salva a la mujer que ama de caer al vacío, entre los vítores de la multitud.

3. En Superman 2, su deseo de estar con la mujer que ama y llevar una vida normal le obliga a renunciar a sus superpoderes, pero debe recuperarlos para enfrentarse a tres kriptonianos malvados en una espectacular batalla final.

4. En Spiderman 2, el estrés provocado por su doble vida y la falta de tiempo para estar con la mujer que ama, hace que Peter Parker pierda sus poderes y renuncie a su papel de superhéroe. Los recupera para enfrentarse al Doctor Octopus en una espectacular batalla final.

5. En Superman 3, a causa de la exposición a un nuevo tipo de kryptonita, Superman se vuelve malvado. Tras cometer diversas fechorías (ninguna demasiado grave, por otra parte) se divide en dos personalidades, buena y mala, que luchan entre ellas.

6. En Spiderman 3, Peter Parker utiliza un nuevo traje que, sin saberlo él, en realidad es un simbionte alienígena que trastorna su personalidad, volviéndose agresivo y violento. Cuando consigue desprenderse de él, el simbionte toma posesión de un enemigo jurado de Spiderman, que se convierte en una versión malvada del superhéroe arácnido llamada Veneno. Ambas versiones, por supuesto, lucharán entre ellas.

Bueno, ya sé que buena parte de estas cosas son sólo clichés… ¡pero es que siempre son los mismos!. Eso sí, esperemos que, siguiendo esta regla de tres, cuando haya un Spiderman 4, que lo habrá, no sea tan lamentable como la cuarta película de Superman.

sábado, abril 28, 2007

Qué tiempos aquellos

Una violentísima tormenta vespertina me convence para cambiar mis planes de bajar a Madrid, a aprovecharme del vacío que deja el puente para ir cómodamente al cine. Lo que ocurre es que, antes de decidir quedarme en casa, había estado repasando la cartelera. Puede que lo hubiera visto antes y lo hubiera dejado pasar, o quizás es que la noticia estuviera aún en periodo de transición, pero ayer ya no me quedaron dudas cuando vi el nombre en el periódico: lo que antes fueron los cines Alphaville, en la calle Martín de los Heros, son hoy los cines Golem.

No tengo idea de quién es esta gente de Golem, ni de en qué momento decidieron hacerse con las que, al menos para cierto tipo de público, han sido una de las salas más emblemáticas de la capital. Pero no entiendo qué han ganado con cambiar el nombre. Si se hubiera mantenido el original, puede que muchos hubiéramos hecho como si nada, como si no nos hubiéramos dado cuenta. Total, la fachada sigue estando más o menos como siempre. Pero el nuevo nombre le da a todo el proceso un aire definitivo de sentencia: los cines Alphaville ya no están. Claro que la zona de Martín de los Heros tiene ahora muchas más salas que las que había cuando los Alphaville abrieron sus puertas, y además todas en versión original, lo que la convierte en algo así como un mercadillo del celuloide donde es posible dejarse caer sin planes previos, a ver qué hay, sabiendo que siempre habrá algo, eligiendo la película más apetecible en ese momento, como cuando uno se mete en una librería buscando algo que leer. Pero los responsables de todo eso, los que iniciaron en 1977 semejante camino hacia la abundancia para los cinéfilos, han desaparecido, casi de la noche a la mañana. Sin explicaciones. Con ellos se van mucho más que simples películas.

Dice Antonio Muñoz Molina -y dice bien- que cuando nos dedicamos a buscar los paisajes de nuestra infancia o nuestra juventud, lo que realmente echamos en falta son los ojos con que veíamos ese mundo desaparecido. En el caso de los Alphaville cada uno tendrá sus recuerdos, y los míos se refieren a cuando comenzaba a aventurarme por aquella para mí lejana zona del centro de Madrid, para meterme en un callejón donde llamaban la atención aquellas salas asépticas, en blanco y rojo (¿No era blanco y rojo?), que, lejos de la espectacularidad de los cartelones hollywodienses de la cercana Gran Vía, mostraban su mercancía en unas vitrinas situadas en la pared de la calle. Películas raras, directores desconocidos -Wenders, Vajda, Tanner, Rohmer…- y unos pósters publicitarios de aire surrealista -El tambor de Hojalata, sin ir más lejos- que acentuaban el atractivo del misterio. En el sótano había una tienda diminuta, donde se vendían esos mismos pósters y muchos otros, junto con programas de mano, carpetas de promoción y la exigua oferta de libros de cine de que se disponía en España a finales de los 70.

Y luego estaba la cafetería, a años luz de los lóbregos bares de los cines de sesión continua, organizada como un pequeño cine en sí, donde se podía disfrutar de proyecciones gratuitas de cortos, o de coloquios con los mismos directores que proyectaban sus películas en las salas de arriba. Recuerdo haber asistido a uno con Wim Wenders, después del cual me metí directamente a disfrutar de El amigo americano. Las visitas de esos directores, y otras muchas noticias sobre cine, quedaban plasmadas en un boletín gratuito, que uno podía recoger comprase o no entradas para ese día.

Hoy esos boletines los tengo en una carpeta en casa, y El amigo americano lo tengo en DVD. Puedo sacarlos de la carpeta y repasarlos, puedo ver la película de Wenders en mi LCD… y todo lo que conseguiré a cambio será esa misma sensación árida que vivimos cuando repasamos los recuerdos de seres queridos que ya no están con nosotros. Quizá por eso me he extendido tanto hoy. Porque tenía ganas de acordarme un poco de unas salas que, con la misma discreción con la que llegaron, han pasado a la historia, llevándose con ellas una manera no solo de ver cine, sino también de proyectarlo. Y de cuidarlo.

jueves, abril 26, 2007

Budismo con tu mecanismo

Leo en Internet que Orlando Bloom va a retirarse del cine para abrazar la religión budista. La noticia la acojo con todas las reservas, porque 1: se muy bien lo dados que somos en mi gremio a publicar cosas sin contrastarlas, sobre todo cuando se refieren a gente famosa (¿recuerdan cuando se dijo que Daniel Day-Lewis se retiraba para meterse a zapatero en Italia?) y 2: que yo sepa, hacerse budista no es incompatible con ser estrella de cine. Es más, hay algunas estrellas que, entre película y película, tienen tiempo de sobra para darnos la brasa sobre las virtudes del budismo. Lo que me alegro de no conocer de nada a Richard Gere

Aunque Gere no es el único, es sólo el más plasta. Otras estrellas que se han acercado al budismo con intensidad variable incluyen a Harrison Ford (al parecer por influencia de su esposa Melissa Mathison; ahora que está con la rasp… perdón, con Calista Flockhart, igual se le ha reducido la afición), Courtney Love, Patrick Swayze, Sharon Stone, Uma Thurman, Tina Turner, Jean-Claude Van Damme y Oliver Stone.

El budismo, a fin de cuentas, es una religión. Mucho peor lo tenemos si nos metemos en el terreno de las creencias exóticas, donde gurús de todo tipo han encontrado en las estrellas una verdadera mina... Espiritual, por supuesto. Veamos algunos fanáticos de la astrología: Burt Reynolds, John Barrymore, Marilyn Monroe, Marlene Dietrich, Cary Grant, Grace Kelly, Tyrone Power y Ronald Reagan, que prácticamente metió a su astróloga en nómina cuando fue presidente. Demi Moore, George Hamilton y Olivia Newton-John son fieles seguidores del sanador místico Deepak Chopra; entre los creyentes en el poder curativo de los cristales repiten Tina Turner, Sharon Stone y Richard Gere, y se añaden Jane Fonda, Elizabeth Taylor y Bruce Willis. Y Cher, Quincy Jones, Nick Nolte, Barbra Streisand y Steven Spielberg son practicantes de la terapia de la “Liberación del niño interior”, propuesta por el gurú John Bradshaw.

Junten todo esto, añaden media docena más de creencias estrambóticas, y saldrá Shirley MacLaine, que es la que nos faltaba.

Al final, es para recordar esa frase de Chesterton: “Cuando la gente deja de creer en Dios, no es que no crea en nada; es que cree en cualquier cosa”.

martes, abril 24, 2007

Páginas de celuloide

En ocasiones, en este blog la actualidad se solapa. Ayer, por ejemplo, era el día del libro y pensé en escribir algo sobre el tema, pero no quería perder la oportunidad de hablar del artículo de Javier Marías (que a fin de cuentas, es escritor). Aunque no hay obligación de hablar de libros en un blog de cine, la verdad es que ambas disciplinas culturales llevan décadas andando de la mano. No se entiende una sin la otra. Y eso que las adaptaciones cinematográficas de novelas suelen ir acompañadas de polémica. Es el chiste de las dos cabras que se están comiendo un rollo de película, y le dice una a otra: “Pues, la verdad, me gustó más el libro”.

De novelas mediocres han salido buenas películas (El Padrino, Tiburón) y de buenas novelas, películas mediocres (El nombre de la rosa, Bajo el volcán). Lo que es inevitable son los recortes y modificaciones a que se somete una obra literaria para adaptarla a las necesidades del cine. Siempre faltarán cosas, y muchas veces el propio autor de la obra literaria no estará de acuerdo con los cambios. En el Hollywood clásico, el guionista Nunnally Johnson llegó a adaptar para la pantalla más de cien libros, y solía decir que, como consecuencia de ello, conservaba la amistad de menos de diez de los escritores con cuyas obras había trabajado.

Y por último, están las novelas que nunca veremos convertidas en películas, como Cien años de soledad; Gabriel García Márquez siempre se ha negado a vender sus derechos (Anthony Quinn intentó durante años hacerse con ellos), pues opina que es una novela por completo imposible de trasladar al cine... Y supongo que él debe saberlo mejor que nadie.

domingo, abril 22, 2007

No se ponga usted así, señor Marías

En su artículo de ayer de El País Semanal, Javier Marías dedicaba medio texto a meterse con Babel, y el otro medio a disculparse por hacerlo. El caso es que la película le había parecido horrible (“Todo me resultó falso, gratuito, huero, mal hilado y artificial. Eso sí, acompañado de mucha intensidad postiza por parte de guionista y director, de un solemne gesto de ‘genialidad’”), pero andaba preocupado por ser el único que pensaba así, pues “según escritores e intelectuales sin cuento, la película es efectivamente genial (…) Aquí el único que debe preocuparse soy yo”.

Javier Marías es un apasionado del cine; ha escrito sobre él muchas veces y siempre que lo hace se le nota el pulso sólido que tienen los aficionados de verdad; por otra parte, es el único escritor que conozco que haya puesto una demanda contra la adaptación cinematográfica de una de sus novelas, por traicionar el espíritu de la obra original… y haya ganado. Pero que le gusta el cine y sabe de cine está más que claro. Así que no entiendo porqué tiene que pedir perdón por tener un criterio que va en contra del de la mayoría; una película que despierte opiniones unánimes no es que sea difícil de encontrar, es que no existe.

Sin ir más lejos, aquí tienen algunos ejemplos: “Lo peor que le ha pasado al cine desde que Lassie interpretó a un veterano de guerra con amnesia”. Esta crítica se refiere a ¡La jauría humana!, de Arthur Penn. “El diálogo es estúpido, los personajes no están desarrollados para ser algo más que clichés, y la historia es inconsistente” (¡Los pájaros!). “Llena de cinismo en la superficie, pero sin objetividad, ni agudeza, ni sátira. Cuando se desinfla, no es más que un lujoso drama entre bastidores” (¡¡¡Eva al desnudo!!!). Y me encantaría tener todavía esa reseña de 1972 donde un crítico cuyo nombre (de verdad) no recuerdo ponía a dar a luz El Padrino, avisando al público de que ni se les ocurriera ir a ver ese infecto producto de multinacional americana… Si aparece algún día, palabra que la reproduzco aquí.

Bueno, no pensarán que me iba a despedir sin mojarme, ¿No? Ahí voy: Mujeres al borde de un ataque de nervios y, sobre todo, Sexo, mentiras y cintas de vídeo, son dos de las mayores estupideces con que he perdido mi tiempo en una sala de cine. Y a mucha honra.

Demasiado fuerte para Hitchcock

Se dice que en ocasiones la vida imita al cine, pero hay otras veces donde la vida imita a la vida. Lo digo por la noticia del catamarán que ha aparecido a la deriva en aguas australianas, sin rastro de sus tres tripulantes. Dentro del barco todo estaba en orden: la comida preparada, la mesa puesta, el ordenador conectado… pero la tripulación se ha volatilizado, y volatilizada sigue en estos momentos. Es como una repetición a pequeña escala de la leyenda del Mary Celeste, un buque bastante más grande que el actual, abandonado en pleno Atlántico a mitad del siglo XIX.

Como no podía ser menos, este tema de los barcos misteriosos a la deriva es de lo más apetitoso para los autores de ficción. En los años 50, el escritor Hammond Innes publicó The Wreck Of the Mary Deare, donde un carguero surca el canal de La Mancha con un solo hombre a bordo, que se ocupa de alimentar frenéticamente las calderas. Si me apuran, un buque con un solo tripulante es casi más enigmático que un buque abandonado. Hollywood se fijó en el libro, y uno de los primeros directores que consideró llevarlo a la pantalla fue Alfred Hitchcock. Pero tras trabajar un poco en el guión, se dio cuenta de que este tipo de historias no son demasiado recomendables: incluso podría decirse que son veneno para un cineasta.

¿Por qué? Según explicó el director británico a François Truffaut en su biblia El cine según Hitchcock, “Porque tiene un comienzo demasiado fuerte. Hay tal cantidad de misterio desde el principio que cuando hay que explicar, finalmente, ese misterio, se produce algo muy laborioso y que en ningún caso puede estar a la altura del comienzo. (…) Cuando comienzo a explicarlo todo, resulta bastante vulgar, y el público tiene derecho a preguntarse por qué no se le han enseñado los acontecimientos previos al comienzo del film”.

Hay que decir al final sí se rodó una película sobre la novela de Innes, que en España se estrenó como Misterio en el barco perdido (1959). Pero el director no fue Hitchcock, sino Michael Anderson. Los protagonistas, Charlton Heston y Gary Cooper. Y la solución del misterio, según parece (no la he visto, y me guió por referencias), en efecto resultaba bastante decepcionante después de un comienzo tan intenso. Hitchcock hizo bien en dejarla para dedicarse a Con la muerte en los talones.

¿Se acuerdan de aquella frase de Samuel Goldwyn: “Una película tiene que empezar con un terremoto y, a partir de ahí, ir hacia arriba”. Más fácil decirlo que hacerlo.

viernes, abril 20, 2007

Malas influencias


Cuentan ahora que el asesino de la Universidad de Virginia actuó influído (supongo que parcialmente) por una película, ya que en el vídeo que envió a la NBC (no, no pienso poner ningún link; si quieren ver eso, se lo buscan ustedes) aparece imitando poses de la cinta en cuestión, que creo que es una de esas orientales llenas de tiros y tatuajes y a las que, sinceramente, no presto mucha atención.
No es la primera vez. La tercera parte de El Exorcista (1990) era la película favorita de Jeffrey Dahmer "el carnicero de Milwaukee", y una de las entregas de la saga de Muñeco Diabólico inspiró a unos asesinos adolescentes a finales de los 80 (cito de memoria). Cambiando ligeramente de tema, recordemos a los niños que intentaron volar tras ver Superman, o al pánico a bañarse en el mar que siguió al estreno de Tiburón. ¿Realmente puede influir tanto una simple película?

El asunto de Virginia me ha cogido leyendo un libro que me han regalado y que, en un principio, acepté con todas las precauciones: ¡Malditas películas!, de Miguel Angel Prieto (Editorial T & B). En sus páginas, repasa esas supuestas maldiciones que a lo largo de la historia del cine han ido afectando a películas (El exorcista, La semilla del Diablo…), actores (James Dean, Bruce Lee) o personajes (Superman). Como ya indiqué en un post anterior (Las exclusivas de Friker ) considero una chorrada todas estas historias, de ahí que no estuviera muy seguro sobre lo que me iba a encontrar.

Y sin embargo, el libro no está nada mal. Sólidamente documentado, no entra en el alarmismo fácil y se limita a ir contando los hechos tal y como ocurrieron, indicando las falsedades y exageraciones. Está muy bien el capítulo dedicado a El exorcista, donde se explaya largo y tendido sobre los fenómenos producidos después del estreno. Les resumo: “tumultos, actos de vandalismo, robos y grandes atascos de tráfico” como consecuencia de las enormes colas que se formaron para conseguir entradas. “Espectadores que se desmayaban, vomitaban o sufrían ataques epilépticos y eran sacados de las salas en camilla; acomodadores que dejaban sus trabajos y eran puestos bajo observación médica debido a las sucesivas exposiciones a la perturbadora película (…) Hospitales invadidos por espectadores víctimas de desmayos, náuseas, histeria y alucinaciones…”. Y, por supuesto, un sinnúmero de casos de “posesión demoníaca” en todos los países donde se estrenaba.

Vistas las cosas ya muchos años después, tras diversas secuelas a cual peor y varios pases televisivos que no trajeron consecuencias mayores, cabe pensar en si aquello fue un caso de psicosis colectiva, o una magistral campaña de publicidad. A fin de cuentas, hablamos de una película que sí daba mucho miedo, pero que con el tiempo se ha quedado en una atracción de la Casa del Terror del Parque de Atracciones

miércoles, abril 18, 2007

Titulaciones

Por motivos ajenos a este blog, los últimos días he estado buscando material sobre piratas de ficción, y de repente me he encontrado con La isla. ¿La isla? ¿Y qué tiene que ver una película de ciencia-ficción llena de clones con el mundo de los bucaneros? Nada en absoluto. Pero es que, cuando hablo de La Isla, no me refiero a la trepidante (e insulsa) película dirigida por Michael Bay con Evan McGregor y Scarlett Johansson, sino a otra cinta, esta de 1980, dirigida por Michael Ritchie y protagonizada por Michael Caine. Basada en un libro de Peter Benchley (el de Tiburón), esta sí trataba de piratas, descendientes de los originales, que en el siglo XX seguían pirateando de lo lindo desde una isla del Caribe.

La película fue uno de los grandes fracasos del año. Quizá por eso a nadie le preocupó coger el mismo título para otra cinta cuyo argumento no tenía nada que ver con aquella. La verdad es que cada vez está habiendo más casos de películas con títulos repes. En otros tiempos se tenía más cuidado.

Tenemos, por ejemplo, lo que les ocurrió a los Hermanos Marx cuando estaban preparando el rodaje de Una noche en Casablanca (1946). La Warner Brothers les envió una carta en la que anunciaba su intención de demandarles por plagiar el título de la inmortal cinta de Humphrey Bogart. Nunca lo hubieran hecho. Groucho les contestó inmediatamente con una carta en la que les decía que no sabía que la ciudad de Casablanca perteneciera en exclusiva a los Hermanos Warner; pero que, si de nombres hablaban, ellos tampoco tenían derecho a llamarse Hermanos Warner, porque los Hermanos Marx ya eran hermanos mucho antes que ellos. Tras un disparatado intercambio de correspondencia (que puede consultarse en la autobiografía de Groucho, Groucho y yo, además de en varios libros sobre los Marx), los Hermanos Warner se rindieron…

… pero Groucho, no. El mismo año en que se produjo esta disputa, la Warner estrenó Noche y día. Automáticamente Groucho les envió una carta amenazándoles con una demanda por haber plagiado el título de dos películas de los Hermanos Marx: Una noche en la Ópera, y Un día en las carreras.

martes, abril 17, 2007

Besos y fanatismo

¿Recuerdan aquella última, prodigiosa escena de Cinema Paradiso? El protagonista descubre que su amigo, el proyeccionista del cine del pueblo -¡ese Philippe Noiret!-, le ha dejado en herencia un rollo de película donde ha ido juntando todas las escenas de besos que, a lo largo de la historia de la sala, la censura eclesiástica había ido eliminando de las películas…

Me ha venido ese final a la memoria a raíz del follón que se ha montado en la India como consecuencia del efusivo beso que Richard Gere propinó a la actriz Shilpa Shetty, oriunda de ese país y ganadora de la versión británica de Gran Hermano. Las protestas se han sucedido por todo el país, al parecer con quema de fotos del actor incluída. El ex de Cindy Crawford no debía estar muy enterado de que en la India las muestras excesivas de afecto en público son consideradas casi pornográficas; y de que en el cine de Bollywood -la India es el principal productor de películas del mundo- los besos en la pantalla son excepcionales, por no decir que, directamente, no son.

Es curioso este tema de los besos. Se dice que muchos aprendimos a besar con el cine, pero podría decirse que el cine más bien nos enseñó a besar con glamour; antes de que empezáramos a ver las lenguas pasearse por las bocas de los actores, Clark Gable mostraba lo que es un beso de los que dejan sin aliento en aquel famoso primer plano de Lo que el viento se llevó… El problema era que, aunque aquí la censura no cortara todos los besos, este tipo de escenas bastaban para que la película fuera calificada no sólo para mayores de 18 años, sino encima con el agravante de “gravemente peligrosa”. Si el cine era la escuela de los besos, a los niños de antes nos costaba ir a clase teórica; casi el único profesor que se nos permitía era Walt Disney, y en sus películas no se besaba; más bien, se torturaba.

Pero no crean que el de Gere es el único caso en que religión (¿o fanatismo?) y besos producen una mala combinación: el musical de la fotografía provocó también numerosas protestas en ciertos países cuando fue estrenado, y ustedes se dirán: ¿Pero qué hay de escandaloso en Funny Girl (1968)?. Sencillamente: que Omar Sharif es árabe. Y Barbra Streisand, judía. Y verles besándose en pantalla fue suficiente para que algunos quisieran quemar el cine, y para que ambos actores recibieran amenazas de muerte.

Para quitarnos el mal sabor de boca, aquí les dejo una pequeña lista de besos. Se admiten sugerencias.

domingo, abril 15, 2007

Retoques (II)

Vamos a seguir con el tema de los "ajustes" en el guión, aunque la peli de hoy no admita grandes comparaciones con la de ayer. Porque poner El especialista (1995, Luis Llosa) al lado de Veredicto final es como colocar un cuesco fabadero al lado de una sinfonía. Pero, al ser una cinta hecha al servicio de una estrellona, en este caso un Sylvester Stallone todavía en auge, es lógico que pase lo que pase. Y pasó.

Esta es la primera de lo que podríamos llamar el periodo Miami de Stallone, pues en esta ciudad rodó dos películas casi seguidas: Asesinos -con un Banderas al que daban ganas de matarle, no porque su personaje fuera malo, sino porque el actor se pasaba la peli hiperventilando, diciendo todo el rato “ay ay ay ay ay” y metiendo más muecas que Jim Carrey chupando limones- y esta, donde interpreta a un experto en explosivos al que contrata una rica heredera para que la proteja de los mafiosos de Miami. Como heredera rica (en más de un sentido), estaba Sharon Stone. Y como policía corrupto, venenoso y retorcido, un actor que interpreta ese tipo de personajes casi dormido: James Woods.

No estamos descubriendo nada si decimos que, como actor, Woods se come a Stallone con patatas, pero quizás Stallone si lo descubrió cuando vio un pase privado de la película. Parece que no le bastaba con enseñar musculatura, matar a los malos y pasarse a la Stone por la idem, pues opinó que su personaje no destacaba lo suficiente. Así que exigió que se escribieran y rodaran dos escenas nuevas. En una de ellas le pega una somanta palos a James Woods cuando eran compañeros en Vietnam (o dónde sea, que tampoco importa mucho), y en la otra, les da hasta en el carné de identidad a una panda macarras que se dedican a molestar a una pobre viejecita en un autobús y, cuando se quieren dar cuenta, han cobrado la extra de verano, la de Navidad y los atrasos del convenio (en la imagen, Sylvester en la peli justo antes de empezar a repartir).

Otro día seguimos con el tema de los retoques en el guión, que da para mucho, pero la anécdota de hoy es muy ilustrativa de lo que entiende Stallone por “retocar”.

viernes, abril 13, 2007

Retoques

Hablábamos hace unos días de El diablo viste de Prada, y creo que tanto este su bloguero como los que se dignaron en dejar comentarios estuvimos de acuerdo en que la interpretación de Meryl Streep como directora mal bicho, y perdón por la redundancia, fue modélica. Solo tengo un pero: al final de la peli, el personaje de Anne Hathaway es admitida en The New Yorker… porque su antigua directora ha mandado una carta de recomendación. Es decir, tampoco era tan mala como parecía; incluso cabe decir que parecía dura, pero en el fondo, era un cacho pan. No sé si este detalle aparece también en la novela. A mí me huele a añadido de guión.

Es una paranoia que tengo desde que leí Aventuras de un guionista en Hollywood, donde William Goldman se explaya largo y tendido sobre las exigencias que hacen las estrellas antes de aprobar un guión. Nada, cambios sin importancia, pequeños retoques aquí y allá, pero que tienen todos una finalidad: eliminar aspectos negativos de su personaje. Tras leer ese libro, es imposible ver una peli con estrellona dentro y no empezar a pensar qué manipulaciones habrá exigido al sufrido guionista.

Hay una película emblemática de esta tendencia: Veredicto Final, de Sidney Lumet, uno de los mejores filmes de los 80, que a punto estuvo de convertirse en una chorrada comercial de esas que acaban siendo pasto de los viernes de Tele 5. Todo comenzó cuando los productores Richard Zanuck y David Brown compraron los derechos de una novela de Barry Reed sobre un abogado de tercera, fracasado y alcohólico, cuya carrera se reduce a aparecer en los entierros como si fuera amigo del difunto, para así ofrecer sus servicios a los familiares. Más bajo no se puede caer. Pero de repente le llega la ocasión de defender a una mujer que ha sido víctima de un caso de negligencia médica; es su última gran oportunidad para redimirse y demostrarse a sí mismo que todavía es un profesional y un hombre digno.

Es una historia llena de potencial, así que Zanuck y Brown le encargan el guión a una firma de primera: David Mamet. Y buscan un director: Arthur Hiller. Pero el guión de Mamet no les convence, así que encargan otra versión a Jay Preston Allen. Y entonces reciben una llamada de Robert Redford: está muy interesado en interpretar al protagonista. Pero el guión no le convence. Se va Allen, y entra el director y guionista James Bridges (El síndrome de China). Éste escribe, a lo largo de nueve meses, tres versiones del guión, y Redford las rechaza todas. ¿Por qué?

Porque lo que él quiere es rodar una película sobre un abogado que resuelve un juicio por negligencia médica, no sobre la redención de nadie. Y, desde luego, se niega a que su personaje sea un borracho y un mujeriego, porque eso dañaría su imagen de cara a sus fans. Además, quiere imponer a Sidney Pollack como director. Y Zanuck y Brown acaban prescindiendo de él.

Abreviando: la película se salvó porque de repente aparecieron -por separado además- el director Sidney Lumet y el actor Paul Newman, los dos muy interesados en rodar la versión de Mamet y en recuperar todas las complejidades del personaje. El resultado es una película sólida y dura, que le proporcionó a Newman una de sus numerosas nominaciones al Oscar.

Cuando pienso en lo que pudo haber pasado con esa película, es para echarse a temblar. Pensemos un poco: ¿Cuántas películas no ha hecho Redford donde interpreta siempre al mismo personaje, es decir, al profesional liberal, progresista, all-american y más majo que las pesetas? Afortunadamente, en este caso nos libramos de una, gracias a una estrella que no olvidó que también es un actor.

miércoles, abril 11, 2007

Cosas de la edad

El amigo y vecino Linx, frecuente visitante de este blog y bloguero él mismo, planteó hace tres días en su Ya me gustaría (¿Cómo, que no se han pasado por ahí? ¿Pero para que se creen que uno pone enlaces, para hacer bonito?) una cuestión interesante a propósito de la segunda peli dirigida por De Niro, El Buen Pastor: el tema de las edades reales e inventadas para la pantalla. En este caso, aduce, “¿Cómo hacer verosímil a un Matt Damon de 20 años (en 1939) y al mismo personaje, 22 años después... si durante todo el metraje parece un chaval de 18, más joven incluso que su hijo veinteañero?”. Hombre, Lynx, pues contando con eso que se llama el beneplácito de la afición, en ocasiones más eficaz que todos los efectos especiales del mundo.

En el cine hay muchas ocasiones en las que la edad del actor no se corresponde con la del personaje que interpreta, y cuando la trama de la película se prolonga durante muchos años, esta imprecisión se hace evidente de muchas maneras. Por ejemplo, en Cadena perpetua (1994), Tim Robbins y Morgan Freeman se tiran, creo, unos treinta años en la cárcel… y salen igual que cuando entraron. En esta ocasión nadie pensó en envejecerles siquiera un poco con ayuda de los maquilladores, y eso que aumentar la edad a base de cosmética suele quedar bastante bien. Lo malo es cuando hay que rejuvenecer al actor con maquillaje para unas escenas donde se interpreta en sus años jóvenes: el remedio suele ser colocarles un pelucón y ropa de la época, y el resultado, casi siempre, un desastre. Se me viene a la memoria Billy Crystal en las primeras escenas de Cuando Harry encontró a Sally (1989), pero hay muchos más ejemplos.

Luego tenemos los casos en los que la edad no se corresponde con la paternidad. Recordemos: Sean Connery es el padre de Harrison Ford en Indiana Jones y la última cruzada(1989)... aunque sólo tiene doce años más que él. Y un caso más sangrante aún se dio en Con la muerte en los talones (1959), donde Jessie Royce Landis interpretaba a la madre de Cary Grant, cuando en la vida real sólo le llevaba siete años.

Por cierto, Damon tiene 37 años, y he puesto esta foto para regocijo de chicas (o gays) que se pasen por esta página. Majete que es uno.

martes, abril 10, 2007

Cambios ¿necesarios?

Leo por ahí que están preparando la segunda parte de La gran aventura de Mortadelo y Filemón. Cosa lógica, ya que la primera fue un éxito de taquilla. Lo que no me cuadra es el nombre del director: desaparece Javier Fesser, y en su lugar tendremos a Miguel Bardem. Y digo que no me cuadra porque la película anterior sobre los personajes de Francisco Ibáñez fue en buena parte un empeño personal de Fesser y porque, por otra, quizá fuera el único cineasta español capaz de llevar a cabo un proyecto como ese.

Javier Fesser tiene, por lo menos, un corto que me parece una maravilla, Aquel ritmillo (1995) y otro muy divertido aunque bastante más disperso, El Secdleto de la tlompeta (1995). Su primer largo, El milagro de P. Tinto (1998) tenía momentos desternillantes, otros muy ingeniosos… y un grave caso de elefantiasis, porque a la película le sobraba por lo menos media hora. Pero nadie puede negar que tiene eso que se llama (y que tanto escasea por nuestro cine) una visión propia, un mundo particular que sabe trasladar a la pantalla, y en el que Mortadelo y Filemón encajaban como un guante.

La noticia no aclara si la ausencia de Fesser es personal u obligada, pero hay otro cambio que me llama la atención: Benito Pocino no será Mortadelo. Los productores han decidido sustituirlo por Edu Soto, que en los últimos años ha alcanzado una enorme popularidad por su interpretación de El Neng (entre otros personajes) en el programa de Buenafuente. Supongo que es una decisión lógica, pero también algo triste. Benito Pocino es un funcionario de correos que lleva más de veinte años intentando abrirse paso como actor. Su peculiar físico, desde luego, no ayuda, pero un día resultó que ese mismo físico era perfecto para interpretar a Mortadelo y, de la noche a la mañana, se vio convertido en protagonista. No perdió la cabeza, de todos modos; y para rodar la película pidió una excedencia en su puesto, sabedor de que estas cosas, a veces, son flor de un día.

Como así ha sido. A los productores, además, no parece haberles importado algo que yo siempre he considerado fundamental en las secuelas: que deben contar, en la medida de lo posible, con el mismo reparto y equipo, lo que posibilita concebirlas (y verlas) como una única película de duración excepcional. Los cambios me chirrían, pero igual soy el único. Total, en Francia también han cambiado al actor que hace de Asterix…

lunes, abril 09, 2007

Opiniones de un maestro

Alfredo Landa anuncia su retirada. A sus 74 años y con 133 películas a sus espaldas, pliega velas, convencido de que no hay nada como saber irse a tiempo y sin la menor intención de acabar sus días en un plató. Y claro, están brotando como champiñones tras un chaparrón las entrevistas y los artículos de homenaje, donde se le califica de maestro de actores y de uno de los puntales de nuestro cine.

La verdad es que nuestro cine, puntales tiene pocos; por eso tiende a tambalearse cuando se le mueve alguno. Siendo completamente justos, tan puntales del cine español eran aquellas películas persiguiendo suecas (y que dieron lugar al llamado fenómeno del "landismo", del cual el actor se declara orgulloso y con razón. ¿Acaso hay un "denirismo", un "pacinismo" o un "brandismo"?) como su posterior etapa en la que se le reconoció talento de actor “serio”, que muchos inauguran con El Crack (1979) de Garci, pero que comenzó verdaderamente con El puente (1976) de Bardem, una de nuestras primeras road-movies (género por el que un servidor tiene debilidad) y una de sus mejores interpretaciones, precisamente porque toma como punto de partida su personaje de las pelis de Pedro Lazaga, y lo hace evolucionar, y le da la vuelta. Y nos convence. Lástima que al final se afilie el tío a Comisiones, en una escena que, según reconoció el mismo Bardem añós después, está a punto de cargarse ella solita toda la peli, por doctrinaria, por fácil, por chorra y por unas cuantas cosas más.

A lo que íbamos. Me han llamado la atención un par de cosas que dijo el viernes pasado en la entrevista que Isabel Lafont le hizo para El País. Como supongo que ustedes andarían esos días de procesión en procesión, aquí se las copio por si se las perdieron:

“¡Es que hacer Los santos inocentes es mucho más fácil que hacer El vecino del quinto! (…) En Los santos inocentes no hace falta más que dejarse llevar por el sentimiento. Hace falta sentir. Pero siendo sensible y sintiendo te dejas llevar y sale eso. Lo otro… ¡No te vas a dejar llevar por El vecino del quinto! ¡No, hombre, no! ¡Hay que fabricarlo, y eso cuesta!”

“Antes, la formación generalmente pasaba por el teatro porque no había televisión. ¡Qué mala escuela es la tele! ¡Sólo la tele…! Yo me pongo a ver la tele y no me entero de la mitad. ¡No les entiendo! ¡No saben hablar! Hoy ha desaparecido la pausa, un arma maravillosa, que permite dominar el ritmo de una frase. (…) ¡Eso es una gozada para un actor! Y hoy no saben”.

Lo dice un maestro de actores. A ver si alguien aprende.

sábado, abril 07, 2007

Orígenes

Rescato en DVD (en los cines se me escapó) El diablo viste de Prada. Me sorprende la interpretación de Meryl Streep; ya sabía que hacía de mal bicho (¿hay bichos buenos?) representando a la directora de la revista femenina más total de Estados Unidos, pero no sabía cómo. Esperaba más gritos, más muecas, más histrionismo. Pero sus tres primeros minutos en escena, caminando, hablando, lanzando miradas, son suficientes para dejarme clavado en el sofá, al traerme el recuerdo de unas cuantas equivalentes suyas de la vida real (no sólo mujeres) con los que uno ha tenido la desgracia de tropezarse y, en ocasiones, de trabajar. A la persona que ve conmigo la película, que ha sido secretaria de gerencia en una editorial de revistas, ni les cuento los recuerdos que le trae…

Tras verla, repaso la crítica que le hizo Quim Casas en la revista Dirigido. Esto de leer las críticas después de ver una película, y no antes, es una práctica que les recomiendo, pues ayuda a encontrar aspectos que se nos podían haber pasado, o a contrastar nuestra opinión con la del sabelot… del profesional, quiero decir. Aquí, Casas tiene el acierto de recordar que la estructura de esta película es casi igual a la de El apartamento (1960) de Billy Wilder (yo añadiría que también tiene algo de Wall Street (1987), pero es que el argumento, la verdad, se ha usado muchas veces), y luego se la quita de encima en media página, en una revista cuyas críticas tienen una, dos o hasta cuatro. Parece que lo que le ha molestado es que la cinta esté basada en una novela, escrita por quien fue secretaria de la directora del Vogue estadounidense, novela que el crítico califica como pseudo literatura para chicas, tipo El diario de Bridget Jones.

Aquí es donde mete la pata. Que el punto de partida de una película sea infame, no significa que la cinta resultante también lo sea. Muchas buenas películas han tenido orígenes insospechados. El padrino existe porque Mario Puzo aceptó el encargo de una editorial para escribir una novela sobre la Mafia, mundo que desconocía en absoluto; Tener y no tener está basada en un cuento de Hemingway del que sólo se utiliza el título; Casablanca, en una obra de teatro que no llegó a estrenarse jamás; Mars Attacks!, de Tim Burton, en una colección de cromos; y la saga de Piratas del Mar Caribe, uno de los mayores éxitos de taquilla de la década… ¡En una atracción de Disneylandia!.

Sin contar con la antes mencionada El apartamento, que está basada en un personaje secundario de otra película. Cuando Billy Wilder vio Breve encuentro (1945, David Lean), le llamó la atención el hombre que dejaba su casa a la pareja protagonista para sus citas. ¿Quién era ese hombre, cómo era su vida? La idea no le dejó tranquilo, se puso a desarrollarla, y el resultado fue una de sus obras maestras.

viernes, abril 06, 2007

Lo de todos los años (II)

De verdad que no es por ponerme pesado (aunque no sé si soy yo el que se está poniendo pesado, precisamente), pero desde que metí el último post, ya han caído Quo Vadis (¿qué les dije?), Espartaco, Barrabás, Salomé, y este año se ha incorporado a la lista, aunque sólo sea por llevarme la contraria, La pasión de Cristo, gracias a Antena 3. ¿Y dónde está Rey de reyes? ¡Que ya tarda!

Parece que la mayor diversidad de canales sólo ha servido para que nos bombardeen todos con este tipo de películas… y no me vengan con lo de la tradición, por favor; para mí, parte de esa tradición era el aburrimiento al ver que esos días ponían siempre lo mismo. Y por lo que veo, seguimos igual, pero al cuadrado.

¿Sería mucho pedir que a alguien le diera por poner, al menos, Jesucristo Superstar? O si les gustan tanto las películas con cruces… ¡por lo menos, que echen alguna de vampiros!

martes, abril 03, 2007

Lo de todos los años

Aunque no soy lo que se dice una persona creyente, tampoco me levanto cada mañana pensando en cuántos curas me voy a comer hoy. Siempre que las circunstancias lo permiten, el principio de “vive y deja vivir” me parece de muy saludable aplicación, y el de “vive y deja morir” se lo dejamos a 007. Quiero decir con esto que tampoco se me puede contar entre los oligofrénicos que en Navidad abogan por la eliminación de los belenes en las escuelas, o por sustituir a los Reyes Magos de la cabalgata por representantes de ONGs (uno y medio de ellos mujer, por aquello de las cuotas). En conjunto, me gusta pensar que trato a la Iglesia católica bastante mejor de lo que ella trata a los que piensan como yo.

Así que, una vez que he dejado las cosas claras, creo que puedo decir sin temor a confusiones: ¿Por qué narices cada Semana Santa tenemos que aguantar la misma programación cinematográfica? Ya hemos tenido Ben-Hur y Los Diez Mandamientos (creo que esta, en una versión nueva), y me temo que no tardarán mucho en aparecer Quo Vadis y, en Cine de Barrio, Currito de la Cruz (en la versión de Rafael Gil, de 1965, tan mala que da risa). Unos recursos de programación que antes, pero mucho, mucho antes, eran obligatorios, como obligatorio era ser católico practicante en este país; y donde no había demasiadas posibilidades de escape, porque el vídeo no se había inventado (bueno, inventado sí, comercializado, no) y sólo había dos cadenas de televisión… ¿Pero en 2007? ¿En un estado oficialmente laico? ¿Con seis canales nacionales, unos cuantos autonómicos y ni se sabe por la TDT? ¿Y seguimos recurriendo a las películas de siempre? Porque, vamos, si se trata de exhibir cine católico, por lo menos podrían hacerlo con obras maestras, como el Ordet de Carl Dreyer, o con versiones más actuales, como La Pasión de Cristo del amigo Mel… Pero ni eso.

Pase que cada Nochebuena no nos libremos de que en algún canal emitan Qué bello es vivir (excelente película, por otra parte), pero aquí, por favor, un poco de imaginación… Creo que gracias al DVD me voy a montar mi propia programación de Semana Santa. Con Pasolini y La vida de Brian.

domingo, abril 01, 2007

Signos y leyendas

Leo que un incendio provocado ha estado a punto de acabar con el famoso signo de HOLLYWOOD que, colocado en las colinas de Los Angeles, es claramente visible a poco que se conduzca por la ciudad. Hay quien dice que es el cartel más conocido del mundo, y puede que no le falte razón (yo, al menos en este momento, no puedo pensar en otro), pero también es uno sobre los que corre una mayor cantidad de leyendas urbanas. Por ejemplo:

a) Se dice que fue creado para promocionar la meca del cine, pero en sus orígenes no tuvo nada que ver con ello. La verdad es que se montó como el anuncio de una gigantesca operación inmobiliaria que abarcaba toda la zona, conocida entonces como Hollywoodland (el asunto se menciona en La dalia negra). Cuando el nombre de Hollywood pasó a ser sinónimo de cine, la gente empezó a asociar el cartel más con el séptimo arte y menos con la construcción.

b) Como puede verse en esta imagen, en un principio el cartel tenía trece letras y decía HOLLYWOODLAND. La leyenda cuenta que las cuatro últimas letras fueron retiradas después de que muchos actores y actrices fracasados se suicidaran tirándose desde lo alto de la última D. Falso también. Es cierto que hubo casos de suicidio -el último, creo, el de la actriz Peg Entwistle, en 1932- pero no me consta que todos se tiraran desde la misma letra (de hecho, Entwistle utilizó la H), y en todo caso, el nuevo cartel seguía luciendo una hermosa D, con lo que poco habríamos adelantado en ese aspecto. La verdad es que el cambio de nombre se produjo durante una remodelación.

El resto es mito. Como lo es el que uno de los signos más grandes jamás construidos continúe atrayendo las miradas de los turistas cinéfilos sobre Hollywood… cuando hace ya mucho que Hollywood dejó de ser el epicentro del séptimo arte.