martes, octubre 31, 2006

Hablar del peluquín


En el apartado de lecturas pendientes tengo Sinatra. The life, que compré en Estados Unidos hace algo más de un año. Biografías sobre Sinatra hay, por lo menos, otras dos: A su manera, de Kitty Kelley (Plaza & Janés, 1987), tan sensacionalista como todo lo que ha escrito siempre esta mujer, y Sinatra. A su manera (muy originales no son con los títulos) de J. Randy Taraborrelli (ediciones B, 1998) mucho más completa y recomendable. Esta última la ha escrito el periodista de la BBC Anthony Summers, y está más encaminada a adentrarse en las relaciones del cantante con el crimen organizado, utilizando, asegura, archivos oficiales que nunca antes salieron a la luz.

Le doy una ojeada, y me encuentro con información llamativa: por ejemplo, que la familia de Sinatra y la del gangster Lucky Luciano procedían del mismo lugar de Sicilia, Lercara Friddi, un pueblecito tan diminuto que es casi imposible que no hubiera un mínimo contacto entre ambas. De hecho, lo hubo, y fue más que mínimo, pero de eso iremos hablando en nuevas entradas. De momento, y aunque sea pecar de frívolo, a mí otra cosa que me ha llamado la atención es el asunto de los peluquines.

Que Sinatra llevó peluquín durante muchos años no es ningún secreto, y en esto, desde luego, no estaba solo: entre las estrellas que se han ocultado el cartón en la pantalla están Fred Astaire, Humphrey Bogart, John Wayne, Gary Cooper, Charlton Heston, Burt Reynolds, Lawrence Olivier o James Stewart, por nombrar sólo unos pocos. Pero lo de Sinatra se sale un poco de la media: porque La Voz no tenía un peluquín ni dos, sino sesenta, nada menos, y un ayudante personal que se ocupaba que estuvieran siempre en perfecto estado.

Tampoco hay que extrañarse: Sinatra siempre se jactaba de hacer las cosas a lo grande; por lo que se ve, hasta taparse la calva.

lunes, octubre 30, 2006

Harvey manostijeras

Hablando ayer de Scorsese, se deslizó el nombre de Harvey Weinstein, cofundador con su hermano Bob de la productora Miramax. Como puede verse, Harvey tiene un cierto aire a Tony Soprano, y está tan gordo como Tony Soprano, pero no dejen que eso les lleve a engaño: es Tony Soprano. Su afición a avasallar a todo el que se le ponga por delante (comenzando, lógicamente, por su personal), a soltar tres tacos por cada cuatro palabras que dice, y a caer presa de unos ataques de furia que han hecho temblar repetidas veces los cristales de las oficinas, se ha hecho ya legendaria en el mundillo. Pero también cuenta con una inteligencia innata que le ayudó a construir el imperio que es hoy Miramax (de dónde le despidieron; pero esa es otra historia).

Miramax comenzó simplemente como distribuidora. Al no tener demasiados fondos, uno de sus objetivos eran las películas europeas cuyos derechos podían comprarse por poco dinero. Luego, no necesitaban hacer demasiada taquilla en Estados Unidos para dar beneficios. Sin cultura general, ni cinematográfica, pero con el olfato de un perdiguero para detectar una cinta rentable, los hermanos fueron construyéndose un capital. Entonces, en 1989, Harvey fue al Festival de Cannes y se fijó en una película italiana que había sido un fracaso en su país de origen y que nadie parecía querer: Cinema Paradiso.

No dudó en comprarla, y una vez que la tuvo en su poder, no dudó en cortarla. Eso era algo que había hecho repetidas veces con las películas que distribuía, costumbre que le ha valido el mote de Harvey Manostijeras. El Cinema Paradiso original duraba dos horas y media; tras pasar por las manos de Wenstein, se quedó en dos.

Y aquí viene el meollo de la entrada de hoy, lo que quería que ustedes leyeran y contrastaran: Cinema Paradiso ganó el Oscar a la Mejor Película Extranjera en 1990, y en varios países europeos, España entre ellos, fue un bombazo. Pero no se trataba de la versión original, sino de la cortada y montada por Harvey Weinstein. Existe un montaje del director, de todos modos: salió al mercado en DVD hace unos cuantos años, pero no sé si alguien se ha molestado en echarle un vistazo.

¿Podría concluirse que, al cortar Cinema Paradiso Weinstein le hizo a su director el favor de su vida? ¿Y de quién es el mérito del éxito de la cinta? ¿Del artista italiano o de este cateto de Queens?

(Un poco larga la entrada de hoy, pero creo que vale la pena).

domingo, octubre 29, 2006

Veneno para la taquilla


Parece que con Infiltrados, Martin Scorsese ha logrado lo que llevaba muchísimos años sin catar: un éxito, a juzgar por las cifras de recaudación de la película en sus primeros días en Estados Unidos. Puede que por aquí nos encante su cine, pero en su tierra natal no goza de la misma popularidad, al menos entre los productores, que son los que ponen el dinero.

¿Y quién podría culparles? Sin contar batacazos históricos como New York, New York (1977), el cine de Scorsese ha acabado convertido en eso que los yanquis llaman veneno para la taquilla. Ni Kundun (1997, Disney), ni Al límite (1999, Paramount) ni Casino (1995, Universal) dieron beneficios, e incluso cuando algún título le ha ido relativamente bien, como El aviador (2004), la enormidad de su presupuesto se ha tragado todo posible beneficio. Aunque quizá lo peor fue con Gangs of New York (2003), una apuesta del presidente de Miramax, el implacable Harvey Wenstein, que confiaba conseguir con ella un título con el que presentarse en los Oscar con la cabeza bien alta.

Y tan preocupado estaba por conseguirlo que no vaciló en instalarse en el plató, a supervisar el rodaje. Sus batallas con Scorsese no tardaron en estallar. Una de ellas se produjo porque a Wenstein no le gustaba el maquillaje de Daniel Day-Lewis: consideraba que le hacía aparecer feo, y él quería que sus dos estrellas masculinas (Day-Lewis y DiCaprio) salieran atractivas en la pantalla. También intentó actualizar el lenguaje de principios del siglo XX; pensando que el público de hoy no lo entendería. Habitualmente, Scorsese resistía estos ataques, pero el resultado final fue decepcionante: a un coste total de 175 millones de dólares (incluídos gastos de distribución y publicidad), sólo recaudó 80 en el mercado estadounidense. De hecho, se estima que sus pérdidas se tragaron buena parte de los beneficios de Chicago, el gran éxito de Miramax de ese año.

Esta decepción tuvo un curioso efecto colateral: ediciones especiales en DVD de Pulp Fiction y Jackie Brown, que salieron ese mismo año al mercado estadounidense. Fue un recurso a la desesperada de Miramax para meter algo de dinero, recurriendo al verdadero director estrella de la casa, Quentin Tarantino.

Quede claro que, con todas sus irregularidades, a un servidor le gusta más Scorsese que Tarantino, pero bueno... Aquí estamos hablando de cifras.

viernes, octubre 27, 2006

Voces ajenas (2)


A veces es mejor dejar los recuerdos de juventud donde están. Voy a cenar a casa de mi sobrina y, como es costumbre en nuestra familia, repaso su colección de DVDs en busca de algo para saquear. No me creo lo que encuentro: Saturno 3 (1980), una peli de ciencia-ficción que ví en su día en el madrileño Real Cinema y de la que no guardo mala memoria. A la saca.

Pero, ay, todo es muy distinto cuando uno ya no tiene dieciséis años. Les cuento: la cosa transcurre en una estación espacial situada en la tercera luna de Saturno (de ahí el título) donde vive un Kirk Douglas que pretende hacernos creer que su enésimo lifting le ha dejado hecho un guayabo capaz de beneficiarse en plan fijo a una Farrah Fawcett que aparece en perpetua negligé y reflejando la excelente labor de los peluqueros que, digo yo, deben tener local abierto en algún lugar de la susodicha estación. En estas aparece un Harvey Keitel jovencísimo pero ya apuntando maneras inquietantes, y se pone a fabricar un robot que, en teoría, ayudará en las labores de cultivos hidropónicos y, en la práctica, se convierte en una especie de Charles Manson con tuercas.

Los efectos especiales han envejecido peor que Sara Montiel, el guión suena a algo ya mil veces visto y la peli, la verdad, aburre. Lo peor es que está dirigida nada menos que por Stanley Donen, el autor de maravillas como Cantando bajo la lluvia (codirigida con Gene Kelly), Charada o Movie, Movie, entre otras muchas. Parece que el director original, John Barry (no confundir con el compositor del mismo nombre) fue despedido por diferencias con Douglas y un Donen bastante desganado tomó su puesto.

Bueno, pero al menos está Harvey Keitel ¿No?. Pues no del todo. Escuchada en versión original, la voz que oímos no es la de Harvey Keitel, pues fue doblado por el actor inglés Roy Dotrice. Desconozco las razones, pero es algo que ha ocurrido otras veces: cuando Mad Max (1979) se estrenó en Estados Unidos, los distribuidores doblaron a todos los actores (incluyendo un desconocido Mel Gibson) debido a su fuerte acento australiano; y cuando la principiante Andie McDowell protagonizó Greystoke, la leyenda de Tarzán (1984), lo hizo con un acento del sur de USA que no se correspondía con su personaje de aristócrata inglesa: la dobló Glenn Close.

jueves, octubre 26, 2006

Célibe en San Simeon


Hablábamos ayer de Orson Welles, y hoy me fijo en uno de los lápices que tengo dispuestos en la misma mesa donde escribo este blog: blanco, con goma y las palabras "Hearst Castle" en negro. Me he resistido siempre a utilizarlo, por los recuerdos que me trae.

William Randolph Hearst fue, como todo el mundo sabe, el magnate en el que Welles se basó para construir el personaje de Charles Foster Kane en Ciudadano Kane. Y es también sabido cómo utilizó todo su poder, que no era poco, para boicotear la película, ya que el retrato que de él se hacía en la misma no acababa de gustarle. El mejor ejemplo de su personalidad un tanto megalómana es, precisamente, su “casa”, el castillo Hearst o, como se le conocía entonces, San Simeon. Si alguna vez pasan por la carretera 1, conocida también como la Panorámica, entre San Francisco y Los Angeles, no dejen de reservar un par de horas para visitarlo. No se tarda menos, pero merece la pena.

Si alguna vez ha habido una mansión acorde con los gustos más extravagantes de un multimillonario, ésa ha sido San Simeon. Con más de 200.000 acres de terreno, y construida en la cumbre de una montaña, es un despropósito de mármoles, caobas y obras de arte traídos a golpe de chequera desde todos los puntos de la Tierra (arriba, una de sus piscinas). Refugio de estrellas durante los tiempos del Hollywood dorado, David Niven recuerda en uno de sus libros de memorias cómo pasó la noche en una cama que había pertenecido al cardenal Richelieu. También recuerda otra cosa: su acompañante en esa visita era una joven actriz con la que andaba en relaciones, pero Hearst exigía a sus invitados no casados el celibato más total, así que fueron hospedados en habitaciones separadas. Como tiran más dos de eso que dos carretas, Niven se levantó en plena noche para hacer una incursión al dormitorio de su novia. El recorrido hasta el incluía varios pasillos y salones. A medida que avanzaba por ellos, las luces se iban encendiendo. Como esto ocurrió antes de que se inventaran los sensores de movimiento, Niven no tardó en concluir que su paseo nocturno estaba siendo cuidadosamente monitorizado. Dio media vuelta, volvió a su cuarto, y tuvo que olvidarse del sexo durante el resto de su estancia.

Cabe decir que, al tiempo que imponía estas severas normas a sus huéspedes, Hearst vivía en feliz amancebamiento con la actriz Marion Davies, pero ya se sabe: haz tú lo que bien digo, y no lo que mal hago, que se dice.

miércoles, octubre 25, 2006

Very Welles

Todos tenemos amigos así. Nos dan la brasa sin piedad sobre algún tema del cual te aburre discutir (sobre todo con ellos): tú eres del Madrid, él del Atleti. A ti te gusta Alonso,a él Schumacher. Tú blanco, él tinto. Tú oyente de la SER, él amigo personal de Federico... Como decíamos en el cole, más plastas que un bocata de chicle. Y cuando estás a punto de decirles que se compren un duro de bosque y se pierdan (otra feliz expresión de tiempos escolares) te regalan dos libros de cine que les han llegado, “por si te sirven”, y consiguen que se te olvide todo. Muy agradecido a ya sabe quién.

Estos van sobre Orson Welles y Marlene Dietrich, y los publica Ediciones Tutor. No están mal, aunque pecan de poco texto, mucha foto, y escasas novedades a lo ya publicado sobre ambas figuras. Repaso el de Welles, concentrándome en mis películas favoritas. No Ciudadano Kane, que ésa es la fácil, sino Sed de mal, Fake y su relativamente olvidado Macbeth. Las notas sobre sus trabajosos rodajes me hacen pensar sobre lo incómodo que es ser un inconformista, pues gran parte de la biografía de Welles (sobre todo sus últimos años) fue un peregrinaje continuo en busca de financiación para sus proyectos. Pero, al ser un inconformista amante del caviar, el champán y los puros habanos, aceptó al mismo tiempo todo tipo de trabajos indignos para mantener su alto nivel de vida (¿Recuerdan aquellos anuncios sobre un horrible pseudocava que hizo en España a finales de los 70?).

Y eso que, habitualmente, no era un cineasta caro, y se las apañaba con presupuestos irrisorios para obtener no pocas obras maestras. Volviendo a su Macbeth (1947), que encuentro bastante más fascinante que el de Polanski, fue rodada en sólo 23 días, y por debajo del presupuesto: para ahorrar y agilizar la producción, Welles actuaba en una secuencia al mismo tiempo que dirigía otra, y enviaba a los cámaras -vestidos como los extras de las películas- a las tomas de batalla para que tomaran imágenes con cámara móvil, anticipandose en décadas a lo que luego sería una práctica común gracias a la steadycam. El reparto, además de a él mismo, incluyó a numerosos compañeros del Mercury Teather y a amigos y conocidos, tales como su chófer, que interpretó al factótum de Macbeth, y su hijo de diez años, Christopher Welles.

La película, como casi todas las suyas, fue un fracaso. Y como casi todas, puede ser calificada sin carraspear de obra maestra.

lunes, octubre 23, 2006

Los amos de Hollywood


Si el final del post de ayer sobre la incultura de Jack Warner (en la foto, junto a Audrey Hepburn y Rex Harrison en el estreno de My Fair Lady) ha sorprendido a alguno, convendría quizás situar al personaje en su contexto. Hoy, cuando no queda un estudio que no esté en manos de alguna multinacional, y cuando las decisiones sobre que películas hacer son tomadas por niñatos del marketing que desaconsejarían filmar, por ejemplo, El apartamento porque “tiene una historia negativa” (esto es rigurosamente cierto), habría que echar un poco la vista atrás y recordar la personalidad de aquel grupo de inmigrantes judíos llegados de diversos países europeos que crearían el concepto de cine como entretenimiento y, en no pocas ocasiones, como arte. En palabras del director Richard Brooks: “Eran unos monstruos, unos piratas y unos cabrones de la cabeza a los pies. Pero amaban el cine”.

Uno de los libros que mejor los retrata es An empire of their own: how the jews invented Hollywood (1988) del escritor Neal Gabler, que sigue los pasos de los futuros amos de Hollywood (William Fox, Carl Laemmle, Louis B. Mayer, Adolph Zukor, Harry Cohn... Nos los iremos encontrando en el blog) desde su desembarco en Estados Unidos sin un penique en el bolsillo hasta su ascenso a la cumbre, cuando vieron el potencial de las penny arcades, unas salas donde por un penique los inmigrantes podían distraerse viendo breves películas mudas en proyecciones individuales. Sus dueños acabaron ganando tanto dinero con ellas que el siguiente paso fue producir sus propias películas, comenzando así la era de los grandes estudios y el star-system.

Pero todo eso tardó un poco en llegar. Volvamos a Jack Warner y sus hermanos: lo que hoy, tras sus repetidas fusiones, es probablemente el mayor conglomerado mundial dedicado al entretenimiento, comenzó en una tienda de Pensylvania que los Warner habilitaron para proyectar películas mudas. Las sillas se las cogían prestadas al comercio de al lado, que era una empresa de pompas fúnebres... Y cada vez que se celebraba un funeral, el público tenia que ver la película de pie.

domingo, octubre 22, 2006

Cuestión de cultura


Una vez que se ha cumplido con el ritual de salir a por las provisiones básicas para el día (alimentos, pan, periódico, CD o DVD que acompaña al periódico, promoción que acompaña al CD o DVD), los domingos de lluvia se convierten en envidiables jornadas para regodearse en el aislamiento voluntario de la propia casa, y donde cualquier actividad (cocinar, leer, escribir este blog) se ve acompañada de la relajación acompasada que produce el ruidillo de las gotas cayendo al otro lado del cristal. Abramos la prensa. En El País Semanal, una entrevista con Ed Harris donde habla de su nueva película, Copying Beethoven, en la que interpreta al compositor alemán.

Leyéndola, Harris no sólo aparece como un excelente actor (algo que ya puede intuir cualquiera que le haya visto alguna vez) sino que da la impresión de ser un tipo con formación e inquietudes culturales. Aunque con las estrellas, nunca se sabe: su poderosa personalidad puede hacer que les atribuyamos cualidades de las que, en realidad, carecen, y la capacidad intelectual suele ser una de ellas. Sin ser demasiado exhaustivos, aquí tienen unas cuantas que ni siquiera terminaron la enseñanza secundaria. Por orden alfabético: Nicolas Cage, Michael Caine, Jim Carrey, Cher, Sean Connery, Tom Cruise, Johnny Dep, Cary Grant, Gene Hackman, Jerry Lewis, Rob Lowe, Dean Martin, Steve McQueen, Robert Mitchum, Demi Moore, Roger Moore, Al Pacino, Keanu Reeves, Charlie Sheen, Quentin Tarantino, Uma Thurman y John Travolta.

Pero si ser actor tiene por qué ser sinónimo de culto, otros puestos de responsabilidad en el mundo del cine tampoco son ocupados necesariamente por intelectuales. Volviendo a Beethoven, su vida se ha llevado a la pantalla en otras ocasiones. De hecho, la Warner Brothers estuvo a punto de hacer una película sobre él en los años 30, que protagonizaría aquel gran actor que fue Paul Muni. Pero a última hora se echaron atrás: Jack Warner, uno de los dueños del estudio, pensó que el público no pagaría un céntimo por ir a ver la historia de un compositor ciego...

sábado, octubre 21, 2006

Fino olfato (2)


Hablábamos el otro día del no muy afortunado productor español que, al recibir en su oficina a un actor desconocido llamado Dustin Hoffman, le recomendó que con esa cara intentara dedicarse a algo que no fuera el cine. Pero este no fue un caso aislado, ni mucho menos. Vamos a repasar hoy algunas de las conclusiones a que llegaron determinados magnates de Hollywood tras ver las pruebas de pantallas de algunos aspirantes a estrellas:

“No sabe actuar. Ligeramente calvo. Baila un poco” fue la sucinta descripción con la que recibieron en los estudios a un bailarín llamado Fred Astaire. “Tienes un diente mellado, tu nuez sobresale demasiado y hablas muy despacio”, le dijo un ejecutivo de los estudios Universal a un joven Clint Eastwood (inconvenientes que no impidieron que esta estrella se haya mantenido más que ninguna otra en las listas de los nombres más poderosos de Hollywood). Por su parte, el magnate Louis B. Mayer resumió eficazmente pros y contras después de ver a Ava Gardner: “No sabe hablar. No sabe actuar. Es impresionante”.

“¿Cómo se te ha ocurrido tirar a la basura quinientos dólares en una prueba para este mono?”, le gritó Jack Warner al director Mervin Le Roy tras contemplar el test efectuado a Clark Gable. No fue el único poder fáctico del Hollywood clásico que consideraba carente de atractivo a la futura estrella de Lo que el viento se llevó: “¡Por favor, mirad esas orejas, son como de murciélago!”, exclamó el brillante y joven productor Irving Thalberg. Y Peter Falk, el que luego sería mundialmente famoso como teniente Colombo, no recibió demasiados estímulos en sus comienzos cuando el tiránico jefe de Columbia, Harry Cohn, se enteró de que tenía un ojo de cristal. “Por el mismo precio, puedo contratar a un actor con dos ojos”.

De todos modos, no todo van a ser equivocaciones, y uno de los vaticinios para mi gusto más acertados fue el del director de la primera prueba de pantalla efectuada a un jovencísimo Jack Nicholson: “No tengo muy claro para qué podríamos utilizarle a usted. Pero si algún día le necesitamos, vamos a necesitarle desesperadamente”.

lunes, octubre 16, 2006

Fino olfato


Los que ya tenemos Televisión Digital Terrestre (TDT) disfrutamos de muchos canales siniestros cuya programación cinematográfica consta mayormente de títulos de quinta regional y saldos de videoclub. Ayer, zapeando, me encuentro con El divorcio es cosa de tres (1972), olvidable y olvidada comedieta italiana que vista hoy sólo destaca por un hecho en concreto: su protagonista es Dustin Hoffman.

La película se rodó en un momento emergente de la carrera de Hoffman, cuando ya tenía en su haber El graduado (1967), Cowboy de Medianoche (1969) y Pequeño gran hombre (1970), pero antes de la ristra de éxitos que le llegaría con Perros de paja (1972), Lenny (1974), Todos los hombres del presidente (1976) y Marathon Man (1976), que acabarían de convertirle en superestrella. No era, de todos modos, la primera vez que el actor probaba suerte en el cine europeo. Ya hablamos en un post anterior de cómo había conseguido el papel principal en El graduado después de que lo rechazara Robert Redford. Pero en los meses que transcurrieron desde el final del rodaje de la película de Mike Nichols hasta su estreno, Hoffman seguía siendo un actor desconocido... y sin trabajo.

De hecho, como no encontraba nada en su país, decidió hacer una pequeña gira europea. Y aquí llegamos a la anécdota de hoy, absolutamente apócrifa, pero que sostiene que se dio un garbeo por España, por entonces floreciente mina de coproducciones europeas y spaghetti westerns, en busca de una oportunidad. Y que un productor con el que tuvo una entrevista le habló en términos similares a estos: “Pero hombre, con esa estatura, esa cara y es nariz. ¿Cómo piensa usted en dedicarse al cine? Mire, lo mejor que puede hacer es volverse a su país y buscar otra forma de ganarse la vida. Esto no es lo suyo”.

Desconozco el nombre del productor, y si lo supiera, no lo incluiría. No soy tan malo.

domingo, octubre 15, 2006

Por algo se empieza


En un intermedio de la película que estoy viendo en DVD, veo que ponen en Antena 3 101 Dálmatas, versión en imagen real. No me interesa gran cosa, salvo por la desaforada interpretación que se pega Glenn Close como Cruella de Vil (¿Una posible alternativa a la también excelente Meryl Streep en El diablo viste de Prada? Se admiten opiniones). Pero algo me llama la atención: uno de los matones de los que Cruella se sirve para cometer sus fechorías resulta extrañamente familiar. ¿Es? ¿No es? Pues sí: es el doctor House.

Cuesta trabajo imaginar al médico más borde (y más macizo, según un número creciente de mujeres) de la televisión apareciendo en películas para niños, pero la verdad es que el actor Hugh Laurie las ha frecuentado, y no poco, antes de que le haya llegado su gran oportunidad. Tiene en su haber mucha televisión y algunas series de época con que los actores ingleses se foguean... Pero también aparece en todas las pelis de Stuart Little (no he podido resistirme a sacarlo). Por cierto, también sale en un episodio de Friends. ¿Alguien sabe en cuál?.

Esto de los primeros pasos en el mundo del espectáculo tiene su gracia. No sólo actores, algunas leyendas en otros campos comenzaron su carrera desde abajo, pero desde abajo de verdad, como Howard Hawks, que obtuvo su primer empleo en el cine como ascensorista de la Paramount. Otro gran director, Henry Hathaway, se inició en el negocio tras los pasos de Cecil B. De Mille... Literalmente, ya que era su ayudante y debía seguirle a todas partes llevándole su silla personal. Y William Wyler tuvo que trabajar como publicista y mensajero en la Universal mucho antes de que nadie confiara en él para ponerse detrás de una cámara. Algo parecido a Roger Corman, que fue recadero en la 20th Century Fox.

¿Y los actores? Bueno, uno de los casos más llamativos fue el de Rock Hudson. En 1948, cuando estaba comenzando su carrera, el director Raoul Walsh lo tuvo bajo contrato durante un año, y en ese tiempo sólo le dio un breve papel en la película Fighter Scuadron. Pero eso no significa que Hudson estuviera ocioso: también le hizo pintar su casa y lavarle las ventanas antes de vender su contrato a la Universal por 9.000 dólares.

sábado, octubre 14, 2006

La de Dios es Cristo


Que no, de verdad que no estoy de cachondeo: la película cuyo cartel acompaña este post existe, y tal y como promete su publicidad, va de un Jesucristo experto en artes marciales que se enfrenta a una horda de vampiros a golpes de kárate y tentetieso, acompañado de su fiel ayudante María Mágnum (sic) y de un cachas ataviado como los luchadores del pressing catch mexicano. Por cierto, creo que está disponible en DVD en nuestro país; si alguien la encuentra y es capaz de tragársela, espero ansiosamente sus noticias.

El caso es que, vista la polémica que circula estos días sobre la conveniencia o no de eliminar ciertas figuras religiosas (musulmanas, mayormente) de las fiestas populares, he creído oportuno meter aquí esta gansada para suavizar un poco el tema, y seguro que aun no faltará quien se moleste por ello... Pero es que el cine tampoco se ha librado de crear enfrentamientos entre los fanáticos cuando de religión se trata. Tengo la suficiente edad como para acordarme del estreno de Je vous salue, Marie (1984), la interpretación contemporánea del embarazo de la Virgen María dirigida por Jean-Luc Godard, con los ultras manifestándose ante los madrileños cines Alphaville, amenazando a los espectadores, e incluso intentando en una ocasión quemar la sala... Claro que también fue una de las primeras veces que la policía intervino para correrles a gorrazos por la calle Martín de los Heros, así que, por lo menos, algo salimos ganando.

Justo es reconocer que entonces la sangre no llegó al río. Mucho peor lo tuvieron años antes Barbra Streisand y Omar Shariff cuando protagonizaron en 1968 el musical Funny Girl. ¿Qué había en ella de ofensivo? Que sus personajes se amaban, y la imagen de un árabe besando a una judía levantó ampollas entre los fanáticos de ambas religiones, que llegaron a proferir amenazas contra la vida de ambos actores. Y tampoco estuvo mal el caso de Gandhi (1982), de Richard Attenborough; el biopic del príncipe de la paz no sirvió para calmar los ánimos de la casta india de los intocables, que protestaron por el poco espacio que se les había concedido en la película, y llegaron a intentar boicotearla... soltando serpientes en los cines donde la proyectaban. Serían bestias, sí, pero a exóticos no les ganaba nadie.

viernes, octubre 13, 2006

Para acabar "queimados"


Ay, aquellos tiempos en los que cuando se moría un director importante ponían automáticamente una de sus películas en la televisión pública... En este aspecto las cosas han cambiado y no para mejor, así que me temo que a pesar de la muerte de Gillo Pontecorvo tenemos tantas posibilidades de ver en TVE La batalla de Argel o incluso Operación Ogro como de encontrar un cineforum en Salsa Rosa.

A mí la que me gustaría volver a ver es Queimada (Quemada, 1968), aunque no estoy seguro de que los buenos recuerdos que tengo de ella aguantaran una segunda sesión. La crítica la machacó en su día (lo cual, como con tantos otros títulos, no quiere decir nada), y se cebó especialmente con Marlon Brando, en su época previa a El Padrino, cuando parecía que meterse con él era el deporte de moda del gremio. Y la interpretación de Brando no fue nada fácil; incluso en sus peores películas, este actor siempre innovaba e intentaba hacer eso que se llama un trabajo profesional, y en este caso tuvo fuertes diferencias de opinión, por no decir otra cosa, con un Pontecorvo acostumbrado a trabajar con actores no profesionales que seguían todas sus órdenes sin rechistar. Brando tuvo que repetir alguna escena hasta cuarenta veces, y acabó trabajando con tapones en los oídos para no escuchar a su director.

Como complicación adicional, el intento de rodar algunas escenas en España se encontró con la oposición frontal del Ministerio de Información y Turismo, que amenazó con boicotear el rodaje, estreno y distribución de la película a menos que se eliminaran del guión las referencias a los españoles como colonialistas sin escrúpulos. La United Artists accedió, y por eso los villanos de esta historia de rebeliones coloniales son portugueses, aunque ello supuso alterar los hechos reales más allá de lo medianamente razonable. Por cierto, el responsable de esta acción censora fue el entonces Ministro de Información de Turismo, Manuel Fraga Iribarne.

Y, ya que nos hemos metido en política, un último detalle: al marxista Gillo Pontecorvo no pareció importarle un pimiento que los actores negros de su película cobraran la mitad que los blancos (otro motivo de tensión entre él y Brando) mientras que, muchos años antes, el facha de John Ford había resuelto una cuestión similar exigiendo que en sus películas blancos y pieles rojas percibieran el mismo salario. Pero unos cardan la lana y otros llevan la fama, o algo así.

miércoles, octubre 11, 2006

Tal como era (y como sigue siendo)


Ayer hablábamos de una actriz que ocasionalmente cantaba, y hoy tenemos a una cantante que, de vez en cuando, se asoma por la pantalla. Parece que Barbra Streisand vuelve por sus fueros: en el último de sus cada vez más raros conciertos en directo (tiene pavor a actuar en público), celebrado esta vez antes una reducida audiencia de millonarios y celebridades, ha mandado a la mierda (literalmente, “to fuck off”) a un espectador que protestó por los continuos ataques que la artista estaba propinando al presidente Bush entre canción y canción.

Y digo que vuelve por sus fueros porque la combinación de ego sobredimensionado y carácter insufrible de esta showwoman ha provocado a lo largo de su trayectoria como actriz, cantante y directora de cine una cantidad de conflictos suficientes para llenar un blog entero. Pero no voy a torturarles tanto, citemos solo dos: en 1975 viajó a Las Vegas para intentar convencer personalmente a Elvis Presley de que fuera su coprotagonista en la nueva versión de Ha nacido una estrella (1976), pero ni siquiera los potajes de pastillas que por entonces constituían la dieta principal de The King le dejaron tan atontado como para no sospechar que, de aceptar, Streisand le robaría todo el protagonismo. Así que dijo que no, e hizo bien: le sustituyó Kris Kristofferson, y el rodaje fue uno de los peores infiernos jamás vividos en Hollywood, lo cual es decir mucho (Streisand también usurpó el papel del director, Frank Pierson, y volvió a rodar por su cuenta algunas escenas con las que no estaba satisfecha).

Pero la cosa venía de lejos: ya durante el rodaje de Hello, Dolly! (1969) un Walter Matthau harto de aguantarla le soltó una frase antológica: “Tengo más talento en el más pequeño de mis pedos que el que tú tienes en todo tu cuerpo”. Ya se sabe que todo en el cine es cuestión de opiniones, pero si repaso las veces que me he alegrado de ver a Matthau en la pantalla, y aquellas en que he aceptado la presencia de la Streisand con resignación... qué quieren que les diga.

lunes, octubre 09, 2006

Voces ajenas


Tras despertarme con él en la radio varias mañanas, he llegado a la conclusión de que lo odio: me refiero al anuncio radiofónico del Jeep Grand Cherokee donde manipulan la famosa grabación de Marilyn Monroe cantándole el “Cumpleaños Feliz” a John F. Kennedy, sustituyendo las palabras “mister president” por el nombre del cochecito en cuestión. Pretencioso, cutre y profundamente irritable: aunque puede que sean manías mías...

Y eso que las manipulaciones cuando se trata de estrellas cantando han sido algo más común de lo que se cree. En los años 50 y 60, actrices como Deborah Kerr (en El rey y yo, 1956), Natalie Wood (en West Side Story, 1962) y Audrey Hepburn (en My Fair Lady, 1963), compartían una misma voz cuando cantaban: la de la soprano Marni Nixon, que las doblaba en los números musicales. La costumbre parece haberse abandonado en los últimos años, y ahora las actrices toman clases de canto y recurren con más frecuencia a dobles de cuerpo que a dobles de garganta.

¿Y Marilyn? Pues la verdad es que ella también utilizó a Nixon en alguna ocasión (por ejemplo, en varias de las notas más altas de la canción Diamonds are a girl’s best friend), pero casi siempre que escuchamos una canción grabada por Marilyn, es la propia Marilyn quien canta. Aunque con truco: lo que verdaderamente estamos oyendo es una selección de los mejores trozos de varias sesiones de grabación de un mismo tema, seleccionadas y montadas por los técnicos de sonido. Pocas de las canciones de Marilyn, por no decir ninguna, fueron grabadas verdaderamente de una tacada.

domingo, octubre 08, 2006

Sin pelos en la lengua



Tenemos una de esas noticias esporádicas sobre sirvientes de estrellas que salen ranas. En esta ocasión, la enfermera que cuidaba de la hermana mayor de la difunta Ava Gardner (1922-1990) ha sido acusada de robar más de un millón de dólares en propiedades durante los cuatro años que estuvo a su servicio, propiedades entre las que se contaban varias grabaciones originales del ex marido de su hermana, Frank Sinatra.

Sobre la relación y posterior matrimonio del cantante y la actriz se han escrito libros, artículos, y puede que hasta alguna tesis doctoral, y probablemente se seguirán escribiendo, porque es uno de los temas favoritos de los mitómanos, con glamour, violencia, pasión y hectolitros de alcohol por donde navegaba el drama de dos personas que se deseaban con toda el alma pero cuyos respectivos temperamentos les llevaban a hacerse daño una y otra vez, cuando lo que de verdad querían era todo lo contrario.

Pero no nos pongamos sentimentales (ni cursis). Había quienes no acababan de entender esa relación, y uno de ellos era el director John Ford. Famoso también por no tener pelos en la lengua, aprovechó el rodaje de Mogambo (1953) para preguntarle a la actriz cómo podía estar con Sinatra, “ese mequetrefe de cuarenta y cinco kilos”, y la respuesta de Gardner (pronunciada, según algunos biógrafos, delante del gobernador britanico de Uganda, donde se rodó la cinta) quedó para las antologías: “Pues verás, John, la verdad es que son cinco kilos de Frank y cuarenta kilos de pXXXX”:

sábado, octubre 07, 2006

Acentos diluidos

Los periódicos hablan estos días de la muerte de Antonio José Betancor, uno de esos profesionales del cine de carrera espaciada: sólo cuatro películas, de las que se recuerdan sobre todo Valentina y 1919, sus adaptaciones de Crónica del Alba, de Ramón J. Sender. Su primer largometraje, de todos modos, suena a verdadera rareza, y llevo años buscándolo en DVDs o en la tele, movido más por la curiosidad que por intereses puramente cinéfilos: Sentados al borde de la mañana con los pies colgando (1978), la historia de una especie de comuna hippy protagonizada por un Miguel Bosé recién lanzado al estrellato y con Martes y Trece (cuando eran tres) de artistas invitados. ¿Alguien ha tenido oportunidad de verla?

Recuerdo, en cambio Valentina (1982) con un cariño similar al que se le tiene a algunas experiencias de juventud, que el tiempo tiende a engrandecer, pero que preferiríamos no revisitar por miedo a que la realidad derrumbe las memorias. Supongo que ayudó que mi hermano me regalara, poco antes del estreno de la película, la trilogía de Crónica del Alba, que devoré con las ansias propias de una edad en la que sobran ganas y tiempo para leer de todo. Pero a lo que iba. Es curioso que en Valentina se hiciera un experimento similar al que se ha hecho, casi un cuarto de siglo después y con mucho más dinero, con Alatriste (2006): dar un papel de español a un actor extranjero, y dejarle que se exprese con su propia voz, sin doblajes posteriores. Hoy es Viggo Mortensen representando a un mercenario español con deje porteño, y antes fue Anthony Quinn interpretando a un cura de aldea en la España de principios del siglo XX, que hablaba con pronunciado acento mexicano.

Y lo curioso es que, en ambos casos, la cosa funciona. ¿Es lo que se llama suspensión de la credibilidad, o simplemente eso que algunos denominan la magia del cine?

jueves, octubre 05, 2006

Cómo ser atropellado en condiciones


Si Al Capone fue durante mucho tiempo el prototipo de gángster cinematográfico, habría que convenir que su puesto ha sido heredado en la pequeña pantalla de hoy por Tony Soprano (Por cierto, en el hipotético caso de que alguien de la Warner se asome por este blog, ¿cuándo narices piensan sacar la sexta temporada? Que ya tardan...). Si este mafioso violento y retorcido se las arregla para resultarnos entrañable, ello se debe en buena parte al trabajo de James Gandolfini, un secundario en la mejor tradición del cine americano al que este papel le ha permitido por fin desplegar todo su peso específico como actor, dicho sea sin segundas.

Repasando la carrera de Gandolfini, se advierten enseguida dos cosas: una, que cuanto más retrocedemos en el tiempo, más delgado está (en cinco temporadas de Sopranos ha pasado de estar barrigón a acercarse notablemente a Marlon Brando) y otra, que ha andado metido en producciones nada despreciables. Yo destacaría su papel en La noche cae sobre Manhattan, uno de los últimos -y grandes- policíacos de Sidney Lumet. Pero hay muchos más. En una ocasión incluso trabajó en el cine español... Y dejó con la boca abierta al mismísimo Javier Bardem.

Ocurrió en el rodaje de la -para mí- fallida Perdita Durango (1997), de Alex de la Iglesia. Gandolfini interpretaba en ella a uno de los federales que perseguían a la pareja protagonista, y en una escena rodada en Tucson sufría un atropello. El atropellado era, lógicamente, un especialista, y el actor le sustituía cuando la gente le recogía del suelo tras el accidente. Antes de empezar con la escena, Gandolfini anduvo un rato recogiendo piedrecitas de la calle. Luego pidió esparadrapo, y con él se las fue sujetando por debajo de la ropa, en rodillas y codos. También metió algunas en los zapatos, y remató la faena dando varias vueltas sobre sí mismo.

¿Y todo eso, para qué? Primero, las chinitas en rodillas, codos y pies le hacían un daño terrible cuando apoyaba las extremidades para levantarse, dando la impresión de que le dolía todo el cuerpo como consecuencia del atropello. Y los giros le dejaron tan mareado que, una vez puesto en pie, parecía aturdido y en estado de shock. Javier Bardem, que aunque no participaba en esta escena la estuvo contemplando, resumió todo este perfeccionismo con sólo cinco palabras: “Este tío es la leche”.

martes, octubre 03, 2006

Escribiendo sobre Al

Ayer hablamos de cómo Hollywood ha utilizado en ocasiones las experiencias de policías reales para hacer películas. Otras veces, se ha basado en la vida de delincuentes reales... Y algún profesional ha tenido problemas por ello.

En 1932, Howard Hawks rodó una de sus obras maestras, Scarface, el terror del Hampa (Scarface, shame of a nation), donde contaba la vida del gángster Tony Camonte. A nadie se le escapaba que el personaje era un retrato apenas disimulado de Al Capone, entonces aún en la cima de su poder, y menos que a nadie, al propio Capone, que se enteró cuando la película estaba aún en fase de preparación.

En su autobiografía A Child of the Century, el guionista Ben Hecht cuenta como una noche aparecieron en su hotel dos gorilas con abrigo, sombrero y pistolones bajo el sobaco, que le preguntaron mientras blandían con aire amenazador una copia del guión: “¿Esta historia tuya habla de Al Capone?”.

Hecht les contestó automáticamente que no, que de ningún modo, que en realidad estaba basada en otros gángsters que había conocido durante su etapa de periodista en Chicago, pero no en Al. Por increíble que suene, se lo tragaron y estaban a punto de irse cuando uno de ellos se volvió y le preguntó:

- Si esto no trata de Al Capone ¿Por qué la titulas Scarface? Todo el mundo se va a creer que es sobre él.

- Claro, lo hacemos aposta. Todo el mundo creerá que es sobre Al, y querrán ir a verla. Luego ya se darán cuenta de que no es así.

Los matones se lo pensaron un momento, y por fin uno dijo:

- Se lo diré a Al.

Se fueron, y ahí acabó la historia. Otras fuentes cuentan que posteriormente Capone fue a ver la película, y no quedó descontento con el resultado; sólo le molestó que Camonte muriera a manos de la policía, algo que, según dijo, a él no le pasaría jamás (y tuvo razón).

lunes, octubre 02, 2006

"¡Popeye está aquí!"


Hoy es el Día de la Policía, o similar, es decir, la fecha oficial de celebración de los distintos cuerpos de fuerzas del orden de nuestro país. Policías y cine van de la mano con frecuencia, y este año parece que vamos a tener un verdadero aluvión de cintas basadas en crímenes reales: La Dalia Negra, de Brian de Palma, Hollywoodland, de Allen Coulter, que narra la muerte de George Reeves, el Superman de los 50, y Zodiac, sobre el asesino en serie que asoló San Francisco en los años 70. El cine español también se apunta, con el inminente estreno de GAL.

Una de las películas policíacas más famosas basadas -lejanamente- en hechos reales es French Connection(1971), recordada hoy por la interpretación de Gene Hackman (Oscar al Mejor Actor)y por su frenética persecución de automóvil contra tren elevado. La verdad es que la historia toma como referencia el trabajo del policía de Nueva York Edie Egan, en quien se funda -lejanamente, insisto- el personaje de “Popeye” Doyle encarnado por Hackman. Egan trabajó codo con codo con los actores y con el director William Friedkin, llevándolos a lugares que él conocía donde se realizaban verdaderas transacciones de droga. Incluso tiene un pequeño papel en la película: es el jefe de Doyle. El problema es que, cuando French Connection se estrenó, al Departamento de Policía de Nueva York no le gustó la imagen brutal que ofrecía de los agentes -Doyle incluso mata a un traficante por la espalda-, así que Egan fue expulsado del cuerpo cuando estaba a punto de jubilarse y cobrar su pensión.

Hay que decir que tanto la famosa persecución como todos los tiroteos son pura ficción; todo lo que Egan y su equipo hicieron fue una paciente y lenta operación de vigilancia que les permitió confiscar uno de los mayores alijos de la historia.

domingo, octubre 01, 2006

El desorden de unos nombres


Un año más ha terminado el Festival de San Sebastían, y Matt Dillon ha sido uno de los galardonados con el premio Donostia. Le tenía un poco perdida la pista a este actor, que siempre he considerado de lo mejorcito del famoso Brat Pack surgido en los años 80, hasta que volví a encontrarlo en una magnífica interpretación en Crash (2004).

Una cosa curiosa de Matt Dillon es su nombre, que comparte con dos personajes de ficción. Uno era el sheriff protagonista de una serie de televisión, Gunsmoke, que estuvo en las pantallas estadounidenses durante más de veinte años (aquí sólo pudimos ver una temporada, hace ya mucho tiempo, con el titulo de La ley del revolver), y el otro es también conocido como Electro y es uno de los más feroces enemigos de Spiderman. Esta no es la única relación, por cierto, que el Dillon real tiene con los cómics: es sobrino de Alex Raymond, el creador de Flash Gordon.

Hay otro actor que también se llama igual que un personaje ficticio: Mike Myers es el nombre del psicópata asesino de la serie de películas de terror iniciada con La noche de Halloween (1978), y el del actor protagonista de la serie de comedias de Austin Powers (que algunos consideramos también de terror, porque es que son malísimas).

Finalmente, hay ocasiones en que los nombres ficticios pueden dar problemas: el personaje del veterinario interpretado por Groucho Marx en Un día en las carreras (1937) iba a llamarse en un principio doctor Quackenbush, apellido que a los guionistas les pareció lo bastante extravagante como para que no coincidiera con ningún personaje real. Error. Había docenas de doctores Quackenbush en Estados Unidos, que podrían no sentirse muy cómodos al verse relacionados, aunque fuera sólo de nombre, con el personaje de Groucho. El departamento legal de la MGM aconsejó cambiarlo, y el personaje llegó al celuloide cómo doctor Hackenbush.