miércoles, febrero 28, 2007

¿Pero a mí de qué me suena Alan Arkin?



Esa es la pregunta que pueden hacerse muchos espectadores a la hora de repasar la carrera del flamante ganador del Oscar al Mejor Actor Secundario, que se ha impuesto a nominados más conocidos pero de trayectoria menos dilatada, como Eddie Murphy -del que se cotillea que no soportó perder, y nada más darse el premio se largó del Kodak Theatre con un cabreo de mono; buena noticia para los llenabutacas que ocuparon su puesto el resto de la gala- o Mark Whalberg. La verdad es que llevamos toda la vida viendo a Arkin, haciendo todo tipo de películas en todo tipo de papeles; eso, cuando no está trabajando en Broadway, escribiendo o dando clases de interpretación.

Alan Arkin es un todoterreno. Su formación teatral a prueba de bomba le ha preparado para enfrentarse con cualquier cosa; en los últimos años es verdad que se le puede ver haciendo sobre todo de abuelito más o menos entrañable, pero uno de sus primeros papeles fue el del psicópata que acosa a Audrey Hepburn en Sola en la Oscuridad (Terence Young, 1967), aunque muy poco antes había aparecido en la comedia de Norman Jewison ¡Qué vienen los rusos! ¡Qué vienen los rusos! (1966), que le valió su primera nominación al Oscar (La segunda llegaría en 1969 por El corazón es un cazador solitario). Mucho antes de que Mel Gibson y Danny Glover volvieran a poner de moda las buddy movies con la serie Arma Letal, Arkin protagonizó Una extraña pareja de polis (1974) junto a James Caan; en 1991 destacó como el mecánico que ayuda al protagonista de Rocketeer, una película de aventuras nada despreciable y llena de guiños a leyendas del Hollywood clásico. Al año siguiente estaba metido en uno de los mayores dramas llevados a la pantalla en los últimos años, Glengarry Glen Ross.

Pero Arkin tiene también en su haber una película rara, rara, rara. O maldita, como ustedes quieran, considerando que tuvo que sustituir ni más ni menos que a Peter Sellers, y además en su papel más famoso. Tras los éxitos de La pantera Rosa (1963) y El nuevo caso del Inspector Clouseau (1964), el actor inglés se negó a interpretar por tercera vez al muy cretino polícía de la Sureté (volvería a hacerlo en 1975), y los productores de la serie le ofrecieron el papel a Arkin. La película, estrenada en 1968, se tituló Inspector Clouseau (el título español fue El rey del peligro) y, teniendo en cuenta que tampoco estaba Blake Edwards tras la cámara, el batacazo en taquilla fue monumental.

La película ha permanecido en el olvido, hasta que el año pasado fue editada en DVD -esta vez con su título original- junto con todas las demás de la serie de La Pantera Rosa. Creo que se puede conseguir por unos siete euros, pero yo la vi hace años y la verdad, tampoco recuerdo que fuera para tirar cohetes.

martes, febrero 27, 2007

La gran hora de Marty



Qué quieren que les diga, no necesito ningún Oscar para que me descubran ahora a Martin Scorsese. En alguna otra entrada dejé mi opinión sobre Infiltrados, y me parece que no soy el único en pensar así de ella. Por eso, sinceramente, escribí aquí hace unos días que sí le darían el Oscar, pero no creía que haría doblete con la mejor película.

La película por la que ha ganado el Oscar será regular (no es el primer caso en que el premiado lo es por uno de sus peores trabajos), pero hagamos un poco de memoria e imaginense ir a un maratón de cine compuesto por las siguientes películas: Alicia ya no vive aquí, Taxi Driver, El último vals, Toro salvaje, Jo, qué noche, Uno de los nuestros, El cabo del terror, Casino... ¿Se les hace o no la boca agua? Pues dejémonos de rollos sobre si se merecía o no el Oscar por Infiltrados; se lo merecía. Punto.

Por otra parte, si el maratón consta de Kundun, La última tentación de Cristo, Gangs of New York y Al límite, pues como que apetece menos. Scorsese ha sido tan talentoso como irregular; lo que ocurre es que sus películas buenas son tan buenas que tendemos a olvidar toda la morralla que también ha hecho.

¿Y dónde dejamos El rey de la comedia? Me van ustedes a desertar en masa, pero soy de los pocos a los que les parece una película excelente, malograda por un final equivocado. Por desgracia, la mayoría de la gente pensó que era una película que fallaba toda ella de principio a fin, y el día de su estreno le volvió la espalda. Fue uno de los grandes fracasos de taquilla de Scorsese, que coincidió con su cuarenta cumpleaños y con el fin de su matrimonio con Isabella Rossellini. En conjunto, no estaba del mejor humor cuando Francis Ford Coppola fue a visitarle a Nueva York. Fueron a cenar al Odeon, un restaurante de lo más pijo en la zona de TriBeCa, y después, de vuelta en su loft, Scorsese no paraba de quejarse sobre sus problemas económicos. “Estoy arruinado, no tengo un centavo”. Por fin, Coppola no pudo más; acababa de endeudarse hasta las cejas para poder terminar Apocalypse Now, y uno de los acreedores había exigido su parte del préstamo, arrebatándole todo menos su casa y sus viñedos. Según cuenta Peter Biskind, agarró a Scorsese y le dijo:

- Marty ¿Te quieres calmar? ¿Qué tú estás arruinado? ¡Yo debo cincuenta millones!.

lunes, febrero 26, 2007

¿Actores o imitadores?



Pasada la resaca oscareña, este fin de semana he estado viendo una interpretación que en su día estuvo nominada, aunque no llegó a ganar: Will Smith en Ali (2003). No es ni de lejos la mejor peli de Michael Mann, pero ese no es el tema que me interesa: es el trabajo de Smith el que me plantea dudas. Su parecido con el antiguo Cassius Clay es impresionante, y es obvio que, si se ha tirado horas enteras en el gimnasio, más horas tiene que haberse pasado mirando las grabaciones disponibles sobre la vida y las peleas de Ali. Ahí está el problema.

Como la biografía de Alí es relativamente reciente, hay grandes cantidades de material filmado sobre él. Todas las peleas que vemos en la película fueron retransmitidas en su día por televisión, al igual que sus ruedas de prensa y entrevistas con la leyenda del periodismo deportivo Howard Cossell. Y la película los reproduce palabra por palabra, y casi fotograma a fotograma. Así que la pregunta que se me ocurre es: ¿Will Smith está interpretando a Muhammad Alí… o imitándolo?

Con la plaga de biopics que ha inundado el cine actual, este es un tema que se ha planteado últimamente en foros más actualizados que este blog. Sobre todo porque estos papeles suelen estar muy presentes en los Oscar (los ganadores de este año han conseguido sus premios recreando a Idi Amin y la Reina Isabel; el año pasado, a Truman Capote, el anterior, a Ray Charles…) donde parece que el punto fuerte es la similitud del actor con el personaje original, en detrimento de interpretaciones menos llamativas que no tienen una base conocida en la que apoyarse, y que tienden a ser pasadas por alto. ¿Pero hasta qué punto es un trabajo actoral reproducir todos los gestos y palabras de una celebridad real?

¿Y hasta qué punto es necesario que el actor o actriz se parezca físicamente a la celebridad a la que interpreta? Warren Beatty y Faye Dunaway no podían ser más distintos de los verdaderos Bonnie Parker y Clyde Barrow, feos y cutres hasta decir basta… pero a los millones de espectadores que tuvo la película Bonnie y Clyde (1966) de Arthur Penn, no pareció importarles; a todos menos a la hermana de la verdadera Bonnie Parker, que demandó a la Warner Brothers por ensuciar la memoria de la familia. Sin demasiado motivo, porque otra cosa que hizo esa película, y que es bastante habitual en las biografías cinematográficos, fue obviar algunos de los aspectos más truculentos de la vida de Bonnie y su compañero… Pero de eso ya hablaremos otro día.

sábado, febrero 24, 2007

Tiempo de quinielas

Bueno, pues tal y como quedamos hace unos días, cuando comenzamos este recorrido por los Oscars, y como diría el capitán del Titanic, ha llegado el momento de mojarse. Esta es mi quiniela, y mañana por la noche (o mejor, por la madrugada) podremos ver hasta qué punto este que lo es su bloguero ha acertado o metido la pata hasta el corvejón. Y, como ya dije también en su día, todo el que quiera dejar aquí sus opiniones es igualmente bienvenido. El lunes contrastamos datos.

Mejor película: Babel.

Mejor director: Martin Scorsese por Infiltrados.

Mejor actor: Forrest Whitaker, por El último Rey de Escocia.

Mejor actor secundario: Mark Whalberg, por Infiltrados.

Mejor actriz secundaria: Jennifer Hudson, por Dreamgirls.

Mejor actriz… Pues sí, señores: PENÉLOPE CRUZ.

Ya sé, ya sé que me estoy columpiando de mala manera. Que Helen Mirren es mucho mejor actriz que Pe de aquí a Sebastopol, y que está arrasando con La Reina, y que dar el premio a cualquier otra intérprete sería un crimen de lesa majestad, y nunca mejor dicho. Pero qué quieren que les diga; esta quiniela no la he hecho considerando la calidad del trabajo de cada nominado, sino más bien intentando recoger lo que se dice, se comenta, se rumorea. No estamos votando; estamos intentando acertar. Y tengo un pálpito…

El lunes veremos quién tenía razón y, tanto a los que este monográfico sobre los Oscars les haya gustado como a los que les haya aburrido moralmente, les aviso que a partir de ya cambiamos radicalmente de tercio.

viernes, febrero 23, 2007

Por los pelos

No se dejen engañar por comentarios despectivos, actitudes condescendientes o declaraciones a posteriori tipo “sólo haber sido nominado es ya un honor”: ningún actor en su sano juicio rechaza un Oscar. Un premio de la Academia de Hollywood significa reconocimiento mundial, aumento espectacular del salario y el inicio, o la confirmación, de una carrera de superestrella (aunque no siempre sea así; yo siempre me acuerdo de F. Murray Abraham, que ganó el Oscar al Mejor Actor por su interpretación de Salieri en Amadeus… pero no sé si soy el único que se acuerda de él). Y, en los dos únicos casos en que se ha rechazado el premio -George C. Scott por Patton y Marlon Brando por El Padrino- lo primero y primordial que estos dos nombres traen a la memoria es que ganaron un Oscar (en el caso de Brando, dos), y lo segundo, en plan más anecdótico, que lo rechazaron.

Otra cosa es que algunos no se ahorren alguna crítica. Scott rechazó su premio porque, dijo, no consideraba que la profesión de actor pudiera considerarse una competición. Algo parecido dijo en su día Humphrey Bogart: “La única manera de determinar quién es el mejor actor sería poner a todos los nominados a interpretar Hamlet. Y así, de paso, tendríamos algunos Hamlets muy divertidos”.

Bogart mismo ganaría el Oscar, después de varias nominaciones, por La reina de África (1951), pero estuvo a punto de no hacerlo. Ya se sabe que, para que una película pueda ser tomada en consideración para estos premios, debe haber sido estrenada antes del 31 de diciembre del año anterior. Aunque sea en una sola sala. La película de John Huston lo logró por los pelos. Tras el dificultoso rodaje en Africa, la cinta se montó en Londres, y el productor, Sam Spiegel, se encargó de llevar en persona las latas con los rollos de celuloide a través de una tormenta en el Atlántico, una huelga de aduaneros en Boston que duró dos días, y un vuelo a través de Estados Unidos. La película consiguió llegar a un cine el mismo 31 de diciembre.

jueves, febrero 22, 2007

"Sólo para este ensayo..."



Como Penélope Cruz, además de ser nominada, es presentadora de uno de los premios, es seguro que estos días estará liada con los ensayos de la gala. Si las cuentas no me fallan, los organizadores llevarán ya varios días de preparación (y de actos previos como el almuerzo de los nominados, al que pertenece esta foto de hace un par de años, con Clint Eastwood y Tim Robbins) y mañana será el ensayo general. En los Oscar actuales, nada se deja al azar.

La cosa funciona más o menos así: los presentadores llegan al Kodak Theatre, ensayan su entrada y repasan el texto que les han escrito. Si tienen algunas objeciones -y más de uno las tiene- aún se está a tiempo de cambiarlo. Al ensayar la entrega, abren el sobre, donde está el nombre de uno de los nominados en la categoría correspondiente, escogido completamente al azar. Pero, para evitar malentendidos, durante los ensayos siempre se utiliza la fórmula “Sólo para este ensayo, el Oscar es para Fulano”. Entonces, uno de los extras (no confundir con los llenabutacas de hace unos días), que está sentado precisamente en la butaca que ocupará Fulano, se levanta, sube al escenario, pronuncia un discurso de agradecimiento inventado y se va con el presentador por la salida prevista.

Aunque parece fácil, a veces pasan cosas; Schwarzenegger quejándose porque el encargado del teleprompter (la pantalla de televisión situada frente al escenario) hacía correr el texto demasiado deprisa; o Steven Spielberg, encargado de dar el Oscar a la Mejor Película en 2004, resistiéndose a leer el nombre que apareció en su sobre de ensayo, El Retorno del Rey, que fue el título que finalmente ganó. Lo solucionó diciendo: “Sólo para este ensayo, el Oscar es para La gata sobre el tejado de zinc”.

Pero el objetivo final, como ya les he dicho, es que no quede lugar para los imprevistos. En otros tiempos las cosas se dejaban más al azar, y pasaba lo que pasaba. Por ejemplo, en la ceremonia de 1938, cuando Alice Brady ganó el Oscar a la mejor actriz secundaria por In Old Chicago. Como no pudo recogerlo en persona por tener una pierna rota, un caballero impecablemente vestido lo aceptó en su nombre, dio las gracias, y se marchó. Unos días después, se supo que Brady no había enviado a nadie a recoger el premio en su lugar; el representante era un impostor que robó el Oscar delante de todo el público.

Si quieren mi opinión, esa sí que fue una actuación brillante.

martes, febrero 20, 2007

Sí al "fart", no al "fuck"

Los organizadores de la ceremonia de 2000 se encontraron con que el cambio de milenio les traía una complicación políticamente incorrecta: La canción Blame Canada se había colado entre las nominadas. ¿Cuál era el problema? Varios. En primer lugar, el tema pertenecía ni más ni menos que a la película South Park, basada en la serie de dibujos animados para adultos (para adultos creciditos) que había triunfado en el canal de cable Comedy Central y, posteriormente, en todo el mundo. Su paso al cine era evidente, como evidente fue que, si la serie de televisión se pasaba varios pueblos, la peli se iba a pasar estados enteros. No tardó en ser calificada como la película con más tacos de la historia del cine.

Blame Canada era, con mucho, el tema más suave de la banda sonora, y aún así ponía a caldo a los canadienses, llamaba “zorra” a la cantante de ese país, Anne Murray, se metía con Celine Dion, empleaba varias veces la palabra fart (“pedo”) y completaba la faena con la estrofa “My boy Eric used to have my picture on his shelf / But now when he sees me he tells me to FUCK MYSELF” (“Mi chico Eric solía tener mi foto en su estantería / pero ahora cuando me ve me dice que me vaya a… bueno, a eso”). Esta última palabra era impronunciable en televisión, y las demás iban a suponer un enorme trabajo de relaciones públicas. Y quedaba el problema más importante: ¿quién iba a cantarla?

Tradicionalmente (y una de las pocas veces que no ha sido así fue en 2006) se intenta que las canciones nominadas corran a cargo de sus intérpretes originales. Pero en este caso, las voces de la canción las habían puesto Trey Parker y Matt Stones, los creadores de South Park, que no tenían ninguna experiencia como cantantes; ni hablemos de interpretar el tema en directo ante una audiencia de millones de personas. El tercer intérprete original, la actriz Mary Kay Bergman, se había suicidado seis meses antes. Y no se trataba solo de encontrar a algún cantante profesional dispuesto a interpretar la canción; es que, encima, su imagen tenía que adecuarse mínimamente a ella. Digamos que Celine Dion y Michael Bolton no tardaron en quedar descartados.

La solución fue Robin Williams. Al ser un fanático de South Park, no costó convencerle de que interpretara la canción en directo. Richard Zanuck, coproductor de la gala de se año, negoció con la cadena ABC: Williams podía decir fart, pero, desde luego, no fuck. Y Anne Murray mandó un mensaje: no importaba que la llamaran "zorra", porque entendía que la canción tenía una intención ante todo paródica.

El resultado fue visto por espectadores de todo el mundo; Williams apareció rodeado de dos docenas de cantantes y bailarines, y de una docena más de bailarinas vestidas de policía montada; fue el mejor número de la noche, pero quedó bastante claro que Blame Canada ya había hecho bastante con estar nominada: ganó Phil Collins por la canción You’ll be in my heart, compuesta para la película Tarzán, de la Disney. Y por cierto… ¿alguien es capaz de tararearla?

lunes, febrero 19, 2007

La importancia del apellido



El otro día mencionábamos a Roberto Benigni, y hay que recordar que cuando ganó su inexplicable Oscar, el premio se lo entregó Sofía Loren, que a la hora de leer el nombre del ganador, lanzó un sonoro “¡Robeeerto!”, anticipándose al ¡“Peeedroooo!” que Penélope Cruz lanzaría al año siguiente, y del que ya nos hemos ocupado en alguna ocasión en este blog.

Con esto de los nombres hay que tener cuidado; en ambas ocasiones, no había más Pedros ni más Robertos nominados, pero no siempre ha sido así. A veces, los presentadores se han dado cuenta y han especificado el apellido del ganador (en alguna ocasión, haciendo una pausa maliciosa entre nombre y apellido), pero en una gala en concreto las cosas no fueron así. Fue en la entrega de premios de 1933 (en esa época se celebraban durante una cena, no en un teatro), cuando llegó el momento de entregar el Oscar al Mejor Director. El presentador, Will Rogers, abrió el sobre y soltó la siguiente parrafada: “Bueno, bueno, bueno, ¿Qué les parece? He estado siguiendo la carrera de este joven durante mucho tiempo. Le he visto surgir desde abajo, y quiero decir desde abajo de verdad. No le podía haber pasado a una persona mejor. ¡VEN A POR ÉL, FRANK!”.

Al instante, Frank Capra, nominado por Dama por un día, se levantó de su mesa y se dirigió hacia el escenario mientras hacía señas a los iluminadores para que le enfocaran… y se detuvo en seco cuando vio que éstos dirigían las luces a Frank Lloyd, nominado como él y ganador por Cabalgata. Capra tuvo que volver a su sitio mientras todo el mundo le miraba; según contó en su autobiografía, fue uno de los momentos más tristes de su vida…

… Claro que se resarciría al año siguiente, cuando su película Sucedió una noche (1934), consiguió un pleno: Oscar a la Mejor Película, Mejor Guión, Mejor Actor, Mejor Actriz y Mejor Director. Y en esta ocasión, los focos sí que le iluminaron a él.

P. D. He visto por fin Apocalypto, que en general me ha parecido una película de muchos quilates, aunque le faltan y le sobran algunas cosas. ¿Pero quiere alguien explicarme que hacía un niño de doce años (como mucho) viendo esta animalada en los multicines de Las Rozas? Creo que aguantó veinte minutos hasta que la bestia pard… quiero decir, la madre que tuvo a bien llevarlo, le sacó de la sala. La calificación de edades para las películas puede que no sea tan estricta como cuando éramos niños nosotros, pero, desde luego, está por algo. Espero que la criatura no haya tenido demasiadas pesadillas.

sábado, febrero 17, 2007

O te pasas o no llegas

La limitación en los discursos de agradecimiento en la gala de los Oscar que comentábamos ayer responde a una doble finalidad: primera, no aburrir al público, y segunda, mantener la duración de la ceremonia dentro de unos límites razonables. Desde hace algunos años, estos “límites aceptables” tienen un tope de tres horas y media, impuesto por la retransmisión televisiva. Más tiempo significaría que la ceremonia finalizara después de medianoche en el horario de la Costa Este de Estados Unidos, con lo cual millones de espectadores tendrían que irse a la cama sin conocer los ganadores de los premios más importantes. Algún organizador de la gala ha dicho, medio en broma, “bueno, pues esto se arregla entregando el premio a la Mejor Película al principio”. Pero claro, no se trata de eso...

Ese es el motivo de que en la ceremonia anterior algunos de los Oscar menores se entregaran con todos los nominados en el escenario (una idea chocante que espero no se repita este año), y de que la duración de las canciones se corte, y de que, en general, se haga todo lo posible para no pasarse del tiempo previsto. No siempre se ha conseguido. Y, en ocasión, ocurrió todo lo contrario, dando lugar a un final de gala completamente surrealista.

Fue en 1958, el sexto año en que la gala se retransmitía por televisión (entonces se ocupaba la cadena NBC). La ceremonia, presentada entre otros por Jerry Lewis (no he encontrado fotos de la gala, así que arriba tienen una de sus numerosos shows benéficos) tenía que haber acabado con la actriz y cantante Mitzi Gaynor interpretando la canción There’s no business like show business con los ganadores y presentadores situados tras ella haciendo los coros. Pero, mientras se representaba el número, avisaron a Lewis de que faltaban veinte minutos para que el programa cumpliera la duración estipulada por la televisión. El cómico salió al escenario y gritó: “¡veinte veces más!”, y lo curioso es que la mayoría de las estrellas obedecieron sin rechistar. Para hacer más entretenida aquella repetición incesante de la canción, algunas comenzaron a bailar en parejas: Cary Grant lo hizo con Ingrid Bergman; Natalie Wood con su marido, Robert Wagner; Tony Randall, con Eva Marie Saint; Maurice Chevalier, con Rosalind Russell; el compositor Dimitri Tiomkin con Angela Lansbury; Bob Hope, con Zsa Zsa Gabor, y Dean Martin (que aprovechó para acercarse bailando al podio de los premios y agarrar un Oscar) con Sofía Loren, todo más o menos amenizado por los comentarios de Lewis. Por fin, la NBC decidió cortar la emisión cuando Lewis comenzó a dirigir la orquesta y a interpretar un solo de trompeta. Para entonces, muchas de las estrellas se habían cansado de bailar y habían abandonado el escenario, y el patio de butacas estaba medio vacío.

Lewis nunca volvió a presentar los Oscar, aunque la culpa no fue tanto suya como del productor de la gala de ese año, Jerry Wald, y de una ceremonia que siempre es, hasta cierto punto, imprevisible. Total, con que algunos de los premiados hubieran hablado un poco más...

jueves, febrero 15, 2007

Peligro: plastas


No, con el título no me estoy refiriendo a los aquí presentes Will Ferrell y Jack Black, (aunque hay opiniones para todo). Los pongo porque hace un par de años aparecieron en la ceremonia de los Oscar para cantar una canción titulada You’re boring donde se cachondeaban de la tendencia de los premiados a soltar unos discursos interminables mientras el público asistente se aburría, se aburría y se aburría. No les faltaba razón, y es que la longitud de las palabrillas de agradecimiento ha sido siempre una de las principales preocupaciones de los organizadores. Éstos no se cansan de repetir que los premiados tienen a su disposición una sala de prensa donde cuentan con todo el tiempo del mundo para darle las gracias a quien quieran, y que en el escenario deberían intentar abreviar. Pero es inútil.

Desde 1985 se estableció la norma de los 45 segundos; ese es el tiempo máximo para dar las gracias, después del cual la orquesta empieza a tocar para indicar sutilmente al galardonado que hasta ahí. Pero la verdad es que es un plazo bastante elástico, y está pensando sobre todo para los premios menores: los ganadores de los cinco Oscar principales suelen enrollarse como persianas, y nadie les corta.

Otros, sencillamente, no hacen caso. Cuando Martin Landau ganó en 1995 el Oscar al Mejor Actor Secundario por Ed Wood, comenzó por dar las gracias a Tim Burton y continuó con Disney, Johhny Depp, los maquilladores, los periodistas, sus agentes, su hija, su mejor amigo, su hermana, toda la Academia, la rama de actores de la Academia… para entonces, el actor podía ver en los monitores de televisión situados delante suyo la frase POR FAVOR, ACABA, parpadeando en letras rojas, pero siguió adelante. Cuando llevaba dos minutos y siete segundos hablando Landau paró para tomar aliento, y fue cuando Gil Cates, organizador de la gala, dio la orden “¡Música y que le jodan!”.

No se crean que ha sido el peor caso. Cuando Greer Garson ganó el Oscar a la Mejor Actriz en 1943 por La señora Miniver se lanzó a un discurso de agradecimiento que duró cinco minutos con quince segundos, y en el que le dio las gracias incluso “al médico que me trajo a este mundo”. El monólogo dio lugar a tantos chistes que se dice que la actriz evitó volver a hablar en público durante más de un año.

Otros han sido más concisos, y además les ha dado tiempo para dejar alguna frase para la historia: “¿Puedo empeñarlo?” (Groucho Marx), “Espero que esto no sea una equivocación, porque no pienso devolverlo por nada del mundo” (Yul Brinner), y una de mis favoritas personales, la de Fernando Trueba: “Me gustaría creer en Dios para darle las gracias, pero sólo creo en Billy Wilder. Así que gracias, señor Wilder”.

Por cierto, espero que la entrada de hoy no les haya parecido demasiado larga…

martes, febrero 13, 2007

Solo ante el "streaking"



Siento no haber encontrado una imagen mejor para ilustrar la entrada de hoy, porque se refiere a una de las mejores anécdotas de toda la historia de los Oscar. Ocurrió en la ceremonia de 1974, y le tocó padecerla a David Niven, uno de los presentadores de la noche. El actor inglés estaba a punto de presentar a Elizabeth Taylor, que entregaría el premio a la Mejor Película, y anunció que a continuación aparecería en el escenario “alguien que ha supuesto una importante contribución en el mundo del espectáculo…” pero en lugar de la actriz de los ojos violetas, el que surgió tras la cortina fue el caballero que se ve en la imagen, haciendo el signo de la victoria y llevando puesto únicamente el reloj y el bigote.

Al principio, Niven quedó perplejo mientras el servicio de seguridad retiraba al streaker y el público en el patio de butacas, literalmente, se tiraba por los suelos. Por fin, no pudo más, y empezó a reírse el también. Cuando todo el mundo hubo recuperado la compostura, Niven por fin habló: “Esto, de algún modo, tenía que pasar. (Más risas del público). Pero piensen, damas y caballeros, que las únicas risas que ese hombre conseguirá en su vida habrán sido por desnudarse y enseñar sus vergüenzas”.

Niven tenía razón. Robert Opal, que tal era el nombre del nudista, consiguió a consecuencia de su acto una efímera fama como cómico, aunque lo más normal era que le invitasen a fiestas, donde también se desnudaba, y a algún show de televisión (donde permanecía vestido). En 1979 lo encontraron asesinado en el sex-shop de su propiedad, en San Francisco.

Y me hubiera encantado colgarles el vídeo, pero me ha fallado You Tube. De todos modos, es frecuente que ofrezcan la escena en los documentales sobre los premios. Si es así, no se lo pierdan. Me he reído más aquí con David Niven que en muchas de sus películas.

Nice job if you can get it



Es el título de una canción que Sinatra cantaba con Count Basie, y creo que viene que ni pintada aquí. Hablábamos ayer de una manera de ir a la ceremonia de los Oscar y encima cobrar, y esta es consiguiendo un trabajo para el que todos los años se presentan cientos de voluntarios: el de seat-filler o, traducido libremente, llenabutacas.

¿Qué hace exactamente un llenabutacas? Pues lo que su nombre indica: sentarse en los asientos que queden vacíos hasta que regrese su ocupante original. El objetivo es conseguir que el teatro dé una buena imagen durante la retransmisión televisiva, y que no se vean huecos entre la gente. Hay que aclarar que en los Oscar nadie, por muy estrella que sea, puede entrar o salir de la sala durante la ceremonia. Sólo puede abandonarse la butaca cuando se gana un premio o en los intervalos de publicidad, por otra parte muy abundantes. Cuando se reanude la retransmisión, no puede quedar ningún asiento sin ocupar.

Los llenabutacas dividen sus tareas en tres campos: están los ojeadores, que localizan los asientos que quedan vacíos; los llenabutacas en sí, que los ocupan, y los corredores, que les llevan a toda velocidad hasta su sitio. El tiempo que vayan a estar allí depende de las circunstancias: si chimeneas humanas como Leonardo DiCaprio o Russell Crowe salen a echar un cigarrito, probablemente estarán de vuelta para el próximo intermedio. En cambio, si se ocupa el asiento de un premiado puede uno contar con unos tres cuartos de hora, hasta que termine la inevitable ronda de entrevistas. Y luego están los que tienen la suerte de quedarse allí la ceremonia entera porque hay alguna cancelación de última hora, o una emergencia como ocurrió cuando la hija de Will Smith se puso enferma, y el actor y su esposa (en la foto) dejaron la entrega para llevarla al hospital.

No es fácil ser seleccionado para esta tarea: primero, hay que tener buen aspecto y no desentonar llevando un smoking (lo que, ya de entrada, descalifica a casi todos los actores del cine español) o un traje de noche en el caso de las chicas. Después, hay que practicar para llegar hasta el asiento sin dar pisotones o molestar a los que ya están sentados. Y luego está el comportamiento que hay que observar cuando a uno le toque sentarse al lado de una estrella y que se resume en dos palabras: no molestar. Pedir autógrafos está absolutamente prohibido, y no hay que dirigirle la palabra a menos que ella se la dirija a uno (la mayoría de las estrellas lo hacen, de todos modos). Si el llenabutacas está sentado junto a un nominado, puede desearle suerte.

A cambio de todo esto reciben un sueldo, y varios recuerdos de los Oscar como camisetas, gorras, etc. Y muchos repiten varios años. ¿Les parece un trabajo inaguantable... o les he puesto los dientes largos?

lunes, febrero 12, 2007

Al fondo hay sitio (pero no mucho)



A la ceremonia de los Oscar asisten los miembros de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood.

Pues vaya castaña de blog, dirán ustedes. Pero es que la cosa es más complicada de lo que parece. Hay un problema principal: la Academia tiene más miembros de los que pueden caber en ninguno de los locales que se han elegido para el acto. Literalmente, no hay sitio para todos. Contar con más butacas disponibles ha sido uno de los motivos por los que los premios estuvieron bailando durante unos años de un local a otro, pasando del Dorothy Chandler Pavilion, que puede albergar a casi 3.200 personas, al Shrine Auditorium, con capacidad para casi 6.500 (aunque ya no se celebren en ninguno de estos dos sitios).

Pero incluso todas esas butacas pueden no bastar. Veamos: estrellas, magnates y superagentes suelen ocupar las ocho primeras filas del local, zona donde también están los sitios reservados para los productores de la gala, las autoridades de la Academia, el presentador y sus invitados. A los nominados suelen colocarles cerca de los pasillos del centro, para que puedan salir sin muchas complicaciones en caso de ganar. Cada nominado recibe dos entradas para la gala, una para él y otra para su acompañante (aunque algunos, como Sean Penn el año que ganó, han conseguido hacer suficiente presión como para obtener alguna más). Y estamos hablando solo de las categorías principales; los nominados a los premios menos notables empiezan a sentarse a partir de la fila ocho, compartiendo la zona con invitados de la Academia y patrocinadores de la retransmisión televisiva. Y no nos olvidemos de las cámaras repartidas por el patio de butacas, que también ocupan el sitio equivalente a varios asientos.

Así que no queda demasiado espacio para los restantes miembros de la Academia. La solución es una lotería: los sitios vacantes se rifan entre todos los miembros que no han sido invitados, pero los ganadores deben pagar por ellos, a precios que, por lo menos a mediados de los 90, oscilaban de 50 a 200 dólares por asiento dependiendo de dónde les hubiera tocado. Es una manera de asegurarse de que sólo irán a la ceremonia aquellos que estén interesados en ir, y que nadie se dejará dos entradas sin usar en su casa.

Sin embargo, hay otra manera de asistir a la ceremonia y, quizás, acabar contemplándola desde un lugar completamente privilegiado. Y además, cobrando. Mañana lo vemos.

P. D. Sólo quería avisar que, a partir de hoy, existen dos maneras de acceder a este blog. La primera es la de siempre, tecleando la dirección. La segunda es a través de la página web de la revista Muy interesante, la publicación líder en España en el campo de la divulgación y una de las mejores revistas que se hacen en el panorama de la prensa actual. Y esto lo seguiría diciendo aunque no me hubieran hecho el honor de formar parte de los primeros títulos en su comunidad de blogeros.

domingo, febrero 11, 2007

¿Y si nos vamos todos a los Oscar?

Pero vamos a irnos como Dios manda, ¿eh? Sin colas, sin apretujones, sin incomodidades. Vamos, que no nos va a hacer falta ir a Armani a por el smoking, ni alquilar la limusina, ni gastarnos media nómina (los que la tengan) en el estilista para que nos despeine. Nosotros, como señores: sin pasar frío, sin movernos de casa, sin que sea necesario nada más que encender el ordenador y meterse en mi blog, que es el suyo.

A partir de mañana, y durante las dos semanas que restan para la entrega de los Oscar, en Pasa las Palomitas vamos a dedicarnos exclusivamente a la ceremonia; sus orígenes, su funcionamiento, y algunos de los mejores (y peores) momentos de las ediciones pasadas. Repasaremos algunas victorias y derrotas inolvidables, y algunas de las anécdotas más jugosas de un evento que las ha vivido de toda clase en sus casi 80 años de historia. Y, si les parece, culminamos el sábado 24, donde todo el que quiera, empezando por quien suscribe, dejará aquí su quiniela sobre los ganadores de este año (en las cinco categorías principales, claro, que uno tampoco es Friker).

Mañana empezamos contestando a una pregunta menos tonta de lo que parece: dejando aparte los nominados, ¿quiénes ocupan el resto de las butacas en la ceremonia?

viernes, febrero 09, 2007

Menos humos

Leo que en algunas zonas de Inglaterra y Estados Unidos han prohibido a los actores de teatro fumar en el escenario; ni siquiera se les permite utilizar cigarrillos de hierbas, de esos que suelen dar el pego cuando el actor prefiere no consumir tabaco de verdad. Precisamente el fin de semana pasado vi en DVD una peli que me permito recomendarles, Gracias por fumar, que en un tono paródico muy de agradecer habla de las argucias de la industria tabaquera para seguir vendiendo sus productos; el cine, claro, es uno de sus principales vehículos publicitarios. Todos hemos visto a Mel Gibson y Bruce Willis encadenando Marlboros y llevando a cabo proezas atléticas dignas de un campeón olímpico, y a Clint Eastwood -que es un loco de la salud, y no ha fumado jamás en la vida real- quemando un Camel tras otro en Los puentes de Madison.

Pero hay otra cara de la moneda, de la que se habla al final de la cinta: la posibilidad de censurar la aparición de tabaco en las películas, y no solo en las actuales, sino utilizando la edición digital para borrar todos los cigarrillos que puedan aparecer en las películas antiguas. La idea no es nueva, y ya la desarrolló Arthur C. Clarke en su novela de 1990 El espectro del Titanic (que no les recomiendo, por muy fans de Clarke que sean, ya que es de las peores que ha escrito), donde dos de sus protagonistas se dedican a eliminar digitalmente cigarrillos y ceniceros de todas las películas clásicas, para poder presentarlas a los sensibles espectadores del siglo XXI.

¿Ciencia-ficción? Cualquiera sabe. La censura digital ya está apareciendo en algunas películas. Si consultan la entrada del 24/09/06 en este mismo blog, verán que ya hacíamos mención a cómo George Lucas modificó la escena de Han Solo y el cazarrecompensas en La guerra de las galaxias (1976) para que pareciera que Harrison Ford disparaba en defensa propia. Y cuando Steven Spielberg sacó la edición en DVD de E. T. el extraterrestre (1981) eliminó por ordenador todas las armas que portaban los agentes federales que perseguían a los niños, y las sustituyó por walkie-talkies. Y, en temas de censura, cuando alguien da el primer paso, de repente resulta mucho más sencillo dar los siguientes. ¿Se imaginan Casablanca con Humphrey Bogart enarbolando un chupa-chup?

jueves, febrero 08, 2007

El crimen que no pudo ser



Como soy un chico de los ochenta, me hace gracia ver a Alaska en televisión. Otra cosa es que vaya a comprarme el disco nuevo que ha sacado con Fangoria; prefiero recordar los tiempos de los Pegamoides. Pero me llama la atención el título del CD, El extraño viaje, que la propia Olvido Gara confiesa que es un homenaje a la película dirigida en 1964 por Fernando Fernán-Gómez.

Una idea estupenda, en mi opinión, porque es sin duda una de sus mejores películas, a la altura de El viaje a ninguna parte (1986); aguanta perfectamente el paso de los años con su combinación de misterio, ternura (esos dos hermanos medio retrasados, medio infantiles, interpretados con tanto talento por Rafaela Aparicio y el director de cine Jesús Franco), erotismo (mejor dicho, travestismo) y terror. Y por si todo lo anterior fuera poco, encima consigue que Carlos Larrañaga parezca un buen actor. La censura de la época dejó pasar la película sin apenas molestarla, lo cual tiene mérito; la única pega estuvo en el título.

El extraño viaje era el título provisional que se puso a la cinta durante el rodaje, a la espera de que a alguien se le ocurriera algo mejor. En la productora propusieron El crimen de Mazarrón, porque, aunque la acción (basada, por cierto, en hechos reales) transcurriera en otro pueblo (el rodaje fue en Loeches) los cadáveres aparecían en esa playa. Y ahí llegaron los problemas. Como cuenta Fernán-Gómez en sus memorias “el Ministerio de Información, que se ocupaba del cine, era también Ministerio de Turismo, y como en la playa de Mazarrón una urbanizadora había empezado a construir, prohibieron el título, porque si una película se llama El crimen de Mazarrón, el turismo no querría acudir”.

“Diez años después, y por otros motivos, estuve en Mazarrón, y a pesar de la prohibición del título, seguía sin acudir el turismo”.

Bueno, el tiempo todo lo arregla, y a lo mejor una visita actual a Mazarrón convencería a Fernán-Gómez de que los de las urbanizaciones, a fin de cuentas, sabían lo que se hacían. Aquellos censores que prohibieron el título de El crimen… si acaso, fueron unos adelantados a su época.

martes, febrero 06, 2007

La arruga es bella

Me encuentro en la tele con Jane Fonda anunciando una crema especial para las mujeres “mayores”, como se dice ahora, en estos tiempos donde parece que nos avergonzamos de un proceso tan natural y deseable como es la vejez (digo deseable porque la única manera de evitarla es morirse antes, así que...). El anuncio concluye con la actriz confesando su edad: “tengo 67 años”. La verdad es que, según la IMDB y The Filmgoer’s Companion, de Leslie Halliwell, nació en 1937, así que tiene alguno más. Pero, ya puestos, para hacernos una idea más realista del porqué de su juvenil aspecto, Fonda podía haber confesado también sus operaciones de estética.

No se lo estoy censurando, que conste; cada uno hace con su cuerpo lo que quiere, y si es estrella de Hollywood, incluso algo más. Recientemente se publicaron unas declaraciones sobre Demi Moore donde se estimaba que la actriz se había gastado unos 400.000 dólares en los últimos años en operaciones de mejora que le habían permitido mantener ese cuerpo serrano, con 44 años y tres hijas. Y hace un tiempo, un magnífico documental de La 2 abordaba el tema con declaraciones de un cirujano plástico de Beverly Hills. “No voy a dar nombres sobre mi clientela”, decía, “pero piensen en cualquier estrella de más de 40 años”.

Las operaciones de estética varían según el paciente sea hombre o mujer. En los varones, lo que más se lleva es el estiramiento de la papada, aunque algunos aprovechan para solucionar otros problemas, como John Wayne, que tuvo que quitarse ojeras porque la cantidad de tejido que se había acumulado en esa zona le impedía incluso abrir bien los ojos.

Y sin embargo, hay ocasiones en que la ausencia de arrugas puede ser un impedimento más que una ventaja a la hora de encontrar trabajo: en 1980, el escritor John Guare y el director Louis Malle buscaban un actor para encarnar al gángster en decadencia de aquella obra maestra que fue Atlantic City, y pensaron en Robert Mitchum. Era la elección ideal, así que Malle le envió una copia del guión, y luego fue a verle a su casa de California. Pero, cuando el actor abrió la puerta, mostraba todos los signos de un reciente estiramiento de piel. Su rostro no tenía ni una arruga. “Lo siento”, dijo,“pero ahora sólo interpreto a tíos de cuarenta y cinco años”.

Así que el papel fue para Burt Lancaster, que no solo aparentaba su edad, sino que además se negó a utilizar ningún tipo de maquillaje que la camuflara. El resultado fue una nominación al Oscar al Mejor Actor, y una interpretación, para quien esto bloguea, absolutamente inolvidable.

lunes, febrero 05, 2007

El rebote de ¡PEEDROOOOOOO!



Por mucho que lo quiera esconder, parece que a Pedro Almodóvar le ha escocido bastante no ser nominado este año para los Oscar por su película Volver. Es verdad que ya tiene dos, cantidad que han ganado poquísimos profesionales del cine, y menos aún que no sean estadounidenses, pero eso son minucias. Se comprende que alegue enfermedades para no ir a la gala de los Goya (eso que se ha ahorrado), porque cuando no te caben los premios en casa, hay que rechazar la morralla. Lo malo es que, si uno se porta así, siempre hay el peligro de que la gente, tan malintencionada ella, empiece a decir que sufre de endiosamiento terminal.

Pero, si ése es el caso, la cosa no le viene de ahora.

¿Recuerdan su primer Oscar? Lo ganó en 2000 por Todo sobre mi madre, película que previamente había hecho un recorrido lleno de premios similar a Volver, lo cual permitió a los organizadores de la ceremonia de los Oscar de ese año hacerse una idea de lo que se les podía venir encima. En la entrega de los Globos de Oro, Almodóvar había dado las gracias con un discurso inconexo, no del todo comprensible, y extremadamente largo, así que Lili Zanuck, productora del show junto con su marido Richard (entre cuyas películas se cuentan, por citar algunas, Tiburón, El Golpe, Veredicto Final… Lili también tiene un Oscar como productora, por Paseando a Miss Daisy) pidió a Antonio Banderas y Penélope Cruz que avisaran al manchego de que si ganaba, sólo podría hablar durante los 45 segundos habituales. Fue en vano. Todos pudimos ver a ¡Peeeedroooo! haciéndonos pasar vergüenza ajena (por lo menos a mí, que soy muy pudoroso) cuando se lanzó a dar las gracias a la Virgen de Medinaceli, a Jesús del Santo Sepulcro y a medio santoral, sin que la interrupción de la orquesta sirviera para callarle, hasta que Banderas lo tuvo que sacar del escenario a tirones.

Pero la cosa no acabó ahí, como pudo comprobar y padecer Lili Zanuck en el posterior Baile del Gobernador. De repente, se encontró frente a un rebotadísimo Almodóvar que comenzó a lanzarle toda serie de protestas: estaba furioso por los organizadores por haberle cortado, estaba furioso con Banderas por haberle sacado del escenario y, ya puestos, tenía más quejas que formular: le parecía fatal que las películas extranjeras fueran seleccionadas por un comité en lugar de por todos los miembros de la Academia, y le parecía peor aún que los directores extranjeros no fueran invitados a la ceremonia de los nominados... y más que no se ve, como suele decirse.

“Me tuvo acorralada treinta jodidos minutos”, comentó después Lili. “Y pensé: Dios, ¿Cómo se habría puesto este tío si llega a perder?”

domingo, febrero 04, 2007

Trabajando sin palabras

Esta noche ponen El Álamo, la leyenda (2004) en TVE1, y la verdad es que, aunque fue un fracaso de público, a mí me gustó bastante. Yo se la recomiendo especialmente para que vean el papel que hace Jordi Mollá como Juan Seguín, uno de los pocos supervivientes del asedio. Me parece uno de sus mejores trabajos, muy alejado de sus interpretaciones de macarra colgao tan frecuentes cuando rueda en su tierra.

No es el único caso de actor español que demuestra talento y profesionalidad cuando cruza el charco. Que Luis Tosar es excelente ya lo sabíamos aquí, pero yo creo que era lo único visible de la soporífera Miami Vice, la peor peli de Michael Mann para quien esto blogea; Paz Vega estaba estupenda en Spanglish; y no podemos olvidar a gente como Javier Bardem o Elena Anaya, aparte de los ya instaladísimos Banderas y Pe, esta con nominación al Oscar incluída. A lo mejor es que soy muy patriotero, pero me alegro mucho cada vez que veo a un actor español trabajando en Hollywood; entre otras cosas porque me acuerdo de la época en que semejante cosa era impensable.

Aunque en los años 60 y 70 las coproducciones rodadas aquí dieron trabajo a muchos actores españoles, Hollywood se seguía resistiendo a contratarlos. Uno de los mayores inconvenientes era el idioma: nadie hablaba inglés, ni estaba demasiado dispuesto a aprenderlo. La excepción fue Fernando Rey, cuando hizo de malo en French Connection (1971), pero lo que poca gente sabe es que llegó allí casi por casualidad. William Friedkin, el director, dijo que para el papel de narcotraficante quería a “ese actor español que ha trabajado tanto con Buñuel”… pero se refería a Francisco Rabal. Cuando se dio cuenta, ya habían contratado al otro que, de todos modos, cumplió perfectamente con el papel. Rabal, por cierto, trabajaría años después con Friedkin en Carga maldita (1977), un remake de El salario del miedo (1955), de Henri-Georges Clouzot, que se estrelló en taquilla.

Y más curioso es todavía el caso de Jose Luis López Vázquez. George Cukor buscaba actores europeos para Viajes con mi tía (1972), que se rodaría en diversos países del viejo continente, y cuando vio las pruebas de López Vázquez, le pareció perfecto para interpretar a uno de los antiguos amantes de Maggie Smith. “Señor Cukor, hay un problema”, le dijeron. “Este hombre no habla inglés”. En lugar de hacerle doblar por otro actor, cosa bastante frecuente por aquel entonces, Cukor tomó una decisión drástica: “Entonces, que no hable”. Y, en efecto, el papel de López Vázquez en esta película es prácticamente mudo, resuelto con la habilidad gestual del que ha sido sin duda uno de los grandes interpretes de nuestro cine. ¿A dónde hubiera podido llegar -él y otros muchos- de haber pasado por una academia de idiomas?

viernes, febrero 02, 2007

Queremos tanto a Walter



Su verdadero nombre era Walter Matthow. Sin embargo, cuando en 1974 hizo un papelito (lo que más bien se llama un cameo) en Terremoto, disfrazado como el borracho de un bar, eligió aparecer en los títulos finales como Walter Matusschanskayasky. Desde entonces, muchos creyeron que ese era su verdadero nombre.

Era un melómano furibundo, y un gran admirador de Mozart. Como dijo de él su amigo Billy Wilder, “para Walter, Beethoven ya es heavy metal”. Por desgracia, también fue un jugador compulsivo, que perdió varios millones de dólares a lo largo de toda su vida.

Billy Wilder quiso contar con él como protagonista masculino de La tentación vive arriba (1954), pero el estudio no quiso emparejar a Marilyn Monroe con un actor desconocido, y obligaron al director a elegir a Tom Ewell, que había interpretado la obra en el teatro. En 1966, Wilder le juntó con Jack Lemmon en En bandeja de plata, película que le convirtió en una estrella y le hizo ganar un Oscar al Mejor Actor Secundario.

Durante el rodaje de esa película, sufrió un ataque al corazón que obligó a detener el rodaje durante cinco meses. La última escena que rodó antes del infarto es cuando, casi al final de la película, un taxi le deja enfrente de la casa de Lemmon, y la primera que rodó tras recuperarse es la que va justo después, cuando entra en el piso. Fijándose bien, se puede apreciar la pérdida de peso que sufrió entre una escena y otra.

En Primera Plana (1974) fue el director que todos los periodistas hubiéramos querido tener: tramposo, marrullero y capaz de cualquier cosa por una exclusiva, pero conocedor de todos los trucos de la profesión y listo como el hambre. Y de él aprendimos que nadie se lee nunca el segundo párrafo de una noticia.

Se llamaba Walter Matthau. ¿Y por qué estamos hablando hoy de él?

Porque hoy hace un año que perdí a la mujer que me trajo a este mundo, y Matthau era uno de sus actores favoritos. En los primeros tiempos del vídeo le llevaba a casa todas las películas de Matthau que podía encontrar, sabiendo que le harían reír y disfrutar. También le encantaba Jack Lemmon; pero se lo pasaba mejor con Matthau…

…y, qué quieren que les diga, a la hora de acordarse de los seres queridos, uno no es muy de misas.

Un beso muy fuerte, madre.